miércoles, 15 de febrero de 2023

Lula condena a Rusia tras reunirse con Biden. [No encuentro la forma de poder presentar el texto del artículo más decentillo. Se ve que posiblemente los ratoncillos coloraos de la and the lyberatota de la livertá de expresaduria se han retrointruducido en los cacharros interiores del PC, precisamente para joder la libertad de expresión a palo seco]

Lula condena a Rusia tras reunirse con Biden DIARIO OCTUBRE / febrero 15, 2023 FOTO Lula se ha reunido con Biden y ambos han firmado un comunicado conjunto “deplorando la violación por parte de Rusia de la integridad territorial de Ucrania y la anexión de partes de su territorio como violaciones flagrantes del derecho internacional y pidieron una paz justa y duradera” (*). Ningún dirigente de los países Brics se había expresado de esa manera, ni siquiera Bolsonaro, pero casi siempre se cumple que, en cada país, el papel de los reformistas más domesticados, como Lula, es sostener y sostenerse en el imperialismo. Biden le ha confirmado a Lula lo que ambos ya sabían: que Estados Unidos orquestó el intento de Golpe de Estado de principios de año y que es capaz de dar cuantos golpes sean necesarios para demostrar a cualquiera quién sujeta las riendas en Brasil y en los demás países latinoamericanos. El Golpe de Estado del mes pasado no se planeó, pues, para debilitar al gobierno de Lula sino para fortalecerlo. Lula ya había condenado anteriormente a Rusia comparando su ofensiva en Ucrania con la guerra de Estados Unidos contra Venezuela, algo que sólo un demagogo como él es capaz de decir. Por lo demás, Biden era vicepresidente cuando Estados Unidos orquestó la Operación Lavado de Coches contra él y su sucesora Dilma Rousseff. Hace un tiempo se filtró que los tribunales brasileños habían dictaminado en última instancia a favor de Lula para permitir su reelección por presiones de Estados Unidos. Lula es su hombre, un auténtico peón. Salió de la cárcel con unas instrucciones claras de lo que debía hacer para consagraciarse con sus amos de Washington. En 2014 Estados Unidos le creó un serio problema a él y a Dilma Rousseff para luego resolverlo a su favor. La embajada filtró documentos detallados que implicaban a varios miembros del Partido de los Trabajadores en un escándalo de corrupción masiva que sirvió para desacreditar a su gobierno, encarcelarlo y allanar el camino para la investidura de una Rousseff mucho más dócil. Los estereotipos de “derecha” e “izquierda” son cada vez más engañosos. El malvado Bolsonaro era un hueso. Se negó a sancionar a Huawei a cambio de una asociación oficial con la OTAN y luego desafió las exigencias de sanciones contra Rusia. En España tanto la “derecha” como la “izquierda” están vendidos a Estados Unidos y la OTAN, sin concesiones de ningún tipo. Pero, en particular, la coalición de gobierno PSOE-Podemos ha dado muestras de servilismo al enviar armas a Ucrania y traicionar al pueblo saharahoui por segunda vez. (*) https://www.whitehouse.gov/briefing-room/statements-releases/2023/02/10/joint-statement-following-the-meeting-between-president-biden-and-president-lula FUENTE: mpr21.info

Organizaciones de Vía Campesina comparten experiencias de lucha en Valencia

 

Delegaciones de Colombia, Brasil, El Salvador y Chile participan en la jornada de Mundubat y COAG-País Valenciano


Organizaciones de Vía Campesina comparten experiencias de lucha en Valencia

 

Por Enric Llopis

Rebelion

 | 15/02/2023 | 

 

Fuentes: Rebelión [Imagen : Janelson Ferreira (MST)]


450.664. Es la cifra de víctimas por homicidio en Colombia, entre 1985 y 2018, a causa del conflicto armado; de la mayor parte fueron responsables los grupos paramilitares y los agentes estatales, según la Comisión de la Verdad, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y el Grupo de Análisis de Datos en Violaciones de Derechos Humanos (HRDAG, siglas en inglés). Entre 1985 y 2013, más de 535.000 familias resultaron despojadas de sus tierras o fueron forzadas a abandonarlas (datos julio 2022).

Constituida en 1976, La Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (FENSUAGRO) es una de las mayores organizaciones campesinas de Colombia; en agosto celebró el XII Congreso en Bogotá, donde se decidió la continuación en la presidencia de la lideresa Nury Martínez (agencia Prensa Rural).

“¡Derechos campesinos ya!”, fue una consigna reiterada en el Congreso, además de “¡Fortalecernos en unidad y construcción del poder popular, por la defensa de la vida y el territorio!” La asamblea federal respaldó el programa de Gobierno del presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez.

En abril de 2022, FENSUAGRO, Vía Campesina, la asociación CETIM, Amigos de la Tierra y la organización de derechos humanos FIAN denunciaron ante Naciones Unidas la represión y violaciones de derechos humanos contra el campesinado, principalmente integrantes de la Federación: “Colombia es el país con la distribución de tierras más desigual de América Latina”, recordaron; asimismo, “desde la firma del Tratado de Paz (2016) hasta marzo de 2022, más de 1.000 personas líderes sociales han sido asesinadas”.

Representantes de la FENSUAGRO participaron el 25 de enero, junto a otras organizaciones afiliadas a Vía Campesina, en el encuentro El rol de la Agricultura Campesina Familiar en la construcción de sistemas agroalimentarios sostenibles; la jornada fue organizada por la Fundación Mundubat, el Centro Mundial de Valencia para la Alimentación Urbana Sostenible (CEMAS); y la Coordinadora Campesina COAG-País Valenciano.

En el intercambio de experiencias participaron miembros del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) de Brasil; un ejemplo de las movilizaciones del MST se produjo en abril de 2022: marchas para reivindicar la reforma agraria popular, que incluían –por todo el país- la ocupación de terrenos, acampadas, plantaciones de árboles o la donación de alimentos; recordaron también la masacre perpetrada el 16 de abril de 1996 en el municipio de Eldorado dos Carajás (una veintena de obreros del MST asesinados por la policía militar).

Fundado en 1984, el movimiento social de masas brasileño detalla –en su página Web- que está organizado en 24 estados del país; mediante la lucha y la organización, cerca de 450.000 familias conquistaron la tierra, que –ya acampadas y asentadas- continúan formando parte del MST.

Más de 450 delegaciones participaron -entre el pasado 23 y 27 de enero- en la reunión de la Coordinación Nacional del MST, celebrada en el municipio de Luziânia; en un mensaje al pueblo brasileño, celebraron la victoria electoral de Lula da Silva, para la que el Movimiento se implicó durante el último año. El triunfo supuso la derrota de “los golpistas de 2016”, frenar el avance de la ultraderecha, “la tutela militar y el proyecto fascista” de Bolsonaro.

En el acto de Valencia han tomado parte, asimismo, activistas de la Federación de Cooperativas de la Reforma Agraria de la Región Central (FECORACEN) de El Salvador, surgida en 1985. “El campesinado salvadoreño ha estado históricamente marginado, excluido; hubo un paréntesis con los dos gobiernos del FMLN –entre 2009 y 2019-, donde (…) se dieron algunos programas, como Amanecer Rural”, el Programa de Agricultura Familiar o el de Acuicultura Familiar, destacó el gerente de la Federación agraria, Óscar Recinos (entrevista de Antonio Montoro y Gotzone Artiñano, de Mundubat, octubre 2022).  

Sin embargo, añade Recinos Morales, “había tanto por hacer, por el abandono de tantos años, que fueron insuficientes para sacarlo (al campesinado) del hoyo. Y ahora las prioridades del Gobierno (del derechista Nayib Bukele) son otras. Quitó los programas y no hay presupuesto (…). Sólo mantiene la entrega de paquetes agrícolas, pero ha disminuido la cantidad de personas beneficiarias”.

El luchador social, con más de tres décadas de experiencia, hizo referencia al impacto de megaproyectos como el Tren del Pacífico (las obras del primer tramo –entre el Puerto de Acajutla y San Salvador- se iniciarán en 2023, según fuentes gubernamentales); la idea del ejecutivo consiste en la conexión ferroviaria entre el Oriente y el Occidente del país y, finalmente, poder trasladar las cargas a Guatemala, México y Estados Unidos. Comunidades campesinas rechazaron, asimismo, la construcción del Aeropuerto del Pacífico.

Otro colectivo presente en la jornada fue la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI) de Chile, surgida en 1988; en uno de sus últimos comunicados –del 7 de febrero- hacían referencia a los incendios forestales (el Gobierno de Chile informó el 13 de febrero de que están activos 303 incendios en el centro-sur del país, “82 de ellos en combate”; el número de fallecidos asciende a 24 y el de hectáreas de terreno forestal y agrícola calcinadas, a 425.000).

“No es casualidad que los incendios se concentren en zonas con monocultivo de pino y eucaliptus. Los incendios que hoy arrasan en Ñuble, Biobío y La Araucanía no son provocados por la naturaleza ni por quienes hayan podido iniciarlos. Su propagación sin control se debe a la existencia de cientos de miles de hectáreas de monocultivo forestal”, principalmente de pino y eucaliptus, denuncia ANAMURI.

“Las familias Matte y Angelini –quienes controlan el 70% del negocio forestal- están entre las 10 familias más ricas del país gracias a los multimillonarios subsidios otorgados mediante el Decreto 701 emitido por la dictadura de Pinochet en 1974”, añade el colectivo de mujeres, que protesta ante los 50 años de “abuso” y “exterminio” de la agricultura familiar campesina.

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La sanidad pública, nosotras que la queremos tanto…

 



La sanidad pública, nosotras que la queremos tanto…


TERCERAINFORMACION / 14.02.2023



El 12 de febrero las calles de Madrid, Santiago y Burgos, se llenaron de vecinas y vecinos, de clase trabajadora, de la que forman parte -o deberían identificarse así- las sanitarias de cualquier categoría: doctoras de todas las especialidades, enfermeras, auxiliares, técnicas de laboratorio, microbiólogas, limpiadoras, cocineras, administrativas, informáticas, electricistas, informadoras, celadores, psicólogas, trabajadoras sociales, farmacéuticos, fisioterapeutas, protésicos, MIR, FIR,…

Planeando todos estos años la distorsionadora estructura sindical de este sector, 99% corporativa y gremial, hemos estado asistiendo al clamoroso silencio con el que muchos sindicatos de clase han reaccionado ante las movilizaciones y huelgas de sindicatos corporativos, pero que esta vez, en algunos casos, se lanzaban con reivindicaciones de servicio.

Parece que queremos ser muy severas con los colectivos médicos gremiales que nada más pestañear, en su protesta plantean reivindicaciones contrarias a la mejora del servicio público e insolidarias con el resto de las sanitarias, como son las del SM de Navarra. Es cierto que este sindicato quiere aprovecharse de la coyuntura reclamando -hace unos días- un complemento de productividad de mil euros mensuales para suspender la huelga, una mejora de pluses por guardias y tutorías, un número máximo de pacientes que ellos controlen, junto con la eliminación de la exclusividad, sin pérdida retributiva, pues todo esto unido, acelera la privatización y empeora el sistema público. En CNT defendemos la incompatibilidad entre ejercicio público y privado. Ya el gobierno de Navarra ha aceptado subidas, máximo de 32 pacientes por día en Atención Primaria y 12 minutos de consulta presencial, con un tope de 300 minutos asistenciales para dejar espacio a la formación y la investigación. Veremos lo que ocurre en la mesa con LAB, SAE, UGT, ELA y CCOO y las condiciones del colectivo médico, porque el resto de colectivos sanitarios requieren mejoras desde hace mucho tiempo.

Pero eso no es, en absoluto, lo que está inspirando las movilizaciones en esa comunidad de otros facultativos y sobre todo en Madrid, Galicia o Castilla y León. Por ello, no se entiende el silencio de sindicatos de clase o corporativos ante largas huelgas que reivindican dignidad en el servicio.

En Madrid se polariza contra Ayuso y la política de desmantelamiento del Sistema Público para poner en brazos de las aseguradoras privadas a las atribuladas ciudadanas que se lo pueden permitir. Con un aniquilamiento progresivo, eligiendo primero las áreas más rentables y como las madrileñas eran muy necias y seguían prefiriendo la sanidad pública, han pasado a disolver la Atención Primaria.

Claro que no es sólo Madrid, comunidad rica que está a la cola de inversión en sanidad, gobernada desde hace décadas por el PP, sino otras muchas más, de variados signos políticos. Pero no por eso podemos pasar por alto el sufrimiento de la clase trabajadora en Madrid, burlada y abandonada ante la enfermedad o la prevención de la misma, donde se abren centros sanitarios sin médicos y a la que no escapan las criaturas, pues centenares de miles no tienen ni asignado pediatra. A la que no escapan las mayores que, tras dar su esfuerzo y sus impuestos durante toda su vida, fueron condenadas a muerte, sin juicio, negándoseles una oportunidad de salvarse: 7000 mayores aniquiladas y sus responsables se ríen en la cara de las familias. Siempre nos preguntamos qué reacción tendríamos si esta población vulnerable fuera infantil.

La Atención Primaria evitaría la cuarta parte de las hospitalizaciones, pero eso no interesa.

La Atención Primaria es básica para poder desarrollar un sistema integral orientado a la salud de la población, pero eso no interesa.

¿Y qué es lo que interesa?

– Interesa cumplir los planes de los organismos internacionales, poner en manos de los fondos como Black Rock todo lo que había público en los escasos países con sistemas articulados.

– Interesa echar la culpa a otra administración o bien a otro partido.

El capitalismo no es un sistema viable, por eso tiene que piratear y robar lo que ahorramos colectivamente. Y puede hacerlo porque tiene unos aliados que con diferentes marcas colaboran en este plan: las leyes y las urnas. Ambas pasan por los partidos políticos.

Leyes: Las que partieron de integrantes del actual gobierno más progresista de la historia y que se olvida derogar cuando llega a la Moncloa. Es el caso del PSOE, impulsor de la Ley 15/97 (la que bendice el marco privatizador) y las derivadas de la Ley General de Sanidad 14/86. O la coalición Unidas Podemos, cuya titular del ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, precedida por Pablo Iglesias, no ha considerado prioritario impulsar una Ley Estatal de Residencias, tras el genocidio habido. Entre otras cosas, esta ley es necesaria para que la atención sanitaria de las mayores que viven en residencias esté a cargo del sistema público de salud o de unos mínimos de marco, igual que existen para educación.

Urnas: El problema no es sólo Ayuso, sino aquellos partidos que no incluyen en su programa la derogación de estas licencias para privatizar y cuando lo hacen, no lo cumplen.

Muchos carteles en la gran manifestación del 12F decían: Recuerda que hay elecciones en mayo, no te equivoques.

Nosotras decimos: Leyes, urnas, partidos, sindicatos del poder,…Recuerda qué trayectoria tiene quien te pide el voto . Si lo lleva en el programa lo puede incumplir, pero si no lo lleva, además…..

Gobierno: Si la sanidad no se vende, derogad las leyes de la privatización que amparan a Ayuso. Es fácil. Así es como se defiende el Sistema Público de Salud, no yendo un domingo a la pancarta para hacer campaña.


Fuente: https://www.cnt.es/noticias/la-sanidad-publica-nosotras-que-la-queremos-tanto/

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RUSIA denuncia que el gobierno ucraniano prepara una provocación relacionada con la seguridad nuclear. [¿Otra de destrucción + IVA a la vista?]

 

RUSIA denuncia que el gobierno ucraniano prepara una provocación relacionada con la seguridad nuclear

 

Los representantes del Ejecutivo ucraniano presentarán a la comunidad mundial algunas “pruebas sólidas” que confirmarían que “la contaminación radiactiva de importante territorio de Ucrania” se produjo “como resultado de las acciones militares en la central nuclear de Chernóbil”

 

Insurgente.org / 14 febrero 2023

 

 

Lo ha advertido el gobierno ruso. Su denuncia se refiere a que el gobierno presidido por Zelenski prepara una provocación ante la proximidad de la sesión de la Asamblea General de la ONU y acusar, de este modo a Rusia de violar la seguridad nuclear durante su operación militar especial que se está llevando a cabo desde hace casi un año.


Señala Rusia, además, que Kiev cuenta con el apoyo de Estados Unidos y otros países europeos para intentar pasar por verdad una mentira, dándole cobertura mediática a gran escala con vistas a acusar al gobierno ruso de una supuesta violación grave de las obligaciones de la Convención sobre Seguridad Nuclear.

Según explica Rusia, los representantes del Ejecutivo ucraniano presentarán a la comunidad mundial algunas “pruebas sólidas” que confirmarían que “la contaminación radiactiva de importante territorio de Ucrania” se produjo “como resultado de las acciones militares en la central nuclear de Chernóbil”.

Pero ahí no termina la denuncia rusa, ya que afirma que especialistas de la Autoridad de Radiación y Seguridad Nuclear de Noruega han participado en la preparación de la “base documental” y la llamada conclusión independiente sobre los supuestos efectos de la radiación en la población del norte y noroeste de la región de Kiev, la capital de Ucrania.

Las autoridades rusas añaden los expertos noruegos elaboraron un “estudio” de las áreas adyacentes a la carretera Kiev-Prípiat, y en las localidades de Bucha, Gostómel e Irpén, y junto con los servicios especiales ucranianos, redactaron informes falsificados sobre la supuesta contaminación radiactiva de estos territorios.

Por más que los gobiernos occidentales y los medios del capital insistan en que Rusia está perdiendo la guerra desde el punto de vista militar, eso no deja de ser un deseo por la parte interesada, más que una realidad. Si estuviesen ganando, como aseguran, no dispararían tantas mentiras.

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Imperialismo: desorden y agonía

 

Hoy se cumplen XX años de la invasión de Iraq. Sobre las mentiras que la provocaron y sus trágicos resultados está ya casi todo dicho. Casi. Para insistir en lo esencial rescatamos aquí un artículo publicado en El Viejo Topo en marzo de 2020.


Imperialismo: desorden y agonía


Higinio Polo

El Ojo Atípico

15 febrero, 2023 

 

Cuando Francis Fukuyama,  en su libro de 1992, divulgó la tesis del “fin de la historia”, consiguió una celebridad mundial. La formulación era sencilla, pero demoledora para la izquierda: ante la evidencia de la desaparición de la Unión Soviética, podía afirmar que el comunismo había fracasado y que el capitalismo surgía victorioso como el único sistema que garantizaba la paz, la libertad y la igualdad. Sin embargo, en 2010 Fukuyama reconoció que no había comprendido el significado de la desaparición de la Unión Soviética y del bloque socialista europeo. Fukuyama había creído en el borracho Yeltsin (el rostro del sepulturero y ladrón que se impuso a sangre y fuego, apoyado por Occidente, con el golpe de Estado en el Moscú de 1993) y en la capacidad del liberalismo para satisfacer las necesidades humanas y, además, en 1992 olvidaba la existencia de China, ella sola la quinta parte de la humanidad, aunque sin la fortaleza que tiene hoy: en la última década del siglo XX, su presupuesto militar era aún inferior al de España. Pero muchos como Fukuyama resaltaron la victoria del capitalismo: era definitiva, la historia había terminado.

Un siglo después del libro de Lenin sobre el imperialismo como última etapa del capitalismo, la jerarquía entre las potencias depredadoras es evidente. La historia del imperialismo muestra sus dos objetivos principales: la ocupación de territorios para convertirlos en colonias y el saqueo de recursos ajenos, que dieron lugar a disputas que culminaron en la gran guerra. Tras la Segunda Guerra Mundial, su involuntario retroceso es debido a la lucha anticolonial (que es apoyada por la Unión Soviética) y a la debilidad de algunas metrópolis: Gran Bretaña metaboliza que no dispone ya de la fuerza militar y de los recursos suficientes para retener su vasto imperio colonial, que abarcaba entonces desde la India hasta Birmania, Kenia, Rhodesia y el Sudán, entre otros muchos territorios. En nuestros días, las diecisiete colonias que reconoce la ONU están en manos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia: son pequeños territorios como las posesiones británicas en el Caribe: Anguila, Bermuda, Islas Caimán, Islas Vírgenes Británicas y Monserrat, que desempeñan casi siempre una función de paraísos fiscales, así como las Malvinas, Gibraltar o Santa Elena; o las de Estados Unidos, que cuenta con las Islas Vírgenes, Guam y Samoa; mientras que Francia retiene Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa, en Oceanía. En total, apenas dos millones de habitantes. Sin embargo, el imperialismo no ha desaparecido, ni mucho menos: ha cambiado su configuración y sus procedimientos, hoy más sofisticados, que se concretan en su gigantesca capacidad para imponer ideas e información (en prensa y televisión, cine e internet), en el robo de datos e intercambios entre miles de millones de personas; en la imposición de bases militares a países soberanos (Estados Unidos cuenta con más de setecientas en todos los continentes), en la intimidación militar y diplomática, el recurso al terrorismo de Estado, el apoyo a grupos religiosos (evangélicos como en América Latina, islamistas en Oriente Medio) para que favorezcan sus objetivos, en la creación de grupos terroristas, la organización y apoyo de golpes de Estado (como en Ucrania o Thailandia), el estímulo de protestas en países que escapan a su control (Venezuela, Siria o el Hong Kong chino, son algunos de ellos), en el llamado lawfare o golpe de estado jurídico (como en Brasil), la utilización de ejércitos de bots para colaborar en golpes de Estado y campañas de descrédito y para influir en procesos electorales; en la imposición de regímenes clientes, y en la acción, chantajes y expolio de sus empresas multinacionales, la acción punitiva y castigo a distancia, como con los bombardeos de drones, e incluso la invasión y ocupación militar, a veces prolongada en el tiempo: Estados Unidos invadió Afganistán en 2001 y continúa manteniendo soldados allí, al igual que en Iraq, ocupado por sus tropas en 2003. El derrocamiento de gobiernos molestos, las invasiones y el inicio de guerras de agresión son características del viejo y también del nuevo imperialismo del siglo XXI, que además cuenta con el mayor poder militar de la historia: en 2020, Estados Unidos tiene un presupuesto para sus ejércitos de 738.000 millones de dólares.

La dominación colonial cambió tras la era analizada por Hobsbawm, que termina en la gran guerra, y, después, a causa de la emergencia del nuevo poder norteamericano que desarrolla sistemáticamente la guerra aérea y los bombardeos sobre poblaciones civiles, y de forma más sustancial tras los procesos de liberación nacional en Asia y África en la larga postguerra mundial que se inicia en 1945 cuando los condenados de la tierra de Fanon empiezan a protagonizar la descolonización. La conquista por la fuerza de territorios dejó de ser el objetivo principal del imperialismo norteamericano y europeo, aunque no renunciase a guerras e invasiones, y su acción se centró en apoderarse de recursos, capitales y mercados, y en la imposición de una cultura de raíces estadounidenses basada en el viejo y tramposo american way of life que glorificaba el capitalismo y empezaba a ocultar sus resortes racistas a través de los mecanismos del cine, la televisión, la industria musical, junto con la masiva difusión del inglés, y, a finales del siglo XX, con los nuevos recursos surgidos del mundo digital y de la progresiva universalización de internet.

La crisis del capitalismo y de su acción imperialista empezó a ser evidente desde la derrota norteamericana en Vietnam, pero no era visible, y pudo transformarse. Por eso, el hundimiento del socialismo real europeo (cuya causa es una mezcla de acoso exterior, incapacidad para resolver su propia crisis, retroceso ideológico y renuncias del Moscú de Gorbachov, que abandonó a sus aliados europeos y desmanteló el Pacto de Varsovia), y el posterior colapso soviético (fruto, sobre todo, de la propia reacción interna, del caos gorbachoviano y del impulso y apoyo del gobierno ruso de Yeltsin a la fragmentación de la Unión Soviética) dieron una oportunidad de oro al imperialismo, le permitieron penetrar en todo el Este de Europa, en el Cáucaso y Asia central, forjando el espejismo de su ilusoria victoria final y relanzando su intervencionismo mundial con el programa de los neoconservadores (Bush, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Abrams, Perle) que tuvo en Oriente Medio su primer campo de acción: las guerras de Afganistán e Iraq, y, tras ellas, las guerras de Siria y Libia, y el golpe de Estado en Ucrania. La última década del siglo XX (los años de Yeltsin) y los primeros años del siglo XXI, vieron la destrucción de la economía soviética y el paralelo fortalecimiento de la norteamericana, que se propuso dominar el planeta. Incluso la incorporación de China a la OMC, en 2001, se anunció como la culminación de la victoria del capitalismo: las multinacionales norteamericanas iban a apoderarse de la estructura productiva china y del mayor mercado del planeta (hoy, con mil cuatrocientos millones de personas).

No ha sido así. La planificación, bajo Clinton, y la aplicación, con Bush, de un completo programa de dominación planetaria se ha saldado con el fracaso, aunque el poder norteamericano sigue siendo preponderante en el mundo, con un grave inconveniente: Estados Unidos es capaz de iniciar guerras y destruir países, pero no puede imponer su voluntad a todo el planeta, singularmente a China y Rusia. Una de las paradojas de la acción imperialista es que Estados Unidos se ha convertido en el siglo XXI en una potencia más agresiva, iniciando más guerras y conflictos…  pese a ver disminuida su fortaleza global y su porción de la producción y la economía mundial. Ni siquiera durante la década funesta de Yeltsin, con una Rusia paralizada y casi destruida, y con una China mucho más débil que la de nuestros días impulsando su desarrollo con suma cautela y escaso protagonismo internacional, fue capaz Estados Unidos de asegurar su dominio global con una pax americana que reflejase su supremacía: las guerras en Yugoslavia, la intervención en Kosovo, las guerras del Congo, la guerra en el Cáucaso checheno y en Tayikistán, fueron instigadas o iniciadas por Estados Unidos (o escaparon a su control, como con la caída de Mobutu o con el genocidio tutsi en Ruanda) para imponer su poder global, pero mostraron también las resistencias a su acción imperial: el poder norteamericano era determinante y hegemónico, pero no tan abrumador como pensaba Washington. Sus limitaciones fueron claras en las guerras de Afganistán, Iraq, Siria y Libia: el imperialismo norteamericano puede arrasar países, pero no puede controlar al mundo. Mataron a Gadafi, pero crearon un caos en Libia, que continua nueve años después. El retroceso en Iraq (cuyo gobierno, tras diecisiete años de ocupación, exige la retirada de tropas estadounidenses) y la derrota en Siria muestran los límites del imperialismo. Y, pese a ello, con Trump, la agresividad imperialista ha llegado tan lejos que amenaza no sólo a sus enemigos y adversarios (desde China y Rusia hasta Cuba, Venezuela, Irán o Corea del Norte) sino también a sus aliados: las disputas con Alemania y Francia han envenenado la relación trasatlántica, hasta el punto de crear serias disputas en la OTAN. Los imperialismos secundarios (Francia, Gran Bretaña y Alemania) aunque tienen sus propios intereses (la intervención francesa en el Sahel africano, por ejemplo, es constante), y aunque desempeñan un papel gregario acompañando al imperialismo dominante norteamericano y aceptando la mayoría de las agresiones exteriores lanzadas por Washington, se distancian en algunas ocasiones, como en la guerra de Iraq en 2003, gracias al empeño francés, o como hace Alemania en la disputa del gasoducto báltico.

Aunque los planes del nuevo imperialismo se han saldado con un fracaso, ese revés no ha impedido la reformulación de algunos objetivos: la guerra en Siria y la inestabilidad en todo Oriente Medio favorece el propósito norteamericano de sabotear el desarrollo económico de la nueva ruta de la seda china, dificultando el tránsito de mercaderías por el ramal que lleva desde las ciudades chinas de Urumqi y Kasgar pasando por Irán para llegar después a Turquía, limitando así la ruta hacia occidente a la vía principal que pasa por Astaná, Moscú y Minsk. Al igual que la persistencia del conflicto en el Donbás ucraniano, que complica la política exterior rusa, mantiene un peligroso foco de crisis en sus fronteras europeas, y facilita el reforzamiento del dispositivo militar norteamericano y de la OTAN en el Este de Europa y en el Mar Negro. Todo ello, además, obstaculiza el desarrollo de las relaciones políticas y económicas entre Europa occidental, Rusia y China, porque Estados Unidos quiere mantener a la Unión Europea como una entidad subordinada a sus propios objetivos, y con un limitado protagonismo internacional, saboteando la mismo tiempo los propósitos de sus enemigos.

El control por el imperialismo norteamericano y sus filiales europeas del sistema financiero internacional y de los canales de crédito y de transferencias monetarias, y la condición del dólar como moneda de intercambio y de reserva, explican su capacidad para imponer sanciones económicas, aplicar extraterritorialmente su legislación, dificultar transacciones bancarias y sabotear la venta de petróleo y otras materias primas, como ha hecho con Venezuela, Irán y otros países. China y Rusia han optado por limitar los intercambios en dólares, y han sido determinantes también para hacer posible la resistencia de Venezuela, Cuba, Siria y Corea del Norte, gracias a las ayudas económicas o militares (como en la guerra siria), al apoyo diplomático y el sostén financiero. Es muy probable que sin el apoyo económico y militar de China y Rusia, Corea del Norte hubiera sido ya atacada por Estados Unidos: la paralización de las negociaciones a seis bandas (las dos Coreas, China, Estados Unidos, Rusia y Japón) para la desnuclearización y pacificación de la península coreana a causa de la negativa norteamericana a firmar un tratado de paz con Pyongyang y garantizar que no atacará al país, y los frecuentes ejercicios militares cerca de sus fronteras y de sus aguas territoriales, ilumina el objetivo de Washington: derribar a su gobierno, y eventualmente, mantener un peligroso foco de crisis en las fronteras chinas.

Además de su apabullante fuerza militar, el imperialismo norteamericano dispone de su capacidad para imponer una determinada visión de los conflictos actuales y de la historia, de su destreza para presentar a mercenarios como libertadores, y de su habilidad para crear alarmas y crisis: por citar ejemplos recientes, del embuste de la “catástrofe humana” y la limpieza étnica y supuesta matanza en Kosovo, donde Alemania llegó a afirmar que Serbia había asesinado a cien mil albaneses y la mentira fue reproducida por la maquinaria propagandística norteamericana, a las “armas de destrucción masiva” de Iraq; de los falsos bombardeos sobre la población civil en Libia para justificar la agresión de la OTAN, a los inexistentes campos de concentración para uigures en el Xinjiang chino. Si la mentira ha sido siempre un recurso utilizado por el imperialismo, en nuestros días la intoxicación informativa se ha convertido en un procedimiento habitual y en una eficaz arma de guerra sucia, amplificada por los nuevos canales de comunicación. Pero esa fortaleza tropieza con graves problemas y evidencias inocultables de la realidad del capitalismo imperialista: hasta en la reciente reunión de Davos se ha abordado la conveniencia de impulsar un “capitalismo responsable”, que supuestamente sería receptivo ante los problemas del cambio climático y la desigualdad, y se preocuparía por los trabajadores, algo que no deja de ser un intento para diseñar un nuevo rostro amable del capitalismo depredador, ocultando la radical ferocidad del sistema: juntos, los dos mil multimillonarios del mundo poseen más riqueza que cinco mil millones de habitantes de la Tierra, y forman un Drácula capitalista que regenta y regula el banco de sangre del planeta, aunque el poder de las grandes corporaciones y multinacionales capitalistas haya cambiado. Como vio Lenin, la producción capitalista se ha concentrado en grandes consorcios y monopolios. Además, los antiguos gerentes y ejecutivos ligados a la propiedad empresarial se han convertido en CEO’s y su única guía es acumular las mayores ganancias con rapidez: no les preocupa sólo la producción en sí, ni los riesgos ecológicos; son capaces de destruir territorios, de inundar el mundo de basura, de encargar a intermediarios la producción de sus empresas aunque impongan condiciones de trabajo esclavistas, de envenenar ríos y de talar bosques, y de especular con la deuda de países ricos y pobres. Junto a ellos, se encuentran los mercaderes de la guerra, los fabricantes de armamento que consiguen contratos astronómicos, y los tiburones de las finanzas especializados en organizar gigantescas estafas, de imponer a los Estados el pago de subvenciones millonarias, y de jugar con los activos económicos y contratos de futuros siempre a costa de la población, poniendo a los gobiernos a su servicio. Todos ellos componen un entramado criminal, y el imperialismo desarrolla su acción en el mundo en función de sus objetivos.

La acción imperialista se debate hoy entre la tentación nacionalista expresada por Trump, partidaria de la reindustrialización de Estados Unidos y de un cierto repliegue militar sin abandonar su presencia planetaria, y el sector que apuesta por la globalización financiera, más ligado a los Clinton y al establishment tradicional, apoyado en los recursos del Pentágono y en la OTAN. Esa contradicción envenena los organismos gubernamentales de Estados Unidos y se expresa, por ejemplo, en los anuncios de Trump de retirada de tropas en Siria, en su proclamado deseo de evacuarlas de Afganistán en 2020, en la retirada parcial de Turquía, en su promesa de replegarse de Iraq (aunque crea que ahora no es el momento adecuado), y en su declaración, en 2018, asegurando que quería retirar las tropas estacionadas en Corea del Sur… seguido semanas después por la inauguración del nuevo Camp Humphreys cerca de Seúl, la base aérea más importante de Asia y una de las mayores del mundo, al tiempo que el Pentágono dificulta y congela la evacuación de soldados y prosigue la inercia del intervencionismo imperialista. Al mismo tiempo, la planificación del Estado Mayor norteamericano no cesa de exhibir su fuerza: entre febrero y mayo de 2020, el US Army desarrollará en Europa los ejercicios militares denominados Defender Europe 20, que suponen el mayor despliegue en el viejo continente de los últimos veinticinco años de tropas norteamericanas con base en Estados Unidos, y que implicarán a siete países europeos (Bélgica, Holanda, Alemania, Polonia, Estonia, Letonia y Lituania) llevando soldados hasta las mismas fronteras rusas. El objetivo del Pentágono apunta a Rusia y China, y su pretensión, revelada por la Bundeswehr, es manifiesta: “proyectar poder a nivel mundial”.

El dispositivo militar norteamericano en el mundo abarca los cinco continentes habitados y es la expresión del más feroz imperialismo que ha conocido la humanidad. Sin embargo, el gobierno de Trump contempla las bases militares en el exterior de una forma distinta a sus antecesores: quiere que no supongan un gasto excesivo e, incluso, que reporten beneficios económicos para Estados Unidos. Así, Trump pretende que los países que acogen bases norteamericanas paguen la totalidad del gasto que ocasionan los militares y el armamento desplegados y, además, una tasa del cincuenta por ciento: es el llamado Programa coste más 50, aunque tanto Japón como Alemania (los países con mayor número de militares estadounidenses acantonados) ya pagan una parte importante del coste de las bases, mientras que entusiastas nuevos aliados, como el gobierno de extrema derecha en Polonia, ofrecen contribuir con cantidades millonarias para que el Pentágono abra una nueva base militar en su territorio. Estados Unidos pretende también que Corea del Sur y España, entre otros países, paguen por las bases estadounidenses operativas: Seúl ya ha sufragado Camp Humphreys, en Pyeongtaek, inaugurada en junio de 2018, una de las mayores bases militares con que cuenta el Pentágono fuera de sus fronteras. Con Trump, la nueva doctrina pretende hacer pasar el despliegue militar estadounidense en el mundo, que históricamente ha tenido un marcado carácter imperialista, por un “privilegio” para los países que albergan bases y son “defendidos” por Estados Unidos. No en vano, el candidato Trump identificaba el vértigo de su país ante su nueva realidad (desindustrialización, decadencia y ruina de sus infraestructuras, y lacra de las drogas) achacando las causas, además de a China, a la supuesta ayuda norteamericana a otros países, cuando, en realidad, la causa de sus dificultades es el despliegue militar y su desmesurado presupuesto en guerras y patrullaje planetario, junto a su gigantesca deuda, pese a que Estados Unidos cuenta con el recurso a la máquina de imprimir dólares. Inclinado a ocurrencias y declaraciones estrafalarias, Trump anunciaba también su obsesión nacionalista, hasta el punto de poner en tela de juicio a la OTAN.

No por ello debe subestimarse el poder del imperialismo norteamericano, que sigue siendo dominante en el mundo, porque pese al errático proceder de Trump, Estados Unidos mantiene un elaborado programa que persigue su rearme nuclear y convencional, que estimula la intervención sistemática para derrotar gobiernos molestos y quiere limitar la influencia de las otras grandes potencias (China y Rusia) para la ampliación de su dominio: esa es la corriente profunda del imperialismo norteamericano, compartida por sus instituciones y sus centros de elaboración estratégica, aunque enfrentamientos internos (como el despido de Tillerson), guerras inacabables, gastos desmesurados, corrupción y cálculos precipitados dificulten a veces su propia acción: un estudio de expertos norteamericanos publicado en 2013 llegaba a la conclusión de que Estados Unidos gastó en la década posterior a la invasión de Afganistán de 2001, un total de cuatro billones de dólares en las guerras (en Afganistán e Iraq, y en las operaciones en Pakistán), y, pese a ello, su posición se ha complicado en Iraq, donde el propio gobierno de Mahdi ha exigido la retirada de las tropas norteamericanas. En 2018, incorporando los costes de la guerra en Siria, Estados Unidos había gastado ya seis billones de dólares en sus intervenciones extranjeras. Esa apuesta por el rearme va acompañada de un objetivo: sabotear el desarrollo de la colaboración económica entre China, Rusia y la Unión Europea, a la que podría incorporarse la India. Ese es el sentido de las sanciones impuestas por el gobierno norteamericano, en diciembre de 2019, a empresas europeas que colaboran en el Nord Stream 2, el gasoducto que atraviesa el Mar Báltico entre Rusia y Alemania. Estados Unidos, por las mismas razones, ha impuesto también sanciones al gasoducto Turk Stream que llevará gas ruso a Turquía y Europa a través del Mar Negro. Para conseguirlo, las amenazas han sido tajantes: senadores norteamericanos comunicaron al presidente de la empresa naviera suiza Allseas, Edward Heerema, que recibirían sanciones “mortales” si continuaban trabajando en el proyecto Nord Stream 2. Diez días después del anuncio hecho por Trump, Allseas, encargada de la instalación de las tuberías por el fondo del mar Báltico, cedió al chantaje y abandonó los trabajos. Moscú asegura que culminará el proyecto, aunque reconoce que se retrasará hasta finales de 2020. La acción imperialista se revela despiadada, pero también compleja, desde una Casa Blanca convertida en una taberna, y con los generales de Arlington y los espías de Langley decidiendo por su cuenta y llegando a sabotear iniciativas presidenciales. No sería la primera vez en la historia de Estados Unidos que se sabotean decisiones de la Casa Blanca: durante el mandato de Nixon, James Schlesinger (que fue director de la CIA y después jefe del Pentágono) ordenó al Estado Mayor, sin tener competencia para ello, que consultasen con Kissinger y con él antes de ejecutar una posible orden de Nixon para utilizar bombas atómicas: el secretario de Defensa temía los delirios del alcohólico y drogadicto presidente.

Viviendo en un mundo agónico, ese es el paisaje que las fuerzas de izquierda del mundo contemplan, a menudo con dificultades para articular un movimiento antiimperialista que tenga también el mantenimiento de la paz entre sus objetivos. La existencia de contradicciones entre el imperialismo dominante y los imperialismos menores (Francia, Gran Bretaña) ofrece un ámbito de trabajo para la izquierda aunque, a diferencia de las décadas de la posguerra mundial, sus componentes se hallan disgregados y sin centros de dirección y propuesta. La debilidad del movimiento por la paz, pese a que en ocasiones ha sido capaz de organizar gigantescas protestas, como en 2003 en vísperas de la agresión a Iraq, está ligada a esa dispersión, agravada porque a la histórica capacidad de los sindicatos y de la izquierda para movilizar a los trabajadores y a la población, se añade hoy la habilidad de los centros de poder del imperialismo para estimular, articular y dar forma a movimientos de protesta dirigidos contra países que no acepten su subordinación, hecho que crea confusión entre la izquierda, como ha ocurrido con la agresión a Siria o en las protestas conservadoras de Hong Kong.

La acción concertada de China y Rusia, opuestas a cualquier enfrentamiento militar con Estados Unidos, y la colaboración (económica, pero con consecuencias estratégicas) con otras potencias menores (India, Venezuela, Brasil, Irán, Sudáfrica) constituye hoy la principal oposición en el planeta a la acción depredadora del imperialismo, aunque al mismo tiempo el retroceso político en India y Brasil, con Modi y Bolsonaro cabalgando la nueva extrema derecha de identidad fascista, disminuye la solidez del bloque antiimperialista y complica los delicados equilibrios internacionales. Ni Pekín ni Moscú quieren nuevas guerras, y mucho menos un conflicto generalizado en el planeta, pero la agresiva inercia del imperialismo estadounidense puede romper fronteras y cavar más tumbas. Es la gran paradoja de nuestros días: en 1991, la victoria temporal del imperialismo escondió su alocada carrera hacia el desorden planetario y su propia agonía, sin que sepamos aún si el mundo podrá escapar del abismo (la destrucción ecológica, y la amenaza de una guerra global) al que le ha conducido el capitalismo.

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