viernes, 24 de junio de 2016

ELECCIONES GENERALES 26J. HAY QUE DEJAR DE VOTAR A LOS PARTIDOS QUE HAN FOMENTADO Y MANTENIDO LA CORRUPCIÓN Y LOS ROBOS A LOS ESPAÑOLES



El día después

Rebelión
La Vanguardia
22.06.2016


El 27 de junio el país tendrá los mismos problemas de paro, empleo precario, bajos salarios, escasa productividad, especulación inmobiliaria, desahucios, educación y sanidad recortadas, pobreza y desigualdad crecientes, inseguridad, corrupción política, inestabilidad institucional y un conflicto constitucional entre Catalunya y España. No hemos salido de la crisis si la medimos por sufrimientos de las personas en lugar de indicadores macroeconómicos.

¿Pueden las elecciones abrir nuevas perspectivas? Depende de los resultados y por eso una activa participación electoral es esencial. Parece evidente que más de la misma política de estos últimos años producirá resultados semejantes. Pero para que existan nuevas políticas que dinamicen las empresas, mejoren la vida de la gente y regeneren la democracia son necesarios nuevos actores políticos. Sin una renovación política no habrá mejora económica, social, institucional. Y es aquí donde se vislumbran serias dificultades para un gobierno más limpio, más eficaz y más justo.

El panorama postelectoral que dibujan las encuestas será enrevesado. Aunque muchas encuestas son sobre muestras reducidas, casi todas apuntan tendencias similares. Y coinciden con la encuesta del CIS que es profesionalmente fiable y sobre una muestra representativa. Confirmada por el tracking diario del Gesop. Según esos datos, no es cierto que nada cambie con respecto al 20-D porque hay un cambio fundamental. Por primera vez una fuerza política emergente, Unidos Podemos y sus confluencias plurinacionales, supera al PSOE en votos y escaños y en intención directa de voto incluso al PP, de quien sólo está a tres puntos. Así se concreta la crisis de los partidos tradicionales y la redefinición del sistema político por el cambio social. Y aunque hay aún muchos indecisos no parece que puedan modificar sustancialmente la tendencia general, salvo errores graves de algunos en la campaña.

El cambio es aún más significativo si observamos la distribución del voto por edades y territorios. Unidos Podemos tiene una amplia mayoría entre menores de 40 años y Ciudadanos ­concentra su voto en los 35-45 años. Mientras que el PP es el partido de los jubilados y el PSOE el de los jubilados del sur. Si el futuro es de los jóvenes, ­saque sus conclusiones. Unidos Podemos y sus confluencias son la primera o segunda fuerza, por delante del PSOE, en Barcelona, Madrid y Valencia, así como en Catalunya, Baleares, Euskadi, Galicia y el País Valenciano. Si se con­firman esas previsiones, el 26-J marcará un hito en la historia política del país. No sólo porque nuevos actores entran en escena, sino porque una alianza entre Unidos Podemos y el PSOE rozaría la mayoría absoluta, posibilitando un cambio sustancial de políticas si ambas fuerzas cumplen sus programas. Pero si esta alianza no se da, sí que habría una situación de bloqueo político parecida a los últimos meses.

En ese sentido el debate a cuatro en la Academia de Televisión ha tenido más importancia de la que se le concede. Y no porque el ganador fuera Iglesias, según las encuestas. ­Sino porque ha prefigurado claramente la situación postelectoral. Rajoy sigue inmóvil en su apuesta por la gran coalición liderada por él, esperando a ver pasar el cadáver de su enemigo, Sánchez, para pactar con sus ase­sinos. Rivera da golpes a mansalva (incluso mintiendo, como hizo tras el debate al decir que Iglesias había defendido la independencia de Catalunya y la salida del euro) para conseguir un PP sin Rajoy con el que pueda pactar y un PSOE finalmente liberado de la tentación de Podemos. Pero lo más significativo del debate fue la contundencia de Pedro Sánchez en su rechazo a una alianza con Iglesias, contradiciendo a las voces crecientes en su propio partido que reclaman un gobierno de izquierda. La actitud de Sánchez es en parte una estrategia de movilización de votantes socialistas para que no tengan otra alternativa que mantenerse fieles. También porque ya sabe por experiencia que los poderes fácticos dentro y fuera del PSOE vetan formar gobierno con Unidos Podemos. Pero además ahora hay un resentimiento personal en esa negativa a pactar con Iglesias. Y es que Sánchez quedó sumamente frustrado de no haber llegado a presidente cuando le bastaba una abstención de Podemos. Claro que su pretensión de hacer un programa con los neoliberales de Ciudadanos y luego pedir el apoyo a una fuerza progresista como Podemos era ingenua. O se pasó de listo al pensar que ese fracaso pasaría factura a Podemos, porque el resultado parece ser exactamente el inverso.

Si proyectamos que PP y Ciudadanos se mantendrían o bajarían levemente, que el PSOE bajaría en votos y perdería escaños y que Unidos Podemos y sus confluencias se situarían en un 24% del voto y en torno a 90 escaños, las actuales relaciones entre partidos conducen a un escenario inédito. El PSOE no quiere pactar con Unidos Podemos porque le es impensable supeditarse a quienes lo están desplazando en la izquierda. Ni PP/Ciudadanos ni PSOE/Ciudadanos suman mayoría suficiente. Es difícil para Rivera apoyar a Rajoy tras descalificarle. Y Sánchez no puede, por ahora, renunciar a su compromiso de no votar al PP. Pero todos rechazan terceras elecciones. ¿Entonces? Podría pensarse en un gobierno superminoritario del PP investido mediante abstención de PSOE y Ciudadanos. Aun así, si el PP se sitúa en 120 escaños sin otros apoyos, la oposición de Unidos Podemos y nacionalistas haría muy difícil un gobierno continuista.

Por eso sólo hay dos opciones estables: una mayoría progresista en torno a 170 escaños (si Sánchez priorizara la regeneración socialista) o esa gran coalición ansiada por los poderes fácticos, aunque sea amortizando a Sánchez y tal vez a Rajoy. Dicha coalición estabilizaría al gobierno pero no a una sociedad reivindicativa y movilizada. La alternativa no es reforma o ruptura, sino inmovilismo o democracia real.


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