Ante la amenaza nuclear, Palmiro Togliatti presentó en
Bergamo una iniciativa para impulsar un movimiento de resistencia a la barbarie
y al desastre que integrase ideales emancipatorios y punto de vista de especie,
conservación cultural y transformación social.
Acerca del peligro de guerra
nuclear
Francisco Fernández Buey
El Viejo Topo
11 octubre, 2022
Texto fechado
en noviembre de 1984. Intervención del autor en las “Jornadas sobre el
pensamiento político de Togliatti” organizadas por la Fundación de
Investigaciones Marxistas (FIM) en el Instituto de Ciencias Jurídicas del CSIC
(Madrid, 28, 29 y 39 de noviembre de 1984). Publicado en mientras tanto,
nº 23, mayo de 1985, pp. 77-86. Edición de Salvador López Arnal.
Buena parte de
la literatura actual sobre los antecedentes del movimiento contra las armas
nucleares tiende a olvidar o sencillamente ignora las aportaciones de la
tradición comunista en tal sentido. Paradójicamente, tal vez con la salvedad
italiana, son autores de formación conservadora y de orientación política
reaccionaria quienes -empeñados en probar la vinculación a Moscú de las
organizaciones pacifistas europeo-occidentales- más atención suelen prestar hoy
a las declaraciones antibelicistas hechas desde el final de la segunda guerra
mundial por los partidos comunistas. Sin duda esos olvidos e ignorancias, al
igual que la extensión de la capacidad manipulatoria del adversario, son
síntomas del mal momento por el que pasa la cultura socialista en Europa. Como
otro síntoma de lo mismo es, claro está, el escasísimo interés que ahora
suscita el pensamiento político de quien, en palabras del viejo Lukács, fuera
el más notable táctico del movimiento comunista desde la muerte de Lenin[1].
En tales
condiciones, y tratándose de Togliatti, no estará de más dedicar unos minutos
de estas Jornadas a su iniciativa de 1954 en relación con los
peligros de guerra nuclear entonces existentes, ni se juzgará unilateral, según
creo, reivindicar -al hilo de dicha iniciativa- la importancia de la tradición
comunista como uno de los antecedentes ideales del movimiento que en estos
últimos años se ha alzado en favor de la desnuclearicación. Pues es corriente,
sobre todo en los sectores más jóvenes del movimiento, ver en el mismo la
influencia del racionalismo autocrítico de científicos y filósofos ya
preocupados por el peligro nuclear a mediados de los años cuarenta; o también,
en ciertos casos, la herencia de más o menos antiguas creencias religiosas
acerca de la violencia y de la guerra, de la tolerancia y de la paz; o incluso
la continuación por otra vías de manifestaciones contraculturales
sesentayochescas. Pero se pasa en cambio por alto que una de las primeras
exhortaciones de abordar los problemas de la era nuclear bajo el punto de vista
de especie, de la especie humana, procede justamente de la tradición comunista.
En más de un aspecto interesante aún hoy ese llamamiento -que está en el
discurso de Togliatti pronunciado en 1954- puede ser considerado como
traducción política de la exigencia de Einstein a pensar de una forma nueva en
la época de las armas atómicas.
La intervención
de Togliatti en la sesión del comité central del PCI celebrada el 12 de abril
de 1954 es conocida por el título con que casi un millón de copias la
difundieron en todo el país: “Por un acuerdo entre comunistas y católicos para
salvar la civilización humana”. El discurso sorprendió, al parecer, a la
mayoría de los entonces dirigentes del partido comunista italiano, aunque de
manera favorable y seguramente no tanto por el fondo de la argumentación
(ampliamente compartido) como por la radicalidad formal de la propuesta con que
concluía. Un año antes fórmulas más alusivas a la exigencia de acuerdos
políticos con sectores católicos habían producido malestar y protestas en
varias organizaciones comunistas locales de importancia. Pero entretanto
Togliatti había logrado, con el apoyo de Amendola[2], el desplazamiento de la dirección de las
tareas organizativas del partido del principal punto de referencia para los
grupos críticos en este sentido, Petro Secchia. Este hecho probablemente
explica el tono nada diplomático de la intervención del secretario general.
En cuando al
fondo del asunto, se ha discutido mucho si en esa fecha Togliatti estaba
adelantando cosas que serían luego habituales a partir del XX Congreso del PCUS
o si, por el contrario, se limitaba a expresar un punto de vista previamente
adoptado por los inmediatos sucesores de Stalin, y en especial por Malenkov.
Esto último no es nada probable, entre otras razones porque en 1954 los
comunistas italianos conocían muy poco acerca de las intenciones de cada uno de
los miembros de la dirección colegiada existente entones en la URSS, salvo tal
vez lo que podía inducirse de la liquidación de Beria y de las primeras
criticas genéricas al “culto de la personalidad”. En cualquier caso, noticias
tan escasas como esas, unidas -sobre todo- a la conclusión de la guerra de
Corea[3] y a las constantes referencias de los
dirigentes soviéticos a la coexistencia pacífica así como a la urgencia de la
distensión en el plano internacional eran seguramente material más que
suficiente para el olfato político de un hombre que en esas fechas llevaba ya
treinta y tantos años de dedicación al movimiento comunista y había conocido a
sus más influyentes y poderosos dirigentes en la URSS.
Así pues, si la
estabilidad interna del PCI de la época explica la amplitud de la colaboración
católico-comunista propuesta por Togliatti en aquel momento, la sospecha de que
algo estaba cambiando en el núcleo dirigente del PCUS facilitaba una
intervención centrada en la situación internacional a través de la cual se
sugiere una profunda reconsideración del punto de vista terzointernacionalista
sobre la guerra y la paz. El discurso de Togliatti empieza, en efecto, con una
caracterización de la coyuntura mundial en la que destacada la denuncia de la
intensificación de las posiciones agresivas del imperialismo norteamericano. Se
ha dicho a posteriori que en la primera de 1954 se oteaba ya
en el horizonte el final de la guerra fría y los comienzos de una nueva fase de
distensión entre los Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Soviética. Pero
sin duda no era esa la visión de las cosas que se tenía por entonces. El propio
Togliatti alude, por ejemplo, a la intransigencia norteamericana en la
Conferencia de Berlín y a las manifestaciones de la Administración Eisenhower
contrarias a cualquier tipo de apaciguamiento. Se trata de un momento, por lo
demás, en el ambas potencias trabajan frenéticamente en la fabricación y
experimentación de la bomba H.
Este hecho
constituye el trasfondo de toda la intervención de Togliatti. “El rasgo central
de la coyuntura actual -afirma- es la constante progresión alcanzada en la
producción de explosivos atómicos”. No es solo la constatación de que en los
años transcurridos desde Hiroshima se ha superado mucho el nivel explosivo y la
capacidad destructiva de las primeras bombas atómicas lo que en tal
circunstancia Togliatti pone en primer plano, sino también el que la
fabricación y experimentación reciente de las bombas de hidrógeno hace prever
que el nivel destructivo de las armas seguirá creciendo en el futuro. La consideración
acerca del uso de la energía nuclear determina, por tanto, todo lo demás.
Togliatti adopta al respecto el punto de vista mayoritario en la época incluso
entre los científicos mejor situados para juzgar las consecuencias del nuevo
tipo de energía: de un lado esta opone de manifiesto una vez más los progresos
científico-tecnológicos de la especie humana, progresos -en palabras de
Togliatti- “dignos de admiración”; de otro lado, en cambio, se indica la
peligrosidad de la explotación de tales recursos en la medida en que puede
conducir a la humanidad a una “catástrofe total”. No hay referencias en el
discurso togliattiano al programa norteamericano (expuesto pocos meses antes
por el presidente Eisenhower) de utilización “pacífica” de la energía nuclear,
como tampoco hay consideraciones acerca del vínculo entre ese uso y la
potencial utilización militar de la misma. Esta última ausencia seguramente no
se debe a ignorancia particular de Togliatti (pues años atrás el seminario
fundado por él, Rinascita, había sido una de las primeras
publicaciones comunistas europeas en dar cabida en sus páginas a ensayos de
divulgación científica sobe la energía atómica), sino a que el proyecto de
“átomos para la paz” era aún más reciente y, sobre todo, a que aquello que le
preocupaba básicamente -como a la mayoría de los políticos y científicos
consciente de esa época- es la forma en que el nuevo armamento tiende a cambiar
la situación internacional, determinándola y agravando la tensión en las
relacione entre estados.
En ese punto
Togliatti hace suya la tesis de que la fabricación y posesión por ambas
partes de ingenios destructores de tal naturaleza lejos de
imposibilitar una nueva guerra mundial tiende, por el contrario, a acercar el
uso de las armas “hacia lo inevitable”. Por eso, responsabilizando a la
Administración norteamericana de tal riesgo, piensa que en condiciones así es
una pueril locura considerar las armas atómicas como instrumento de amenaza e
intimidación (alusión directa a las declaraciones de algunos militares y
políticos norteamericanos durante la guerra de Corea). Precisamente la
evaluación de las consecuencias de un conflicto armado en el que se utilizaran
armas nucleares y, consiguientemente, el examen de las posibilidades existentes
en el sentido de impedir el curso destructivo de las cosas es lo que obliga a
adoptar, en opinión de Togliatti, “un espíritu profundamente nuevo,
radicalmente diferente” también desde la perspectiva comunista. Pues, aunque
las estimaciones cuantitativas de los efectos de una guerra nuclear no habían
alcanzado todavía la sofisticación que tienen en la actualidad, se sabía lo
bastante sobre las consecuencias de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki como
para juzgar plausible el sombrío horizonte de una planeta en el que “cualquier
manifestación de la vida sería destruida, haciéndolo inhabitable durante
decenas y decenas de años.”
En su
razonamiento, Togliatti añade dos notas adicionales a esta consideración: 1)
que ni siquiera la potencia política y militar que se decidiera a emplear tales
medios de destrucción masiva puede prever razonablemente todas las
consecuencias de su acción; y 2) que las zonas más amenazadas son, en la
coyuntura de 1954, las más pobladas constituyendo, por otra parte, “la sede de
la civilización”, hecho este que aparece como importante factor a tener en
cuenta incluso desde la óptica ingenuamente optimista que especula con las
posibilidades de recuperación cultural después de un desastre termonuclear. En
este marco Togliatti necesita pocas palabras para rechazar de antemano la
objeción que pudiera hacerse en el sentido de que un punto de vista así implica
catastrofismo o fatalismo; le basta con formular la idea básica en forma
condicional acentuando la crítica a los gobernantes norteamericanos: “Si se sigue
el camino que proponen los actuales dirigentes de los EEUU, esa [la destrucción
de la sede la civilización actual] será la desembocadura fatal e inevitable”.
Afirmación que exime de responsabilidad -mediante el silencio- a los dirigentes
de la URSS.
La prudencia
del informante es manifiesta, en cambio, al evitar los elogios entonces de
rigor en los partidos comunistas a la Unión Soviética. Incluso cuando se
refiere explícitamente a las diferencias de actitud en este tema entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética, Togliatti se atiene a un punto de vista
ampliamente compartido entre las personas (comunistas, socialistas, liberales o
radicales) que inicialmente impulsaron el movimiento contra las armas atómicas,
a saber: que el haberlas utilizado por primera vez, el ir por delante en la
carrera por producir y desplegar nuevas bombas atómicas y el negarse a la
declaración formal de no ser los primeros en emplearlas en caso de otro
conflicto hacía recaer sobre USA la principal responsabilidad moral en este contencioso.
Tal argumento había sido subrayado ya por Albert Einstein en 1947, a pesar de
su opinión favorable a que los Estados Unidos siguieran almacenando bombas como
medida disuasoria y a pesar de su polémica durante aquel mismo año con
académicos soviéticos acerca de la propuesta de limitación de las soberanías
nacionales como forma de solucionar los más candentes problemas de la era
nuclear. Una opinión similar acerca de la distinta responsabilidad de unos y
otros fue defendida igualmente por las primeras asociaciones contra las armas
nucleares que impulsaron en Europa central y occidental las movilizaciones
masivas del final de la década de los cincuenta. Y a ese estado de ánimo parece
remitirse Togliatti al afirmar a continuación que “no se trata de estar a favor
o en contra de la Unión Soviética, sino de alentar los esfuerzos que en todos
partes se están haciendo para alejar un peligro mortal.”
También
Togliatti, por lo demás, era consciente de la insuficiencia de los contactos
entre gobiernos y de las iniciativas de los organismos internacionales a la
hora de buscar salidas de esa encrucijada. Por ello, al examinar las vías de
actuación alternativas, descarta de salida toda óptica politicista, propone
detenerse a explorar “el campo de las relaciones humanas” y sugiere que debe
prestarse atención preferente al sentir, a la voluntad de las grandes masas.
Solo que en estas las actitudes observables no son homogéneas. El dirigente del
PCI cree descubrir entre los trabajadores italianos, y señaladamente entre los
obreros católicos de la época, síntomas de desesperación alimentados en parte
por la falta de instituciones unitarias para hacer frente a la catástrofe y, en
parte también, por la actuación de una jerarquía eclesiástica que en Italia se
alineaba entonces abiertamente con el imperialismo norteamericano. Precisamente
a estos síntomas de desesperación y al sentimiento de impotencia existente en
ciertos sectores obreros opone lo que, en su opinión, puede ser una línea de
conducta de “hombres razonable”.
De ahí la
iniciativa toglittiana. Una iniciativa no exclusivamente política ni meramente
táctica: “Se abre la posibilidad de dar vida a algo que quisiera llamar movimiento,
a una alineación de fuerzas muy diferentes por su naturaleza, carácter social y
político; un movimiento para la conservación de la civilización humana, para la
conservación de la humanidad misma.” Cierto es que la autonomía con que
Togliatti se refiere en ese contexto a un nuevo frente, a un frente
aún más amplio y heterogéneo que los auspiciados en décadas anteriores, refleja
todavía la formación política del dirigente terzointernacionalista. Pero ya la
forma en que se subraya las diferencias no solo políticas sino también “de
naturaleza” entre las potenciales componentes del movimiento, así como el
carácter resistencial y conservador de culturas del mismo, y, sobre todo, la
constante insistencia en reconsiderar “numerosas cuestiones de una manera nueva”,
con cosas que están anunciando un giro sustancial que adecúa la tradición
comunista a una fase en la que armas nucleares y difusión del imperialismo
amenazan la continuación misma de la especie humana sobre la tierra.
La sugerencia
según la cual se hace necesario reconsiderar numerosos problemas es en el
discurso de Togliatti muy genérica. Sus únicas concreciones en este sentido se
refieren a una revisión de la relación entonces existente con católicos y
socialistas; con estos últimos porque la orientación del laborismo inglés de
esos años, al definirse abiertamente en favor de la prohibición de todo uso de
las armas nucleares, permite situar en un segundo plano otras diferencias
cuando lo prioritario es la situación internacional (el riesgo de catástrofe nuclear);
con los católicos por su importancia numérica en Italia, por su presencia en el
mismo partido comunista y por las discrepancias observables entre
creyentes de base y jerarquía eclesiástica. Pero la concreción más interesante
está formulada incoactivamente: lo que se busca no es un acuerdo basado en
tales o cuales puntos coyunturales o acerca de aspectos inmediatos de la
situación política interior, sino potenciar un encuentro ideal, un diálogo de
fondo entre tradiciones distintas que facilite la articulación de un movimiento
social de características insólitas hasta entonces.
Iniciativas así
e incluso materializaciones de las mismas en movimientos sociales de
composición muy heterogénea que priman el objetivo antinuclear o la defensa
medioambiental sobre otras diferencias ideológicas o de creencias son cosas
relativamente corrientes en la cultura euroamericana desde los años setenta. No
lo eran, en cambio, en 1954. De ahí la originalidad de la propuesta de
Togliatti; y de ahí también los numerosos obstáculos a los que habría de hacer
frente. Significativa al respecto -como ha señalado Giorgio Bacca- fue la
respuesta de Giovanni Spadolini en Il Corriere della Sera. Y
significativa no solo por lo que hay en ella de desconfianza sectaria ante una
propuesta que venía del partido comunista (actitud habitual tanto en la cultura
católica oficial como en parte de la cultura laica de los años de la primera
guerra fría), sino también y sobre todo por la retórica ignorancia con que el
periodista italiano de mayor tirada en la época cree poder exorcizar los
espíritus malignos. La oposición a las armas nucleares -escribía allí
Spadolini- era cosa de espías moscovitas o de especuladores inveterados y,
consiguientemente, el movimiento auspiciado por Togliatti era “la última
maniobra instrumental para crear dudas y perplejidades en amplios sectores
católicos que se inspiran en el pacifismo instintivo, inherente al mensaje
evangélico.”
Tampoco se
puede decir que el razonamiento de Togliatti calara entonces muy hondo en el
movimiento comunista en su conjunto. Bien fuera por falta de interlocutores,
bien por el acoso al que durante esos años se sometió al movimiento obrero
organizado, lo cierto es que la iniciativa togliattiana se quedó en sugerencia
sin mayores repercusiones prácticas. Y cuando las cosas empezaron a cambiar,
después de la crisis de los misiles en Cuba[4] y de la reorientación general de la
iglesia católica durante el papado de Juan XXIII[5], se tendió en seguida a olvidar el susto
mundial de 1962 y a proponer un diálogo católico-marxista en el que cosas como
el peligro nuclear quedarían fuera de la consideración de los más. La política
de vértice, en encuentro filosófico, el respiro ante la nueva fase de
distensión y las preocupaciones sindicales del movimiento obrero (más que
justificadas) dejaron poco a poco en segundo plano lo que había sido la
motivación inicial de la propuesta de Togliatti. Solo excepcionalmente y en
contadas ocasiones se recordó que la iniciativa del diálogo cristiano-marxista
había brotado de una reflexión sobre el peligro de extinción de la especie
humana en la era nuclear.
Pero el
razonamiento de Togliatti tiene aún un par de prolongaciones todavía
interesantes en la actualidad. En efecto, en una situación ya muy cambiada
respecto de la de 1954, Togliatti volvía sobre el mismo tema en Bérgamo, el 20
de marzo de 1963[6]. Su pensamiento es ahora más definido, su
afirmación de la necesidad de una revisión más contundente y sus concreciones
políticas, aunque en una forma polémica, más decididas que en 1954. El punto de
vista de especie queda subrayado desde el primer momento al indicar que la
historia de los hombres ha adquirido una dimensión que nunca tuvo antes. Vivir
con la espada de Damocles que significa el peligro nuclear constantemente
amenazando a la humanidad obliga -argumenta Togliatti- a repensar nuestros
conceptos acerca de la guerra y de la paz: “[Con la existencia de armas
nucleares] la guerra se convierte en algo cualitativamente distinto de lo que
había sido anteriormente, y la paz -en la que siempre se había pensado como un
bien- se convierte en una necesidad si el nombre no quiere aniquilarse a sí
mismo.”
De ahí la
exigencia de una “revisión global” que ahora se hace extensible no solo a las
opiniones políticas sino también a la moral pública y a la moral privada. Dos
ideas dominan el discurso togliattiano de Bérgamo: la reconsideración del
concepto ilustrado acerca de las creencias religiosas y la condena de la política
fundada en el equilibrio del terror. La primera es en realidad una ampliación
del argumento de 1954 sobre el acercamiento católico-comunista y tiene dos
partes: a) rechazar el diálogo o el encuentro sobre la base de alguna forma de
compromiso en el campo de las creencias, lo que significa un recíproco
reconocimiento de los valores de ambas tradiciones y una acentuación de la
finalidad práctica de los acuerdos; b) abandonar la concepción dieciochesca
según la cual la ampliación de los conocimientos científico-técnicos y el
cambio de las estructuras sociales determinan por sí solos modificaciones
radicales en la conciencia religiosa de los hombres.
La segunda idea
básica del discurso de Bérgamo está sin duda relacionada con los esfuerzos
internacionales por evitar la proliferación nuclear. Togliatti postula la
negativa unilateral del estado italiano a hacerse con armamento nuclear y la
neutralidad respecto de la OTAN y del Pacto de Varsovia. Es ahí donde la
argumentación se hace polémica. El objeto de la crítica es también doble: el
pseudorrealismo que infecta ya al partido socialista italiano y las posiciones
fundamentales existentes en el interior del movimiento comunista, Al
razonamiento según el cual los bloques militares opuestos sn una “realidad objetiva”
por lo que no sería posible emprender una política exterior de neutralidad que
prescindiera de ellos, Togliatti opone la objeción de que una vez aceptado eso
toda política efectiva de paz -que no sea precisamente el equilibro del terror-
se vuelva vana. La aceptación acrítica de lo que hay genera escepticismo,
sumisión al mal existente y, en última instancia, fatalismo. En el límite -y
por lo que hace al tema de la guerra y de la paz- tal posición acaba por
coincidir con el punto de vista de quien afirma que mientras exista el
imperialismo no es posible la conquista de una paz estable. Frente a unos y a
otros Togliatti argumenta en Bérgamo que los hombres no tienen por qué elegir
entre opciones así; los bloques militares son una realidad, pero no una necesidad,
sino algo contingente, surgido en determinadas condiciones históricas, algo que
la acción consciente de los hombres puede y debe eliminar.
Ya en la
intervención de Bérgamo es posible encontrar los primeros ecos de la
controversia abierta en el movimiento comunista inmediatamente después de la
crisis de los misiles cubanos y del enfriamiento de las relaciones ruso-chinas.
Por lo que hace a la cultura socialista (entendida en sentido amplio) -vino a
decir allí Togliatti- los extremos se tocan: la realpolitik de
los partidos socialistas resulta tan inoperante y paralizadora en el tema
central de nuestra época como el tradicionalismo de los comunistas prochinos
que se queda en la percepción de la causa última de las guerras contemporáneas
sin advertir la novedad cualitativa que representan las armas nucleares. Esta
es la segunda prolongación del discurso de 1954 que tienen interés comentar
aquí. Pues vista con la distancia histórica que permiten los veintitantos años
transcurridos desde el “gran susto” de 1962[7] -y liberada del fárrago retórico, de
la repetición de citas rituales y de los juicios de intenciones inevitables en
tales casos- la controversia Togliatti/Mao Tse-tung quedará tal vez como el
primer intento serio hecho desde dentro de la tradición comunista por abordar
uno de los problemas más centrales de la era nuclear, saber ¿cómo hacer
compatibles los ideales emancipatorios del comunismo marxista en un mundo
dominado a la vez por las armas nucleares y por la emergencia de los
movimientos de liberación de pueblos acosados por el imperialismo? ¿Cómo, en
tales condiciones, incorporar a la teoría y a la práctica políticas dos necesidades igualmente
apremiantes y no siempre coincidentes, la que se sigue de un punto de vista de
especie -que, como dice Togliatti, da un sentido nuevo a la lucha por la paz- y
la que se sigue de un punto de vista de clase, obligatoriamente complicado por
consideraciones geopolíticas en un mundo así, y que exige compromiso activo con
las luchas emancipatorias y de liberación de trabajadores y pueblos?
Inútil hacerse
la ilusión historicista de que la gran superadora de contradicciones ha logrado
ya la síntesis. Lo que la historia de estos últimos veinte años tal vez ha
conseguido es hacer conscientes a un mayor número de personas de la centralidad
de esas preguntas, como lo prueba, entre otras cosas, el intento actual de
complementación de las teologías de la paz y de la liberación. Cierto es que el
recuperar aquel cabo suelto de la todavía relativamente reciente controversia
entre el PCI y el PCCh en 1963-1964 hay planteamientos que por la fuerza de las
cosas deben reconocerse como obsoletos. Por ejemplo, la aventurada afirmación
del entonces grupo dirigente chino según el cual después de una guerra nuclear
“los pueblos victoriosos crearán muy rápidamente, sobre las ruinas del
imperialismo derrotado, una civilización mil veces superior a la existente bajo
el capitalismo y construirán un futuro realmente maravilloso.” Por ejemplo, la
repetida metáfora del imperialismo como tigre de papel. O -para poner un
ejemplo del punto de vista opuesto- la idea de que una democracia formal
progresiva contendría a las fuerzas belicistas e iría educando a los ciudadanos
en un nuevo concepto de la paz. Respecto de esto último parece seguir valiendo
la simple -pero no por ello despreciable- repetición de Lenin por Mao
Tse-tung: los europeos tienden a considerar que no son guerras
aquellas que tienen lugar lejos de Europa.
En cualquier
caso, un balance del punto de vista de Togliatti tendría que considerar como
aciertos por lo menos los siguientes: la percepción temprana del carácter
cualitativamente nuevo del armamento nuclear y de la determinación por dicho
armamento de todo análisis de la situación internacional; la exigencia de una
revisión profunda en aspectos sustanciales de la actividad política; la
acentuación de la importancia de la neutralidad y de la argumentación crítica
sobre la relación entre guerra e imperialismo; la previsión de la importancia
creciente de las creencias (incluidas las religiosas) en un mundo dominado por
el riesgo nuclear; y, sobre todo, la iniciativa de impulsar algo más que un
frente amplio, un movimiento de resistencia a la barbarie y al desastre que
integre ideales emancipatorios y punto de vista de especie, conservación
cultural y transformación social. Junto a esos aciertos hay limitaciones de
época que seguramente hoy resultarán muy obvios desde una perspectiva
emancipatoria vinculada a los movimientos pacifistas europeo-occidentales.
Entre ellos los siguientes: la reducción de la iniciativa a la colaboración y
el acuerdo entre comunistas y católicos (lo que hace de un movimiento que se
quiere mundial algo mucho más restringido); la formulación de la misma
exclusivamente en el plano de los fines -la salvación de la civilización, de la
humanidad-, lo cual deja fuera de la discusión un tema particularmente
importante: cuáles son los medios más adecuados a la doble tarea, pacifista y
emancipatoria, que se propone: el olvido eurocéntrico de la otra cara de la era
nuclear, de las otras guerras.
En todo caso,
el balance compensa el esfuerzo de volver a leer a Togliatti. Sobre todo en
estos tiempos de despolitización.
Nota bibliográfica
Bobbio, Il problema della guerra e la vie
della pace, Milán, Il Mulino, 1979.
Bacca, G., Palmiro Togliatti, Bari,
Laterza, 1973.
Einstein, Mis ideas y opiniones,
Barcelona, A. Bosch, 1980.
Fernández Buey, “La oposición a la OTAN, el movimiento
pacifista y las perspectivas de la izquierda en España”, mientras tanto,
10, diciembre de 1981, pp. 35-51.
Kramish, The peaceful atom in foreign policy,
New York: Harper, 1963.
Rotblat (ed), Los científicos, la carrera
emancipatoria y el desarme, Barcelona: Serbal/Unesco, 1984.
Togliatti, Scritti scelti, Roma: Riuniti,
1964.
Togliatti/Mao Tse-tung, Una controversia sobre
el movimiento comunista internacional, Barcelona: Icaria, 1978.
Spadolini, “Direttive comunista” en Il
Corriere della Sera, 20 de abril de 1954.
Notas
[1]
NE. Opinión no muy alejada de la de Manuel Sacristán y, probablemente, de la
del propio FFB.
[2]
NE. También dirigente político del PCI. Nacido en 1907, falleció en Roma en
1980.
[3]
NE. Julio de 1953.
[4]
NE. Octubre de 1962.
[5]
NE. Entre 1958 y 1963.
[6]
NE. Falleció un año después, en agosto de 1964.
[7]
NE. El gran susto de la crisis de los misiles
*++