miércoles, 14 de mayo de 2025

La doctrina social de la Iglesia

 

La Iglesia es lo que es, y no hay papa que lo remedie. Pero, eso sí, León XIV puede atenuar las consecuencias más negativas y reforzar las positivas, que también las hay. Francisco lo hizo, aunque algo menos de lo que probablemente desearía.


La doctrina social de la Iglesia


Roberto Fineschi

El Viejo Topo

14 mayo, 2025 



EL PAPA, LOS PAPAS Y LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La elección de un nuevo papa suscita inevitablemente un gran interés por el papel internacional que desempeña esta figura, en particular en Italia, aunque la tendencia reciente es elegir papas no italianos1. Es evidente que, aunque se compartan determinados principios fundamentales, se pueden adoptar posturas muy diferentes (digamos que los comunistas saben algo al respecto). En lo que respecta a la llamada doctrina social de la Iglesia, estos principios fundamentales están muy claros, expresados en numerosos documentos y desarrollados con coherencia a lo largo del siglo XX. Permiten un amplio abanico de «apoyos» posibles que pueden desplazar la labor pontificia más hacia la derecha o hacia la izquierda; sin embargo, ningún papa ha puesto nunca en duda las bases generales de ese sistema. Por lo tanto, si bien hay que saludar con el debido reconocimiento las posiciones más a la izquierda de unos frente a otros, tampoco hay que confundirse en las cuestiones de principio.
La segunda precisión es que lo que se intenta explicar se refiere a la posición oficial de la jerarquía eclesiástica y no concierne necesariamente a las mil almas populares del catolicismo social. Sin embargo, es bien sabido que las jerarquías controlan estrictamente la cara «oficial» de la Santa Iglesia Romana.

1) Las premisas: Pío IX2

En la encíclica Quanta cura (1864) y en el Silabario adjunto a ella, Pío IX no combate simplemente el Estado moderno, sino la modernidad como tal. He aquí un primer elemento que hay que tener muy presente: el contenido antiliberal de la crítica de la Iglesia católica es anterior a la llegada de la burguesía al poder y a la difusión mundial del capitalismo y, por lo tanto, es totalmente antimodernista, es decir, no pretende ir más allá del capitalismo, sino volver a un antes. Al hacerlo, Pío IX retoma a su predecesor Gregorio XVI, que consideraba una «locura» lo siguiente:

«La libertad de conciencia y de iniciativa es un derecho personal de todo hombre que debe ser proclamado y afirmado en toda sociedad constituida según el derecho; y que el derecho a una libertad absoluta reside en el ciudadano, que no debe ser limitado por ninguna autoridad, ni eclesiástica ni civil, ya que deben poder manifestar y declarar abierta y públicamente cualquier opinión suya, mediante la palabra, la prensa o cualquier otro medio». 3.

Según Pío IX, esto no es libertad de pensamiento, sino «libertad de perdición».

La crítica al individualismo solo aparentemente podría considerarse superponible a la realizada por los comunistas: de hecho, se ataca desde la derecha. Esto se ve claramente en el Silabario, donde los primeros artículos están dedicados a la desautorización de la capacidad de la razón para comprender la realidad, los dogmas de la CC, etc. (art. 3-5). Solo a través de Dios el hombre conoce verdaderamente, pero para los católicos romanos, a través de Dios significa a través del Papa. El pensamiento debe estar así sometido a la verdad revelada y no someter a prueba racional la fe (art. 10). La tercera sección está dedicada a sostener que solo la fe católica conduce a la salvación, las demás no, con una postura explícita contra los protestantes (art. 18). A continuación, se declara la necesaria subordinación del Estado de derecho a la CC (art. 20 y ss.). Sigue luego un tema muy querido por la CC actual: el control de la educación (art. 45 y ss.). Los artículos 67 y siguientes están dedicados a la nulidad del matrimonio civil frente al religioso según las sanciones del Concilio de Trento.

Cito directamente los últimos cuatro principios censurables para darles el sabor y el estilo de los nuestros; están dirigidos contra el reconocimiento legal de la libertad de culto4:

«77. Hoy en día ya no hay motivo para que la religión católica sea considerada la única religión del Estado, con exclusión de todas las demás formas de culto…

78. Por lo tanto, se ha decidido sabiamente por ley, en algunos países católicos, que las personas que vengan a residir en ellos puedan disfrutar de la práctica pública de su culto particular…

79. Además, es falso que la libertad civil de toda forma de culto y el pleno poder otorgado a todos para manifestar abierta y públicamente cualquier opinión y pensamiento conduzcan más fácilmente a la corrupción moral del pueblo y a propagar la plaga del indiferentismo…

80. El pontífice romano puede y debe reconciliarse y llegar a un acuerdo con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna».

En resumen, Pío IX niega la libertad de pensamiento, de culto, de acción, la soberanía popular (ya que el Estado, que la encarna, debe responder ante la Iglesia, que es independiente de él) y sostiene la sumisión del pensamiento y la ciencia a la religión, etc. Me parece que esto basta para esbozar el perfil de los contenidos políticos de la posición antiliberal del papado.

2. El catecismo actual

Algunos podrían pensar que esta es la posición de la Iglesia de entonces, que hoy todo es diferente y que también ha cambiado la situación social. Sin embargo, evaluemos estas consideraciones a la luz de los dictados del Catecismo, redactado bajo la dirección del entonces cardenal Ratzinger. El artículo 872 dice:

«Entre todos los fieles, en virtud de su regeneración en Cristo, existe una verdadera igualdad en la dignidad y en el comportamiento, y por esta igualdad todos cooperan en la edificación del Cuerpo de Cristo según la condición y las tareas de cada uno».

Veamos también lo siguiente:

«Las mismas diferencias que el Señor ha querido establecer entre los miembros de su Cuerpo están al servicio de su unidad y de su misión».

Si, por una parte, todos son hijos de Dios y, por lo tanto, iguales, por otra, cada uno tiene una cualidad específica, también querida por Dios, que le asigna una función determinada.

Así, el art. 1936 afirma:

«Se observan diferencias relacionadas con la edad, las capacidades físicas, las aptitudes intelectuales o morales, los intercambios de los que cada uno ha podido beneficiarse, la distribución de las riquezas. Los talentos “no están distribuidos en igual medida”».

Aquí las diferencias físicas y sociales se sitúan en el mismo plano, todas ellas enmarcadas en el proyecto divino global, como se deduce también del art. 1937:

«Estas diferencias forman parte del plan de Dios… Las diferencias animan y a menudo obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia, al compartir».

Así, la desigualdad social, al igual que la física, es voluntad de Dios. El art. 1938 habla luego de «desigualdades injustas», que representan la superación del límite de las desigualdades justas.

El razonamiento expuesto implica que, por naturaleza (voluntad de Dios), no solo todos los hombres son efectivamente diferentes biológicamente, sino que esta diferencia se sitúa en el mismo plano que la estructuración social, cultural, caracterial, incluso la posesión de la riqueza. Así, la igualdad de los individuos, afirmada en virtud de su participación en el plan global de Dios (todos son hijos de Dios), no excluye que se les clasifique en una escala jerárquica según su naturaleza particular. Su dimensión social, al igual que el color de su piel, está divinamente establecida: hay «naturalmente» roles sociales más o menos importantes y, con la misma «naturalidad», personas más o menos aptas para desempeñarlos; es decir, desde un punto de vista conceptual, no se distingue lo que es natural de lo que es social5. Existe, por tanto, una jerarquía de funciones en cuya cúspide se encuentra evidentemente la eclesiástica (la más cercana a Dios) y en el nivel más bajo la menos espiritual (la material)6.

3. León XIII y la Rerum novarum

Ahora sabemos que existen diferencias «sociales» que son «naturales», por lo que no tiene sentido luchar por su eliminación; es más lógico que cooperen las fuerzas encargadas de ello. Sobre estos fundamentos se escribe la primera encíclica social, la famosísima Rerum novarum (1891) de León XIII. Esta se enfrenta al tema de la dinámica social una vez que el capitalismo ha creado algunas de sus condiciones fundamentales, es decir, la oposición conflictiva entre capitalistas y trabajadores asalariados. Por lo tanto, su articulación, en coherencia con el razonamiento expuesto, no está ligada a factores estructurales de la organización reproductiva, sino a la escala social-natural de las funciones, como lo estaban amo-esclavo, señor-siervo de la gleba. Las desigualdades justas son tales por voluntad de Dios o de la naturaleza, como se quiera, y no hay nada que hacer contra ellas. Sin embargo, lo que hay que hacer —y en esto la Iglesia se distingue claramente del liberalismo individualista radical— es tener en cuenta que todos son hijos de Dios; esto implica obligaciones morales de mutualismo interclasista: el empresario no debe ser un amo, sino un padre benevolente que vela por el bienestar de sus trabajadores y se preocupa por su progreso económico y moral. La propiedad privada debe tener una función pública, el beneficio no puede ser un fin en sí mismo, sino que debe coordinarse con el progreso social. Esto dio lugar a una difusa y próspera iniciativa empresarial católica, especialmente en el norte de Italia.

La perspectiva política de este enfoque era claramente antisocialista: el conflicto de clases no debía fomentarse, sino apaciguarse, el orden jerárquico de la sociedad era natural (obviamente con la Iglesia a la cabeza como guía moral de la empresa ilustrada). León XIII se posicionó expresamente contra el socialismo con la primera encíclica oficial de condena, la Quod apostolici muneris de 1878, varios años antes que la Rerum novarum, que ofrece la verdadera respuesta a la cuestión social7.

4. Pío XI, el salto de calidad

Si León XIII había sentado las bases de un espíritu empresarial organicista dirigido desde arriba y de carácter paternalista como respuesta al socialismo, un importante salto cualitativo se produjo con la Revolución Rusa, el advenimiento del fascismo y el agravamiento del conflicto de clases y interimperialista en el plano internacional. El papa que se enfrentará a este nuevo nivel de confrontación y, por tanto, a la formulación teórica correspondiente, es Pío XI. La condena oficial del comunismo como movimiento político y del materialismo histórico como doctrina filosófica por parte del papado sigue siendo su encíclica Divini Redemptoris de 19378. La primera parte de la encíclica está dedicada a la refutación del materialismo histórico y no se puede profundizar en ella porque ocuparía demasiado espacio; se puede afirmar brevemente que lo que se ataca es una versión parcial y conveniente. En la segunda parte, Pío XI hace algo que sus colegas rara vez hacen: además de condenar el comunismo, declara qué práctica político-organizativa se ajusta mejor a la orientación teórica desarrollada en las décadas anteriores. Por un lado, la condena del capitalismo y del mundo liberal sigue en pie, por lo que no puede representar una vía posible; pero entonces, ¿qué? La solidaridad, la misericordia, la colaboración mutua. Estas formulaciones abstractas no tienen en realidad ningún contenido, porque se adaptan a una miríada de configuraciones posibles, las más diversas entre sí, y ahí radica precisamente la superioridad de Pío XI: da una indicación extremadamente precisa. En primer lugar, sin falsas hipocresías, dice textualmente en el § 33:

«No es cierto que todos tengan los mismos derechos en la sociedad civil. No es cierto que no exista en ella una jerarquía social legítima».

Y él mismo remite a León XIII. Gracias al análisis del Catecismo sabemos por qué. Pero lo interesante es reiterar por qué se reivindica la desigualdad: porque los comunistas, perniciosamente, reivindican la igualdad desde su punto de vista:

«En las relaciones humanas con otros individuos, los comunistas aceptan el principio de la igualdad absoluta, rechazando toda jerarquía y autoridad constituida divinamente, incluida la autoridad de los padres».

Dado que la desigualdad es divina y los comunistas quieren eliminarla, Pío XI acepta que el Estado haga respetar el orden jerárquico natural-social (§ 33) creando un orden particular. Pero, ¿qué tipo de Estado? Pío XI no se esconde: el corporativismo. Veamos el § 32:

«Hemos indicado cómo se puede restaurar una prosperidad sólida de acuerdo con los verdaderos principios de un sistema corporativo sano, que respete la estructura jerárquica propia de la sociedad; y cómo todos los grupos ocupacionales deben fusionarse en una unidad armoniosa inspirada en el principio del bien común. Y la función genuina y principal de la autoridad civil consiste precisamente en la promoción eficaz de esta armonía y en la coordinación de todas las fuerzas sociales».

Y si alguien pensara que se refiere a un corporativismo hipotético, también en este caso se disipa toda duda. El § 54 dice:

«Si, por lo tanto, consideramos toda la estructura económica de la sociedad, como hemos destacado en nuestra encíclica Quadragesimo anno, el reino de la colaboración mutua entre la justicia y la caridad en las relaciones socioeconómicas solo puede alcanzarse gracias a un conjunto de organizaciones profesionales e interprofesionales, fundadas sobre una base cristiana sólida, que trabajen juntas para poner en práctica, en formas adaptadas a los diferentes lugares y circunstancias, lo que se ha llamado corporación».

Si recordamos que la encíclica es de 1937, «lo que se ha llamado corporación» tiene claras referencias históricas]. Es el mismo papa quien dijo que Mussolini era el «hombre de la Providencia».

Corriendo hacia hoy, o mejor, hacia ayer

Si el fascismo es la versión «dura» del corporativismo, lo que ocurre en Italia después de la Segunda Guerra Mundial, en la República Democrática, puede definirse como la versión «blanda». La organización industrial y productiva del país pasa del fascismo a la República con gran continuidad; el IRI no solo sigue siendo un gigante económico, sino que incluso amplía su ámbito de actuación. El Estado empresario gusta a los católicos, pero naturalmente también gusta a los comunistas, que con el plan de reformas estructurales quieren llevar el proceso gradualmente hasta sus últimas consecuencias. No se trata ciertamente de un Estado liberal puro: aunque sea a costa de sangrientas luchas, se arranca toda una serie de derechos a los trabajadores. Sin embargo, la presencia asistencialista del Estado y su uso paternalista y clientelista no contradicen el sistema teórico descrito anteriormente. El peligro comunista es el desarraigo del sistema dirigista-católico-paternalista, no la idea del mutualismo social; basta con que el mutualismo no conduzca al desmantelamiento del sistema. Por lo tanto, conceder derechos a medias es aceptable; sin embargo, el temor es que, a fuerza de ceder pedazos, al final se ceda todo el pastel, por lo que es mejor proceder con parsimonia y con un control extremo9.

Sería ingenuo e incorrecto concluir de lo anterior que todos los papas (y las orientaciones políticas del Vaticano) son iguales y que, por lo tanto, es indiferente quién sea el papa; sería un extremismo ingenuo que perdería de vista las muchas posiciones posibles, con grados muy diferentes de dramatismo social, que existen entre la versión dura y la versión blanda. Por lo tanto, si el horizonte de referencia general sigue siendo el mismo, hay una gran diferencia entre atacar o defender el imperialismo financiero, respaldar o oponerse a las guerras que se derivan de él, ser drástico o benevolente con quienes se encuentran en situaciones de indigencia o migración.

En su encíclica Fratelli tutti10, el papa Francisco adopta una posición clara contra la economía financiera y sus especulaciones, situándolas en la base de la actual crisis mundial (§§ 12, 52, 53, 75, 109, 144). Son sus efectos perversos los que determinan las relaciones desequilibradas con los países más pobres y, por lo tanto, su explotación (§§ 122, 125, 126), así como la causa de la cultura globalista vacía y homogeneizadora (§ 100) y del individualismo paradójico que la refleja (§§ 12, 105, 144). Llega a sostener que el problema de fondo es el mercado, que es una mera ilusión pensar que puede autorregularse (§§ 33, 109), posición que se define duramente como «dogma neoliberal» (§ 168). Se invocan instituciones que lo regulen a nivel mundial (§ 138), porque sin este tipo de regulación la libertad y la justicia siguen siendo palabras vacías (§§ 103, 108, 170-172). Afirma incluso que la propiedad no es sagrada, sino un derecho secundario (§ 120) y debe tener una función social (§ 118).

Sin embargo, también critica el populismo, estigmatizando la política de cierre hacia los migrantes (§ 39); condena la esclavitud a la que están condenados por el mismo sistema mencionado anteriormente (§§ 86, 130-132), trata de distinguir entre las reivindicaciones populares legítimas y el populismo (§§ 157 ss.), critica la pseudocomunicación vinculada al mundo de las redes sociales (§ 42) y el horror de la violencia y la agresividad que produce (§ 44).

Quienes han tenido la paciencia de llegar hasta aquí saben que en estas posiciones no hay nada innovador ni revolucionario; todo lo afirmado se inscribe más o menos con precisión en el marco reconstruido. Sin embargo, esto no debe llevar a errores de signo contrario: el primero es creer que el Papa ha sido un «comunista» o considerar el planteamiento teórico general que se deduce de sus posiciones como algo deseable. Por otra parte, sin embargo, sería igualmente absurdo no identificar los elementos de posible convergencia estratégica, la fructífera posibilidad de colaboración.

Esta es la cuestión: el llamado «rojo-marrón» no capta las diferencias y lo mezcla todo indistintamente en el «estar en contra». No captar las diferencias es un error garrafal, porque se acaba trabajando de todos modos para otro enemigo diferente del actual, pero enemigo al fin y al cabo. Esto no excluye que se pueda colaborar estratégicamente para determinados objetivos comunes, es decir, teniendo plena conciencia teórica y práctica del momento en que hay que detenerse y seguir llamando a las cosas por su nombre.

En cuanto al papa recién elegido, es obviamente imposible predecir lo que hará. Sin duda, seguirá moviéndose en el marco de referencia trazado en lo que respecta a las coordenadas generales, esperemos que inclinando la balanza hacia soluciones «suaves» de concertación global. La elección del nombre podría sugerir precisamente un vínculo con el León del siglo pasado y su intento «pacificador»11. En los tiempos que corren, sería una actitud apreciable.

Notas
1 A partir de Juan Pablo II (polaco), hemos tenido un papa alemán (Benedicto XVI, Ratzinger) y ahora uno estadounidense. Antes de Wojtila, el último papa no italiano había sido Adriano VI (1522-1523), cuyo nombre de pila era Adriaan Florensz, flamenco de Utrecht.

2 A continuación, retomo partes del texto de una contribución mía de hace unos 25 años, eliminando las partes más polémicas y beligerantes que la animaban en su momento para centrarme en las cuestiones de fondo.

3 El texto reproducido está traducido de la versión inglesa, por lo que es posible que haya pequeñas diferencias con respecto a la versión italiana comercializada. Lo mismo ocurre con las citas de encíclicas que siguen.

4 Se recuerda que el silabo no desarrolla críticas, sino que simplemente enumera y censura 80 conceptos presentados con las palabras de quienes los defienden.

5 Esto se ve también en Dante, Paradiso, VIII, vv. 115-126 y 138-148, pero también en XXVI, vv. 64-66; pero para la fuente filosófica, véase Tomás de Aquino, Summa Theologica, I. q. VI, 4 y II. II, q. XXVI.

6 Aquí es evidente el fundamento de este razonamiento en la teoría aristotélica de la esclavitud.

7 Pío X, sucesor de León XIII, retomará la crítica de la modernidad condenando sus «intrusiones» en el contexto católico con la igualmente famosa encíclica Pascendi domini gregis de 1907, dirigida precisamente contra el movimiento «modernista».

8 Juan Pablo II, en su encíclica social Fides et Ratio de 1998, en el § 54, hace referencia explícita a toda esta estratificación documental; la función de este párrafo es remitir a todos los documentos anteriores sobre temas filosóficos, siempre en aras de la continuidad y la condena.

9 Reitero, para evitar equívocos, que no se está hablando aquí del cristianismo social básico, sino solo de las perspectivas de la jerarquía.

10 También aquí retomo partes del texto desarrolladas en otro artículo escrito en su momento sobre esta encíclica.

11 Robert Francis Prevost es el primer papa agustino de la historia. A pesar de la referencia a San Agustín, los agustinos, al igual que los dominicos y los franciscanos, son una orden medieval, originalmente de naturaleza ermitaña mendicante, pero que progresivamente se convirtió también en conventual. Además del vínculo «ideológico», otra razón que explica la elección del nombre podría ser más prosaicamente que León XIII inició la canonización de algunas figuras de la orden, creó cardenales y apoyó su relanzamiento vocacional, devolviendo vitalidad al movimiento tras la profunda crisis que había vivido con las supresiones ilustradas en Europa y América Latina.

Fuente: Marx dialectical studies

Artículo seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de Salvador López Arnal

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