domingo, 20 de abril de 2025

TRUMP HUYE ENTRE GRITOS DE MILES DE ESTADOUNIDENSES EN UN MOMENTO DE PAN...

Integración en la Gran Eurasia

 

Este esclarecedor texto de Karaganov –que no es un cualquiera– revela lo que piensan los rusos de Occidente y sobre todo de sí mismos. Texto inquietante que manifiesta una voluntad decidida y un proyecto social, económico y geopolítico claro y rotundo.


Integración en la Gran Eurasia


Serguéi Karagánov

El Viejo Topo

 20 abril, 2025 



INTEGRACIÓN EN LA GRAN EURASIA

El ciclo actual de cambios rápidos y profundos sin precedentes –geopolíticos, geoeconómicos y (hasta ahora en menor medida) geoideológicos– se remonta a fines de la década de 1960 y principios de la de 1980, cuando surgieron los primeros signos de crisis en Occidente. Reagan intentó evitarlo con un agresivo intento de restaurar la superioridad militar y borrar las consecuencias de la derrota total en Vietnam y el embargo petrolero árabe. El Japón ocupado, que seguía creciendo a un ritmo notable, fue aplastado por los estadounidenses mediante la presión político-militar y económica, una guerra de propaganda, la revaluación del yen y cuotas de exportación. El crecimiento de Japón ha caído a cero y todavía lucha por superar el estancamiento. Incluso antes de Reagan, los estadounidenses habían intentado, con la Comisión Trilateral, consolidar una Europa estancada en torno a unos Estados Unidos debilitados, tal como lo están haciendo ahora.

Entonces ocurrió un milagro: la Unión Soviética y el campo socialista dejaron de existir, renunciando a su papel de freno y de equilibrio. China se ha embarcado en un camino de desarrollo cuasicapitalista. Mil quinientos millones de trabajadores mal pagados y consumidores hambrientos de China, la ex URSS y el campo socialista se han unido a la economía global (ahora enteramente occidental), estructurada para desviar la riqueza global hacia Occidente.

El sistema vascular de Occidente recibió una poderosa inyección de glucosa y adrenalina. Se rompió el estancamiento económico. Por un momento pareció que Occidente, hasta entonces en decadencia, no sólo había revertido su tendencia descendente, sino que había alcanzado la victoria final, dando origen a un mundo unipolar y al “fin de la historia”.

Pero las fuerzas profundas subyacentes a su degradación continuaron su trabajo. Una de las razones más importantes de la crisis de Occidente, que apareció ya en la década de 1960, fue el logro de la paridad estratégica con Occidente por parte de la Unión Soviética, que privó a Occidente de la superioridad militar que le había permitido –a través del simple saqueo y pillaje colonial, luego a través del neocolonialismo, y recientemente a través de instituciones y regímenes internacionales subordinados– robar las riquezas del planeta y que había apoyado el liderazgo político, económico y cultural global de Occidente durante casi 500 años (Karaganov, 2019).

En la década de 2000, Rusia despertó de la ilusión occidental y se dio cuenta de que su integración en ese sistema, en igualdad de condiciones, era imposible. Con excepción de un estrato estrecho de la burguesía compradora y de la intelectualidad orientada y educada hacia Occidente, la sociedad rusa ha comenzado lentamente a salir de esta estructura desfavorable. En aquel momento, Occidente, cautivado por su victoria, pasó por alto el ascenso de China. Occidente estaba convencido de que el milenario Estado-civilización chino, tras haber adoptado el camino del capitalismo, se volvería democrático y que su sistema político interno se debilitaría y se adaptaría a la corriente política occidental. Todavía eufóricos por su “victoria”, Estados Unidos se vio envuelto en Afganistán e Irak, donde la derrota puso a prueba severamente su supuesta omnipotencia militar. Las enormes inversiones en fuerzas convencionales no han tenido ningún retorno político.

La crisis económica de 2008 y el fracaso de la invasión georgiana de Osetia del Sur apoyada por Estados Unidos han desencadenado un nuevo ciclo de decadencia de la influencia occidental, mucho más dramático que el de finales de los años 1960 y de los años 1970. El modelo occidental de desarrollo económico ya no era atractivo. Tras reconocer finalmente la imposibilidad de llegar a un acuerdo con Estados Unidos, Rusia comenzó a rearmarse y reformar sus fuerzas convencionales. Pero incluso antes, después de que Estados Unidos se retirara del Tratado ABM (exponiendo así su deseo de superioridad nuclear y, por lo tanto, política), Rusia (todavía pobre en ese momento) se sacudió las ilusiones occidentales y comenzó a modernizar sus fuerzas estratégicas, con resultados que empezaron a verse a fines de la década de 2010. El país estaba recuperando la confianza y cuestionando abiertamente la hegemonía y la expansión estadounidense-occidental. El nuevo rumbo fue proclamado efectivamente por el presidente Vladimir Putin en su famoso discurso en la Conferencia de Seguridad de Munich en 2007 y reiterado en la cumbre de la OTAN en Bucarest en 2008, cuando el presidente ruso advirtió que la adhesión de Ucrania a la OTAN significaría el fin de Ucrania (Kommersant, 2008).

A finales de la década de 2000, estos factores militares, económicos y políticos habían desencadenado los actuales cambios tectónicos globales que están teniendo lugar ante nuestros ojos. El sistema mundial anterior es sacudido por un terremoto sin fin. Rusia, en su afán por mantener su seguridad y soberanía, desempeñó un papel estratégico-militar crucial en este proceso, y tal vez incluso lo desencadenó parcialmente.

Curiosamente, los dirigentes de Moscú no entendieron, y aparentemente siguen sin entender, que el país ha hecho una vez más una contribución significativa a una revolución geopolítica y geoeconómica global.

Nuestro país está volviendo a su esencia política y social euroasiática histórica, volviéndose hacia el Este y poniendo fin al período petrino de orientación cultural, ideológica y económica unilateral hacia Europa y Occidente, pero sin rechazar el legado de Pedro, es decir, las raíces principalmente europeas de nuestra alta cultura (mientras que nuestra tradición política y social es más cercana a la asiática). La excepcional apertura cultural, heredada en gran medida de los mongoles, es una poderosa fuente de influencia ideológica en el mundo alternativo que Rusia está promoviendo.

El sistema de globalización creado por Occidente desde la década de 1980 se está desmoronando. En lugar del esperado gobierno mundial (esencialmente occidental) y la dominación de las corporaciones transnacionales y las ONG (occidentales), estamos presenciando un resurgimiento de los estados nacionales. En el ámbito intelectual, los estudios regionales y la geografía política, que hasta hace poco se consideraban ciencias perdidas, están recuperando una importancia fundamental.

Hay un proceso aún más importante: el terremoto ha acelerado el ascenso de países y civilizaciones que hasta hace poco habían sido reprimidos por el poder conquistado por Occidente. Las civilizaciones Inca y Azteca, completamente destruidas, obviamente no podrán recuperarse. Pero estamos presenciando el resurgimiento de las grandes civilizaciones de China, India, Arabia, Persia y los otomanos y el ascenso de la civilización de Asia Central. Rusia, finalmente, está empezando a darse cuenta de que es un Estado-civilización, incluso una civilización de civilizaciones, más que la periferia de Europa. (La propia Europa parece estar desmoronándose, lo cual es peligroso para nosotros: después de todo, somos en parte europeos.) La joven civilización estadounidense –un imperio en el período comprendido aproximadamente entre 1945 y 2015 y todavía una potencia hegemónica en el período comprendido aproximadamente entre 1989 y 2008– está en retirada. Después de que Occidente perdió la capacidad de usar la fuerza con casi impunidad contra las “periferias”, estas se volvieron libres y avanzaron rápidamente, especialmente en Asia.

Pero quizá la consecuencia más importante de este terremoto geopolítico y geoeconómico es el renacimiento del principal centro de desarrollo humano, Eurasia, cuna de la mayoría de las civilizaciones humanas, antaño conectada geopolítica y culturalmente por los imperios de Gengis Kan, Atila y Tamerlán, por la Ruta de la Seda y por la ruta comercial de los varegos a los griegos que pasaba por la antigua Rusia. Todo el continente ha quedado en gran medida marginado por potencias marítimas periféricas que han impuesto sus intereses y su forma de pensar, como la idea todavía dominante de que los países que controlan las rutas marítimas tienen ventaja sobre los continentales. Rusia necesitaba acceso a los mares Báltico y Negro, pero su capital tendría que permanecer en Moscú o trasladarse más profundamente a Siberia, hacia la fuente material y espiritual de la nación rusa y su naturaleza de gran potencia.

Las grandes potencias euroasiáticas –y Eurasia como centro global de desarrollo económico, político y cultural– se están recuperando; Los países y los pueblos se están sacudiendo el “yugo” occidental, bajo el cual la mayoría de ellos ha vivido durante 150-500 años. Incluso países que antes desempeñaban un papel menor en la economía y la política mundial están en ascenso. No sólo China, India, Turquía e Irán, sino también las dos Coreas y Japón (este último todavía bajo ocupación). El sudeste asiático está creciendo rápidamente. Indonesia está llamada a convertirse en uno de los futuros líderes mundiales. El crecimiento económico, político y espiritual de los países del Golfo Pérsico (donde se está formando otro centro del nuevo mundo multipolar) es impresionante. África se está desarrollando de manera desigual pero cada vez más dinámica bajo un nuevo liderazgo. Todo el mundo habla de la creciente presencia de Beijing en África. Pero quizá la influencia general de Ankara sea aún mayor. Rusia, que ha perdido en parte sus fuertes posiciones de la era soviética en África, ha seguido el ejemplo, aunque tardíamente. Contamos con una buena reputación en el continente, fortalecida en los últimos años por operaciones exitosas para garantizar la seguridad de varios países. Pero todavía queda mucho trabajo por hacer para recuperar posiciones que se han perdido o abandonado sin pensarlo dos veces.

Cuando Rusia decidió oponerse a la expansión residual de Occidente en Ucrania –que amenazaba sus vitales intereses de seguridad y su propia existencia–, sus relaciones con Occidente se deterioraron dramáticamente y Rusia abandonó irremediablemente las ilusiones de más de 300 años de integración “en Europa” que muchas de sus élites habían acariciado. Rusia se centra ahora en estrechar sus relaciones con los países no occidentales, a los que proponemos llamar la Mayoría Mundial, cuyos países tratan de adquirir o recuperar su soberanía y su capacidad económica y cultural. Ésta es la tendencia económica, política e ideológica dominante en el mundo. Habiendo despojado a los cimientos militares del neocolonialismo residual, Rusia parece estar en el lado correcto de la historia, actuando como partera de la emergente Mayoría Mundial.

El término y el concepto de “Mayoría Mundial” fueron acuñados hace varios años durante seminarios y análisis de situación realizados por el Consejo de Política Exterior y de Defensa y la Escuela Superior de Economía. Pero esto ya se puede encontrar en los discursos y obras de los representantes chinos, árabes y de otras mayorías, que han comprendido y respondido rápidamente a las necesidades del mundo emergente y orientado al futuro.

No debemos perder tiempo y empezar a pensar en nuestra política hacia esta mayoría mundial emergente (véase el informe “La política rusa hacia la mayoría mundial”, 2023). Estas consideraciones vienen acompañadas y motivadas por la descomposición y desintegración del viejo sistema, incluidas sus instituciones. Las viejas instituciones están muriendo o debilitándose ante nuestros ojos, mientras los Estados otrora dominantes se aferran a ellas. Lamentablemente, esto también se aplica a las Naciones Unidas, y en particular al FMI, al Banco Mundial y a la OCDE. La OCDE ha perdido las esperanzas y la UE está en rápido declive. Sólo la OTAN recuperó temporalmente, utilizando la expansión para provocar la confrontación, la base de su existencia. Hay planes para crear una OTAN global y expandirla a la región del Océano Índico. Pero lo más probable es que este proyecto corra la misma suerte que sus predecesores, como la SEATO y el CENTO.

LA LUCHA CON OCCIDENTE

Aún no se ha decidido nuestra batalla actual con Occidente –o más bien, con sus élites, que se han embarcado en lo que esperamos sea su última batalla de retaguardia para evitar una derrota histórica. Rusia aún podría perder su determinación de luchar hasta el final y, por lo tanto, perder la batalla. Pero esto no sólo es inaceptable sino también improbable.

La operación en Ucrania abre nuevas posibilidades de manera forzada pero útil. Creo que uno de los objetivos no declarados –y que se está logrando con éxito– es arrancar a la clase política e intelectual rusa de su obsoleto centrismo occidental, obligándola a volcarse hacia nuevos países, ideas y mercados y a retornar a sí misma. Un objetivo paralelo es debilitar a la gran burguesía compradora que se formó tras las fallidas reformas rusas de los años 1990.

Al haber atraído el fuego sobre nosotros mismos, hemos obligado a Occidente a ayudarnos inconscientemente a resolver estos dos problemas: el occidentalismo intelectual y político y el compradorismo.

Hay también un tercer objetivo no declarado, que debe alcanzarse a través de esta crisis: preparar a Rusia para 15-20 años de agitación mediante la construcción de una “Rusia fortaleza” abierta a la cooperación (Karaganov, 2022).

Rusia ha vuelto a sí misma, ha vuelto –por necesidad, pero también porque finalmente ha reunido la voluntad necesaria– a su tradicional estado de guerra contra los invasores externos. Así, finalmente ha comenzado a crecer económica y tecnológicamente mediante la sustitución de importaciones. Éste es el camino del desarrollo soberano y la libertad de la nación para elegir su propio camino.

Junto a estos esfuerzos está la necesidad de una descolonización intelectual: liberación del yugo occidental, impuesto pero también aceptado voluntariamente. También hace falta una idea onírica: fórmulas que lleven al futuro pero que tengan raíces históricas, que sean discutibles pero que sean promovidas desde el Estado (como veremos más adelante).

Otra tarea clave es el retorno definitivo de Rusia a Eurasia a través del desarrollo de toda Siberia, la cuna de la grandeza y el poder ruso.

ADELANTE Y ATRÁS EN SIBERIA

Tuve el honor y el placer, junto con mis jóvenes colegas (ahora destacados investigadores y directores académicos) Timofei Bordachev, Anastasia Likhacheva, Igor Makarov, Dmitry Suslov y Alina Shcherbakova (Savelyeva), de estar entre los iniciadores del proyecto Turn to the East, lanzado intelectualmente a fines de la década de 2000 y políticamente en 2010. Sergei Shoigu, aún no ministro de Defensa, trabajó en paralelo con un grupo de colaboradores. El objetivo era integrar a Rusia con las economías del este y el sur de Asia a través de Siberia. Se han logrado algunos avances. Pero también está claro que el “punto de inflexión” aún no ha producido los resultados esperados. Dos razones son el occidentalismo antes mencionado y el compradorismo de las élites que no querían abandonar el statu quo habitual. En tercer lugar, el proceso se gestionó de forma tecnocrática y burocrática, casi enteramente desde el centro, con la participación de unos pocos actores locales. Además, fue un error fundamental dividir Siberia, que en realidad es una única entidad histórica, social y económica. A diferencia de la mayoría de las propuestas, el plan no incluyó los Urales ni Siberia occidental ni oriental, donde se concentran los recursos naturales, la industria y (lo más importante) los recursos morales e intelectuales, pero que sufren más la “maldición continental”: la separación de los mercados de más rápido crecimiento.

Ahora la geopolítica y la geoeconomía, así como el crecimiento de Asia, Oriente Medio y África, exigen un nuevo enfoque intelectual y organizativo para la integración euroasiática. Sin embargo, esto no debe entenderse, como en el pasado, como una integración a través de la UEE. Incluso mientras construimos la “Fortaleza Rusia”, necesaria para el mundo cada vez más turbulento y peligroso de los próximos 15 años, esta “fortaleza” debe estar abierta a la cooperación no sólo con el Este sino también con el Sur. Para ello, debemos intensificar los trabajos de construcción de corredores de transporte que conecten a Rusia, a través de Siberia, con Asia, a través de China, y, finalmente, completar el tan esperado corredor, a través de Irán y el Golfo Pérsico, hasta la India y África. Todavía queda mucho por hacer en el ámbito intelectual. No sabemos mucho sobre Oriente, el mundo árabe, Turquía, Irán o África, y debido a esto no vemos las oportunidades en rápida expansión que allí existen. Repetiré lo que se ha dicho muchas veces en congresos científicos, en la prensa y en la correspondencia: las ciencias humanas más prometedoras hoy son los estudios orientales y africanos.

Rusia ha desarrollado desde hace mucho tiempo su propia escuela de geografía económica que se opone a la geopolítica y la geoeconomía de las potencias marítimas (Shuper, 2021). Pero también necesitamos escuelas de este tipo en otras ciencias sociales. A diferencia de las matemáticas o la astronomía, nunca han sido ni pueden ser supranacionales. (Para más información véase más abajo.)

También necesitamos un nuevo concepto de integración del espacio postsoviético (el anterior se basaba en el concepto de la UE y la integración con ella). Debería ser parte de un proyecto más amplio de integración pan-eurasiática o de Gran Eurasia, que incluiría componentes de comunicaciones, económicos, científicos, políticos y (no menos importante) culturales. Después de todo, Eurasia es una constelación de grandes culturas que surgen o se recuperan de la marginación, y que debemos comprender y con las que debemos trabajar.

HACIA LA IDEA DEL SUEÑO RUSO

El actual terremoto geopolítico, el colapso del viejo mundo y la creación de uno nuevo, exigen más que nunca una movilización espiritual del país y una estrategia ideológica ofensiva. La inversión en ciencias de la vida está creciendo y ante nuestros ojos están surgiendo clústeres de ciencia y tecnología. Los ingenieros y científicos, que alguna vez constituían la élite meritocrática del país, están comenzando a recuperar el lugar que les corresponde en la sociedad. Sería bueno seguir mencionando los signos multiplicadores del renacimiento del país y su gente. Pero mi trabajo es proponer los ajustes de políticas que son necesarios ante los desafíos que enfrentan el país y el mundo. El renacimiento espiritual es la principal respuesta a estos desafíos. Es algo en sí mismo invaluable.

La política nacional y mundial están determinadas en gran medida por la combinación dialéctica de tres factores: el desarrollo económico y el bienestar, la unidad estatal y espiritual, y la voluntad de defender intereses e identidades, incluso con la fuerza militar. En el período 1950-2020, las armas nucleares redujeron la importancia de este último factor militar, ocultando temporalmente la amenaza de guerra para la mayor parte de la humanidad. La dependencia de la disuasión nuclear ha suprimido el sentido de autoconservación de las sociedades.

Todo esto ha puesto en primer plano los factores económicos, sobre todo porque han puesto de relieve las ventajas competitivas de los países occidentales, que en esta fase histórica han dado grandes pasos, adquiriendo la capacidad de imponer el punto de vista de sus élites a través del dominio de la información. El fracaso del modelo económico alternativo –el comunismo soviético, con sus fuertes componentes ideológicos y morales y su énfasis en la justicia– condujo a varias décadas de consumismo desenfrenado. (Además, al abrir nuevos mercados, enmascaró temporalmente los defectos del capitalismo occidental que se habían hecho evidentes en los años 1970 y 1980.) Este modelo estaba perdiendo tanto su ética protestante como la orientación social que se le había añadido para competir con éxito con el socialismo soviético.

El colapso del comunismo marcó el comienzo de tres décadas de triunfo para la economía y los economistas liberales. En Rusia se ha difundido casi oficialmente el eslogan “el dinero hace milagros”. Incluso en la China confuciana y semicomunista, el bienestar fue y sigue siendo una prioridad, lo cual es comprensible en un país que ha sufrido hambre, humillación y saqueo durante 150 años. El hombre ha sido separado de su esencia principal: el amor, la capacidad de crear y soñar, la conciencia, el honor y todo lo que distingue al hombre de los animales.

Satisfecha, sin tener que luchar por la supervivencia ni por la patria, la sociedad se ha deformado. Los valores poshumanos y antihumanos siempre han anidado en el subconsciente de algunas personas, pero ahora son generosamente fertilizados y alimentados por oligarquías que buscan desunir a la sociedad y distraerla de la creciente desigualdad y otros problemas. La civilización occidental, en particular, está en decadencia, pero lo mismo puede suceder con otras también.

Durante el actual y cada vez más intenso terremoto mundial, nuestra estrategia nacional debe priorizar la defensa y la seguridad del país y su pueblo, lo que requerirá su rejuvenecimiento espiritual e ideológico. La economía sigue siendo importante, pero los criterios económicos –la eficiencia y, más aún, la rentabilidad– deberían pasar a un segundo plano al menos durante las próximas dos décadas. La economía debería transformarse desde el centro y dueño de la estrategia estatal en un servidor respetado. Las personas deben convertirse en el fin y no en el medio del desarrollo, en el propósito de la política estatal y de la vida pública, y no sólo como individuos, sino como ciudadanos dispuestos a trabajar por una causa común.

La fuerza militar y espiritual se convertirá en el principal factor del poder agregado, la supervivencia y la prosperidad del país en el futuro cercano. Todavía se necesita desarrollo económico, especialmente mediante el uso de la ciencia y la tecnología (incluida la inteligencia artificial). Pero el desarrollo no se limita a la búsqueda de riqueza, sino a la protección de las personas, el país, la sociedad y la naturaleza.

También necesitamos un sueño-idea nacional, arraigado en la tradición, basado en las realidades actuales y futuras, pero con mirada hacia el futuro.

Gracias a las condiciones extraordinarias creadas por la Operación Militar Especial, la resistencia burocrática y de la élite a una ideología nacional (una resistencia asociada en gran medida con el desvanecimiento del deseo de un estilo de vida occidental) está disminuyendo. La idea del sueño ruso está tomando forma. El presidente Putin lo introdujo en su sorprendente e inusual discurso ante el Consejo Mundial del Pueblo Ruso el 28 de noviembre de 2023 y en algunas declaraciones posteriores (Putin, 2023).

Es urgente la creación de una ideología estatal a nivel nacional. Cualquiera que no esté de acuerdo es intelectual y moralmente inmaduro o simplemente quiere una ideología diferente.

La idea-sueño ruso debe convertirse en un programa para todos aquellos que trabajan y quieren trabajar por su país y por el Estado, que en Rusia son uno y el mismo, especialmente ahora, en este período histórico extremadamente peligroso y crucial.

Esta ideología no debe ser uniforme, sino que debe estar en el centro de una discusión constante en la sociedad y en la familia. Pero si una persona quiere ser un ciudadano con mentalidad de Estado, debe conocer y comprender los principios básicos de esta ideología. No es necesario compartirlos todos. Pero los verdaderos patriotas tienen derecho a saber quiénes son nuestro pueblo, quiénes no son enteramente nuestros y quiénes no son nuestros en absoluto. Estos últimos, por supuesto, no deberían ser reprimidos –a menos que infrinjan la ley–, pero no deberían tener derecho a ocupar puestos de liderazgo en el gobierno, la educación o los medios de comunicación.

Por supuesto, esta ideología, esta idea-sueño, debe reflejar los principios fundamentales de las religiones tradicionales, que deben gozar del apoyo del Estado. Las religiones tradicionales tienen casi un único código moral que el Estado debe respetar si quiere que la sociedad perdure y se desarrolle. Además, las iglesias deben ser libres y separadas del Estado. Su difícil tarea es ser un faro moral, incluso para los no creyentes. San Felipe Kolychev, que protestó contra las atrocidades de la Oprichnina, y el beato Nicolás (Salos) de Pskov, que salvó Pskov ofreciendo carne a Iván el Terrible, prestaron un servicio al Estado. Pero las “represiones” de Iván el Terrible fueron mucho menos sangrientas que las que ocurrieron simultáneamente en Europa Occidental. Sólo cuando la Iglesia y la fe fueron oficialmente suprimidas, nuestro Estado y su gente cometieron muchos crímenes monstruosos contra sí mismos.

Dios, y por tanto la creencia en el destino superior del hombre, debería convertirse en parte del sueño-idea ruso, incluso si alguien no cree en Él. Los ciudadanos de Rusia deben recordar para qué viven, recibiendo una brújula moral e ideológica para la vida. Esto no sólo llenará de significado cada vida, sino que también nos fortalecerá en la aguda competencia geopolítica de las próximas décadas y nos proporcionará amigos y aliados entre todas las personas de buena voluntad.

Ofreceré mi punto de vista sobre cómo aclarar y desarrollar una nueva visión del mundo, la idea del sueño ruso.

El objetivo principal de la política es cultivar lo mejor de la gente, el deseo de servir a la familia, a la sociedad, al país, al mundo y a Dios (si uno cree en Él). Independientemente del credo, la sociedad debe, a través de la educación y la crianza, cultivar la naturaleza divina de la persona, su destino y su disposición para servir a propósitos superiores. Éste es el espíritu de los rusos.

Servir a la máxima autoridad es natural para un enorme país como el nuestro, que ha sobrevivido sobre todo porque ha absorbido el modelo político del gran imperio mongol de Gengis Kan con su apertura cultural y religiosa, pero lo ha enriquecido con la poderosa influencia de la ortodoxia cristiana, el islam y el judaísmo.

La política medioambiental debe centrarse no sólo en reducir las emisiones, sino también en cultivar el amor de los ciudadanos por su patria y la naturaleza desde la primera infancia, la escuela y la universidad. El concepto de noosfera de Vladimir Vernadsky –la unidad del hombre y la naturaleza, el primero activo y protector hacia la segunda– está más en consonancia que nunca con la moderna y visionaria idea del sueño ruso (Vernadsky, 1944).

Sé que puedo sonar radical y quizás hasta ingenioso, pero hablo muy en serio. El moderno entorno de información pública exige cultivar y reforzar la moralidad, la conciencia, el amor al prójimo, todo lo que está en la base de las religiones abrahámicas –la ortodoxia (cristianismo), el islam y el judaísmo– y también de muchas otras.

Compartiré mi experiencia personal. Como hombre de su generación, criado en la Unión Soviética oficialmente atea, comencé a leer la Biblia sólo cuando ya era adulto. Lamenté amargamente haber pasado una parte importante de mi vida sin esta fuente de sabiduría, experiencia histórica y valores éticos. Recientemente, un buen amigo mío, el activista cultural y filántropo siberiano A. G. Elfimov, me dio una copia de la Biblia de Fiódor Dostoievski, completa con sus numerosas anotaciones (ahora decodificadas). Dostoievski lo leía casi todos los días y esto se reflejaba en sus escritos. Parece que no he comprendido del todo las obras de este gran genio ruso. Actualmente estoy tratando de leer una traducción moderna del Corán, una riqueza de pensamientos, sentimientos y sabiduría. Esta lectura ayuda mucho a mi desarrollo profesional. Es imposible escribir correctamente sobre la guerra y la paz sin absorber la sabiduría bíblica, que es fundamentalmente idéntica para cristianos, musulmanes, judíos y budistas, aunque los seguidores de estas religiones a veces se pelean entre sí.

Esta idea onírica es propuesta y desarrollada por muchos intelectuales e incluso por políticos y empresarios reflexivos.[1]

Por supuesto, no pretendo que estas ideas sean nuevas, pero están en el aire. Han sido propuestas, de una forma u otra, por grandes filósofos y visionarios rusos como Iván Ilyin, Nikolay Danilevsky, Fiódor Dostoievski y Alexander Solzhenitsyn[2].

Sin embargo, esta ideología todavía es bastante vaga. Muchos de sus elementos están contenidos en el Decreto Presidencial 809 del 9 de noviembre de 2022 “Sobre la aprobación de las bases de la política estatal para la preservación y el fortalecimiento de los valores espirituales y morales tradicionales rusos” (Decreto, 2022).

La nueva ideología debe ser aprobada a nivel estatal y discutida constantemente en las familias, con los amigos, en las escuelas y en las universidades. Y luego implementarlo creativamente.

Permítanme resumir brevemente esta idea de sueño:

Nosotros, rusos-rusos, rusos-tártaros, rusos-buriatos, daguestaníes, yakutos, chechenos, judíos, kalmyks-rusos y todos los demás ciudadanos de Rusia, somos el pueblo elegido por el Todopoderoso para salvar a nuestro país y a la humanidad en este punto de inflexión de la historia.

Somos liberadores de todo yugo, habiendo demostrado con toda nuestra historia que ese es nuestro destino. Liberamos al mundo de Napoleón, Hitler y similares, y ahora estamos ayudando a otros a liberarse del yugo liberal neocolonial occidental.

Lo más importante es el hombre y su desarrollo espiritual, físico e intelectual. Estamos por un nuevo humanismo, contra la destrucción de lo Humano en el hombre y por el desarrollo de lo mejor del hombre – Dios – para aquellos que creen en Él.

El propósito de la vida de una persona no es el hedonismo, el egoísmo y el individualismo, sino el servicio a la familia, a la sociedad, a la patria, al mundo y a Dios, si uno cree en Él. Estamos a favor del colectivismo y la ayuda mutua, sobornost. Una persona puede ser realizada y libre sólo sirviendo a una causa común, a su país y al Estado.

Somos una nación de guerreros y conquistadores, liberándonos de aquellos que buscan la hegemonía y la dominación, pero cuyo deber principal es con nuestra patria y nuestro estado.

Somos defensores de nuestra soberanía, pero también de la libertad de todas las naciones de elegir su propio camino espiritual, religioso, económico, cultural y político.

Somos una nación de internacionalistas y el racismo nos es ajeno. Estamos a favor de la diversidad y pluralidad cultural y espiritual.

Somos un estado civilizacional único, cultural y religiosamente abierto, llamado a unir todas las civilizaciones de la Gran Eurasia y del mundo.

Somos un pueblo histórico; Honramos y conocemos nuestra historia, pero también miramos hacia el futuro y estamos decididos a crear una nueva historia de nuestro país y un mundo multicolor y multicultural libre de hegemonía.

No estamos sólo a favor de valores conservadores (no es un término ideal), sino de valores humanos normales: el amor entre hombres y mujeres, el amor a los niños, el respeto a los mayores, el amor a la tierra.

Somos una nación de mujeres femeninas pero muy fuertes, que hemos salvado repetidamente nuestra patria en tiempos difíciles. Y somos una nación de hombres fuertes y valientes, dispuestos a proteger a los débiles.

Defendemos la justicia tanto entre las naciones como dentro del país. Todos deberían ser recompensados ​​​​en función de sus capacidades, su trabajo y su contribución a la causa común. Pero los débiles, los solitarios y los ancianos deben ser protegidos.

No somos especuladores, sino que perseguimos el merecido bienestar personal. El consumo excesivo y conspicuo es inmoral y antipatriótico. Para nosotros la actividad económica es un camino de salvación destinado a mejorar la vida.

Somos un pueblo que no hemos perdido el contacto con la naturaleza. Rusia es el principal recurso ecológico de la humanidad. Preservar la unidad entre la humanidad y la naturaleza es un valor universal. Amamos sobre todo nuestra patria y la protegeremos y desarrollaremos. El pasado, como el futuro, está en la unidad de la humanidad y la naturaleza. Cultivaremos en nosotros y en nuestros hijos lo que ahora se llama autoconciencia ambiental.

Nuestros héroes son los soldados, ingenieros, científicos, médicos, maestros y funcionarios del gobierno que sirven fielmente al pueblo, los empresarios-filántropos, agricultores y trabajadores que crean la riqueza del país con sus propias manos.

En última instancia, somos una civilización de civilizaciones, llamada a unir a las de la Gran Eurasia y al mundo entero.

Repito, sin una gran idea-sueño, la sociedad no se convertirá en una nación en el pleno sentido del término y los funcionarios no tendrán nada por qué trabajar excepto su propio bienestar.

Y sin una comprensión de por qué se libra una guerra –en este caso, la preservación y el renacimiento del ser humano en el hombre, la libertad y la soberanía de este país y de todos los demás–, sus frutos se perderán o se desperdiciarán.

Otra gran tarea que nosotros y el mundo debemos afrontar es encontrar un nuevo modelo económico que no esté sólo y no tanto orientado a maximizar beneficios, sino que mejore la vida de las personas, el medio ambiente y a nosotros mismos. Sé que en nuestro país ya hay muchas empresas que viven y trabajan según estos principios. Su éxito debe ser replicado. Las asociaciones empresariales no sólo deben promover y proteger los intereses de sus miembros, sino también promover ejemplos similares en su sector. Una vez más: la nueva situación internacional y el agotamiento del modelo anterior exigen un nuevo paradigma económico. No es el país o el Estado el que tiene que servir a las empresas y brindarles condiciones favorables, sino al revés. Las empresas sólo necesitan libertad si están dispuestas a servir a la sociedad y al Estado. Por supuesto, no se debe negar el deseo de riqueza de una persona, pero el consumo ostentoso debe ser estigmatizado socialmente. Un empresario filantrópico debe ser un modelo a seguir. Probablemente también debería modificarse la política fiscal. Pero no quiero entrar en una discusión técnica sobre un tema en el que tengo experiencia limitada. De hecho, la política económica ya se ha corregido y se está volviendo más equitativa debido a la guerra en curso. Estos cambios deben llevarse a cabo sobre la base de la nueva ideología de desarrollo y de la idea-sueño ruso propuesta.

Políticamente, no estamos construyendo una democracia occidental moderna, sino una meritocracia: el cultivo y el gobierno de los mejores. Sin embargo, no rechazamos las instituciones democráticas, especialmente a nivel municipal. Incluso los mejores pueden convertirse en los peores si no hay presión desde abajo y si no se tiene en cuenta la opinión del pueblo y de la sociedad. Somos un estado de democracia de liderazgo.

DESCOLONIZACIÓN DEL PENSAMIENTO

Y ahora un aspecto muy importante, largamente esperado, pero hasta ahora poco discutido de la nueva política. Esta y su éxito son imposibles sin superar y actualizar los fundamentos ideológicos arcaicos, y a menudo indudablemente dañinos, sobre los que se apoyan nuestras ciencias sociales y (en gran medida) nuestras políticas (cf. Shuper, 2022).

Esto no significa rechazar una vez más los logros anteriores en el pensamiento político, económico y de política exterior. Los bolcheviques una vez arrojaron el pensamiento sociopolítico ruso al “basurero de la historia”, y conocemos el resultado. No hace mucho que dejamos alegremente de lado el marxismo. Ahora, hartos de otros dogmas, nos hemos dado cuenta de que esto se hizo demasiado bruscamente, porque Marx, Engels y Lenin (con su teoría del imperialismo) tenían ideas buenas y útiles.

Las ciencias sociales son inevitablemente nacionales, por muy cosmopolitas que parezcan sus partidarios. Crecen en el territorio histórico nacional y, en última instancia, están destinados a servir a sus países y/o a sus clases dominantes y propietarias o a las oligarcas supranacionales (actualmente globalistas-liberales). El trasplante acrítico de tales ciencias será infructuoso o conducirá al crecimiento de abominaciones.

Después de haber recuperado una relativa seguridad militar y la soberanía política y económica, tendremos que recuperar la independencia intelectual , uno de los requisitos absolutos para el desarrollo y la influencia en el nuevo mundo.

Creo que el eminente politólogo ruso Mijail Remizov fue el primero en llamar a este proceso “descolonización intelectual”.

Después de décadas de vivir a la sombra del marxismo extranjero, hemos adoptado el dogma extranjero de la democracia liberal en economía, ciencia política e incluso en relaciones internacionales y estudios de seguridad. Esta fascinación nos ha costado parte de nuestro país, de su tecnología y de quienes la desarrollan. A mediados de la década de 2000 comenzamos a seguir una política independiente, pero actuamos en muchos sentidos de manera intuitiva, sin basarnos en principios científicos o ideológicos claros (y, por tanto, orientados a la nación). Todavía no nos atrevemos a reconocer que la visión ideológica y científica del mundo que nos ha guiado durante los últimos 40-50 años está obsoleta y/o originalmente fue pensada para servir a las élites extranjeras.

¿Qué es primordial en el hombre y en la sociedad: lo material o lo espiritual? En términos más mundanos y políticos: ¿Qué intereses impulsan a las personas y a sus comunidades-estado en el mundo moderno? Los marxistas vulgares y liberales insistieron en los intereses económicos. El lema de Bill Clinton “es la economía, estúpido” parecía axiomático hasta hace poco. Pero en nuestro país se ha convertido en un postulado aún peor, casi en un principio rector oficial de los círculos gobernantes: el mencionado “el dinero hace milagros”. Una vez satisfecha el hambre básica (o incluso antes), la gente se deja llevar por intereses de orden superior: el amor a la familia y a la patria, la dignidad nacional, la libertad personal, pero también el poder y el reconocimiento. En principio, la jerarquía de valores se conoce desde Maslow en los años 40 y 50 del siglo pasado. Sin embargo, el capitalismo moderno ha distorsionado esta jerarquía, imponiendo –primero a través de los medios tradicionales y ahora mediante las omnipresentes redes electrónicas– la filosofía de un consumo cada vez mayor, tanto para los ricos en su nivel como para los pobres en el suyo.

El capitalismo moderno, desprovisto de toda base ética o religiosa, que promueve el consumo ilimitado y la eliminación de todos los límites éticos y geográficos, amenaza cada vez más a la naturaleza y a la continuidad de la vida humana. Sin embargo, los rusos sabemos bien que el intento de reprimir el deseo de lucro y de riqueza y de deshacerse de los empresarios y capitalistas que traen esos valores tiene consecuencias monstruosas tanto para la sociedad como para el medio ambiente (hacia el cual la economía socialista no era particularmente amigable).

¿Qué hacer con el rechazo moderno de la historia, la patria, el género y la fe, o con el agresivo movimiento LGBT y el ultrafeminismo? Reconozco el derecho de los demás a seguirlos, pero son posthumanos o incluso antihumanos, y no pueden considerarse una etapa normal de la evolución social. ¿Deberíamos intentar aislarnos, limitar la posibilidad de crecimiento interior y esperar que otras sociedades sobrevivan a esta epidemia moral? ¿O debemos luchar de frente, liderando a la gran mayoría de la humanidad que apoya valores que se llaman conservadores, pero que en realidad son sólo normales y humanos, elevando aún más el ya peligroso nivel de confrontación con las élites occidentales? Mi respuesta (ver arriba) es que debemos emprender una ofensiva ideológica y no dudar en decir la verdad, aumentando nuestro respeto por nosotros mismos y ganando el respeto de la mayoría mundial de la gente normal.

La tecnología del mundo moderno y la creciente productividad del trabajo han saciado a la mayoría de la gente, pero este mismo mundo ha llevado a la anarquía y a la pérdida de puntos de referencia familiares. Los intereses de seguridad, respaldados por el poder militar y la voluntad política, están suplantando una vez más a los económicos. ¿Qué es la disuasión militar en el mundo moderno? ¿La amenaza de daños a los activos internos y físicos o la amenaza de daños a los activos externos y a la infraestructura de información a la que las actuales oligarquías occidentales cosmopolitas están tan estrechamente vinculadas? Si se destruye esta infraestructura, ¿qué será de las sociedades occidentales? ¿O deberíamos dirigir nuestras fuerzas disuasorias directamente a los lugares donde se concentran las oligarquías?

¿Qué es la paridad estratégica? Es un absurdo, inventado en el extranjero para explotar el complejo de inferioridad de la dirección soviética y el síndrome de Barbarroja, que ha arrastrado al país a una agotadora carrera armamentista. Aunque todavía se hace referencia a la paridad y a medidas simétricas, parece que empieza a reconocerse la verdad.

¿Y qué es el control de armamentos, que muchos de nosotros todavía creemos útil? ¿Es una forma de frenar una costosa carrera armamentista que beneficia a la parte más rica y reducir la amenaza de guerra? ¿O es una herramienta para legitimar esta carrera, desarrollar armas e imponer programas inútiles al otro lado? La respuesta no es tan clara.

Pero volvamos a cuestiones de orden superior.

¿Es la democracia realmente la cúspide del desarrollo político? ¿O es la democracia representativa (a diferencia de la democracia directa, aristotélica) meramente una herramienta de la oligarquía para gestionar la sociedad? Una herramienta que se puede desechar cuando ya no es adecuada para la situación. Esto no es un llamado al autoritarismo desenfrenado ni a la monarquía, y mucho menos al totalitarismo (nazismo). Parece que ya hemos ido demasiado lejos con la centralización, especialmente a nivel municipal. Pero si la democracia es sólo una herramienta, ¿quizás deberíamos dejar de fingir que aspiramos a ella y decir sin rodeos que queremos una sociedad de libertad personal, prosperidad generalizada, seguridad y grandeza nacional?

Pero entonces ¿cómo podemos legitimar el poder ante los ojos del pueblo? ¿O deberíamos proponer el concepto de “democracia de liderazgo”: el poder de la meritocracia liderado por un líder fuerte que disfruta del apoyo de la mayoría de la gente? ¿O deberíamos decir claramente que la democracia es el camino hacia la antimeritocracia, la oclocracia (gobierno de las turbas) que está surgiendo en Occidente, o incluso hacia su declive? (Casi todas las democracias de la historia han llevado a la desintegración y degeneración de la sociedad y el Estado, como en Rusia y Alemania durante y después de la Primera Guerra Mundial.)

¿Morirá realmente el Estado, como pensaban los marxistas o como dicen desde hace medio siglo los globalistas liberales, soñando con una alianza entre corporaciones transnacionales, ONG internacionales y sindicatos supranacionales? (Véase, por ejemplo, la reciente y absurda propuesta de Klaus Schwab (2021). En realidad, muchas de estas empresas y ONG han sido nacionalizadas o privatizadas.) Veremos cuánto tiempo durará la UE en su forma actual. Tampoco en este caso se quiere negar la utilidad de la cooperación interestatal, por ejemplo a la hora de eliminar costosas barreras aduaneras, proteger el medio ambiente o combatir epidemias. ¿Pero tal vez deberíamos centrarnos en fortalecer nuestro Estado y apoyar a nuestros aliados, dejando los problemas globales a quienes los crearon? ¿O en este caso estos problemas sólo nos causarán más problemas?

¿Cuál es el papel del territorio? ¿Es un activo menguante, una carga, como decían algunos hasta hace poco, siguiendo el ejemplo de los occidentales (Hill, Gaddy, 2003)? ¿O sigue siendo el tesoro nacional más importante, especialmente ante el cambio climático, el empeoramiento de la escasez relativa (a veces absoluta) de agua y alimentos y otras crisis ambientales?

¿Qué pasará con cientos de millones de paquistaníes, indios, árabes y otros cuyas tierras pueden volverse inhabitables? ¿Deberíamos invitarlos ahora, como lo hicieron Estados Unidos y Europa en los años 1960 para reducir los costos laborales y debilitar a los sindicatos? ¿Deberíamos encerrarnos en nosotros mismos? ¿O deberíamos desarrollar un modelo que preserve la supremacía de los pueblos nativos de Rusia sobre sus tierras? Pero esta última solución significaría abandonar toda esperanza de desarrollar la democracia, como se ha demostrado en Israel con su población árabe. La respuesta no es obvia. Necesitamos desarrollar nuestra propia teoría y actuar en consecuencia, en lugar de oscilar entre la máxima liberalización de la inmigración y su prohibición total.

¿Alcanzará finalmente la robótica en Rusia el nivel necesario para evitar la escasez de mano de obra? El número de personas de origen ruso está disminuyendo inevitablemente como porcentaje de la población del país. ¿La apertura histórica del pueblo ruso nos permite ser optimistas a este respecto? Lo principal es aprender a pensar de forma independiente, comprender el lugar propio y el de nuestro país en la geografía y la historia, captar las raíces y los intereses de nuestros pueblos. Entonces la investigación será intelectualmente fructífera y socialmente útil.

Hay muchas otras preguntas, especialmente en el ámbito económico. Para lograr el desarrollo y la victoria, debemos planteárnoslas y responderlas lo más rápidamente posible. Necesitamos una nueva economía política, libre del dogma marxista y liberal, pero superior al realismo rígido que actualmente sustenta nuestra política exterior. Debe complementarse con un idealismo ofensivo y con visión de futuro, con una nueva idea de Rusia basada en nuestra historia y tradición filosófica. Nuestras ciencias deben estar perfectamente entrelazadas. No se puede ser un experto en cultura sin conocer historia y geografía, ni economista sin conocer éstas y las relaciones internacionales.

Estoy seguro de que ésta es la tarea más importante de todos nuestros estudiosos: expertos en relaciones internacionales, politólogos, economistas, geógrafos y filósofos. Es una tarea verdaderamente abrumadora. Tendremos que romper los hábitos habituales y cómodos de pensamiento para ser útiles a la sociedad y al país. Para endulzar esta tarea, concluiré con la idea medio en broma de que el objeto de nuestro estudio –la política exterior, interior y económica– es creación de muchas personas y dirigentes, y es, en última instancia, arte. Hay mucho de inexplicable en ello, basado en la intuición y el talento. ¿Es posible que nosotros, como los críticos de arte, describamos cosas, identifiquemos tendencias y enseñemos historia, haciendo un trabajo útil para visionarios y líderes? Aunque a menudo nos volvemos escolásticos, generando teorías que tienen poca relación con la realidad y que la distorsionan a través de la fragmentación, nos ocupamos del arte por el arte.

Una última observación: en el estudio de nuestras ciencias y artes, el curso sobre teorías debería ser reemplazado por un curso sobre crítica de teorías, incluidas las nuestras. Las teorías no pueden explicar adecuada o completamente cómo piensa la gente, cómo piensa la sociedad o cómo funciona el mundo y generalmente distorsionan la comprensión y, por lo tanto, la acción. Es necesario conocer las teorías, pero guiarse por una intuición basada en el conocimiento y la voluntad humana y, si es posible, divina.

Notas

[1] Para compilar esta lista imperfecta e incompleta de principios me basé en amigos y colegas, en muchos autores que hablaron en la última Asamblea del CFDP, en Vyacheslav Rybakov de San Petersburgo (sinólogo, filósofo político y escritor de ciencia ficción), en Sergei N. Ivanov de Novosibirsk y ahora Moscú (filósofo y director de una de las empresas de más rápido crecimiento en Rusia, cuyo nombre no se menciona para evitar sospechas de publicidad), Ayrat Bakhtiyarov de Kazán (empresario, filósofo y traductor e intérprete del Corán), y en muchas declaraciones de nuestro Presidente, especialmente en los últimos meses.

[2] Véase: Iván Ilyin  ¿Qué promete al mundo el desmembramiento de Rusia ? Nikolay Danilevsky  Rusia y Europa: una mirada a las relaciones culturales y políticas del mundo eslavo con el románico alemán ; Fiódor Dostoievski  Los hermanos Karamazov ; y Alexander Solzhenitsyn La rueda roja.

FuenteCentro de Estudio Eurasia y Mediterráneo 

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Una corona surgida de la «legitimidad del 18 de julio»

 

Reseña de La monarquía del 18 de julio: la restauración de un anacronismo político (Laetoli, 2024), de José Cantón


Una corona surgida de la «legitimidad del 18 de julio»

 

Alfredo Iglesias Diéguez

Rebelion

19/04/2025 


Fuentes: Rebelión / Mundo Obrero [Imagen: Juan Carlos de Borbón durante el discurso de aceptación del título de Príncipe de España el 24 de julio de 1969. Créditos: Manuel Litran/Paris Match]


Es oportuno preguntarse cómo se llegó a la definición del rey como símbolo de la “unidad y permanencia del Estado”… Esa función sólo tiene sentido en una autoridad emanada directamente del pueblo, elegida democráticamente.

A lo largo de la historia de España, al menos desde los tiempos de la reina Isabel de Castilla y el rey Fernando de Aragón (recordemos que en momentos anteriores existieron también emiratos y califatos en el territorio peninsular, no solo reinos), la forma habitual de organizar políticamente el Estado fue bajo la jefatura de un rey o reina (o un regente); sin embargo, la monarquía actual no es heredera de esa tradición histórica española, a pesar de lo que establece el artículo 57 de la Constitución española de 1978, en el que se puede leer: “la Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica”.

Al margen de si Juan Carlos de Borbón es el legítimo heredero de Alfonso XIII —ríos de tinta se han gastado para justificar esa línea sucesoria, lo cual ya es una señal evidente de que no está todo tan claro…—, lo cierto es que para conseguir la restauración de la “Corona de España” —como se dice en la CE78—, en la figura de Juan Carlos de Borbón, fueron determinantes tres hechos históricos que nada tienen que ver con la continuidad histórica de la dinastía borbónica, que ya había sido interrumpida en tres ocasiones anteriores: en 1871 con la proclamación del rey Amadeo I, que pertenecía a la dinastía de los Saboya; en 1873, cuando las mismas Cortes que escucharon la abdicación de Amadeo I proclamaron la I República española; y, en 1931, cuando tras la partida de Alfonso XIII el comité político de transición transfiere el poder al primer gobierno provisional de la II República, una República que no pondrá “término a la misión histórica que se había impuesto” hasta el 21 de junio de 1977, tras la muerte del dictador.

El primero de los tres hechos que determinaron la segunda restauración borbónica, entonces, fue el golpe de Estado instigado por la oligarquía industrial y financiera, así como por los terratenientes y la Iglesia, y protagonizado por un grupo de militares “africanistas” que no dudaron en romper su compromiso de lealtad hacia la República el 18 de julio de 1936, que al fracasar dio comienzo a un enfrentamiento armado entre los golpistas —que antepusieron su codicia al principio supremo de cualquier militar, aquel que enunciara Simón Bolívar, el Libertador, cuando dijo: “maldito sea el soldado que apunta su arma contra su pueblo”—, y quienes salieron en defensa de la legalidad republicana —muchas veces sin que llegase a mediar la posibilidad de combatir en defensa de la República, como bien saben en Galicia… y otros lugares que quedaron bajo las botas de los militares fascistas en apenas unos pocos días—.

El segundo hecho fundamental en el camino hacia la segunda restauración borbónica tuvo lugar el 23 de julio de 1969. Ese día, conforme a la ley de sucesión de 1947, por la que se define a España como un reino (con trono vacante, se entiende, ya que la jefatura del Estado estaba en manos del dictador) y se establecían los mecanismos sucesorios a la Jefatura del Estado español, que de acuerdo con el artículo 5 de esa ley sería la persona que Franco designase, Juan Carlos de Borbón era nombrado Príncipe de España, lo que le garantizaba que iba a suceder al dictador en la Jefatura del Estado a título de Rey una vez que “por la ley natural” la “capitanía” del genocida “faltase”. En el discurso de aceptación de su nombramiento como Príncipe de España pronunció las siguientes palabras: “Quiero expresar en primer lugar, que recibo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes, pero necesarios, para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino”.

El tercer hecho tuvo lugar el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte del tirano. Ese día Juan Carlos de Borbón, en ese momento Príncipe de España, juró “por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional”.

Entre ese día y el 11 de mayo de 1978, día en el que se aprueba el artículo 1 de la CE78, que establece que “la forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria”, los ideólogos de la Corona —en un patético remedo de los esfuerzos realizados por Cánovas y Sagasta para restaurar por primera vez a los Borbón en el trono de España, allá por los años 1870—, entre los que se encontraba Manuel Fraga Iribarne, lucharon por imponer —y lo lograron— un discurso que presentaba al rey de España, en tanto que jefe de Estado, como “símbolo de su unidad y permanencia, [que] arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”. Una vez refrendada por el pueblo español la CE78, durante el discurso de promulgación que pronunció Juan Carlos de Borbón el 27 de diciembre de 1978 llegó a decir: “Y hoy, como Rey de España y símbolo de la unidad y permanencia del Estado, al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla”. Insistiendo en esa función simbólica… y sin llegar a jurar la Constitución, simplemente mostrando su “decidida voluntad de acatarla y servirla”.

En este sentido, es oportuno preguntarse cómo se llegó a la definición del rey como símbolo de la “unidad y permanencia del Estado”, una atribución simbólica que no existía en ninguna de las constituciones monárquicas anteriores (1812, 1837, 1845, 1856, 1869 y 1876); todo lo contrario, la primera vez que se expresa una idea semejante es en el artículo 82 de la Constitución republicana de 1873, que señala como una de las funciones del presidente de la República la de “personificar el poder supremo y la suprema dignidad de la Nación”; idea que recoge la Constitución republicana de 1931, que establece en su artículo 67 que “el presidente de la República es el jefe del Estado y personifica la Nación”. Es decir, en la tradición histórica española la Corona no representaba la unidad y permanencia de España porque el legislador español sabía que la autoridad del rey no emanaba de la Nación. Esa es la razón por la cual las constituciones de 1812, 1837, 1856 y 1869 (progresistas) establecían que la soberanía residía “esencialmente” en la Nación, reconociendo veladamente algo que las constituciones de 1845 y 1876 (conservadoras) reconocían abiertamente: que la corona comparte la soberanía con la nación; he ahí el motivo por el cual el rey nunca se había reconocido como “símbolo de la unidad y permanencia del Estado”. Esa función únicamente tiene sentido en una autoridad que emana directamente del pueblo, es decir, que fue elegida democráticamente.

Precisamente a analizar los esfuerzos de los ideólogos de la monarquía actual para legitimar la restauración de una institución anacrónica, que no hunde sus raíces en un pasado dinástico, sino en la voluntad de Franco, autoproclamado “caudillo de España” y, según el artículo sexto de la ley orgánica del Estado, “representante supremo de la Nación española [que] personifica la soberanía nacional”, es la tarea que asume José Cantón en una obra imprescindible: La monarquía del 18 de julio: la restauración de un anacronismo histórico (Laetoli, 2024).

Este artículo fue editado originalmente en Mundo Obrero.

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Yo vi rendirse a los mercenarios

 

Yo vi rendirse a los mercenarios

 

DIARIO OCTUBRE / abril 19, 2025

«Fidel nos imprimió valor y una fuerza tremenda»


«Después de aquel temor inicial y sin apenas darme cuenta, me volví un “monstruo” y fui p´alante todo el tiempo», rememora Anastasio. Foto: Ventura de Jesús García.


Ventura de Jesús (Granma).— A sus 92 años de edad, Anastasio Suárez Rodríguez es lo que se dice un anciano venerable y, por si fuera poco, mantiene vivo el deseo de seguir haciendo por la Revolución.

 

A pesar de su avanzada edad, confía en que el tiempo le alcance para empeñarse en otros proyectos. «Yo me digo: si Fidel nunca se detuvo, yo tampoco voy a parar», expresa para reiterar su decisión de continuar luchando en esta vida.

Siente orgullo de haber integrado el Batallón 225 de Jagüey Grande, y de su participación en el enfrentamiento a los mercenarios en abril de 1961.

Chacho, como lo llaman los más allegados, es un hombre de baja estatura, locuaz y de voz segura, con un rostro y unas manos que revelan de cierto modo su longevidad y los sacrificios que marcaron su juventud.

Quizá por los infortunios del tiempo y la dureza de los años que corren, su imagen física se ve reducida dentro de su histórico uniforme verde olivo.

Aunque por lo visto no hay poder humano capaz de hacerlo desistir de sus aspiraciones presentes y futuras, admite que ya la vista no lo acompaña como antes. «Pero estoy bien, no me quejo», insiste en su decisión de no flaquear.

Carpintero de oficio, Anastasio tenía 27 años cuando la invasión mercenaria, y poseía cierta experiencia en la lucha contra bandidos.

«Procedo de una familia muy humilde y no pude estudiar, pero mi familia toda abrazó la causa de la Revolución y mi mamá nos inculcó las buenas costumbres y el espíritu de guapear».

Al evocar las horas difíciles de Girón, confiesa que no sabe de dónde tomó aliento para sobreponerse a la incesante metralla de la aviación. «Juro que sentí miedo», asegura mientras hace un ademán con las dos manos, y sonríe.

«El Escambray fue otra cosa, algo así como la lucha de guerrillas. Ahora bien, yo nunca había vivido un bombardeo tan intenso como el del trayecto de Australia hacia Playa Larga; no había donde refugiarse.

«Era un suicidio caminar por la carretera y ni siquiera en la cuneta había cómo protegerse. Éramos vulnerables al ataque aéreo. En un primer momento nos engañaron, pues llevaban banderas con la insignia cubana.

«Después de aquel temor inicial y sin apenas darme cuenta, me volví un “monstruo” y fui p´alante todo el tiempo. Por lo demás, creo que Fidel nos imprimió valor y una fuerza tremenda».

En lo adelante, confiesa, apenas tuvo tiempo de pensar en el peligro y la muerte, aunque asegura que el olor a carne quemada de los caídos por la metralla y el sol le desgarró las entrañas.

«Después de Girón estuve varios días sin poder comer debidamente».

Manifiesta no olvidar el valor de sus compañeros y el haber sufrido la pérdida de gente muy cercana como Iluminado Rodríguez y Antero Fernández Vargas, «quien nos hizo milicianos a nosotros en Jagüey Grande», cuenta.

Entre los recuerdos que mejor conserva sobre la epopeya de Girón está constatar el valor de las fuerzas revolucionarias, «gente brava, con coraje y voluntad, algo que al final fue decisivo en la victoria, a pesar del poderío en armas de los mercenarios».

A ellos, en cambio, «les faltó la razón, mientras nosotros defendíamos una causa justa y estábamos dispuestos a morir por ella; por eso combatimos con firmeza».

Chacho dice estar seguro de que Girón demostró que la moral de un pueblo es más importante que los plomos y las balas.

Otro momento inolvidable para el hoy nonagenario combatiente fue haber visto a los mercenarios rendirse. «Iban con las manos detrás de la cabeza y con la derrota dibujada en sus rostros. Nos dimos cuenta de que eran nada, unos desalmados que en definitiva se entregaron como palomas».

Nada lo ilusiona más que recordar aquel pasaje. «Por eso nos pusimos eufóricos y empezamos a gritar cuando se declaró la victoria».

Girón demostró que la moral de un pueblo es más importante que los plomos y las balas. Foto: Raúl Corrales

 

LA CIÉNAGA DE HOY

Desde los primeros años de la Revolución y tras la Victoria de Playa Girón, la primera gran derrota del imperialismo yanqui en América Latina, el Gobierno y Estado cubanos no se olvidan de quienes viven en esa zona; no se olvidan del sitio en el que habita mucha gente humilde, que además es un monumento a la historia que simboliza libertad e independencia, no solo para Cuba, sino también para la región.

Como cada año por estas fechas, y en honor a la efeméride, se realizan acciones de rehabilitación y construcción en beneficio de los pobladores cenagueros, entre ellas destacan:

·         La inauguración de un servicio de microbiología, la reparación de los pisos y el techo de la sala de rehabilitación, y los consultorios asociados al policlínico principal de urgencias, Celia Sánchez Manduley.

·         Una nueva casita infantil con capacidad para atender a diez niños de madres trabajadoras de la localidad de Playa Girón.

·         La construcción de una capilla funeraria.

·         La reanimación del Museo Girón.

·         La conclusión de una cámara de congelación para la conservación de pescado.

·         Se incorporaron nuevos servicios de Etecsa en las comunidades de Soplillar, Pálpite y Los Hondones.

·         La reconstrucción de El Peaje, símbolo distintivo de la Ciénaga de Zapata.

Fuente: granma.cu

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