domingo, 27 de abril de 2025
«La Unión Soviética no sólo derrotó al nazismo, sino que también frustró la traición que pergeñaban los aliados»
Entrevista a Atilio A. Boron
«La Unión Soviética no sólo
derrotó al nazismo, sino que también frustró la traición que pergeñaban los
aliados»
Rebelion
26/04/2025
Fuentes: Tektónikos
Atilio Borón revisita los 80 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial
El 8 de mayo de
2025 se conmemoran 80 años del fin de la llamada Segunda Guerra Mundial en el
teatro de operaciones europeo. Ese día entró en vigor la rendición de las
fuerzas del Tercer Reich ocurrida en la víspera. La culminación definitiva del
conflicto mundial se producirá en el teatro de operaciones de Asia-Pacifico el
2 de septiembre de 1945 a través de la capitulación incondicional del imperio
japonés, luego de los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki por parte de
Estados Unidos ocurridos el 6 y el 9 de agosto respectivamente.
En 2025 las
efemérides de dicho evento histórico, que dio paso primero a la redefinición
del orden mundial marcado por la Guerra Fría y luego a un período de hegemonía
estadounidense en el control del sistema-mundo, coinciden con una serie de hechos
diplomático-militares que vienen a indicar el eclipse del ciclo de la hegemonía
estadounidense. En pocas semanas desde su segunda asunción como presidente de
los Estados Unidos, Donald Trump socavó las bases de sustento de la OTAN,
alianza atlántica forjada luego de la Segunda Guerra. Con su decisión de
negociar directamente con Vladimir Putin la finalización del conflicto bélico
en Ucrania y relegar a la diplomacia europea, el huésped de la Casa Blanca
demolió políticamente el pacto de defensa colectiva que unía a estadounidenses
y europeos desde 1949. El razonamiento que subyace a esta decisión parece ser
el hecho de que Washington estima que la solidaridad transatlántica no
corresponde más a sus intereses, al menos con la centralidad que este vínculo
tuvo durante siete décadas y media. Es por ello que hoy la prioridad para Trump
es la normalización de las relaciones con la Rusia de Putin y ya no más la
suerte de Ucrania, excepto si esta no está directamente relacionada con el
interés estratégico del país del norte por apoderarse de diversos recursos
naturales estratégicos subyacentes en suelo ucraniano.
Estos gestos
del presidente de EE.UU. —a los que se suman la decisión de establecer de
aranceles a las importaciones de distintos países que conmueve las bases de los
intercambios comerciales mundiales— hacen saltar por los aires los vínculos de
amistad acumulados a lo largo de setenta y cinco años de ambos lados del océano
Atlántico, la proclamada pertenencia común hasta nuestros días al campo de las
democracias liberales. Ridiculiza también la inagotable gratitud de los
europeos hacia los estadounidenses por la victoria de 1945; actitud que al
mismo tiempo permitió a las élites políticas y a las clases dominantes europeas
degradar el decisivo rol que tuvo el Ejército Rojo en la derrota militar del
régimen nazi.
El general
Charles de Gaulle, figura clave del desenlace militar de la Segunda Guerra
Mundial y en las negociaciones que cimentaron el orden institucional y
económico de posguerra, sostenía que “llegaría un día en que los americanos se
irán, y el orden del mundo cambiará”. ¿Ha llegado ese día? ¿Coincide la
conmemoración de los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial con un
momento de clivaje en la transición del orden mundial?
Con este trasfondo,
Tektónikos entrevistó al politólogo y sociólogo argentino Atilio Borón, docente
universitario, exdirector ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales (CLACSO), autor de numerosos libros y actualmente director del Centro
de Complementación Curricular de la Facultad de Humanidades y Artes de la
Universidad Nacional de Avellaneda y del Programa Latinoamericano de Educación
a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal
Gorini.
—¿Cuáles son, a tu entender, los rasgos distintivos de ese período
histórico que incidieron en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial?
—Hay muchos
factores, pero a mi juicio los de más peso son los siguientes: por un lado, la
pésima resolución de las negociaciones que tuvieron lugar al fin de la Primera
Guerra Mundial, que alimentaron el revanchismo alemán ante la humillación a la
que fue sometida Alemania en el tratado de Versalles. Hubo, sí, una voz
disidente dentro del coro triunfalista que entonaban los vencedores de la
Primera Guerra Mundial. Fue la de John Maynard Keynes, quien recogió sus
críticas en un libro notable publicado en 1920 bajo el título “Las
consecuencias económicas de la paz”. Keynes sostenía que el tratado era
injusto, vejatorio para con los ciudadanos germanos, y que además impediría la
recuperación económica de Alemania y, con ello, dificultaría también los
esfuerzos de reconstrucción económica de los países europeos. Las
“reparaciones” impuestas a Alemania eran exorbitantes, decía Keynes, y tampoco
se abordaba el tema de las deudas contraídas por las fuerzas beligerantes.
Humillar y condenar a Alemania a la pobreza podría tener como resultado
suscitar una respuesta agresiva y violenta, robusteciendo a los elementos
conservadores que había en ese país y que ya estaban socavando a la República
de Weimar. En suma, un error garrafal que se cuenta entre los de mayor peso en
el desenlace de la tragedia.
—Hablaste de
varios factores.
—Sí. Otro que
fue sumamente importante, contenido en las prevenciones que en Keynes
despertaba ese Tratado, fue el derrumbe de la República de Weimar y el ascenso
del nazismo, con su ideología totalitaria y su incesante búsqueda el lebensraum,
el “espacio vital” que según los ideólogos del nazismo se le negaba a Alemania
no sólo en Europa, sino en el mundo colonial. Hay que recordar que ese país
llegó tarde a la mesa en donde las principales potencias se repartían el mundo,
principalmente en África. De hecho, como lo anotaba Immanuel Wallerstein en sus
escritos, no hubo dos guerras mundiales, sino tan solo una que comenzó en 1914,
se toma un respiro con una suerte de armisticio que se extendió hasta 1939
cuando estalla la fase final de esa guerra. Tanto la primera como la segunda
guerra mundiales fueron la expresión militar de la pugna interimperialista,
denunciada por Lenin ya en 1914, y que al concluir en 1945 instala a una nueva
potencia rectora del sistema, Estados Unidos, desplazando de esa posición al
Reino Unido, cuya capacidad de cumplir ese papel comenzó a declinar
significativamente a partir de inicios del siglo XX. Y permitíme citar un
tercer elemento que estaba muy presente en la dirigencia británica y
estadounidense: la amenaza que representaba la mera existencia de la Unión
Soviética. Winston Churchill, un personaje deleznable por su racismo, por la
crueldad con que reprimió las protestas en el mundo colonial inglés y por su
absoluta falta de escrúpulos, lo dejó plasmado en más de una ocasión cuando
decía que el esfuerzo militar de Estados Unidos y el Reino Unido debía
limitarse a Europa Occidental, y dejar que la Unión Soviética y Alemania se
desangrasen recíprocamente, pues tanto una como la otra eran regímenes
incompatibles con los intereses y los valores de las potencias occidentales. La
lenta y menguada ayuda de los aliados para combatir en el frente oriental fue
fríamente calculada por Churchill y aplicada pese a las dudas que tal estrategia
suscitaba en Franklin D. Roosevelt. Pero la Unión Soviética no sólo derrotó al
nazismo, sino que también frustró la solapada traición que pergeñaban sus
aliados: el Reino Unido y Estados Unidos.
— ¿Qué relevancia asignás en el origen del conflicto y posterior desarrollo
del mismo al auge de las organizaciones de izquierda y de la clase obrera luego
de la Revolución Rusa por un lado; y por otro a la relación entre este hecho y
los imperativos productivos y de acumulación de capital de las burguesías
europeas?
— Sin la
Revolución Rusa no sé si habría estallado la Segunda Guerra Mundial;
probablemente sí, pero cabe un margen de dudas. De todos modos, la crisis de
1929 y la Gran Depresión que le sucedió atizaron la hoguera de las
organizaciones de izquierda en toda Europa. El fascismo italiano y el nazismo
alemán son claras respuestas reaccionarias ante la amenaza que planteaban las
izquierdas que, tal como lo recordara Antonio Gramsci en más de una ocasión,
fueron arrojadas a la acción política y a la conquista del poder debido al
colosal efecto movilizador de la IGM, probablemente uno de los enfrentamientos
más sanguinarios de la historia. En Rusia es imposible comprender el triunfo de
la revolución bolchevique al margen del efecto devastador de la Gran Guerra, lo
mismo que el auge de las izquierdas en Italia, Alemania y el imperio
Austro-Húngaro. La Gran Depresión acentuó estas tendencias y estimuló la
respuesta represiva de los estados burgueses y las fuerzas políticas
tradicionales de la derecha. Obviamente, como te decía antes, las burguesías
nacionales se atrincheraron detrás de sus gobiernos, impulsaron sus políticas
belicistas en lo externo y represivas en lo doméstico. No es casual que
Alemania, Italia y Japón, tres “late comers” al mundo de la industrialización,
forjaran el Eje, que desafió a las viejas potencias coloniales: Reino Unido y
Francia, aliadas ahora con un renuente EE.UU., que tuvo que montar la operación
de Pearl Harbor para lograr el consenso interno requerido para involucrarse en lo
que para el ciudadano común estadounidense era un pleito sólo europeo. Hay que
recordar que en esa época existía el servicio militar obligatorio en ese país,
y eso explica el rechazo de la opinión pública y su tardía incorporación
en las dos guerras mundiales.
— ¿Qué importancia le atribuís a la existencia de la Unión Soviética y, en
particular, al Ejército Rojo en la derrota militar del régimen nazi y, como
consecuencia de ello, en la capacidad de garantizar un ciclo de paz mundial que
se romperá en la década de los noventa con la disolución del bloque comunista y
el inicio de un breve período de Pax Americana?
— Una
importancia fundamental. Quien llega a Berlín es el Ejército Rojo, y más tarde
lo hicieron franceses, ingleses y estadounidenses. Además, el famoso frente
oriental fue escenario de batallas sin parangón cuando se las compara con las
que se libraron en el occidente europeo. No hay allí nada ni siquiera
remotamente parecido al sitio de Leningrado, actual San Petersburgo, que duró
872 días y produjo un millón y medio de víctimas; o la batalla de Stalingrado,
actual Volgogrado, más breve pero aún más sangrienta y que fue la que inclinó
definitivamente el fiel de la balanza en contra de Hitler. Por eso en Rusia,
como antes en la Unión Soviética, la Segunda Guerra Mundial es recordada como
la Gran Guerra Patria en la cual Rusia se liberó del nazismo sin la ayuda de
nadie. Obviamente que el tremendo éxito soviético, pagado con la vida de unos
veinte millones de víctimas, fue un componente decisivo del período de relativa
paz mundial, y digo relativa porque el imperialismo se lanzó con todas sus
fuerzas para intentar apoderarse de los países asiáticos instalando allí
gobiernos vasallos, especialmente en China, Corea y Vietnam. Con la
desintegración de la URSS, a finales de 1991 y, poco después, la disolución del
Pacto de Varsovia, una alianza defensiva creada a raíz de la conformación de la
OTAN, Estados Unidos emergió como la única superpotencia del planeta, dando
pábulo a una serie de fantasías como la del “nuevo siglo americano”. Los
cultores de esta ilusión, considerada como una chiquilinada (¡sic!) por
Zbigniew Brzezinski, subestimaron por completo los procesos de restructuración
que silenciosa pero eficazmente estaban en marcha en el sistema internacional.
Brzezinski advirtió la fragilidad de ese unipolarismo que reposaba en un
supuesto absolutamente erróneo: que China y Rusia aceptarían convertirse en
dóciles estados-clientes de Washington, y en poco tiempo, al comenzar el siglo
actual, se tornó más que evidente que el unipolarismo estaba condenado a
desaparecer más pronto de lo que aún sus más cautelosos creyentes pensaban.
— El período posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial es coincidente con la construcción de una nueva arquitectura
institucional y militar mundial ¿Qué papel desempeñó America Latina en relación
a la estrategia de EE.UU. en la consolidación del orden de posguerra?
— Un papel muy
marginal, desgraciadamente. El imperio ha insistido, desde 1823 con la Doctrina
Monroe, en hacer de la desunión de los países situados al Sur del Río Bravo uno
de los principios cardinales de su política hemisférica. Y lamentablemente ha
sido muy difícil salir de esa camisa de fuerza. A comienzos de la década de
1950 del siglo pasado lo intentaron Perón, Vargas e Ibáñez del Campo con el
ABC, que pretendía coordinar en una alianza moderadamente nacionalista las
políticas de Argentina, Brasil y Chile. Pero no llegó a cuajar. Finalizada la
Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se lanzó a la empresa de organizar su
imperio a escala planetaria, con iniciativas y comandos militares del Pentágono
diseñados para cada una de las grandes macroregiones del planeta: Latinoamérica
y el Caribe, disuelta su identidad bajo un anodino “Hemisferio Occidental”;
Oriente Medio; Europa; África; Sudeste Asiático, etcétera. Esto fue reforzado
en 1947 con la firma del TIAR, el Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca, un instrumento de defensa mutua entre los países de América ante
cualquier ataque de una potencia extracontinental (en obvia referencia a la
Unión Soviética) y la creación de la OEA, un año más tarde. Nótese que el
equivalente europeo del TIAR, la OTAN, se creó recién dos años más adelante,
reflejando que la obsesión norteamericana por resguardar a los países de las
“garras del comunismo soviético” tenía sus prioridades: primero preservar de la
amenaza al “Hemisferio Occidental”, o sea, Latinoamérica y el Caribe, y después
ocuparse de los europeos. De todos modos y para responder sin ambages a la
pregunta: en la consolidación del orden mundial de posguerra, el papel de esta
parte del mundo fue el de un obediente espectador o, si se quiere, un obediente
vasallo, aceptando sin mayores miramientos el liderazgo estadounidense y
haciendo que los enemigos de este país se convirtiesen también en los enemigos
de Nuestra América.
— ¿A ochenta años de acabado dicho conflicto bélico y próximos a recordar
esa fecha, cuales son a tu entender los elementos que caracterizan el
funcionamiento del sistema internacional?
— Brevemente,
porque la respuesta a esta pregunta requeriría un muy amplio desarrollo.
Señalaría simplemente dos aspectos entre varios: en primer lugar, que el “orden
mundial basado en reglas”, debilitado desde su nacimiento porque éstas fueron
pensadas para favorecer antes que nada los intereses de Estados Unidos, está
rumbo a su ocaso definitivo. Es un “orden” que permite desde hace sesenta y
cinco años que Washington perpetre, sin costos, un crimen de lesa humanidad
como el bloqueo de Cuba; o que el Reino Unido se haya rehusado a cumplir con la
resolución de 1965 de la Asamblea General de la ONU instando a Londres y Buenos
Aires a entablar conversaciones para resolver la situación colonial de las
Islas Malvinas; o que un brutal genocidio como el que en estos días perpetra el
régimen racista israelí en Gaza no provoque reacción alguna de parte de las
agencias de dicho “orden”; o que Washington se abstenga de capturar a Benjamin
Netanyahu durante su reciente visita a Estados Unidos, haciendo caso omiso de
la orden de captura emitida por la Corte Penal Internacional por ser el
principal responsable de los “crímenes de guerra y lesa humanidad”
perpetrados en contra del pueblo palestino.
Y segundo
factor: la irreversible declinación de Estados Unidos como superpotencia
planetaria. Obviamente que se trata de un proceso gradual, pero incontenible.
Entre los asesores más inteligentes y preparados del establishment norteamericano
la declinación no está en discusión, como lo demuestra, por ejemplo, que nada
menos que la Corporación Rand esté insistiendo con esta tesis desde hace ya
varios años o que Brzezinski en su último libro “Strategic Vision: America
and the Crisis of Global Power”, publicado en el 2012, tuviera como
preocupación central examinar las posibles estrategias para enfrentar la
decadencia de la superioridad estadounidense. Lo que origina fuertes
controversias es su ritmo o el ángulo de la caída, para utilizar una metáfora
aeronáutica, no si la declinación existe o es una mera fantasía. Por supuesto,
este proceso está en la base las múltiples amenazas proferidas por Donald Trump
(compra de Groenlandia, anexión de Canadá, recuperación por la fuerza del Canal
de Panamá, etcétera) y las torpes y brutales medidas -guerra de aranceles-
recientemente tomadas por la Casa Blanca y que reflejan la desesperación que
cunde en el bloque dominante de Estados Unidos. Medidas que, como el
generalizado aumento de los aranceles apenas resistieron un día a la presión de
los mercados y a las amenazas de represalias de otros grandes actores del
sistema internacional, comenzando por China, y tuvieron que ser puestas “en
pausa” por noventa días porque la época en que estas decisiones del imperio se
imponían sin costo ya son cosas del pasado. Digamos para finalizar que el
declive estadounidense obedece no sólo a causas internas, sino que se ve
acentuado por la imparable aparición de nuevos centros de poder económico,
tecnológico y también militar fuera del Occidente colectivo. El hecho que China
sea hoy la mayor economía del mundo —medida en términos de paridad de poder
adquisitivo— y la de mayor gravitación global por su carácter de primera socio
comercial o financiera de unos ciento cincuenta países; o que Rusia haya
resurgido desde las cenizas luego de la desintegración de la Unión Soviética; o
que la India esté a punto de convertirse en la tercera economía del mundo; o
que el centro de gravedad de la economía internacional se haya desplazado hacia
el Asia Pacífico y claramente alejado del Atlántico Norte y que China se
encuentre en la delantera, con amplia ventaja, en la carrera de las nuevas
tecnologías son otros tantos hitos que marcan el recorrido descendente de la
hegemonía estadounidense.
— Por último, ¿cuál es tu opinión respecto a la afirmación realizada
recientemente por el presidente francés Emmanuel Macron y reafirmada por la
presidenta del Consejo Europeo Ursula Von Leyden en relación a que Rusia
constituye una verdadera amenaza militar para Europa en particular y para el
occidente atlántico en general, como argumento para legitimar la decisión de
implementar una ambiciosa política de rearme europeo?
— Mi opinión es
que Europa ha asimilado acríticamente el discurso estadounidense tradicional
(paradojalmente puesto en suspenso por Trump) que asimila a la Rusia de
Vladimir Putin con la Unión Soviética. Esta política fue cultivada con esmero y
por igual por los gobiernos de los demócratas y de los republicanos desde la
caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS y ha calado muy hondo en la
dirigencia, pero también en la opinión pública europea, en donde la rusofobia
otrora latente o dormida hoy es abierta y vociferante. Es una política absurda,
porque si hay un país que ha sido invadido en la historia europea, ese país es
Rusia; los mongoles lo intentaron, y luego Napoleón y más tarde Hitler. También
fue invadida por Suecia y Polonia, y en la guerra civil que estallara después
del triunfo de la Revolución de Octubre partes del territorio soviético fueron
invadidas por EE.UU., Inglaterra, Francia, Japón, amén de otras potencias
occidentales. Pero la eficacia de la propaganda estadounidense es abrumadora,
sólo comparable con la estupidez de la dirigencia política europea. El
presupuesto inicial del rearme, ¡800.000 millones de euros!, tendrá como efecto
agudizar el malestar ciudadano, alimentar el conflicto social y, al final del
camino, debilitar aún más a las oligarquizadas democracias europeas, vaciadas
de todo contenido por la Comisión Europea y el Banco Central Europeo.
La carnicería ucraniana
No parece importarle
demasiado a nadie, pero es importante recordar que en Ucrania están muriendo
cientos de miles de soldados, amén de bastantes centenares de civiles. El país
está siendo devastado en esta guerra que podía haberse evitado.
La carnicería ucraniana
El Viejo Topo
27 abril, 2025
Rusia y Ucrania
llevaron a cabo otro intercambio de cadáveres de soldados caídos. Rusia recibió
los restos de 41 soldados, mientras que Ucrania recuperó 909 cadáveres. En
intercambios anteriores de soldados caídos: 14 de febrero: 45 por 757; 24 de
enero: 49 por 757; 20 de diciembre: 42 por 503; 29 de noviembre: 52 por 502; 8
de noviembre: 37 por 563. En total, 266 por 3.991.
Si nos
atuviéramos a esta cifra como indicador más general, significaría que Ucrania
tiene 15 veces más bajas que Rusia. Sin embargo, hay que tener en cuenta
factores que cambian el panorama. Mientras tanto, y en general, por una serie
de razones, el ejército ucraniano tiende a abandonar a los heridos y a no
recuperar a los caídos, mucho más que los rusos. Además, obviamente la mayoría
de los cadáveres se recuperan cuando uno de los dos ejércitos se retira y el
otro ocupa el terreno de la batalla; y es principalmente Rusia la que avanza.
Si reducimos esto en un tercio, seguimos teniendo una proporción de 1:10.
Algunos analistas independientes estiman que Rusia ha tenido hasta ahora unas
100.000 bajas. Por lo tanto, cuando estimamos el número de bajas ucranianas en
7-800.000, seguimos siendo generosos.
Con una
población ahora reducida a unos 25 millones de habitantes, es probable que Kiev
termine esta guerra simplemente diezmada, con un 20% de la población muerta o
herida (40-50%, si sólo se consideran los hombres).
Fuente: Ariannaeditrice