sábado, 15 de agosto de 2020

Sin ningún tipo de colorines el capitalismo es un modo de producción histórico (y por tanto tiene que desaparecer por las mismas razones históricas que desaparecieron los anteriores modos de producción al capitalismo, pero no porque me guste a mi o me deje de gustar, sino porque tiene unas leyes de funcionamiento propias que le conducen a su fin). Es decir, que el capitalismo es una forma de producir con el único propósito de hacer crecer los capitales invertidos, basado en la explotación del trabajo asalariado, o sea, que una minoría que posee los medios de producción bajo muy diferentes y complejas formas, en algunos casos, explota económicamente a los que sin poseer los medios de producción se ve necesariamente obligados a vender lo único que tienen, su fuerza de trabajo, mediante un salario, a los propietarios de los medios de producción. Cierto es que esto es un concepto marxista que nace a mediados del siglo XIX, y que esta tan pasado de moda, para los enemigos de la clase trabajadora y para los ignorantes, como que junto a la explotación económica, hay que sumarle la explotación política y la explotación ideológica. Respecto de la explotación ideológica, yo no sé si les suena el coronavirus, pero es un instrumento de explotación ideológica novissimo y potentísimo de una efectividad como yo creo que ha habido pocas en toda la historia del capitalismo (no se entra ahora en lo relativo a la salud del coronavirus, sino en su contenido ideológico). El Dios entero y verdadero del capitalismo (con monarquía o sin monarquía es el dinero), que por lo primero que empieza es por la destrucción espiritual del ser humano impidiéndole el desarrollo pleno de todas sus facultades, tanto materiales como espirituales, y por supuesto, por el medio ambiente, que también destruye. Junto a la forma de producir capitalista, que constituye su estructura económica, se encuentra también una estructura política, que es la encargada de regular la relación de los sujetos con las cosas y la de los sujetos con los sujetos mediante una serie de leyes que elaboran unos pocos (por muy archipirulí que sea el sistema democrático capitalista), mediante cuyas leyes se asegura que la exigua minoría capitalista pueda explotar económica, política e ideológicamente a la inmensa mayoría de la población, en la que se hayan incluidos los trabajadores asalariados. Y junto a la estructura económica y política se halla la estructura ideológica, que en esencia es un acuerdo social mayoritario para dar por buena tanto la estructura económica como la estructura política, a lo que contribuye la escuela, la universidad, los medios de comunicación, etc., haciendo ver que el capitalismo es la forma natural de producción en el ser humano, que es inamovible, y que todo aquel que se atreva a cuestionarlo es un chico malo, que por malo se meara en la cama todas las noches, por tanto, es un meón, o sea, un rojo asesino, criminal, de estos que se come dos niños crudos en el desayuno todos los días (De ahí la escasez de niños en cualquier barrio en el que viva un rojo). De modo que el capitalismo está constituido por tres estructuras: la económica, la política y la ideológica que forman una unidad indisoluble y que son las que garantizan las relaciones violentas de explotación por parte de unos poquitos a la inmensa mayoría de la población. Estos siguen siendo conceptos marxistas (También pasados de moda para los enemigos de los trabajadores y los ignorantes, pero que no pueden estar más presentes de lo que están ni ser más evidentes de lo que son), gracias a los cuales es posible conocer las leyes de funcionamiento del capitalismo (¡Y que no hay otros conceptos distintos para conocer el capitalismo, querido mío!) Y, ¿es posible un capitalismo verde? ¡Por supuesto que es posible un capitalismo verde! Pero es posible para que al trabajador le den por el culo veinte veces: 19 veces con el capitalismo tradicional + 1 vez con el capitalismo verde. Y, qué hacer ante esta situación, pues como no abras los ojos para que puedas ver lo bien que defiende el artículo que sigue la explotación del hombre por el hombre (premeditadamente o no), a pesar de toda su aparente carga de buenas intenciones, y no te pongas a leer y a hablar con tus vecinos y la gente más cercana que tengas para ver cómo se sale de esta situación (Porque poder se puede, pero no de un tirón ni porque yo lo diga), vete poniendo en posición mirando para Toledo que te va.



¿Es posible un Capitalismo Verde?



"¿Seremos capaces de descubrir un nuevo arte de vivir? Arte de vivir en solidaridad, no en competencia, vivir en fraternidad y en cooperación. Arte de vivir disfrutando de la naturaleza, sin esquilmarla ni destrozarla", se pregunta el autor

Lamarea.com
12 agosto 2020


La gravedad de la crisis sanitaria creada por un microscópico virus es algo que debemos tomar muy en serio y poner todo lo que esté de nuestra parte para evitar los contagios, pero no debe hacernos olvidar que la gran crisis que amenaza a la humanidad es el cambio climático. Tanto es así que las Naciones Unidas han convocado numerosas conferencias y reuniones para abordar este problema. A la Cumbre del Clima (COP25), que se celebró en Madrid en diciembre del año pasado asistieron 50 jefes de Estado o de Gobierno y representantes de los principales organismos internacionales. 

No cabe duda de que son los políticos los que tienen que adoptar las medidas más importantes necesarias para enfrentar la crisis climática. Lo que pasa es que, por muy jefes de gobierno que sean, no tienen plena libertad para tomar decisiones. Están condicionados desde dos ángulos muy distintos: por un lado tienen que agradar a los ciudadanos de sus países para que los voten; y, además sufren las presiones y las amenazas del poder económico: la banca, las empresas multinacionales, las grandes fortunas… 

Un llamativo ejemplo de esta influencia de las empresas fue ver a Endesa, considerada la empresa que más gases de efecto invernadero emite en España, como una de las principales patrocinadoras de la COP25. También pudimos ver que, en buena parte de los medios de comunicación, las informaciones sobre la cumbre estaban intercaladas con anuncios que empujaban a los lectores a lanzarse a la fiebre consumista de las compras navideñas.

Lo que también debemos tener muy en cuenta es que en este poder económico encontramos igualmente dos posturas distintas: por un lado el negacionismo demencial al estilo Donald Trump, y por otro la postura, mayoritaria, de los que ven totalmente imposible negar la realidad de la crisis climática, pero rechazan los cambios radicales que serían necesarios para hacerle frente. Ante esto, lo que plantean son cambios más bien cosméticos: pintar de verde el desarrollismo insensato que nos está llevando a la catástrofe. Buenas palabras y buenos propósitos sin obligaciones concretas. 

De todas maneras piensan que, además de ponerse la chaqueta verde, algo habría que hacer… pero siempre que sea negocio. En el dominical de El País Carlos M. Duarte escribe:
“Las grandes corporaciones han visto en los impactos de un cambio (climático) desbocado un riesgo para la estabilidad de sus inversiones y ahora consideran que la acción contra el cambio climático y, de manera más general, los objetivos de sostenibilidad de Naciones Unidas son buenos para sus expectativas de negocio. Los mercados apuestan claramente por la transición ecológica. La codicia es, en grado último, el motor más potente para buena parte de la sociedad, su “sueño americano”: el botón de encendido del emprendimiento. Mientras mejores sean las perspectivas de negocio en torno a tecnologías e inversiones que ayuden a mitigar el cambio climático, más rápidamente crecerá nuestra capacidad de alcanzar los objetivos del Acuerdo de París”. 

Me parece que el ‘sueño americano’ es la quimera de conseguir arreglar lo del cambio climático movidos por la codicia. Una codicia que, efectivamente, es consustancial al capitalismo, y que lleva a explotar sin medida todo lo que se pone a su alcance, incluida la naturaleza. La naturaleza no es competitiva, los bosques se dejan arrasar sin la menor resistencia, lo que pasa es que luego nuestros nietos se beberán la arena del desierto. Un clima apto para la vida es un bien común, y para el capitalismo lo que importa son los bienes privados. Si el clima no se puede privatizar, no interesa. La defensa de un bien común la tenemos que pagar entre todos, y las empresas capitalistas solo intentarán es hacer negocio con esa defensa.

Por otra parte, si miramos el imaginario colectivo del capitalismo, uno de sus puntos fundamentales es conseguir el bienestar a través del consumo. Consumo de toda clase de bienes y servicios, más costosos cuanto mayor sea la capacidad económica del consumidor. Un ejemplo bien claro lo tenemos en la nave aeroespacial privada que fue lanzada recientemente por un multimillonario americano. Uno de sus objetivos es llegar a promover un turismo aeroespacial. ¿Nos podemos imaginar los recursos consumidos en un paseíto por el espacio? Los beneficios de las empresas ‘cuidadoras’ del clima ¿se invertirían en algo diferente si se consigue un mayor consumo? El cacareado desarrollo tecnológico, ¿va a conseguir que los materiales necesarios para nuestro consumo salgan de la nada y vuelvan a la nada? Naciones Unidas ha propuesto 17 puntos como Objetivos del Desarrollo Sostenible. Sólo en uno se menciona el consumo; habla de producción y consumo responsables. ¿Qué quiere decir, o qué no quiere decir eso? ¿Es responsable nuestra forma actual de producir y consumir?

Y los pueblos, los que podemos cambiar a los gobernantes con nuestro voto ¿qué hacemos? La gravedad de la crisis climática ha llegado a todos. Una y otra vez el mundo científico nos avisa de que vamos por muy mal camino, que nuestro estilo de vida, nuestra forma de producir y consumir nos lleva a un colapso medioambiental. ¿Por qué nos quedamos quietos ante este panorama? ¿Nos conformamos con pequeños gestos, que son necesarios, desde luego, pero no pasan de ser “el chocolate del loro»? ¿Nos hundimos en el fatalismo de que no hay nada que hacer? ¿O estamos tan dominados por la mentalidad capitalista que no podemos imaginar un camino hacia una vida plenamente satisfactoria que no pase por el consumismo? ¿Seremos capaces de descubrir un nuevo arte de vivir? Arte de vivir en solidaridad, no en competencia, vivir en fraternidad y en cooperación. Arte de vivir disfrutando de la naturaleza, sin esquilmarla ni destrozarla. ¿Seremos capaces de hacerlo? ¿Cómo empezamos? 

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