jueves, 3 de enero de 2019

EL FELIZ 2019 EN ORIENTE MEDIO ( De la Casa de los Reyes Magos)



Los escritores de Middle East Eye dan su opinión sobre las cuestiones que probablemente dominarán 

la política de Oriente Medio en el año 2019

Apuntes sobre Oriente Medio para 2019

Middle East Eye Debate
Rebelión
03.01.2019


Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Todos los déspotas del presidente Donald Trump
David Hearst
 
Un grafitero iraquí rocía un muro de cemento con viñetas contrarias al presidente Donald Trump en la sureña ciudad iraquí de Basora, 2 de febrero de 2017 (AFP)

Muchas cosas van a depender en 2019 del destino del propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Él y su círculo de déspotas de Medio Oriente están ahora bien amarrados. Pero en caso de que las ataduras se aflojen, cada uno de esos déspotas quedará abandonado a su suerte. Si el asesinato de Jamal Khashoggi provocó conmociones en el Egipto de Sisi, como así fue, el declive de Trump dejará a cada déspota en una situación vulnerable frente a un golpe militar en su país.

Me gustaría pensar que la partida de Jim Mattis es el principio del fin de Trump, y que el brutal asesinato de Khashoggi significará el fin de Mohammad bin Salman, pero no estoy aquí para permitirme ilusiones.

Lo que realmente se necesita es cambiar la política en sí, convertida ante todo en una posición por defecto. Cuando las cosas se pongan feas, todos los antiguos amos coloniales del mundo árabe e Israel apoyarán al déspota. Y no podemos seguir encogiéndonos de hombros y volviéndonos hacia otro lado, como hizo Barack Obama después de la masacre de la Plaza Rabaa en El Cairo. Human Rights Watch la calificó como la peor matanza de civiles desarmados desde los sucesos de la Plaza Tiananmen. Pero Obama se volvió a su partida de golf.

Europa tiene que entender que Sisi, Mohammad bin Salman y Abdelaziz Bouteflika, de Argelia, son decididamente capaces de enviar a millones de árabes empobrecidos y desesperados hacia el norte. ¿Está preparada para eso? El Estado Islámico es solo un síntoma de la enfermedad del fracaso del Estado árabe. La causa está a nuestro alrededor. Hasta que Occidente no se entere de que esta enfermedad solo puede curarse con reformas políticas, transparencia y democracia, está condenado a esperar la próxima explosión. Y esta vez, podría ser una bien grande.

Profundas incertidumbres 
Richard Falk 

 
El príncipe heredero de Abu Dhabi, Trump, el rey saudí Salman, el rey de Jordania y el presidente egipcio, 21 de mayo de 2017 (AFP)

El futuro de Oriente Medio en 2019 está plagado de profundas incertidumbres. Aparte de la entrega de Donald Trump ante las contrapresiones del establishmentmilitar, existe la posibilidad de que, finalmente, haya cruzado la línea roja de tolerancia del Partido Republicano.

Esto podría significar que se viera obligado a abandonar el poder de una manera u otra, y a que lo reemplazaran con el vicepresidente, Mike Pence, quien comparte la visión ideológica de Trump en el frente interno, pero no está dispuesto a ir en contra del establishment de la seguridad nacional en su postura global central, a saber, en la inquebrantable creencia en la benevolencia y eficacia del poder militar estadounidense.

Otras posibles secuelas de descrédito serían los ataques terroristas del Estado Islámico en Europa y América del Norte, un baño de sangre en Siria mientras Damasco consolida su victoria y una gran ofensiva turca contra los kurdos en el norte de Siria. Ninguno de estos desarrollos puede descartarse y, de producirse, alterarían para peor lo que podemos razonablemente esperar en la región mientras se despliega 2019.

Sin embargo, aunque 2019 se inicie en una atmósfera de tensión y controversia, sigue siendo posible albergar una cautelosa esperanza de que las fuerzas moderadoras y estabilizadoras puedan ser algo más capaces de llevar paz y un poco de estabilidad a la región que en cualquier otro momento del siglo XXI.

Viejos actores, nuevos actores
Lina Khatib  

  
Miembro de las Fuerzas Democráticas Sirias en la línea del frente de Raqa 16 de octubre de 2017 (AFP)  

En 2018, las relaciones internacionales del Medio Oriente han ido más allá del unilateralismo o el bilateralismo. Se han caracterizado más bien por un pragmatismo que está viendo cómo países aliados en ciertas cuestiones chocan unos con otros y las relaciones transaccionales superan a las coaliciones firmes. Es probable que esto prosiga así en 2019.

Los viejos actores han perdido significativamente poder, mientras que los nuevos intentan tener un rol mayor. En este panorama general, países europeos como el Reino Unido y Francia, así como la Unión Europea, ya no son los que establecen la agenda en sus relaciones con los países de Oriente Medio.
Su dependencia de los contratos económicos con los países del Golfo los está disuadiendo de intervenir en los asuntos de esa zona, mientras que su participación en el conflicto sirio ha seguido principalmente la dirección marcada por Washington en vez de una ruta europea separada. Es probable que cuando se produzca el Brexit continúen los cambios de poder lejos de la centralidad de Occidente.

2019, un año de transición
Richard Silverstein 

 
Representantes del Partido Demócrata se siente en la alfombra para pedir votos de apoyo a la legislación para el control del uso de las armas (AFP)

2019 será, en muchos sentidos, un año de transición: Estados Unidos se preparará para las elecciones presidenciales del siguiente año. Los candidatos demócratas recorrerán el país en busca de votos para las primarias. Es probable que Oriente Medio no sea un tema importante en su campaña.

Pero todo el mundo sabe que quien salga elegido se encontrará con que la cuestión Israel-Palestina ocupa un lugar destacado en la agenda de la política exterior. Se presionará a los candidatos para que expresen sus puntos de vista sobre la cuestión. La mayoría ofrecerá la típica y pálida respuesta de las campañas demócratas convencionales.

Pero dada la agitación habida en las elecciones para el Congreso de noviembre pasado, algunos candidatos como Sanders o Warren pueden llegar a sorprender por su audacia.

La pregunta clave sigue siendo: ¿Quién ganará en 2020? Parece poco probable que Trump gane. Al ritmo que va, puede que incluso se le destituya el próximo año (aunque no es seguro). Si un demócrata progresista gana la presidencia, además de una nueva mayoría en el Senado demócrata, puede que Israel no lo pase muy bien.

Aunque los presidentes y congresos demócratas han presentado tradicionalmente poca resistencia ante Israel mientras perseguía sus intereses aquí y en el extranjero, nos encontramos en la antesala de un cambio importante.

La ocupación israelí: Más de lo mismo
Ben White 

 
Un joven manifestante palestino ondea la bandera nacional en la Cisjordania ocupada 14 septiembre 2018 (AFP)

De cara a 2019, el próximo año promete más de lo mismo. Israel irá a las urnas en abril, y el primer ministro Benjamin Netanyahu no querrá verse superado por su derecha por Hogar Judío. Es posible que los colonos que exigen que se tomen medidas enérgicas contra los palestinos vean cumplido su deseo.

Por otro lado, ansioso por evitar una época electoral dominada por una oleada de bajas israelíes en Cisjordania, Netanyahu se inclinará también por prestar atención a las advertencias de los oficiales del ejército y de inteligencia respecto a los riesgos de alimentar una revuelta más amplia.

Así pues, es probable que prevalezca el statu quo, salvo, por supuesto, que se produzcan desarrollos inesperados, lo que implicaría más ocupación y escaladas periódicas pero limitadas. Mientras tanto, el gobierno israelí nos dará todo tipo de seguridades de que no hay socio para la paz, que los palestinos enseñan a sus hijos a odiar e incluso que atreverse a respirar la palabra “apartheid” no es más que una mentira antisemita.

Efectos de un gobierno laborista en Londres en Oriente Medio  
Mark Curtis 

 
Jeremy Corbyn, el líder laborista (AFP)

Si Jeremy Corbyn ocupara el poder tras unas posibles elecciones generales en el Reino Unido en 2019, ¿desafiaría su gobierno al establishment londinense y transformaría la política exterior británica en Oriente Medio dejando de apoyar a regímenes represivos?

Hay cuatro áreas en las que la política exterior declarada de los laboristas preocupa seriamente a la élite británica: que permitan que los chagosianos regresen a sus islas en el océano Índico; que reconozcan a Palestina; que se opongan a las guerras de cambio de régimen y que faciliten que Tony Blair se responsabilice de los crímenes de guerra en Iraq.

Pero, tal y como están las cosas, es probable que muy pocas de las otras políticas exteriores declaradas del partido representen una fuerte ruptura con el gobierno actual. El Partido Laborista sigue comprometido con la exportación de armas, la industria militar y un gasto militar elevado, y solo ha prometido “revisar” los contratos de entrenamiento y equipamiento del Reino Unido con regímenes represivos.

De ser elegido, Jeremy Corbyn sería el primer antiimperialista en ganar el poder en un país occidental importante. Pero su genuino compromiso personal con el internacionalismo y los derechos humanos puede verse desgastado por un establishment británico decidido a pararlo, por los medios de comunicación “dominantes” dispuestos a seguir difamándolo y por su propio partido, alineado con los blairitas que apoyaron las guerras de Iraq y Libia.

Solo un extenso movimiento de apoyo popular, que haga un uso completo de los medios alternativos y la solidaridad internacional y desafíe al establishmentbritánico de manera más eficaz, podrá conseguir una política exterior del Reino Unido que promueva realmente los derechos humanos.

2019: Un año decisivo para Rusia
Adlene Mohammedi 

 
Putin en una ceremonia en el Kremlin en diciembre de 2017 (AFP)

Rusia parece estar en una posición particularmente cómoda. Su victoria en Siria la convierte en un poder indispensable y un socio confiable. Además, y esto estaba lejos de ser el caso al comienzo del conflicto sirio, mantiene relaciones cordiales con casi todos en la región (con la excepción de los grupos rebeldes aún activos en Siria).

Aprovechando sus éxitos diplomáticos y militares, los rusos quieren presentarse como los grandes protectores del Estado-nación, con su lógica territorial contra las intervenciones y las redes transnacionales (con excepción de las suyas).

En estas condiciones, 2019 será un año decisivo. Para Rusia, será el momento de poner a prueba sus habilidades para caminar sobre la cuerda floja, mientras trabaja para evitar nuevos efectos colaterales. Su papel de guardián, tenido en cuenta por todos, depende de su capacidad para llevar la paz al norte de Siria, impedir la guerra en el sur del Líbano y evitar nuevos enfrentamientos entre iraníes e israelíes.

Será también el año de la mediación. Rusia se está posicionando sobre la cuestión palestina, que probablemente resurja, y quiere contribuir a resolver varios conflictos en la región: en Yemen, entre Qatar y sus vecinos, entre los libaneses y los sirios y entre los propios sirios. La cuestión de la reconstrucción política de Siria, preparada para 2018, volverá a surgir intensamente el próximo año.

El mensaje de Trump a Oriente Medio
Belén Fernandez  

 
Posando para la foto en Riad (Sisi, de Egipto, el rey saudí y los Trump 21 mayo 2017 (AFP)

Durante una conferencia de prensa en el Día de Acción de Gracias, a Donald Trump se le preguntó si se sentía “preocupado por la posibilidad de que al no haber castigado más a Arabia Saudí” por el asesinato en octubre del periodista saudí, con residencia en EE. UU., Jamal Khashoggi, “pudiera estar enviando un mensaje a otros líderes mundiales de que pueden hacer lo que quieran, apareciendo así Estados Unidos ante sus ojos en estado de debilidad”.

La respuesta de Trump de “en absoluto”, fue seguida de una lista con todas las funciones maravillosas que cumple el Reino saudí: desde mantener bajos los precios del petróleo, comprar “equipamiento” de los Estados Unidos, hasta ser bueno para Israel. Sin duda, los aliados de EE. UU., por no mencionar a los propios EE. UU., se han ido de rositas respecto al asesinato. A una escala mucho mayor, véase, por ejemplo, la sangrienta destrucción de Iraq bajo el pretexto de salvar al país.

La masacre en agosto de 40 niños yemeníes en un autobús escolar perpetrada por la coalición liderada por Arabia Saudí y respaldada por Estados Unidos también se nos viene a la mente, al igual que el hecho de que la tradición israelí de “hacer lo que les plazca” arrasando a los palestinos a izquierda y derecha se consigue con la creciente solidaridad y financiación de Estados Unidos.
Ahora que entramos en 2019, el “mensaje” trumpiano a Oriente Medio podría resumirse de la siguiente manera: para los amigos y clientes de la industria armamentista estadounidense, la brutalidad ya no es causa de vergüenza, ni siquiera de pretendida vergüenza. La impunidad es infinita, los periodistas son objetivos legítimos y los derechos humanos y las libertades son temas que deben ser promovidos solo cuando se considere que los viola la némesis favorita de Estados Unidos: Irán. En otras palabras, bienvenidos a la era del entusiasmo descarado por la represión autoritaria.

¿Cuál es la estrategia palestina?
Tarek Hamoud 

 
Niña palestina jugando en una zona empobrecida del campo de refugiados de Jan Yunis Franja de Gaza, 29 de julio de 2018 (AFP)

2018 ha sido un año de ataques incrementados contra la causa palestina, en particular contra los refugiados palestinos. Donald Trump tomó una serie de decisiones que demuestran que los palestinos no pueden contar con que Estados Unidos sea un mediador en el conflicto israelí-palestino.
La Autoridad Palestina (AP) tendrá que enfrentarse en 2019 a uno de los desafíos más importantes desde sus inicios, ya que todas las vías para lograr un acuerdo viable han sido bloqueadas por el campo de la extrema derecha en Israel, y EE. UU. está más comprometido con hacer cumplir un acuerdo que con negociarlo.

Esto plantea una pregunta crucial: ¿Cuál es la estrategia palestina en tal caso? Saeb Erakat, jefe negociador palestino, fue incapaz de responder a esta pregunta en un reciente foro en Doha, lo que demuestra que el verdadero desafío para los palestinos en 2019 parece ser las limitaciones de la Autoridad Palestina a la hora de generar un enfoque alternativo para la lucha.

De la administración estadounidense y del gobierno israelí continuarán surgiendo nuevas amenazas para los refugiados palestinos, ya que ambos buscan eliminar permanentemente de las negociaciones el derecho al retorno. El pueblo palestino no debe perder de vista lo que está en juego y no dejar de luchar por ese derecho.

La Primavera Árabe está lejos de haber terminado
Alain Gabon  

 
Manifestante egipcio durante una manifestación contra el acuerdo que entrega las islas del Mar Rojo a Arabia Saudí, 15 abril 2016 (AFP)

Cuando uno recuerda la estimulante esperanza de democratización y de un mejor orden en Medio Oriente suscitados por los levantamientos de 2011, el panorama político actual en esa región es verdaderamente desalentador, y el nuevo léxico de la “Posprimavera Árabe” o incluso del “Invierno Árabe” parece estar plenamente justificado.

No obstante, ocho años después, y a pesar del sombrío panorama regional, la Primavera Árabe sigue siendo una fuente activa de inspiración y un poderoso impulsor de nuevas protestas.

La Primavera Árabe no puede terminar por la sencilla razón de que, por todo el Oriente Medio y el Norte de África, las condiciones que crearon el terreno revolucionario y generaron los levantamientos de 2011 (regímenes de exclusión autocráticos y represivos, dificultades económicas, injusticia, corrupción, etc.) siguen en gran medida existiendo y, en ocasiones, en formas incluso peores, como en Egipto y Siria.

Si desde 2011 esos abominables regímenes han podido mantenerse o reafirmarse es solo gracias al aumento de la brutalidad, la represión de la disidencia, el terrorismo de Estado y el apoyo de los Estados occidentales y otros (por ejemplo, Rusia con Asad). Sin embargo, este statu quo es claramente insostenible y por esta razón, la Primavera Árabe, o de cualquier otra manera que decidamos llamarla, está destinada a continuar.

Puede que no adopte la forma de los tan espectaculares, masivos y repentinos levantamientos populares que en 2011 cogieron al mundo por sorpresa, incluidos los propios manifestantes. Puede que sea más reformista, gradual, incremental, cíclica, intermitente y localizada, pero continuará y, de hecho, así lo está haciendo.

Movimiento a favor del Boicot, Desinversión y Sanciones: Una larga lucha
Nada Elia 

 
Manifestante palestino ondea su bandera nacional al pasar junto a una sección del Muro de Separación de Israel en la Cisjordania ocupada, 13 de junio de 2014

La fachada de Israel, que dispuso una vez de una capa impermeable antiadherente, está agrietada y sin posibilidades de reparación. La mayoría de la gente está viendo la fealdad existente tras esa máscara, la lava vomitiva de abusos contra los derechos humanos que ya no puede desincrustarse. La creciente conciencia sobre la realidad de Israel es un fenómeno global, como lo demuestra cualquier retrospectiva del activismo y las victorias del BDS durante el año.

De hecho, como se destacó en la página web del BDS, 2018 vio muchas formas de solidaridad con la lucha del pueblo palestino en todo el mundo, desde Nueva Zelanda hasta la India, Nigeria y Argentina, en deportes, música, artes, comunidades religiosas, así como en el ámbito de la política gubernamental.

El desencanto respecto a Israel y el rechazo cada vez mayor a sus políticas de apartheid, han echado a volar las velas del BDS, con los activistas organizándose y avanzando globalmente. A pesar de los intentos de criminalizar los boicots, las coaliciones se están fortaleciendo y el movimiento está contraatacando.

Ha sido una larga lucha, que no ha terminado, pero los palestinos hemos dado muchas lecciones de resistencia y tenacidad al mundo ante la injusticia, sin que importe el poder del opresor. No nos hemos rendido, venceremos.

El Magreb: Una frágil estabilidad
Brahim Oumansour 

 
Un manifestante marroquí esposado levanta los puños durante una manifestación frente al parlamento en la capital, Rabat, el 25 de mayo de 2014 (AFP)

En el contexto de la geopolítica en ebullición de hoy en día, el Magreb (definido en sentido reducido como Argelia, Marruecos y Túnez) se considera un polo de estabilidad, dada la experiencia argelina en la lucha contra el terrorismo, junto a la resistencia de Argelia y Rabat ante los vientos de los levantamientos árabes de 2011.

Solo Túnez emergió con una transición democrática al evitar la tendencia más amplia de la Primavera Árabe. Sin embargo, la aparente estabilidad del Magreb se ve amenazada por crisis internas y regionales que generan bastante preocupación.

Todos los países del Magreb están sufriendo una grave crisis política y no hay perspectivas de sucesión de los presidentes de Argelia, Túnez y Mauritania en vísperas de las elecciones de 2019, el debilitamiento del rey marroquí por la enfermedad y las tensiones políticas y sociales y la división de Libia entre dos fuerzas políticas que reclaman la autoridad central en un contexto de guerra civil.
Todas estas crisis políticas llegan acompañadas de una gran fragilidad económica que puede acentuar las tensiones sociales y alentar el resurgimiento del extremismo violento, en particular porque la situación de la seguridad del Sahel amenaza también la estabilidad del Magreb.

 
Fuente: https://www.middleeasteye.net/columns/key-issues-likely-dominate-middle-east-politics-2019-1391213552  

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SOBRE EL FASCISMO



Bolsonaro y el fascismo

02.01.2019


Se ha vuelto un lugar común caracterizar al nuevo gobierno de Jair Bolsonaro como “fascista”. Esto, a mi juicio, constituye un grave error. El fascismo no se deriva de las características de un líder político por más que en los tests de personalidad –o en las actitudes de su vida cotidiana, como en el caso de Bolsonaro- se compruebe un aplastante predominio de actitudes reaccionarias, fanáticas, sexistas, xenofóbicas y racistas. Esto era lo que medían los sociólogos y psicólogos sociales estadounidenses a la salida de la Segunda Guerra Mundial con la famosa “Escala F”, donde la efe se refería al fascismo. Se pensaba en esos momentos, y algunos todavía alimentan esa creencia, que el fascismo era la cristalización en el plano del Estado y la vida política de personalidades desquiciadas, portadoras de graves psicopatologías, que por razones circunstanciales se habían encaramado al poder. La intencionalidad política de esta operación era obvia: para el pensamiento convencional y para las ciencias sociales de la época la catástrofe del fascismo y el nazismo debían ser atribuidas al papel de algunos individuos: la paranoia de Hitler o los delirios de grandeza de Mussolini. El sistema, es decir, el capitalismo y sus contradicciones, era inocente y no tenía responsabilidad alguna ante el holocausto de la Segunda Guerra Mundial.

Descartada esa visión hay quienes insisten que la presencia de movimientos o inclusive partidos políticos de clara inspiración fascista inevitablemente teñirán de modo indeleble al gobierno de Bolsonaro. Otro error: tampoco son ellas las que definen la naturaleza profunda de una forma estatal como el fascismo. En el primer peronismo de los años cuarenta así como en el varguismo brasileño pululaban en los círculos cercanos al poder varias organizaciones y personajes fascistas o fascistoides. Pero ni el peronismo ni el varguismo construyeron un Estado fascista. El peronismo clásico fue, usando la conceptualización gramsciana, un caso de “Cesarismo progresivo” al cual sólo observadores muy prejuiciados pudieron caracterizar como fascista debido a la presencia en él de grupos y personas tributarios de esa ideología. Esos eran fascistas pero el gobierno de Perón no lo fue. Viniendo a nuestra época: Donald Trump es un fascista, hablando de su personalidad, pero el gobierno de EEUU no lo es.

Desde la perspectiva del materialismo histórico al fascismo no lo definen personalidades ni grupos. Es una forma excepcional del Estado capitalista, con características absolutamente únicas e irrepetibles. Irrumpió cuando su modo ideal de dominación, la democracia burguesa, se enfrentó a una gravísima crisis en el período transcurrido entre la Primera y la Segunda Guerra mundiales. Por eso decimos que es una “categoría histórica” y que ya no podrá reproducirse porque las condiciones que hicieron posible su surgimiento han desaparecido para siempre.

¿Cuáles fueron las condiciones tan especiales que demarcaron lo que podríamos llamar “la era del fascismo”, ausentes en el momento actual, En primer lugar el fascismo fue la fórmula política con la cual un bloque dominante hegemonizado por una burguesía nacional resolvió por la vía reaccionaria y despótica una crisis de hegemonía causada por la inédita movilización insurreccional de las clases subalternas y la profundización del disenso al interior del bloque dominante a la salida de la Primera Guerra Mundial. Para colmo, esas burguesías en Alemania e Italia bregaban por lograr un lugar en el reparto del mundo colonial y las enfrentaba con las potencias dominantes en el terreno internacional, principalmente el Reino Unido y Francia. El resultado: la Segunda Guerra Mundial. Hoy, en la era de la transnacionalización y la financiarización del capital y el predominio de mega-corporaciones que operan a escala planetaria la burguesía nacional yace en el cementerio de las viejas clases dominantes. Su lugar lo ocupa ahora una burguesía imperial y multinacional, que ha subordinado fagocitado a sus congéneres nacionales (incluyendo las de los países del capitalismo desarrollado) y actúa en el tablero mundial con una unidad de mando que periódicamente se reúne en Davos para trazar estrategias globales de acumulación y dominación política. Y sin burguesía nacional no hay régimen fascista por ausencia de su principal protagonista.

Segundo, los regímenes fascistas fueron radicalmente estatistas. No sólo descreían de las políticas liberales sino que eran abiertamente antagónicos a ellas. Su política económica fue intervencionista, expandiendo el rango de las empresas públicas, protegiendo a las del sector privado nacional y estableciendo un férreo proteccionismo en el comercio exterior. Además, la reorganización de los aparatos estatales exigida para enfrentar las amenazas de la insurgencia popular y la discordia entre “los de arriba” proyectó a un lugar de prominencia en el Estado a la policía política, los servicios de inteligencia y las oficinas de propaganda. Imposible que Bolsonaro intente algo de ese tipo dadas la actual estructura y complejidad del Estado brasileño, máxime cuando su política económica reposará en las manos de un Chicago “boy” y ha proclamado a los cuatro vientos su intención de liberalizar la vida económica.

Tercero, los fascismos europeos fueron regímenes de organización y movilización de masas, especialmente de capas medias. A la vez que perseguían y destruían las organizaciones sindicales del proletariado encuadraban vastos movimientos de las amenazadas capas medias y, en el caso italiano, llevando estos esfuerzos al ámbito obrero y dando origen a un sindicalismo vertical y subordinado a los mandatos del gobierno. O sea, la vida social fue “corporativizada” y hecha obediente a las órdenes emanadas “desde arriba”. Bolsonaro, en cambio, acentuará la despolitización -infelizmente iniciada cuando el gobierno de Lula cayó en la trampa tecnocrática y creyó que el “ruido” de la política espantaría a los mercados- y profundizará la disgregación y atomización de la sociedad brasileña, la privatización de la vida pública, la vuelta de mujeres y hombres a sus casas, sus templos y sus trabajos para cumplir sus roles tradicionales. Todo esto se sitúa en las antípodas del fascismo.

Cuarto, los fascismos fueron Estados rabiosamente nacionalistas. Pugnaban por redefinir a su favor el “reparto del mundo” lo que los enfrentó comercial y militarmente con las potencias dominantes. El nacionalismo de Bolsonaro, en cambio, es retórica insustancial, pura verborrea sin consecuencias prácticas. Su “proyecto nacional” es convertir a Brasil en el lacayo favorito de Washington en América Latina y el Caribe, desplazando a Colombia del deshonroso lugar de la “Israel sudamericana”. Lejos de ser reafirmación del interés nacional brasileño el bolsonarismo es el nombre del intento, esperamos que infructuoso, de total sometimiento y recolonización del Brasil bajo la égida de Estados Unidos..

Pero, dicho todo esto: ¿significa que el régimen de Bolsonaro se abstendrá de aplicar las brutales políticas represivas que caracterizaron a los fascismos europeos. ¡De ninguna manera! Lo dijimos antes, en la época de las dictaduras genocidas “cívico-militares”: estos regímenes pueden ser –salvando el caso de la Shoa ejecutada por Hitler- aún más atroces que los fascismos europeos. Los treinta mil detenidos-desaparecidos en la Argentina y la generalización de formas execrables de tortura y ejecución de prisioneros ilustran la perversa malignidad que pueden adquirir esos regímenes; la fenomenal tasa de detención por cien mil habitantes que caracterizó a la dictadura uruguaya no tiene parangón a nivel mundial; Gramsci sobrevivió once años en las mazmorras del fascismo italiano y en la Argentina hubiera sido arrojado al mar como tantos otros días después de su detención. Por eso, la renuencia a calificar al gobierno de Bolsonaro como fascista no tiene la menor intención de edulcorar la imagen de un personaje surgido de las cloacas de la política brasileña; o de un gobierno que será fuente de enormes sufrimientos para el pueblo brasileño y para toda América Latina. Será un régimen parecido a las más sanguinarias dictaduras militares conocidas en el pasado, pero no será fascista. Perseguirá, encarcelará y asesinará sin merced a quienes resistan sus atropellos. Las libertades serán coartadas y la cultura sometida a una persecución sin precedentes para erradica “la ideología de género” y cualquier variante de pensamiento crítico. Toda persona u organización que se le oponga será blanco de su odio y su furia. Los Sin Tierra, los Sin Techo, los movimientos de mujeres, los LGTBI, los sindicatos obreros, los movimientos estudiantiles, las organizaciones de las favelas, todo será objeto de su frenesí represivo.

Pero Bolsonaro no las tiene todas consigo y tropezará con muchas resistencias, si bien inorgánicas y desorganizadas al principio. Pero sus contradicciones son muchas y muy graves: el empresariado –o la “burguesía autóctona”, que no nacional, como decía el Che- se opondrá a la apertura económica porque sería despedazado por la competencia china; los militares en actividad no quieren ni oír hablar de una incursión en tierras venezolanas para ofrecer su sangre a una invasión decidida por Donald Trump en función de los intereses nacionales de Estados Unidos; y las fuerzas populares, aún en su dispersión actual no se dejarán avasallar tan fácilmente. Además, comienzan a aparecer graves denuncias de corrupción contra este falso “outsider” de la política que estuvo durante veintiocho años como diputado en el Congreso de Brasil, siendo testigo o partícipe de todas las componendas que se urdieron durante esos años. Por lo tanto, sería bueno que recordara lo ocurrido con otro Torquemada brasileño: Fernando Collor de Melo, que como Bolsonaro llegó en los noventas con el fervor de un cruzado de la restauración moral y terminó sus días como presidente con un fugaz paso por el Palacio del Planalto. Pronto podremos saber qué futuro le espera al nuevo gobierno, pero el pronóstico no es muy favorable y la inestabilidad y las turbulencias estarán a la orden del día en Brasil. Habrá que estar preparados, porque la dinámica política puede adquirir una velocidad relampagueante y el campo popular debe poder reaccionar a tiempo. Por eso el objetivo de esta reflexión no fue entretenerse en una distinción académica en torno a las diversas formas de dominio despótico en el capitalismo sino contribuir a una precisa caracterización del enemigo, sin lo cual jamás se lo podrá combatir exitosamente. Y es importantísimo derrotarlo antes de que haga demasiado daño.

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