Crisis en el régimen: los aspectos morbosos empiezan a
ser dominantes
El Viejo Topo
12.12.2020
El acto de
celebración de la Constitución refleja muy bien la realidad política del país.
Por un lado, la presidenta del Congreso llamando a la conciliación, a la
integración y al debate democrático; por otro, un coro lejano, que a veces se
superponía a su propio discurso, pidiendo la dimisión del Gobierno y criticando
a una clase política en nombre, paradójicamente, de la Constitución. La ley
fundamental de España se está convirtiendo en un significante vacío, en un
instrumento más, en una lucha política que está, lentamente, no hay que
olvidarlo, cambiando la correlación de fuerzas del país. Los que ardorosamente
defienden la Constitución no están de acuerdo con ella ni en su espíritu ni en
su letra, y la incumplen sistemáticamente; los que quieren reformarla o
revisarla, lo hacen para profundizar en los derechos y libertades con el
objetivo explícito de garantizar el efectivo autogobierno del pueblo.
Sabemos que la
fortaleza de una Constitución reside en su capacidad para reformarse, para
adaptarse a los cambios sociales y culturales, manteniendo principios, valores
e instituciones. El problema originario es también conocido: esta Constitución
no está ideada para ser reformada en sus aspectos sustanciales. Hay, al menos,
cuatro cuestiones que obligarían a su perfeccionamiento: las relaciones con la
Unión Europea, la llamada cuestión territorial, los derechos sociales y la
regulación de la Corona. ¿Por qué no se afrontan? Por el miedo a que se vuelva
a plantear el debate entre monarquía o república. Una Constitución que no se
autorreforme se va separando cada vez más de la realidad que pretende ordenar y
progresivamente va perdiendo su carácter normativo. El miedo a cambiar de
régimen está propiciando la involución política y el cuestionamiento de la
democracia constitucional.
El fenómeno de
Vox no ha sido valorado en su especificidad histórica. Los insoportables
debates sobre el fascismo, los viejos y nuevos; los populismos en sus
diferentes versiones y la calificación abusiva del término democracia, nos
lleva directamente a no entender fenómenos históricos precisos, diferenciados y
singulares. Vox no es un atavismo del pasado ni populismo de derechas y, mucho
menos, una fuerza fascista. Es el producto de una coyuntura precisa y en
condiciones político culturales definidas. En primer lugar, es la consecuencia
de un cambio fallido, frustrado. El 15M fue una rebelión democrática de amplio
espectro social y generacional que pretendía una regeneración del sistema
político, una democratización de la economía y derechos sociales para todas y
todos. Lo que vino después es conocido: el surgimiento de Podemos, la fortísima
reacción de los poderes fácticos y el agotamiento del impulso del cambio.
Cuando esto ocurre, la situación ya no es la misma. Todo el sistema político gira
más a la derecha y los poderes se refuerzan. Antonio Gramsci hablaba de aquel
tipo de crisis donde lo viejo muere y lo nuevo no acaba de nacer, apareciendo
lo que él llamaba los aspectos morbosos. Vox es centralmente esto: degradación,
degeneración, autoritarismo.
La crisis del
Estado, en segundo lugar, ha sido el catalizador del surgimiento y desarrollo
de Vox. Cuando “cuestión social” y “cuestión nacional” se entrecruzaron, se
bloqueó la posibilidad del cambio político y se propició la aparición un nacionalismo
español de masas. Estas cosas suelen ocurrir. Llevar a un Estado social y
democrático a una crisis existencial genera consecuencias en la sociedad, en
los aparatos e instituciones estatales y en los alineamientos políticos
fundamentales. Más de 40 años después de nuestra Constitución se hace visible
una fuerza nacionalista, neoliberal, monárquica y nacional-católica. Lo hace
sin complejos, defendiendo la legitimidad histórica del franquismo y
negándosela a la izquierda en cualquiera de sus versiones. Los que esperaban
que fuese un fenómeno temporal y marginal se equivocaron. Vox cumple el papel
asignado por Cas Mudde a otras extremas derechas de la Unión Europea, a saber,
radicalizar a las derechas mayoritarias y reorganizar la agenda pública en clave
autoritaria.
Hemos pasado,
insisto en ello desde hace tiempo, de una “crisis de Régimen” a una “crisis en
el Régimen”. ¿Cuál es el dato fundamental? La automatización de los
aparatos e instituciones del Estado. La crisis deja el espacio público y retorna
al Palacio. Las líneas de mando se deshacen y las jerarquías se hacen más
inciertas. La” Patria en peligro” moviliza muchas voluntades, sobre todo, en
las Fuerzas Armadas y de seguridad. Desde que surgió Vox los neo franquistas no
disimulan, defiende con audacia sus posiciones y dejan atrás viejos eufemismos.
Lo fundamental es organizarse y movilizarse contra un gobierno social-comunista
que es el instrumento, sobre todo, de la desintegración de España.
Conspiraciones
siempre existen; ahora también. Daniel Bernabé las ha
documentado con mucha pericia. ¿Cuál es el objetivo? Echar del
Gobierno a Unidas Podemos para propiciar un gobierno de concentración que
normalice al país. Si, este es el objetivo; pero ¿cuál es el objetivo de
verdad?: una nueva restauración. Defender la Constitución para acabar con ella.
De “ley a ley” significará poner fin a un constitucionalismo social devaluado,
limitar aún más los derechos laborales y sindicales, “democracia militante” que
expulse a las fuerzas totalitarias de la vida pública definidas según los
conocidos criterios de Santiago Abascal; en fin, liquidar el “Estado
autonómico” e imponer un nuevo centralismo. ¿Programa máximo? Sin duda. Serán
útiles como fuerza de choque y ayudarán al objetivo final.
La pregunta hay
que hacerla: ¿cómo es posible tanta y tan radical oposición para un programa de
Gobierno tan moderado? Lo de social-comunista, todos lo saben, es más una
descalificación que una definición de una propuesta que solo con anteojeras muy
marcadas cabe denominar socialdemócrata. ¿Por qué? Siempre nos olvidamos de los
poderes, de los que mandan y no se presentan a las elecciones. La Trama siempre
está ahí; acostumbra a pensar a largo plazo y con una visión estratégica. ¿Cuál
es su problema? El de siempre: el Estado y su control. La crisis es tan
profunda, tan radical que los grandes negocios de la burguesía patrimonialista
van a tener que ser rescatados por segunda vez en diez años. No pueden vivir
sin el apoyo constante de las instituciones públicas; necesitan de una clase
gobernante fiel y claramente alineada con sus intereses. En un mundo dominado
por los grandes fondos de inversión, con un sistema financiero en quiebra, con
unas estructuras productivas en reconversión acelerada necesitan del apoyo del
gasto público, ponerlo a su disposición y servicio. Y algo más grave: pronto
vendrá la reacción de los mercados y los dictados de la Unión Europea exigiendo
consolidación fiscal. ¿Quién disciplinará a una población que ha oído mil veces
que los tiempos de la austeridad terminaron?
Para los
poderes dominantes, el Gobierno de coalición PSOE-UP es un problema tanto por
lo que hace como por lo que no hace y debería hacer. Pretender reforzar el
débil Estado social en medio de una crisis como esta, les parece un error de
grandes dimensiones, sobre todo si se le acompaña de una mayor protección
social y el reconocimiento de nuevos derechos. Hay cuatro cuestiones decisivas
que determinarán el futuro del Gobierno y de sus relaciones con los poderes
económicos: el modelo productivo y el uso de los fondos europeos; el modelo
sanitario, la reforma laboral y la permanente cuestión de las pensiones. La
ministra Calviño anda negociando estos temas y siempre hay que esperarse lo
peor. Pablo Iglesias sigue recomponiendo su proyecto desde la acción del
Gobierno, algo inusual. Con cada enfrentamiento o controversia en el Gobierno
intenta marcar dirección y definir perfil. Continuación del conflicto por otros
medios. Pedro Sánchez, por ahora, sigue avalando el Gobierno de coalición. Los
poderes saben que es presionable y lo harán a fondo. Las directrices vendrán,
una vez más, de Bruselas.
Se vuelve a
hablar de ruidos de sables y de golpes de Estado. En momentos en que la
inseguridad, la incertidumbre y el miedo se adueñan de un país confinado
-insisto, confinado- noticias como estas generan confusión, temor y añaden
miedo al miedo. Los de siempre siguen ahí y nos advierten que, al menos, 26
millones estamos vigilados y en libertad condicional ¿Hay que tomárselo en
serio? Sí, pero sin confundir las voces con los ecos. Me siguen asombrando
aquellos que hablan de que nuestra pertenencia a la UE y a la OTAN no salva de
un posible golpe de Estado. ¿Cuándo Europa defendió nuestras libertades y
derechos? ¿Cuándo? Nosotros sabemos mucho de golpes de Estado,
pronunciamientos, asonadas. Somos maestros. Además, hay golpes y golpes. En
tiempos de “guerras híbridas”, de “conflictos asimétricos” las cosas son más
sutiles. Una cosa parece clara: la mejor defensa de la democracia consiste en
expandirla, profundizarla. El jefe del Estado debería medir con mucha precisión
las consecuencias de una pretendidamente hábil neutralidad cuando lo que están
en cuestión son las libertades públicas y los derechos sociales conquistados
tras cuarenta años de dictadura.
Artículo
publicado originalmente en Cuarto Poder.
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