domingo, 7 de agosto de 2016

SIN TRABAJO O CON UN TRABAJO QUE NO PERMITA LLEGAR A FIN DE MES DECENTEMENTE, PUEDE EXISTIR LA SEGURIDAD PERSONAL?



El Observatorio Metropolitano de Madrid publica “Enclaves de riesgo” (Traficantes de Sueños)

Seguridad y control social en el orden neoliberal

Rebelión
06.08.2016



El binomio seguridad-riesgo se vincula íntimamente al neoliberalismo. Los intereses individuales priman sobre la vida en común, en un mundo lleno de precariedades, competitividad e incertidumbre, en el que los lazos comunitarios y los resortes del Estado del Bienestar se ven claramente mermados. La vida se torna peligrosa. Una parte de los ciudadanos piden más monitoreo, policía y castigo. Exigen el “derecho a la seguridad”. Las ideas libertad-seguridad han desplazado a las de igualdad-fraternidad en el centro de las relaciones sociales. Aquellos barrios estigmatizados de la década de los 70 y 80, como Vallecas, Carabanchel, Villaverde o San Blas en Madrid, a los que se asoció a los atracos, la heroína y el chabolismo, sufren actualmente nuevas “amenazas”: familias de “ocupas”, “bandas latinas” y otros “elementos” que se consideran ajenos a las barriadas. Cunde asimismo un discurso de vuelta a la disciplina, en profesionales, iglesias, asociaciones de víctimas y vecinales, entre otros sectores. Según el argumentario neoliberal, los profesores y la ley han perdido autoridad, lo que se entiende como una perniciosa herencia de mayo del 68. El profesor de Sociología y Trabajo Social, Sergio García, y la investigadora militante Débora Ávila apuntan estas ideas en la introducción del libro “Enclaves de Riesgo. Gobierno neoliberal, desigualdad y control social”, publicado por el Observatorio Metropolitano de Madrid en la editorial Traficantes de Sueños. “La seguridad funciona como único pegamento posible en un tejido social tremendamente desigual”, añaden.

La prisión recupera un espacio de preeminencia. Autor de “Las cárceles de la miseria” (2001) y “Los condenados de la ciudad” (2013), el investigador Loïc Wacquant destaca que la realidad ha desmentido las reflexiones, a mediados de los 70, de pensadores como David Rothman, Michel Foucault o Michael Ignatieff, tres de los principales historiadores revisionistas de la prisión. La observaban como una institución en declive, frente a otras fórmulas más difusas de control social. Se discutía entonces sobre la “desencarcelación” y la aplicación de penas de servicios a la comunidad, pero los gobiernos han caminado por otra senda. “La población encarcelada se ha duplicado en Francia, Bélgica e Inglaterra, triplicado en Holanda, España y Grecia, y quintuplicado en Estados Unidos”, subraya Wacquant. El profesor de Sociología en la Universidad de California (Berkeley) señala que la “repentina hipertrofia” del sistema penal en Estados Unidos encontraba un complemento en la Ley de 1996 de “oportunidades laborales y responsabilidad individual”, que operaba una mutación radical de principios. Se cambiaba el derecho al bienestar por la obligación al trabajo. Era la respuesta al final del modelo keynesiano, el trabajo asalariado fordista y la crisis del gueto como espacio de confinamiento tras las revueltas por los derechos civiles de los 60.

En un artículo titulado “Policías cotidianas”, el sociólogo y miembro de las Brigadas Vecinales de Observación de Derechos Humanos (Madrid), Sergio García, pone el acento en los llamados enfoques “preventivistas”, que requieren “mucha policía y muy presente”. Entre 2003 y 2010, Madrid pasó de 94,7 a 90,5 delitos y faltas por cada 1.000 habitantes, pero los responsables policiales continuaban apelando a la necesidad de incrementar las plantillas. En la época podían leerse titulares como “Gallardón promete reducir la tasa de delitos un 10% y ampliar la plantilla de la Policía Municipal con 1.500 agentes”. La capital de España era en ocasiones escenario de “una feria de luces azules sobre flamantes coches patrulla, o un desfile de jóvenes cuerpos dentro de renovados uniformes (o de ‘secretas’ ropa Springfield)”, apunta Sergio García. En plena crisis (julio de 2012), afirmaba el director general del Cuerpo Nacional de Policía, Ignacio Cosidó: “Sin seguridad no puede haber libertad, desarrollo ni crecimiento económico”. Son principios generales que después se traducen en medidas específicas, como el Plan Integral de Mejora de la Seguridad y la Convivencia del Barrio de Lavapiés (diciembre de 2012), que apunta –sostiene Sergio García- a una división del cuerpo asociativo de la barriada madrileña. Se trataba de aislar a los sujetos “ilegítimos” (Okupas o activistas del 15-M que, según el documento, trataban de impedir las operaciones contra “narcotraficantes de raza negra”); y por otro lado el tejido “legítimo”, formado por comerciantes y vecinos. Todo ello aderezado con una actualización de las estrategias comunicativas: programas televisivos como “Policías en Acción”, buzoneo con “Ideas de seguridad para vivir mejor”, el “Plan Mayor Seguridad” del Ministerio del Interior dirigido a las personas mayores o la incorporación de nuevos lenguajes por la Policía Local de Madrid respecto a los menores (“ayuda”, “cuida”, “protege”…).

En diferentes artículos del libro se da cuenta de cómo los cuerpos policiales intentan abandonar la imagen del escudo y la porra. Se cuidan aspectos como la “proximidad”, la “cercanía” o la “empatía” e incluso los agentes locales incorporan formatos de la “intervención social”: se reúnen con escuelas y asociaciones de vecinos o imparten conferencias en centros cívicos. Una de las expresiones del paradigma son los “agentes tutores” de la policía municipal. Oficialmente se habla de “trabajo en red”, “reinserción”, “menores en protección” y “absentismo”. Los trabajadores sociales amoldan también algunos elementos de su labor a lógicas cercanas a la actuación policial. “Alejados cada vez más del barro y de quienes lo habitan –sostienen Sergio García y Débora Ávila- sus competencias responden cada vez más a las necesidades de contención (de riesgos) del sistema, que obvian todo análisis de las causas sociales”. “Las antiguas ‘chiquilladas’ –pequeños hurtos o peleas- hoy provocan la intervención institucionalizada sobre los chavales de educadores y trabajadores sociales, previo paso por comisaría”.

El arquitecto y profesor de la Universidad Técnica Nacional de Atenas, Stavros Stavrides, que participó en las movilizaciones de la primavera de 2011 en la plaza Syntagma, entiende la “normalización” como un proyecto de dominación para moldear a los sujetos sociales. Las normas rigen dentro de cada “enclave urbano”, sea la organización de unos grandes almacenes, la entrada de una entidad financiera o la utilización de un gran estadio. Pero también barrios o urbanizaciones cerradas, en la que se normalizan los comportamientos y se vigila el cumplimiento de las regulaciones. Éstas se presentan como asépticas normas de gestión, que garantizan la protección frente a cualquier amenaza señalada por la autoridad.

Otro elemento decisivo en la reflexión de Stavros Stavrides es la “excepción”, considerada la suspensión de los derechos que los habitantes del “enclave” aceptan e incluso desean. Incluso puede actuar como fuerza motriz de la norma. Por ejemplo la “zona roja” establecida durante la celebración de la cumbre del G8 de 2001 en Génova. “Las autoridades decidieron enfrentarse a las manifestaciones masivas como si la peste se cerniera sobre la ciudad”, escribió el filósofo Giorgio Agamben en un artículo en Il Manifesto. Foucault señaló la epidemia de la viruela como ejemplo del poder normalizador en desarrollo durante el siglo XIX. Se recurría a tasas de mortalidad y estadísticas de la enfermedad, lo que permitía asociar a las personas sanas con lo normal y las afectadas con lo anormal. En conclusión, las patologías se tenían que considerar como una excepción recurrente, y es la ciencia la que aporta el poder de controlar lo impredecible mediante la creación de modelos y el cálculo de probabilidades.

Después de tres años de trabajo de campo en las periferias de la capital, los investigadores del Observatorio Metropolitano de Madrid elaboraron el texto “Viejas y nuevas periferias en la ciudad neoliberal: seguridad y desigualdad social”. Reventada la burbuja del ladrillo, se ha ahondado en la tradicional desigualdad noreste-sureste en la ciudad de Madrid. Los autores concluyen que el viejo cinturón rojo de Canillejas a Campamento –dentro de la corona metropolitana madrileña- y del Corredor del Henares a Móstoles padece sobremanera el paro y los desahucios. Un análisis de 32 páginas distingue entre la periferia obrera que surge de la población rural llegada a Madrid en los años 50 y 60 del siglo pasado, en la que hoy se mantienen las mismas gentes –ya de edad avanzada- y buena parte de la población inmigrante. El segundo gran núcleo es la periferia “guetificada”, que emerge de los grandes planes de realojo de poblaciones chabolistas no integradas por los barrios obreros. Allí reside una parte importante de la población gitana y “paya” pobre. La categorización se completa con las llamadas “nuevas periferias neoliberales”, que acompañaron al monocultivo del ladrillo. “Una mezcla de descampados con urbanizaciones hipervigiladas y bloques de protección oficial, con el coche como único dispositivo capaz de comunicar vidas”.

En el artículo “De la disciplina obrera al improbable control securitario”, el profesor de Ciencia Política en la Universidad de París X-Nanterre, Laurent Bonelli, parte de perspectivas como la del historiador marxista E.P. Thompson, quien demostró que el control del tiempo y los ritmos laborales fue uno de los principales mecanismos para dirigir conductas durante el capitalismo industrial en Inglaterra. Se trataba también de minimizar el ocio (“la madre de todos los vicios”). “Durante mucho tiempo –abunda Bonelli- el empleo no cualificado ha actuado mucho más como agente disciplinador de las fracciones más turbulentas de las clases populares, que la acción institucional”. Pero en el nuevo orden neoliberal, al generalizarse la precariedad, las estructuras de “integración” juvenil, el Ministerio de Educación, la policía y la justicia (el Estado) imponen nuevas disciplinas.

Los múltiples controles de identidad a los jóvenes de los barrios populares –incluso tres o cuatro veces al día- refurzan la autoridad. Los guardias de seguridad privada asisten a los agentes de la policía nacional. Además, las políticas llamadas de “tolerancia cero”, como las desarrolladas en Nueva York en la década de 1990 o la Ordenanza Cívica de Barcelona en 2006, separan territorialmente a los “deseables” de los “indeseables”. En este modelo que convierte la inseguridad en sentido común, quienes son percibidos como amenaza o no pueden consumir son relegados a las periferias pobres. El libro, de 278 páginas, incluye artículos sobre las policías cotidianas, las nociones de riesgo y emergencia, las ciudades de excepción y la “burorrepresión”, además de la política neoliberal y el incremento de los presos. Consta de tres bloques (“La gestión securitaria neoliberal; “Enclaves: sujetos y espacios de riesgo” y “Más allá del riesgo: represión y castigo”).

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DOGMAS Y HEREJÍAS CAPITALISTAS


El dogma de mercado y las herejías que nunca llegan a convertirse en Blasfemias

Las críticas neoliberales al neoliberalismo

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06.07.2016

Y es que no hay que olvidar que el proyecto neoliberal de largo plazo, es decir, más allá de las coyunturas propias de su auge y evolución tempranas –si se quiere, las fases de ‘choque’, identificadas con aquella versión fundamentalista más dogmática, a lo cual Klein (2007) llamó: la doctrina del shock−, se concibió alrededor de una Economía Social de Mercado (ESM), la cual tuvo como laboratorio in vivo ab origine ¡Chile en tiempos de Pinochet!, como quedó registrado en uno de los tantos intercambios epistolares entre el dictador austral y el pater putative del neoliberalismo, Milton Friedman: 

El problema económico fundamental de Chile tiene claramente dos aristas: la inflación y la promoción de una saludable economía social de mercado (…) El mayor error, en mi opinión – plantea Friedman -, fue concebir al Estado como el solucionador de todos los problemas, de creer que es posible administrar bien el dinero ajeno. [énfasis propio; cursivas no pertenecen al texto] (Friedman 1998, 591: Carta al “Excmo. Sr. Augusto Pinochet Ugarte” , 21 de abril de 1975). 

2.2. Operadores (intelectuales) en construcción (del nuevo neoliberalismo) 
Al día de hoy, existe un contingente emergente, pero relativamente consolidado de neoliberales críticos del neoliberalismo. Desde variados locusindividuales y colectivos: organizaciones multilaterales (¡entre ellas el Fondo Monetario Internacional!), centros de investigación, universidades,think tanks y, especialmente, personalidades mundialmente publicitadas, los denominados (nuevos) money-doctors – o “profetas de la economía”; aunque aquí preferimos seguir la caracterización hecha por John Perkins: Economic hit-men (2006) –, las operaciones para la regeneración ideológica del neoliberalismo tardío avanzan sin titubeos. 

El análisis sobre los ámbitos académicos e intelectuales, hoy (progresivamente) hegemónicos, es una oportunidad para comprender y explicar este acontecimiento. Estos lugares de enunciación y producción inmateriales se constituyen en piezas claves dentro de la alienación ideológica, es decir: los procesos de ocultamiento sistemático de las contradicciones del capitalismo de época. En su fase actual: la neoliberal, en la cual los desajustes y conflictos socioeconómicos se exacerban (v.gr. los niveles de desigualdad, pobreza, pauperización, etc.), la mistificación y el fetichismo ideológicos resultan conditio sine qua non para la reproducción del sistema como un todo. 

La alienación actual puede ser ejemplificada a partir de los roles que han venido jugando contemporáneamente ciertos perfiles intelectuales, especialmente, los premios nobel en economía contemporáneos. Sus actuaciones no sólo influyen sobre los campos de pensamiento en abstractoen las universidades, comunidades epistémicas o en los imaginarios de la opinión pública. Son una de las mediaciones ideológicas cruciales con efectos reales y concretos en distintas orientaciones institucionales: referenciales e instrumentos en el terreno de las políticas públicas, económicas; diseños organizacionales, etc. 

Algunos casos son demostrativos de lo que hemos venido argumentando. Elinor Ostrom, primer mujer en ganar el premio nobel en economía en 2009 y politóloga usamericana crítica de la ortodoxia neoclásica (especialmente del homo economicus) es, a su vez, una de las principales promotoras de las teorías del emprendimiento y el homo redemptoris, ¡argumentos desarrollados originalmente por los neoliberales austriacos! 

El Gobierno de los bienes comunes (Ostrom 2011), inspirado en las teorías de F.A. Hayek –recordemos, bautizado como el padre del neoliberalismo–, ha ganado difusión y gran aceptación, incluso entre sectores de la izquierda académica en América Latina. Esto aun cuando los planteamientos de Ostrom proponen una forma tan inédita como velada de gobernanza o “gestión privada de lo común” (es decir, la mercantilización de los territorios y bienes comunitarios), a través de la construcción de (nuevas) esferas “público-privadas”: espacios sociales que funcionan a partir de lógicas de mercado, pero respaldados y, sobre todo, “regulados” por el Estado. 

Por esta razón, varios autores no han dudado en destacar que la propuesta teórica de Ostrom insiste en desarrollar una concepción de “lo común” sin comunidad, es decir: sin lazos comunales (Federici & Caffentzis 2013). Sea vía negación o destrucción de lo comunal, esta clase de gobernanza para los bienes comunes reforzaría un tipo de neoliberalismo contemporáneo aplicado a estos ámbitos (8) (véase Harvey 2013, 28 y 131; Puello-Socarrás 2012, 2015c). 

Por otra parte, el francés Jean Tirole, doctor en economía del Massachusetts Institute of   Technology   (MIT) estadunidense y galardonado en 2014, refuerza en otros temas la misma línea discursiva de Ostrom. Tirole ha venido convocando la construcción de un neoliberalismo “regulado” como forma para regenerar la dinámica neoliberal de los mercados en medio de la crisis capitalista hoy vigente: 

La economía de mercado ha sido y será el motor de crecimiento y de bienestar de las naciones. Pero para funcionar bien, la economía de mercado necesita de regulación para paliar ciertas fallas de mercado y restablecer una buena responsabilización [sic] de los actores económicos (La Dépêche, diciembre de 2008). 

Para que la competencia florezca –plantea Tirole– resulta fundamental que existan reglas de juego claras y reguladores independientes pues “sin un regulador fuerte, no hay liberalización eficaz” (Tirole, 2005), advirtiendo que las acciones estatales o gubernamentales sobre los mercados (laregulación) deben evitar ser permanentes. Solo se justifican momentáneamente, y “en caso” que los mercados fallen, es decir: no funcionen correctamente. 

Por su parte, el académico-tecnócrata Joseph Stiglitz –también premio nobel de economía en 2001– personifica paradigmáticamente el tipo de operativos ideológicos a los cuales nos estamos refiriendo. Desde hace varios años, Stiglitz ha sido posicionado entre la opinión pública estadounidense y mundial como un “crítico del neoliberalismo”. 

Autor del Consenso Post-Washington (Stiglitz, 1998), propuesta que publicitariamente se postuló a contracorriente del Consenso de Washington (decálogo de políticas que simplemente es una de las tantas expresiones del proyecto neoliberal, cuestiones distintas en grado y magnitud), Stiglitz en realidad continuó reafirmando, con algunos matices, la preeminencia de las lógicas de mercado, en la misma línea argumentativa de sus pensamientos y actuaciones más recientes. Hay que reconocer que el zigzagueo discursivo de Stiglitz y su manera para presentar ciertos temas ante públicos no especializados tienden a confundir.

Por ejemplo, Stiglitz es reconocido como uno de los más crudos opositores de los Acuerdos de libre comercio: Trans-Atlántico y Trans-Pacífico que adelanta el gobierno de su país, los cuales no duda de calificar como “farsa”, porque en su opinión estos acuerdos comerciales “(…) colocan habitualmente los intereses comerciales por encima de otros valores… [que] no deben ser negociables” (Stiglitz, J. “La farsa del libre comercio”,El Espectador, 13 de julio de 2013). 

A primera vista, esta posición podría parecer justamente una crítica; sin embargo, el mismo autor, aclara: 

Si los negociadores crearan un régimen de libre comercio auténtico, en el que se concediera a las opiniones de los ciudadanos de a pie al menos tanta importancia como a las de los grupos de presión empresariales, podría sentirme optimista, en el sentido de que el resultado fortalecería la economía y mejoraría el bienestar social. Sin embargo, la realidad es que tenemos un régimen de comercio dirigido, que coloca por delante los intereses empresariales, y un proceso de negociaciones que no es democrático ni transparente [énfasis propio] (Stiglitz, J. “La farsa del libre comercio”, El Espectador, 13 de julio de 2013). 

Tal y como reza un refrán anglosajón: el diablo está en los detalles. Aquí las críticas realizadas al régimen de libre comercio “dirigido”, la farsa, son para reclamar la necesidad de una versión “auténtica”, un libre mercado puro. Stiglitz en otras oportunidades ha reafirmado esta cofradía con los postulados del neoliberalismo heterodoxo (“la segunda escuela”, según sus palabras), a través de sus críticas a la ortodoxia neoliberal (“la primera escuela” que él considera heredera de Adam Smith), pero exclusivamente para relegitimar el proyecto neoliberal del capitalismo de mercado: 

Durante 200 años, ha habido dos escuelas de pensamiento sobre qué es lo que determina la distribución de los ingresos –y sobre cómo funciona la economía. Una, que surge de los pensamientos de Adam Smith y los economistas liberales del siglo XIX, se centra en los mercados competitivos. La otra — consciente de la forma como el liberalismo de Smith conduce a una rápida concentración de la riqueza y el ingreso—toma como punto de partida la tendencia sin restricciones que tienen los mercados para dirigirse hacia el monopolio. Es importante entender ambas escuelas debido a que nuestros puntos de vista sobre las políticas gubernamentales y las desigualdades existentes se moldean según cuál de las dos escuelas de pensamiento cada uno de nosotros cree que es la que proporciona una mejor descripción de la realidad [énfasis propio] (Stiglitz, J. “La nueva era del monopolio”, El Espectador, 27 de mayo de 2016).

Precisamente, en una entrevista concedida al Nuevo Herald, Stiglitz testificó, en una línea ideológica idéntica a la registrada anteriormente en Francis Fukuyama: 

Soy un crítico de la manera en que se han implementado ciertas versiones del capitalismo... Creo que el capitalismo irrestricto, la desregulación que fue uno de los ejes del capitalismo norteamericano desde el principio de la presidencia de Reagan, es una era que ha llegado a su fin... (El Nuevo Herald entrevista reproducida por El Colombiano, "Los consejos de Joseph Stiglitz", 22 de agosto de 2009). 

Complementando enseguida: 

En rigor, Estados Unidos no tiene lo que podría llamarse un sistema capitalista puro: hemos estado socializando las pérdidas y privatizando las ganancias. Tenemos toda clase de intervención gubernamental, pero desafortunadamente, se trata en general de una intervención destinada a ayudar al sector bancario, a las empresas farmacéuticas, a diversos intereses especiales. Es una suerte de sistema de beneficencia para las corporaciones. De manera que lo que realmente he defendido es una forma más pura de economía de mercado, que no centre su protección en las empresas, sino en la gente. [énfasis propio] (El Nuevo Herald entrevista reproducida por El Colombiano, "Los consejos de Joseph Stiglitz", 22 de agosto de 2009). 

En síntesis, convergiendo con el Vaticano, Merkel, Friedman y Pinochet, Stiglitz se inscribe también en la misma línea de argumentación propia de las corrientes neoliberales heterodoxas, las cuales han criticado férreamente la desregulación y el libertinaje de los mercados −recordemos los adjetivos: monstruoso, desenfrenado, sin límites−, tanto como el poder de los monopolios. Este pensamiento neoliberal crítico del neoliberalismo defiende la presencia estatal en función de una economía “regulada” (aunque no dirigida, dos cuestiones distintas), como presupuesto económico político para garantizar la máxima libertad (“genuina”) de los mercados (9). 

Estos discursos han encontrado su correlativo en expresiones cada vez más sofisticadas en las teorías económicas contemporáneas, más puntualmente: las corrientes de la nueva síntesis neoclásica-keynesiana (véase Puello-Socarrás 2008a), también autoproclamados: los nuevos keynesianos

El rol intelectual, ideológico y tecnocrático que vienen jugando teorías emergentes de este tipo ha sido fundamental para reforzar –esta vez en el campo académico– las críticas neoliberales al neoliberalismo. Esta última denominación y las abusivas alusiones a Keynes no deben confundir. Las verdaderas convicciones de este Frankenstein teórico – “keynesianismo bastardo” como alguna vez Joan Robinson (1962) calificó la primera síntesis neoclásica del premio nobel en economía, J. Hicks en los 1930s, difundida a la postre por P. Samuelson– comparecen plenamente y se refuerzan con el nuevo ideario neoliberal: 

(…) lo que diferencia a esta síntesis de la síntesis neoclásica de la primera posguerra es que sus rasgos neoclásicos son todavía más acentuados, debido a que incorporan la mayor parte de los desarrollos teóricos monetaristas y nuevos clásicos… [citando a Argadoña, Gamez y Mochón, se añade] “los nuevos keynesianos no tienen diferencias a fondo con los nuevos clásicos… en cuanto que el origen de las rigideces se busca no en factores institucionales o sociológicos, sino en la competencia imperfecta de los mercados…”. (Astarita, 2008, p. 199). 

2.3. ¿Hasta ahora se extrañan de las críticas neoliberales al neoliberalismo? ¡Si desde hace varios años es la visión política oficial del FMI! 

Extrañarse por el contenido del artículo de los fondomonetaristas Ostry et alter, como pretende simular D. Rodrik –quien es otro ejemplo de los operadores neoliberales críticos del neoliberalismo– resulta al final simplemente un acto de entusiasta suspicacia. 

Desde febrero de 2010, a través de una Nota del FMI: Repensar la política macroeconómica, documento que abriga las posiciones de su staff, liderado por los nuevos keynesianos, principalmente: Oliver Blanchard, se establecieron los principios generales del “nuevo marco” para la política macroeconómica, con el objetivo de enfrentar la crisis en el corto, el mediano y el largo plazo. 

Allí se inauguraron y oficializaron las nuevas críticas fondomonetaristas al considerado hoy “viejo neoliberalismo”, en la forma en que ya hemos comentado este tránsito (10).

Intentando presentarlos como un acto de contrición respecto al pensamiento convencional mantenido hasta ese momento por el FMI, esta nota proponía la “revisión” de sus axiomas centrales, la conocida dogmática neoliberal y el “consenso (intelectual y práctico) pre-crisis” en donde el entusiasmo orientador había sido la desregulación

El FMI seguía sosteniendo que, sin embargo, el pensamiento y el conjunto de axiomas previos a la crisis habían sido “efectivos y correctos”, puesto que, desde mediados de la década del 2000, “no era insensato pensar que una mejor política macroeconómica podría llevar (…) hacia una mayor estabilidad macroeconómica”. Pero “entonces llegó la crisis”, haciendo que esas opciones de política – plantean - se mostraron inefectivas e incapaces de gestionar los desafíos emergentes (Blanchard et alt 2010). 

Desde ahora la palabra clave y salvadora sería: regulación (11) (recordemos a J. Tirole); subsidiariamente su correlato: gobernanza (12) (no olvidemos E. Ostrom). Este revisionismo fondomonetarista se ha intentado difundir y consolidar a partir de varias publicaciones y eventos auspiciados por desde el FMI. 

Entre los principales se destacan: a) Staff discussion note (abril 2013) a cargo de Olivier Blanchard, Giovanni Dell’Ariccia y Paolo Mauro: “Rethinking Macro Policy II: Getting Granular” (Blanchard et al. 2013), publicación que continúa con las conferencias inauguradas en 2011 (Macro and Growth Policies in the Wake of the Crisis) y que serán tituladas con el mismo objetivo de “repensar” la política macroeconómica: i) First steps and early lessons (2013) (13) y ii) Progress or confusion (2015), lugares donde asisten habitualmente, desde luego, los directores del Fondo Monetario Internacional (en su momento Dominique Strauss-Kahn; hoy: Christine Lagarde ), el Consejero Económico y director de investigaciones del FMI: Olivier Blanchard, al lado de personalidades de los mundos tecnocrático y académico –en su absoluta mayoría estadunidenses–, comprometidos directa o indirectamente con el Fondo (14).

Todos estos lugares de enunciación han sido claves para el reforzamiento del giro ideológico en materia de política macroeconómica en el pensamiento neoliberal y que, en lo fundamental, desarrollan las principales ideas e instrumentos presentados tempranamente en Rethinking macroeconomic policy (Blanchard et alt 2010). 

El antiguo credo fondomonetarista entonces ha visto la necesidad de aprender de esta crisis –la más espectacular en la historia del capitalismo–, y revisar sus presupuestos teóricos y prácticos en lo que se considera ahora una primicia. Este giro empero no pretende extralimitar el statu quoneoliberal, hoy vigente, pero sí propone una versión de nuevo cuño, una síntesis supuestamente novedosa, léase: un neoliberalismo regulado por el Estado (15). 
Este cambio obliga a matizar algunos elementos pertenecientes al programa específico de políticas (nivel instrumental en lo económico y/o social), pero nunca se propone transformar el proyecto político neoliberal –horizonte articulado en torno a la (contra)utopía sobre una futura sociedad de mercado y que se ha materializado a través del paradigma del desarrollo) –, dos cuestiones diferentes. 

Si se interpreta que el neoliberalismo-ortodoxo-fondomonetarista del pasado reciente se transforma en alguna otra cosa distinta por el simple acto de “paliar” –como proponía Tirole–, la utilización de los instrumentos de la política macroeconómica (como es el caso de los estabilizadores automáticos), no se puede aludir ni mucho menos justificar metamorfosis alguna que no sea al interior del neoliberalismo mismo (16). 

Al final de cuentas y a propósito de las herejías de Ostry et alter, el propio FMI, a través de su economista jefe: Maury Obstfeld, ha salido a aclarar esta situación en un boletín titulado con cuidadosa precisión: “Evolución, no revolución: replanteamiento de la política en el FMI”: David Romer (Universidades de California y Berkeley), Stanley Fischer, Nouriel Roubini, José De Gregorio, José Antonio Ocampo, Dani Rodrik y los premios nobel en economía: Michael Spence, Jean Tirole y, desde luego, Joseph Stiglitz.

El FMI desde hace mucho tiempo procura aprovechar las experiencias concretas en el terreno y las nuevas investigaciones para hacer más eficaz su supervisión económica, su asistencia técnica y la forma en que responde a las crisis. (...) Ese proceso no ha alterado fundamentalmente la esencia de nuestro enfoque, que se basa en mercados abiertos y competitivos, marcos robustos de política macroeconómica, estabilidad financiera e instituciones sólidas. Pero sí ha aportado importante información sobre cuál es la mejor forma de alcanzar esos resultados de una manera sostenible. [énfasis propio] (Obstfeld, 2016).

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