De rebote, la política
arancelaria de Trump ha sacado a la superficie el grave error europeo,
consistente en mantener bajos los salarios para favorecer las exportaciones.
Superávit comercial con bajos salarios; esa es la clave de la política
económica de la UE.
Trump y los aranceles
18 abril, 2025
EL FUNCIONARIO
DEL CAPITOLIO Y LA DAMA EN EL ESPEJO
Por Gianmarco
Oro
- Introducción
Durante la
campaña electoral de 2024, Donald Trump anunció su intención de colocar en el
centro de su agenda política una atención particular al creciente déficit
comercial estadounidense, que en 2022 alcanzó los 943 mil millones de dólares.
Ya durante su
primer gobierno, Trump había adoptado una serie de medidas proteccionistas
destinadas a reducir el déficit comercial con China, imponiendo aranceles de
entre el 30% y el 50% a los paneles solares en enero de 2018 y, desde marzo,
del 25% al acero y del 10% al aluminio. Estas medidas, no revocadas por la
administración Biden, sientan el precedente sobre
el cual Trump pretendía continuar la guerra comercial iniciada con China en
2018, pero extendiéndola ahora a todos los países con un superávit comercial
significativo con Estados Unidos, en particular la Unión Europea, que en 2024
registró un saldo positivo con EE. UU. equivalente a 48 mil millones de euros
(Eurostat, véase Parlamento Europeo, 2025). Por ello, a partir del 2 de abril
de 2025, Estados Unidos pretende imponer aranceles del 20% a las importaciones
procedentes de la UE de acero, aluminio y productos que contengan estos
materiales, incluidos maquinaria, automóviles, equipos de fitness,
electrodomésticos, dispositivos electrónicos y mobiliario.
En respuesta,
la UE planea reaccionar con una estrategia multifacética que incluirá tanto
acciones diplomáticas como quejas ante la Organización Mundial del Comercio, y
medidas de represalia como la introducción de aranceles sobre productos
estadounidenses específicos, tales como acero, aluminio, textiles,
electrodomésticos y utensilios domésticos, plásticos, productos de madera y
productos agrícolas, aves de corral, carne de res, pescado, productos lácteos,
azúcar y verduras (véase Comisión Europea, 2025). A los deberes, contradeberes:
represalia, venganza. ¿Con qué fin?
- La naturaleza de los aranceles aduaneros y sus efectos a corto plazo
Para comprender
el significado de los aranceles sobre las importaciones, es imprescindible
definir su naturaleza. Un arancel es un impuesto que puede aplicarse al valor
del bien importado. La medida tiene un doble objetivo: por un lado, sirve para
proteger determinados sectores industriales nacionales para hacer frente a la
caída del empleo y el déficit comercial; Por otra parte, es útil para generar
ingresos fiscales para el gobierno que lo introduce.
Al aplicar un
arancel del 20% al acero europeo y a los productos fabricados con él (como los
automóviles), Trump pretende aumentar artificialmente el precio que deben
afrontar los consumidores y productores estadounidenses. De esta manera, a los
operadores económicos de Estados Unidos les resultaría más conveniente
sustituir las importaciones por sus propias producciones nacionales.
Este mecanismo,
sin embargo, puede generar beneficios en términos de empleo y balanza comercial
sólo si la demanda de los productos involucrados es altamente elástica, es
decir, si las importaciones pueden disminuir al menos proporcionalmente al
aumento de su precio. En el caso de que la producción nacional pueda compensar
la reducción de las importaciones y el aumento de los precios de los productos
básicos energéticos –como ocurre, por ejemplo, con las materias primas
energéticas si el territorio nacional carece de ellas–, la introducción de los
aranceles aduanales no aporta ningún beneficio, sino que únicamente provoca un
aumento de los precios de los productos básicos nacionales. Según un reciente
estudio de la SVIMEZ (2025), basado en los coeficientes de elasticidad
estimados por el Consejo Nacional de Comercio de Suecia, este podría ser el
efecto real de las medidas de Trump sobre los productos europeos en cuestión.
En concreto, un descenso del 20% conllevaría una disminución de las
exportaciones italianas del 8,6%, lo que correspondería a un aumento
equivalente de la producción nacional, acompañado de una presión inflacionista.
Así pues,
llegamos al punto central de la cuestión: si el efecto sobre la demanda
agregada resulta negativo o, en la mayoría de los casos, neutro, y el efecto
sobre los precios, por el contrario, inflacionista, los principales afectados
por las consecuencias de los derechos serán los trabajadores, tanto
estadounidenses como europeos. Por una parte, los puestos de trabajo creados
gracias a la protección de la producción nacional podrían no compensar a los
que se pierden por el aumento de los costes de producción, mientras que la
incertidumbre en los mercados internacionales podría desalentar nuevas
inversiones. Por otra parte, los aranceles sobre los insumos intermedios
provocarían un aumento de los costos a lo largo de toda la cadena industrial
posterior, hasta el punto de incidir en los precios de los bienes de consumo,
dando como resultado una consiguiente erosión del poder adquisitivo de los
salarios y un empeoramiento de la distribución del ingreso
En otras
palabras, con excepción de los gobiernos, que se beneficiarían de un aumento
sustancial de los ingresos fiscales debido a los aranceles introducidos, los
únicos capaces de obtener el mejor resultado de la guerra comercial serían un
nicho estrecho de industriales activos en los sectores protegidos por los aranceles
quienes, protegidos de la competencia extranjera, verían fortalecido su grado
de monopolio con una consiguiente expansión de los márgenes de beneficio
incluso en presencia de una contracción de las ventas.
- Sobre las intenciones de Trump
Después de
haber esbozado un retrato bastante estilizado de la compleja e incierta
situación desatada por los aranceles impuestos por los EE.UU., es oportuno
reflexionar sobre los objetivos políticos que Trump pretende perseguir con su
guerra comercial.
Durante su
última campaña electoral, Trump afirmó repetidamente que “Europa nos ha tratado
mal”. Este elemento es esencial para entender el contexto de la guerra
comercial: Estados Unidos no se percibe como un agresor, sino como una parte
perjudicada que reacciona ante un desequilibrio en las relaciones comerciales
considerado intencional e injusto. ¿De dónde surge esta percepción?
El quid de la
cuestión es que, tras la contracción de la demanda interna europea de las
últimas décadas –determinada primero por la deflación salarial (a través de las
reformas del Harz en Alemania, la Jobs Act y la reforma de Fornero en Italia,
la reforma del mercado laboral en España y los programas de la Troika en
Grecia) y luego por las políticas de austeridad (el llamado pacto
fiscal )– combinada con la devaluación periódica del euro (de 1,5
dólares en 2011 a 1 dólar en 2024), la eurozona ha aumentado progresivamente su
superávit comercial con EEUU. La caída de la demanda ha provocado menos
importaciones, mientras que la caída de los salarios y del tipo de cambio ha
aumentado la competitividad de las exportaciones fuera de la eurozona.
De hecho, a
partir de 2012, los Estados Unidos han financiado el superávit europeo con un
creciente déficit comercial, que ha venido acompañado de fenómenos de
desindustrialización y paro, como consecuencia del hecho de que la eurozona ha
alcanzado una devaluación interna y externa que, a través de la compresión del
coste del trabajo y de la relación dólar-euro, ha reducido los precios de los
productos europeos en el mercado estadounidense..
El objetivo de
Trump con esta guerra comercial parece ser el de traer capital de vuelta a
Estados Unidos o, alternativamente –lo que para sus fines políticos es un
resultado equivalente– obligar a las empresas extranjeras a invertir en plantas
de producción en suelo estadounidense. El mensaje implícito sería que las
multinacionales no pueden explotar simultáneamente el acceso privilegiado al
enorme y próspero mercado estadounidense y los bajos costos de producción
garantizados por el arbitraje salarial global. Los aranceles representan el
elemento disuasorio económico a partir del cual se inician negociaciones
bilaterales con otros países para negociar posibles descuentos.
- La dama en el espejo
Llegamos a la
segunda parte, que se refiere a la respuesta de la presidenta Ursula von der
Leyen. Su reacción inmediata fue planificar una represalia similar, es decir,
la imposición de derechos de aduana a los productos estadounidenses. Sin
embargo, a la luz de la dinámica analizada, surge una pregunta importante:
¿tiene sentido, desde el punto de vista diplomático, adoptar contramedidas que
sólo exacerbarían las tensiones que dieron origen a la guerra comercial de
Trump? En otras palabras, ¿tiene sentido imponer aranceles aduaneros cuando ha
existido un superávit comercial exorbitante durante una década, que es la
condición que ha empujado a Estados Unidos a introducir sus medidas
proteccionistas?
Una perspectiva
alternativa, que Von der Leyen sigue ignorando, es la esbozada por Mario
Draghi, quien durante 2024 ha criticado reiteradamente las opciones de política
económica adoptadas en la eurozona –pese a haber sido uno de sus principales
intérpretes en el pasado, pero, como suele ocurrir, la historia lleva a
reconsiderar las cosas.
En su discurso
de abril en La Hulpe, dijo: “Hemos seguido una estrategia deliberada de
reducción de los costos salariales y, cuando se combina con una política fiscal
procíclica, el efecto neto solo ha sido debilitar nuestra demanda interna y
socavar nuestro modelo social”. En su análisis para el CEPR en diciembre,
reiteró: “Las políticas europeas han tolerado el bajo crecimiento salarial como
medio para aumentar la competitividad externa, lo que agrava el débil ciclo
renta-consumo. Desde 2008, el crecimiento salarial real anual promedio ha sido
casi cuatro veces mayor en Estados Unidos que en la eurozona” (Draghi, 2024, p.
2). Entre estas dos intervenciones se publicó su detallado Informe sobre la
Competitividad Europea, dividido en dos volúmenes, en el que se analizan las
estrategias de inversión que necesita Europa en los sectores de la alta
tecnología, la energía y la defensa.
Hay que
entender que la solución que propone sería abandonar el modelo exportador
adoptado hasta ahora, que no ha demostrado ser un factor de crecimiento en
sentido estricto, sino más bien un modelo estancacionista. En última instancia,
la sugerencia de Draghi sería relanzar las inversiones para llenar la enorme
brecha tecnológica acumulada con respecto a EE.UU. y China, así como apoyar el
crecimiento de los salarios para asegurar un retorno adecuado de las
inversiones a través de la expansión del consumo interno y, finalmente,
financiar las transferencias gemelas a través de un programa de déficits públicos
coordinado a nivel supranacional (la llamada «deuda común europea»). Sin
embargo, en ausencia total de condiciones políticas compatibles, no parece que
un programa de ese tipo pueda adoptarse en tiempo y forma con la urgencia que
impone la guerra comercial.
Ante esta
situación, Von der Leyen opta por asumir el papel de «dama en el espejo», que
refleja los movimientos de EE.UU. sin delinear ninguna estrategia autónoma a
largo plazo. Este enfoque contraproducente corre el riesgo de penalizar a los
propios ciudadanos europeos, que se encontrarían enfrentados simultáneamente a
una doble presión: por un lado, la reducción de aquellas exportaciones que
hasta ahora han representado una de las principales fuentes de ingresos y
empleo; por otro, los aumentos de precios generados por los contraaranceles,
que erosionarían aún más su poder adquisitivo ya reducido por las políticas de
austeridad y la inflación energética post pandemia.
Fuente: maggiofilosofico
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