El genocidio que
Israel está cometiendo contra el pueblo palestino en Gaza no es –al menos no lo
es únicamente– una respuesta a Hamás. Es mucho más, es la primera etapa del
proceso de expulsión definitivo de los palestinos de su territorio.
El fin de la PAX (norteamericana)
Manolo Monereo
El Viejo Topo
4 noviembre, 2023
EL FIN DE LA PAX (NORTE)AMERICANA Y EL CONFLICTO ENTRE EL ESTADO DE ISRAEL
Y EL PUEBLO PALESTINO
Para Meir
Margalit y el movimiento pacifista israelita
Netanyahu no es
el Estado de Israel; Hamás no es el pueblo palestino. Ambos problemas están
relacionados, pero no son lo mismo. Matizar tiene su importancia para entender
bien los conflictos y, sobre todo, encontrar soluciones operativas. El
encontronazo entre el Secretario General de la Naciones Unidas y el gobierno
israelí explica mucho. Una cosa es intentar comprender las razones de fondo que
están detrás del conflicto y otra legitimar las acciones del movimiento Hamás;
para el gobierno de Israel, desde siempre, cualquier intento de situar la
centralidad de la cuestión palestina equivale a cuestionar al Estado de Israel
y, sin sutilezas, devenir antisemitas. Los discursos implican acciones y las
dramáticas escenas que estamos viendo en la franja de Gaza y, cada vez más, en
Cisjordania tienen que ver con esto.
Para intentar
comprender lo que está pasando hay que partir de tres grandes cuestiones
relacionadas entre sí y que sitúan la escalada en el Próximo Oriente como una
salida cada vez más probable: a) los cambios geopolíticos globales y su
incidencia en el Oriente Próximo; b) la evolución de la sociedad y de la
política en Israel y en lo que va quedando de las zonas de asentamiento del
pueblo palestino; c) el bloqueo consciente y planificado de cualquier salida al
conflicto que no implique el fin del pueblo palestino como sujeto político. Las
tres cuestiones están relacionadas estrechamente. Todos los frentes abiertos
(Europa/Ucrania; Mar de China Meridional/ Taiwán; Sahel/ África) amenazan con
escaladas y denotan que el enfrentamiento es ya global. Es el signo de los
tiempos: el viejo orden se defiende con todo lo que tiene y el nuevo que emerge
lo hace entre antagonismos y combates cada vez más duros con la guerra, la
grande, siempre en el horizonte. Tan viejo como el mundo.
La primera
cuestión tiene que ver con el fin de la Pax americana; es decir, la crisis de
un orden político, económico, ideológico y político-militar que había
organizado el mundo en función de los intereses norteamericanos después de la
desintegración de la URSS y la disolución del Pacto de Varsovia. La gran
transición geopolítica que estamos viviendo es percibida por los actores del Sur
Global (y el pueblo palestino lo es) como una ventana de oportunidad para
intentar resolver viejos problemas reprimidos y nunca resueltos que implicaban
enormes sufrimientos para las poblaciones. El Estado de Israel no es solo un
aliado de EEUU, es un actor interno en la política norteamericana, como
analizaron con mucha agudeza Mearsheimer y Walt hace ya algunos años. Nadie
puede ganar unas elecciones en ese país sin el apoyo de este enorme lobby. Es
más, la alianza entre el citado lobby y los cristianos fundamentalistas del sur
es cada vez más determinante en la política interna norteamericana. Ahora vemos
algo más: el gobierno de Israel es para el occidente colectivo una identidad,
un programa que hace factible que tropas de Alemania, Francia o Italia estén
dispuestas a intervenir en su ayuda; eso sí, conducidos por el todo poderoso
amigo norteamericano.
La segunda
cuestión queda siempre ocultada: la evolución política y social de la población
israelí, de un lado, y del pueblo palestino, de otro. Quién está gobernando hoy
el Estado de Israel es una fuerza política de la derecha más dura en alianza
con la extrema derecha fundamentalista con un objetico claro, diáfano: poner
fin a la presencia de los palestinos en el Gran Israel. En septiembre de este
año Netanyahu lo explicó con mucha claridad y prepotencia en la Asamblea de las
NNUU: Israel está reorganizando un nuevo Oriente Medio basado en el mutuo
reconocimiento entre judíos y árabes (la paz de Abraham) cuya culminación sería
el establecimiento de relaciones con Arabia Saudita. Los palestinos no
aparecían en la ecuación ni como problema; simplemente no existían. Que el
Estado de Israel vive una crisis política de grandes dimensiones no lo duda ya
casi nadie; que seguramente es la más grave en sus 75 años de existencia, es
muy posible. El futuro democrático de Israel está relacionado, guste o no, con
la solución también democrática del problema palestino. La degradación de la
vida pública israelí, la ruptura de su sociedad civil y el predominio de fuerzas
fundamentalistas cada vez más autoritarias tiene mucho que ver con dilemas
existenciales relacionados con esta cuestión decisiva.
El otro lado
del problema tiene que ver con la dramática situación del pueblo palestino. Las
condiciones económicas, sociales, sanitarias son muy conocidas. Gaza, con más
de dos millones de personas hacinadas en un territorio de 365 km cuadrados
donde más de la mitad son menores de 16 años, vive un bloqueo por tierra, mar y
aire controlado férreamente por el gobierno israelita; de él depende que llegue
el agua, la energía, los alimentos, las medicinas…; es decir, es un gueto con
altísimas tasas de desempleo, de pobreza, de vulnerabilidad alimentaria. El 70%
son descendientes de los refugiados del 48. La situación de Cisjordania no es
mejor. La Autoridad Nacional Palestina apenas si controla un tercio del
territorio. La colonización ha ido haciendo imposible cualquier idea de
autonomía sobre el territorio; los asentamientos judíos en la zona han crecido
mucho: de 200.000 en los noventa, hoy alcanzan los 700.000, muchos de ellos
armados como lo estamos viendo estos días en Cisjordania.
Un joven que
tuviera 5 o 6 años en 2007 (inicio del bloqueo) habría vivido como “normalidad”
un bloqueo permanente y como “anormalidad” cinco grandes crisis/conflicto
resueltas manu militari por las fuerzas de ocupación
israelitas. ¿Cuál es el futuro de estos jóvenes? ¿tienen futuro? Lo que sabemos
es que para una parte cada vez más significativa de la población palestina, la
Autoridad Nacional sirve para poco o nada, son percibidos como débiles,
corruptos e incapaces de resolver los problemas existenciales de su pueblo. No
les queda más salida que la emigración o la resistencia.
En estos años
de prepotencia y de giro aún más hacia la derecha del gobierno israelita se ha
ido imponiendo la cultura de la impunidad. El Estado de Israel puede hacer lo
que considere oportuno para defender sus intereses dentro o fuera de su país.
Tiene licencia para intervenir en Siria, en Irán o en cualquier otro país en
los que considere que su espacio vital esté en peligro. Nunca son sancionados y
los acuerdos de las NNUU son rechazados en la medida que no concuerden con sus
prioridades políticas. Ni siquiera cumplen los acuerdos –como los de Oslo– que
ellos firmaron. Su soberanía es posible porque tienen la garantía de EEUU y de
un Occidente que lo considera su representante en una zona estratégica
fundamental.
El pueblo
palestino, desde hace años carece de una alternativa viable, posible. Netanyahu
y sus aliados de extrema derecha no dejan ninguna salida, ni dos Estados ni un
Estado único laico y multicultural. Y mientras, el mundo cambia aceleradamente.
El gobierno de Israel no ha entendido, no ha querido entender, las mutaciones
que se están produciendo. El 1 de enero ingresarán en los BRICS Egipto, Irán,
Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía. De los acuerdos de Abraham no
queda mucho y después de esta guerra quedarán menos. La presencia militar
enorme de los EEUU en la zona no puede ocultar sus grandes dificultades. China
maniobra con prudencia e intenta evitar la escalada. Biden está advirtiendo a
Irán y a Hezbolá que, si intervienen, serán duramente reprimidos. Este Irán no
es el de antes, tiene alianzas estratégicas con Rusia y China, su poderío
tecnológico y militar ha crecido mucho, hasta el punto que ha terminado siendo
el ganador de otro de los muchos conflictos creados y mal resueltos por los
EEUU.
El 7 de octubre
marca un antes y un después. El ataque de Hamás sorprendió a todo el mundo y
especialmente a los todopoderosos servicios secretos de Israel. Netanyahu
intentará sacarle partido a la situación buscando recomponer la unidad del
pueblo judío, “resolver” de una vez por todas el problema palestino y ajustar
cuentas con Irán y sus aliados en la zona. No hablo de oídas. Recientemente ha
aparecido un “libro blanco” elaborado por el Instituto para la Seguridad
Nacional y la Estrategia Sionista ligado al Likud, en el que se propone la
expulsión de los palestinos de Gaza y su integración en Egipto. El plan es muy
detallado y recoge elaboraciones que, desde hace mucho tiempo, los demógrafos y
estrategas próximos al partido de Netanyahu vienen defendiendo.
La tragedia la
estamos viviendo en tiempo real. Las voces críticas son pocas y los que se
atreven, hablan de respuesta desproporcionada. Es algo más que eso, mucho más
que eso. El gobierno de Israel, sus ministros hablan abiertamente de venganza.
Las dimensiones son tan enormes que no hacen creíble que el objetivo sea poner
fin a Hamás. El presidente del país lo ha dicho con meridiana claridad, el
pueblo palestino, los gazaties son también responsables. Pensar que la unidad
de Israel y la paz en la zona se pude construir sobre la aniquilación del
pueblo palestino es no conocer la historia. En primer lugar, la historia de los
judíos y, sobre todo, no tener en cuenta que el viejo mundo unipolar está en
crisis en todas partes y que el omnipresente apoyo de los EEUU y de la Unión
Europea ya no bastará.
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