Publicada
originalmente en febrero de 1996 en el nº 93 de El Viejo Topo, reproducimos
aquí la intervención del añorado Manuel Vázquez Montalbán en la Jornada Anual
de los Periodistas Catalanes, dedicada ese año a la propiedad de los medios de
comunicación.
Informe sobre la información/2
Radiografía de la sospecha
Antes
que nada, tengo que aclarar que yo no soy yo. En mi lugar podéis imaginar a
cualquier otro compañero de la profesión, el que más os guste, porque no
estamos aquí para consagrar ningún lipo de star system, y la función de los que
hemos venido a hablar es sólo decir sinceramente lo que pensamos y lo que
sabemos. El título Informe sobre la información/2 no
es mío, obedece a una propuesta que me hicieron —aunque su segunda parte, Radiografía
de la sospecha, sí lo es—, porque me daba cuenta a priori de la
dificultad enorme que, treinta y dos años después de la publicación de Informe
sobre la información, tenía escribir un libro equivalente sobre la
situación actual de las relaciones de propiedad dentro de los medios de
comunicación en España. Aparentemente esa cuestión se ha clarificado más
gracias al proceso de concentración que se ha venido efectuando, pero en
realidad hoy, si muchas veces es difícil saber con qué poder financiero nos
acostamos, es imprevisible conocer con qué poder financiero nos levantamos al
día siguiente. Los cambios de influencia de los poderes económicos sobre los
medios de comunicación son tan volubles, tan dúctiles, tan secretos, hechos a
veces a través de personajes interpuestos, que sería muy difícil llegar a
establecer la red de los poderes fácticos de carácter económico —y todo poder
económico tiene una finalidad de carácter ideológico— que operan realmente
sobre la propiedad de los medios de comunicación. Pero de lo que podemos
establecer una sospecha inicial —que de hecho anticipa la conclusión de mi
ponencia— es de que aun hoy, en una situación democrática, el propietario de
los medios de comunicación no es el público, que es, en definitiva, el
destinatario de los mensajes. Hemos pasado de un proteccionismo dictatorial
franquista a una sociedad liberal bajo la pauta del mercado. Hay una economía
de mercado, basada en la dialéctica entre la oferta y la demanda, y como
consecuencia hay también una cultura de mercado, una conciencia del mercado
como factor determinante, que tiende a establecer que sólo tiene valor aquello
que tiene comprador —y este sería un segundo elemento a considerar a lo largo
de esta ponencia—, y finalmente, como consecuencia de estas dos condiciones,
hay una información de mercado que está fundamentada en la dictadura de la
audiencia y de la publicidad condicionada por el emergente sector consumista.
Este
sector consumista, que en cada sociedad avanzada dentro del capitalismo puede
tener una dimensión cualitativa y cuantitativa diferente, de un tercio a la
mitad de la sociedad, es sujeto de la información y al mismo tiempo su
objetivo. En nombre de este consumidor se dan los mensajes, se fija la
jerarquía de valores mediáticos y se orienta la tendencia del mercado y la tendencia
de las líneas ideológicas de los medios de comunicación y de los poderes
económicos o políticos que están detrás de esos medios.
Bajo
el franquismo, la información dependía directa o indirectamente del Estado y de
sus aliados a consecuencia de la victoria en la guerra civil. Sólo podían ser
propietarias de medios de comunicación aquellas personas bien vistas por el
Régimen y que habían dado pruebas de su fidelidad; incluso durante un largo
período sólo pudieron ser propietarios de medios de comunicación los que habían
respaldado de una manera clara y directa al bando ganador de la guerra civil.
El Régimen se podía permitir escoger quién iba a ser obispo o quien iba a ser
el director de La Vanguardia o el ABC:
eran cargos prácticamente políticos, pues correspondían a los dos periódicos
que en aquellos momentos podían crear un estado de opinión, y eso prácticamente
a lo largo de toda su existencia. Establecer un organigrama de cuales eran las
relaciones de propiedad era bastante fácil: bastaba buscar, como hice cuando
escribí Informe sobre la información,
la composición de los consejos de administración de cualquier medio de
comunicación, fundamentalmente de la prensa, que era donde existían medios
privados o semiprivados, y entonces, según quienes formaban esos consejos de
administración, podías establecer un árbol con las ramificaciones de los
consejeros en los bancos, a partir de los cuales eran también miembros del
consejo de administración de industrias del Estado o privadas. Se podía
construir un cuadro bastante definitorio de los grupos de presión fundamentales
que actuaban sobre la prensa. Todos estaban bajo la presión determinante y
prácticamente inapelable del Estado, que disponía de un mecanismo, el de la
censura previa, que mantuvo de forma más o menos disimulada incluso
cuando se aprobó la ley de prensa, pues existía la posibilidad del
secuestro de la publicación, y frente a ello los propietarios de los medios de
comunicación se lo pensaban muchas veces antes de emitir un mensaje que pudiera
ser de carácter conflictivo.
Hoy,
los medios de comunicación se mueven en un doble campo: por un lado el de la
propiedad privada, y por el otro, el de la pública. Empezando por la pública,
debe destacarse que también está condicionada, cada vez más, por la dictadura
del mercado. Lógicamente, en una situación democrática los medios públicos
habrían de satisfacer la necesidad de abastecimiento de mensajes que no son
determinantes dentro de una cultura, de una economía, de una política de
mercado. Su finalidad debería atender al bien público, a todo aquello que pueda
inreresar al conjunto de la sociedad, pero por su gestión y necesidades de
carácter económico cada vez más los medios públicos tienen la tendencia a
introducirse dentro de la dictadura del mercado y a respetar las reglas del
juego. La caída de nivel de la televisión pública ha sido consecuencia del bajo
nivel de las televisiones privadas, que han introducido en España una cultura
de una mediocridad extraordinaria, empleando aquí el término cultura en su
sentido más amplio y no en el que habitualmente damos a esa palabra, un sentido
vinculado a patrimonio. La homologación de ambas televisiones está determinada
por la ley de la audiencia, la ley del mercado, que trata de identificar al
consumidor, al sujeto de esta jerarquía de valores informativos, con el
consumidor de política. Buscar, delimitar y conseguir la hegemonía dentro de
este sector social dominante implica también conseguir la hegemonía en relación
al votante, al elector; hay por tanto un tratamiento a la vez económico y
político pata identificar a este destinatario privilegiado de mensajes con el
destinatario político, pues es éste el que otorga la mayoría, desde una
posición centrista, céntrica y centrada, dando la pauta de la conducta política
y de la determinación política de un país.
Los
medios de comunicación privados pueden tratar de ser un negocio, entrando
entonces dentro de la ley del mercado, o bien —independientemente de que además
sean o no un negocio— pueden tratar de ser una herramienta de relaciones
públicas y políticas al servicio de lobbies y grupos de presión. Y es en este
sentido que se ha acentuado el papel de los lobbies que proceden del poder
bancario, por cuanto la tendencia a la concentración ha implicado también una
tendencia a la renovación del utillaje, a la renovación de las fuentes de la
noticia y a una nueva instalación dentro del tejido comunicativo del país, lo
cual implica unas necesidades de financiación muy elevadas y con ello la
intervención casi constante del problema de la falta de liquidez de muchas de
estas empresas y de su escasa capacidad de inversión cuando ha llegado la
tentación plurimediática.Todo ello ha producido que los medios sean muy
dependientes del poder financiero. De hecho, hoy en día los bancos, sobre todo
algunos, son a menudo un elemento clave a través de una participación
minoritaria en la propiedad de una empresa, porque dicha participación, aunque
minoritaria, es cualitativamente determinante, a veces con hombres de paja de
por medio que ejercen esta cada vez mayor influencia del poder financiero en la
mediatización de los medios privados de comunicación.
Esta
tendencia se ha visto acentuada por la batalla plurimediática, cuando muchas de
estas empresas han querido tener presencia en diferentes medios, lo cual ha
significado, por un lado, una mayor dependencia en relación al poder político,
que tiene a su alcance actuaciones de carácter legislativo y también
actuaciones cotidianas de carácter político, mediante las que puede decidir a
que grupo de empresas beneficia y a que grupo no a la hora de favorecer la
formación de multimedias.Y por otro lado está la cada vez mayor supeditación de
los propietarios de los medios de comunicación a la ayuda del poder financiero
para poder sacar adelante sus aventuras, o simplemente para aguantar su nivel
de instalación dentro del mercado de la comunicación.
Es
curiosísimo el hecho de que, con frecuencia, los periodistas teníamos el pudor
de decir que nosotros no somos noticia, que no tenemos que hablar demasiado de
los problemas de la prensa. Ello se ha convertido en una especie de coartada
para no tener que explicar exactamente qué pasa en el interior de muchas
empresas periodísticas. Pero yo invitaría a la lectura, por ejemplo, de dos
libros, publicados uno ya hace bastante tiempo y el otro no hace mucho: El
dinero del poder, de Díaz Herrera y Tijeras, y El
sistema, de Mario Conde, porque en ellos se da una descripción,
muchas veces indirecta y otras muy directa, de cuál es el papel que juega esta
dependencia del poder económico plurimediático con las orientaciones que puede
recibir un medio de comunicación por encima de la línea de flotación de su
redacción, concretando una línea, una tendencia que casi nunca pasa por las
manos de los redactores de base ni por los jefes medios de los consejos de
redacción del medio. Esto concierne a los altos niveles de decisión de cualquier
empresa.
Recordemos
los casos de Antena3, El Independiente, aquella
posible entrada de Conde en La Vanguardia,
las batallas por los multimedia, la guerra para conseguir la televisión por
cable. Todos elios responden a movimientos estratégicos del poder económico y
mediático, muy vigilado por el poder político. Cuanto mas se acentúan el
pioceso de concentración y el plurimediático más están el poder económico y el
poder político en condiciones de presionar y de condicionar la línea, muchas
veces coyuntural, de los mensajes que transmiten los medios de comunicación.
Así
como bajo el franquismo sufríamos la brutalidad de la dictadura y la
intervención directa del poder a través de la censura o a través de la
elección de los directores o de los miembros de los consejos de administración,
hoy tenemos que hablar de la mediatización indirecta del poder político. Esa
mediatización se puede ejercer a través de dos grandes capítulos: uno ha
consistido en el concesionismo plurimediático, que se concreta en establecer un
determinado criterio a la hora de escoger qué medios o qué grupos de medios
deben tener un destino plurimediático y cuales no; el otro pertenece a eso que
podríamos llamar la cultura del secreto de Estado, y es el pressing fiscal. A
menudo, detrás del milagro de los cambios de tendencia de algunas líneas
editoriales se encuentra un mayor o menor pressing fiscal, una cierta
indulgencia fiscal o la desaparición de esa indulgencia. Eso forma parte del
secreto de Estado; hemos construido una cultura basada en la doble verdad, en
la doble moral y en la doble contabilidad. Es evidente que si todo el mundo
entra dentro del juego del secreto de Estado puede llegar a parecer algo
legítimo; dejo aquí esta cuestión, bajo el signo de la sospecha, a fin de que
sea meditada.
Lo
anterior se refiere a una instrumentalización indirecta de los medios privados
por parte del poder. En cuanto a los medios públicos, es evidente que están
instrumentalizados partidariamente. Basta el análisis de los contenidos
ideológicos, del oportunismo de la selección y de la jerarquía de valores de
los medios para advertirlo. Tanto en las televisiones que están en lugares
donde gobierna el PSOE, como en Galicia, donde lo hace el PP, o en Cataluña,
con gobierno de Convergència i Unió, puede verse como se puede efectuar, en el
momento oportuno, una decantación de transmisión de ideología y de la jerarquía
de valores. Se están utilizando medios públicos, que en teoría pertenecen a
todo el pueblo, y sin embargo esos medios llevan a cabo una elección
partidista, cuantitativa y cualitativamente, en la transmisión del mensaje
dominante que interesa a los dueños de los medios. No son propietarios para
siempre, sino propietarios transitorios en función de una mayoría
parlamentaria. Y cuando esta mayoría es absoluta, el control de los medios
públicos por parte de estos partidos hegemónicos llega a ser también absoluto;
sobre todo en cuanto a los contenidos informativos, culturales y de carácter
ideológico.
Los
medios privados que sufren, o han sufrido, la tentación plurimediática han
precisado la movilización de un poder económico extramediático, y han colocado
el juego mediático bajo la vigilancia del poder a través de los instrumentos de
telecontrol a los que me he referido.
La
lectura de El sistema, de Mario Conde,
proporciona una cantidad de información extraordinaria sobre como se estaba
preparando la fabricación de un Berlusconi a la española, y como esta
prefabricadon contaba con una penetración medida en los medios de comunicación
que podían crear el producto Mario Conde. Pero la penetración de esos poderes,
ajenos muchas veces, han tenido otra función; por ejemplo, jugar un papel como
grupo de presión en función de intereses concretos que pueden ser de una
ambición completamente inabordable dentro de los límites de esta charla.
Esta
situación se ha visto reforzada en el caso de la democracia española debido al
corporativismo del sector emergente de esta sociedad. Hay una especie de pacto
implícito entre las cúpulas del poder mediático, del poder político y del poder
económico para fijar unos objetivos de transmisión de unas ideologías
dominantes, de una jerarquía de valores dominantes, y de un dibujo imaginario
de la situación y de su futuro que conecta con intereses del sector
emergente de la sociedad.
Me
gustaría hacer una primera referencia a una cita de autor, de Chomsky, cuando
dice que la función de estos dirigentes de élites es mentir a las masas de su
propio país o del universo con la seguridad que si la gente conociera la
inmoralidad de la política no la secundaría. Es una afirmación maximalista,
pero sin ninguna duda existe un cierto ejercicio de hipnosis por parte de este
corporativismo del sector emergente desde el punto de vista, repito, mediático,
político y económico. Hipnóticamente se establece que el retrato y el modelo de
sociedad que están vendiendo es el que interesa al conjunto de la sociedad y no
fundamentalmente al sector emergente, que es el que respalda esta operación.
Hay una coincidencia estratégica para inculcar una ideología de la supuesta
modernidad como única posibilidad de modernidad, como único objetivo. Esto se
vende como una necesidad colectiva, como una necesidad de bien social
generalizado. Aquí me gustaría citar a James Petras cuando dice que nos
encontramos ante un prototipo especial, reflejo de una clase social concreta:
el emisario y agresivo promotor de la modernidad y de los valores que comprende
la modernidad. En este sentido la modernidad significa movilidad,
individualismo, secularismo, poder de adquisición, acumulación y adaptación.
Estos son los valores que están detrás de estas operaciones que aparentemente
sólo forman parte de una cierta tecnología financiera o de una determinada
tecnología del poder pero que siempre tienen detrás una ideología y el objetivo
de inculcar una determinada ideología.
Sería
rehuir la realidad acabar mi intervención sin hablar del caso catalán, que nos
afecta como profesionales que nos movemos mayoritariamente dentro del mercado
catalán, y de las empresas privadas y públicas dentro del territorio de
Cataluña.
Hemos
oído hablar, y lo hemos hecho nosotros mismos, del supuesto oasis catalán, de
un oasis en relación a la guerra de las tribus mediáticas madrileñas, en el
sentido de que aquí esto no nos había afectado, lo que representaba un carácter
diferente condicionado por unas reglas de juego diferentes.
Aquí
no tenemos ningún factor sanguíneo diferenciador como en el caso del País
Vasco, pero quizá se podría encontrar una explicación ideológica al por qué de
este oasis catalán y del farplay. En cierto sentido tiene ciertos
aspectos positivos el que aquí no haya existido crispación dentro de la lucha
que ha relacionado poder mediático, poder económico y poder político en los
últimos tiempos. Pero yo invito a una seria reflexión de hasta que punto este
supuesto oasis catalán no implica un bloqueo superestructural de la auténtica
pluralidad y del auténtico derecho a la diferencia dentro del mercado de la
información en Cataluña.
Sin
ninguna duda, existen factores positivos en esta moderación crítica y
autocrítica, pero yo quiero hablar con tranquilidad y muy sinceramente en esta
audiencia, formada por los que estáis en medio de esta operación, del bloqueo
superestructural, del pressing bipartidista que ha existido sobre los
medios de comunicación en Cataluña, cada vez más decantado al pressing
del partido dominante en la época que ha dispuesto de mayoría absoluta;
ya veremos que pasa en los próximos tiempos. Este pressing bipartidista
se ha ejercido a través de la decantación de determinados valores
comunicacionales que ha transmitido TV3 en calidad de herramienta fundamental
del poder Transitorio pero hegemónico de Convergència i Unió, hasta el punto de
haber convertido en muchas ocasiones buena parte de su programación en una
especie de NO-DO, democrático, evidentemente, con una cierta capacidad de
pluralidad, pero también con una cierta tendencia a tener su galán del NO-DO.
Así como bajo el franquismo —y no establezco aquí ninguna referencia de
equivalencia, ni mucho menos—, había una especie de actor privilegiado en los NO-DOs
de aquella época, los informativos de TV3 muchas veces dan la impresión de que
tienen un actor dominante, un actor que casi sale siempre, para dar, venga o no
venga a cuento, cualquier inauguración, cualquier demostración de que es un
referente total de un país y de un medio de comunicación.
La
inclinación que los medios públicos del Estado situados en Cataluña tienden a
sesgar, cuanritativa y cualitativamente, su información a favor de sus
propietarios, repito que transitorios, y que también la podemos encontrar en
los periódicos y en las emisoras, es evidente, incluso en algunos medios de
comunicación se produce un milagro de que lunes, miércoles y viernes son
convergentes, y martes, jueves y sábado pro socialistas. El domingo descansan,
porque me parece que, desde mi perspectiva, de lo que son más es del
Barça. Eso demuestra un grado de equilibrio realmente extraordinario.
Ante
esto se dice como coartada que eso sucede a causa de la independencia de las
redacciones, pero los que vivís en ellas más que yo, que pertenezco al star
system de los columnistas, comprobáis cotidianamente que eso no es del todo
cierto. Es decir, existe una afinidad de las líneas editoriales, que están
condicionadas por la selección ideológica de los staffs dominantes.
No
hace falta la consigna, en su lugar se procede a la selección ideológica de los
staffs dominantes, que son los que después determinan la línea editorial
de cualquier medio de comunicación. Y, en segundo lugar, no hay que olvidar la
fragilidad del mercado de trabajo. En lo único en que es muy parecida la época
del franquismo a la actual es en lo que revela una afirmación de Martín Sánchez
Julia, un teórico de la democracia cristiana del que no se podía saber si era
demócrata cristiano o de la democracia nacional católica, que dijo una frase
muy interesante en aquella época, cuando yo comenzaba a estudiar periodismo a
finales de los años 50. Decía que «el periodista no puede ser un héroe cada
noche». Yo creo que esta frase continúa teniendo sentido hoy, sobre todo si
pensamos en un tipo de periodista de base, cuya aceptación en una redacción
depende de que sus pautas de conducta no chirríen dentro del mensaje dominante
del canal de comunicación en el que está. Esto se ve además agravado por el
problema de la fragilidad del mercado de trabajo, por la precariedad del puesto
de trabajo de las redacciones. Todo esto condiciona la capacidad de fijar y
ejercer la cláusula de conciencia y reclamar el derecho a la diferencia y a la
pluralidad en los mensajes que se dan en los diferentes medios de comunicación,
un derecho prácticamente inabordable. Esta cláusula, prácticamente teórica o
retórica, va bien para congresos de periodistas, pero si no se refuerza la red
y la capacidad defensiva de los profesionales acaba siendo papel mojado.
Está
también la aparición de una progresiva intervención de lo que podríamos llamar
intelectuales orgánicos de empresa. Son unos intermediarios ideológicos que
algunas empresas crean, bien vistos, obviamente, por el poder económico que
legítima estas empresas, y que tienen poder para fijar las líneas por
donde ha de ir una publicación, qué se puede decir, con quién se puede meter y
con quién no, cómo acentuar una corriente determinada de información, y que
muchas veces tienen un papel casi más importante que el del mismo director, por
lo menos en algunos casos que se han producido en un pasado no muy lejano.
La
virtud del fairplay catalán no puede esconder el vicio de estas pautas de
conducta, de estas malformaciones que pagan el precio de un cierto monolitismo
real y de una falsa conciencia sobre la verdadera situación del país. En mi
opinión, en este momento, en Cataluña, existe una falsa conciencia,
condicionada en buena parte por la ausencia critica de los medios de
comunicación, de sus niveles reales de corrupción democrática, ya sea
corrupción económica o corrupción política. No se advierte el nivel de
histerismo y de canibalismo que puede encontrarse en muchos casos en los medios
de comunicación de Madrid, pero es obvio que se ha producido en los medios de
comunicación una ocultación de los auténticos niveles de corrupción. Incluso el
famoso código deontológico que aprobamos en cierta ocasión y que en sus
líneas generales es positivo, a veces ha sido instrumentalizado para demostrar que
aquí nos guiábamos por unas pautas filosóficas de conducta factual diferente,
cuando en realidad nos guiábamos por pautas de conducta factualmente impuestas
por las tendencias dominantes y por el poder dominante en el interior de
cualquier medio de comunicación, y el código deontológico muchas veces sólo ha
sido un paisaje teórico, un paisaje filosófico, pero sin demasiada operatividad
a la hora de reivindicar sobre el terreno real del establecimiento de la
pluralidad y del derecho a la diferencia los mensajes dentro de los medios de
comunicación catalanes.
Esto
es fruto de la irrelevancia objetiva de la presión profesional y de la falta de
referentes críticos. Curiosamente, en España se ha podido hablar de que se han
creado unos referentes que se han convertido en pequeños dictadores de la
opinión pública: los famosos creadores de opinión, los columnistas. Y es muy
curioso advertir cómo en los medios de comunicación estrictamente catalanes la
figura del creador de opinión individualizado prácticamente no existe. El auge
de esa figura tiene el riesgo del vedetismo y la arbitrariedad, de convertirla
en un pequeño Dios propietario de su columna, de su territorio expresivo, pero
también tiene la capacidad compensatoria de que dentro de un medio de
comunicación que tiene una tendencia dominante ligada con la filosofía de la
empresa, al menos determinados sectores de la población pueden sentir que les
hace compañía un columnista dererminado. Quiero decir que si un determinado
periódico manifestaba una tendencia hacia la justificación, por ejemplo, de la
guerra del golfo, pero uno o dos o tres columnistas no adoptaban esa tendencia,
al menos el público tenía la posibilidad de encontrar una pequeña parcela
en aquel medio de comunicación que formaba parte de sus vivencias. Ahora,
cuando no existe ni siquiera esta posibilidad acaba imponiéndose la línea
dominante de la transmisión de la ideología que contiene la línea editorial, la
ideología que está detrás del medio de comunicación.
Otro
factor a considerar, dentro de la cuestión catalana, sobre todo tal como se ha
presentado y de las experiencias tanto de los columnistas como de los
periodistas que trabajamos en Barcelona y Madrid, es la definitiva pérdida de
instrumentos mediáticos para fijar la imagen de Cataluña en España desde una
perspectiva catalana. Esto es inexplicable, sobre todo cuando desde el poder
político estrictamente catalán y autonómico se ha gastado mucho dinero en una
política mediática determinista y determinante, y en cambio no se ha hecho
ningún esfuerzo para crear medios que puedan dar al conjunto del Estado otra
imagen de Cataluña, perdiendo de esta manera una batalla que en estos momentos
está en las manos de los medios de comunicación que se editan en Madrid o fuera
de Cataluña. Es un déficit increíble dentro de esta voluntad de hacer el
trabajo bien hecho que ha caracterizado el objetivo de la que parece una
voluntad nacional, etc., etc., para después encontrarnos con que el único
instrumento de presión que existe para crear una imagen de Cataluña en el resto
de España es el teléfono, supongo que cuatribarrado, que une o ha unido al
presidente Pujol con el presidente González.
Esto
es extraordinariamente importante, porque muchas veces el profesional que aquí
responde a las campañas de mistificación de la imagen de Cataluña se encuentra
con que sólo tiene una audiencia ligada al territorio de Cataluña, por lo que
es una respuesta totalmente endogámica sin capacidad de influencia fuera de la
misma Cataluña. Habría que señalar entonces la deserción de un sector emergente
catalán y de la impotencia para generar medios de comunicación competitivos en
el Estado.
La
pesadilla centrista, céntrica y centrada que podemos contemplar en los mensajes
dominantes en los medios de comunicación implica un desprecio hacia el derecho
a la diferencia, un desprecio a minorías que a veces no son tan minoritarias.
Yo me fijé en el transcurso de la última campaña electoral cómo en un periódico
de esta ciudad un candidato hablaba de la honestidad de la izquierda; el
periódico puso entre comillas las palabras izquierda honesta. Claro, esto forma
parte de esta batalla, de este metalenguaje del cómo titulas, cómo compaginas,
a quién le das la página par, a quién la impar, a quién le colocas su noticia
arriba, o en una esquina que casi no se encuentra, etc., etc. Esto forma parte
de este juego que evidentemente todo el mundo sabe como se hace.
Aún
así, es muy grave que se pusiera entre comillas la honestidad de la izquierda
para llevar a cabo una pequeña jugada de descalificación electoral, lo cual
implicaba no sé si el escepticismo hacia aquella izquierda concreta o el
escepticismo sobre que fuese posible la honestidad. Yo casi llegué a la
conclusión de que el redactor, o el que tenía que corregir el titular, de hecho
desconfiaba de la honestidad más que de la honestidad concreta de aquella
determinada formación de izquierda.
Esta
es una pequeña demostración de cómo cotidianamente se están falsificando,
mistificando, los derechos de las minorías dentro de los medios de comunicación
de este país con la coartada de que, ya que hay una mayoría y una minoría
dictadas por las urnas, ello implica una determinación cuantitativa y
cualitativa en la selección, pero a la hora de la verdad se ve que hay una
decantación clarísima hacia la perpetuación de un bipartidismo que, por otro
lado, está ampliamente negado por las urnas como tentación y como objetivo.
Podríamos
plantearnos hasta que punto la ley del mercado, tal como la estamos practicando
en este nivel de democracia española y catalana, busca solamente el monolitismo
y la desidentificación de la diferencia. Aquí quiero hacer una tercera cita,
también de James Petras, cuando, continuando con su reflexión sobre el por qué
se va hacia esta clase concreta que se convierte en emisaria y promotora
agresiva de la modernidad, de hecho lo que se está practicando es la
sobreidentificación de este sector dominante para que el efecto contrario sea
la desidentificación del supuesto antagonista social, es decir, este sector que
no pertenece directamente al sector emergente y que podría estat en condiciones
de rebelarse de no estar de acuerdo con el pacto social implícito, y que cuanto
más desidentificado y cuanta mayor incapacidad tenga para sentirse organizado y
representado por mensajes públicos que lo objetiven, mayor dificultad tendrá
para constituirse en una alternativa real. Es decir, muchas veces detrás de la
voluntad de desidentificar, de quitarle identidad a un sector de la sociedad,
el objetivo real es quitarle su capacidad de intervención y su capacidad de
poner en cuestión el modelo dominante.
Yo
colocaría, entonces, la situación actual del proceso democrático bajo sospecha,
aunque elogiando que sea un proceso democrático y no lo contrario, e invitaría
a que como profesionales de la comunicación nos diéramos cuenta del rol que nos
hacen cumplir dentro de esta mecánica, y no a sentarnos en la autosatisfacción
que muchas veces demostramos.
Instalados
dentro de esta cultura, y dentro de la pauta de la doble verdad, en este
momento sólo respetamos el pluralismo que refuerza el monolitismo, y nos
colocamos a la defensiva ante todo aquello que implica diferencia, que implica
diversidad.