¿Han
conquistado las mujeres el poder político? ¿Cambia eso las cosas?
El
aumento de la participación femenina en los puestos de dirección política no ha
dejado de crecer y, en la mayoría de los países, en el último cuarto del siglo
XX las mujeres habían llegado a las asambleas legislativas. Si bien, lo
femenino y lo progresista no van necesariamente de la mano y las mujeres, por
el hecho de serlo, no tienen valores, prioridades o intereses políticos
diferentes a los hombres de su clase. Uno de los ejemplos que
claramente pone de manifiesto esa realidad es el de los gobiernos de Margaret
Thatcher. La mujer que más poder ostentó en la Europa del siglo pasado a lo
largo de los once años que ocupó la jefatura del gobierno del Reino Unido sólo
significó una profundización de las políticas capitalistas neoliberales contra
mujeres y hombres de las capas populares.
Redujo
impuestos a los ricos, suprimió subsidios públicos (el bienestar era, sigue
siéndolo, algo individual en función del esfuerzo y capacidades),
eso del condicionante social no existe y es una excusa para personas vagas y
vividoras de subvenciones (a excepción de patronos que viven de los ERES que
pagamos todas y subvenciones de cuotas a la seguridad social), privatizó la
práctica totalidad de las empresas públicas o las cerró, flexibilizó la
legislación laboral hasta dejar desprotegida a la clase obrera, exigió
mayores inversiones en armamento para la OTAN, machacó el sistema sanitario
público (hoy bastante relevante en uno de los países con mayores contagios de
covid-19) y se marcó como objetivo destrozar el movimiento obrero y a las
organizaciones de mineros, por no hablar de su política criminal y la guerra
sucia con Irlanda del Norte…Toda una odiosa institución femenina que, en una
especie de justicia poética, perdió la memoria fruto del alzhéimer. Pero
nosotras no olvidamos que no se trata de una cuestión ni de número, ni de
sexo, ni de cargo, ni de feminismo de la diferencia, sino de una cuestión de
los intereses de la clase social que se representa.
Sigue
siendo así. Cada día más mujeres ocupan puestos de representación política. En
las organizaciones, en los ministerios, en los gobiernos, en los parlamentos
centrales y autonómicos. Hay incluso imágenes de cumbres de la OTAN con un
número importante de mujeres, la guerra tampoco es ya una cuestión exclusivamente
masculina. La lucha de las mujeres contra la discriminación, por sus derechos
como personas y en pos de la igualdad ha dado lugar a la puesta en marcha de
medidas desde el poder para asegurar un equilibrio de presencia de mujeres y
hombres en las instituciones. El resultado de esa incorporación ni ha cambiado
el signo de las decisiones que se toman, siempre determinadas y al servicio de
la clase dominante, ni ha modificado el tipo de decisiones, desterrando uno de
los mitos sobre la participación de las mujeres como más proclives a
determinados temas y sensibilidad social. Aún resuena el odio de clase de aquel
“que se jodan” de Andrea Fabra en el Congreso a cuenta de los recortes en
las prestaciones de paro. Otro ejemplo más de la cuestión de clase como
factor único y determinante de las actuaciones políticas y lo irrelevante de la
cuestión de género. Algo más reciente, ahí tenemos el gobierno de la Sra. Díaz
Ayuso y su gestión de la crisis sanitaria, para responder a la estúpida
pregunta de los analistas sobre si estaban respondiendo mejor a la crisis del
coronavirus los países gobernados por mujeres. Como cuestión retórica y para
entretener tertulias de terrazas veraniegas nos podría interesar jugar al
despiste si no fuera porque las muertes han caído de nuestro lado tras años de
recortes y privatizaciones en servicios públicos y han practicado con nosotras
y nosotros el darwinismo social para salvar los beneficios de la oligarquía.
Hace
poco más de un año se constituyó el Congreso actual, anunciado a bombo y
platillo como el más igualitario de nuestra historia y de toda Europa, las
mujeres representan más del 47%. También hay mayoría de mujeres entre las
portavocías de los grupos parlamentarios y, pese a ello, en nuestras vidas y
derechos de mujeres del pueblo trabajador nada ha cambiado. Nada hemos notado.
No estamos más empoderadas, ni se han reducido nuestras cargas en los trabajos
reproductivos, ni han mejorado nuestras condiciones laborales – incluso han
empeorado con el teletrabajo- ni se han recuperado los servicios públicos
privatizados, ni hay mayor dotación presupuestaria para servicios sociales, ni
hay más medios económicos para evitar la violencia de género, ni la enseñanza
es gratuita desde los 0 años, ni tenemos centros públicos de atención a
personas en dependencia, ni … nada ha cambiado para nosotras porque no es
cuestión de género y número sino de clase.
Ana
Muñoz
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