Rebelión
Jadaliyya.com
05-12-2015
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo
Fernández.
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Es imposible
resumir en un artículo las múltiples dinámicas en funcionamiento en la escalada
del terrorismo masivo que la pasada semana ha herido sucesivamente al Líbano
y a Francia. Sin embargo, es necesario repetir los mismos hechos obvios una y
otra vez, confiando en que un día los cínicos y los payasos que nos gobiernan
encuentren el coraje necesario para poner fin al círculo vicioso.
Terror para
todo el mundo
A diferencia de
algunos delirantes expertos, debemos recordarnos a nosotros mismos que estos
ataques no golpean a Occidente o Francia “por lo que son”, como Daniel Pipes
sugirió una vez. Sin embargo, editorialistas del tres al cuarto, junto a
respetados académicos como Jean-Pierre
Filiu, propagaron esta idea tras los ataques del viernes 13. Algo
que permite que los aduladores de la “democracia liberal”, del capitalismo
competitivo y del farisaísmo occidental encuentren refugio en la comodidad de
un esencialismo ingenuo. Por tanto, no hay razón para más debates: somos tan
felices, libres y poderosos que no les queda más remedio que envidiarnos y
odiarnos al mismo tiempo, lo que hace que esos supuestos expertos reproduzcan
el desfasado esquema del “choque de civilizaciones”. El hecho de que algunos
gobiernos hayan llevado muerte y destrucción por todo el mundo perpetrando
bombardeos policiales e imprecisos
ataques con aviones no tripulados no tiene nada que ver con este
resentimiento.
Más allá del
hecho de que “Occidente” no exista como unidad política y del largo historial
de actos violentos cometidos por muchos gobiernos, esta idea niega otro hecho
obvio: el infernal ciclo de terrorismo y contraterrorismo se ha extendido mucho
más allá de la supuesta confrontación “Oriente-Occidente”. Los combatientes
nigerianos de Boko Haram,
que secuestran, masacran y se inmolan, aunque pueden pretender luchar contra la
educación al estilo occidental responden sin embargo a una amplia gama de
dinámicas políticas y económicas locales. Matan a otros nigerianos cuyo
supuesto “estilo de vida” tiene mucho menos que ver con el mío que el de un
burgués en Doha.
Le Monde encuentra una complacencia
escandalosa en describir una Francia que tiene el privilegio de ser
el foco del odio yihadista. Nosotros –los galos laicos- deberíamos pensar por
tanto que somos un tipo de víctimas diferentes de los libaneses que murieron en
una barriada chií en Beirut, los doscientos rusos del Sinaí o los ciento y pico
manifestantes de izquierdas en Ankara. Pero nuestras “democracias liberales” no
son el principal objetivo de los yihadistas. Desde la insurrección
en Iraq a su divorcio de Al-Qaida, la genealogía de Da’esh demuestra que el
extremismo antichií es la base de la ideología de la organización. Antes de
eso, el trágico resultado de la violencia takfiri en Argelia demuestra
que va principalmente dirigida contra aquellos que han sido calificados de
apóstatas. ¿Cuántas veces tendremos que repetir que la inmensa mayoría de esos
ataques se dirigen contra los musulmanes a fin de poner fin a esta vieja
sintonía del odio contra lo occidental?
Nuestros
monstruos, nuestra responsabilidad
Y más
problemático aún, se da por supuesto que Occidente, cuyos valores se colocan en
la cima de la jerarquía de las civilizaciones, representa a toda la humanidad.
Por tanto, una Francia doliente ha recuperado su papel como ejemplo de
universalismo. En Washington, Barack Obama describió los ataques de la noche
del viernes como un desafío a “toda la
humanidad y a los valores universales que compartimos”. En París, el
presidente del parlamento, Claude Bartolone, citaba a Thomas
Jefferson, declarando que “toda persona tiene dos países: el suyo y
Francia”. No voy a abundar en la ironía del tango de amor entre el gobierno
francés y su homólogo estadounidense cuando uno es completamente consciente de
la abrumadora responsabilidad del segundo provocando el caos actual en Oriente
Medio y sus consecuencias para Europa. Pero, ¿qué vamos a decir a los kurdos o
tunecinos que pueden al parecer morir asesinados sin ofender a la
“humanidad”? ¿De qué tipo de humanidad estamos hablando cuando siempre se
invoca el mismo grupo de personas?
Como sabemos,
el universalismo humanista incluye necesariamente formas de exclusión. También
nos protege de lo que no queremos ver en nuestros países de origen. La
“humanidad” es un concepto conveniente al ayudarnos a olvidar que nuestros
Estados y sus homólogos pakistaníes, árabes o africanos han sembrado
activamente el odio que entristece París y Beirut hoy, Nairobi y Mumbai ayer.
En cuanto a los monstruos que entraron en una sala de conciertos y dispararon
contra jóvenes desarmados, estos gobiernos los fabrican. Nosotros los
fabricamos. Esos monstruos –que cumplieron su sueño de volar en pedazos
por una explosión que ellos desencadenaron- no tienen alas ni colmillos. Son
franceses y belgas. Han nacido y crecido en nuestro preciado “mundo
occidental”. Por supuesto que son individualmente culpables de un baño de
sangre que revela la pérdida de cualquier tipo de empatía. Por ello, la
ausencia de un más allá después de su suicidio es el castigo definitivo. Pero
son los Estados francés y belga los responsables de crear las
condiciones estructurales de una transformación tan espantosa.
En cuanto a
nosotros, que cerramos los ojos frente a la violencia de la segregación
espacial y racial, que nos rendimos al diktat de un ordoliberalismo
insensible, que celebramos la venta de armas a países emergentes como un
triunfo de la competitividad nacional, también compartimos la carga de la
responsabilidad. La falsa oposición entre la barbarie que nos amenaza y la
civilización que nos define es una mera mistificación. Es un discurso que niega
las causas estructurales y oculta la ausencia de una respuesta política
adecuada.
¿Ganar la
guerra? ¿Cómo se hace eso?
Como pavonearse
en la televisión nacional para demostrar la incompetencia y la incapacidad de
uno para producir nuevas ideas resulta siempre positivo para los índices de
audiencia, el primer ministro Valls no perdió la oportunidad de alardear en TF1
(el principal canal privado francés). Vamos a “devolver golpe por golpe” a este
“ejército yihadista terrorista”, dijo,
mientras se toqueteaba la barbilla. Frente a tanto belicismo, un humilde ciudadano
como yo se queda sin habla.
La guerra
contra el terrorismo empezó hace quince años, y el único resultado ha sido una
persistente y precipitada avalancha de violencia. Jacques Chirac –un presidente
reaccionario y deshonesto pero que no carecía de inteligencia- tuvo el sentido
común de condenar la invasión anglo-estadounidense de Iraq. Más de diez años
después, los tan cualificados tecnócratas que usurparon el término de
socialista no tienen como respuesta más que la guerra y la represión ante el
asesinato de 139 de sus conciudadanos. A lo largo de la pasada década, Sadam
fue ahorcado, Al-Zarqaoui pulverizado y Bin Laden atrapado y liquidado. Durante
la pasada década, el presidente Obama dio su autorización personal a miles de
asesinatos extrajudiciales sin que su humanidad llegara a cuestionarse. Durante
la pasada década, el terrorismo no ha disminuido sino que se ha complementado
de la guerra civil siria, provocando el exilio de millones de personas.
Es
definitivamente verdad que una vez que se llegue a un acuerdo en la forma de
transición política en Siria, la enérgica acción de las potencias globales y
regionales podrían derrotar a Da’esh como estructura territorializada de tipo
estatal. Sin embargo, esto no implica el fin de las redes terroristas y los
ataques oportunistas. Es muy poco probable que un mundo donde coexisten la
injusticia, la tiranía y los kalashnikovs a un precio de dos mil euros, pueda
pacificarse con bombardeos, invasiones militares y esfuerzos de reconstrucción
que benefician principalmente a los grandes contratistas privados. Esa fórmula
no es mágica, es simplemente estúpida.
En cuanto a la
técnica de la ciudadela asediada que lanza continuamente ataques preventivos
–propugnados por genios como Benyamin Netanyahu-, el estado de psicosis que ha
caracterizado a la sociedad israelí durante los pasados diez años muestra que
no solo es algo ineficaz sino también tóxico.
Vigilancia
policial sin protección
El gobierno
francés puede continuar ampliando los registros sin orden judicial que ha
estado llevando a cabo desde el sábado por la noche. Esto no va a cambiar otro
simple hecho: que los servicios de seguridad no van a poder impedir futuros
ataques. Nunca tendrán tal capacidad, a menos que aceptemos una orientación
totalitaria para nuestra sociedad además de una vigilancia sistemática de las
comunicaciones. Los miles de millones de conversaciones que ya han estado
escuchando y los correos electrónicos y direcciones de IP que han estado
grabando, no les ha ayudado a localizar a un montón de pequeños delincuentes
radicalizados que están organizando su ataque sobre París utilizando su Playstation 4.
Pueden situar un poli en cada esquina pero esto no impedirá que terroristas
oportunistas aprovechen los inevitables
lagunas de seguridad.
Uno debería
preguntarse por qué nuestros gobernantes están continuamente abogando por una
mayor vigilancia dado que nunca podrán asegurar la seguridad en cada centímetro
de su territorio. Desde luego, uno puede considerar esto en términos de la
tentación autoritaria inherente a toda policía o gobierno. Sin embargo, la
respuesta más probable recae en la irresponsabilidad que caracteriza a todas
las burocracias, como Hannah Arendt señaló una vez. Intentando eludir las
críticas, los ministerios y los servicios encargados de la seguridad se
protegen a sí mismos a expensas de nuestras libertades individuales, sin
solucionar la amenaza terrorista que su guerra contra el terror ha fomentado.
El espíritu del terrorismo necesita de la burocracia para sobrevivir, ya que el
terrorismo no ha estado nunca mejor complementado que por la banalidad del mal.
Para una mente sana, sólo queda impotencia y
dolor.
No había otra
posibilidad: dos días después de los ataques dirigidos contra los jóvenes
parisinos, François
Hollande no tenía nada más que proponer que la retórica de la guerra
y otro refuerzo de los poderes excepcionales. Incapaz de cumplir con su
responsabilidad histórica, de enfrentarse a las crecientes presiones de los halcones
que denuncian una invasión de los sarracenos, fiel a una constante y asombrosa debilidad,
el presidente francés ofrece más guerra contra el terror para combatir
la “guerra del terrorismo”. Ni siquiera puedo decir que me siento sorprendido.
Al concluir
este artículo, me hubiera gustado sostener que estos ataques nos ayudarán a
darnos cuenta de la tragedia a que se enfrenta Oriente Medio desde 2003, o que
nos permitiría comprender totalmente las causas del exilio de millones de
sirios, afganos, iraquíes y muchos otros. Me habría gustado afirmar que, al fin
y al cabo, puede que haya espacio para alguna forma de humanidad tras los
recientes sucesos. Pero todo en la conducta de nuestros gobernantes, en Francia
y en otros lugares, apunta a lo contrario.
Thomas Serres
es profesor de la Universidad Jean Monnet en Saint-Étienne.
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