¿Por qué ya no tiene sentido
presentar el desarrollo de la naturaleza o la sociedad bajo explicaciones
místicas? Engels responde
Diarioctubre /
septiembre 19, 2022
«Hay sobre todo tres grandes descubrimientos, que han dado un impulso gigantesco a nuestros conocimientos acerca de la concatenación de los procesos naturales: el primero es el descubrimiento de la célula, como unidad de cuya multiplicación y diferenciación se desarrolla todo el cuerpo del vegetal y del animal, de tal modo que no sólo se ha podido establecer que el desarrollo y el crecimiento de todos los organismos superiores son fenómenos sujetos a una sola ley general, sino que, además, la capacidad de variación de la célula, nos señala el camino por el que los organismos pueden cambiar de especie, y por tanto, recorrer una trayectoria superior a la individual. El segundo es la transformación de la energía, gracias al cual todas las llamadas fuerzas que actúan en primer lugar en la naturaleza inorgánica −la fuerza mecánica y su complemento, la llamada energía potencial, el calor, las radiaciones −la luz y el calor radiado−, la electricidad, el magnetismo, la energía química− se han acreditado como otras tantas formas de manifestarse el movimiento universal, formas que, en determinadas proporciones de cantidad, se truecan las unas en las otras, por donde la cantidad de una fuerza que desaparece es sustituida por una determinada cantidad de otra que aparece, y todo el movimiento de la naturaleza se reduce a este proceso incesante de transformación de unas formas en otras. Finalmente, el tercero es la prueba, desarrollada primeramente por Darwin de un modo completo, de que los productos orgánicos de la naturaleza que hoy existen en torno nuestro, incluyendo los hombres, son el resultado de un largo proceso de evolución, que arranca de unos cuantos gérmenes primitivamente unicelulares, los cuales, a su vez, proceden del protoplasma o albúmina formada por vía química. Gracias a estos tres grandes descubrimientos, y a los demás progresos formidables de las ciencias naturales, estamos hoy en condiciones de poder demostrar no sólo la trabazón entre los fenómenos de la naturaleza dentro de un campo determinado, sino también, a grandes rasgos, la existente entre los distintos campos, presentando así un cuadro de conjunto de la concatenación de la naturaleza bajo una forma bastante sistemática, por medio de los hechos suministrados por las mismas ciencias naturales empíricas. El darnos esta visión de conjunto era la misión que corría antes a cargo de la llamada filosofía de la naturaleza. Para poder hacerlo, ésta no tenía más remedio que suplantar las concatenaciones reales, que aún no se habían descubierto, por otras ideales, imaginarias, sustituyendo los hechos ignorados por figuraciones, llenando las verdaderas lagunas por medio de la imaginación. Con este método llegó a ciertas ideas geniales y presintió algunos de los descubrimientos posteriores. Pero también cometió, como no podía por menos, absurdos de mucha monta. Hoy, cuando los resultados de las investigaciones naturales sólo necesitan enfocarse dialécticamente, es decir, en su propia concatenación, para llegar a un «sistema de la naturaleza» suficiente para nuestro tiempo, cuando el carácter dialéctico de esta concatenación se impone, incluso contra su voluntad, a las cabezas metafísicamente educadas de los naturalistas; hoy, la filosofía de la naturaleza ha quedado definitivamente liquidada. cualquier intento de resucitarla no sería solamente superfluo: significaría un retroceso.
Y lo que decimos de la naturaleza, concebida aquí
también como un proceso de desarrollo histórico, es aplicable igualmente a la
historia de la sociedad en todas sus ramas y, en general, a todas las ciencias
que se ocupan de cosas humanas −y divinas−. También la filosofía de la
historia, del derecho, de la religión, etc., consistía en sustituir la trabazón
real acusada en los hechos mismos por otra inventada por la cabeza del
filósofo, y la historia era concebida, en conjunto y en sus diversas partes,
como la realización gradual de ciertas ideas, que eran siempre, naturalmente,
las ideas favoritas del propio filósofo. Según esto, la historia laboraba
inconscientemente, pero bajo el imperio de la necesidad, hacia una meta ideal
fijada de antemano, como, por ejemplo, en Hegel, hacia la realización de su
idea absoluta, y la tendencia ineluctable hacia esta idea absoluta formaba la
trabazón interna de los acontecimientos históricos. Es decir, que la trabazón
real de los hechos, todavía ignorada, se suplantaba por una nueva providencia
misteriosa, inconsciente o que llega poco a poco a la conciencia. Aquí, al
igual que en el campo de la naturaleza, había que acabar con estas
concatenaciones inventadas y artificiales, descubriendo las reales y
verdaderas; misión ésta que, en última instancia, suponía descubrir las leyes
generales del movimiento que se imponen como dominantes en la historia de la
sociedad humana.
Ahora bien, la historia del desarrollo de la sociedad
difiere sustancialmente, en un punto, de la historia del desarrollo de la
naturaleza. En ésta −si prescindimos de la reacción ejercida a su vez por los
hombres sobre la naturaleza−, los factores que actúan los unos sobre los otros
y en cuyo juego mutuo se impone la ley general, son todos agentes inconscientes
y ciegos. De cuanto acontece en la naturaleza −lo mismo los innumerables
fenómenos aparentemente fortuitos que afloran a la superficie, que los
resultados finales por los cuales se comprueba que esas aparentes casualidades
se rigen por su lógica interna−, nada acontece por obra de la voluntad, con
arreglo a un fin consciente. En cambio, en la historia de la sociedad, los
agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la
reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin
una intención consciente, sin un fin deseado. Pero esta distinción, por muy
importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de
épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso
de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí
reina, en la superficie y en conjunto, pese a los fines conscientemente
deseados de los individuos, un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea,
y en la mayoría de los casos los muchos fines perseguidos se entrecruzan unos
con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o insuficientes
los medios de que se dispone para llevarlos a cabo. Las colisiones entre las
innumerables voluntades y actos individuales crean en el campo de la historia
un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los
fines que se persiguen con los actos son obra de la voluntad, pero los
resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son, y aun cuando
parezcan ajustarse de momento al fin perseguido, a la postre encierran
consecuencias muy distintas a las apetecidas. por eso, en conjunto, los
acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. Pero
allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se
halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de
descubrir estas leyes.
Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean
los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios con la conciencia
y la voluntad de lo que hacen; y la resultante de estas numerosas voluntades,
proyectadas en diversas direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo
exterior, es precisamente la historia. importa, pues, también lo que quieran
los muchos individuos. La voluntad está movida por la pasión o por la
reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven directamente a éstas, son
muy diversos. Unas veces, son objetos exteriores; otras veces, motivos ideales:
ambición, «pasión por la verdad y la justicia», odio personal, y también manías
individuales de todo género. Pero, por una parte, ya veíamos que las muchas
voluntades individuales que actúan en la historia producen casi siempre
resultados muy distintos de los perseguidos −a veces, incluso contrarios−, y,
por tanto, sus móviles tienen una importancia puramente secundaria en cuanto al
resultado total. Por otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras
actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en
las cabezas de los hombres se transforman en estos móviles.
Esta pregunta no se la había hecho jamás el antiguo
materialismo. Por esto su interpretación de la historia, cuando la tiene, es
esencialmente pragmática; lo enjuicia todo con arreglo a los móviles de los actos;
clasifica a los hombres que actúan en la historia en buenos y en malos, y luego
comprueba, que, por regla general, los buenos son los engañados, y los malos
los vencedores. de donde se sigue, para el viejo materialismo, que el estudio
de la historia no arroja enseñanzas muy edificantes, y, para nosotros, que en
el campo histórico este viejo materialismo se hace traición a sí mismo, puesto
que acepta como últimas causas los móviles ideales que allí actúan, en vez de
indagar detrás de ellos, cuáles son los móviles de esos móviles. La
inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles ideales, sino en no
remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas determinantes. En cambio, la
filosofía de la historia, principalmente la representada por Hegel, reconoce
que los móviles ostensibles y aun los móviles reales y efectivos de los hombres
que actúan en la historia no son, ni mucho menos, las últimas causas de los
acontecimientos históricos, sino que detrás de ellos están otras fuerzas
determinantes, que hay que investigar lo que ocurre es que no va a buscar estas
fuerzas a la misma historia, sino que las importa de fuera, de la ideología
filosófica. En vez de explicar la historia de antigua Grecia por su propia
concatenación interna, Hegel afirma, por ejemplo, sencillamente, que esta
historia no es más que la elaboración de las «formas de la bella
individualidad», la realización de la «obra de arte» como tal. Con este motivo,
dice muchas cosas hermosas y profundas acerca de los antiguos griegos, pero esto
no es obstáculo para que hoy no nos demos por satisfechos con semejante
explicación, que no es más que una frase.
Por tanto, si se quiere investigar las fuerzas
motrices que −consciente o inconscientemente, y con harta frecuencia
inconscientemente− están detrás de estos móviles por los que actúan los hombres
en la historia y que constituyen los verdaderos resortes supremos de la
historia, no habría que fijarse tanto en los móviles de hombres aislados, por
muy relevantes que ellos sean, como en aquellos que mueven a grandes masas, a
pueblos en bloque, y, dentro de cada pueblo, a clases enteras; y no
momentáneamente, en explosiones rápidas, como fugaces hogueras, sino en
acciones continuadas que se traducen en grandes cambios históricos. Indagar las
causas determinantes de sus jefes −los llamados grandes hombres− como móviles
conscientes, de un modo claro o confuso, en forma directa o bajo un ropaje
ideológico e incluso divinizado: he aquí el único camino que puede llevarnos a
descubrir las leyes por las que se rige la historia en conjunto, al igual que
la de los distintos períodos y países. Todo lo que mueve a los hombres tiene
que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro de
ellas depende en mucho de las circunstancias. Los obreros no se han
reconciliado, ni mucho menos, con el maquinismo capitalista, aunque ya no hagan
pedazos las máquinas, como todavía en 1848 hicieran en el Rin.
Pero mientras que en todos los períodos anteriores la
investigación de estas causas propulsoras de la historia era punto menos que
imposible −por lo compleja y velada que era la trabazón de aquellas causas con
sus efectos−, en la actualidad, esta trabazón está ya lo suficientemente
simplificada para que el enigma pueda descifrarse». (Friedrich Engels; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica
alemana, 1886)
FUENTE: bitacoramarxistaleninista.blogspot.com