martes, 24 de diciembre de 2019

¿ECOLOGÍA O ECOSOFÍA? A QUE VA A RESULTAR QUE VAMOS A TENER QUE LEER SOBRE ECOLOGÍA PARA SABER QUE MATERIAL NOS QUIERE VENDER LA "ECOLOGISTA" ACTRIZ VIEJA DE ESPIRITU PERO CON MUY POCOS AÑOS Y MUY BUEN ASESORAMIENTO COMUNICATIVO, QUE SE HA METIDO (Para mi que la han metido) A REDENTORA DEL MUNDO A TRAVÉS DE LA ECO QUÉ?



Entrevista a Santiago Álvarez Cantalapiedra sobre La gran encrucijada. Crisis ecosocial ycambio de paradigma (*y III)

“Si queremos salvar al planeta, y salvarnos nosotros, de este capitalismo invasivo debemos construir otra subjetividad.”

Salvador Lopez Arnal
El Viejo Topo

Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Valladolid, Santiago Álvarez Cantalapiedra es Doctor en Economía Internacional por la Universidad Complutense de Madrid y ha ejercido la docencia en ambas universidades.

Director del FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciones eco sociales y cambio global, es también miembro del consejo editor de la colección de libros “Economía Critica & Ecologismo Social” y del consejo de redacción de la Revista de Economía Crítica.

Autor de numerosos artículos y capítulos en libros colectivos sobre necesidades sociales, consumo y las relaciones entre el bienestar social, la calidad de vida y la sostenibilidad en el marco de la globalización capitalista y la crisis económica.

La gran encrucijada. Crisis ecológica y cambio de paradigma ha sido publicado por Ediciones HOAC en julio de 2019. En sus tesis y argumentos centramos nuestra conversación.

*

Nos quedamos aquí. El apartado siguiente está dedicado a la era de las consecuencias, “un período en el que debemos convivir de forma inevitable con las consecuencias de la crisis ecosocial”. Pero... ¿podremos convivir? ¿Será posible convivir humanamente, respetando nuestro entorno, en el panorama que usted mismo describe?

Hubo la oportunidad de revertir muchas cosas hace cuarenta años cuando se empezó a conocer la gravedad de la crisis ecológica. Pero en lugar hacerlo, se inauguro un orden neoliberal que tomo la dirección contraria: mas comercio y a mayores distancias, más desregulación y mercantilización, menos mecanismos de protección de la sociedad y de la naturaleza. Ahora toca asumir que el cambio climático esta aquí y que padeceremos sus consecuencias, que se han superado de manera irreversible algunos umbrales críticos y que en ciertas partes del mundo se está padeciendo desde hace tiempo la combinación de la crisis ecológica con los impactos de otras crisis preexistentes ligados a la pobreza y a la desigualdad, multiplicando y amplificando los conflictos. En la ultima década se han disparado los conflictos armados, adoptando la mayoría de ellos la forma de conflictos internos. En la actualidad hay treinta y seis conflictos armados registrados en el mundo y noventa y seis escenarios de tensión que están provocando la huida de millones de personas.

Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el desplazamiento forzado alcanzo en el año 2014 una magnitud que no se había registrado desde la II Guerra Mundial.

Pero junto al hecho incontestable de que los conflictos armados provocan la huida masiva de la gente, nos encontramos con otros procesos menos evidentes ―como el acaparamiento de tierras, el extractivismo minero y energético, la desertificación o el anegamiento de zonas densamente habitadas― que también están expulsando (y en el futuro inmediato lo harán de manera más intensa) a muchas personas de sus hábitats por motivo de simple supervivencia. Es en este mundo en el que debemos aprender a convivir si queremos perdurar, buscando formulas de cómo vivir y organizar la vida social satisfaciendo las necesidades de las personas respetando los limites naturales.

También habla de injusticia ambiental. ¿De qué tipo de injusticia estamos hablando? ¿Es propiamente una injusticia? ¿Hay tribunales para juzgarla? Cierra este capítulo, el octavo, con esta afirmación:
“Las sociedades opulentas, y las europeas en particular, están obligadas a responder a este desafío global asumiendo sus responsabilidades” ¿Quién las puede obligar o convencer? No parece que estén en predisposición de hacerlo.

El cambio climático es un fenómeno muy cruel que está castigando en mayor medida a quienes menos han contribuido a el. Los más pobres, cuyas formas de vida tienen bajos niveles de emisiones, son los más vulnerables ante las consecuencias de las catástrofes climáticas. Los ricos compraran su salida. Se mudaran de las zonas inundables por la subida de los océanos a los lugares más seguros y se harán con las tierras más altas a medida que resulten inhabitables otras zonas; aseguraran sus propiedades contra los riesgos asociados a eventos extremos y podrán disfrutar de mas aire acondicionado en sus casas cuando se incrementen las olas de calor. Aquí late una injusticia. No es nueva, se encuentra presente siempre en cualquier cuestión ecosocial. Unos participan de las ventajas que trae el progreso y otros solo soportan los costes y los riesgos asociados a la prosperidad material que los primeros disfrutan. Junto al desigual reparto de los frutos del progreso –en forma de ventajas y oportunidades, costes y riesgos, etc.-, la suerte de la gente también dependerá de los mecanismos de protección o redes de seguridad que encuentren a su disposición, y los pobres dependen sobremanera de que existan redes de carácter público. En la catástrofe del huracán Dorian, que ha asolado la isla Gran Abaco al norte de las Bahamas, han resultado cruciales en las tareas de evacuación las fuerzas de seguridad privadas al servicio de los residentes ricos; no es difícil adivinar que los últimos en evacuar fueron los pobres. Y lo mismo pasa con los países. Europa participa de un modo de vida imperial, por lo que su responsabilidad es mayor.

En cualquier caso, hablamos de una injusticia estructural imposible de exigir en los tribunales, pero básica para enjuiciar política y moralmente el sistema socioeconómico hoy vigente y los comportamientos cotidianos de esta civilización industrial capitalista. El problema es que hoy no se consideran inadmisibles estas situaciones de injusticia. De ahí que, en mi opinión, no estaría de más recuperar nociones como la del “pecado”, que desde una lectura secularizada nos confronte con lo inaceptable. A cuestiones como esta me refiero en el capítulo final sobre el papel de las religiones en la crisis ecosocial.

Hablamos de ello más tarde si le parece. Entramos en la tercera parte del libro, el dedicado al cambio de paradigma. El primer capítulo de esta parte lleva por título: “De las necesidades del capital a las necesidades humanas”. ¿Cuándo puede afirmarse que una necesidad es propiamente una necesidad humana? ¿Solo debemos tener en cuenta nuestras necesidades como especie? De hecho, usted mismo admite que el concepto es poliédrico y que, recordando a Gramsci, vivimos en un mundo grande y terrible.

Hay dos criterios para identificar las necesidades humanas: el criterio de la universalidad y el de la indispensabilidad; el primero nos dira que aquel bien que hemos identificado es una necesidad humana porque esta presente en todos los seres humanos de cualquier sociedad y época; el segundo nos advertirá de que solo podrá ser considerada como necesidad aquella que si no se satisface
provoca una pérdida o un daño grave en la persona. Son criterios útiles para diferenciar las necesidades de los deseos subjetivos y las aspiraciones particulares que forjan los privilegios. Por supuesto, la satisfacción de las necesidades humanas no se debería hacer de espaldas a las necesidades de otras especies; formamos parte de un ecosistema y si no corregimos nuestro antropocentrismo corremos el riesgo de tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Con lo dicho tenemos una guía útil, pero no la solución al problema. Al final siempre estará la disputa política por la interpretación de como satisfacemos nuestras necesidades.

Habla usted en este apartado del buen vivir y de la calidad de vida. Empiezo por lo segundo: esto de la calidad de vida, ¿no es algo muy subjetivo, muy de cada uno? Por ejemplo, para muchas personas, calidad de vida es poder viajar mucho en avión y poder “conocer” mundo y más mundo; no lo es, en cambio, para otras. Le pregunto casi lo mismo sobre el buen vivir. ¿Qué es para usted el buen vivir? ¿Cómo podría convencerme de que su buen vivir es mejor que el mío?

La noción de calidad de vida es multidimensional. Una de esas dimensiones tiene que ver con garantizar la cobertura de las más elementales necesidades materiales, es decir, implica disponer, por ejemplo, de ingresos, bienes y servicios suficientes para poder hacer frente a los estados de necesidad en una sociedad. Pero la calidad de vida es algo más que eso. Si preguntamos a la gente acerca de una vida de calidad lo habitual es que incorporen en sus respuestas alusiones a la salud o al disfrute del tiempo libre y la compañía de sus seres queridos. Así pues, la calidad de vida es un concepto multidimensional que incorpora tanto lo que tenemos, como lo que hacemos, sin olvidar donde y con quien estamos. Tener, hacer y estar son dimensiones siempre presentes en la evaluación de la calidad de vida. Cada una de estas dimensiones entraña, a su vez, aspectos objetivos y subjetivos. Los aspectos objetivos se refieren a las oportunidades que se nos abren en relación con los recursos a los que podemos acceder, las actividades que podemos desarrollar o las circunstancias en las que nos toca vivir. Los aspectos subjetivos tienen que ver con las valoraciones cognitivas y los sentimientos (positivos y negativos) que suscita todo lo anterior. Una vez resaltadas las dimensiones que abarca la calidad de vida, el concepto está abierto a las discrepancias en cuanto a su significado. La clave aquí está en que las personas debemos dar razones de ello. No vale sustraerse del debate público, decir que esta es mi opinión y punto final; no, hemos de razonar juntos sobre su significado cuando las consecuencias nos afectan a todos.

Añado: ¿no es el buen vivir un concepto más filosófico, incluso metafísico, que científico? ¿No es eso de lo que han hablado muchos filósofos y afines a lo largo de la historia y bastante menos los economistas o científicos sociales?

Estoy de acuerdo. Hablar de vida buena nos conduce a una discusión que desborda el plano meramente científico y que apunta al sentido y al valor que otorgamos a la vida. Ahora bien, podemos adentrarnos en esta tarea haciendo caso omiso de lo que nos dice la ciencia o asentándonos en ella. Es obvio que al señalar que este asunto desborda el campo científico defiendo que las respuestas a las preguntas filosóficas se abordan mejor desde el conocimiento científico que desde su ignorancia.

El último capítulo lleva por título: “Las religiones como ecosofías”. ¿Qué es una ecosofía? ¿Lo son las religiones?

Las ecosofias centran su atención en el significado de la libertad humana en un marco de sociodependencias y ecodependencias. Las interdependencias son el marco constitutivo de nuestra libertad en cuanto seres sociales que formamos parte de una especie que comparte planeta con otras especies. Las tradiciones religiosas milenarias son portadoras de mucha sabiduría en este sentido.

No en vano, el termino religión está emparentado etimológicamente con religar o vincular, por lo que la experiencia religiosa consistiría en la consciencia y vivencia de la vinculación y la dependencia. Es el individualismo metodológico y moral de la modernidad occidental el que tiene que asumir en este punto la carga de la prueba.

Debería preguntarle por el individualismo metodológico, pero no podemos hablar de todo. Cita usted en este capítulo a un poeta, traductor y profesor muy querido y admirado, Jorge Riechmann. ¿Qué cree que ha representado la obra del coautor, junto a Francisco Fernández Buey, de Ni tribunos y Redes que dan libertad en estos últimos años para cultura alternativa española?

Jorge Riechmann es una persona entrañable de una cultura y una creatividad enormes cuyas aportaciones en el campo de la ética ecológica y de la construcción de una cultura de la auto contención resultan insoslayables en la tarea de atemperar la hybris humana y hacer las paces con nosotros mismos y con la naturaleza.

Las religiones, cuanto menos las instituciones religiosas, han estado muchas veces muy cercanas a los poderes. ¿Pueden generar en su opinión, a día de hoy, cosmovisiones emancipadoras?

Desde un punto de vista histórico, el fenómeno religioso presenta rasgos duales: ha mostrado versiones oscurantistas, legitimando y colaborando con formas de poder opresivas; pero también ha mostrado un enorme potencial de rebeldía. Michael Lowy –en un libro muy recomendable que ha publicado recientemente el Viejo Topo con el titulo Cristianismo de liberación. Perspectivas marxistas y eco socialistas- recuerda que para percibir el primer aspecto de la dualidad se requiere la llamada “corriente fría del marxismo”, pero que es la “corriente cálida del marxismo” la que ha
mostrado el excedente utópico y la fuerza emancipadora presente en el cristianismo.

Permítame que insista en un punto. Uno de los apartados de este capítulo está dedicado al papel que pueden desempeñar las religiones en la crisis ecosocial. ¿Nos puede explicar, brevemente, lo esencial de ese papel?

Ya se ha señalado que hay aspectos de las religiones que se pueden considerar ecosofias. En unos tiempos en los que tanto se echa en falta la sensatez y la prudencia, me temo que no podemos permitirnos el lujo de prescindir de las fuentes de sabiduría que se encuentran a nuestro alcance.

Muchas religiones critican el utilitarismo y reivindican el valor intrínseco de cada ser viviente y el carácter sagrado de la biosfera en su conjunto. Además, proporcionan fuerza espiritual y moral, motivación e inspiración y, cuando adoptan la forma de protesta y rebeldía, dimensión utópica y altas dosis de conciencia crítica. Y, por lo general, casi todas introducen criterios para diferenciar lo admisible de lo inaceptable y ofrecen ritos de reconciliación que sanan y restablecen la confianza en la comunidad y en las personas.

Las religiones son una forma de conciencia que disputa el espacio simbólico en el que los seres humanos se piensan a si mismos y al mundo natural.

Habla también de la necesidad de generar nuevas subjetividades. ¿Qué serían esas nuevas subjetividades? ¿Por qué deberían ser nuevas?

Pasolini advertía en los años setenta de la mutación antropológica que estaba ocasionando el capitalismo de consumo de masas en las sociedades occidentales. Hoy el capitalismo digital, a través de los mecanismos de vigilancia comercial, ha logrado perfeccionar esa capacidad de configurar las preferencias subjetivas de las personas.

Pero a diferencia de los tiempos de Pasolini, el capitalismo tecnológico de nuestros días no se conforma solo con moldear consumidores, impele también a que la gente gobierne su vida como si de una empresa o una marca se tratara en eterna competición con sus semejantes. Si queremos salvar al planeta, y salvarnos nosotros, de este capitalismo invasivo debemos construir otra subjetividad. De ahí la importancia de pensar las relaciones entre la conversión y la transformación personal con el cambio social. Y en este punto, de nuevo, cabe reconocer las enseñanzas y el papel de las religiones, pues a través de la experiencia comunitaria, las prácticas pastorales y celebrativas muchas de ellas han sabido abrir vías de aprendizaje social que cultivan la renuncia, la sobriedad, así como la solidaridad y la misericordia.

Dedica un apartado, muy elogioso, a la Laudato si’. ¿Qué es lo que le gusta de la encíclica del Papa Francisco?

Me ha gustado por la honestidad y lucidez que trasmite. Además, aporta conceptos que considero claves ante el desafío ecosocial, como los de la “cultura del descarte” y la “ecología integral”.

Intramuros de la Iglesia, sospecho -no soy experto- que incorpora importantes elementos de novedad a su doctrina social; particularmente, creo que reinterpreta la tradición judeo-cristiana en lo que se refiere a la comprensión del mundo natural. Extramuros, creo que estamos ante una contribución muy relevante para asentar una consciencia ecológica critica. Hay varios aspectos que me han parecido especialmente interesantes, como la ligazón del “clamor de la Tierra” con el “clamor de los pobres”, identificando las mismas causas para sus respectivos sufrimientos; la crítica al paradigma tecno científico y al “antropocentrismo despótico” o la llamada a la “conversión ecológica”.

Hay un apartado final en su libro dedicado a Ediciones HOAC. ¿Nos puede resumir qué es la HOAC? ¿Ha querido publicar su libro en esta editorial por algún motivo especial?

Es una fraternidad obrera católica que representa lo mejor de la cultura política-religiosa del cristianismo liberador. Me propusieron escribir un libro para su colección, me imagino que a partir de la sugerencia de mi admirado amigo Rafael Díaz-Salazar. Acepte encantado, agradecido por el interés y respeto por mi trabajo y por el compromiso de la editorial para despertar la conciencia de las personas ante los retos que nos plantea el mundo actual.

¿Quiere añadir algo más?

Que muchas gracias, querido Salvador, por tu interés, tiempo y habilidad mayéutica.

Soy yo el agradecido.

Fuente: El Viejo Topo, noviembre de 2019.

(*) Para la primera parte de esta entrevista: Entrevista a Santiago Alvarez Cantalapiedra sobre La gran encrucijada. Crisis ecosocial y cambio de paradigma (I). “Conocer como funciona la sociedad ayuda a proceder con prudencia, sensatez y acierto pero no es suficiente para convertirnos en sujetos prudentes y responsables" http://www.rebelion.org/noticia.php?id=263206

Para la segunda parte: Entrevista a Santiago Alvarez Cantalapiedra sobre La gran encrucijada. Crisis ecosocial y cambio de paradigma (*II)“La leccion que hay sacar de este transito desde el orden socialdemocrata al neoliberal es que ningun avance social se consigue sin lucha ynada de lo alcanzado esta asegurado de una vez y para siempre” http://www.rebelion.org/docs/263529.pdf

ECOLOGIA. MEDIOAMBIENTE EQULIBRADO Y SOSTENIBLE Y PRODUCCIÓN CAPITALISTA. CONCEPTOS INCOMPATIBLES



Cumbre por el Clima en Madrid (COP25)

El cambio climático, la última crisis orgánica del capitalismo



João Camargo
vientosur
02.12.2019 

La producción de plusvalía a base de expandir las fuerzas productivas exige la creación permanente de nuevos consumos, la expansión de los consumos existentes, la extensión de necesidades a círculos cada vez más amplios, la creación de nuevas necesidades y la creación de nuevos valores de uso. Esto implica la exploración de la totalidad de la naturaleza, la creación de nuevos valores de uso y de cambio a escala universal, para productos fabricados en todos los climas, todos los ecosistemas y todos los países. La prioridad del valor de cambio sobre el valor de uso y sobre los valores de uso esenciales (como los alimentos, el agua, la vivienda o un medioambiente sano) ha permitido al capitalismo distanciar a la humanidad de la naturaleza y sus límites, cambiando lo abstracto por lo concreto, pero la realidad está imponiéndose. La mercantilización y el fetichismo de la mercancía degradan las relaciones humanas y la relación de la humanidad con la naturaleza, pues el capitalismo solo valora y satisface necesidades reales si estas son necesarias para mantener la fuerza de trabajo. Aparte de esto, crea un conjunto de necesidades determinadas estrictamente por la rentabilidad y la expansión, siendo unilateral y preceptivo en la creación de estas necesidades. Los mercados, es decir, los capitalistas, no están para satisfacer necesidades, sino para buscarlas y crearlas.

La naturaleza extractiva del capitalismo choca directamente con cualquier clase de relación armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza. La lógica lineal del capitalismo y la reducción de todos los aspectos de la vida a la acumulación de valor de cambio es incompatible con los ciclos de la naturaleza y los complejos sistemas naturales. La escisión metabólica teórica definida a grandes rasgos por Marx como “la ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social” se alcanza ahora a escala global y la crisis climática es la expresión preeminente de esta escisión metabólica.

Recientemente han vuelto a superarse las predicciones más lúgubres, ya que una serie de científicos han indicado que se están alcanzando nueve posibles puntos de no retorno del sistema climático, a saber, la fusión del hielo marino del Ártico y del casquete de hielo de Groenlandia, el colapso de bosques boreales, la fusión del permafrost siberiano, del casquete de hielo de la Antártida Occidental y de partes de la Antártida Oriental, el colapso de los corales de agua cálida y de la selva tropical amazónica, así como la desaceleración de la circulación atlántica meridional de retorno. Actualmente vivimos con una temperatura media mundial superior a la de cualquier periodo de los últimos 125.000 años, en el periodo eemiano. El capitalismo ya ha destruido el holoceno mediante las emisiones de gases de efecto invernadero y se ha congratulado a sí mismo bautizando una nueva era climática peligrosamente carente de antecedentes con el nombre de antropoceno. Sigue empujando hacia delante en dirección a la catástrofe. Entramos en las últimas décadas que quedan para detenerlo.

O bien derribamos el capitalismo, o bien el nuevo clima acabará con la civilización humana. No cabe duda: la crisis general del sistema capitalista, cuyas manifestaciones más claras son la crisis financiera y la austeridad, evoluciona hacia una crisis orgánica, en que el desprestigio de las instituciones y de los partidos políticos corroe los pilares de la estabilidad social bajo el dominio de la burguesía capitalista. La crisis climática y la crisis capitalista no se producirán al estilo de Hollywood, ya que el colapso no es un acontecimiento de un día, sino más bien una cascada incesante de acontecimientos, como ya ocurre en diferentes regiones y países que vienen experimentando accidentes medioambientales, sociales y económicos desde hace décadas. En todo el mundo asistimos al ascenso de gobiernos autoritarios y racistas de extrema derecha tras la década de crisis orgánica de la forma neoliberal del capitalismo.

Ninguna amenaza ni ningún riesgo, por grandes que sean, convencerán al capitalismo de que deje de acumular y generar beneficio. Ningún acuerdo institucional acabará con la sed de expansión y la voluntad de poder del capitalismo. Más allá de una ideología orgánica, con su violencia coercitiva y sus instrumentos de hegemonía cultural, el capitalismo se ha convertido en una metanarrativa, naturalizada e invisible en la mayoría de sus aspectos, muchos de los cuales trascienden de lejos el sistema productivo, como su positivismo y su naturaleza globalizada. Para ello, la pulverización de narrativas, poniendo la disputa del poder fuera del alcance y de alternativas, ha sido crucial.

El posmodernismo ha contribuido a privar a los movimientos de masas de instrumentos contrahegemónicos, abandonando la idea del derrocamiento del capitalismo por la mera idea política de sobrevivirle. Las redes sociales suplantan a los medios tradicionales como el instrumento más potente de generación de hegemonía, y se utilizan como el instrumento de mercado capitalista más avanzado para divulgar la confusión, la barbarie y organismos políticos reaccionarios. La violencia del Estado se intensifica para hacer frente a los numerosos desafíos a que se enfrenta el capitalismo, en particular en el sur global: la fachada democrática del sistema capitalista se desmorona cuando se enfrenta a sus crecientes contradicciones, cuando los problemas sociales se convierten en problemas medioambientales y viceversa.

Las instituciones vigentes del poder se construyeron para mantener el status quo, y centrarse en ellas como principal objetivo para disputar el poder hegemónico es un error político del máximo calibre, en particular teniendo en cuenta que quedan diez años de plazo para prevenir el cambio climático descontrolado. La rigidez actual del modelo de partido político puede indicar que este modelo era adecuado para las condiciones materiales de una etapa anterior del capitalismo, pero cada vez menos para el periodo actual de capitalismo globalizado, financiarizado, de mercado en la sombra y de uso suicida de combustibles fósiles.

Este modelo es particularmente inadecuado para las nuevas tareas requeridas: derribar el sistema capitalista, crear una nueva forma de Estado, alternativa al capitalismo, con planificación democrática y centrado en las necesidades reales y en la necesidad perentoria de reducir masivamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Esta tarea también es incompatible con el dogma capitalista basado en el crecimiento económico permanente. El decrecimiento no es un espejismo, sino una necesidad, un cambio planificado para responder a necesidades reales, aboliendo al mismo tiempo el aparato de propaganda que pregona la creación de nuevas necesidades para generar más plusvalía y beneficios a escala global. Esto no es posible bajo el capitalismo y no debería formularse bajo esta premisa.

Actualmente no hay más que dos partidos: el partido del capitalismo y el partido de la supervivencia. Pueden ponerse toda clase de máscaras y nombres y presentarse como partidos políticos diferentes, como sucursales mediáticas de grupos de redes sociales, como ejércitos y como movimientos sociales, pero ante la creciente crisis orgánica del capitalismo (que sigue a la crisis en curso del neoliberalismo o se deriva de ella), la disputa por el futuro vendrá determinada por el desenlace de la lucha entre estos dos bandos. El partido del capitalismo, como siempre, desplegará sus tácticas de revolución pasiva y reestructurará sus marcos y programas para reafirmar el dominio capitalista. Pero la revolución pasiva, las reformas, los arreglos cosméticos y la contabilidad creativa son los instrumentos del ocaso medioambiental.

El partido de la supervivencia no tiene por qué adoptar su forma tradicional, y si se fijan tareas claras ante la crisis orgánica del capitalismo global, también hay que desarrollar nuevas formas de partido, con la tarea clara y permanente de derribar este sistema. Hace falta una revolución ecosocialista para derribar el capitalismo, no por romanticismo o por una visión mecanicista de la historia, sino más bien como una necesidad para asegurar la supervivencia y el mantenimiento de unas condiciones materiales mínimamente razonables para la continuación de las civilizaciones humanas. El palacio de invierno no es más que un símbolo, la revolución real acaece en la combinación de crisis orgánica, instrumentos contrahegemónicos y organización de un partido para la gente trabajadora y el pueblo, que hoy es el partido de la supervivencia.

Existe un cuerpo social y político crítico que se desarrolla al calor de la lucha por el clima, con decenas de miles de activistas políticas. Tirar del freno de emergencia del capitalismo de los combustibles fósiles es un rasgo vinculante de este movimiento. Ya dispone del llamamiento a la ruptura histórica y a la reparación social, histórica e intergeneracional. La explosión del movimiento por la justicia climática ha generado una inmensa dinámica de masas, pero todavía carece de naturaleza revolucionaria. El tiempo tenderá a empujar hacia la revolución con la creciente degradación social y climática frente a la demora capitalista, la inacción y las evoluciones reaccionarias. Otros grupos también tratan de empujar al movimiento a la impotencia, a las pequeñas adaptaciones y al capitalismo verde, pero el objetivo directo de reducir al 50 % las emisiones globales de gases de invernadero de aquí a 2030 reclama un golpe sistémico y una salida revolucionaria del capitalismo de los combustibles fósiles. Los movimientos obreros y anticapitalistas no deben dar la espalda, sino unirse, a este movimiento, pues actualmente es la espina dorsal del partido de la supervivencia.

O bien derribamos el capitalismo y una vez más nos lanzamos al combate de las revoluciones internacionalistas, o el terror capitalista autoritario se combinará con un clima implacable para hundirnos en una escasez desconocida y una descomposición social sin precedentes. Ninguna de nosotras lo ha elegido, pero puesto que todo cambiará, es un tiempo emocionante para vivirlo. No tenemos más excusas ni más tiempo para abstenernos de luchar para vencer, y en este sentido tenemos que convertir esta en la última crisis orgánica del capitalismo, el tiempo de despertar de una nueva historia de la humanidad.
01/12/2019

João Camargo es militante del Movimiento por la Justicia Climática.
Traducción: viento sur

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