viernes, 27 de marzo de 2020

DE LOS 200.000.000.000 (doscientos mil millones de euros) CUANTO LE TOCARÁ A CADA HÉROE LOCAL, PROVINCIAL, AUTONÓMICO O NACIAONAL POR REPARTIR COMIDA A LOS CONFIANDOS QUE LO NECESITEN?, PORQUE DIGO YO QUE DE ESE DINERO ALGO GASTARÁ EL GOBIERNO PARA COMPRAR COMIDA. ¿A CUANTOS TRABAJADORES DE TELEPIZZA POR REPARTIR COMIDA NOMBRAREMOS ESTE AÑOS HIJOS PREDILECTOS DE PUEBLOS, CAPITALES Y PROVINCIAS? ¿CUANTOS SOLEMNES DESFILES CON TODOS LOS HONORES DEL SAGRADO DEBER DEL REPARTO DE COMIDA SE LE HARÁN A LOS TRABAJADORES DE TELEPIZZA PARA QUE APRENDAMOS MUCHOS QUE ES LA SOLIDARIDAD CON EL PRÓJIMO PARA ELEVAR A LA PATRIA A LAS MÁS ELEVADAS CUMBRE DE LA GLORIA HACIENDO QUE LA GENTE COMA CALIENTE? EL COMER CALIENTE, QU ETAMBIÉN COMEN LOS OBISPOS Y LOS PAJARITOS DEL CAMPO, NO ESTÁ REÑIDO CON LA SUBLIMACIÓ DEL ESPÍRITU, SINO QUE ES CONDICIÓN NECESARIA E INDISPENSABLE. PRIMERO COMER, DESPUÉS FILOSOFAR. ¡VAN LOD ESPAÑOLES Y LOS QUE NO LO SON!, PORQUE..., ¿QUIEN LE DICE A USTED QUE NO HAYA SIETE TRABAJADORES DE TELEPIZZA QUE SEAN INMIGRANTES SIN PAPELES?


La plantilla de Telepizza queremos servir comida sana a las personas más vulnerables, y no que algunos hagan negocio


KAOSENL
 Publicado el Mar 27, 2020ARED

La decisión de la Comunidad de Madrid de contratar a Telepizza para atender a los menores sin beca comedor es un negocio perfecto para la empresa que no garantiza ni la seguridad, ni la calidad de la dieta, ni atender otras necesidades alimentarias como la de los mayores que viven solos.

Estos días en Madrid la Consejera Isabel Díaz Ayuso cerraba todos los comedores escolares. Una medida que golpeaba de manera especial a las 11.500 niñas y niños que tienen beca-comedor. Días más tarde, con sorprendente descaro, los mandaban a recoger la comida basura que vende Telepizza en sus locales, diciendo que son dietas saludables. El PP, Telepizza, la patronal hostelera y el gobierno de PSOE-Unidos Podemos, demuestran que se puede seguir haciendo negocio incluso en las situaciones más terribles.

Los y las trabajadoras de Telepizza denunciamos esta escandalosa medida. Creemos que la plantilla de Telepizza puede ayudar de otro modo a resolver las necesidades alimenticias de los niños y niñas o nuestros mayores. Una forma en la que no seamos los sectores populares quienes paguemos nuevamente esta crisis. Medidas como estas y las que se están anunciando solo nos llevan a la ruina económica con un nuevo salvataje a las grandes empresas.

Telepizza no puede garantizar las necesidades alimenticias de los más vulnerables

Es indignante que la Comunidad de Madrid firme un contrato con la multinacional Telepizza mientras la plantilla estamos denunciando que no quieren darnos ni guantes ni mascarillas, poniendo en peligro a trabajadoras y familias.

No puede tampoco ofrecer una dieta saludable como pretende justificar Ayuso, y como denuncian  las  asociaciones de padres y madres de alumnos en Madrid. Hace poco el periódico digital El Salto sacaba a la luz, que el “consultor externo” en el que se apoyaba la Consejería para su argumentación era la Fundación Española de la Nutrición (FEN). Esta entidad privada “es quien aporta los criterios nutricionales que deben regir el servicio que prestan los colegios y que cada tanto hace una evaluación”. ¿Y quien forma el patronato, la comisión ejecutiva y el comité científico de esta Fundación tan preocupada por la alimentación saludable? Pues nada menos que Nestle, MacDonalds, Coca-cola, Quirón Salud, Campofrio, Pepsico, entre otras. Y su vocal es el mismísimo Fernando Frauca Amorena, un alto cargo de Telepizza. Es decir, es una empresa “escaparate” para blanquear la oferta alimentaria de estas multinacionales.

Además, Telepizza es incapaz de ofrecer un precio de venta acorde con el coste real, lo que quieren es robarle y endeudar el erario público, que es el que pagará la factura de esta “no solución”.Los y las trabajadoras sabemos perfectamente que Telepizza oculta a la sociedad el coste real de los productos, que no corresponde con los precios de venta. No solo obtienen unas ganancias altísimas gracias a los bajos salarios, sino que también se dedica a hinchar los precios. La materia prima que vende la fábrica de Telepizza a las tiendas propias (o a las franquicias) para poder hacer las pizzas, en muchos casos, es tres veces más cara que el precio de mercado. No solo los precios son manipulados con toda clase de ingeniería empresarial, hay millones de euros que esconden en los paraísos fiscales de Guernsey y las Islas Caimán, para no pagar impuestos que podrían ir destinados a la sanidad publica.
Las grandes empresas de catering despiden a miles para socializar sus pérdidas

Es también una mentira descarada que solo Telepizza pueda producir y distribuir las comidas que se necesitarían en la actual situación, como dijo Ayuso. La FAPA Francisco Giner de los Ríos de Madrid denunció que se quisiera ahora contratar a Telepizza, después de haber despedido a miles de trabajadoras de los comedores escolares. La propia Federación Food Service, que reúne a  las grandes empresas de catering escolar, contradiciendo a Ayuso, aseguraba que podían encargarse, y así de paso no quedar fuera del negocio.

Este oligopolio de empresas de catering (formada por Serunión, Compass Group, Aramark y Ausolan, entre otras) tiene un negocio asegurado en la educación pública. Abastecen el 58% de los comedores escolares de todo el Estado y se reparten un erario público de 630 millones de euros de ganancias seguras. Solo 19% de los centros tienen gestión pública y el 63,6% recurren a estos servicios externos.

Todas ellas, como tantas otras empresas, están cargándole los costes de esta crisis al conjunto de la sociedad a través de los ERTEs que han aplicado a miles de trabajadoras, mandándolas al paro con una reducción del 30% del ya misero sueldo. Las grandes fortunas y empresas, como siempre, no piensan soltar ni un misero euro. Y el verdadero objetivo de Ayuso con las becas comedor es que la patronal hostelera mantenga el máximo de sus beneficios, es decir pueda sacar tajada de la miseria humana.

Poniendo en evidencia lo irracional de la medida, ya que a estas empresas el Estado les pagara dos veces. Demostrando que es necesario que estas empresas sean intervenidas por el Estado, prohibiendo los despidos y  poniendo las plantillas al servicio de las familias.

Ni cadenas de comida basura ni multinacionales del catering tienen la solución, la tenemos sus trabajadores y trabajadoras

La solución a la crisis actual no podemos dejarla en manos de Telepizza o de estas multinacionales del catering, sino que debería quedar en la de sus trabajadores y trabajadoras. Las necesidades alimenticias que hay que atender son enormes. Como denuncia la FAPA madrileña, no solo se trata de 11.500 niños y niñas sin beca comedor. Hay que sumarle el cierre de centros de día que alimentaban a mayores con pensiones muy bajas y otras muchas las personas que necesitan una asistencia alimentaria por diversas dificultades, hay dos millones de personas mayores que viven solas y 850.000 tienen más de 80 años.

De la misma manera que los y las trabajadoras de la sanidad, la limpieza, los supermercados y tantos otros sectores,  están al pié del cañón para atajar la grave crisis socio-sanitaria y lo fundamental para el mantenimiento de la vida de millones de familias, las y los trabajadoras de la hostelería, y en nuestro caso de Telepizza, también podríamos contribuir bajo nuestra decisión y autoorganización. Y no como quiere Díaz Ayuso, trabajando bajo la tutela de la misma empresa que no tiene garantías sanitarias, ni produce comida con calidad y que especula con los precios.

No se puede permitir que Telepizza, Serunión, Aramark… se lucren de la miseria y el trabajo ajeno en una situación como la actual. Es hora de exigir que todas las grandes cadenas de la hostelería y catering sean intervenidas sin indemnización y puestas bajo el control democrático de comités de trabajadoras. Que hagan efectivas las medidas reales de prevención sanitaria. Que con ayuda de dietistas profesionales independientes y las familias elaboren menús realmente saludables y se puedan distribuir de manera segura. Y que además hagan público los costes reales de la alimentación y control de las cuentas para evitar que especulen y se evadan los impuestos que deberían ir para la sanidad publica.

Es necesario que toda la infraestructura y toda la flota de motos de Telepizza se ponga al servicio de llevar las comidas a los mayores que no pueden salir de sus casas y de las familias que tengan que estar en confinamiento. Los repartidores y repartidoras no nos negamos a trabajar. Estamos dispuestos a hacerlo si se adoptan medidas elementales de prevención y si el riesgo que aún con ellas asumamos está orientado a hacer un servicio a la comunidad, a nuestros hijos y nuestros mayores y no a lucrar al multimillonario Pablo Juantegui.

Las trabajadoras no hemos inventado nada. Ha sido el propio Gobierno el que ha tenido que reconocer que en esta situación de “guerra” contra el COVID-19, se arrogaba el derecho a “intervenir industrias o requisar temporalmente bienes”. Nosotras lo que decimos es que no queremos que estas medidas se hagan a costa de la clase trabajadora y las mayorías sociales, como en la anterior crisis. Es necesario tocar el corazón de los beneficios e intereses de los grandes capitalistas para hacerle frente, y no de nuestros menguados bolsillos. Y que nos tenga a nosotros, la clase trabajadora, como parte central de la solución, como los aplaudidos sanitarios están demostrando día tras día.

A 21 de Marzo de 2020
CGT Telepizza Zaragoza
CGT Telepizza Barcelona

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200 MIL MILLONES DE EUROS CONTRA EL CORONAVIRUS. LA MAYOR PARTE ES DINERO PÚBLICO, O SEA, DE LOS TRABAJADORES, Y LA OTRA PARTE PRESTADA, DEUDA, O SEA, QUE PAGAREMOS TAMBIÉN LOS TRABAJADORES. ¿TENEMOS DERECHO LOS TRABAJADORES A SABER A QUIENES, CUANTO Y EN FUNCIÓN DE QUÉ SE REPARTE ESE DINERO? (NO, NO VA A VENIR UNA CRISIS - esto es otro embuste más para prepararnos psicológicamente para hacernos aceptar la nueva fase de empeoramiento de las condiciones de vida que nos están preparando y que deberíamos rechazarlo de plano) ESOS 200 MIL MILLONES DE EUROS SON PARA CONTINUAR ASEGURANDO EL CRECIMIENTO DE LOS CAPITALES NO RESUELTO CON LA CRISIS DE 2008, QUE NI FUE SUPERADA COMO DECÍAN NI SE VA A SUPERAR MIENTRAS NO ERRADIQUEMOS LAS RELACIONES DE EXPLOTACIÓN CAPTALISTAS. ERRADICAR SIGNIFICA, SACAR DE RAÍZ, O SEA, RADICALMENTE



El Coronavirus muestra la naturaleza de clase del Estado.

Diario Octubre / 26.03.2020



MURCIA

Final del formulario
Hoy, 25 de marzo de 2020, España se ha convertido en el segundo país del mundo (solo superado por Italia) en número de muertes por coronavirus. Ya son 3.434 muertes (¡y subiendo!) cuya responsabilidad cae directamente en la catastrófica y bochornosa gestión de la crisis por parte del gobierno de “izquierdas”, que no duda en sacrificar miles de vidas para no detener el quebrado sistema de producción capitalista, a sabiendas de que la inmensa mayoría de muertes serán de personas de clase trabajadora, en especial nuestros mayores.

En el caso de la Región de Murcia, la cuenta oficial del Gobierno de España destinada a informar sobre Salud Pública no se avergüenza en reportar la más que cuestionable cifra de 477 casos confirmados en nuestra Región. Por supuesto, los números que verdaderamente se barajan son totalmente distintos. Si atendemos a las cifras que se estiman desde el seguimiento telefónico médico, se calcula que habría más de 7.500 casos posibles y casi 8.000 personas en contacto estrecho. Un ejemplo de que el gobierno no sólo no duda en mandar a miles de trabajadores a sus puestos de trabajo, donde están en continúo contacto con cientos de compañeros y sin el material y espacios adecuados para evitar la propagación de la pandemia, sino que además miente descaradamente a esos miles de trabajadores que se están jugando el pellejo. Esto, lejos de ser sorprendente, es lo único que podemos esperar de un sistema como el capitalismo que se sustenta en la explotación de una minoría de privilegiados sobre una inmensa mayoría de población que se encuentra explotada y esclavizada mediante el trabajo asalariado.



Pese a que la riqueza del Estado procede de la extracción del plusvalor que genera la fuerza de trabajo del proletariado, desde el Gobierno (recordemos) de “izquierdas” no dudan en sacrificar miles de vidas en la vorágine capitalista, además de observarse otro componente de clase en quién puede o no hacerse el test. ¿No es raro que tantos políticos y burgueses hayan sido noticia estos días por haber dado positivo? ¿Y qué pasa con los trabajadores? Según la Conserjería de Sanidad, para nosotros, los trabajadores, no hay tests suficientes y no se puede saber si esas personas que llaman alarmadas con síntomas son portadores o no del virus. No es que no puedan saberlo, es que no les importa lo más mínimo el número de vidas de trabajadores que vayan a ser sacrificadas en aras de salvar su moribundo sistema económico, que está quebrado a nivel mundial. Unas pruebas rápidas podrían detectar la presencia del virus en el organismo de una persona en apenas media hora.

A la mentira descarada de las cifras oficiales se une que la Consejería de Salud está llevando a cabo una política de no dar datos oficiales de casos positivos por municipios. Esa falta de información se complementa con la labor de los medios de manipulación de masas, máquinas de propaganda que trabajan sin descanso para que la población normalice y vaya asumiendo la nueva realidad que el Estado capitalista nos quiere imponer. Una acción que tiene un objetivo muy claro: la labor ideológica de los medios de comunicación es la de insuflar un patético sentimiento de unidad nacional, esta vez, contra el virus. El coronavirus es el nuevo enemigo al que hay que combatir, cómo no, unidos. Que los explotados deban “unirse” con sus explotadores supone ideológicamente la sustitución de la lucha de clases del marxismo por la armonía de clases del fascismo, el emplear el nacionalismo como la piedra angular del entramado ideológico de la burguesía, que tiende inexorablemente hacia la reacción. El Estado español trata de hacernos partícipes a los trabajadores de la tarea colectiva de frenar el virus en favor de un interés patrio superior, para que así no luchemos contra los verdaderos virus de esta sociedad: el capitalismo, la burguesía y su Estado.

En estos momentos de ineficiencia entre el Gobierno central y las Comunidades Autónomas, no han dudado en salir como hongos todos los oportunistas a tratar de rascar su momento de gloria. Fernando López Miras, el pusilánime presidente de la Región de Murcia por el Partido Popular, hablaba hace dos días de “cesar todas las actividades no esenciales”. Estas declaraciones, lejos de mostrar una leve preocupación por la salud de la población murciana (¡ya podría haberse preocupado cuando su partido desmantelaba la sanidad pública de la Región!) esconden dos objetivos:

En primer lugar, continuar con el tan manido y falso enfrentamiento entre el Partido Popular y el PSOE, ambos sirvientes del mismo capital financiero y meras herramientas en la subyugación de la clase trabajadora por parte de un Estado que tiende cada vez más a la reacción. Y ese es el segundo objetivo que se esconde tras las declaraciones de nuestro, por desgracia, presidente; el endurecimiento del estado de alarma para que la burguesía pueda seguir implementando sin oposición medidas reaccionarias que se intensifican con la duración del confinamiento, medidas que reprimen las libertades de los trabajadores y cuya punta de lanza se encuentra en los abusos policiales que estamos observando estos días con la excusa de “proteger nuestra salud”. ¿Es que acaso ir a trabajar a una fábrica rodeados de cientos de compañeros es más seguro que salir a pasear a solas? Por supuesto que no. ¿Por qué una persona en bicicleta se juega una multa (con agresión de regalo), pero no se alarman con los repartidores de Glovo o Just Eat? Porque “proteger nuestra salud” es una excusa. Una excusa para restringir nuestro movimiento. La crisis del coronavirus es un desastre planeado. Con ella, se están realizando una serie de etapas preparatorias en las que el Estado español, disfrazado con la apariencia de la democracia burguesa, se equipa con una serie de medias reaccionarias, hasta el momento en el que las contradicciones sean tales que el poder de la burguesía sea insostenible por medio de los cauces convencionales (¡Aunque de eso sabe bastante el PSOE de los GAL!).

Que la burguesía no engañe a nadie. No es el coronavirus lo que ha desencadenado la crisis del capitalismo, su declive y bancarrota se sabía desde hace años, y esta pandemia está siendo utilizada como excusa para enviar a miles de trabajadores al paro por medio de EREs y ERETs, que afectan ya a medio millón de trabajadores (¡y subiendo!). En el caso de nuestra Región, según la Conserjería de Empleo, más de 1.200 empresas han presentado ERTEs en apenas una semana, que provocarán la pérdida de miles de puestos de trabajo y la terrible consecuencia de que muchas familias trabajadoras pasarán enormes dificultades económicas durante el tiempo que el Gobierno decida que debe durar el estado de alarma. Con esto, el Gobierno de “izquierdas” aprovecha la inusual situación para insuflar millones de euros a las empresas, convirtiéndose el Estado en una máquina de transferencia del dinero que genera el trabajador hacia las manos del mismo empresario que lo explota diariamente y que ahora lo condena a seguir trabajando en condiciones peligrosas para su salud y la de sus familiares. Tras el rescate a la banca, nos encontramos ahora con el rescate a los empresarios.

Con la situación que miles de trabajadores estamos viviendo en nuestras propias carnes estos días, queda más que demostrado que el tan vanagloriado Welfare State o Estado de bienestar del que presumen los líderes occidentales no es más que un mito. ¿Qué hace el Estado de bienestar por los ancianos que están muriendo en las residencias? ¿Qué hace ante los continuos abusos de poder por parte de las fuerzas policiales? ¿Qué va a hacer por nuestra Región cuando llevan años destruyendo nuestra sanidad pública? ¿Y por quienes mueren solos en sus casas? La respuesta está clara: el Estado no va a hacer nada por la clase trabajadora excepto explotarla, porque el Estado es una herramienta de opresión de una clase sobre otra y actualmente se encuentra en manos de la burguesía capitalista, cuyo único objetivo es la mayor acumulación posible de riquezas a costa del sufrimiento de millones de personas.

El capitalismo es un obstáculo para el desarrollo de la humanidad. Explotación, miseria, represión y fascismo es todo lo que puede ofrecer a las enormes masas de trabajadores, cuya labor esencial en estos momentos debe ser la de organizarse contra quienes les oprimen, fortaleciendo las filas del Partido Comunista Obrero Español y luchando por el nuevo Estado obrero.

¡SOCIALISMO O BARBARIE!
Comité Regional del Partido Comunista Obrero Español (PCOE) en 

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EL CORONAVIRUS MIRANDO A EEUU

La OMS advierte de que EEUU podría convertirse en el nuevo epicentro de la pandemia mundial del coronavirus

 
tercerainformación / 26/03/2020
 
EEUU podría convertirse en el nuevo epicentro de la pandemia mundial del coronavirus, advirtió la Organización Mundial de la Salud el martes, informando de una “aceleración muy rápida” de la epidemia en el país.

Las calles desiertas de Detroit

Para el cirujano general Jerome Adams, “esto es solo el comienzo”.

En EEUU el virus se ha multiplicado por diez en una semana afectando al menos a 53.972 personas y ha matado a 728 hasta el 24 de marzo. Los casos confirmados en EEUU fueron 5.000 hace solo una semana, aumentando diez veces en 7 días. El 1 de marzo, había aproximadamente 100 casos confirmados en EEUU.

Sin embargo, los funcionarios han reconocido que el número de casos reales en EEUU es probable que sea significativamente mayor, ya que las pruebas en el país se han visto obstaculizadas por la grave escasez de suministros médicos y un criterio de diagnóstico restrictivo que limita a quién puede hacerse la prueba.

El gobernador de Nueva York, uno de los estados más afectados, también expresó su profunda preocupación. “El número de personas infectadas experimentará un aumento más peligroso y mucho más rápido de lo que podríamos haber imaginado”, se preocupó Adrew Cuomo. Con 12.000 casos de coronavirus, o un tercio de los casos en el país, Nueva York está convertirse en el corazón de la pandemia en EEUU. El lunes por la mañana, la ciudad sufrió 100 muertes.

Margaret Harris, portavoz de la OMS, dijo en una rueda de prensa en Ginebra que la valoración de la organización se basa en la aceleración de los nuevos casos en Estados Unidos. “Estamos viendo una muy grande aceleración en casos en Estados Unidos. Así que tiene el potencial”, dijo Harris. “No podemos decir que ese será el caso aún, pero tiene ese potencial”.

Harris dijo que Estados Unidos tiene “un brote muy grande y es un brote que está aumentando en intensidad, algo confirmado por las estadísticas de la OMS, que indica que hay más de 42.000 infecciones en Estados Unidos. Algunos expertos consideran que la cifra real es mucho mayor.

La portavoz dice que el 85 por ciento de los nuevos casos alrededor del mundo en las últimas 24 horas fueron confirmados en Estados Unidos y Europa. Un 40 por ciento de esos nuevos casos fueron en Estados Unidos, explicó.

Una tercera parte de la población estadounidense está bajo órdenes de cuarentena obligatoria emitidas por los gobernadores estatales. El más reciente fue el gobernador de Hawai, diciéndole a la gente no salir de sus casas a menos que sea para asuntos esenciales, mientras el gobernador del estado de Washington reforzó una orden previa para cerrar negocios “no esenciales”.

Donald Trump, quien inicialmente restó importancia a la escala de la epidemia, parece haber cambiado de opinión, diciendo más tarde: “Ciertamente, esto empeorará”.

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PRIMER PRINCIPIO DEMOCRÁTICO: TODO SABER SUMERGIDO EN LA IGNORANCIA DESPLAZA AL MIEDO HASTA HACERLO DESAPARECER EN FUNCIÓN DE LA CALIDAD, CANTIDAD E INTENSIDAD DEL SABER SUMERGIDO, QUE NUNCA PUEDE PROCEDER DE LOS PODERES ESTABLECIDOS



Prólogo del libro Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI

Un antídoto contra el miedo

rebelión
 Fuentes: La Tizza
11/01/2019

Este texto se publica con la amable autorización de la Asociación Paz con Dignidad

«Un antídoto contra el miedo». Así define el conocimiento Sil­via Federici (2017). Y un antídoto contra el miedo es este libro [1]. Aunque, de primeras, al ir leyéndolo, al acabar de leerlo, pueda parecer lo contrario. Nos obliga a ver el asedio al que están some­tidas nuestras vidas por la rearticulación de la cosa escandalosa que habitamos y, más en concreto, por la nueva oleada de tratados co­merciales. Y saber esto, por supuesto, amedrenta. Pero no paraliza: nos carga de fuerzas y motivos para construir un algo diferente. Este trabajo amplía el «marco de lo posible», precisamente porque cuestiona el marco al que nos constriñe el sistema hegemónico. La confianza cambia de bando: de una confianza ciega y suicida en la continuidad de lo ya conocido, a la firme creencia en que las cosas pueden ser distintas. Y es que «nos jugamos demasiado, nos jugamos la vida» (Gil, 2016).[2] Por todo ello, la lectura de este libro es fundamental en el momento que atravesamos. A continuación se apuntan algunos de sus aportes más relevantes; nos hemos centrado en aquellos que resultan especialmente reseñables desde una mirada marcada por el feminismo.

Una urgencia histórica, vista desde la vida

Si somos capaces de salirnos de nuestro minúsculo espacio tem­poral (corto en tanto que vidas concretas, pero mucho más breve aun por la imposición de un cortoplacismo capitalista extremo); si logramos pensarnos como parte de una historia que viene de más largo que unos pocos años y va más lejos de otro puñado de años, podemos entender que estamos protagonizando la fase descendente de lo que en este libro se llama una onda larga capitalista. Si ampliamos aún más la perspectiva temporal, podemos ver que estamos presenciando el fracaso de un proyecto civilizatorio que tiene, cuando menos, quinientos años de recorrido. Eso significa que, aunque el próximo amanecer no nos vaya a mostrar un paisaje repentinamente destruido, sí estamos habitando un final; y un principio de un algo distinto. Sobre todo, estamos habitando una transición. Y esta se da en una situación de colapso ecológico y, por tanto, de emergencia planetaria. Una emergencia que, como dice Jorge Riechmann (2018), intelectualmente defendemos, pero que no llegamos a creernos: «No nos creemos lo que sabemos»; en parte, porque nos falta arrojo; en parte, porque carecemos de «com­prensión de las dinámicas que nos están llevando a la catástrofe».

A suplir esta doble carencia nos ayudan estas páginas. Y lo hacen afrontando un complejo reto: ver la crisis del capital miran­do desde la vida; entender en qué consiste la crisis para el poder corporativo (porque su proyecto surge precisamente del intento de afrontarla), sin pensar que esta sea nuestra crisis. Es la tensión que ya venimos tiempo nombrando: la dificultad de poner la sostenibilidad de la vida en el centro al mirar a un mundo donde son los mercados capitalistas los que están en el centro y es la vida la que está asediada. Así, este trabajo nos da herramientas para entender este momento crítico que enfrentamos (la transición ecosocial) mirando desde la sostenibilidad de la vida. Es un momento crítico para el poder corporativo, pero, sobre todo, es un momento crítico para la vida común. Más aún lo será si el poder corporativo logra completar su proyecto anti-crisis.

El poder corporativo enfrenta un grave y doble problema: la incapacidad del capital para seguir en una espiral creciente de negocio y el fin de la energía abundante y barata (entre otros límites biofísicos). Desde aquí, la pregunta que nos interpela no es si se abrirá una nueva onda larga de acumulación y de si esto puede hacerse en el marco de la crisis ecológica global. La pregunta que nos atraviesa es qué significa esto en términos de sostenibilidad de la vida: si nuestras vidas están sujetas a los mercados capitalistas, en la medida en que estos se hundan, nos hunden. Pero, si se recuperan, lo hacen a costa de nuestras vidas y del planeta; nos hunden definitivamente. ¿Cómo aprovechar su momento de ruptura para emanciparnos, para construir so­beranías sobre la vida colectiva?

Y es que, mirando desde nuestro terreno, el de la vida, y no desde el suyo, el de los mercados, vemos que lo que está en crisis es la vida misma, que esta crisis es multidimensional (ecológica, de reproducción social, política y de sentido ético) y que se enmarca en el fracaso del proyecto civilizatorio de la modernidad capitalista.

No es una crisis procedimental, es una crisis de los principios y objetivos hegemónicos: «Es el conjunto el que falla» (Fernández, Piris y Rami­ro, 2013). Vemos también que el problema medioambiental no es resoluble con promesas de eficiencia energética, desmaterialización de la economía y cantos adormecedores similares. El problema es cómo afrontar y, sobre todo, cómo distribuir el obligado decreci­miento en el uso de energía y materiales y en la generación de resi­duos al que nos obliga el colapso: ¿será un decrecimiento impuesto a quienes tienen la huella ecológica de una mosca, o a los territorios del mundo y los sujetos sociales que viven-¿vivimos?-como si tuvieran otra ristra de planetas en la recámara?

La labor urgente que nos atañe a las perspectivas críticas (emancipadoras, en los términos de este libro) es mirar con va­lentía e intentar encauzar la transición: evitar que la manejen las actuales relaciones de dominación completando su proyecto, nueva oleada de tratados mediante. Y en esta labor colectiva se embarca de lleno este libro.

Desde la economía política, articulándonos contra el capitalismo y más

¿Cuál es el sistema que está en transición y que busca rearticularse? El autor nos habla del capitalismo, estrechamente aliado con «otros dos longevos sistemas de dominación: el heteropatriarcado y la colonialidad». En otros lugares ha usado la denominación de «sistema de dominación múltiple» para referirse a este régimen que es capitalista, pero también heteropatriarcal, colonialista, racista, ecocida… (por eso en ocasiones ironizamos y abreviamos hablando de esa cosa escandalosa). Y argumenta que en él hay una única vida puesta en la cúspide: la vida del BBVAh, sujeto definido por la intersección de esos sistemas de privilegio/opresión: el blanco, burgués, varón, adulto, hetero (y urbano). ¿Cómo abordar en términos analíticos y, sobre todo, políticos la complejidad de este sistema?

Este libro reclama la importancia de leer en clave de economía política y, desde ahí, se abre al diálogo con otras miradas hetero­doxas, ecologista y feminista entre ellas. Utiliza ese enfoque para identificar la dinámica básica de funcionamiento del sistema (la dinámica mercantilización-dominación-expulsión) y los modos renovados en que esta operaría de llegar a completarse el proyecto de rearticulación, merced a la nueva oleada de tratados.

Gonzalo Fernández nos habla del hilo de continuidad entre la mercantilización (la conversión de todo rincón de la vida en potencial nicho de negocio), la dominación (las dinámicas de pri­vilegio/opresión sobre las que se sostiene el negocio) y la expulsión (la exclusión y la aniquilación como modus operandi complemen­tario a la dominación). A diferencia de una mirada economicista, plantea leer este hilo de forma no «lineal y consecutiva», sino en clave «de relación multidireccional». Para poder pensarla así, incorpora herramientas que exceden a la economía en sí y que se abren a las dimensiones que en el libro se denominan política y cultural (además de introducir una lectura de la economía no encorsetada a lo mercantil, sino que avanza en la incorporación de las dimensiones económicas no monetizadas).

En otros términos, podríamos decir que busca entender la co-construcción permanente de las estructuras materiales (econó­micas y políticas, aquellas que organizan los recursos con los que sostenemos la vida y que establecen las decisiones sobre la vida en común) y las estructuras simbólico-discursivas (las culturales, que definen la idea misma de la vida, y de la vida que merece ser sostenida).[3] Si bien es cierto que en estas páginas comienza a ararse del hilo desde lo económico-material, no lo es menos que no se aplica una mirada de causalidad directa y unidireccional (lo económico como determinante de todo el resto) y, sobre todo, que no se hace de manera que queden cerradas otras entradas posibles, sino abriendo espacio para un diálogo con ellas.

Esta apertura es crucial para comprender el funcionamiento complejo de esta cosa escandalosa. Una cuestión clave es entender cómo la apuesta II [4] de «la ampliación de la frontera mercantil a escala global» va a transformar los sentidos comunes y, viceversa, cómo los sentidos comunes que demarcan la frontera de la mer­cancía van a condicionar esta ampliación.[5] Dicho de otra forma, cómo no puede haber apuestas económicas sin cambios culturales o cómo lo cultural condiciona lo económicamente posible.

Pero, especialmente, esta apertura es crucial en términos de lucha política. El mayor riesgo de una lectura lineal-riesgo en el que este libro no cae-es equiparar mercantilización con capitalismo y conflicto de clases; y dominación y expulsión con otros sistemas de jerarquización (básicamente, heteropatriarcado y colonialismo/racismo). Y entender que, o bien de la mercantilización y el capitalismo surgen las formas de dominación distintas a la de clase, o bien que estas se explican solamente por el rol que juegan en el capitalismo. De aquí se ha derivado una tendencia histórica a priorizar lo que se entendían como luchas por la redistribución (la lucha de clases) frente a las luchas por el reconocimiento (luchas identitarias, como la de género o por racialización), viendo estas segundas como derivadas o secundarias; o, peor aún, menospre­ciándolas al considerar que dividen a la clase obrera. En sentido opuesto, otra tendencia histórica ha sido desvincular las luchas por la redistribución del cuestionamiento del reparto de los recursos y, en sentido más amplio, del capitalismo. Creer, por ejemplo, que la no discriminación de personas LGTBI es posible sin cambiar las estructuras económicas profundas, y terminar de alguna forma defendiendo algún tipo de capitalismo rosa.

¿Cómo superar este impasse? En esta publicación se apuesta por recuperar la importancia crítica de la lucha anticapitalista de la clase trabajadora, y en concreto de la lucha contra la nueva oleada de tratados como «buque insignia» del capitalismo del siglo XXI. Pero lo plantea desde una comprensión renovada del capita­lismo, que lo entiende en su interacción con el heteropatriarcado y el colonialismo y que sitúa como conflicto angular el conflicto capital-vida (que incluye y desborda el conflicto capital-trabajo). La propia clase trabajadora es un sujeto político que se construye «vinculando agendas y sujetos en defensa de la vida, a la vez que excluyendo y señalando sin miramientos a los antagonistas que la ponen en peligro».

Podemos pensar el capitalismo como un conjunto de instituciones socioeconómicas (y, cada vez más, tal como este libro muestra, políticas) que permiten acumular poder y recursos en torno al BBVAh, la única vida que globalmente se impone como plenamente humana. Esta vida se garantiza a costa del ataque a la vida del planeta y del ataque a la vida común, materializado en ataques a las vidas concretas de virulencia radicalmente desigual según cuánto nos alejemos de ese BBVAh, llegando al extremo de la expulsión. Lo que se acumula en esta cosa escandalosa no es solo capital o renta, es también poder y prestigio; es todo aquello que dota de sentido pleno a la vida de ese sujeto erigido sobre el resto.

La mercantilización permite la dominación de una única vida (la vida del BBVAh, quien detenta el poder corporativo) sobre la vida del planeta y la vida común (lo que en este libro se denomina la vida de la «clase trabajadora»). Hay injusticia en la distribución de recursos con los que sostener la vida, pero también hay injusticia en el reconocimiento de cuáles son las vidas que merecen ser soste­nidas.[6] Esta disputa es lo que captamos con la noción, compartida por estas páginas, del conflicto capital-vida.

Desde aquí, podemos plantear que el esfuerzo ha de ser convertir toda lucha por el reconocimiento en una lucha por la redistribución y toda lucha por la redistribución en una lucha por el reconocimiento: por lo que peleamos es por reconocer que todas las vidas importan, y que importan igualmente en su diversidad; por tanto, todas han de acceder a recursos para sostenerlas y ninguna es sacrificable por otra superior. Esta com­prensión compleja del capitalismo tiene la potencia de articular luchas diversas sobre la base de problemas comunes, sin negar que nos afectan de forma desigual en función de nuestra posición en ese sistema de dominación múltiple y de nuestra lejanía al poder corporativo.

La espiral mercantilización-dominación-expulsión y la triple dimensión económica, política y cultural son los elementos que este libro aporta para comprender el funcionamiento complejo del sistema a partir del eje vertebrador del capitalismo y, sobre todo, para construir una «agenda emancipadora» que siga una «lógica inclusiva». Otros ángulos de entrada son posibles y necesarios, pero el que el autor nos da es imprescindible.

Huyendo de falsos debates: hay un proyecto

Este trabajo nos ayuda a esclarecer que el propio sistema quebrado está recomponiéndose, tiene lo que Gonzalo Fernández denomina «el proyecto del capitalismo del siglo XXI». Cierto es que este «no es homogéneo», sino que tiene agendas «en disputa». De esta forma, encontramos la versión seductora del «capitalismo más universalista y globalizador» y la abiertamente violenta del «capitalismo más unilateralista y reaccionario». Pero igualmente cierto es que ambas persiguen un objetivo común de mercantilización capitalista global y tienen, por tanto, las mismas funestas implicaciones en términos de asedio directo a la vida.
Estas páginas nos dan herramientas para comprender esa confluencia y desmontar los falsos debates que la nublan, siendo especialmente relevante en el marco de la oleada de tratados la aparente contradicción entre multilateralismo y unilateralismo, mal entendida como una oposición entre librecambismo y proteccionismo. Por un lado, se sitúa la propuesta, en gran parte liderada por la UE, de multilateralismo en la negociación de tratados. Por otro lado y abanderada por los Estados Unidos de Trump, hallamos otra apuesta de corte más unilateral, de defensa de capitales nacionales a la cabeza de esa expansión global. Como estas páginas explican, el capitalismo universalista y el capitalismo de guerra económica son dos agendas pro-sistema tras las cuales hay intereses geopolíticos en disputa: Estados Unidos, China, Reino Unido, Unión Europea… pero, por encima (o, más bien, por debajo) de sus diferencias está el proyecto común, que es el que nos importa desde una perspectiva de sostenibilidad de la vida: el proyecto «multidimensional e integral» de rearticulación económica, política y cultural para «mantener el patrón hegemónico de poder».

Bien sea desde la defensa del capital ya transnacionalizado o de la mayor transnacionalización de los capitales nacionales, en todo caso se trata del poder corporativo que se impone sobre el ataque a la vida común y del planeta.

Esas dos agendas tienen también relatos diferentes. El capi­talismo universalista retiene aún grandes dosis de la estrategia seductora del neoliberalismo de colores, prometiéndonos un juego todos ganan con la expansión global del capital. El capita­lismo de guerra económica parte de la constatación de que esa promesa era inviable y que, más bien, lo que se ha hecho evidente es que en este sistema no cabemos todos. Es un planteamiento de otro tipo: queden entonces dentro los míos.[7] Y este proyecto de expulsión requiere dosis de violencia mucho más explícitas para imponerse.

Vemos así un doble juego entre la seducción y la violencia (o el consentimiento y la coacción, en términos gramscianos más afines a la perspectiva de economía política de este libro), que, en el fondo, son dos caminos complementarios. Esta complementariedad la vemos en la doble apuesta cultural de rearticulación del sistema. La apuesta V por «el fascismo social y el fomento de la guerra entre pobres» nos lleva al relato de los míos, un plantea­miento de salvación colectiva sobre la expulsión del otro y, sobre todo, de la otra. Se trata de una salvación colectiva que pasa por situarse en el orden correcto en base a una estricta jerarquía colonial-racial, de género y de clase. Queda dentro quien pertenece, y pertenece quien acepta la norma jerárquica. Aceptar la norma es asumir una identidad que distingue entre quienes pueden aspirar al éxito propio y quienes han de aspirar al éxito derivado (por su pertenencia a una comunidad que les desborda-la patria, la familia-o por su relación servil con alguien de éxito: el marido, el patrón…). Frente a ello, como en un espejo, aparece la apuesta VI de «la emulación del horizonte de Silicon Valley», que ofrece ese horizonte de éxito estrictamente individualizado: en una tierra de oportunidades, si quieres, puedes. El lema de Donald Trump, America first, frente al «eslogan neoliberal del American dream. Dos discursos que por momentos pueden parecer contradictorios, pero que sirven a un mismo proyecto de híper-segmentación social y negación de derechos colectivos.

Además de los falsos debates a desmontar entre muitilateralismo y unilateralismo, librecambismo y proteccionismo, American dream y America first, podemos señalar otro que tiene el género como núcleo de la disputa. Es un debate que estas páginas no abordan directamente, pero al que sí dan cabida. Entre las ama­bilidades que nos ofrece la agenda universalista está su aparente entusiasmo feminista condensado en la promesa de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Frente a este discurso, encontramos la profunda animadversión del capitalismo de guerra económica ante lo que despectivamente denominan la ideología del género.

¿Significa eso que, ante un demonio con cuernos, hemos de quedarnos con el ángel igualitario?

En el juego seductor del proyecto universalista, es crucial de­fender que todas y todos hemos de tener las mismas posibilidades de ascenso y éxito (Silicon Valley). La igualdad de oportunidades, lejos de estar reñida con la desigualdad de resultados, la justifica: para un discurso meritocrático, si partimos del mismo punto no hay problema en que lleguemos a lugares distintos, son reflejo de nuestro esfuerzo diferente, lo que nos merecemos. Las críticas femi­nistas a la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres son muchas: que dicha igualdad de facto no existe nunca, sino que es una ficción construida en base al espejo femenino del BBVAh. Que la igualdad relevante es la que abarca todo el proceso (principio, llegada y camino) y llega a todos-todas-todes. Y que eso es inviable en el marco de una cosa escandalosa inherentemente jerárquica.

Un ámbito en el que queda especialmente clara la inviabilidad de la igualdad (de todo tipo) en el marco de este sistema es la necesidad estructural de trabajos ocultos de cuidados, la cara B del trabajo asalariado: trabajos carentes de remuneración, derechos, regulaciones; trabajos que no constituyen ni ciudadanía económica y social ni identidad política; trabajos, por tanto, invisibilizados, cuya inexistencia política permite derivar en ellos la responsabilidad de sacar adelante la vida en un sistema que la ataca. Su invisibilidad garantiza que el conflicto capital-vida desaparezca: los trabajos que lo abordan en toda su crudeza no se ven. Garantiza por tanto cierta paz social. Así, como Gonzalo Fernández nos señala, la profundización en la explotación del trabajo asalariado que trae consigo la nueva oleada, va de la mano de la profundización del expolio de los trabajos de cuidados. Estos trabajos están privatizados (metidos en lo privado-doméstico) y feminizados (constituyen la identidad femenina y se dan en el marco de una división sexual del trabajo que es también una división racializada, internacional y por clase social). El discurso de la igualdad de oportunidades esconde esta desigualdad estructural. El ángel igualitario necesita cuidados ocultos.

Necesitamos desvelar cuestiones que el discurso de la igualdad de oportunidades esconde y que son pilares del sistema.[8] Además del papel angular de los cuidados en el sistema (y de los mecanis­mos que garantizan ese ejército de cuidadoras inmoladas, entre los que están el amor romántico, la maternidad como destino vital y el control del cuerpo de las mujeres), otro aspecto especialmente relevante, aunque aquí no lo profundicemos, es la violencia heteropatriarcal como núcleo duro de la violencia múltiple del sistema (Segato, 2016).

La demonización de la ideología del género (y por tanto la defensa de la domesticidad de las mujeres, de nuestra innata capacidad cuidadora y amorosa) es más bien un espejo que nos muestra con toda su crudeza lo que pretende ocultarse. Las dos agendas tienen un proyecto común de rearticulación del heteropatriarcado. En uno, el éxito de unas pocas (a costa de otras) se nos vende como el éxito de todas; en el otro, se nos insiste en que hemos de mantener el orden: mujeres en su sitio y hombres en el suyo, con pleno cumplimiento de una jerarquía racial y de clase. Para construir esa «agenda emancipadora» y esa «clase trabajadora» inclusiva que la pelee, hemos de dejar claro que nuestra apuesta no es ni la igualdad de oportunidades para insertarse en un sistema desigual ni la defensa expresa de la jerarquía de género. Necesitamos desvelar la dimensión heteropatriarcal del proyecto de recomposición del capitalismo, sacando a la luz elementos clave de lo que podríamos llamar su agenda oculta.

Una lectura (no) técnica de los tratados para la lucha política

Argumentábamos antes que esta cosa escandalosa se impone con un doble juego de seducción y violencia y que, a día de hoy, el componente seductor pierde peso frente a la imposición violenta de un modelo basado en la exclusión, la jerarquía y el despojo explícitos. Pero siempre es preciso un tercer elemento: la articulación de un entramado institucional que dé soporte a las relaciones socioeconómicas y políticas seductora o violentamente impuestas. Y aquí entra esta nueva oleada, que el autor nos propone leer como esa constitución económica global, que metapolitiza definitivamente la mercantilización del espectro completo de la vida.

Al denunciar esa metapolitización estamos denunciando que la mercantilización global se sitúa por encima del debate político, como algo colectivamente (y por tanto políticamente) indiscutible. En otro lugar, Gonzalo Fernández argumenta que la democracia de baja intensidad es constitutiva del sistema de dominación múltiple (Fernández, Piris y Ramiro, 2013). Y que también lo son algunos principios que están tras esos derechos hoy desregulados (la libertad, la igualdad, etc.), pero en calidad de valores débiles frente a los valores fuertes del mercado, aquellos que los tratados de nueva generación erigen en «los diez mandamientos corporativos». Esa metapolitización que trae consigo la nueva oleada no sería entonces sino un paso más en el debilitamiento de lo que podríamos denominar la cara amable de la Ilustración. Pero son el paso definitivo.

Que estamos frente a una auténtica oleada queda claro al leer estas páginas. Así como quedan claros los elementos de continuidad con el proyecto globalizador previo y los elementos de ruptura. El hablar de nueva no debe llevamos a confusión. Esta oleada no es nueva en términos de su objetivo. Pero sí lo es en términos de su estrategia, que es más gradual y menos multilateral; y de la agresividad con que se impone. Esta viru­lencia se percibe en su contenido: más agresivo, por ejemplo, al vincular directamente comercio e inversión; y al revertir el criterio de inclusión (se incluye por defecto todo aquello que no está expresamente excluido). Se ve también en la forma de negociación: más opaca y más bilateral, con lo que la desigualdad relativa entre países a la hora de negociar cobra mayor relevancia que en la anterior oleada (donde países menos poderosos podían intentar reforzarse conjuntamente).

Leer esta oleada en continuidad con la previa nos permite entender que la economía global que enfrentamos hoy es la que se configuró merced a la anterior oleada. Así, por ejemplo, la destruc­ción de las economías campesinas, asediadas por el agronegocio, no se inicia ahora, sino que se apuntala. La desregulación de los mercados laborales y la precarización del empleo no surgen,[9] sino que se profundizan a escala global. Pero leer las oleadas en conti­nuidad nos posibilita algo si cabe más relevante: aprender de cómo se articuló la resistencia a la primera para enfrentar la actual. Y, en ese sentido, este libro está escrito en claro aprendizaje histórico, como muestran varios de sus puntos de partida.

Por un lado, Gonzalo Fernández nos alerta de que los tratados no han de leerse en clave de países enfrentados, sino de pueblos frente a poder corporativo. Esto, que siempre fue así, es hoy si cabe más obvio, dado que la renovada oleada se da en el marco de un proceso de periferización del Centro. La pregunta no es qué país va a salir más beneficiado o perjudicado por la firma de un tratado en el marco de una geopolítica neocolonialista, sino de entender quién domina el proceso de acumulación en cada país y a escala global. Con ello buscamos comprender el significado de los tratados en términos de sostenibilidad de la vida común (cuánto de la vida en común va a morir para garantizar la vida de quienes detentan el poder corporativo).

Abordar de esta forma la oleada nos abre nuevas posibilidades de alianzas políticas, pero no nos ahorra complejidades. En la lucha contra la anterior oleada, un aspecto que sorprendió a quienes se resistían desde el Sur Global (y que reforzó su lucha) fue ver la pobreza en el Norte Global, la falsedad por tanto de ese sueño del éxito. ¿Cómo compaginar esta constatación a la par que no olvidamos que los modos de vida instalados en el centro, aunque no son accesibles para todas quienes habitamos ese lugar, sí se basan en la desigualdad global? ¿Cómo abordar esta nueva oleada entendiendo que es una amenaza común, sin escamotear el problema de que la afrontamos desde posiciones radicalmente distintas en este complejo entramado global de sistemas de opre­sión/privilegio? ¿Cómo, en los términos de este libro, construir esa clase trabajadora a escala global?

Por otro lado, en estas páginas se nos invita a comprender los impactos de la nueva oleada, pero no desde la clave de que estos po­drían ser positivos o negativos; ni desde la perspectiva de que pueden introducirse cambios o cláusulas que aseguren que no nos dañan, sino que garanticen sus efectos beneficiosos. Los tratados son una herramienta de un sistema que, primero, es inherentemente insostenible e injusto, por lo que solo cabe una enmienda a la totalidad de los mismos. Por eso la «radicalidad» de la agenda emancipadora. Segundo, en tanto que herramienta, no son el problema en sí mismo: si se logra que un tratado no se firme, esta cosa escandalosa buscará otros modos. De hecho, la estrategia innovadora actual es una búsqueda de un nuevo modo cuando el anterior, basado en instituciones multilaterales como la OMC o el AMI, ha fallado. Esto significa que la lucha política no puede ceñirse a ir contra la nueva oleada, sino que la resistencia (¡fundamental!) a firmar un solo tratado más ha de ser parte de una lucha política mucho más amplia que actúe en una multiplicidad de frentes y niveles.

Por último, este libro logra un complejo equilibrio entre lo técnico y el accionar político. Como en otro lugar hemos alertado (Pérez Orozco, 2018), el trabajo experto de comprensión de los tratados es fundamental, pero hay riesgos en sobredimensionarlo. Lo relevante de conocer los tratados y sus posibles impactos no es saberse los tecnicismos, sino poder alimentar la lucha política. Gonzalo Fernández huye de esos tecnicismos. Su trabajo nos per­mite conocer detalles, vincular aspectos aparentemente inconexos y descifrar complicados enunciados para saber qué está en juego y cómo se está jugando la partida. Lo que tienes entre manos no es un texto rebuscado y cuasi incomprensible al que mirar, en el mejor de los casos, de forma tan reverencial como lejana (¡qué listo hay que ser para entender y contar cosas tan complejas!). Por el contrario, es un libro franco, que explica con relativa sencillez un proceso muy complejo, abriéndonos así el «marco de lo posible» al comprender cómo nos atraviesa la vida esa cosa distante llamada TTIP, CETA, TISA o TPP.

Es un libro en el que, volviendo al inicio de estas páginas, el conocimiento funciona como antídoto contra el miedo. ¡Que os aproveche la lectura!

Notas:
[1] Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate. Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI. Icaria editorial, s. a., Barcelona, 2018.
[2] Silvia L. Gil se refiere aquí a las movilizaciones contra la violencia machista, pero consideramos que esta idea es igualmente aplicable en el caso que nos concierne, entre otras cosas, porque el proyecto de rearticulación del sistema sobre el que este libro nos habla es un proyecto heteropatriarcal que tiene en la violencia un pilar central.
[3] Lo que Butler (2009) denomina «marcos de intelegibilidad» de la vida.
[4] Para conocer estas apuestas, véase la página 53 de este libro [N. de la Ed.]
[5] Por poner un ejemplo, esta interacción mercantilización-dominación, material-discursivo la hemos visto claramente en el proceso de mercantilización de la vida íntima (Hochschild, 2003). Con este término nos referimos a la apertura de nuevos nichos de negocio en el ámbito del trabajo doméstico y de cuidados. El sector de los cuidados ha estado históricamente caracterizado por lo que se ha denominado la «enfermedad del coste», esto es, la imposibilidad, más allá de un umbral, de generar incrementos constantes de productividad a costa de sustituir trabajo por capital. Esta imposibilidad se ha compensado vía explotación de la ética del sacrificio de las trabajadoras, que se les impone en tanto que mujeres y en tanto que sirvientas. En otros términos, la generación de nuevas éticas reac­cionarias del cuidado neoserviles ha sido fundamental para permitir el proceso de mercantilización de la vida íntima.
[6] Gonzalo Fernández se suma al planteamiento de Fraser (2015) de que podemos distinguir las dimensiones de distribución (reparto de los recursos), reconocimiento (ejercicio de identidades diversas) y representación (política). Este triple marco de distribución, reconocimiento y representación está en total concordancia con la triple dimensión económica, política y cultural que utiliza este libro. De aquí se deriva una comprensión de la lucha por la subversión del sistema que ha de combinar todas ellas.
[7] De nuevo, el masculino es ex profeso, para señalar el carácter heteropatriarcal de estos relatos.
[8] Antes bien, es un discurso que ha servido para legitimar políticas cuyo impacto en términos de igualdad han sido nefastos, pero que han podido ser muy lucrativos para un grupo selecto de mujeres (por ejemplo, al introducir ciertos derechos de conciliación de la vida laboral y familiar en el marco de procesos de desregulación y precarización del mercado laboral).
[9] Una desregulación que, como se argumentó en la anterior oleada, fue de la mano de la «feminización de la mano de obra» (Standing, 1999).
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