martes, 2 de febrero de 2021

Publicado en la Revista El Pollo Urbano de Zaragoza, España. Febrero 2021

 

Anotaciones sobre Kafka / Manuel Sogas

Manuel Sogas Cotano
Corresponsal del Pollo Urbano en la República Dominicana

      A juicio de Maeve Cook [[i]] la dicción narrativa tiene el poder de alterar nuestras arraigadas instituciones y expectativas acerca de lo que significa seguir una vida ética buena, así como del tipo de sociedad…

…que facilita ese tipo de ética, lo que induce a un cambio éticamente significativo en la percepción. Ello le lleva a sostener que los aspectos disruptivos y develadores de una ficción narrativa constituyen un potencial para el conocimiento ético, interpretado este conocimiento como un proceso de aprendizaje que involucra la acción social y el compromiso de un sujeto concreto en el sentido aristotélico de búsqueda de la verdad, entendida esta como representación de la consecución de un bien supremo (eudominía-felicidad o florecimiento humano) que supere y trascienda al propio sujeto concreto, intrínsecamente deseable con sentido de universalidad, es decir, válido para todos los seres humanos en todo tiempo y lugar, que es a lo que considera verdad, o sea, el bien supremo que constituye el punto de referencia para la reflexión y acción ética, y es la que señala el aspecto intelectual del bien supremo planteado (en contraste con la noción de felicidad), la que proporciona o es susceptible de poder proporcionar su poder no sólo para ejercer una fuerza efectiva, sino que, también hace un llamamiento al razonamiento humano. De aquí que considere que el aprendizaje de la ética exija la acción racional del ser humano, por lo que estima  pertinente el lenguaje del develamiento que junto a la disrupción, considera Maeve, representan un potencial para el conocimiento de la ética, la doctrina que lleva a la buena vida en el sentido aristotélico.

    Por develamiento entiende Maeve la capacidad para producir y expresar un cambio en la percepción éticamente significativo: una experiencia por medio de la cual nuestros ojos se abren a algo que no se ha visto con antelación: a un nuevo aspecto de lo que es llevar una vida buena. Es decir, que a la noción de develamiento le atribuye un componente cognitivo, complementándolo con la disrupción: el rompimiento de la manera tradicional de percibir los objetos, cosa que como veremos, le niega Adorno a la ficción narrativa.

    La fuente del develamiento es siempre exterior al sujeto humano, surgiendo el contenido de verdad únicamente por medio de la acción del sujeto concreto, quien reflexiona racionalmente a través del dialogo con otros acerca de la percepción de la ética de su experiencia.

Para demostrar sus tesis al tiempo que exteriorizar el desacuerdo con Adorno respecto del tema en cuestión, Maeve alude como base de sus razonamientos al análisis que realiza de la obra de Kafka denominada En la Colonia penitenciaria.

   Por el contrario, Adorno mantiene que el concepto apropiado para la dimensión experiencia de la obra de arte relacionada con la verdad no es el develamiento que induce a la racionalidad, sino la mímesis, la imitación, a lo somático, a lo que se refiere la materialidad del cuerpo que se refleja o expresa a través del gesto, destacando con ello el carácter únicamente afectivo de la respuesta del lector ante una obra de ficción en particular, donde halla la base para su consideración de que la simple cuestión de la significación muestra un rasgo racionalista pernicioso.

    Sin embargo, Maeve y Adorno coinciden plenamente acerca de que la obra de ficción narrativa no es algo meramente subjetivo y que su poder contiene una universalidad potencial, o sea, que contiene una posibilidad de verdad. Respecto a la experiencia subjetiva Adorno mantiene que sus posibilidades de verdad en el arte se encuentran  en el nivel del afecto, mientras que para Maeve residen en la interacción del afecto y la razón.

   No obstante y pese a esas diferentes posiciones, ambos muestran plena coincidencia respecto de que la narrativa de la ficción representa un potencial efectivo para el conocimiento y aprendizaje de la ética.

   Justifica Maeve su concordancia de criterios en este aspecto con Adorno en el perspicaz análisis que realiza este último en su ensayo Apuntes sobre Kafka, en el que somete a discusión su prosa.

    Adorno coincide también con Walter Benjamín (1999) en que Kafka se esfuerza por alcanzar la alegoría en vez de un significado simbólico y que sus historias, sucintamente expuestas, pueden ser comparadas con parábolas. Estas historias están diseñadas para ilustrar alguna verdad, ética o religiosa, por lo general con la pretensión a la instrucción ética o religiosa, pero que el leguaje que emplea se limita a señalar caminos en general, pero ninguno en particular, y eso determina, en opinión de Adorno, que el mensaje lanzado por Kafka no pueda tener aplicación directa e inmediata a la realidad para resolver los problemas que esta presenta. Lo que viene a decir es que lo incomprensible, incomprensible es, y que la clave para la comprensión del texto no se encuentra en el mismo, por lo que su desciframiento y comprensión es algo que queda fuera del alcance del lector, de donde Adorno concluye que todo planteamiento para la búsqueda en los textos de Kafka de un mensaje ético concreto  es un planteamiento erróneo, oponiéndose así a quienes buscan en la lectura de Kafka una fuente de información acerca de la naturaleza del ser humano (existencialismo), dado que según Adorno, Kafka muestra en sus textos  la oposición a cualquier sistema ético que conduce inexorablemente a mundos fabulosos, a la vez que impide por la forma de su lenguaje, como ya ha sido señalado, el camino concreto para descifrar y comprenderlos, y por ello estima que las historias de Kafka se resisten a la articulación de cualquier sistema ontológico, para concluir en que las historias de Kafka se resisten a la articulación de cualquier sistema ontológico. “En resumen, el contenido de verdad que Adorno encuentra en los textos de Kafka se ubica de manera subjetiva en un nivel meramente afectivo” (Maeve). Y “está de acuerdo con Benjamin en que es característico en las historias kafkianas que algo sea gesticulado en la medida que no es significable. Este nivel, según Adorno, está gobernado por claves no tradicionales, lo que motiva que el lector no lo pueda interpretar por sí mismo, por lo que es necesario que el desciframiento de esas claves no tradicionales le sean suministradas desde el exterior, de donde se desprende la necesidad de una élite con la capacidad suficiente de interpretación que pueda ser trasladada al lector para que este pueda comprender la realidad que antes aparecía incomprensible ante sus ojos. En definitiva lo que Adorno propone es una elite de filósofos y críticos sociales especializados en el desciframiento de claves y de la crítica social, lo que no deja de suponer una posición contraria al funcionamiento democrático de las sociedades, toda vez de que si se arte del supuesto que el sujeto no especializado en filosofía ni en l acrítica social, no es capaz de descifrar por sí mismo las claves que le presenta la ficción narrativa, tampoco será capaz de descubrir por sí mismo las claves para el entendimiento y la compresión de los hechos inmediatos que parezcan en la sociedad en la que vive sobre los que debería decidir objetivamente en función de sus preferencias e interese personales, cosa que no podrá hacer, según la postura de Adorno, puesto que es incapaz de conocerlos por sí mismo, y por tanto queda a expensas de que alguien ajeno a él los interprete y poder decidir así sobre algo que otro le ha tenido que interpretar previamente, por lo tanto quedando excluido al mismo tiempo de la posibilidad de toda crítica social objetiva. Estableciéndose de esta manera la necesidad de una selecta autoridad interpretativa compuesta por filósofos y críticos sociales, a cuyo cargo correría el establecimiento de los métodos de conocimiento de la verdad y de la crítica social y, como función aneja e inherente a la función de interpretar,  la de bloquear o impedir que otros, fuera de esa élite interpretativa, puedan buscar una verdad distinta a la dada o establecida formalmente por la élite que tiene la función específica de interpretar, de cuyas consideraciones no resultaría muy difícil deducir la postura autoritaria y antidemocrática de Adorno.

    Reiterando lo dicho, Adorno desestima el existencialismo y la ética que Kafka aporta en sus textos sobre la premisa de que el lenguaje se ha vuelto un sistema cerrado instrumental que constituye un desafío racional que no está al alcance de cualquiera.

    Esta postura de Adorno es negada categóricamente por Maeve al considerar que con su concepto de develamiento sobre la lectura de ficción de Kafka es posible originar en el lector un proceso de conocimiento mediado lingüísticamente en el que se involucren la organización, identificación e interpretación sensorial que constituya una forma de conocimiento que puede ser articulada lingüísticamente, y como el lenguaje exige la reflexión racional del lector, resulta que este queda como sujeto activo imprescindible en la interpretación del texto, que es precisamente la posibilidad que Adorno le niega,  de donde puede deducirse que cuando menos la teoría de Adorno quedaría claramente debilitada, puesto que es el propio lector el que encuentra la clave que se halla dentro del mismo para su desciframiento e interpretación  mediante la reflexión racional, lo que invalida y niega necesidad de que dicha clave le llegue del exterior procedente de una élite especializada en encontrar claves de desciframiento e interpretaciones, lo que llevado al campo literario o filosófico, y específicamente al campo social, tiene consecuencias que llevan a refutar las tesis del autoritarismo interpretativo y de la actitud, al menos no democrática, que Adorno le atribuye al sujeto que no se encuentre dentro de la élite de filósofos y críticos sociales especializados en el desciframiento e interpretación, puesto que si el lector de los textos de Kafka es capaz por sí solo de descifrarlos e interpretarlos, también será capaz mediante la reflexión racional de descifrar e interpretar la realidad en la que vive, y mediante el conocimiento adquirido sobre la misma y el dialogo con otros sujetos decidir democráticamente lo relacionado con la misma.

    Negado el valor ético que proporcionan los textos de Kafka Adorno se centra en el análisis de la técnica estética utilizada por aquél, cuya técnica narrativa usará y desarrollará en su provecho el propio Adorno para la formulación de la tesis general contenida en su obra Dialéctica de la Ilustración (Horkheimer y Adorno). “Este es la tesis de que, a partir de las condiciones del capitalismo del siglo XX, el lenguaje cotidiano (el cual tiene tendencias represivas inherentes) ha degenerado en un sistema cerrado de racionalidad instrumental; como resultado, cualquier intento de interpretación reprime la experiencia genuina, puesto que al final la interpretación es lingüística” (Maeve).

     La concepción del lenguaje que tiene Adorno “como un sistema de racionalidad instrumental también explica su objeción hacia cualquier intento de extraer significación, ya sea existencialista o ética, de las historias de Kafka. En su opinión, los intentos de extraer significado subjetivo importante sólo sirve para reproducir y perpetuar un sistema lingüístico represivo” (Maeve), que es lo que le lleva a la crítica del arte representacional como ideológico y de manera más general, para la estética negativa. Rechazando el arte representacional insiste en la necesidad de obras de arte que persigan una estrategia de negatividad intransigente, abogando por métodos modernistas de construcción estética empleando técnicas de fragmentación, así como la distorsión del contenido, “implacablemente anti representacionales” (Maeve).

    En el caso de la ficción (Kafka), dichas técnicas sirven para inhibir el intento del lector de darle sentido al contenido de la historia en cuestión y evitar que desarrolle una interpretación satisfactoria y propia según su criterio personal.

     A juicio de Maeve la opinión de Adorno no es consistente respecto de que las condiciones del capitalismo del siglo XX impide la reflexión racional acerca de los efectos negativos de este sistema económico y social, apoyando esta afirmación sobre la alusión que menciona como ejemplo, sobre el hecho de que tanto el mismo Adorno como Horkheimer realizan reflexiones racionales sobre los efectos negativos de ese mismo capitalismo, salvo que, Adorno implícitamente estuviera afirmando como perteneciente a la élite de intelectuales, que únicamente los miembros de esta élite son los que están autorizados a opinar al respecto.

*[[i]] University of Dublin, Irlanda. Correo electrónico: maeve.cooke@ucd.ie. Sig. Fil vol.17 no.34 México jul./dic. 2015

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Bueno, sí, venga, vale. Acordamos para no discutir que la honradez personal y la honestidad intelectual van siendo cosas del pasado, y quedamos tan amigos.

 

Tal día como hoy de 1970 moría Bertrand Russell. Filósofo y matemático británico, activista comprometido con la lucha por la paz, fiel a sus creencias y practicante de lo que predicaba. Sufrió cárcel por la publicación de artículos pacifistas.

Estoicismo y salud mental


Bertrand Russell

 El Viejo Topo

02.02.2021

Por medio de la psicología moderna, muchos problemas educacionales que antes eran abordados —con muy poco éxito— por medio de una estricta disciplina moral, se resuelven ahora con métodos más indirectos, pero también más científicos. Existe, quizá, una tendencia especialmente entre los devotos del psicoanálisis peor informados, a pensar que ya no existe ninguna necesidad de estoico dominio de sí mismo. No defiendo este punto de vista, y en el presente ensayo me propongo considerar algunas de las situaciones que lo hacen necesario y algunos de los métodos para fomentarlo entre los jóvenes, y también algunos peligros que deben evitarse al fomentarlo.

Comencemos cuanto antes con el más difícil y el más esencial de los problemas que requieren estoicismo: me refiero a la muerte. Hay varios modos de enfrentar el miedo a la muerte. Podemos tratar de ignorarla; podemos no mencionarla nunca, y tratar siempre de volver nuestros pensamientos en otra dirección cuando nos sorprendamos meditando sobre ella. Éste es el método del pueblo mariposa en La máquina del tiempo de Wells. O podemos adoptar el sistema completamente opuesto, y meditar continuamente sobre la brevedad de la vida humana, en la esperanza de que la familiaridad engendre desprecio; éste fue el método adoptado por Carlos V en el claustro después de su abdicación. Hubo un alumno del Cambridge College que llegó inclusive a dormir con el ataúd en su habitación y que solía salir al parque con una pala para partir gusanos en dos, diciendo mientras lo hacía: «¡Eh! ¡Todavía no soy vuestro!». Existe una tercera vía, muy difundida, que consiste en persuadirse, y persuadir a los demás, de que la muerte no es la muerte, sino la puerta de una nueva y mejor vida. Estos tres métodos, combinados en proporciones variables, revisten la adaptación de la mayor parte de la gente a la inquietante realidad de que hemos de morir.

Sin embargo, hay objeciones que hacer a cada uno de estos métodos. El intento de evitar pensar en temas emocionalmente interesantes, como han señalado los freudianos en relación con el sexo, nunca tiene éxito, y lleva a varios tipos de irregularidad indeseables. Claro está que es posible, en la vida de un niño, evitar el conocimiento de la muerte en cualquier forma hiriente, durante los primeros años. Que así se consiga o no, es cuestión de suerte. Si uno de los padres o un hermano o hermana muere, nada cabe hacer para impedir que el niño adquiera una conciencia emocional de la muerte. Aun cuando, por fortuna, el hecho de la muerte no se haga vívido a un niño durante sus primeros años, más tarde o más temprano llegará a conocerlo; y en los que no se hallan preparados en absoluto, es probable que cuando ello ocurra se produzca un serio desequilibrio. Por tanto, hemos de procurar establecer una actitud hacia la muerte distinta de la mera ignorancia de su existencia.

La práctica de la constante y triste meditación sobre la muerte es igualmente dañosa. Es un error pensar demasiado exclusivamente acerca de cualquier tema, más especialmente cuando nuestro pensamiento no puede resolverse en acción. Por supuesto, podemos actuar de modo de posponer la idea de nuestra propia muerte, y dentro de límites, que son los de toda persona normal. Pero no podemos evitar morir al final, con lo que éste resulta un tema de meditación inútil. Además, tiende a reducir el interés del hombre por otras personas y por los acontecimientos, y sólo los intereses objetivos pueden preservar la salud mental. El miedo a la muerte hace que el hombre se sienta esclavo de fuerzas externas, y de una mentalidad de esclavo no cabe esperar ningún buen resultado. Si un hombre puede verdaderamente curarse a sí mismo del miedo a la muerte por medio de la meditación, dejará de meditar sobre el tema; en tanto éste absorba sus pensamientos, no habrá dejado de temerla. Y este método, por tanto, no es mejor que el otro.

La creencia en la muerte como puerta de entrada a una vida mejor debería, lógicamente, impedir que el hombre sintiera el menor miedo de ella. Afortunadamente para la profesión médica, de hecho no tiene estos efectos, excepto en muy escasas ocasiones. No vemos que los creyentes en una vida futura tengan menos temor a las enfermedades o sean más valientes en las batallas que aquellos que piensan que con la muerte acaba todo. El difunto F. W. H. Myers solía contar cómo preguntó a un hombre, durante una comida, lo que pensaba que habría de sucederle cuando muriera. El hombre trató de ignorar la cuestión; pero, al ser presionado, replicó: «¡Oh! ¡Bien! Supongo que alcanzaré la gloria eterna, pero me gustaría que no hablara usted de cosas tan desagradables». La razón de esta aparente inconsecuencia es, desde luego, que la creencia religiosa, en la mayor parte de la gente, se da solamente en la región del pensamiento consciente, y no llega a modificar los mecanismos inconscientes. Para enfrentar con éxito el miedo a la muerte ha de haber algún método que afecte a la conducta en su conjunto, y no solamente la parte de conducta comúnmente llamada pensamiento consciente. En algunos casos, la fe religiosa puede surtir este efecto, pero no en la mayor parte del género humano. Además de las razones conductistas, hay otros motivos para este fracaso: una es cierto grado de duda que persiste a pesar de la más ferviente profesión, y que se manifiesta en forma de cólera contra los escépticos; otra es el hecho de que los creyentes en una vida futura tienden a dar más importancia, y no menos, al horror que iría unido a la muerte si sus convicciones fuesen infundadas, aumentando así el temor de aquellos que no se sienten absolutamente seguros…

¿Qué hemos de hacer, pues, con los niños para adaptarlos a un mundo en el que existe la muerte? Hemos de conseguir tres objetivos muy difíciles de combinar: 1º No debemos crear en ellos el sentimiento de que la muerte es un tema del que no queremos hablar, o en el que no queremos que piensen. Si les damos esa impresión concluirán que hay un interesante misterio y pensarán más en la muerte. En este punto, es aplicable la moderna posición familiar en educación sexual. 2º Hemos de actuar, sin embargo, de modo de evitar en lo posible que piensen mucho o muy a menudo en el tema de la muerte; contra esta monomanía podemos aducir las mismas objeciones que se aducen contra la monomanía pornográfica; es decir, que reduce la eficiencia, impide un desarrollo completo y lleva a una conducta insatisfactoria tanto para la persona afectada como para los demás. 3º No debemos confiar en generar en nadie una actitud satisfactoria con respecto al tema de la muerte sólo por medio del pensamiento consciente: más particularmente, ningún bien hacen las creencias que tratan de demostrar que la muerte es menos terrible de lo que podría ser, cuando —como es lo corriente— no penetran bajo el nivel de lo consciente.

Para llevar a efecto estos diversos objetivos, tendremos que adoptar métodos algo distintos, de acuerdo con la experiencia del niño o del joven. Si no muere nadie íntimamente relacionado con el niño, resulta bastante fácil conseguir que acepte la muerte como un hecho corriente, de no muy gran interés emocional. En tanto la muerte es abstracta e impersonal, habría que mencionarla en el tono en que se habla de las cosas prácticas, y no en el de las cosas terribles. Si el niño pregunta: «¿Me moriré?», deberemos contestarle: «Sí; pero probablemente dentro de mucho tiempo». Es importante evitar todo sentimiento de misterio en relación con la muerte. Debería incluírsela en la misma categoría que la rotura de un juguete. Pero, ciertamente, lo más deseable es hacerla aparecer, si es posible, como algo muy remoto mientras los niños son pequeños.

Cuando muere alguien importante para el niño, la cuestión es diferente. Suponed, por ejemplo, que pierde un hermano. Los padres sufren y, aunque puedan no querer que el niño sepa cuánto sufren, es normal y necesario que el niño perciba algo de lo que padecen. El afecto natural es de la mayor importancia, y el niño debe darse cuenta de que sus mayores lo sienten. Además, si, gracias a un esfuerzo sobrehumano, consiguen ocultar su pena al niño, éste puede pensar: «No les importaría tampoco que yo me muriera». Tal pensamiento podría suscitar toda clase de elucubraciones morbosas. Por tanto, aunque la impresión producida por un acontecimiento tal es peligrosa cuando tiene lugar en la última infancia —en la primera infancia no sería muy profundamente sentida—, si la desgracia ocurre, no debemos minimizaría demasiado. El tema no debe ser evitado ni sobrevalorado; debe hacerse lo posible, sin ninguna intención demasiado obvia, por crear nuevos intereses y, sobre todo, nuevos afectos. Creo que un afecto muy intenso por alguien, en un niño, es, con frecuencia, señal de algo malo. Un afecto de tal naturaleza por uno de los padres puede surgir si el otro es desabrido, o puede orientarse hacia el maestro si ambos padres son poco cariñosos. Generalmente, es un producto del temor; la persona objeto del afecto es la única que da un sentimiento de seguridad. Un afecto de esta clase en la niñez no es saludable. Si existe, la muerte de la persona amada puede destrozar la vida del niño. Aun cuando parezca exteriormente que todo está bien, todo amor posterior estará lleno de terror. El esposo —o la esposa— y los hijos se verán importunados por una desmesurada solicitud y, cuando se dediquen simplemente a hacer su propia vida, serán tenidos por crueles. Un padre no debería, por tanto, sentirse satisfecho de ser el objeto de un cariño de esta clase. Si el niño disfruta de un ambiente en general amistoso y es feliz, podrá sobreponerse sin muchos padecimientos al dolor de cualquier pérdida que pudiera sobrevenirle. El impulso de vida y la esperanza deben ser suficientes, supuesto que existan las oportunidades normales de desarrollo y felicidad.

Durante la adolescencia, sin embargo, hay necesidad de algo más positivo, en cuanto se refiere a una actitud hacia la muerte, para que la vida de adulto sea satisfactoria. El adulto deberá pensar poco en la muerte, tanto en la propia como en la de las personas a las que ama, y no porque deliberadamente vuelva sus pensamientos a otras cuestiones, porque éste es un ejercicio inútil que nunca tiene verdadero éxito, sino a causa de la multiplicidad de sus intereses y actividades. Cuando piense en la muerte, es mejor que lo haga con cierto estoicismo, pausadamente y con calma, sin tratar de reducir la importancia del tema, sino con cierto orgullo de sobreponerse a la idea. El principio es el mismo que en el caso de cualquier otro terror: la contemplación resuelta del objeto terrorífico es el único tratamiento posible. Hemos de decirnos a nosotros mismos: «Bien, sí; puede suceder. ¿Y qué?». Hay personas que llegan a esto en el caso de la muerte en batalla, porque entonces están firmemente persuadidas de la importancia de la causa a la que entregan su vida o la vida de alguien que les es querido. Siempre es de desear algo de este modo de sentir. Un hombre siempre debería darse cuenta de que hay asuntos importantes por los que vive, y que su muerte, o la muerte de su mujer o de su hijo, no pone punto final a todo lo que para él tiene interés en el mundo. Si esta actitud ha de ser sincera y profunda en la vida del adulto, es necesario que, en la adolescencia, el joven se sienta arder de generoso entusiasmo y que edifique su vida y su carrera en torno de ello. La adolescencia es la edad de la generosidad, y debe emplearse en la formación de hábitos generosos. Ello puede conseguirse por la influencia del padre o del profesor. En una sociedad mejor, la madre sería a menudo la encargada de hacerlo; pero, por lo común, las vidas de las mujeres en la actualidad determinan el que sus perspectivas sean demasiado personales y no lo bastante intelectuales para lo que yo tengo en el pensamiento. Por esta misma razón, los adolescentes —las muchachas tanto como los jóvenes— deberían, como norma, tener hombres entre sus profesores, hasta que surja una nueva generación de mujeres, más impersonales en sus intereses.

El lugar del estoicismo en la vida ha sido, tal vez, un tanto subestimado en los últimos tiempos, particularmente por los educadores progresistas.

Cuando el infortunio nos amenaza, hay dos modos de afrontar la situación: tratar de evitar la desgracia o decidir recibirla con entereza. El primer método es admirable, cuando es posible sin cobardía; pero el segundo es necesario, más tarde o más temprano, para quien no esté dispuesto a ser esclavo del miedo. Esta actitud constituye el estoicismo. Para un educador, la gran dificultad radica en el hecho de que el infundir estoicismo en los jóvenes proporciona una salida al sadismo. En el pasado, las ideas respecto de disciplina eran tan feroces, que la educación se convirtió en un canal para el desahogo de los impulsos de crueldad. ¿Es posible imponer el mínimo necesario de disciplina sin llegar a hallar placer en hacer sufrir a los niños? Las personas chapadas a la antigua negarán, por supuesto, que sienten tal placer. Todo el mundo conoce la historia del muchacho cuyo padre le decía, mientras le pegaba con un bastón: «Hijo mío, esto me duele a mí más de lo que pueda dolerte a ti», a lo que respondió el muchacho:

«Entonces, padre, ¿quieres que sea yo el que te pegue?». Samuel Butler, en The way of all flesh, ha descrito de forma tal los placeres sádicos de unos padres severos, que convence a cualquier estudiante de psicología moderna. ¿Qué hemos de hacer, pues, respecto de esto?

El miedo a la muerte es solamente uno de los muchos que pueden tratarse mejor con el estoicismo. Allí están el miedo a la pobreza, el miedo al dolor físico, el miedo al parto, que es muy común entre las mujeres de las clases acomodadas. Todos estos temores son enervantes y más o menos ridículos. Pero si adoptamos la teoría de que la gente no debería preocuparse por tales cosas, nos inclinaríamos también a adoptar la teoría de que no es necesario hacer nada para mitigar los males. Durante mucho tiempo se ha pensado que las mujeres no debían ser anestesiadas para el parto; en el Japón este criterio persiste hasta hoy. Los médicos varones sostenían que la anestesia sería perjudicial; no había ninguna razón en favor de este punto de vista, motivado, sin duda, por un inconsciente sadismo. Pero cuanto más se fueron mitigando los dolores del parto, tanto menos dispuestas estuvieron las mujeres ricas a soportarlos; su coraje ha disminuido mucho más de prisa de lo que era menester. Evidentemente, debe haber un equilibrio. Es imposible hacer suave y agradable la vida toda, y, por tanto, los seres humanos deben ser capaces de adoptar una actitud apropiada a los aspectos desagradables; pero hemos de tratar de conseguirlo con el mínimo posible de incentivo a la crueldad.

Quienquiera que haya de tratar con niños, pronto se da cuenta de que un exceso de benevolencia constituye un error. Demasiado poca constituye, por supuesto, un error peor, pues en esto, como en todo lo demás, los extremos son malos. Un niño que invariablemente se ve tratado con benevolencia, llorará y llorará por cualquier insignificancia; el adulto medio alcanza algún dominio de sí mismo solamente por el conocimiento de que no va a recibir ningún consuelo aunque arme un escándalo. Los niños comprenden muy rápidamente que a veces un adulto un poco severo es mejor para ellos; su instinto les dice si una persona los quiere o no, y de aquellos por quienes se sienten queridos soportan cualquier rigor motivado por un verdadero deseo de formarlos convenientemente. De modo que, en teoría, la solución es sencilla: inspírense los educadores en el sabio amor y harán lo que debe hacerse. En la práctica, sin embargo, el asunto es más complicado. La fatiga, los disgustos, las preocupaciones, la impaciencia, acosan al padre o al maestro, y es peligroso tener una teoría pedagógica que permita al adulto desfogar estos sentimientos sobre el niño en nombre de su futuro bienestar. A pesar de todo, si la teoría es verdadera, hemos de aceptarla, poniendo ante la conciencia del padre o del maestro los peligros, de modo que pueda hacerse todo lo posible para prevenirse contra ellos.

Podemos resumir ahora las conclusiones sugeridas por la discusión que antecede. Con respecto a los riesgos dolorosos de la vida, no hemos de evitar ni imponer el conocimiento de los mismos a los niños; les alcanzará cuando las circunstancias lo hagan inevitable. Las cosas dolorosas, cuando hayan de ser mencionadas, deberán tratarse con sinceridad y sin emoción, excepto cuando haya una muerte en la familia, en cuyo caso sería contranatural ocultar la tristeza. Los adultos deben exhibir en su conducta cierto alegre coraje, que los jóvenes adquirirán inconscientemente de su ejemplo. Durante la adolescencia, deberemos poner ante los jóvenes grandes ideales de carácter impersonal y conducir su educación de modo de inculcarles la idea —por sugerencia, no por exhortaciones explícitas— de vivir al servicio de objetivos externos. Se les deberá enseñar a soportar el infortunio, cuando llegue, recordando que sigue habiendo cosas por las que vivir; pero no deberán cavilar acerca de posibles infortunios, ni aun con el propósito de prepararse contra ellos. Aquellos cuya ocupación es el trato con los jóvenes deberán mantener una estrecha vigilancia sobre sí mismos, para no derivar un placer sádico del necesario elemento de disciplina en la educación; el motivo de la disciplina deberá ser siempre el desarrollo del carácter o de la inteligencia. Porque también el intelecto requiere disciplina, sin la cual nunca se alcanzaría la precisión. Pero la disciplina del intelecto es tema distinto y queda fuera del alcance del presente ensayo. Tengo una sola cosa más que decir, y es que la disciplina es mejor cuando surge de un impulso interior. Con objeto de que esto sea posible, es necesario que el niño o el adolescente ambicionen realizar algo difícil y estén dispuestos a esforzarse con tal fin. Tal ambición es sugerida generalmente por alguna persona de su medio; de modo que, aun la autodisciplina depende, a fin de cuentas, de un estímulo educacional.

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Sanidad pública y el Covid-19 que ni se ataja ni se va a atajar como no haya medios públicos para hacerlo. Y medios públicos para poder hacerlo los hay, lo que pasa es que vienen los cacos del capital y se lo llevan porque los caquitos del gobierno ponen los medios para que los cacos jefes se lo lleven. Y ahora a ver si alguien me puede aclarar, porque la verdad es que me hago un lío y no entiendo nada. Pero, ¿no habíamos quedado que el mejunje ese que llaman privatizar era un robo? Pues privatizar el 25% de la Lotería Nacional será un robo, ¿no? Pero no exageremos y hablemos con propiedad, así que como he metido la pata, pues voy a sacarla (corregir no, porque eso de corregir es de sabios y yo no soy sabio, así que, va a corregir su puta madre) y allá voy a sacar la pata. La privatización de la Lotería Nacional no es un robo porque no la han privatizado al 100%, sino al 25%, por tanto no es un robo sino un cuarto de robo, de modo que no saco la pata porque no me da la gana, sino un cuarto de pata, que ha sido un cuarto de pata la que he metido y no la pata entera, ¡toma ya. Chúpate esa! (y que no corrijo, oiga, que ya he dicho que no soy sabio para corregir nada. Que corrijan los sabios y que se jodan y sufran y se pasen las horas corrigiendo y corrigiendo y venga a corregir). Y no me líen, no me líen, no me líen…, que me conozco. Vamos a ver, Pero si el que roba es un ladrón, quiero decir: si el que privatiza es un ladrón, quien ayude al ladrón será un cómplice del ladrón, o ¿no? Si eso es así, aquí y en Pekín, incluso en Bilbao que es barrio de mi pueblo, entonces no me lo discutan: el gobierno y los que legislan para que el gobierno pueda ser cómplice del ladrón serán todos ellos cómplices del ladrón, o ¿no? Bueno, que es para que no me llamen ustedes rojo de mierda radial y falto de modales, lo diere de otra manera más chiquilicuá para no faltar a las buenas costumbres: que si este, el otro, Potito y el de la moto colaboran con el ladrón, no se libra ni el gato: todos son unos ladrones. Vale, vale, que no se puede generalizar, que no tienen que pagar justos por pecadores ni conviene ser maximalistas: todos no pueden ser unos ladrones y, ahí le hemos dado. El que no robe ni ayude al robo, por supuesto que no es un ladrón. Y como ya nos vamos conociendo, igual piensa alguien que ya se me fue el santo al cielo y que ya no sé por dónde voy, “quivocadicos que´stais, majos.” Si como empecé diciendo, al Estado le han robado el 25% de la Lotería Nacional, el Estado desde que se produjo semejante robo al día de hoy, ha dejado de ingresar todo ese dinero, y todo ese dinero dejado de ingresar es dinero que el Estado, por ejemplo, no ha podido utilizar en la lucha contra el Covid-19, pero que sólo es un ejemplo. Se pueden citar cientos de ejemplos de cientos de robos que se le han hecho al Estado. Si contar con al robilandia de 140.000 millones de euros que nos robarán una vez que el Congreso de los Diputados le ha dado la autorización a la sociedad de cacos de la Unión Europea para que nos roben los 140.000 millones de euros que dicen que nos van a dar. Y, encima con recochineo, porque esos 140.000 millones que dicen que nos van a dar son los mismos 140.000 millones que tendremos que pagar los trabajadores, porque proceden en su inmensa mayoría de la deuda pública que contraerá el gobierno. Total, que mientras los trabajadores permanezcamos en la dormidera esto es parte de lo que nos espera, pero solo parte. Y para no asustar ni alarmar a nadie, si quieren puedo contar un cuento de los buenos, que no quiere decir que yo lo pueda saber, pero que cuentos buenos los hay. Ya lo van a ver cuando empiecen los truenos patrios.

 

La UE impulsa la privatización de la asistencia sanitaria

Denuncian que "la privatización del sistema de salud tuvo efectos mortales" sobre la pandemia

Por Lucía Rodríguez

KAOSENLARED

1 Feb, 2021

La pandemia ha puesto de manifiesto los efectos de las políticas de austeridad del sector público en la salud de las personas. La Unión Europea ha demostrado ser un órgano clave para impulsar esta agenda. Los planes de rescate impuestos a los estados periféricos y las recomendaciones del semestre son un buen ejemplo.

La propuesta programática de la Comisión Europea suele estar incluida en el llamado Semestre Europeo, recomendaciones que se hacen a los distintos estados de la Unión Europea y que serán los ejes para desarrollar planes de reforma obligatorios para el acceso a los fondos de Próxima Generación . Sin ir más lejos, en los últimos cuatro años y en el marco de las sugerencias del Semestre, se ha exigido a 12 estados, incluido el español, una reducción de la inversión en salud, proponiendo entre otras cuestiones reducciones en los tratamientos hospitalarios, una disminución en la duración de la estancia en los centros médicos o la introducción de fórmulas de financiación que sancionen a los “pacientes reincidentes”, es decir, a los considerados crónicos o que hagan un uso de los sistemas sanitarios por encima de la media.

Las sugerencias del Semestre Europeo no representan ninguna novedad en la política sanitaria común. Así, por ejemplo, en el acuerdo de salvamento impuesto a Portugal en 2011 por la Unión Europea (UE) le obligó a reducir las contribuciones públicas al sistema sanitario, que entre 2011 y 2012 disminuyeron un 27%. Lo mismo ocurrió con Grecia, que después de tres programas de ajuste consecutivos siguiendo los dictados de la Comisión Europea redujo la inversión en salud per cápita en aproximadamente un 40% entre 2010 y 2016. Italia ha seguido un camino similar después de presionar a la UE a su Ejecutivo para la salud el gasto cayó y en 2012 recibió una famosa carta pública del Banco Central Europeo, exigiendo «reformas sanitarias urgentes, que deberían incluir una reducción del gasto del 20%».

Un informe reciente del Corporate Europe Observatory se ha centrado en las responsabilidades de la Unión Europea en el desmantelamiento de los sistemas de salud pública y su papel clave en el deterioro de la calidad de la atención. Así, afirma que las privatizaciones «están directamente relacionadas con decisiones políticas impulsadas por la Comisión Europea, a lo que se suma que el sector sanitario privado está abusando de la pandemia para presionar para recibir más dinero público, principalmente a través de fondos de recuperación». En la misma línea, afirma que «la presión de la UE para recortar el gasto público, incluso a lo largo del Semestre Europeo, ha contribuido a la mercantilización de los sectores de la salud y el cuidado de las personas mayores, con efectos catastróficos durante el Covid-19».

Salud al servicio del mercado

El estudio del Corporate Europe Observatory critica que «las instituciones europeas subordinan las políticas sanitarias a la narrativa del crecimiento económico de la UE en lugar de valorar los objetivos sanitarios como un derecho fundamental». «A pesar de la existencia de documentos oficiales que respaldan la necesidad de invertir en salud, las inversiones en infraestructura de salud o recursos humanos como requisito previo para el crecimiento económico no son una prioridad», dijo el Corporate Europe Observatory, señalando que los sistemas de salud europeos estarían mejor equipados. para hacer frente a la pandemia, los impactos económicos no serían tan graves.

Corporate Europe Observatory considera que “la privatización del sistema sanitario europeo ha tenido efectos mortales, destacados durante el último año” y denuncia que “la subcontratación y la prestación privada de asistencia sanitaria han degradado significativamente la capacidad de los estados miembros de la UE para combatir eficazmente el Covid-19 ”. En este sentido, el informe sostiene que «las presiones políticas han llevado a la comercialización y privatización de los sistemas de salud y de las personas mayores en la Unión Europea, lo que ha reducido la preparación de los países para enfrentar la pandemia».

Los escenarios futuros dependerán, como siempre, de la correlación de fuerzas. Sin embargo, desde Corporate Europe Observatory no se muestran optimistas y entienden que grandes grupos económicos, incluidos los fondos de inversión, que controlan la sanidad privada y determinan las políticas en esta zona de la Unión Europea, están «utilizando la pandemia para fortalecer y ampliar el papel de la sector privado «.

En este sentido, advierten que «los hospitales privados están ansiosos por conseguir una parte de los fondos de recuperación de la UE, como demuestra el lobby de la UEHP a través de la Coalición de Salud de la UE». Al respecto, la Comisión Europea argumenta que la mitad de los fondos sanitarios incluidos en el fondo Next Generation van al complejo sanitario privado.

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