En Mesoamérica, los
trabajos arqueológicos recientes están cambiando la visión preexistente de
civilizaciones verticales desarrolladas en el seno de “Estados” despóticos
carentes de esquemas cooperativos y coercitivos. La cosa es más compleja.
Enseñanzas mesoamericanas
David M. Carballo, Gary M. Feinman
El Viejo Topo
20 agosto, 2023
La arqueología está cambiando lo que sabemos sobre la antigua Mesoamérica
La arqueología
reciente de la antigua Mesoamérica está cambiando la comprensión general de la
gente y las instituciones que habitaron este mundo: la evidencia nos dice que
el Gobierno cooperativo y plural era, por lo menos, tan común como los Estados
despóticos, y más resistente que estos.
La complejidad
de este escenario y los logros de los pueblos de Mesoamérica son aún más
impresionantes si se tiene en cuenta la accidentada orografía y la escasez de
recursos de la zona. En comparación con la antigua Eurasia, los habitantes de
Mesoamérica –la región que se extiende desde Costa Rica hasta el centro de
México– carecían de bestias de carga y de transporte rodado, y el uso de
metales era generalmente limitado.
Hasta hace
poco, nuestra comprensión de cómo se desarrollaron la mayoría de las sociedades
y los primeros Estados se basaba en gran medida en interpretaciones de las
sociedades urbanas de Eurasia. Se asumían Gobiernos despóticos y coercitivos
(excepto en la antigua Atenas y la Roma republicana), se atribuía gran
importancia a las acciones de la élite y se suponía que las funciones básicas
de la economía estaban en manos del gobernante.
La Mesoamérica
precolonial no encaja en este marco: ni la producción económica ni la
distribución estaban controladas centralmente por gobernantes despóticos, ni la
gobernanza en sociedades con poblaciones muy numerosas era universalmente
coercitiva.
Esta nueva
perspectiva es el resultado de décadas de cambio en el enfoque de la
investigación arqueológica, que ha pasado de los templos y las tumbas a los
patrones de asentamiento regional, los trazados urbanos, las excavaciones de
casas, las economías domésticas y la producción agrícola.
Al concentrarse
en el registro arqueológico, las generaciones recientes de investigadores e
investigadoras han prestado una atención renovada a características de la
Mesoamérica precolonial que no encajaban en estereotipos arraigados, muchos de
los cuales tenían sus raíces en el siglo XIX. Las ciudades y sociedades a gran
escala de Mesoamérica surgieron independientemente de otras regiones globales,
engendradas por sus propias poblaciones regionales. El desarrollo tecnológico
mesoamericano nunca experimentó el impacto centralizador de la monopolización
del armamento de bronce a través del control de los escasos yacimientos de
estaño, ni los efectos “democratizadores” o “descentralizadores” de la adopción
de un hierro más ampliamente disponible.
Mesoamérica
también se libró de las marcadas desigualdades en tecnología militar y de
transporte que aparecieron en Eurasia cuando algunas sociedades desarrollaron
el carro, capacidades navales serias y palacios fortificados, mientras que
otras se quedaron rezagadas. En Mesoamérica, el poderío militar se conseguía
mediante el control de grandes infanterías que utilizaban armas fabricadas
principalmente con piedra de fácil acceso, lo que propiciaba unas relaciones
políticas más equilibradas que en Eurasia.
Por tanto, la
Mesoamérica prehispánica se perfila como un lugar ideal para examinar las
diferentes formas en que los seres humanos se unieron en contextos urbanos,
tanto en formaciones políticas colectivas como autocráticas, sin algunos de los
factores clave que los estudiosos anteriores han considerado tradicionalmente
necesarios o transformadores para el surgimiento de las sociedades premodernas.
¿Cómo se
organizaron estos grandes centros urbanos preindustriales de Mesoamérica? ¿Eran
duraderos? Y si es así, ¿qué explica sus grados comparativos de resiliencia a
través del tiempo?
En un estudio de 2018, codificamos datos de
una muestra cuidadosamente seleccionada de 26 ciudades mesoamericanas
precoloniales y centros políticos prominentes. Descubrimos que más de la mitad
de ellos no estaban gobernados despóticamente y que los centros políticos más
colectivos tenían mayor resiliencia frente a sequías e inundaciones, y guerras
o cambios en el comercio. Las ciudades que afrontaban sus retos sociales
utilizando formas más colectivas de Gobierno y gestión de recursos eran más
grandes y algo más resistentes que las ciudades con un Gobierno personalizado y
un poder político más concentrado.
En general, los
centros políticos organizados colectivamente dependían en mayor medida de la
generación de financiación interna, como los impuestos, en comparación con los
centros más autocráticos que dependían más de la financiación externa, como las
redes comerciales monopolizadas y el botín de guerra. Cuanto más pueden
mantenerse las élites políticas sin depender de la financiación de la población
general, menos se enfrentan a la rendición de cuentas por parte del pueblo, y
mayor es la probabilidad de que se acaparen el Gobierno y el poder. Además, los
niveles más altos de financiación interna y recursos comunales se correspondían
a menudo con pruebas de la mayor circulación de bienes públicos y la
burocratización de los cargos cívicos. Los centros organizados colectivamente
con estas características, así como las disposiciones espaciales, como las
grandes plazas abiertas y las calles anchas, que ofrecían oportunidades a los
propietarios y a los habitantes urbanos para comunicarse y expresarse, parecen
haber fomentado la persistencia de la comunidad como centros principales.
En un estudio posterior que incluía una
muestra actualizada y ampliada de 32 ciudades mesoamericanas bien investigadas,
descubrimos que los centros con un Gobierno más ascendente y colectivo eran más
resistentes. Mientras que algunas de estas ciudades tenían palacios y
monumentos a los gobernantes como puntos centrales, otras presentaban formas de
infraestructura urbana más compartidas y distribuidas equitativamente. Esto
incluye complejos de apartamentos, terrazas o murallas compartidas dentro de
los barrios, plazas vecinales, templos y otros edificios cívicos, y carreteras
y calzadas compartidas, todo lo cual requería cooperación y trabajo colectivo
para su construcción y mantenimiento y habría facilitado una interacción cara a
cara más regular y reuniones públicas periódicas.
Las
implicaciones de esta investigación arqueológica son demasiado informativas y
poderosas para quedarse en los libros de texto. Resuenan con las visiones en
evolución de nuestro mundo actual, que está descubriendo que el espacio
público, la comunicación abierta, los impuestos justos y una burocracia eficaz
pueden ser piedras angulares del bienestar. Estos paralelismos y conocimientos
del pasado pueden servirnos hoy como modelos para orientar nuestra
planificación futura e identificar los modelos sociales que mejor nos
posicionan para sobrevivir a las pruebas del tiempo.
Fuente: Instituto Independiente de Medios. Artículo producido por Human
Bridges, un proyecto del Independent Media Institute.
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