domingo, 20 de abril de 2025
Integración en la Gran Eurasia
Este esclarecedor texto
de Karaganov –que no es un cualquiera– revela lo que piensan los rusos de
Occidente y sobre todo de sí mismos. Texto inquietante que manifiesta una
voluntad decidida y un proyecto social, económico y geopolítico claro y rotundo.
Integración en la Gran Eurasia
El Viejo Topo
20 abril, 2025
INTEGRACIÓN EN
LA GRAN EURASIA
El ciclo actual
de cambios rápidos y profundos sin precedentes –geopolíticos, geoeconómicos y
(hasta ahora en menor medida) geoideológicos– se remonta a fines de la década
de 1960 y principios de la de 1980, cuando surgieron los primeros signos de
crisis en Occidente. Reagan intentó evitarlo con un agresivo intento de
restaurar la superioridad militar y borrar las consecuencias de la derrota
total en Vietnam y el embargo petrolero árabe. El Japón ocupado, que seguía
creciendo a un ritmo notable, fue aplastado por los estadounidenses mediante la
presión político-militar y económica, una guerra de propaganda, la revaluación
del yen y cuotas de exportación. El crecimiento de Japón ha caído a cero y
todavía lucha por superar el estancamiento. Incluso antes de Reagan, los
estadounidenses habían intentado, con la Comisión Trilateral, consolidar una
Europa estancada en torno a unos Estados Unidos debilitados, tal como lo están
haciendo ahora.
Entonces
ocurrió un milagro: la Unión Soviética y el campo socialista dejaron de
existir, renunciando a su papel de freno y de equilibrio. China se ha embarcado
en un camino de desarrollo cuasicapitalista. Mil quinientos millones de
trabajadores mal pagados y consumidores hambrientos de China, la ex URSS y el
campo socialista se han unido a la economía global (ahora enteramente
occidental), estructurada para desviar la riqueza global hacia Occidente.
El sistema
vascular de Occidente recibió una poderosa inyección de glucosa y adrenalina.
Se rompió el estancamiento económico. Por un momento pareció que Occidente,
hasta entonces en decadencia, no sólo había revertido su tendencia descendente,
sino que había alcanzado la victoria final, dando origen a un mundo unipolar y
al “fin de la historia”.
Pero las
fuerzas profundas subyacentes a su degradación continuaron su trabajo. Una de
las razones más importantes de la crisis de Occidente, que apareció ya en la
década de 1960, fue el logro de la paridad estratégica con Occidente por parte
de la Unión Soviética, que privó a Occidente de la superioridad militar que le
había permitido –a través del simple saqueo y pillaje colonial, luego a través
del neocolonialismo, y recientemente a través de instituciones y regímenes
internacionales subordinados– robar las riquezas del planeta y que había
apoyado el liderazgo político, económico y cultural global de Occidente durante
casi 500 años (Karaganov, 2019).
En la década de
2000, Rusia despertó de la ilusión occidental y se dio cuenta de que su
integración en ese sistema, en igualdad de condiciones, era imposible. Con
excepción de un estrato estrecho de la burguesía compradora y de la
intelectualidad orientada y educada hacia Occidente, la sociedad rusa ha
comenzado lentamente a salir de esta estructura desfavorable. En aquel momento,
Occidente, cautivado por su victoria, pasó por alto el ascenso de China.
Occidente estaba convencido de que el milenario Estado-civilización chino, tras
haber adoptado el camino del capitalismo, se volvería democrático y que su
sistema político interno se debilitaría y se adaptaría a la corriente política
occidental. Todavía eufóricos por su “victoria”, Estados Unidos se vio envuelto
en Afganistán e Irak, donde la derrota puso a prueba severamente su supuesta
omnipotencia militar. Las enormes inversiones en fuerzas convencionales no han
tenido ningún retorno político.
La crisis
económica de 2008 y el fracaso de la invasión georgiana de Osetia del Sur
apoyada por Estados Unidos han desencadenado un nuevo ciclo de decadencia de la
influencia occidental, mucho más dramático que el de finales de los años 1960 y
de los años 1970. El modelo occidental de desarrollo económico ya no era atractivo.
Tras reconocer finalmente la imposibilidad de llegar a un acuerdo con Estados
Unidos, Rusia comenzó a rearmarse y reformar sus fuerzas convencionales. Pero
incluso antes, después de que Estados Unidos se retirara del Tratado ABM
(exponiendo así su deseo de superioridad nuclear y, por lo tanto, política),
Rusia (todavía pobre en ese momento) se sacudió las ilusiones occidentales y
comenzó a modernizar sus fuerzas estratégicas, con resultados que empezaron a
verse a fines de la década de 2010. El país estaba recuperando la confianza y
cuestionando abiertamente la hegemonía y la expansión
estadounidense-occidental. El nuevo rumbo fue proclamado efectivamente por el
presidente Vladimir Putin en su famoso discurso en la Conferencia de Seguridad
de Munich en 2007 y reiterado en la cumbre de la OTAN en Bucarest en 2008,
cuando el presidente ruso advirtió que la adhesión de Ucrania a la OTAN
significaría el fin de Ucrania (Kommersant, 2008).
A finales de la
década de 2000, estos factores militares, económicos y políticos habían
desencadenado los actuales cambios tectónicos globales que están teniendo lugar
ante nuestros ojos. El sistema mundial anterior es sacudido por un terremoto
sin fin. Rusia, en su afán por mantener su seguridad y soberanía, desempeñó un
papel estratégico-militar crucial en este proceso, y tal vez incluso lo
desencadenó parcialmente.
Curiosamente,
los dirigentes de Moscú no entendieron, y aparentemente siguen sin entender,
que el país ha hecho una vez más una contribución significativa a una
revolución geopolítica y geoeconómica global.
Nuestro país
está volviendo a su esencia política y social euroasiática histórica,
volviéndose hacia el Este y poniendo fin al período petrino de orientación
cultural, ideológica y económica unilateral hacia Europa y Occidente, pero sin
rechazar el legado de Pedro, es decir, las raíces principalmente europeas de
nuestra alta cultura (mientras que nuestra tradición política y social es más
cercana a la asiática). La excepcional apertura cultural, heredada en gran
medida de los mongoles, es una poderosa fuente de influencia ideológica en el
mundo alternativo que Rusia está promoviendo.
El sistema de
globalización creado por Occidente desde la década de 1980 se está
desmoronando. En lugar del esperado gobierno mundial (esencialmente occidental)
y la dominación de las corporaciones transnacionales y las ONG (occidentales),
estamos presenciando un resurgimiento de los estados nacionales. En el ámbito
intelectual, los estudios regionales y la geografía política, que hasta hace
poco se consideraban ciencias perdidas, están recuperando una importancia
fundamental.
Hay un proceso
aún más importante: el terremoto ha acelerado el ascenso de países y
civilizaciones que hasta hace poco habían sido reprimidos por el poder
conquistado por Occidente. Las civilizaciones Inca y Azteca, completamente
destruidas, obviamente no podrán recuperarse. Pero estamos presenciando el
resurgimiento de las grandes civilizaciones de China, India, Arabia, Persia y
los otomanos y el ascenso de la civilización de Asia Central. Rusia,
finalmente, está empezando a darse cuenta de que es un Estado-civilización,
incluso una civilización de civilizaciones, más que la periferia de Europa. (La
propia Europa parece estar desmoronándose, lo cual es peligroso para nosotros:
después de todo, somos en parte europeos.) La joven civilización estadounidense
–un imperio en el período comprendido aproximadamente entre 1945 y 2015 y
todavía una potencia hegemónica en el período comprendido aproximadamente entre
1989 y 2008– está en retirada. Después de que Occidente perdió la capacidad de
usar la fuerza con casi impunidad contra las “periferias”, estas se volvieron
libres y avanzaron rápidamente, especialmente en Asia.
Pero quizá la
consecuencia más importante de este terremoto geopolítico y geoeconómico es el
renacimiento del principal centro de desarrollo humano, Eurasia, cuna de la
mayoría de las civilizaciones humanas, antaño conectada geopolítica y
culturalmente por los imperios de Gengis Kan, Atila y Tamerlán, por la Ruta de
la Seda y por la ruta comercial de los varegos a los griegos que pasaba por la
antigua Rusia. Todo el continente ha quedado en gran medida marginado por
potencias marítimas periféricas que han impuesto sus intereses y su forma de
pensar, como la idea todavía dominante de que los países que controlan las rutas
marítimas tienen ventaja sobre los continentales. Rusia necesitaba acceso a los
mares Báltico y Negro, pero su capital tendría que permanecer en Moscú o
trasladarse más profundamente a Siberia, hacia la fuente material y espiritual
de la nación rusa y su naturaleza de gran potencia.
Las grandes
potencias euroasiáticas –y Eurasia como centro global de desarrollo económico,
político y cultural– se están recuperando; Los países y los pueblos se están
sacudiendo el “yugo” occidental, bajo el cual la mayoría de ellos ha vivido
durante 150-500 años. Incluso países que antes desempeñaban un papel menor en
la economía y la política mundial están en ascenso. No sólo China, India,
Turquía e Irán, sino también las dos Coreas y Japón (este último todavía bajo
ocupación). El sudeste asiático está creciendo rápidamente. Indonesia está
llamada a convertirse en uno de los futuros líderes mundiales. El crecimiento
económico, político y espiritual de los países del Golfo Pérsico (donde se está
formando otro centro del nuevo mundo multipolar) es impresionante. África se
está desarrollando de manera desigual pero cada vez más dinámica bajo un nuevo
liderazgo. Todo el mundo habla de la creciente presencia de Beijing en África.
Pero quizá la influencia general de Ankara sea aún mayor. Rusia, que ha perdido
en parte sus fuertes posiciones de la era soviética en África, ha seguido el
ejemplo, aunque tardíamente. Contamos con una buena reputación en el
continente, fortalecida en los últimos años por operaciones exitosas para
garantizar la seguridad de varios países. Pero todavía queda mucho trabajo por
hacer para recuperar posiciones que se han perdido o abandonado sin pensarlo
dos veces.
Cuando Rusia
decidió oponerse a la expansión residual de Occidente en Ucrania –que amenazaba
sus vitales intereses de seguridad y su propia existencia–, sus relaciones con
Occidente se deterioraron dramáticamente y Rusia abandonó irremediablemente las
ilusiones de más de 300 años de integración “en Europa” que muchas de sus
élites habían acariciado. Rusia se centra ahora en estrechar sus relaciones con
los países no occidentales, a los que proponemos llamar la Mayoría Mundial,
cuyos países tratan de adquirir o recuperar su soberanía y su capacidad
económica y cultural. Ésta es la tendencia económica, política e ideológica
dominante en el mundo. Habiendo despojado a los cimientos militares del
neocolonialismo residual, Rusia parece estar en el lado correcto de la
historia, actuando como partera de la emergente Mayoría Mundial.
El término y el
concepto de “Mayoría Mundial” fueron acuñados hace varios años durante
seminarios y análisis de situación realizados por el Consejo de Política
Exterior y de Defensa y la Escuela Superior de Economía. Pero esto ya se puede
encontrar en los discursos y obras de los representantes chinos, árabes y de
otras mayorías, que han comprendido y respondido rápidamente a las necesidades
del mundo emergente y orientado al futuro.
No debemos
perder tiempo y empezar a pensar en nuestra política hacia esta mayoría mundial
emergente (véase el informe “La política rusa hacia la mayoría mundial”, 2023).
Estas consideraciones vienen acompañadas y motivadas por la descomposición y
desintegración del viejo sistema, incluidas sus instituciones. Las viejas
instituciones están muriendo o debilitándose ante nuestros ojos, mientras los
Estados otrora dominantes se aferran a ellas. Lamentablemente, esto también se
aplica a las Naciones Unidas, y en particular al FMI, al Banco Mundial y a la
OCDE. La OCDE ha perdido las esperanzas y la UE está en rápido declive. Sólo la
OTAN recuperó temporalmente, utilizando la expansión para provocar la
confrontación, la base de su existencia. Hay planes para crear una OTAN global
y expandirla a la región del Océano Índico. Pero lo más probable es que este
proyecto corra la misma suerte que sus predecesores, como la SEATO y el CENTO.
LA LUCHA CON
OCCIDENTE
Aún no se ha
decidido nuestra batalla actual con Occidente –o más bien, con sus élites, que
se han embarcado en lo que esperamos sea su última batalla de retaguardia para
evitar una derrota histórica. Rusia aún podría perder su determinación de
luchar hasta el final y, por lo tanto, perder la batalla. Pero esto no sólo es
inaceptable sino también improbable.
La operación en
Ucrania abre nuevas posibilidades de manera forzada pero útil. Creo que uno de
los objetivos no declarados –y que se está logrando con éxito– es arrancar a la
clase política e intelectual rusa de su obsoleto centrismo occidental,
obligándola a volcarse hacia nuevos países, ideas y mercados y a retornar a sí
misma. Un objetivo paralelo es debilitar a la gran burguesía compradora que se
formó tras las fallidas reformas rusas de los años 1990.
Al haber
atraído el fuego sobre nosotros mismos, hemos obligado a Occidente a ayudarnos
inconscientemente a resolver estos dos problemas: el occidentalismo intelectual
y político y el compradorismo.
Hay también un
tercer objetivo no declarado, que debe alcanzarse a través de esta crisis:
preparar a Rusia para 15-20 años de agitación mediante la construcción de una
“Rusia fortaleza” abierta a la cooperación (Karaganov, 2022).
Rusia ha vuelto
a sí misma, ha vuelto –por necesidad, pero también porque finalmente ha reunido
la voluntad necesaria– a su tradicional estado de guerra contra los invasores
externos. Así, finalmente ha comenzado a crecer económica y tecnológicamente
mediante la sustitución de importaciones. Éste es el camino del desarrollo
soberano y la libertad de la nación para elegir su propio camino.
Junto a estos
esfuerzos está la necesidad de una descolonización intelectual: liberación del
yugo occidental, impuesto pero también aceptado voluntariamente. También hace
falta una idea onírica: fórmulas que lleven al futuro pero que tengan raíces
históricas, que sean discutibles pero que sean promovidas desde el Estado (como
veremos más adelante).
Otra tarea
clave es el retorno definitivo de Rusia a Eurasia a través del desarrollo de
toda Siberia, la cuna de la grandeza y el poder ruso.
ADELANTE Y
ATRÁS EN SIBERIA
Tuve el honor y
el placer, junto con mis jóvenes colegas (ahora destacados investigadores y
directores académicos) Timofei Bordachev, Anastasia Likhacheva, Igor Makarov,
Dmitry Suslov y Alina Shcherbakova (Savelyeva), de estar entre los iniciadores
del proyecto Turn to the East, lanzado intelectualmente a fines de la década de
2000 y políticamente en 2010. Sergei Shoigu, aún no ministro de Defensa,
trabajó en paralelo con un grupo de colaboradores. El objetivo era integrar a
Rusia con las economías del este y el sur de Asia a través de Siberia. Se han
logrado algunos avances. Pero también está claro que el “punto de inflexión”
aún no ha producido los resultados esperados. Dos razones son el occidentalismo
antes mencionado y el compradorismo de las élites que no querían abandonar el
statu quo habitual. En tercer lugar, el proceso se gestionó de forma
tecnocrática y burocrática, casi enteramente desde el centro, con la
participación de unos pocos actores locales. Además, fue un error fundamental
dividir Siberia, que en realidad es una única entidad histórica, social y
económica. A diferencia de la mayoría de las propuestas, el plan no incluyó los
Urales ni Siberia occidental ni oriental, donde se concentran los recursos
naturales, la industria y (lo más importante) los recursos morales e
intelectuales, pero que sufren más la “maldición continental”: la separación de
los mercados de más rápido crecimiento.
Ahora la
geopolítica y la geoeconomía, así como el crecimiento de Asia, Oriente Medio y
África, exigen un nuevo enfoque intelectual y organizativo para la integración
euroasiática. Sin embargo, esto no debe entenderse, como en el pasado, como una
integración a través de la UEE. Incluso mientras construimos la “Fortaleza
Rusia”, necesaria para el mundo cada vez más turbulento y peligroso de los
próximos 15 años, esta “fortaleza” debe estar abierta a la cooperación no sólo
con el Este sino también con el Sur. Para ello, debemos intensificar los
trabajos de construcción de corredores de transporte que conecten a Rusia, a
través de Siberia, con Asia, a través de China, y, finalmente, completar el tan
esperado corredor, a través de Irán y el Golfo Pérsico, hasta la India y
África. Todavía queda mucho por hacer en el ámbito intelectual. No sabemos
mucho sobre Oriente, el mundo árabe, Turquía, Irán o África, y debido a esto no
vemos las oportunidades en rápida expansión que allí existen. Repetiré lo que
se ha dicho muchas veces en congresos científicos, en la prensa y en la
correspondencia: las ciencias humanas más prometedoras hoy son los estudios
orientales y africanos.
Rusia ha
desarrollado desde hace mucho tiempo su propia escuela de geografía económica
que se opone a la geopolítica y la geoeconomía de las potencias marítimas
(Shuper, 2021). Pero también necesitamos escuelas de este tipo en otras
ciencias sociales. A diferencia de las matemáticas o la astronomía, nunca han
sido ni pueden ser supranacionales. (Para más información véase más abajo.)
También
necesitamos un nuevo concepto de integración del espacio postsoviético (el
anterior se basaba en el concepto de la UE y la integración con ella). Debería
ser parte de un proyecto más amplio de integración pan-eurasiática o de Gran
Eurasia, que incluiría componentes de comunicaciones, económicos, científicos,
políticos y (no menos importante) culturales. Después de todo, Eurasia es una
constelación de grandes culturas que surgen o se recuperan de la marginación, y
que debemos comprender y con las que debemos trabajar.
HACIA LA IDEA
DEL SUEÑO RUSO
El actual
terremoto geopolítico, el colapso del viejo mundo y la creación de uno nuevo,
exigen más que nunca una movilización espiritual del país y una estrategia
ideológica ofensiva. La inversión en ciencias de la vida está creciendo y ante
nuestros ojos están surgiendo clústeres de ciencia y tecnología. Los ingenieros
y científicos, que alguna vez constituían la élite meritocrática del país, están
comenzando a recuperar el lugar que les corresponde en la sociedad. Sería bueno
seguir mencionando los signos multiplicadores del renacimiento del país y su
gente. Pero mi trabajo es proponer los ajustes de políticas que son necesarios
ante los desafíos que enfrentan el país y el mundo. El renacimiento espiritual
es la principal respuesta a estos desafíos. Es algo en sí mismo invaluable.
La política
nacional y mundial están determinadas en gran medida por la combinación
dialéctica de tres factores: el desarrollo económico y el bienestar, la unidad
estatal y espiritual, y la voluntad de defender intereses e identidades,
incluso con la fuerza militar. En el período 1950-2020, las armas nucleares
redujeron la importancia de este último factor militar, ocultando temporalmente
la amenaza de guerra para la mayor parte de la humanidad. La dependencia de la
disuasión nuclear ha suprimido el sentido de autoconservación de las
sociedades.
Todo esto ha
puesto en primer plano los factores económicos, sobre todo porque han puesto de
relieve las ventajas competitivas de los países occidentales, que en esta fase
histórica han dado grandes pasos, adquiriendo la capacidad de imponer el punto
de vista de sus élites a través del dominio de la información. El fracaso del modelo
económico alternativo –el comunismo soviético, con sus fuertes componentes
ideológicos y morales y su énfasis en la justicia– condujo a varias décadas de
consumismo desenfrenado. (Además, al abrir nuevos mercados, enmascaró
temporalmente los defectos del capitalismo occidental que se habían hecho
evidentes en los años 1970 y 1980.) Este modelo estaba perdiendo tanto su ética
protestante como la orientación social que se le había añadido para competir
con éxito con el socialismo soviético.
El colapso del
comunismo marcó el comienzo de tres décadas de triunfo para la economía y los
economistas liberales. En Rusia se ha difundido casi oficialmente el eslogan
“el dinero hace milagros”. Incluso en la China confuciana y semicomunista, el
bienestar fue y sigue siendo una prioridad, lo cual es comprensible en un país
que ha sufrido hambre, humillación y saqueo durante 150 años. El hombre ha sido
separado de su esencia principal: el amor, la capacidad de crear y soñar, la
conciencia, el honor y todo lo que distingue al hombre de los animales.
Satisfecha, sin
tener que luchar por la supervivencia ni por la patria, la sociedad se ha
deformado. Los valores poshumanos y antihumanos siempre han anidado en el
subconsciente de algunas personas, pero ahora son generosamente fertilizados y
alimentados por oligarquías que buscan desunir a la sociedad y distraerla de la
creciente desigualdad y otros problemas. La civilización occidental, en
particular, está en decadencia, pero lo mismo puede suceder con otras también.
Durante el
actual y cada vez más intenso terremoto mundial, nuestra estrategia nacional
debe priorizar la defensa y la seguridad del país y su pueblo, lo que requerirá
su rejuvenecimiento espiritual e ideológico. La economía sigue siendo
importante, pero los criterios económicos –la eficiencia y, más aún, la
rentabilidad– deberían pasar a un segundo plano al menos durante las próximas
dos décadas. La economía debería transformarse desde el centro y dueño de la
estrategia estatal en un servidor respetado. Las personas deben convertirse en
el fin y no en el medio del desarrollo, en el propósito de la política estatal
y de la vida pública, y no sólo como individuos, sino como ciudadanos
dispuestos a trabajar por una causa común.
La fuerza
militar y espiritual se convertirá en el principal factor del poder agregado,
la supervivencia y la prosperidad del país en el futuro cercano. Todavía se
necesita desarrollo económico, especialmente mediante el uso de la ciencia y la
tecnología (incluida la inteligencia artificial). Pero el desarrollo no se
limita a la búsqueda de riqueza, sino a la protección de las personas, el país,
la sociedad y la naturaleza.
También
necesitamos un sueño-idea nacional, arraigado en la tradición, basado en las
realidades actuales y futuras, pero con mirada hacia el futuro.
Gracias a las
condiciones extraordinarias creadas por la Operación Militar Especial, la
resistencia burocrática y de la élite a una ideología nacional (una resistencia
asociada en gran medida con el desvanecimiento del deseo de un estilo de vida
occidental) está disminuyendo. La idea del sueño ruso está tomando forma. El
presidente Putin lo introdujo en su sorprendente e inusual discurso ante el
Consejo Mundial del Pueblo Ruso el 28 de noviembre de 2023 y en algunas
declaraciones posteriores (Putin, 2023).
Es urgente la
creación de una ideología estatal a nivel nacional. Cualquiera que no esté de
acuerdo es intelectual y moralmente inmaduro o simplemente quiere una ideología
diferente.
La idea-sueño
ruso debe convertirse en un programa para todos aquellos que trabajan y
quieren trabajar por su país y por el Estado, que en Rusia son uno y
el mismo, especialmente ahora, en este período histórico extremadamente
peligroso y crucial.
Esta ideología
no debe ser uniforme, sino que debe estar en el centro de una discusión
constante en la sociedad y en la familia. Pero si una persona quiere ser un
ciudadano con mentalidad de Estado, debe conocer y comprender los principios
básicos de esta ideología. No es necesario compartirlos todos. Pero los
verdaderos patriotas tienen derecho a saber quiénes son nuestro pueblo, quiénes
no son enteramente nuestros y quiénes no son nuestros en absoluto. Estos
últimos, por supuesto, no deberían ser reprimidos –a menos que infrinjan la
ley–, pero no deberían tener derecho a ocupar puestos de liderazgo en el
gobierno, la educación o los medios de comunicación.
Por supuesto,
esta ideología, esta idea-sueño, debe reflejar los principios fundamentales de
las religiones tradicionales, que deben gozar del apoyo del Estado. Las
religiones tradicionales tienen casi un único código moral que el Estado debe
respetar si quiere que la sociedad perdure y se desarrolle. Además, las
iglesias deben ser libres y separadas del Estado. Su difícil tarea es ser un
faro moral, incluso para los no creyentes. San Felipe Kolychev, que protestó
contra las atrocidades de la Oprichnina, y el beato Nicolás (Salos) de Pskov,
que salvó Pskov ofreciendo carne a Iván el Terrible, prestaron un servicio al
Estado. Pero las “represiones” de Iván el Terrible fueron mucho menos
sangrientas que las que ocurrieron simultáneamente en Europa Occidental. Sólo
cuando la Iglesia y la fe fueron oficialmente suprimidas, nuestro Estado y su
gente cometieron muchos crímenes monstruosos contra sí mismos.
Dios, y por
tanto la creencia en el destino superior del hombre, debería convertirse en
parte del sueño-idea ruso, incluso si alguien no cree en Él. Los ciudadanos de
Rusia deben recordar para qué viven, recibiendo una brújula moral e ideológica
para la vida. Esto no sólo llenará de significado cada vida, sino que también
nos fortalecerá en la aguda competencia geopolítica de las próximas décadas y
nos proporcionará amigos y aliados entre todas las personas de buena voluntad.
Ofreceré mi
punto de vista sobre cómo aclarar y desarrollar una nueva visión del mundo, la
idea del sueño ruso.
El objetivo
principal de la política es cultivar lo mejor de la gente, el deseo de servir a
la familia, a la sociedad, al país, al mundo y a Dios (si uno cree en Él).
Independientemente del credo, la sociedad debe, a través de la educación y la
crianza, cultivar la naturaleza divina de la persona, su destino y su
disposición para servir a propósitos superiores. Éste es el espíritu de los
rusos.
Servir a la
máxima autoridad es natural para un enorme país como el nuestro, que ha
sobrevivido sobre todo porque ha absorbido el modelo político del gran imperio
mongol de Gengis Kan con su apertura cultural y religiosa, pero lo ha
enriquecido con la poderosa influencia de la ortodoxia cristiana, el islam y el
judaísmo.
La política
medioambiental debe centrarse no sólo en reducir las emisiones, sino también en
cultivar el amor de los ciudadanos por su patria y la naturaleza desde la
primera infancia, la escuela y la universidad. El concepto de noosfera de
Vladimir Vernadsky –la unidad del hombre y la naturaleza, el primero activo y
protector hacia la segunda– está más en consonancia que nunca con la moderna y
visionaria idea del sueño ruso (Vernadsky, 1944).
Sé que puedo
sonar radical y quizás hasta ingenioso, pero hablo muy en serio. El moderno
entorno de información pública exige cultivar y reforzar la moralidad, la
conciencia, el amor al prójimo, todo lo que está en la base de las religiones
abrahámicas –la ortodoxia (cristianismo), el islam y el judaísmo– y también de
muchas otras.
Compartiré mi
experiencia personal. Como hombre de su generación, criado en la Unión
Soviética oficialmente atea, comencé a leer la Biblia sólo cuando ya era
adulto. Lamenté amargamente haber pasado una parte importante de mi vida sin
esta fuente de sabiduría, experiencia histórica y valores éticos.
Recientemente, un buen amigo mío, el activista cultural y filántropo siberiano
A. G. Elfimov, me dio una copia de la Biblia de Fiódor Dostoievski, completa
con sus numerosas anotaciones (ahora decodificadas). Dostoievski lo leía casi
todos los días y esto se reflejaba en sus escritos. Parece que no he
comprendido del todo las obras de este gran genio ruso. Actualmente estoy
tratando de leer una traducción moderna del Corán, una riqueza de pensamientos,
sentimientos y sabiduría. Esta lectura ayuda mucho a mi desarrollo profesional.
Es imposible escribir correctamente sobre la guerra y la paz sin absorber la
sabiduría bíblica, que es fundamentalmente idéntica para cristianos,
musulmanes, judíos y budistas, aunque los seguidores de estas religiones a
veces se pelean entre sí.
Esta idea
onírica es propuesta y desarrollada por muchos intelectuales e incluso por
políticos y empresarios reflexivos.[1]
Por supuesto,
no pretendo que estas ideas sean nuevas, pero están en el aire. Han sido
propuestas, de una forma u otra, por grandes filósofos y visionarios rusos como
Iván Ilyin, Nikolay Danilevsky, Fiódor Dostoievski y Alexander Solzhenitsyn[2].
Sin embargo,
esta ideología todavía es bastante vaga. Muchos de sus elementos están
contenidos en el Decreto Presidencial 809 del 9 de noviembre de 2022 “Sobre la
aprobación de las bases de la política estatal para la preservación y el
fortalecimiento de los valores espirituales y morales tradicionales rusos”
(Decreto, 2022).
La nueva
ideología debe ser aprobada a nivel estatal y discutida constantemente en las
familias, con los amigos, en las escuelas y en las universidades. Y luego
implementarlo creativamente.
Permítanme
resumir brevemente esta idea de sueño:
Nosotros,
rusos-rusos, rusos-tártaros, rusos-buriatos, daguestaníes, yakutos, chechenos,
judíos, kalmyks-rusos y todos los demás ciudadanos de Rusia, somos el pueblo
elegido por el Todopoderoso para salvar a nuestro país y a la humanidad en este
punto de inflexión de la historia.
Somos
liberadores de todo yugo, habiendo demostrado con toda nuestra historia que ese
es nuestro destino. Liberamos al mundo de Napoleón, Hitler y similares, y ahora
estamos ayudando a otros a liberarse del yugo liberal neocolonial occidental.
Lo más
importante es el hombre y su desarrollo espiritual, físico e intelectual.
Estamos por un nuevo humanismo, contra la destrucción de lo Humano en el hombre
y por el desarrollo de lo mejor del hombre – Dios – para aquellos que creen en
Él.
El propósito de
la vida de una persona no es el hedonismo, el egoísmo y el individualismo, sino
el servicio a la familia, a la sociedad, a la patria, al mundo y a Dios, si uno
cree en Él. Estamos a favor del colectivismo y la ayuda mutua, sobornost. Una
persona puede ser realizada y libre sólo sirviendo a una causa común, a su país
y al Estado.
Somos una
nación de guerreros y conquistadores, liberándonos de aquellos que buscan la
hegemonía y la dominación, pero cuyo deber principal es con nuestra patria y
nuestro estado.
Somos
defensores de nuestra soberanía, pero también de la libertad de todas las
naciones de elegir su propio camino espiritual, religioso, económico, cultural
y político.
Somos una nación
de internacionalistas y el racismo nos es ajeno. Estamos a favor de la
diversidad y pluralidad cultural y espiritual.
Somos un estado
civilizacional único, cultural y religiosamente abierto, llamado a unir todas
las civilizaciones de la Gran Eurasia y del mundo.
Somos un pueblo
histórico; Honramos y conocemos nuestra historia, pero también miramos hacia el
futuro y estamos decididos a crear una nueva historia de nuestro país y un
mundo multicolor y multicultural libre de hegemonía.
No estamos sólo
a favor de valores conservadores (no es un término ideal), sino de valores
humanos normales: el amor entre hombres y mujeres, el amor a los niños, el
respeto a los mayores, el amor a la tierra.
Somos una
nación de mujeres femeninas pero muy fuertes, que hemos salvado repetidamente
nuestra patria en tiempos difíciles. Y somos una nación de hombres fuertes y
valientes, dispuestos a proteger a los débiles.
Defendemos la
justicia tanto entre las naciones como dentro del país. Todos deberían ser
recompensados en función de sus capacidades, su trabajo y su contribución a la causa
común. Pero los débiles, los solitarios y los ancianos deben ser protegidos.
No somos
especuladores, sino que perseguimos el merecido bienestar personal. El consumo
excesivo y conspicuo es inmoral y antipatriótico. Para nosotros la actividad
económica es un camino de salvación destinado a mejorar la vida.
Somos un pueblo
que no hemos perdido el contacto con la naturaleza. Rusia es el principal
recurso ecológico de la humanidad. Preservar la unidad entre la humanidad y la
naturaleza es un valor universal. Amamos sobre todo nuestra patria y la
protegeremos y desarrollaremos. El pasado, como el futuro, está en la unidad de
la humanidad y la naturaleza. Cultivaremos en nosotros y en nuestros hijos lo
que ahora se llama autoconciencia ambiental.
Nuestros héroes
son los soldados, ingenieros, científicos, médicos, maestros y funcionarios del
gobierno que sirven fielmente al pueblo, los empresarios-filántropos,
agricultores y trabajadores que crean la riqueza del país con sus propias
manos.
En última
instancia, somos una civilización de civilizaciones, llamada a unir a las de la
Gran Eurasia y al mundo entero.
Repito, sin una
gran idea-sueño, la sociedad no se convertirá en una nación en el pleno sentido
del término y los funcionarios no tendrán nada por qué trabajar excepto su
propio bienestar.
Y sin una
comprensión de por qué se libra una guerra –en este caso, la preservación y el
renacimiento del ser humano en el hombre, la libertad y la soberanía de este
país y de todos los demás–, sus frutos se perderán o se desperdiciarán.
Otra gran tarea
que nosotros y el mundo debemos afrontar es encontrar un nuevo modelo económico
que no esté sólo y no tanto orientado a maximizar beneficios, sino que mejore
la vida de las personas, el medio ambiente y a nosotros mismos. Sé que en
nuestro país ya hay muchas empresas que viven y trabajan según estos
principios. Su éxito debe ser replicado. Las asociaciones empresariales no sólo
deben promover y proteger los intereses de sus miembros, sino también promover
ejemplos similares en su sector. Una vez más: la nueva situación internacional
y el agotamiento del modelo anterior exigen un nuevo paradigma económico. No es
el país o el Estado el que tiene que servir a las empresas y brindarles
condiciones favorables, sino al revés. Las empresas sólo necesitan libertad si
están dispuestas a servir a la sociedad y al Estado. Por supuesto, no se debe
negar el deseo de riqueza de una persona, pero el consumo ostentoso debe ser
estigmatizado socialmente. Un empresario filantrópico debe ser un modelo a
seguir. Probablemente también debería modificarse la política fiscal. Pero no
quiero entrar en una discusión técnica sobre un tema en el que tengo
experiencia limitada. De hecho, la política económica ya se ha corregido y se
está volviendo más equitativa debido a la guerra en curso. Estos cambios deben
llevarse a cabo sobre la base de la nueva ideología de desarrollo y de la
idea-sueño ruso propuesta.
Políticamente,
no estamos construyendo una democracia occidental moderna, sino una
meritocracia: el cultivo y el gobierno de los mejores. Sin embargo, no
rechazamos las instituciones democráticas, especialmente a nivel municipal.
Incluso los mejores pueden convertirse en los peores si no hay presión desde
abajo y si no se tiene en cuenta la opinión del pueblo y de la sociedad. Somos
un estado de democracia de liderazgo.
DESCOLONIZACIÓN
DEL PENSAMIENTO
Y ahora un
aspecto muy importante, largamente esperado, pero hasta ahora poco discutido de
la nueva política. Esta y su éxito son imposibles sin superar y actualizar los
fundamentos ideológicos arcaicos, y a menudo indudablemente dañinos, sobre los
que se apoyan nuestras ciencias sociales y (en gran medida) nuestras políticas
(cf. Shuper, 2022).
Esto no
significa rechazar una vez más los logros anteriores en el pensamiento
político, económico y de política exterior. Los bolcheviques una vez arrojaron
el pensamiento sociopolítico ruso al “basurero de la historia”, y conocemos el
resultado. No hace mucho que dejamos alegremente de lado el marxismo. Ahora,
hartos de otros dogmas, nos hemos dado cuenta de que esto se hizo demasiado
bruscamente, porque Marx, Engels y Lenin (con su teoría del imperialismo)
tenían ideas buenas y útiles.
Las ciencias
sociales son inevitablemente nacionales, por muy cosmopolitas que parezcan sus
partidarios. Crecen en el territorio histórico nacional y, en última instancia,
están destinados a servir a sus países y/o a sus clases dominantes y
propietarias o a las oligarcas supranacionales (actualmente
globalistas-liberales). El trasplante acrítico de tales ciencias será
infructuoso o conducirá al crecimiento de abominaciones.
Después de
haber recuperado una relativa seguridad militar y la soberanía política y
económica, tendremos que recuperar la independencia intelectual , uno
de los requisitos absolutos para el desarrollo y la influencia en el
nuevo mundo.
Creo que el
eminente politólogo ruso Mijail Remizov fue el primero en llamar a este proceso
“descolonización intelectual”.
Después de
décadas de vivir a la sombra del marxismo extranjero, hemos adoptado el dogma
extranjero de la democracia liberal en economía, ciencia política e incluso en
relaciones internacionales y estudios de seguridad. Esta fascinación nos ha
costado parte de nuestro país, de su tecnología y de quienes la desarrollan. A
mediados de la década de 2000 comenzamos a seguir una política independiente,
pero actuamos en muchos sentidos de manera intuitiva, sin basarnos en
principios científicos o ideológicos claros (y, por tanto, orientados a la
nación). Todavía no nos atrevemos a reconocer que la visión ideológica y
científica del mundo que nos ha guiado durante los últimos 40-50 años está
obsoleta y/o originalmente fue pensada para servir a las élites extranjeras.
¿Qué es
primordial en el hombre y en la sociedad: lo material o lo espiritual? En
términos más mundanos y políticos: ¿Qué intereses impulsan a las personas y a
sus comunidades-estado en el mundo moderno? Los marxistas vulgares y liberales
insistieron en los intereses económicos. El lema de Bill Clinton “es la
economía, estúpido” parecía axiomático hasta hace poco. Pero en nuestro país se
ha convertido en un postulado aún peor, casi en un principio rector oficial de
los círculos gobernantes: el mencionado “el dinero hace milagros”. Una vez
satisfecha el hambre básica (o incluso antes), la gente se deja llevar por
intereses de orden superior: el amor a la familia y a la patria, la dignidad
nacional, la libertad personal, pero también el poder y el reconocimiento. En
principio, la jerarquía de valores se conoce desde Maslow en los años 40 y 50
del siglo pasado. Sin embargo, el capitalismo moderno ha distorsionado esta
jerarquía, imponiendo –primero a través de los medios tradicionales y ahora
mediante las omnipresentes redes electrónicas– la filosofía de un consumo cada
vez mayor, tanto para los ricos en su nivel como para los pobres en el suyo.
El capitalismo
moderno, desprovisto de toda base ética o religiosa, que promueve el consumo
ilimitado y la eliminación de todos los límites éticos y geográficos, amenaza
cada vez más a la naturaleza y a la continuidad de la vida humana. Sin embargo,
los rusos sabemos bien que el intento de reprimir el deseo de lucro y de
riqueza y de deshacerse de los empresarios y capitalistas que traen esos
valores tiene consecuencias monstruosas tanto para la sociedad como para el
medio ambiente (hacia el cual la economía socialista no era particularmente
amigable).
¿Qué hacer con
el rechazo moderno de la historia, la patria, el género y la fe, o con el
agresivo movimiento LGBT y el ultrafeminismo? Reconozco el derecho de los demás
a seguirlos, pero son posthumanos o incluso antihumanos, y no pueden
considerarse una etapa normal de la evolución social. ¿Deberíamos intentar
aislarnos, limitar la posibilidad de crecimiento interior y esperar que otras
sociedades sobrevivan a esta epidemia moral? ¿O debemos luchar de frente,
liderando a la gran mayoría de la humanidad que apoya valores que se llaman
conservadores, pero que en realidad son sólo normales y humanos, elevando aún
más el ya peligroso nivel de confrontación con las élites occidentales? Mi
respuesta (ver arriba) es que debemos emprender una ofensiva ideológica y no
dudar en decir la verdad, aumentando nuestro respeto por nosotros mismos y
ganando el respeto de la mayoría mundial de la gente normal.
La tecnología
del mundo moderno y la creciente productividad del trabajo han saciado a la
mayoría de la gente, pero este mismo mundo ha llevado a la anarquía y a la
pérdida de puntos de referencia familiares. Los intereses de seguridad,
respaldados por el poder militar y la voluntad política, están suplantando una
vez más a los económicos. ¿Qué es la disuasión militar en el mundo moderno? ¿La
amenaza de daños a los activos internos y físicos o la amenaza de daños a los
activos externos y a la infraestructura de información a la que las actuales
oligarquías occidentales cosmopolitas están tan estrechamente vinculadas? Si se
destruye esta infraestructura, ¿qué será de las sociedades occidentales? ¿O
deberíamos dirigir nuestras fuerzas disuasorias directamente a los lugares
donde se concentran las oligarquías?
¿Qué es la
paridad estratégica? Es un absurdo, inventado en el extranjero para explotar el
complejo de inferioridad de la dirección soviética y el síndrome de Barbarroja,
que ha arrastrado al país a una agotadora carrera armamentista. Aunque todavía
se hace referencia a la paridad y a medidas simétricas, parece que empieza a
reconocerse la verdad.
¿Y qué es el
control de armamentos, que muchos de nosotros todavía creemos útil? ¿Es una
forma de frenar una costosa carrera armamentista que beneficia a la parte más
rica y reducir la amenaza de guerra? ¿O es una herramienta para legitimar esta
carrera, desarrollar armas e imponer programas inútiles al otro lado? La
respuesta no es tan clara.
Pero volvamos a
cuestiones de orden superior.
¿Es la
democracia realmente la cúspide del desarrollo político? ¿O es la democracia
representativa (a diferencia de la democracia directa, aristotélica) meramente
una herramienta de la oligarquía para gestionar la sociedad? Una herramienta
que se puede desechar cuando ya no es adecuada para la situación. Esto no es un
llamado al autoritarismo desenfrenado ni a la monarquía, y mucho menos al
totalitarismo (nazismo). Parece que ya hemos ido demasiado lejos con la
centralización, especialmente a nivel municipal. Pero si la democracia es sólo
una herramienta, ¿quizás deberíamos dejar de fingir que aspiramos a ella y
decir sin rodeos que queremos una sociedad de libertad personal, prosperidad
generalizada, seguridad y grandeza nacional?
Pero entonces
¿cómo podemos legitimar el poder ante los ojos del pueblo? ¿O deberíamos
proponer el concepto de “democracia de liderazgo”: el poder de la meritocracia
liderado por un líder fuerte que disfruta del apoyo de la mayoría de la gente?
¿O deberíamos decir claramente que la democracia es el camino hacia la
antimeritocracia, la oclocracia (gobierno de las turbas) que está surgiendo en
Occidente, o incluso hacia su declive? (Casi todas las democracias de la
historia han llevado a la desintegración y degeneración de la sociedad y el
Estado, como en Rusia y Alemania durante y después de la Primera Guerra
Mundial.)
¿Morirá
realmente el Estado, como pensaban los marxistas o como dicen desde hace medio
siglo los globalistas liberales, soñando con una alianza entre corporaciones
transnacionales, ONG internacionales y sindicatos supranacionales? (Véase, por
ejemplo, la reciente y absurda propuesta de Klaus Schwab (2021). En realidad,
muchas de estas empresas y ONG han sido nacionalizadas o privatizadas.) Veremos
cuánto tiempo durará la UE en su forma actual. Tampoco en este caso se quiere
negar la utilidad de la cooperación interestatal, por ejemplo a la hora de
eliminar costosas barreras aduaneras, proteger el medio ambiente o combatir
epidemias. ¿Pero tal vez deberíamos centrarnos en fortalecer nuestro Estado y
apoyar a nuestros aliados, dejando los problemas globales a quienes los
crearon? ¿O en este caso estos problemas sólo nos causarán más problemas?
¿Cuál es el
papel del territorio? ¿Es un activo menguante, una carga, como decían algunos
hasta hace poco, siguiendo el ejemplo de los occidentales (Hill, Gaddy, 2003)?
¿O sigue siendo el tesoro nacional más importante, especialmente ante el cambio
climático, el empeoramiento de la escasez relativa (a veces absoluta) de agua y
alimentos y otras crisis ambientales?
¿Qué pasará con
cientos de millones de paquistaníes, indios, árabes y otros cuyas tierras
pueden volverse inhabitables? ¿Deberíamos invitarlos ahora, como lo hicieron
Estados Unidos y Europa en los años 1960 para reducir los costos laborales y
debilitar a los sindicatos? ¿Deberíamos encerrarnos en nosotros mismos? ¿O
deberíamos desarrollar un modelo que preserve la supremacía de los pueblos
nativos de Rusia sobre sus tierras? Pero esta última solución significaría
abandonar toda esperanza de desarrollar la democracia, como se ha demostrado en
Israel con su población árabe. La respuesta no es obvia. Necesitamos
desarrollar nuestra propia teoría y actuar en consecuencia, en lugar de oscilar
entre la máxima liberalización de la inmigración y su prohibición total.
¿Alcanzará
finalmente la robótica en Rusia el nivel necesario para evitar la escasez de
mano de obra? El número de personas de origen ruso está disminuyendo
inevitablemente como porcentaje de la población del país. ¿La apertura
histórica del pueblo ruso nos permite ser optimistas a este respecto? Lo
principal es aprender a pensar de forma independiente, comprender el lugar
propio y el de nuestro país en la geografía y la historia, captar las raíces y
los intereses de nuestros pueblos. Entonces la investigación será
intelectualmente fructífera y socialmente útil.
Hay muchas
otras preguntas, especialmente en el ámbito económico. Para lograr el
desarrollo y la victoria, debemos planteárnoslas y responderlas lo más
rápidamente posible. Necesitamos una nueva economía política, libre del dogma
marxista y liberal, pero superior al realismo rígido que actualmente sustenta
nuestra política exterior. Debe complementarse con un idealismo ofensivo y con
visión de futuro, con una nueva idea de Rusia basada en nuestra historia y
tradición filosófica. Nuestras ciencias deben estar perfectamente entrelazadas.
No se puede ser un experto en cultura sin conocer historia y geografía, ni
economista sin conocer éstas y las relaciones internacionales.
Estoy seguro de
que ésta es la tarea más importante de todos nuestros estudiosos: expertos en
relaciones internacionales, politólogos, economistas, geógrafos y filósofos. Es
una tarea verdaderamente abrumadora. Tendremos que romper los hábitos
habituales y cómodos de pensamiento para ser útiles a la sociedad y al país.
Para endulzar esta tarea, concluiré con la idea medio en broma de que el objeto
de nuestro estudio –la política exterior, interior y económica– es creación de
muchas personas y dirigentes, y es, en última instancia, arte. Hay mucho de
inexplicable en ello, basado en la intuición y el talento. ¿Es posible que
nosotros, como los críticos de arte, describamos cosas, identifiquemos
tendencias y enseñemos historia, haciendo un trabajo útil para visionarios y
líderes? Aunque a menudo nos volvemos escolásticos, generando teorías que
tienen poca relación con la realidad y que la distorsionan a través de la
fragmentación, nos ocupamos del arte por el arte.
Una última
observación: en el estudio de nuestras ciencias y artes, el curso sobre teorías
debería ser reemplazado por un curso sobre crítica de teorías, incluidas las
nuestras. Las teorías no pueden explicar adecuada o completamente cómo piensa
la gente, cómo piensa la sociedad o cómo funciona el mundo y generalmente
distorsionan la comprensión y, por lo tanto, la acción. Es necesario conocer
las teorías, pero guiarse por una intuición basada en el conocimiento y la
voluntad humana y, si es posible, divina.
Notas
[1] Para
compilar esta lista imperfecta e incompleta de principios me basé en amigos y
colegas, en muchos autores que hablaron en la última Asamblea del CFDP, en
Vyacheslav Rybakov de San Petersburgo (sinólogo, filósofo político y escritor
de ciencia ficción), en Sergei N. Ivanov de Novosibirsk y ahora Moscú (filósofo
y director de una de las empresas de más rápido crecimiento en Rusia, cuyo
nombre no se menciona para evitar sospechas de publicidad), Ayrat Bakhtiyarov de
Kazán (empresario, filósofo y traductor e intérprete del Corán), y en muchas
declaraciones de nuestro Presidente, especialmente en los últimos meses.
[2] Véase: Iván
Ilyin ¿Qué promete al mundo el desmembramiento de Rusia ?
Nikolay Danilevsky Rusia y Europa: una mirada a las relaciones
culturales y políticas del mundo eslavo con el románico alemán ;
Fiódor Dostoievski Los hermanos Karamazov ; y
Alexander Solzhenitsyn La rueda roja.
Fuente: Centro de
Estudio Eurasia y Mediterráneo
Una corona surgida de la «legitimidad del 18 de julio»
Reseña de La monarquía del 18 de julio: la restauración de un
anacronismo político (Laetoli, 2024), de José Cantón
Una corona surgida de la
«legitimidad del 18 de julio»
Rebelion
19/04/2025
Fuentes: Rebelión
/ Mundo Obrero [Imagen: Juan Carlos de Borbón durante el discurso de aceptación
del título de Príncipe de España el 24 de julio de 1969. Créditos: Manuel
Litran/Paris Match]
Es oportuno preguntarse cómo se llegó a la definición del rey como símbolo
de la “unidad y permanencia del Estado”… Esa función sólo tiene sentido en una
autoridad emanada directamente del pueblo, elegida democráticamente.
A lo largo de la historia de España, al menos desde los tiempos de la reina
Isabel de Castilla y el rey Fernando de Aragón (recordemos que en momentos
anteriores existieron también emiratos y califatos en el territorio peninsular,
no solo reinos), la forma habitual de organizar políticamente el Estado fue
bajo la jefatura de un rey o reina (o un regente); sin embargo, la monarquía
actual no es heredera de esa tradición histórica española, a pesar de lo que
establece el artículo 57 de la Constitución española de 1978, en el que se
puede leer: “la Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don
Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica”.
Al margen de si
Juan Carlos de Borbón es el legítimo heredero de Alfonso XIII —ríos de tinta se
han gastado para justificar esa línea sucesoria, lo cual ya es una señal
evidente de que no está todo tan claro…—, lo cierto es que para conseguir la
restauración de la “Corona de España” —como se dice en la CE78—, en la figura
de Juan Carlos de Borbón, fueron determinantes tres hechos históricos que nada
tienen que ver con la continuidad histórica de la dinastía borbónica, que ya
había sido interrumpida en tres ocasiones anteriores: en 1871 con la
proclamación del rey Amadeo I, que pertenecía a la dinastía de los Saboya; en
1873, cuando las mismas Cortes que escucharon la abdicación de Amadeo I proclamaron
la I República española; y, en 1931, cuando tras la partida de Alfonso XIII el
comité político de transición transfiere el poder al primer gobierno
provisional de la II República, una República que no pondrá “término a la
misión histórica que se había impuesto” hasta el 21 de junio de 1977, tras la
muerte del dictador.
El primero de
los tres hechos que determinaron la segunda restauración borbónica, entonces,
fue el golpe de Estado instigado por la oligarquía industrial y financiera, así
como por los terratenientes y la Iglesia, y protagonizado por un grupo de
militares “africanistas” que no dudaron en romper su compromiso de lealtad
hacia la República el 18 de julio de 1936, que al fracasar dio comienzo a un
enfrentamiento armado entre los golpistas —que antepusieron su codicia al
principio supremo de cualquier militar, aquel que enunciara Simón Bolívar, el
Libertador, cuando dijo: “maldito sea el soldado que apunta su arma contra su
pueblo”—, y quienes salieron en defensa de la legalidad republicana —muchas
veces sin que llegase a mediar la posibilidad de combatir en defensa de la
República, como bien saben en Galicia… y otros lugares que quedaron bajo las
botas de los militares fascistas en apenas unos pocos días—.
El segundo
hecho fundamental en el camino hacia la segunda restauración borbónica tuvo
lugar el 23 de julio de 1969. Ese día, conforme a la ley de sucesión de 1947,
por la que se define a España como un reino (con trono vacante, se entiende, ya
que la jefatura del Estado estaba en manos del dictador) y se establecían los
mecanismos sucesorios a la Jefatura del Estado español, que de acuerdo con el
artículo 5 de esa ley sería la persona que Franco designase, Juan Carlos de
Borbón era nombrado Príncipe de España, lo que le garantizaba que iba a suceder
al dictador en la Jefatura del Estado a título de Rey una vez que “por la ley
natural” la “capitanía” del genocida “faltase”. En el discurso de aceptación de
su nombramiento como Príncipe de España pronunció las siguientes palabras:
“Quiero expresar en primer lugar, que recibo de Su Excelencia el Jefe del
Estado y Generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de
1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes, pero
necesarios, para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino”.
El tercer hecho
tuvo lugar el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte del
tirano. Ese día Juan Carlos de Borbón, en ese momento Príncipe de España, juró
“por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes
Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el
Movimiento Nacional”.
Entre ese día y
el 11 de mayo de 1978, día en el que se aprueba el artículo 1 de la CE78, que
establece que “la forma política del Estado español es la monarquía
parlamentaria”, los ideólogos de la Corona —en un patético remedo de los
esfuerzos realizados por Cánovas y Sagasta para restaurar por primera vez a los
Borbón en el trono de España, allá por los años 1870—, entre los que se
encontraba Manuel Fraga Iribarne, lucharon por imponer —y lo lograron— un
discurso que presentaba al rey de España, en tanto que jefe de Estado, como
“símbolo de su unidad y permanencia, [que] arbitra y modera el funcionamiento
regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado
español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su
comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la
Constitución y las leyes”. Una vez refrendada por el pueblo español la CE78,
durante el discurso de promulgación que pronunció Juan Carlos de Borbón el 27
de diciembre de 1978 llegó a decir: “Y hoy, como Rey de España y símbolo de la
unidad y permanencia del Estado, al sancionar la Constitución y mandar a todos
que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía
nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla”. Insistiendo en esa
función simbólica… y sin llegar a jurar la Constitución, simplemente mostrando
su “decidida voluntad de acatarla y servirla”.
En este sentido, es oportuno preguntarse cómo se llegó a la definición del rey como símbolo de la “unidad y permanencia del Estado”, una atribución simbólica que no existía en ninguna de las constituciones monárquicas anteriores (1812, 1837, 1845, 1856, 1869 y 1876); todo lo contrario, la primera vez que se expresa una idea semejante es en el artículo 82 de la Constitución republicana de 1873, que señala como una de las funciones del presidente de la República la de “personificar el poder supremo y la suprema dignidad de la Nación”; idea que recoge la Constitución republicana de 1931, que establece en su artículo 67 que “el presidente de la República es el jefe del Estado y personifica la Nación”. Es decir, en la tradición histórica española la Corona no representaba la unidad y permanencia de España porque el legislador español sabía que la autoridad del rey no emanaba de la Nación. Esa es la razón por la cual las constituciones de 1812, 1837, 1856 y 1869 (progresistas) establecían que la soberanía residía “esencialmente” en la Nación, reconociendo veladamente algo que las constituciones de 1845 y 1876 (conservadoras) reconocían abiertamente: que la corona comparte la soberanía con la nación; he ahí el motivo por el cual el rey nunca se había reconocido como “símbolo de la unidad y permanencia del Estado”. Esa función únicamente tiene sentido en una autoridad que emana directamente del pueblo, es decir, que fue elegida democráticamente.
Precisamente a
analizar los esfuerzos de los ideólogos de la monarquía actual para legitimar
la restauración de una institución anacrónica, que no hunde sus raíces en un
pasado dinástico, sino en la voluntad de Franco, autoproclamado “caudillo de
España” y, según el artículo sexto de la ley orgánica del Estado,
“representante supremo de la Nación española [que] personifica la soberanía
nacional”, es la tarea que asume José Cantón en una obra imprescindible: La
monarquía del 18 de julio: la restauración de un anacronismo histórico (Laetoli,
2024).
Este artículo fue editado originalmente en Mundo Obrero.
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Yo vi rendirse a los mercenarios
Yo vi rendirse a los mercenarios
DIARIO OCTUBRE / abril 19, 2025
«Fidel nos imprimió valor y una fuerza tremenda»
«Después de aquel temor inicial y sin apenas darme cuenta, me volví un “monstruo” y fui p´alante todo el tiempo», rememora Anastasio. Foto: Ventura de Jesús García.
Ventura de Jesús (Granma).— A sus 92 años de edad, Anastasio Suárez Rodríguez es lo que se dice un anciano venerable y, por si fuera poco, mantiene vivo el deseo de seguir haciendo por la Revolución.
A pesar de su
avanzada edad, confía en que el tiempo le alcance para empeñarse en otros
proyectos. «Yo me digo: si Fidel nunca se detuvo, yo tampoco voy a parar»,
expresa para reiterar su decisión de continuar luchando en esta vida.
Siente orgullo
de haber integrado el Batallón 225 de Jagüey Grande, y de su participación en
el enfrentamiento a los mercenarios en abril de 1961.
Chacho, como lo
llaman los más allegados, es un hombre de baja estatura, locuaz y de voz
segura, con un rostro y unas manos que revelan de cierto modo su longevidad y
los sacrificios que marcaron su juventud.
Quizá por los
infortunios del tiempo y la dureza de los años que corren, su imagen física se
ve reducida dentro de su histórico uniforme verde olivo.
Aunque por lo
visto no hay poder humano capaz de hacerlo desistir de sus aspiraciones
presentes y futuras, admite que ya la vista no lo acompaña como antes. «Pero
estoy bien, no me quejo», insiste en su decisión de no flaquear.
Carpintero de
oficio, Anastasio tenía 27 años cuando la invasión mercenaria, y poseía cierta
experiencia en la lucha contra bandidos.
«Procedo de una
familia muy humilde y no pude estudiar, pero mi familia toda abrazó la causa de
la Revolución y mi mamá nos inculcó las buenas costumbres y el espíritu de
guapear».
Al evocar las
horas difíciles de Girón, confiesa que no sabe de dónde tomó aliento para
sobreponerse a la incesante metralla de la aviación. «Juro que sentí miedo»,
asegura mientras hace un ademán con las dos manos, y sonríe.
«El Escambray
fue otra cosa, algo así como la lucha de guerrillas. Ahora bien, yo nunca había
vivido un bombardeo tan intenso como el del trayecto de Australia hacia Playa
Larga; no había donde refugiarse.
«Era un
suicidio caminar por la carretera y ni siquiera en la cuneta había cómo
protegerse. Éramos vulnerables al ataque aéreo. En un primer momento nos
engañaron, pues llevaban banderas con la insignia cubana.
«Después de
aquel temor inicial y sin apenas darme cuenta, me volví un “monstruo” y fui
p´alante todo el tiempo. Por lo demás, creo que Fidel nos imprimió valor y una
fuerza tremenda».
En lo adelante,
confiesa, apenas tuvo tiempo de pensar en el peligro y la muerte, aunque
asegura que el olor a carne quemada de los caídos por la metralla y el sol le
desgarró las entrañas.
«Después de
Girón estuve varios días sin poder comer debidamente».
Manifiesta no
olvidar el valor de sus compañeros y el haber sufrido la pérdida de gente muy
cercana como Iluminado Rodríguez y Antero Fernández Vargas, «quien nos hizo
milicianos a nosotros en Jagüey Grande», cuenta.
Entre los
recuerdos que mejor conserva sobre la epopeya de Girón está constatar el valor
de las fuerzas revolucionarias, «gente brava, con coraje y voluntad, algo que
al final fue decisivo en la victoria, a pesar del poderío en armas de los
mercenarios».
A ellos, en
cambio, «les faltó la razón, mientras nosotros defendíamos una causa justa y
estábamos dispuestos a morir por ella; por eso combatimos con firmeza».
Chacho dice
estar seguro de que Girón demostró que la moral de un pueblo es más importante
que los plomos y las balas.
Otro momento
inolvidable para el hoy nonagenario combatiente fue haber visto a los
mercenarios rendirse. «Iban con las manos detrás de la cabeza y con la derrota
dibujada en sus rostros. Nos dimos cuenta de que eran nada, unos desalmados que
en definitiva se entregaron como palomas».
Nada lo ilusiona más que recordar aquel pasaje. «Por eso nos pusimos eufóricos y empezamos a gritar cuando se declaró la victoria».
Girón demostró que la moral de un pueblo es más importante que los plomos y
las balas. Foto: Raúl Corrales
LA CIÉNAGA DE
HOY
Desde los
primeros años de la Revolución y tras la Victoria de Playa Girón, la primera
gran derrota del imperialismo yanqui en América Latina, el Gobierno y Estado
cubanos no se olvidan de quienes viven en esa zona; no se olvidan del sitio en
el que habita mucha gente humilde, que además es un monumento a la historia que
simboliza libertad e independencia, no solo para Cuba, sino también para la
región.
Como cada año
por estas fechas, y en honor a la efeméride, se realizan acciones de
rehabilitación y construcción en beneficio de los pobladores cenagueros, entre
ellas destacan:
·
La inauguración de un servicio de microbiología, la
reparación de los pisos y el techo de la sala de rehabilitación, y los
consultorios asociados al policlínico principal de urgencias, Celia Sánchez
Manduley.
·
Una nueva casita infantil con capacidad para atender a
diez niños de madres trabajadoras de la localidad de Playa Girón.
·
La construcción de una capilla funeraria.
·
La reanimación del Museo Girón.
·
La conclusión de una cámara de congelación para la
conservación de pescado.
·
Se incorporaron nuevos servicios de Etecsa en las
comunidades de Soplillar, Pálpite y Los Hondones.
·
La reconstrucción de El Peaje, símbolo distintivo de
la Ciénaga de Zapata.
Fuente: granma.cu