sábado, 13 de noviembre de 2021

Los países líderes en combustibles fósiles cuelan una trampa en Glasgow para seguir ayudando al petróleo, gas y carbón. [La Ecología que no esté basada en el cambio de las relaciones de producción capitalistas por las relaciones de producción socialistas, pintada del color que se quiera pintar, es un mojón. Siendo un mojón una mierda como una catedral, ecológica a más no poder, porque la materia orgánica es ecológicamente pura, no? ¡A la bi, a la ba, a la bimbomban, es un mojón!]

 

Los países líderes en combustibles fósiles cuelan una trampa en Glasgow para seguir ayudando al petróleo, gas y carbón

 

Por Raúl Rejón

Rebelion

13/11/2021 


Fuentes: El diario.es [Foto: Manifestantes en Glasgow para exigir justicia climática global. Andrew Milligan]


Arabia Saudí, Rusia o Australia sacan las uñas y aguan en el último borrador la petición directa de acabar con el apoyo público a energías contaminantes: «Casi nadie entiende ya que se invierta dinero en financiar este gran problema que tenemos», ha afirmado la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera

Dejar de alimentar la costra de gases invernadero a base de quemar combustibles fósiles es, según los científicos, la única manera de aplacar la crisis climática. Pero la inclusión de una línea en el borrador de acuerdo de la COP26 de Glasgow para abandonar las ayudas de dinero público al carbón, el petróleo o el gas ha provocado una reacción inmediata… para que se borre.

Arabia Saudí, pero no son los únicos, ha aglutinado esta postura para «descartar» cualquier mención a los combustibles fósiles en la decisión final. No es la única. A Rusia no le gusta que se utilice ese lenguaje, según van desgranando sus delegaciones. Sus peticiones han conseguido, de momento, tamizar esa petición directa: las negociaciones han admitido incorporar al texto que se diga que ese abandono de subvenciones se haga sobre las «ayudas ineficientes», dando por entendido que las hay eficientes. Además, le han añadido que se buscará acelerar el desarrollo de «tecnologías» que permitan, dicen, «transitar a sistemas energéticos de bajas emisiones [de CO2].

En el otro lado del cuadrilátero, también se «está haciendo una presión grandísima para que no caiga esa mención», según cuenta la vicepresidenta tercera del Gobierno, Teresa Ribera. La petición incluida por el presidente de la cumbre, Alok Sharma, fue de lo mejor recibido por los grupos ambientalistas desplazados a Glasgow. Incluso los más críticos con su borrador vieron con buenos ojos esta mención específica de acabar con el apoyo público al fósil.

En 2021 se ha certificado un rebote de las emisiones de CO2 provocadas por la obtención de energía. Se calcula que el total esté en 33 gigatoneladas, solo un poco por debajo de las 33,4 de 2019, justo antes del parón por la pandemia de COVID-19, según cálculos de la Organización Mundial de la Energía. Para contextualizar: en 2019, la parte de energía lanzó 33 de las 36 gigatoneladas de CO2 del mundo y en 2020 fueron 31 de las 34 gigatoneladas globales.

El análisis de esta organización de 2021 cuenta que el carbón va a generar este año 640 millones de toneladas más de CO2 que en 2020 para llegar a las 14,8 gigatoneladas. Con el gas se prevé llegar a un pico histórico de 7,15 gigatoneladas de gases de efecto invernadero. El petróleo (origen de la gasolina y el gasoil para el transporte por carretera o los combustibles aéreos y marítimos), aunque también va a recrecer en emisiones no alcanzará aún el nivel pre-pandemia.

Con esas cifras, Teresa Ribera ha explicado en un receso de las negociaciones de la cumbre que «casi nadie entiende ya que se invierta dinero en financiar este gran problema que tenemos». El problema es el cambio climático causado por la el calentamiento acelerado del planeta que viene provocado por la costra de gases lanzados a la atmósfera al quemar carbón, gas o petróleo.

Casi todos los países ponen dinero público que sostiene de una manera u otra a los combustibles fósiles. 370.000 millones de dólares en 2020, según la OCDE. Una buena parte se va a subvencionar el uso de combustibles ya sea con ayudas directas o con exenciones fiscales que abaratan el precio. Lo que pide el texto de borrador es ir abandonando estas subvenciones, no cortarlas de golpe.

Protagonistas del mercado mundial

¿Casi nadie? Arabia Saudí es el principal exportador de petróleo del mundo. En 2020 vendió crudo por valor de 113.000 millones de dólares. En segundo lugar se colocó Rusia con 72.000 millones. EEUU es el cuarto exportador. Respecto al gas, Rusia es el país que más exporta, perseguido por los EEUU. Arabia Saudí es el quinto exportador. Estos productos son los que luego reciben esas ayudas estatales.

Y para completar el juego, está Australia, que es el primer exportador de carbón mundial. Vendió mineral por valor de 32.000 millones de euros en 2020, el 39% del negocio global. Rusia también vende mucho carbón: 12.400 millones dólares. «No pueden ignorarse los intereses que tiene Australia aquí», analiza Richie Merzian, que fue negociador en las cumbres durante diez años… para Australia. Merzian apunta a que «se trata de un país desarrollado y, en lugar de apoyar a Reino Unido o EEUU para empujar hacia más ambición va arrastrando los pies».

Llamar al fin de la subvenciones fósiles fue una novedad en las cumbres climáticas. Que se mantenga o desaparezca ese objetivo hará, al menos en parte, de indicador sobre cómo han ido las cosas en la ciudad escocesa.  «Ahora dicen que el problema que tenemos no es la fuente energética, es decir los combustibles fósiles, sino la tecnologías que pueden ser ineficientes», analiza Javier Andaluz de Ecologistas en Acción. «Eso obvia absolutamente la realidad que nos han descrito los científicos: hace falta dejar el 80% de esos combustibles sin sacar del suelo. Mientras no se asuman estas indicaciones será muy difícil afrontar la crisis climática», remata.

«Se ha debilitado sin duda», añade el observador de Los Verdes, Florent Marcellesi. «No existen los combustibles fósiles eficientes, solo existen buenos combustibles fósiles si se mantienen debajo de la tierra y no los explotamos». Marcellesi admite que «al menos sí se mantiene la idea de que esta década es crucial y que hay que revisar los planes de reducción de emisiones para 2030. Los países están intentando rascar para su lado».

Raúl Rejón@raulrejon

Fuente: https://www.eldiario.es/sociedad/paises-lideres-combustibles-fosiles-cuelan-artimana-glasgow-seguir-ayudas-petroleo-gas-carbon_1_8482001.html

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Por qué habría que derogar (sin comillas) las reformas laborales

 

El modelo neoliberal que rige las relaciones laborales no es un modelo casual. Responde a una hegemonía económica e intelectual que lleva señoreando el estado de cosas político desde hace varias décadas.


Por qué habría que derogar (sin comillas) las reformas laborales


©PEDRO PEINADO

El Viejo Topo

13 noviembre, 2021 Guillermo del Valle



Con el cambalache sobre derogaciones que solo fueron en el nombre y que nunca serán en la práctica, ha pasado desapercibida la verdadera magnitud del asunto. Lo que está en juego no es la recuperación de las indemnizaciones por despido improcedente previas a la reforma laboral de 2012, que supuso un claro abaratamiento de las mismas al pasar de 45 días por año trabajado a 33. Ni siquiera los tan olvidados como esenciales salarios de tramitación, que también eliminó la citada reforma para los despidos improcedentes, esto es, todos los devengados desde la fecha de efectos del despido hasta la resolución judicial que declara la improcedencia del mismo, y que suponían un freno a los despidos por parte de las empresas y, sobre todo, un gran alivio económico para los trabajadores, constituyendo de facto el verdadero resarcimiento económico en el momento del despido. No estaba en cuestión nada de eso, puesto que desde el principio se filtró que la presunta “derogación” no iba a afectar a buena parte de las medidas que incorporó dicha reforma laboral, como las dos citadas.

Lo que hay detrás de esta pirotécnica retórica que parece concluir con la burda excusa de que no es posible técnicamente derogar la reforma laboral de 2012 es algo mucho más profundo y grave. La reforma laboral de 2012 efectivamente supuso una importante vuelta de tuerca en el recorte de los derechos de los trabajadores, manifestada en dos vertientes: la degradación de la negociación colectiva priorizando el convenio colectivo de empresa sobre el de sector y el antedicho abaratamiento del despido. Sin embargo, por más que se pretenda señalar ahora lo contrario, no inauguró ninguna senda liberalizadora, sino que acentuó una dinámica por desgracia consolidada durante años.

Desde la pérdida de soberanía monetaria de España, al entrar en Maastricht, nuestro país perdió la posibilidad de competir con devaluaciones monetarias. Este mecanismo fue sustituido inexorablemente por la devaluación interna. La así llamada devaluación interna no era otra cosa que la devaluación de salarios, su merma y reducción. Indudablemente, la prioridad del convenio colectivo de empresa sobre el de sector buscó derogar por la vía de los hechos el propio concepto de negociación colectiva y sustituirlo por la imposición unilateral de condiciones de trabajo por parte de la empresa a los trabajadores. Uno de los objetivos deliberados de esta medida es la reducción de salarios, que durante años se nos presentó de forma eufemística bajo el paraguas de “moderación salarial”. Pero es incierto, reitero, señalar 2012 como fecha inaugural de las políticas de devaluación salarial. Y esto nos remite al asunto de fondo, a mi juicio ocultado tras un debate nominal y retórico en el que se ha priorizado el marketing político sobre la verdadera voluntad de modificar un modelo tan errado como consolidado.

El modelo neoliberal que rige las relaciones laborales no es un modelo casual sino que responde a una hegemonía económica e intelectual que lleva señoreando el estado de cosas político desde hace varias décadas. Uno de los mantras sobre los que se asienta es el del abstencionismo público, considerando el mercado de trabajo como una suerte de orden espontáneo con la capacidad de autorregularse si el Estado no interfiere en el mismo. Así, las indemnizaciones por despido, los seguros de desempleo, la negociación colectiva o la causalidad de los contratos serían interferencias al libre funcionamiento del mercado. No es una exageración. Por eso mismo, prescriben medidas de flexibilización del mercado de trabajo los mismos que llevan recetándolas y aplicándolas desde los años ochenta. No son medidas nuevas, por mucho que se nos pretenda hacer creer en ellas como alquimia sanadora y jamás conocida hasta la fecha. La supuesta magia flexibilizadora lleva aplicándose décadas. Así fue como se produjo la gran huelga general de 1988. No fue una huelga general en el vacío o inmotivada, sino directamente relacionada con la explicitada pretensión, efectivamente implementada desde entonces, de liberalizar el mercado de trabajo. El vector de dichas políticas continuó: en 1994 se instauraron las Empresas de Trabajo Temporal en España. La subcontratación de la propia actividad desde entonces ha experimentado una barra libre que ha sido sinónimo de fraudes y abusos innumerables. La temporalidad es una gran autopista para el fraude laboral desde el momento en que la causa de los contratos temporales no se controla. El peaje lo pagan, como siempre, los trabajadores. Así, lo verdaderamente mágico no es el presunto efecto taumatúrgico de la liberalización del mercado de trabajo sino toparse con un contrato por obra y servicio determinado, por tomar un ejemplo paradigmático, que no se haya suscrito en fraude de ley.

Aznar continuó la senda de González. Iba de suyo ideológicamente. En el año 2010 Zapatero firmó un preámbulo a la reforma de 2012 de Rajoy que compartía exactamente los mismos propósitos y motivaciones. Se trataba de combinar flexibilidad interna con flexibilidad externa. Si se facilitaba, aún más, las posibilidades de despedir, se estaría incentivando la contratación, se nos dijo sin el menor atisbo de vergüenza. La alquimia neoliberal es así: cualquier parecido con la lógica es pura coincidencia. Lo que se fomentó fue la precarización de las condiciones de trabajo y la posibilidad de despedir libre y muy barato. Si por un lado se incentivaba la flexibilidad externa, esto es, la barra libre de despidos, otro tanto se hacía con la interna, allanando las posibilidades de modificación sustancial de las condiciones de trabajo. Tanto en estos supuestos, como en el de los despidos objetivos por causas económicas, organizativas, técnicas o de la producción, la indemnización quedaba circunscrita a los 20 días por año trabajado y la facilidad para accionar el mecanismo para aligerar plantilla no podía ser mayor.

Con ser graves y profundamente ideológicas todas estas medidas y reformas que tienen una razón de ser y una línea de continuidad clara y notoria, existe otro elemento aún más nocivo: la jerga justificativa con que nos inundan a diario los voceros de la flexibilidad. Según la misma, parece que en la generación de riqueza los trabajadores desempeñan un papel accesorio o secundario. Si entre orden espontáneo y autorregulación hubieran tenido tiempo para escuchar hablar de la plusvalía, tal vez pensarían otra cosa. El actual estadio del capitalismo financiero, las economías abiertas y las constantes posibilidades de deslocalización productiva están íntimamente ligadas al fenómeno de la uberización del mercado de trabajo. Grandes plataformas tecnológicas especializadas  en mecanismos de elusión fiscal que devastan la economía nacional generan un modelo laboral de neo-esclavos sin derechos ni protección de ningún tipo. En el afán desregulatorio que caracteriza a nuestro tiempo, se pretende presentar como una cortapisa a la innovación la regulación y el tibio intento de apenas aplicar el Estatuto de los Trabajadores a los marcos de laboralidad que tratan de ocultarse por medio de burdos subterfugios de ilegalidad. ¿Qué innovación existe, por cierto, en que un trabajador preste servicios de reparto de comida con una bicicleta a domicilio? Absolutamente ninguna, como es bien conocido. Nadie está en contra de la aplicación de teléfono móvil para recoger los pedidos, pero algunos sí lo estamos de que se trate, con infames pretextos, de desplazar el ámbito de ajenidad, dependencia y derechos laborales a una supuesta relación mercantil, clamorosamente fraudulenta y agresivamente abusiva. La jerga que justifica todo lo anterior apunta a lo obsoletas que son las formas de pensar de aquellos que siguen renuentes a aceptar la disolución del marco de protección laboral en una suerte de maremágnum de abusos, fraudes y explotaciones legalizadas. Qué anticuados, nos dicen los nostálgicos de las condiciones de trabajo en las fábricas dickensianas, con un burdo maquillaje tecnológico.

Otra de las píldoras retóricas especialmente en boga en este tiempo es la de convertir al trabajador en una suerte de forzoso forofo de la empresa, que debe sentirse parte de una familia y sentir la camiseta. Así, exigir que se respeten los horarios o que la conciliación de la vida familiar y laboral sea algo más que un eslogan manido se convierte poco menos que en un ejercicio de lesa traición al buen funcionamiento empresarial, un ejercicio de egoísmo y falta de compromiso. Fórmulas como economía colaborativa o trabajar colectivamente y en equipo se pervierten hasta extremos obscenos para encubrir lo que no es sino una brutal vindicación del individualismo más extremo: a quienes se les exige un compromiso que trasciende la legalidad y los deberes comunes de la relación laboral se les ofrece a cambio un velado y constante recorte de derechos. Estos derechos, a su vez, se nos presentan, con un goteo ideológico incesante, como privilegios que siempre deben ser cuestionados a la luz de una suerte de compromiso inquebrantable con el resultado colectivo. Sin embargo, ese resultado colectivo no responde a ninguna idea de bien común sino de lucro particular de unos pocos, esos mismos que llevan durante décadas aumentando sus ganancias a costa de las míseras y cada vez más depauperadas condiciones de los trabajadores. Con el emprendimiento o con el voluntariado pasa algo similar: en el caso del primero, se pone el foco en supuestas historias de éxito y superación particular eludiendo el contexto material y social en que esas historias acontecen – si hay inversión pública, el silencio al respecto es imperativo, so pena de que tambalee el castillo de naipes ideológico que sostiene el mito – y tratando de trasladar al individuo toda la responsabilidad de su fracaso y de su éxito; y, en el caso del segundo, exigiendo a las personas que ofrezcan gratuitamente su fuerza de trabajo, en un ejercicio de altruismo individual, para suplir las carencias de servicios públicos recortados o externalizados, a sabiendas del efecto destructivo sobre los puestos de trabajo que esta prestación “voluntaria” implica. Al mismo tiempo, el altruismo presunto contrasta con una enorme operación de estigmatización de la fiscalidad progresiva y del pago de impuestos para sufragar los servicios públicos, particularmente por parte de las rentas del capital o de las grandes sociedades que encuentran constantes vías para no dejar en las arcas públicas de España apenas algo más que míseras propinas.

Todo este engendro ideológico y cultural, tan individualista como tramposo, conforma la verdadera filosofía del sálvese quien pueda y constituye la verdadera fundamentación de la flexibilización del mercado de trabajo, de la destrucción de las condiciones materiales y del constante recorte derechos de los trabajadores. Derogar las reformas laborales – sí, en plural – debe  hacerse sin comillas, no solo en lo referente a la letra de las medidas que sirvieron para precarizar condiciones de trabajo, recortar derechos laborales y consolidar un modelo económico basado en la devaluación de salarios y en la más descarnada explotación, sino que también deberían desaparecer todas las comillas y las cursivas que sirven para blanquear dicho modelo de agresión constante y reiterada a los derechos de los trabajadores. Un demencial modelo que considera que es moralmente aceptable que exijamos a los trabajadores los mejores resultados posibles, al menor coste posible y con los menores derechos posibles.

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