El cuaderno de Kiev. Un diario
desde el 19 hasta el 24 de febrero
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La Vanguardia
Sociología
crítica
2014/02/27
Sábado 22-
Asoma el cisma de Ucrania. Kíev destituye al Presidente con el que se acababa de pactar bajo presión
europea, cambia la Constitución y convoca elecciones. El Presidente habla
de “golpe de estado nazi” desde el Este del país, donde se reúne un congreso
alternativo de adversarios del cambio. “Me han presionado, pero no pienso
dimitir”, dice Yanukovich. En el país asoma el fantasma de un doble poder con
diversos centros y legitimidades enfrentadas que todos dicen querer evitar.
En Járkov,
la segunda ciudad de Ucrania, en el Este, 3.477 diputados de todos los niveles
de la Ucrania más rusófila han declarado ilegítimas las decisiones de Kíev,
adoptadas, dicen, “en condiciones de terror, amenazas, violencia y muerte”. El
espíritu conciliador del acuerdo de capitulación de Yanukovich, firmado
el viernes por gobierno y oposición, y garantizado por la Unión Europea -pero
no por Rusia que eludió firmarlo- se ha convertido en papel mojado en menos de
24 horas.
La asamblea
de diputados de Jarkov ha llamado a los ciudadanos a que se organicen
para resistir al cambio de régimen de Kíev y “cooperen con las fuerzas del
orden locales”. A la reunión de Jarkov asistieron observadores de la Duma de
Rusia así como varios gobernadores de regiones rusas limítrofes, que se
mostraron discretos y contenidos. Varios observadores consultados en Kíev y
Moscú no excluyen en absoluto que esta situación se pudra y degenere en
violencias.
Tanto la
sesión de Kíev como la de Jarkov, comenzaron con declaraciones de ambos bandos
alertando contra la división del país, una figura familiar y dramática en
la historia de Ucrania, cuyas guerras civiles siempre tuvieron diversas
capitales enfrentadas. Todos parecen ser conscientes de la peligrosidad de la
situación y de lo que está en juego: la integridad territorial del país. Tanto
en Moscú como en Washington los “expertos” hacen quiméricas quinielas con
propuestas de “federalización” de Ucrania, que separen a quienes quieren vivir
mirando hacia el Este de los que prefieren mirar al Oeste, sin que se sepa muy
bien por donde debería discurrir la línea geográfica divisoria. Tanto en el
Este de Ucrania como en el Oeste, hay importantes minorías de partidarios y
adversarios del cambio efectuado. Esas minorías se activarían inmediatamente en
caso de “federalización”. Estoy pensando en los tártaros de Crimea (furibundos
adversarios de Rusia) en el Este, o en los rutenos que forman parte de la
Galitzia, en el Este, pero hay muchos más.
En Kíev las
brigadas paramilitares de la revuelta, con un gran componente de partidos de
extrema derecha, han tomado el control del barrio gubernamental donde se
encuentran las sedes del parlamento, del gobierno y de la presidencia. Los
policías han desaparecido por completo del centro de la ciudad, donde por
segundo día consecutivo no se ha derramado sangre, aunque sí hubo intentos de
linchamiento de diputados adversarios. El presidente Yanukovich ha huido de
Kíev.
En manos de
la oposición y en ausencia de muchos diputados del antiguo partido
gubernamental, el parlamento cambió sus fichas después de cambiar de
constitución; nombró como presidente de la cámara a Aleksandr Túrchikov,
mano derecha de la ex primera ministra Yulia Timoshenko, y como nuevo ministro
del Interior a Arsen Avakov, también miembro del partido de
Timoshenko, Batkivshina. A continuación se aprobaron en batería la
destitución de Yanukovich (“autodestituido por sus formas
anticonstitucionales”, se dice), la convocatoria de elecciones para el 25 de
mayo y la puesta en libertad de Timoshenko, que salió del hospital
penitenciario de Jarkov en silla de ruedas por la tarde y llegó a Kíeven avión
privado a las 19,30.
Apoyada por
Estados Unidos y la Unión Europea, Timoshenko fue encarcelada por corrupción en
agosto de 2011 y condenada a siete años de cárcel, después de perder unas
elecciones limpias contra Yanukovich en el conjunto del país, pero ganarlas en
Kíev y muchas regiones del centro y Oeste del país.
Insisto: El
movimiento que acaba de tomar el poder representa solo a una parte del país.
Faltaba solo un año para que Yanukovich concluyera su mandato, pero la
degradación económica del país, el escandaloso exceso de corrupción y
nepotismo, el inesperado y mal explicado rechazo de un económicamente
catastrófico acuerdo de integración con la Unión Europea y el decidido apoyo
político internacional de Berlín, Washington y Bruselas, que vieron en la
coyuntura una posibilidad de cambio de régimen para instalar en Kíev un gobierno
a su medida, azuzaron el movimiento popular de noviembre, que se fue
radicalizando y haciendo cada vez más violento conforme el poder titubeaba
entre la represión y las concesiones, ofreciendo una desastrosa imagen de
debilidad. El episodio de los francotiradores ha sido decisivo.
La violencia
de esta semana, iniciada pocas horas después de que la canciller Angela Merkel
recibiera en Berlín a los líderes de la oposición, reiteradamente bendecidos
por el establishment político-militar euroatlántico al completo
en la reciente Conferencia de Seguridad de Munich, supone una trágica frontera
para Ucrania, donde el consenso siempre había hasta ahora superado sin sangre
todas las desavenencias políticas de este país de civilización bicéfala y
obligado por su propia identidad a mantener complicados equilibrios entre Rusia
y Occidente. Que este cuadro, con la inquietante perspectiva que
contiene, fuera definido hoy como “momento histórico” y “situación
fluida” por el alemán Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, dice
mucho sobre la actual política europea.
Yulia
Timoshenko, que ya anuncia su candidatura a las presidenciales convocadas para
mayo, pronunció su primer discurso en libertad al filo de las nueve y media de
la noche ante varias decenas de miles de personas en la gran plaza de Kiev.
“Nuestros héroes no han muerto”, dijo sentada en una silla de ruedas y
anunciando que se levantará un monumento a su memoria. “Lloré y recé por
vosotros”, dijo en un tono apasionado, pero no suscitó el menor entusiasmo en
la masa. Consciente de que el movimiento se niega a abandonar la plaza, dijo,
“no abandonéis éste lugar, vosotros sois la garantía de que se cumpla lo
acordado”. “Con vuestro valor, sangre y heroísmo, os habéis ganado el derecho a
gobernar Ucrania”, añadió.
La ex
primera ministro prometió que se castigará a los responsables de las violencias
“con todo el rigor de la ley y en un juicio severo”. “Por otro lado”, añadió,
“no podemos vivir con odio y agresividad en el corazón. Necesitamos curar las
heridas y encontrar el coraje, el amor y la responsabilidad para restablecer el
país y devolver a la gente la paz y la tranquilidad”.
-Judíos
asustados. El festival de grupos de extrema derecha violentos de la plaza
asusta a la comunidad judía de Kíev. Moshe Reuven Azman, uno de los rabinos de
Ucrania, ha aconsejado a la comunidad judía local a abandonar la capital e
incluso el país. “No quiero tentar al destino”. Citado por la prensa de Israel.
Desde Berlín me dicen que los medios germanos han pasado sobre este informe con
gran discreción. Sin relacionarlo con nada. Ucrania fue uno de los principales
escenarios del escenario del holocausto hitleriano.
- ¿Por qué
Rusia pierde siempre?. La batalla por Ucrania viene de lejos. En su último capítulo
histórico comenzó en el mismo momento en el que se disolvió la URSS, en 1991.
Más de dos décadas después, aquellas fracturas tectónicas aún se están
asentando. En ese periodo, en el espacio potsoviético ha habido guerras,
convulsiones y revoluciones coloreadas en las que, en mayor o menor medida, se
han vivido pulsos entre Occidente y Rusia. En el Báltico, en Asia Central y en
Transcaucasia, Moscú ha ido perdiendo posiciones, una tras otra. Sus
“victorias”, en Abjazia y Osetia del Sur, por ejemplo, han sido defensivas. Preservar
algunos jirones ¿Por qué pierde siempre Rusia?
La pregunta
es pertinente ahora, cuando lo que se dibuja en el firmamento es una derrota
que marca una línea roja decisiva e inadmisible para Moscú: correr la frontera
de la OTAN hasta territorio ruso.
Más allá del
propósito general de echar al adversario de sus patios y ampliar su propio
corral, la política occidental no tiene calidad ni visión. Hay en ella
mucha chapuza y aún más irresponsabilidad, pero entonces, ¿por qué gana?
No es la agresividad occidental, sino la debilidad rusa la que explica la
situación. Y la clave de esa debilidad reside en el propio sistema ruso de
poder.
Mantener
unas buenas relaciones con las ex repúblicas de la URSS era, y es, la gran
prioridad de Moscú pero no funciona. Con algunas no es fácil por “razones
históricas”, podría decirse -el caso de las repúblicas bálticas. Con
otras se podrían mencionar “diferencias culturales”, el caso de los
países de Asia Central, pero ¿cómo explicar los continuos malentendidos y recelos
del Kremlin con bielorrusos y ucranianos? El poder autocrático ruso, el samovlastie,
aunque sea mucho más suave que el de los zares o el de la URSS, es incapaz de
desarrollar relaciones de confianza incluso con aquellos de sus vecinos más
directamente emparentados con quienes comparte historia, cultura y destino
común. El caso de Ucrania es ejemplar.
La gran
mayoría de los ucranianos se sienten próximos a Rusia por ese parentesco, pero
el poder ruso no interactúa con las sociedades sino con grupos locales elitarios.
Moscú no ofrece un modelo amable y atractivo a sus hermanos. El Kremlin no
reconoce la autonomía social y ni siquiera la entiende. Sin eso no hay acción
social ni intervención política posible en una sociedad moderna. Los
interlocutores de Rusia en Ucrania son un puñado de magnates. Sus partidos, el
“Partido de las Regiones” de Yanukovich, por ejemplo, son infraestructuras
artificiales sin alma construidas desde arriba. Los anhelos e intereses de
la clara mayoría de la sociedad ucraniana vinculada hacia Rusia y que
tiende hacia ella, apenas aparecen en el radar del Kremlin. Eso explica que esa
mayoría pueda ser ninguneada y arrollada tan fácilmente por una minoría cargada
de “pasionarnost” y mucho más organizada que tiene sus bastiones en el
Oeste del país.
También en
el bando ucraniano más nacionalista y pro Otan hay magnates corruptos,
pero a diferencia del Kremlin, esos magnates y los padrinos euroatlánticos que
los sostienen interactúan con la sociedad. Su propaganda y su acción política
es mucho más dinámica y eficaz. Y venden un “sueño europeo”. ¿Cuál es el sueño
del Kremlin? Sin reconocer y entender la autonomía social, Moscú está condenado
a perder siempre.
Esa es la
gran debilidad del poder ruso y actúa también de puertas adentro. Cuidado con
Rusia porque comienza a lanzar señales de Maidán. Algún día habrá una revuelta
social en Rusia en la que la ciudadanía exigirá otro tipo de relaciones, otro
tipo de sistema socio-económico y otro tipo de poder, y el Kremlin no sabrá qué
hacer porque no entenderá nada: un poder ciego y anticuado, casi
patrimonial en sus relaciones internas, no sabrá cómo reaccionar. Solo la
sociedad rusa puede cambiar eso. Esperemos que pacíficamente.
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