viernes, 2 de diciembre de 2016

PUBLICADO EN CRÓNICA DE ARAGÓN

Algunos comentarios al primer párrafo (se pueden y se deben hacer muchos más) del “Plan de Acción de Izquierda Unida (2016-2017)”

2. diciembre 2016 | Por | Categoria: El ojo atípico, Magazine, Opinión      WhatsAppCompartir



El Plan de Acción de Izquierda Unida (2016-2017) comienza diciendo que “vivimos una crisis de régimen que es, además, expresión de una crisis del sistema capitalista”. Esta afirmación no es errónea. Sin embargo, no aparece con la absoluta claridad con que puede ser hecha, gracias al materialismo dialéctico moderno establecido por Marx, Engels y otros, o sea, del marxismo, aplicable a las ciencias sociales como es el caso, pero también y con carácter general, a las ciencias naturales.

Tal y como aparece la afirmación que se comenta, por figurar la “crisis de régimen” en primer lugar y después “expresión de una crisis del sistema capitalista”, se prima la importancia de la “política” sobre la economía, dado que por la crisis del régimen se entiende normalmente y sin ninguna profundidad, las crisis de los que hasta ahora venían ejerciendo como partidos mayoritarios, y también de la “democracia social representativa”, o sea, “no democracia”, que se levanta sobre la Constitución española de 1978.

La primera obligación incuestionable en un partido político de izquierdas es hacer que las grandes masas, que son su base y sus bazas políticas, tomen conciencia de la realidad en el más amplio sentido posible (no solo de la mecánica de la política al uso), y no aproximadamente, a través de los análisis y documentos que aporta el partido para su discusión y aplicación práctica.

Las ideas son objetivas, puesto que parten de la lógica de la razón y de la comprobación de esa lógica en la práctica. Comprobar que lo pensado coincide exactamente con el objeto sobre el que se piensa, es la forma de sostener que las ideas son objetivas.

Por el contrario, las creencias pertenecen al mundo subjetivo y particular de cada cual. Ideas y creencias son conceptos distintos, y en muchas ocasiones, contrapuestos, aunque en la práctica suelan confundirse.

Es mucho más fácil manejar y tratar creencias que hacerlo con ideas. Las creencias por ser subjetivas y particulares, se basan en lo visceral, en los miedos, esperanzas, aspiraciones, frustraciones, experiencias vitales, etc., de cada cual. Y todo ello está a flor de piel y mucho más cerca de la idiosincrasia animal que del individuo civilizado.

No es un hecho baladí que el individuo haya pasado millones de años en el estadio de lo animal, en el predomino de los instintos, que de la civilización, en la que lleva una fracción de tiempo prácticamente despreciable, si se la compara con toda la historia anterior.

Esto explica perfectamente que los intereses de la clase social exiguamente minoritaria, es decir, la capitalista, que objetiva y necesariamente se enriquece a costa de incrementar la pobreza y la miseria en cada vez más amplias capas de la población mundial, gracias a los poderosos medios de comunicación a su servicio (ya ni siquiera se llaman medios de información como hace unos años), se presenta y hace arraigar en la población la creencia de que sus intereses son idénticos a los de la población a la que empobrece.

Las ideas, por el contrario, se refieren a hechos concretos, materiales o inmateriales, que se presentan inicialmente de forma superficial, detectables únicamente y en primer lugar por los sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) que constituyen el primer nivel del conocimiento, el conocimiento intuitivo, que después pasa al cerebro para ser transformado en conocimiento lógico y racional, lo que exige meditación, estudio y análisis.

Esto significa que el trabajo y el esfuerzo personal son las vías para que se implanten en las grandes masas las ideas de la izquierda política, lo que explica la dificultad que rodea este proceso, en comparación con el populismo en el que suele abrigarse la derecha.

Y precisamente esta dificultad es la que marca la necesidad de exponer las ideas claramente, por muy complejas que puedan ser.

El primer párrafo carece de esa claridad por la razón ya apuntada: se presenta el predominio de la política sobre lo económico, o cuando menos, da pie o induce a pensar de esa manera, y tanto es así, que hasta la última línea del segundo párrafo (“por eso la crisis política es expresión de la crisis del sistema económico”), no queda la cuestión planteada en sus justos términos. A mi juicio, el lector o lectora no puede estar centrado en lo que se le quiere decir, hasta que no llega a este punto del texto.

Efectivamente, es la crisis económica, pero no en particular la que se produce en el Estado español, sino general la de todo el sistema capitalista mundial, la causante de la situación actual. Y esto no se debe a que el capitalismo haya contado con malos gestores, sino a la propia dinámica de funcionamiento del sistema, que no hubiera podido ser de otra manera de la que ha sido.

Y esa crisis económica del capitalismo es la causa de la crisis política del capitalismo. Esta diferencia de matiz que constituye el eje central de la presente crítica, no es a mi juicio una simpleza academicista-quisquilloseta-teoricista, sino esencial, porque planteando la cuestión de un modo o de otro, se llega a una teoría o a otra, que indefectiblemente se traduce en una praxis política a favor o en contra de los intereses de aquellos a los que se dice defender.

Y es precisamente por aquí, por los errores teóricos cometidos, por donde quizás pudieran ser explicadas otras cuestiones planteadas en el párrafo primero criticado, y en el segundo, cuestiones que ahora por razón de espacio, se han pasado por alto deliberadamente, pero que indudablemente habrán de ser tratadas con el mismo espíritu y la misma intención de la presente crítica.

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