¿Es posible un Capitalismo Verde?
"¿Seremos
capaces de descubrir un nuevo arte de vivir? Arte de vivir en solidaridad, no
en competencia, vivir en fraternidad y en cooperación. Arte de vivir
disfrutando de la naturaleza, sin esquilmarla ni destrozarla", se pregunta
el autor
Lamarea.com
12 agosto 2020
La gravedad de la crisis sanitaria creada por
un microscópico virus es algo que debemos tomar muy en serio y poner todo lo
que esté de nuestra parte para evitar los contagios, pero no debe
hacernos olvidar que la gran crisis que amenaza a la humanidad es el cambio
climático. Tanto es así que las Naciones Unidas han convocado numerosas
conferencias y reuniones para abordar este problema. A la Cumbre
del Clima (COP25), que se celebró en Madrid en diciembre del año
pasado asistieron 50 jefes de Estado o de Gobierno y representantes de los
principales organismos internacionales.
No cabe duda de que son los políticos
los que tienen que adoptar las medidas más importantes necesarias para
enfrentar la crisis climática. Lo que pasa es que, por muy jefes de gobierno
que sean, no tienen plena libertad para tomar decisiones. Están
condicionados desde dos ángulos muy distintos: por un lado tienen que agradar a
los ciudadanos de sus países para que los voten; y, además sufren las presiones
y las amenazas del poder económico: la banca, las empresas
multinacionales, las grandes fortunas…
Un llamativo ejemplo de esta influencia de
las empresas fue ver a Endesa, considerada la empresa que más gases de efecto invernadero emite en España,
como una de las principales patrocinadoras de la COP25. También pudimos ver que, en buena
parte de los medios de comunicación, las informaciones sobre la cumbre estaban
intercaladas con anuncios que empujaban a los lectores a lanzarse a la
fiebre consumista de las compras navideñas.
Lo que también debemos tener muy en cuenta
es que en este poder económico encontramos igualmente dos posturas
distintas: por un lado el negacionismo demencial al estilo Donald Trump,
y por otro la postura, mayoritaria, de los que ven totalmente imposible negar
la realidad de la crisis climática, pero rechazan los cambios radicales
que serían necesarios para hacerle frente. Ante esto, lo que plantean son
cambios más bien cosméticos: pintar de verde el desarrollismo insensato que nos
está llevando a la catástrofe. Buenas palabras y buenos propósitos sin
obligaciones concretas.
De todas maneras piensan que, además de
ponerse la chaqueta verde, algo habría que hacer… pero siempre que sea
negocio. En el dominical de El País Carlos M. Duarte escribe:
“Las grandes
corporaciones han visto en los impactos de un cambio (climático) desbocado un
riesgo para la estabilidad de sus inversiones y ahora consideran que la acción
contra el cambio climático y, de manera más general, los objetivos de
sostenibilidad de Naciones Unidas son buenos para sus expectativas de negocio.
Los mercados apuestan claramente por la transición ecológica. La codicia es, en
grado último, el motor más potente para buena parte de la sociedad, su “sueño
americano”: el botón de encendido del emprendimiento. Mientras mejores sean las
perspectivas de negocio en torno a tecnologías e inversiones que ayuden a
mitigar el cambio climático, más rápidamente crecerá nuestra capacidad de
alcanzar los objetivos del Acuerdo de París”.
Me parece que el ‘sueño americano’ es la
quimera de conseguir arreglar lo del cambio climático movidos por la
codicia. Una codicia que, efectivamente, es consustancial al capitalismo, y que
lleva a explotar sin medida todo lo que se pone a su alcance, incluida la
naturaleza. La naturaleza no es competitiva, los bosques se dejan arrasar sin
la menor resistencia, lo que pasa es que luego nuestros nietos se beberán la
arena del desierto. Un clima apto para la vida es un bien común, y para el
capitalismo lo que importa son los bienes privados. Si el clima no se
puede privatizar, no interesa. La defensa de un bien común la tenemos que
pagar entre todos, y las empresas capitalistas solo intentarán es hacer
negocio con esa defensa.
Por otra parte, si miramos el imaginario
colectivo del capitalismo, uno de sus puntos fundamentales es conseguir el
bienestar a través del consumo. Consumo de toda clase de bienes y servicios,
más costosos cuanto mayor sea la capacidad económica del consumidor. Un
ejemplo bien claro lo tenemos en la nave aeroespacial privada que fue lanzada
recientemente por un multimillonario americano. Uno de sus objetivos es
llegar a promover un turismo aeroespacial. ¿Nos podemos imaginar
los recursos consumidos en un paseíto por el espacio? Los beneficios de
las empresas ‘cuidadoras’ del clima ¿se invertirían en algo diferente si se
consigue un mayor consumo? El cacareado desarrollo tecnológico, ¿va a
conseguir que los materiales necesarios para nuestro consumo salgan de la nada
y vuelvan a la nada? Naciones Unidas ha propuesto 17 puntos
como Objetivos del Desarrollo Sostenible. Sólo en uno se menciona el
consumo; habla de producción y consumo responsables. ¿Qué
quiere decir, o qué no quiere decir eso? ¿Es responsable nuestra forma
actual de producir y consumir?
Y los pueblos, los que podemos cambiar a los
gobernantes con nuestro voto ¿qué hacemos? La gravedad de la crisis
climática ha llegado a todos. Una y otra vez el mundo científico nos
avisa de que vamos por muy mal camino, que nuestro estilo de vida, nuestra
forma de producir y consumir nos lleva a un colapso medioambiental. ¿Por
qué nos quedamos quietos ante este panorama? ¿Nos conformamos con pequeños
gestos, que son necesarios, desde luego, pero no pasan de ser “el chocolate del
loro»? ¿Nos hundimos en el fatalismo de que no hay nada que hacer?
¿O estamos tan dominados por la mentalidad capitalista que no podemos imaginar
un camino hacia una vida plenamente satisfactoria que no pase por el
consumismo? ¿Seremos capaces de descubrir un nuevo arte de vivir?
Arte de vivir en solidaridad, no en competencia, vivir en fraternidad y en
cooperación. Arte de vivir disfrutando de la naturaleza, sin esquilmarla ni
destrozarla. ¿Seremos capaces de hacerlo? ¿Cómo empezamos?
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