Conjeturas sobre el futuro del capitalismo y el
“protosocialismo”
Rebelion
| 22/07/2020
Fuentes: Rebelión -Imagen: Mural de Diego Rivera
Desde
la más remota antigüedad guerras, inundaciones, terremotos, sequías, hambrunas
y pestes han sido las parteras de profundos cambios experimentados por las
sociedades que padecieron estas adversidades.
Historia y contexto actual
Las
dos guerras mundiales del siglo veinte influenciaron decisivamente la
restructuración no sólo económica sino también política y social de buena parte
de las naciones afectadas por estos conflictos.
Lo
mismo ocurrió con la Gran Depresión de los años treinta, que fue un ominoso
paréntesis entre ambas conflagraciones mundiales en donde el bajón económico y
el desempleo masivo se combinaron con el auge de los fascismos. La peste negra
en Europa mató aproximadamente a un tercio de su población entre 1347- 1353 y
fue el preludio de lo que de la mano de Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio
se conocería tiempo después como el Humanismo, la gran renovación de la cultura
europea. La Gran Peste de Londres (1665-1666) aniquiló a unas 100.000 personas,
la cuarta parte de su población. Una de sus consecuencias políticas fue
el debilitamiento del absolutismo monárquico que, tiempo después, abriría las
puertas a la victoria del Parlamento sobre la Corona en lo que los ingleses han
dado en llamar “la Revolución Gloriosa” (1688-1689). Guerras y pestes tienen un
enorme y variado impacto. Señalemos tan sólo uno, usualmente subestimado: el
exterminio de una parte de la población y la consiguiente reducción de la mano
de obra disponible modifica la relación de fuerzas entre la burguesía y la
aristocracia –la clase dominante- y sus trabajadores. Tanto los campesinos
enfeudados en la época medieval o los obreros y jornaleros en la Londres de
mediados del siglo XVII mejoraron sus ingresos reales (de diverso tipo) más del
doble después de esas plagas.[1] Y lo mismo ocurrió después de las
grandes guerras del siglo pasado, especialmente de la Segunda. Sin duda, la
recuperación de la fuerza de las izquierdas y el movimiento obrero jugaron un
papel fundamental en esa recomposición progresiva de la distribución del
ingreso. Pero los veinte millones de muertos caídos en los principales países
de Europa Occidental (aparte de los 29 millones caídos en la URSS) fueron un
factor de indudable gravitación que modificó el la conciencia pública de la
época y facilitó una significativa mutación en la relación de fuerzas entre
capitalistas y trabajadores.
Como
no podía ser de otra manera ante un acontecimiento absolutamente único en la
historia universal y que además entraña una mortal amenaza para la población
mundial, el coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis que
tienen como común denominador la intención de dibujar los difusos -aunque
no inescrutables contornos- del tipo de sociedad y economía que nacerán
una vez que el flagelo haya desaparecido. Sobran las razones para incursionar
en esa clase de especulaciones, ojalá que bien informadas y controladas, porque
si de algo estamos completamente seguros es que la primera víctima fatal que se
cobró el COVID-19 fue la versión neoliberal del capitalismo, lo cual no es poca
cosa luego de haber sufrido casi medio siglo de la pandemia del virus
neoliberal, como solía llamarlo Samir Amin. Y si lo que hasta ayer era “normal”
(por ejemplo, que los gobiernos permitieran, cuando no impulsaban abiertamente,
que la atención médica o la venta de medicamentos fuesen lucrativos negocios)
hoy constituye una aberración repudiada por grandes sectores de las sociedades
contemporáneas que ante la visión dantesca de centenares de muertos apilados en
grandes ciudades o enterrados en fosas comunes cae en la cuenta de lo absurdo
de dicha política.[2] Y decimos la “versión” neoliberal del
capitalismo porque no creemos que el virus en cuestión obre el milagro de
acabar no sólo con el neoliberalismo sino también como la estructura que lo
sustenta: el capitalismo como modo de producción y como organización económica
internacional. Pero algo es algo y la era neoliberal ya es un cadáver aún
insepulto pero imposible de resucitar. ¿Qué ocurrirá con el capitalismo a raíz
de esta pandemia? En las próximas líneas ofreceremos algunas conjeturas al
respecto.
Fin de una época
Lo
primero que podemos afirmar con total certeza es que el mundo que brotará de
las ruinas dejadas a su paso por esta pandemia, la primera realmente
global en la historia, no será la alegre continuidad del que le precedió.
Consternado, Henry Kissinger, impune criminal de guerra, protagonista y atento
observador de la realidad internacional lo reconoció en una nota publicada en
la edición del fin de Semana del Wall Street Journal cuando
escribió que “el mundo jamás volverá a ser el mismo luego del coronavirus.”[3] La Gran Depresión, la Segunda Guerra
Mundial y la reconstrucción keynesiana de la posguerra habían detenido por un
tiempo el primado de las ideas liberales que predominaban desde mediados del siglo
diecinueve. La bancarrota de la “ortodoxia”, como acostumbraba decir Raúl
Prebisch, dio nacimiento a los “veinticinco años gloriosos” de la historia del
capitalismo, transitados entre 1948 y 1973, momento en que el ciclo keynesiano
comienza a derrumbarse. No obstante la restauración del viejo paradigma de
gobernanza macroeconómica, ahora bajo el engañoso nombre de “neoliberal”, fue
impotente para hacer retroceder el reloj de la historia hasta las vísperas
del crack de la bolsa neoyorquina en octubre de 1929. Por más
que se esforzaron los gobiernos de la oleada neoconservadora y neoliberal que
azotaron tantos países luego del agotamiento del ciclo keynesiano sus intentos
de regresar al “estado mínimo” del pasado y de emancipar a los mercados de
cualquier tipo de regulación pública terminaron en un rotundo fracaso. El
enorme crecimiento del gasto y el empleo públicos así como los avances en
la regulación de los mercados no pudieron ser revertidos. Hubo sí una excepción
porque el capital financiero habiendo resuelto a su favor la pugna con la
burguesía industrial y convertido ya en la fracción hegemónica del bloque
burgués logró desmarcarse de esa tendencia. Los sucesivos ocupantes de la Casa
Blanca arrojaron la borda prácticamente todos los controles que aún quedaban de
la época de Franklin D. Roosevelt y, envalentonado, el capital financiero salió
a conquistar el mundo. Amparado por una impresionante red de “guaridas
fiscales” que gozaban de la protección oficial y alimentan sin cesar al
desregulado “sistema bancario en las sombras” (shadow banking system)
en poco tiempo se convirtió en el “gobierno invisible” que tenía en su puño a
la mayoría de los gobiernos de los capitalismos desarrollados. No
obstante, en lo tocante al tamaño y el papel del estado los resultados fueron
muy distintos. Fracasaron en su empeño restaurador nada menos que Ronald
Reagan, Margaret Thatcher así como los gobiernos de centro derecha o derecha de
Alemania y Japón. Los datos que sintetizamos en la siguiente tabla son
elocuentes y ahorran miles de palabras.
Estas
cifras demuestran la magnitud del cambio experimentado por el paradigma de
gobernanza macroeconómica del capitalismo después de la Gran Depresión y la
Segunda Guerra Mundial y que tiene como una de sus puntales más firmes la
vigorosa presencia del estado en la vida económica. Alemania más que triplicó
el gasto público entre 1929 y 2011, aún luego del retroceso de casi 5 puntos
impuesto por el auge de las ideas neoliberales a partir del derrumbe del ciclo
keynesiano. El Reino Unido casi lo duplica entre aquellos mismos años, habiendo
llegado a un pico previo al gobierno de Margaret Thatcher de 53.1 %. En Estados
Unidos el crecimiento desde 1929 hasta los finales de la Administración Obama
fue de doce veces, y en Japón, otro de los milagros económicos de
posguerra, el gasto público se multiplicó por dieciséis. Más estado que mercado
era necesario para sostener el proceso de democratización y ciudadanización de
la posguerra. Salud, seguridad social, educación, vivienda y todos los bienes
públicos que debe ofrecer el estado fueron los motores que impulsaron la
creciente centralidad del estado en la vida económica y social. Y los recortes
experimentados en los años de la hegemonía ideológica del neoliberalismo no
alcanzaron a alterar, en lo esencial, el nuevo equilibrio alcanzado en la
posguerra.
El desafío del COVID-19
De lo anterior se desprende que la pandemia que nos atribula está destinada a
tener un impacto mayor aún a cualquier otro conocido. El sobrio y siempre muy
bien informado Premio Nobel de Economía Paul Krugman escribía el 13 de Abril en
el New York Times que “las recientes pérdidas de empleos son
apocalípticas: casi 17 millones de trabajadores se inscribieron para recibir su
seguro por desempleo en las últimas tres semanas.[4] Pero finales de ese mismo mes esa
cifra trepaba por encima de 30 millones de personas, o sea una cifra cercana al
18 % de la fuerza laboral de Estados Unidos. Y a mediados de mayo ya eran 36
millones los que se presentaron por ventanilla a reclamar su precario seguro de
desempleo, no todos los cuales lo recibían. Los datos oficiales hablan que al
día de hoy la tasa de desempleo es del 11.1 %, después de haber llegado a un
pico del 14.8 %, el mayor desde la época de la Gran Depresión.[5]Economistas independientes sugieren
que la tasa de desempleo hoy rondaría mínimo en torno al 16 %, y tal vez más,
aproximándose a la registrada en lo más profundo de la Gran Depresión”.[6] Expresiones anteriores de este
economista, y otros, apelan a términos completamente desusados en las últimas
décadas: “catástrofe”, “desastre”, “hundimiento” son algunos de los más
socorridos, oídos por última vez, pero no con tanta unanimidad y tanto tiempo,
en la crisis de octubre de 1987.
La
respuesta del empresariado estadounidense (emulada por sus homólogos
latinoamericanos) ha sido criminal. Naomi Klein ha informado que McDonald’s le
negó la licencia paga por enfermedad a 510.000 empleados; Walmart a 347.000;
Burger King a 165.000, Marriot a 139.000 y en la Argentina Techint y otras
empresas están también adoptando el mismo criterio.[7] No sorprende por lo tanto comprobar
que la credibilidad y el respeto por la economía capitalista se han resentido
fuertemente en la medida en que en Estados Unidos y en casi todos los países
europeos grandes sectores de la sociedad civil han caído en la cuenta que haber
hecho de la atención médica y la producción de medicamentos un negocio puede
ahora costarle la vida a centenares de miles de personas, si no millones. Por
eso Noam Chomsky ha dicho, en una de sus más recientes intervenciones, que el
fracaso del libre mercado como ideología ha sido “monumental”, y que la
población, aún la menos politizada, ha tomado nota de eso.
Una crisis económica largamente anunciada
Ahora
bien, esta crisis económica, por lo que estamos viendo, no fue un rayo en un
día sereno ni irrumpió en la vida de los Estados Unidos y los países europeos
como un accidente totalmente inesperado. Podría decirse que es la maduración y
descomposición final de la “crisis de las hipotecas” (nombre absolutamente
engañoso pues la crisis la produjeron los bancos) que fue provisoriamente
resuelta cuando los estados capitalistas acudieron en masa a salvar a sus
principales bancos, con la excepción del banco de inversiones Lehman Brothers,
y trasladando los costos de esa operación a los trabajadores y consumidores. La
economía estadounidense tiene básicamente dos motores: el consumo doméstico en
el sector servicios (que da cuenta aproximadamente del 70 % del total de la
actividad económica) y la industria armamentística, o sea, el complejo
militar-industrial. La caída en el consumo en el país del Norte es resultado
directo del estancamiento de los salarios reales que padece fuertemente el 50
por ciento más pobre de la población y, de modo apenas un tanto más atenuado,
el 30 por ciento restante. Un informe de la revista Forbes, insospechada de
simpatías marxistas revela que en Estados Unidos el “salario medio (ajustado
por inflación) se encuentra estancado desde hace más de 50 años, mientras
que desde 1950 la remuneración promedio de los CEOs ha crecido en un
1.000 %.” Y agrega otro dato que revela los alcances de este fenomenal
incremento en la concentración de la riqueza y su reverso, la desigualdad
económica: “en los años 1950s un CEO típico ganaba un salario que equivalía a
20 veces el de su empleado promedio. El último año (se refiere a 2017) la paga
promedio de un CEO de las 500 mayores empresas se disparó
exponencialmente a 361 veces más que su trabajador.”[8] Por consiguiente, las ventas caen a
causa de la insuficiencia en los ingresos lo que, en muchos casos, se compensa
con un endeudamiento de los hogares que, siempre hablando de Estados Unidos, a
finales del 2019 ascendía al 76.1 % del PIB, aunque otras
estimaciones ubican esta proporción en un nivel aún superior. Lo sorprendente
es que un conjunto de naciones europeas son las que encabezan el ranking de los
hogares más endeudados del planeta: Suiza, Dinamarca, Australia, Holanda,
Canadá y Noruega, todos con un nivel de endeudamiento igual o superior al PIB
de sus respectivos países. Corea del Sur, el Reino Unido y Suecia, todos con
cifras en torno al 90 % son los tres que le siguen, y EEUU con el guarismo
arriba mencionado pero que, en términos de cifras adeudadas supera el PIB de la
mayoría de las naciones del mundo.[9]
El
estallido de la pandemia fue el tiro de gracia a este proceso, creando una
“tormenta perfecta” que como decía Krugman adquiere proporciones apocalípticas.
Esto significa que la “salida” de la misma no será como ingenuamente lo
manifestara una empresaria neoyorquina cuando aseguró que el ciclo económico
entró en una “pausa” y una vez que se controle la pandemia “debes actuar como
lo haces en tu casa cuando estás viendo una película en Netflix: oprimes el
botón de start” y todo vuelve a funcionar. Eso es una expresión de
deseos motivada por su insaciable animus lucrandi, a cualquier
precio, más que una reflexión seria sobre cómo economías que están
prácticamente en coma pueden comenzar a crecer y adquirir una razonable
velocidad de crucero. A diferencia de un automóvil, que puede llegar a una gran
velocidad en cuestión de segundos, un avión no parte y ni bien despega de la
pista está volando a unos 900 kilómetros por hora y a 39.000 pies de altura. En
este sentido puede decirse que la economía es como un avión y no como un
automóvil. Todos los pronósticos más serios coinciden en señalar no sólo la
profundidad de la crisis sino también que la resolución de la misma no se
logrará a plenitud antes de dos o tres años. Jerome Powell, chairman del Federal
Reserve Board de Nueva York pronosticó a mediados de mayo que la
recuperación económica de Estados Unidos no se produciría antes de fines del
2021. Eso, en el mejor de los casos y de mediar la aprobación por parte
del Congreso de un paquete de ayuda de tres billones de dólares (tres millones
de millones de dólares) para inyectar en la economía, reanimar la producción de
bienes y servicios en empresas desfallecientes y mejorar los ingresos de los
trabajadores que, con la crisis, quedaron al borde de la mera subsistencia y
con ínfimas capacidades de consumir otra cosa que no sea estrictamente
necesaria para sobrevivir. [10]
La
desesperada reacción de Donald Trump en estas últimas semanas obedece a que ve
peligrar su re-elección el próximo 3 de Noviembre precisamente por esta razón.[11] Y, para los gobiernos progresistas
de la región como los de AMLO en México o Alberto Fernández en Argentina, el
gran desafío será tener que gobernar y gestionar eficientemente y, de ser
posible, ganar elecciones. Es más: inclusive evitar que la gravedad de la
combinación “pandemia + depresión económica” acabe desalojándolos del gobierno
en medio de un tsunami de protestas ciudadanas dando lugar a una inesperada
restauración de la derecha radical en ambos países. Para esto los funcionarios
civiles y militares del imperio trabajan a destajo porque Washington sueña con
tener un continente totalmente sometido a sus mandatos.
No
debería causar sorpresa que ante este cuadro se haya producido una
significativa revalorización del estado y su papel, lo que representa un
cambio muy trascendente en el clima de opinión de una parte del establishment
norteamericano y europeo. Un extenso editorial del New York Times del
9 de Abril señala en su título que esta es “la ocasión de crear una América
mejor”, y como subtítulo: “La América que necesitamos.”[12] Hay un hilo conductor a lo
largo del editorial: el viejo orden, se dice, debilitó la trama de la
democracia –tema sobre el cual varios intelectuales de ese país venían
advirtiendo hace tiempo- y facilitó una concentración del poder económico como
no se veía desde hacía un siglo. “En la década pasada la riqueza del 1 % de los
hogares sobrepasó la fortuna del 80 % inferior” en la pirámide de riqueza
mientras los empresarios, con la complacencia de los gobiernos de turno,
combatieron la sindicalización de los trabajadores y fueron beneficiados por
toda clase de beneficios tributarios. El resultado: el salario mínimo
federal ha caído sin cesar desde 1968. Lo interesante es la ruta de salida que
propone ese periódico: la reconstrucción de un “gobierno justo y activista”
pues “no hay alternativas a un estado de ese tipo.” La ciega fe en los mercados
da paso a una inversión en el recorrido del péndulo hacia el estado, convocado
de urgencia para enfrentar una crisis sanitaria de colosales dimensiones.[13] La crisis ha traído a flor de piel
una angustiada percepción de que “la fragilidad del sistema” frente a la crisis
tiene su origen en la “expectativa quimérica (¡sic!) de que los mercados
harían la labor del gobierno”, cosa que no ocurrió. Lo que sí aconteció fue que
las inequidades de los mercados crecieron exponencialmente. El mundo que se
viene, en consecuencia, se caracterizará por estar poblado de estados más
grandes, más fuertes y más intervencionistas. La duda, no obstante, será
determinar al servicio de qué clases y bloques sociales estará puesto este
repotenciado protagonismo estatal. Sería ingenuo suponer que la nueva asimetría
en la relación estado-mercado vaya necesariamente a jugar a favor de las clases
y capas populares. Bien podría ser un “estado capitalista recargado”, dotado de
nuevos instrumentos de regulación y cibervigilancia y que tenga por
objetivo refundar al capitalismo sobre nuevas y aún más autoritarias bases.[14] Pero también existe la otra
posibilidad: que el proletariado y las capas medias abrumadas por la crisis
sean las que controlen ese estado e inicien un camino por una senda que remate
en la construcción de un “protosocialismo.” Ambas posibilidades están abiertas
y, como siempre, todo dependerá del resultado de la lucha de clases.
¿Un virus revolucionario?
¿Nos
coloca la pandemia ante el inminente derrumbe del capitalismo? Simpatizamos
mucho con la obra y la persona de Slavoj Zizek, con su valentía para desafiar
los saberes institucionalizados, pero esto no nos alcanza para otorgarle la
razón cuando sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al
sistema capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica,
éste debería caer muerto a los cinco segundos.[15] No ha ocurrido y no ocurrirá porque,
como lo recordara Lenin en más de una ocasión, “el capitalismo no caerá si no
existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer.” El capitalismo
sobrevivió a la mal llamada “gripe española”, que ahora sabemos vio la luz en
Kansas, en marzo de 1918, en la base militar Fort Riley, y que luego las tropas
estadounidenses que marcharon a combatir en la Primera Guerra Mundial diseminaron
el virus de forma incontrolada. Los muy imprecisos cálculos de su letalidad
oscilan entre 20, 50 y 100 millones de personas, por lo cual no es necesario
ser un obsesivo de las estadísticas para desconfiar del rigor de esas
estimaciones difundidas ampliamente por diversos medios de comunicación y papers académicos.
El
capitalismo sobrevivió también al tremendo derrumbe global producido por
la Gran Depresión, demostrando una inusual resiliencia –precozmente advertida
por los clásicos del marxismo- para procesar las crisis e inclusive y salir
fortalecido de ellas. Las crisis no son accidentes ni inesperados desvíos de un
recorrido prolijamente preestablecido sino acontecimientos periódicos
recurrentes en la historia del capitalismo de los cuales, a falta de una
enorme acumulación de fuerzas sociales y políticas socialistas, aquél
usualmente sale depurado y fortalecido, con la riqueza más concentrada,
monopolios más poderosos y gobiernos más serviciales ante las clases
dominantes. Pensar que en ausencia de un sujeto revolucionario –que, en el
mundo actual, debe sintetizar la voluntad de una miríada de movimientos
sociales y fuerzas políticas de diversos tipos y con intereses muy específicos
y no siempre fácilmente articulables- se producirá el derrumbe de un sistema
inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza,
es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto. Por ahora
ese sujeto revolucionario, o ese haz de sujetos para ser más explícitos, no
está a la vista en los capitalismos avanzados, salvo en algunas expresiones
embrionarias y dispersas. Zizek tiene razón cuando afirma que a consecuencia de
esta crisis la humanidad deberá recurrir, para salvarse, a “alguna forma de
comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas. Pero, como casi todo
en la vida social, dependerá del resultado de la lucha de clases; más
concretamente de si, volviendo a Lenin, “los de abajo no quieren y los de
arriba no pueden seguir viviendo como antes”, cosa que hasta el momento no
sabemos. Al fin y al cabo es la lucha de clases y no la lucha de los virus lo
que impulsa el proceso histórico. Así como el economicismo reniega de la
política y obstruye la comprensión del movimiento de lo real lo mismo hace un
“determinismo viral” que soslayaría el protagonismo de los sujetos sociales que
son quienes de verdad producen el cambio histórico y le imprimen una cierta
dirección.
Por
eso mismo todo el marxismo clásico, desde los fundadores hasta Gramsci, pasando
por supuesto por Lenin, Rosa Luxemburg, Trotsky y Mao Zedong, enseña que toda
coyuntura de disolución del orden social ofrece también, in extremis,
una oportunidad para intentar su restauración mediante la fundación de un
renovado bloque histórico conservador. Lejano (en el tiempo solamente) del
marxismo clásico esa es también la preocupación que expresa István Mészáros a
lo largo de su obra en donde nos advierte que jamás hay que menospreciar la
capacidad del capitalismo, (siempre entendido como un sistema global de
metabolización del capital) para renacer de sus cenizas asumiendo nuevas
figuras y así frustrar los planes de sus inexpertos sepultureros.[16]
La
historia enseña que la resolución reaccionaria de la crisis de la primera
posguerra trajo como consecuencia la aparición de los fascismos europeos; en
cambio, su desenlace progresivo produjo la Revolución Rusa.
Seríamos necios si nos empeñásemos en desconocer que esta actual
coyuntura crítica alberga en su seno otro posible desenlace más allá de
un “comunismo renovado”, que Zizek identifica muy claramente: “la barbarie”, la
reafirmación neofascista, racista y xenófoba de la dominación del capital recurriendo
a las formas más brutales de explotación económica, coerción político-estatal y
manipulación de conciencias y corazones a través de su hasta ahora intacta
dictadura mediática. “Barbarie”, István Mészáros solía decir con su
habitual dosis de amarga ironía, “si tenemos suerte.”
El protosocialismo o ¿por qué no ya el socialismo?
Ahora
bien, ¿por qué no pensar en alguna salida intermedia: ni la tan temida
“barbarie” (de la cual hace tiempo se nos vienen administrando crecientes dosis
en los capitalismos realmente existentes”) ni la tan anhelada opción de un
“comunismo reinventado”? Si algunos historiadores hablan de un
“protocapitalismo”, ¿por qué no pensar que podríamos estar en vísperas de una
fase de transición hacia el socialismo que podríamos caracterizar como
“protosocialismo”? Si el propio Marx aludía a la existencia de “formas
antediluvianas” del capital ¿por qué no pensar que puede haberlas también para
el socialismo? Esto implica tomar conciencia de que el desmontaje del
capitalismo no podrá lograrse de la noche a la mañana, no será un relámpago
fulminante que ponga fin a siglos de oscuridad. Será un proceso durísimo, de
intensificación de los antagonismos de clase en donde los representantes
políticos, ideológicos y armados del capital lucharán con todos los medios a su
alcance (que son muchísimos) y apelarán a cualquier recurso, desde la
manipulación de conciencias y corazones hasta la violencia más brutal, con tal
de ahogar en su cuna a la revolución en ciernes. En fin, todo el arsenal de las
“guerras de quinta generación” estará puesto al servicio de su sobrevivencia
puesto que las clases dominantes, con certero instinto, saben que en esta nueva
fase pos-pandémica han comenzado a gestarse los parámetros fundamentales de la
sociedad post-capitalista, con avances profundos en la “desmercantilización” de
algunas áreas de la vida social como la salud, por ejemplo.
Ahora
bien: si habrá que hacer todo este enorme esfuerzo para salir de la crisis “por
izquierda”, ¿por qué no avanzar directamente hacia el socialismo? Respuesta:
porque no existen las condiciones objetivas (nacionales e internacionales) ni
subjetivas para emprender esa travesía. En el plano nacional se requiere
disponer de una arrolladora superioridad en la correlación de fuerzas a favor
de los sujetos anticapitalistas, antipatriarcales, defensores de los derechos
humanos, de la igualdad de género, de los pueblos originarios, en suma de todos
los oprimidos y explotados por el sistema. Eso está en marcha, en forma
incipiente, pero aún muy lejos de adquirir el vigor necesario para doblegar a
los guardianes del viejo orden y avanzar directamente, sin mediaciones, hacia
el socialismo. En lo que hace a la subjetividad, al imaginario popular, a la
conciencia política revolucionaria y anticapitalista la primacía de las ideas
de las clases dominantes es todavía hoy abrumadora, aunque hay algunas señales
de un resquebrajamiento a raíz de la pandemia. Debemos librar una gran batalla
en el terreno de las ideas, pero luchamos desde una posición muy desventajosa
habida cuenta de que los capitalistas disponen de un control casi absoluto de
los principales medios de comunicación como la prensa, la radio y la
televisión, y también, en buena medida, de los cibermedios que han brotado como
hongos al compás de la revolución informática y las nuevas tecnologías. Por
otra parte, y ya pasando al análisis de las condiciones internacionales, la
beligerancia del imperialismo –muy especialmente en Latinoamérica y el Caribe,
su área no-negociable de influencia y control- enfrentará con todas sus
fuerzas y apelando a todos los medios no sólo a los gobiernos empeñados en la
construcción del socialismo sino inclusive a aquellos que en embarquen en la
senda de un cauteloso reformismo. Sostener sesenta años de bloqueo contra Cuba
habla de la insaciable obstinación imperial en tratar de someter a toda la
región a su arbitrio. Los ataques a la Venezuela bolivariana expresan el mismo
empecinamiento. Lo ocurrido en el Chile de la Unidad Popular, en la Nicaragua
sandinista, en la República Dominicana de Juan Bosch, en la Guatemala de Jacobo
Arbenz y en la Granada de Maurice Bishop amén de la sucesión de “golpes
blandos” (exitosos en los casos de Haití en 2004, Honduras en 2009, Paraguay en
2012, Brasil 2016) o frustrados (Bolivia 2008, Ecuador 2010) y el
racista golpe en Bolivia en noviembre de 2019 ilustran con elocuencia lo que
venimos diciendo. El imperialismo, en consecuencia, no debe ser entendido como
un “factor externo” sino como un actor profundamente imbricado en los diversos
escenarios nacionales a través de sus aliados y lugartenientes locales: las
burguesías autóctonas de las que hablaba el Che Guevara y las numerosas fuerzas
políticas, grandes medios de comunicación y facciones intelectuales que pugnan
por convertir a nuestros países en neocolonias del imperio estadounidense.
La
construcción del socialismo supone la creación de un estado de nuevo
tipo, dotado de un nuevo marco legal e institucional; la refundación de un
orden político genuinamente democrático y participativo; una reforma cultural y
moral, ajena a los valores egoístas, competitivos y antisociales de la
burguesía; la puesta en marcha de una economía socializada regida por el estado
en conjunción con un conglomerado de organizaciones populares y que ponga fin
al primado de la ley del valor; la creación de un nuevo aparato militar, de
raigambre profundamente popular y antiimperialista y, por último, la
construcción de una red de alianzas internacionales que sustenten y otorguen
viabilidad a las naciones que se embarquen en esta travesía mesiánica con
vistas a fundar una buena sociedad. Y estas durísimas condiciones, ausentes
hoy, requieren de una labor preparatoria. De ahí la propuesta del
protosocialismo como una fase previa encaminada, precisamente, a llenar los
requisitos necesarios para la construcción socialista. Porque, tal como lo
observara el Che Guevara, “el socialismo como fórmula de redistribución de
bienes materiales no me interesa.” En línea con los clásicos del marxismo el
Che concebía al proyecto socialista como una empresa multifacética e integral,
irreductible al cálculo meramente economicista, y cuyos componentes esenciales
eran la creación de nuevas formas de sociabilidad, de un hombre y una mujer
nuevos reposando sobre una economía socializada y protegidos por un estado de
nuevo tipo. Esto era necesario, recordaba, para contrarrestar los
quinientos años de “des-educación” para el sometimiento y la resignación
padecidos por nuestros pueblos desde el amanecer del capitalismo.[17]
De ahí
la importancia de concebir al protosocialismo no como un fin en sí mismo sino
como una fase preliminar de la construcción del socialismo. En el
contexto actual signado por la presencia agobiante de la pandemia la
agenda gubernamental de un gobierno protosocialista que se proponga iniciar y
concluir una transición hacia el socialismo debería avanzar desde la atención
médico-hospitalaria hasta la producción de medicamentos, que deberá estar a
cargo de una empresa pública que los producirá al margen del cálculo de
beneficio que hacen las grandes corporaciones de la industria farmacéutica.[18] Por supuesto, el proyecto
protosocialista deberá simultáneamente avanzar en la creación de las
condiciones objetivas y subjetivas que tornen viable aquel tránsito, tema sobre
el cual la dramática experiencia del gobierno de Salvador Allende en Chile
tiene mucho que enseñar. Al igual que la salud la seguridad social deberá ser
otra de las áreas prioritarias a desmercantilizar (acabando con los
fraudulentos sistemas de “capitalización individual” como se comprueba en el
escandaloso caso chileno). Esto no sólo en defensa de los trabajadores y sus
ahorros sino para cortar de raíz uno de los manantiales favoritos del capital
para sus operaciones en el casino financiero mundial. La estatización de las
industrias estratégicas y la recuperación de la soberanía sobre los bienes
comunes/recursos naturales es otro de los ítems en la agenda del
protosocialismo, comenzando por el agua (privatizada en innumerables países) y
siguiendo por los minerales, el petróleo, el gas, los alimentos, la
biodiversidad y sus códigos genéticos y, por supuesto, los servicios públicos
como la electricidad, el gas, el transporte, la telefonía, la internet, etcétera,
componentes irreemplazables de la vida cotidiana.
Párrafo
aparte merecerá la política de desmercantilización y des-oligopolización
de los medios de comunicación cuyo altísimo grado de concentración es
contradictorio con la mera existencia de una democracia. Tampoco podía estar
ausente en esta agenda de transformaciones la fijación de fuertes controles a
la especulación financiera, recordando sus perniciosos efectos sobre el
conjunto de la actividad económica que llevaron a John M. Keynes a proponer nada
menos que “la eutanasia del rentista”. El combate contra los “paraísos
fiscales”, en realidad guaridas de malhechores y de los tahúres del sistema
financiero internacional será una prioridad en la construcción del
protosocialismo. Como se desprende de la enumeración de estas tareas la
articulación internacional de las luchas y la construcción de un robusto frente
anticapitalista y antiimperialista son prerrequisitos inescapables para salir
por izquierda de la crisis en la cual nos hallamos inmersos.
Dicho
lo anterior, esbozado a grandes trazos, digamos que sería un error pensar que
hay un único modelo para la construcción del pos-capitalismo o lo que hemos
dado en llamar, por su carácter novedoso, el protosocialismo. A lo cual
replicaríamos apelando a la atinada observación de Raymond Williams, hecha a
mediados de los años ochentas del siglo pasado, cuando afirmaba la posibilidad
y sobre todo la necesidad de muchos socialismos, ninguno de los cuales debería
ser “calco y copia” de algún otro, tal como lo advirtiera con singular
clarividencia José C. Mariátegui. Y también recurriendo a una observación de
Fidel cuando dijo que “uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas
veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía
el socialismo.”[19] De donde se desprende una
observación. Deberemos hacer oídos sordos a los cantos de sirena de los
“doctores de la revolución”, esos que al compás marcado por el imperialismo
norteamericano han enjuiciado con feroces críticas a la Revolución Cubana, al
chavismo, y a cuanto gobierno progresista haya surgido en Latinoamérica y el
Caribe en nombre de la “revolución químicamente pura” que jamás existió ni
existirá pero que en sus afiebradas alucinaciones creen que es suficiente un
acto de firme voluntad de la dirigencia política para que el castillo de naipes
que supuestamente es el capitalismo se venga abajo sin remedio. En 1920 Lenin
tuvo que salir al cruce de esas formulaciones – objetivamente reaccionarias- en
un texto clásico, de indispensable lectura en el día de hoy: La
enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.[20]
La problemática de la organización y el “asociativismo digital”
La
propuesta del protosocialismo tiene, como decíamos más arriba, necesidad de
satisfacer múltiples condiciones subjetivas. En otras palabras, identificar a
los potenciales protagonistas de estas batallas y construir a los sujetos
políticos que requiere un proyecto refundacional de esta naturaleza. En
relación a este tema es oportuno recordar que tanto el tamaño como la fisonomía
actual de la clase obrera dista mucho de ser la que conocieran los clásicos del
marxismo. Hoy el fenómeno de la subsunción formal y real de una
inmensa masa de trabajadores en todo el mundo alcanza dimensiones colosales, en
la medida en que un flujo constante de millones de personas deben sobrevivir
vendiendo su fuerza de trabajo a los capitalistas para realizar diversos tipos
de tareas. Es por eso que Giovanni Arrighi escribió que para hablar hoy del
proletariado no se supone “que los trabajadores deban estar empleados en
determinadas ocupaciones («obrero de fábrica», por ejemplo) para ser
calificados como miembros del proletariado. Incluso expresiones como
«proletariado industrial» deben entenderse que designan al segmento normalmente
empleado por las empresas capitalistas en la producción y la distribución, sin
tener en cuenta el tipo de trabajo realizado o la rama de actividad en la que
opera la empresa.[21]
La
fragmentación del proletariado, el empequeñecimiento del sector vinculado
a la industria y su reemplazo por la robotización, vino de la mano con la
extraordinaria expansión arriba referida y que refleja la mundialización del
modo de producción capitalista. Tal como lo afirma Arrighi es necesario someter
a una minuciosa revisión el concepto de proletariado utilizado por la tradición
clásica del marxismo. Digámoslo de una vez: esa concepción ya es
insuficiente para dar cuenta de las repercusiones que los grandes desarrollos
tecnológicos experimentados en los últimos quince o veinte años han tenido
sobre el universo asalariado. Las radicales modificaciones sufri – das por el
proceso productivo y las modalidades de valorización del capital nos imponen la
necesidad de repensar críticamente la naturaleza de la clase obrera y, por
supuesto, las nuevas estructuras del capitalismo tardío. [22] De la mano de esta gran
transformación del universo popular hizo su aparición una gran cantidad de
sujetos sociales concretos y específicos, y no sólo integrados directamente a
los procesos económicos del capitalismo. Una parte importante de estos nuevos
actores ha contribuido con sus demandas e iniciativas a socavar la estabilidad
de la dominación burguesa, y su concurso habrá de ser importantísimo para
viabilizar la puesta en marcha del protosocialismo. La creciente complejidad de
los capitalismos contemporáneos ha creado nuevas líneas de conflicto, que
coexisten articuladamente con el antagonismo de clases. Y éste sigue siendo,
tanto en los capitalismos centrales como en la periferia del sistema, la “falla
geológica” fundamental de nuestras sociedades. En relación a esto, y para no
prolongar excesivamente esta sección, conviene recordar las palabras de
Ralph Miliband cuando a propósito de esta problemática escribió que “de
ninguna manera quiere esto decir que los movimientos de mujeres, negros,
pacifistas, ecologistas, homosexuales y otros no sean importantes, o no puedan
tener efecto, o que deban renunciar a su identidad. De ninguna manera. Sólo
significa que el principal (pero no el único) sepulturero del capitalismo sigue
siendo la clase obrera organizada. Esta es el necesario e indispensable
“instrumento de cambio histórico”. Y si, como se dice constantemente, la clase
obrera organizada se rehúsa a encargarse de la tarea, entonces la tarea no se
hará (…) pero nada ha sucedido en el mundo del capitalismo avanzado y en el
mundo de la clase trabajadora que autorice a sostener tal visión del futuro. ”[23]
Ahora
bien, para que el proyecto de transformación pueda comenzar a andar se
requiere satisfacer cuatro requisitos, que apenas si enunciaremos aquí. En
primer lugar, la movilización de los múltiples y variados sujetos sociales,
venciendo la prédica de la “antipolítica” que el neoliberalismo ha cultivado
con mucho éxito durante tanto tiempo y que los ha conducido al
individualismo, el quietismo y la resignación. En otras palabras, a la renuncia
de toda estrategia de acción colectiva para superar las condiciones que los
oprimen y explotan. Se trata de contrarrestar un sentido común mediante
el cual se propaga la idea de que la política es irremediablemente corrupta,
perversa y que lo mejor que puede hacer una sociedad es desentenderse de ella,
no interesarse en obtener información sobre la vida pública ni participar en
las elecciones. El resultado: el triunfo arrasador de la derecha que se apoya
en la generalización de tales creencias y actitudes. [24] En segundo lugar, habrá que
organizar a los sectores movilizados. El impulso inicial hacia la protesta y el
protagonismo se esfumará de la noche a la mañana si no va acompañado por la
creación de distintos tipos de estructuras organizativas. No sólo las
tradicionales, como partidos y sindicatos, sino también otros formatos
desarrollados por los nuevos actores sociales de las luchas ecologistas,
feministas y de género, organizaciones de derechos humanos, territoriales, de
la juventud, etcétera. No existe un formato único sino que será necesario
admitir la variedad de modelos organizativos teniendo siempre en cuenta que lo
importante es la unidad de acción en la lucha contra el capital. Tercero,
avanzar en la concientización, en la formación política de esas masas puestas
en disponibilidad por la pinza traumática de la pandemia y la crisis económica.
Este fue un terreno en donde las experiencias progresistas de inicios del siglo
veintiuno demostraron no estar a la altura de las circunstancias. Se pensó, erróneamente,
que bastaba con una activa política de combate a la pobreza, con sacar de la
miseria a millones de personas para que éstas comprendieran cual era el origen
de su desgraciada situación. El resultado fue, como lo recuerda a menudo Frei
Betto, que en vez de crear ciudadanas y ciudadanos conscientes esos gobiernos
crearon consumidores, y confiaron en que con eso sería suficiente. Tiempo
después esos sectores social y económicamente promovidos les dieron la
espalda a las fuerzas políticas que los habían beneficiado y votaron por sus
enemigos, caso de Jair Bolsonaro en Brasil, o no se movilizaron para defender a
los gobiernos que los habían rescatado de la pobreza, sea con sus votos, como
en Uruguay, o con su pasividad ante el golpe, como en Bolivia. Cuarto y último,
estas tareas requieren de una articulación internacional porque el capitalismo
es un sistema global y su “estado mayor”, reunido periódicamente en Davos,
despliega una estrategia global de lucha contras las clases explotadas. Por
eso, la política que se deberá implementar en la construcción del
protosocialismo tiene un necesario componente internacionalista. Será preciso
coordinar las batallas contra un actor altamente unificado como la “burguesía
imperial”, presente en las más diversas latitudes, y que cuenta con un
impresionante poderío económico, político, y mediático que no puede ser
enfrentado aisladamente a escala solamente nacional.
De ahí
la importancia del “asociativismo digital”, o sea, la potenciación de las
estrategias y tácticas de acción colectiva apelando a las nuevas tecnologías de
información y comunicación. Estas fueron desarrolladas pensando en su
utilización financiera y militar pero la pandemia las ha “socializado” en una
extensión inimaginable hace apenas unos pocos meses. Grandes sectores de las
clases y capas populares se han familiarizado con las potencialidades de
los smartphones e infinidad de organizaciones apelan a
plataformas como el Zoom, Jitsi y otras por el estilo para reunirse,
intercambiar informaciones y acordar planes de acción. Esto, mientras dure el
confinamiento será un aliado formidable, un arma de grueso calibre en manos de
las fuerzas políticas empeñadas en la construcción de una nueva sociedad.
Gracias a estas tecnologías lo que antes requería costosos y trabajosos
desplazamientos a lo largo de dilatados espacios geográficos para que los
líderes y militantes sociales se encontraran y elaborasen sus planes de acción
hoy se puede lograr en tiempo real, a un costo mínimo y facilitando nuestros
esfuerzos para coordinar la ofensiva contra el capital en el plano local,
nacional e internacional. Esta es una nueva arma que los teóricos y los
estrategas del imperio siempre trataron de que no cayera en nuestras manos. Y
la podemos utilizar durante el confinamiento y también, con gran provecho,
después del confinamiento para llevar a cabo las acciones colectivas
imprescindibles para las tareas de reconstrucción integral de nuestras
sociedades. Cuando se pueda salir a la calle estas tecnologías será aún de extrema
utilidad para mejorar la organización de las actividades de los sujetos
portadores del embrión de la nueva sociedad. ¿Podría hablarse de sujetos
revolucionarios? No hay que jugar con expresiones como esa. Tal vez es un
tanto apresurado, pero sin dudas serán sujetos que deberán acometer la empresa
histórica de comenzar a dar los primeros pasos en el desmontaje de la economía
capitalista. Si eso termina o no en una revolución el tiempo lo dirá. La
intención es esa, pero los resultados nunca están garantizados de antemano.
¿Y si el capitalismo se reinventa?
Ante
la perspectiva de un “comunismo reinventado” o de cualquier otro proyecto
anticapitalista Byung-Chul Han, el filósofo sur-coreano/alemán
saltó al ruedo para sentenciar que “tras la pandemia, el capitalismo
continuará con más pujanza.”[25] Es una afirmación temeraria de
este académico que lleva unos treinta y cinco años enseñando en Berlín y qe
parece poco conectado con lo que ocurre en el resto del mundo. Además no ofrece
evidencia alguna que sustente esa afirmación. En realidad, si algo se dibuja en
el horizonte es la desilusión de crecientes segmentos de la opinión pública con
el capitalismo, algo que los grandes periódicos del sistema, desde el New
York Times hasta el Wall Street Journal y el Financial
Times, no dejan de constatar en sus páginas. Tómese nota de la opinión del
economista Lawrence Summers, ex Secretario del Tesoro (1999-2001) durante la
Administración Clinton, que ya en enero del 2012 daba la voz de alarma y se
preguntaba en su blog “Why isn’t capitalism working?” Su respuesta
es la siguiente: “tradicionalmente los estadounidenses han sido los más
entusiastas campeones del capitalismo. Sin embargo, una encuesta reciente de
opinión encontró que apenas un 50 por ciento de la gente tiene
una valoración positiva del capitalismo mientras que 40 por ciento no lo tiene.
La desilusión es particularmente fuerte entre la gente joven de 18-29
años, los afroamericanos, los hispanos, y entre aquellos cuyos ingresos son
menores a los $30,000 por año e identificados con los Demócratas.”[26] El generalizado reclamo que se
percibe en las generaciones más jóvenes, súbitamente despabiladas del sopor al
que fueran inducidas por los medios de “confusión” de masas, a favor de una
mucho más activa intervención del estado para controlar los efectos
desquiciantes de los mercados en la salud, el medio ambiente, la justicia
social y los derechos de las minorías no parece alinearse demasiado con las
previsiones del académico surcoreano. La provisión de servicios básicos de
salud, vivienda, seguridad social, transporte, etcétera y la imperiosa
necesidad de poner fin al escándalo de la híperconcentración de la mitad de
toda la riqueza del planeta en manos del 1 por ciento más rico de la población
mundial remiten mucho más al protosocialismo arriba mencionado que al
necrocapitalismo de nuestros días. Es que a resultas de las dolorosas
enseñanzas de la pandemia las poblaciones “concientizadas” y politizadas por el
flagelo están más propensas a recurrir a soluciones solidarias,
colectivas, inclusive “socialistas” (como las que por necesidad se tuvieron que
adoptar durante los interminables meses de lucha contra el COVID-19) que a
confiar en el desenfreno individualista y privatista propios del neoliberalismo
y que condujo a la trágica situación actual y que, según Judith Butler, “ha
revitalizado el imaginario socialista en Estados Unidos.”[27]
Este
descrédito de la cosmovisión no sólo neoliberal sino capitalista, con su
desaforada exaltación del individualismo y el darwinismo social de mercado es a
su vez alimentado por la adopción de nuevos hábitos impuestos por los gobiernos
para combatir la pandemia: la cuarentena, el aislamiento preventivo y la
distancia social que establece límites estrictos al contacto de los cuerpos.
Estas disposiciones emanadas de los estudios epidemiológicos son objeto de
crítica cada vez más vociferante por parte del empresariado y los políticos de
derecha que exigen que “la gente vuelva al trabajo” y que “no se puede
interrumpir la vida económica por tanto tiempo.” Puestos a elegir estos
personajes no dudarán un instante en preferir salvar sus empresas y preservar
sus ganancias aún a costa de condenar a muerte a decenas de miles de personas
en cada país. Al momento de poner fin a estas líneas, el 18 de Julio del 2020,
143,233 personas murieron en Estados Unidos por el COVID-19 y 79,488 en
Brasil pese a lo cual prosiguen con fuerza en sus políticas de “abrir la
economía” y “normalizar la vida social”, algo que difícilmente podrá ser
logrado, sobre todo si se piensa que “normalizar” quiere decir volver
exactamente al modo de vida y de sociabilidad existentes antes del estallido de
la pandemia. [28]El nerviosismo de los capitalistas se
comprende porque si la plaga se prolonga unos cuantos meses más –cosa que no
habría que descartar, viendo los “rebrotes” habidos en algunos países que
pensaban que habían derrotado al mal- podría resquebrajarse para siempre
la rutina social que hacía que cada día la gente concurriese con
ovejuna mansedumbre a su lugar de trabajo (fábrica, oficina, comercio, banco,
etcétera) y aceptase como algo natural, indiscutible, el autoritarismo de la
disciplina laboral, la explotación, el desgaste físico del viaje desde su hogar
hasta su lugar de trabajo, respirar un aire cada vez más contaminado, asimilar
el bombardeo constante del consumismo, endeudarse para adquirir lo que muchas
veces ni siquiera necesita y ser manipulado con las modernas técnicas del
neuromarketing por los grandes poderes económicos y sus mercenarios mediáticos.
Si el entramado de nuevas actitudes, recaudos y comportamientos impuestos por
la lucha contra el coronavirus se arraigan en grandes sectores de la clase
trabajadora la “vuelta a la normalidad” esperada con tanta ansia por los capitalistas
será mucho más prolongada y enmarañada de lo que se espera. Quienes retornen a
sus puestos de trabajo habrán franqueado una experiencia traumática que
modificó hábitos profundamente arraigados y que ahora podrían llegar a ser
puestos en cuestión. Su conciencia política, antes quietista y conformista, ha
sido bruscamente alterada por una mortal pandemia. Además se trata de personas
que en muchos casos aprendieron el “arte de asociarse” que la burguesía cultivó
con esmero para sí mientras lo combatía con denuedo cuando quienes querían
ejercer esa práctica pertenecían a las clases populares. Esto es tan antiguo
que hasta Adam Smith se refería a esa hipocresía valorativa en su Riqueza
de las Naciones. Pese a que hoy en muchos países no pueden salir a la calle
se cuentan por millones los que han aprendido a asociarse a través de las
nuevas tecnologías de información y comunicación, mediante el ya
mencionado “asociativismo digital” que pone en crisis la primacía del
individualismo burgués. Si aquél llegara a combinarse con la previsible
movilización popular en las calles una vez que la cuarentena llegue a su
término la capacidad reivindicativa de los trabajadores podría verse
extraordinariamente fortalecida y quedaría en condiciones de ejercer una influencia
decisiva en la reorganización económica y política que sobrevendrá una vez que
el coronavirus sea un penoso recuerdo. Esto dependerá, obvio, del contenido de
esa nueva conciencia social cuya partera fue la pandemia. Por eso decíamos que
las previsiones conservadoras de Byung-Chul Han no tenían más asidero que su
firme adhesión ideológica al capitalismo como sistema. La salida de esta crisis
tendrá como uno de sus signos distintivos la bancarrota de la irracional
–“quimérica”, según el New York Times– confianza en la “magia de
los mercados”, en las virtudes de las privatizaciones y desregulaciones, y en
la presunta capacidad de las fuerzas del mercado para asignar justa y
racionalmente las recompensas y las sanciones a clases y grupos sociales.
El lento pero irreversible surgimiento de un nuevo orden internacional
Pero
además el mundo que se viene será uno en donde el sistema internacional ya
habrá adoptado de modo irreversible -al menos en el mediano plazo- un formato
diferente y en cuyas alturas se encontrará a una nueva tríada dominante, aunque
el peso específico de cada uno de sus componentes por supuesto que no sea el
mismo. Si Samir Amin tenía razón hacia finales del siglo pasado cuando hablaba
de un “condominio imperial” a cargo de la tríada formada por Estados Unidos, la
Unión Europea y Japón hoy aquella la constituyen Estados Unidos, China y Rusia.
Y a diferencia del orden tripolar precedente, en donde europeos y japoneses
eran junior partners (por no decir peones o lacayos, lo que
suena un tanto despectivo pero es la caracterización que se merecen) de
Washington, hoy éste tiene que vérselas con socios de otra envergadura. Por un
lado, la formidable potencia económica china, sin duda la actual locomotora de
la economía mundial relegando a Estados Unidos a un segundo lugar y que,
además, ha tomado la delantera en las cruciales tecnologías 5G e Inteligencia
Artificial. A lo anterior se suma la no menos amenazante presencia de una Rusia
que ha vuelto a los primeros planos de la política mundial: rica en
petróleo, energía y agua; dueña de un inmenso territorio (casi dos veces más
extenso que el estadounidense) y un poderoso complejo industrial que ha
producido una tecnología militar de punta que en algunos rubros decisivos
aventaja a la norteamericana. En suma, Rusia complementa con su fortaleza
en el plano militar la que China logra en el terreno de la economía. Difícil
aunque no imposible que tal como asegura Byung-Chul Han el capitalismo tal cual
hoy lo conocemos pueda adquirir renovada pujanza en ese escenario
internacional. Si en los últimos treinta años consiguió una
extraordinaria gravitación y penetración de la mano de la globalización
neoliberal fue en buena parte debido a que se había desintegrado la Unión
Soviética y también porque como decía Samuel P. Huntington, había un “sheriff
solitario”, el gobierno de Estados Unidos, presto a acudir a cualquier rincón
del globo en donde el orden capitalista estuviera en riesgo para socorrerlo con
su incuestionable primacía económica, militar, política e ideológica.[29]
Hoy la
primacía económica está en manos de China y el enorme gasto militar de EEUU no
puede con un pequeño país como Corea del Norte ni para ganar una guerra contra
Afganistán, una de las naciones más pobres y atrasadas del planeta. La
ascendencia política de Washington se mantiene prendida con alfileres apenas en
su “patio interior”: Latinoamérica y el Caribe, pero en medio de grandes
convulsiones. El “atlantismo”, ese gran pacto sellado en la posguerra fue hecho
añicos por Donald Trump que le dio el tiro de gracia a un proceso que, hay que
reconocerlo, venía de lejos. La mezquindad y la megalomanía de la Casa Blanca
en épocas recientes no tiene precedentes, como lo demuestra un hecho menor pero
cargado de significación: el pirateo de los barbijos adquiridos por
Francia y Alemania.[30] Retomando el hilo digamos que
mientras China pudo controlar la pandemia Estados Unidos fracasó en ese empeño,
por lo menos hasta el momento de terminar de escribir estas líneas. Además, el
gigante asiático junto a Rusia y Cuba ayuda a combatir a la pandemia en Europa
mientras que Estados Unidos bloquea el acceso de insumos procedentes de China a
los países europeos. Y Cuba, ejemplo incomparable de solidaridad internacional,
envía médicos y medicinas a los cinco continentes mientras que lo único que se
les ocurre a quienes transitan por la Casa Blanca es enviar 30.000 soldados
para un ejercicio militar con la OTAN en suelo europeo e intensificar las
sanciones contra Cuba, Venezuela e Irán, en lo que constituye un evidente
crimen de guerra. De ahí que la antigua hegemonía estadounidense, que tenía
como uno de sus fundamentos un autoproclamado liderazgo moral, ya es cosa del
pasado. Su prestigio internacional se ha visto muy debilitado y lo que hoy se
discute en los pasillos de las agencias del gobierno federal en Washington no
es si el país está en declinación o no, sino el ángulo de la pendiente y el
ritmo del declive. Y la pandemia está acelerando este proceso hora tras hora.
Conclusión
Estamos
pisando los umbrales de una nueva era. Como decía José Martí, “es la hora de
los hornos y no se ha de ver más que la luz.” En este tiempo que se
aproxima velozmente será preciso llevar a cabo una profunda revisión del paradigma
de las políticas públicas, comenzando por la sanidad e inmediatamente después
por la seguridad social como preludios necesarios a la batalla decisiva: poner
bajo control al capital financiero y su red global que asfixia a la economía
mundial, provocando recesiones, aumentando el desempleo y disparando a niveles
extravagantes la desigualdad económica. Un capital financiero ultra-parasitario
que financia y protege a las mafias de “guante blanco” y que, con la
complacencia o complicidad de los gobiernos de los capitalismos centrales y las
instituciones económicas internacionales, crean las “guaridas fiscales” que
facilitan el ocultamiento de sus delitos y la evasión tributaria que empobrece
a los estados, debilita a sus gobiernos y los priva de los recursos
indispensables para garantizar una vida digna a sus poblaciones.
Va de
suyo que para llegar a la reconstrucción de ese nuevo orden social primero
habrá que derrotar a la pandemia. El gobierno argentino ha actuado con sensatez
y firmeza al imponer una estricta cuarentena que ha ahorrado miles de vidas.
Pero dado que hay todavía un largo recorrido por delante (de unos cuantos meses
por lo menos, en lo que hace a sus aspectos sanitarios y epidemiológicos) será
necesario que la autoridad pública disponga de los recursos suficientes para
mantener una adecuada dotación de recursos médico-sanitarios (desde hospitales
en adecuado nivel de funcionamiento hasta equipos de diversos tipo, que van
desde mascarillas, camisolas y guantes hasta unidades de terapia intensiva) y
auxiliar económicamente a una población que sólo gradualmente y en pequeñas
proporciones podrá ir retomando sus trabajos o sus actividades económicas de
antaño y que mientras tanto necesita de dinero para comer, curarse y,
eventualmente concurrir a sus lugares de trabajo. El problema es que el estado
argentino –como casi sin excepción ocurre en Latinoamérica y el Caribe- es
pobre a causa de la persistencia de una estructura tributaria tremendamente
regresiva, digna heredera de la colonia, merced a la cual los más pobres
contribuyen con sus impuestos mucho más que los más ricos al sostenimiento del
erario público. Esta inequidad estructural se potencia por problemas como
la evasión y la elusión fiscales o la corrupción administrativa y por eso
los gobiernos de la región carecen de los recursos financieros que necesitan
para hacer frente a tan inédito desafío.
De ahí
que se engañen quienes piensan que la lucha contra la pandemia podrá librarse,
al menos en el caso argentino, con los recursos financieros ordinarios del
estado. Se requerirá un enorme aumento del gasto público (recordar lo que dijo
el ya mencionado Jerome Powell, chairman de la FED) y no sólo
para el pago del personal que garantiza la atención médica y la adquisición
masiva de insumos sino también para remunerar a los agentes
de la seguridad pública que controlan el cumplimiento de la cuarentena y los
demás gastos de adquisición de bienes esenciales y toda la logística de la
distribución de alimentos y medicamentos que sería largo pormenorizar. Pero
además, grandes sumas de dinero serán necesarias para asistir aunque sea
parcialmente a las clases y capas populares más explotadas y estigmatizadas,
las que habitan en «villas» o asentamientos irregulares, y viven al día con lo
que obtienen de «changas» o trabajando «en negro» y que carecen de ingresos
regulares. Si la mano del estado no llega a auxiliarlos esa gente va a ser
carne de cañón del virus asesino y también del hambre, y hay que extremar todos
los recursos para salvar esas vidas.
Sin
recursos financieros, ¿qué puede hacer el gobierno? ¿Cruzarse de brazos y ver
como el coronavirus arrasa los barrios y asentamientos populares? Tal cosa no
sólo sería un crimen imperdonable sino que, además, tendría un negativo impacto
económico a futuro, algo que se les escapa a los charlatanes que noche a noche
en la televisión, inspirados por Donald Trump, urgen poner fin ya a la
cuarentena y que los argentinos “vuelvan al trabajo.” Afortunadamente esa
opción, al menos en su formulación radical, no figura entre las opciones que
maneja Alberto Fernández. Por eso, la iniciativa de un impuesto a la riqueza es
absolutamente razonable, imprescindible e impostergable para hacer frente a
gastos extraordinarios durante los próximos meses cuando, al mismo tiempo,
la recaudación fiscal ha caído en picada. Pero hay que decirlo antes que
sea tarde: esa iniciativa, en caso de ser aprobada por un Congreso en donde el
presidente no tiene asegurado un voto mayoritario, no aportará los recursos que
se necesitan. El impuesto “extraordinario a la riqueza personal, y por una
única vez” aportará, en el mejor de los casos una suma de poco más de 3.000
millones de dólares, monto que difícilmente será suficiente para sufragar los
enormes gastos que demandará el combate al COVID-19 y el posterior proceso de
reconstrucción económica y social de la Argentina. Y no hay otra fuente para
obtener recursos que un impuesto a la riqueza, que en este caso afecta apenas a
unas 12.000 personas, un 1.1% del total de contribuyentes del país.[31]
Dado
que ni la emisión descontrolada de moneda local ni el endeudamiento externo son
alternativas reales de financiamiento, la necesidad de una reforma tributaria
integral que afecte no sólo la fortuna de las personas sino también de las más
grandes empresas se torna impostergable. Dos de los más acaudalados
multimillonarios de Estados Unidos, Bill Gates y Warren Buffett vienen diciendo
hace tiempo que ellos deberían pagar más impuestos que los que les exige la
legislación de ese país. Y añaden, para fundamentar este insólito pedido (que
desconcierta a los talibanes del neoliberalismo) lo que ya sabemos: que los
ricos gozan de una presión tributaria proporcionalmente mucho menor que los
pobres. A Gates y Buffett se sumaron recientemente Jerry Greenfield,
co-fundador de los helados Ben and Jerry, Abigail Disney, heredera del imperio
Disney, y Stephen Tindall, el segundo hombre más rico de Nueva Zelanda.[32] Nunca escuchamos nada ni remotamente
parecido entre los avaros y sórdidos multimillonarios argentinos o
latinoamericanos, pese a que en nuestros países la inequidad y regresividad
tributarias son aún mayores que las que existen en Estados Unidos o Europa. La
propuesta que hoy está en el Congreso argentino será un impuesto que alcanzará
a una ínfima parte (0.08 % ) de la población económicamente activa pero que es
dueña de inmensas fortunas y que en circunstancias excepcionales como las
actuales no puede estar exentas de tributación. Para ni hablar de los gigantescos
patrimonios de sus empresas. Es ahora o nunca. No sólo para financiar la lucha
contra la pandemia, que no puede ser efectiva sin el equipamiento necesario;
también para lo que se va a necesitar una vez que aquella sea un doloroso
recuerdo y se deba poner en marcha a la economía. En ese momento el estado no
sólo va a tener que continuar asistiendo a los más débiles que viven de lo que
ganan día a día (técnicamente: sostener la demanda agregada) sino que habrá que
contar con mucho dinero para que muchísimas pequeñas y medianas empresas puedan
reiniciar sus actividades. Esto exigirá un esfuerzo a dos puntas: por el lado
de la demanda, facilitar que los más pobres puedan adquirir los bienes
necesarios para su subsistencia; por el lado de la oferta, incentivar los
negocios auxiliando, aunque sea transitoriamente a las pymes para que vuelvan a
producir y trabajar. Y ofreciendo los bienes y servicios que la sociedad
demandará con creces luego de un largo período de virtual congelamiento de la
economía.
Cierro
estas notas con una cita de Dante Alighieri que se adapta muy bien a la
situación actual. En La Divina Comedia describe el gran
portal que daba paso al Infierno en donde estaba esculpida la siguiente
inscripción: “Abandónese aquí todo recelo. Mátese aquí cualquier
vileza”. Un sabio consejo para los multimillonarios que, en Nuestra
América, están infectados por el virus del recelo y la vileza y que pugnan por
negarle al estado los recursos necesarios para preservar las vidas de millones
de compatriotas en riesgo.
Notas:
*Agradezco
a William J Gills por sus lúcidos comentarios a una primera versión de este
trabajo. Este trabajo sintetiza algunas de las conclusiones del curso “El
mundo después del COVID-19” ofrecido desde mi página web: www.atilioboron.com.ar/cursos
[1] Walter Scheidel, “Why the Wealthy Fear
Pandemics”, NYT, 9 Abril 2020
[3] El mismo título de la nota: “The
Coronavirus Pandemic Will Forever Alter the World Order” ya anticipaba esta
conclusión. Ver el Wall Street Journal, edición del 4-5 de Abril de
2020, pg. A-17
[13] Vale aquí recordar el volumen
compilada por Peter B. Evans, Dietrich Rueschmeyer y Theda Skocpol a
comienzos de los ochentas del siglo pasado en el cual se abogada por una
reintroducción de la temática del estado en los estudios políticos y por
fortalecer su papel en la vida de las naciones. Desgraciadamente su prédica
cayó en vano, en ambos casos. Ver Bringing the state back-in (Princeton:
Princeton University Press, 1985), especialmente las páginas 44 a 77.
[14] Al respecto consultar el
imprescindible libro de Ignacio Ramonet: El Imperio de la Vigilancia (La
Habana: Instituto Cubano del Libro, 2018). Ya en noviembre del 2017 la revista
conservadora británica hablaba de este tema, del “state led capitalism”. Ver la
edición del 21 de Enero del 2017 dedicado al surgimiento del capitalismo de
estado y con la imagen de V. I. Lenin de fondo.
[15] Ver su “Coronavirus es un golpe al
capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del
comunismo”, en Autores Varios, Sopa de Wuhan. Pensamiento
Contemporáneo en Tiempos de Pandemia (Libro Electrónico de Editorial
ASPO, 2020) pp. 21-28
[16] Tema desarrollado ampliamente por
este autor en su Beyond Capital. Towards a theory of transition (New York: Monthly Review Press, 1995)
[hay traducción al castellano]
[17] Ver si “El socialismo y el hombre en
Cuba”, ediciones varias. Hemos discutido algunos de estos asuntos en
nuestro Socialismo del siglo veintiuno. ¿Hay vida después del
neoliberalismo? (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2009), cap.
3.
[18] Recordemos aquí, y brindemos un
pequeño homenaje, al doctor Jonas Salk, que rehusó a patentar su vacuna contra
la poliomielitis porque dijo que sería lo mismo “que tratar de patentar el
sol.” Lamentablemente los desarrollos posteriores de la industria farmacéutica
no tuvieron como eje inspirador su altruista enseñanza sino los fríos números
del análisis de costo-beneficio, y todo se convirtió en materia
mercantilizable. Con su actitud Salk arrojó por la borda la posibilidad
de embolsar por lo menos 7.000 millones de dólares. Otro tanto hizo Albert
Sabin, que creó una segunda vacuna contra la polio poco tiempo después. Veremos
cual será la conducta de los grandes laboratorios que descubran la vacuna
contra el COVID-19. ´Datos sobre esto en https://hipertextual.com/2013/08/patentar-vacuna-contra-polio.
[19] Citado en “Esta revolución no la
pueden destruir ellos, pero sí nuestros defectos y nuestras desigualdades”
en Rebelión, 6 de diciembre 2005. Discurso pronunciado el 17
de noviembre de 2005 con ocasión del 60ªaniversario de su ingreso a la
Universidad. La Habana.
[20] Ver la nueva edición publicada en
país vasco por la editorial Txalaparta (Tafalla: 2020) con un estudio
introductorio del autor de estas líneas.
[21] Ver su “Siglo xx: siglo marxista,
siglo americano: la formación y la transformación del movimiento obrero
mundial” en New Left Review en español, Enero/Febrero
2000, p. 4.
[22] Hemos desarrollado ampliamente esta
problemática en nuestro Estado, Capitalismo y Democracia en América
Latina (Buenos Aires: CLACSO, 2003), pp. 310-315.
[23] En “El nuevo revisionismo en Gran
Bretaña”, en Cuadernos Políticos (México), Nº 44,
Julio-Diciembre de 1985, p. 26.
[24] Sobre esto ver el estudio de Silvina
Romano e Ibán Díaz Parra, Antipolíticas. Neoliberalismo,
realismo de izquierda y autonomismo en América Latina (Buenos
Aires: Ediciones Luxemburg, 2018)
[25] En “La emergencia viral y el mundo
de mañana”, en Sopa de Wuhan , op. cit., p. 110
[26] Desilusión que se comprende
perfectamente cuando en “La pandemia y el sistema-mundo” Ignacio Ramonet nos
informa que “en el estado de Michigan, los afroestadounidenses constituyen el
14% de la población, pero concentran el 33% de los infectados y el 41% de las
muertes. En Chicago, los afrodescendientes son el 30% de la población, pero
representan el 72% de los fallecimientos.” Consúltese lo de Summers en http://blogs.reuters.com/lawrencesummers/2012/01/09/why-isnt-capitalism-working/ Véase asimismo “Why are Americans
warming to socialism? Because capitalism has failed them”,
en
[27] “El capitalismo tiene sus límites”,
en Autores Varios, Sopa de Wuhan, op. cit. pp. 59-65.
[28] Este número de víctimas en Estados
Unidos equivale a más de dos veces el número de combatientes de ese país que
murieron en Vietnam: 57.939. En poco más de un mes Trump y el neoliberalismo
produjeron más víctimas que la guerra de Vietnam en once años. No sólo eso: el
informe de ese día de la OMS confirma que en el país asiático la pandemia no
produjo un solo muerto. Al día de hoy , 18 de Julio, ni una persona murió en
Vietnam a causa del coronavirus. Un desempeño extraordinario que ejemplifica la
superioridad de la organización socialista sobre la capitalista. Datos de la
OMS disponibles en: https://covid19.who.int/region/wpro/country/vn
[29] “The lonely superpower”, en Foreign
Affairs, Vol. 78, Nº 2, 1999
[31] Va de suyo que una situación similar
se vive en numerosos países latinoamericanos.
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