Editorial
El Viejo Topo, con la colaboración de Espai Marx, acaba de publicar en
castellano la primera edición española de la obra de Arthur Rosenberg Democracia y
socialismo, una contribución a
la historia política de los últimos 150 años (1789 -1939) Ed.
El Viejo Topo, Vilassar de Dalt, 2022.
Este
libro ha sido olvidado y desconocido, durante decenios, tanto por la academia
como por la izquierda, al igual que lo han sido los demás escritos, muy pocos,
que escribiera el autor. Y esto ha ocurrido no solo en España, sino en todo el
mundo de cultura occidental.
Y
sin embargo, nos hallamos ante la que es la obra cumbre de un gran pensador
comunista, helenista de la escuela alemana de Eduard Meyer, y miembro eminente
de la universidad de Berlín, antes de la primera guerra mundial. Sirva como
ejemplo de su excomunión que, siendo, como es, un autor estudioso de la cultura
clásica que trabaja sobre la democracia, y sobre las luchas de clases en la
antigüedad, de las cuales surge este régimen, Arthur Rosenberg no es citado,
por ejemplo, en la, por otra parte, monumental y extraordinaria obra del
marxista comunista británico G.E.M. de Ste. Croix, La lucha de
clases en el mundo antiguo griego, cuyo índice de los autores que
han estudiado las luchas de clases en la antigüedad griega es enorme.[1]
Por
eso, en este sentido, en el mundo intelectual de la izquierda, resulta una
excepción el helenista italiano Luciano Canfora, quien publicaba en 1981, un
libro sobre Rosenberg, en el que se incluía, además del extenso estudio del
propio Canfora sobre la obra de Rosenberg, un texto del mismo, Democrazia
e lotta di clase nella’antichità, Ed Salerio, Palermo, 1981.
Canfora, cuya creatividad y originalidad está fuera de dudas, sin embargo sí ha
inspirado sus trabajos en las ideas y en los análisis históricos de Arthur
Rosenberg.
Desde
entonces, y a duras, muy duras, penas, aquí y allá -Alemania, EEUU, Italia a
fines de los años setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado…- se ha
ido abriendo paso, siempre con exigüidad, la reedición de algunas de las obras
de Arthur Rosenberg.
Entre
esos casos excepcionales, la Editorial El Viejo Topo ocupa un lugar señero, en
el pleno sentido de la palabra: sin par, y apartado de toda compañía; puesto
que la presente es la tercera obra de dicho autor que publica la editorial. Las
obras de Rosenberg publicadas anteriormente por El Viejo Topo, son Democracia y lucha
de clases en la antigüedad (2006) e Historia de la
República de Roma, (2018) ambas obras publicadas originalmente
en 1921, para la escuela del partido comunista DKP, de cuyas publicaciones
Rosenberg, una vez incorporado a la militancia, pasó a ser inmediato
responsable.[2] Todas
sus obras sostienen tesis marcadamente políticas, y muy originales, pero lo
hacen, mediante el estudio de un caso histórico concreto, sólidamente
defendido, y del cual el lector debe extraer sus consecuencias políticas.
Debemos
hacer constar dos honrosos casos de publicación en castellano de la presente
obra, que no tuvieron, sin embargo repercusión alguna en los respectivos mundos
políticos de la izquierda, ni en los académicos e intelectuales en general. La
edición de Pasado y Presente, en México, 1981, de la mano de José Aricó, y la
de ediciones Claridad de Buenos Aires, de 1967.
Que
tanto las obras, breves, bien escritas, pensadas para el debate militante, como
su obra cumbre, la que hoy se edita y comentamos, deslumbrante, de una
erudición vastísima y agilidad virtuosa en su escritura, hayan caído en olvido
durante tantos decenios, demuestra que Rosenberg ha sido un autor proscrito.
Como sabemos Rosenberg, que había nacido en 1883, era uno de los universitarios
más descollantes de la universidad de Berlín, discípulo favorito de Eduard
Meyer, y llamado a ser el sustituto, en la cátedra de Berlín, de esta gran
autoridad mundial de la helenística.[3]
En
esas fechas, Arthur Rosenberg era un intelectual de élite leal al Reich. Al
inicio de la Primera Guerra Mundial, Rosenberg fue incorporado a la Oficina
Central del Ejército, organismo creado por el general Ludendorff, verdadero
hombre fuerte del régimen, aparato institucional que era, de facto, un estado
dentro del estado, y un verdadero partido único protonazi. Dentro de este
colosal aparato, Rosenberg fue destinado a la sección de espionaje, bajo la
inmediata dirección del coronel Walter Nicolai, director de dicha sección, y
fue encargado del análisis de las potencias de la Entente, en el caso de
Rosenberg, en particular el análisis de los EEUU. La participación en el
espionaje le permitió el acceso sin censura a la información sobre la guerra. Y
esto, la barbarie de la misma, el terror dictatorial creado, las desapariciones
y la persecución, tanto en la retaguardia, como en el frente, entre la tropa,
contra toda discrepancia así como la censura y la mentira sobre el curso de la
guerra, permanentemente elaboradas, entre otras instituciones, por su propia
oficina, para fanatizar a la sociedad alemana, todo esto en su conjunto, hizo
que cayera la venda de sus ojos, y que Rosenberg conociera la realidad del
Reich.
Tampoco
le parecían mejores los regímenes políticos de la Entente. Rosenberg, vacunado
contra el liberalismo por su formación ideológica, se encontraba, además en un
lugar privilegiado para saber cómo estaban actuando las potencias de la
Entente. Conocía a fondo lo que acaecía en EEUU, y también en Francia y Gran
bretaña, la represión interior, la mentira de la prensa, etc., y esto le
llevaba a considerar que dichos regímenes no eran menos oligárquicos e
inhumanos que el Reich y el Kaiser. Todo este conocimiento, junto con el
estallido, en 1917, de la Revolución Rusa, produjeron en él una inflexión
ideológico moral radical. En 1918 se adscribe al USPD, Partido Socialista
Independiente de Alemania.
Sabedor,
como la mayoría de los militantes de izquierda, de que en el seno del Partido
Socialista Independiente, de resultas de la guerra y de la revolución rusa, se
larvaba una gran crisis entre la militancia de su ala izquierda, Rosenberg
desestimó la fuga hacia adelante representada por la escisión de la izquierda
del USPD, que se constituía –nuevamente– en Partido Espartaquista. Consideró
que el proceso escisionista encabezado por Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht,
era un proyecto político sectario. Rosenberg valoraba a ambos políticos por su honradez,
pero, no precisamente, por su capacidad política. Especialmente, la de
Liebknecht. Rosenberg acertó. En 1920, más de la mitad de la militancia del
USPD se unió al KPD, Partido Comunista de Alemania, y Rosenberg pasó a militar
en dicho partido, en el cual, desde el principio, pasó a dirigir la sección de
publicaciones. En 1924 fue nombrado miembro del Comité Central y fue elegido
diputado en las elecciones por las listas del KPD. Ese mismo año, en el V
Congreso de la Komintern, Rosenberg pasa a formar parte del Ejecutivo Ampliado
y del Presidium de la Komintern.
En
1927, sin embargo, Rosenberg abandonaba el partido.
Y
la causa que lo impulsaba a abandonar la militancia es el motivo que lo
convierte, hasta casi el presente, en un desconocido, para todas las corrientes
y tradiciones marxistas. Porque su motivo de ruptura y separación de la
Komintern, no fue el «antiestalinismo» militante, ni el protrotskismo, ni su
inclinación hacía el «comunismo de los consejos». Sino una razón que lo separa
de todos. La consideración fundamental era que la revolución había dejado de
ser una posibilidad inmediata. Algo que merecía la inmediata pena de excomunión
por parte de todos los grupos de izquierda.
Tras
esta opinión sostenida por Rosenberg había un poderoso análisis alternativo
sobre la importancia, clave para él, del «factor subjetivo», que, para
Rosenberg, desde siempre, había sido el motor que posibilita la revolución.
«Factor subjetivo» que no era el partido, ni la ideología elaborada, ni la
teoría, ni la agitación, sino la organización estable, masiva, para generar
control sobre la actividad, de la mayoría de las clases subalternas, en un
movimiento denominado, de siempre, «La democracia».
Para
1927, en Europa y el mundo capitalista en general, se producía una profunda y
persistente, crisis económica, que, como sabemos nosotros, dos años después, en
el 29, precipitaría una nueva caída en el abismo. Y esta era la razón a la que
se atenían todas las corrientes comunistas y de izquierdas para sostener la
inminencia de la revolución, con independencia de que, ya en plena crisis
económica, el Fascismo se hubiese hecho con el poder en Italia en 1922.
A
juicio de Rosenberg, faltaba un movimiento de masas capilarmente organizado,
que organizase a la mayoría de las clases subalternas, el movimiento de la
«democracia», que no existía en Europa. Un movimiento socio político, en cuyo
seno, y no desde fuera, las fuerzas políticas participantes, estudiasen el
proceso y debatiesen ideas políticas -la democracia no es un movimiento
apolítico-. Y en esas condiciones, para Rosenberg, no era posible la
revolución. Motivo y análisis chocaban y desautorizaban todas las tradiciones
rojas existentes.
Precisamente
por echar en falta, no teoría ni crítica, sino movimiento de masas establemente
organizado y praxis, Rosenberg no se acercó, tampoco, al dilettantismo exquisito
de los Frankfurtianos, grupo cuyas diversas corrientes coincidían en la idea de
que era la teoría, el estudio crítico, teórico, multidisciplinar, de la
sociedad, las ciencias, incluidas la sociología y el sicoanálisis, lo que
lograría elaborar una percepción de la realidad que impulsara a las masas a la
revolución, o que la enajenación era tal que solo el arte vanguardista podía
superarla, etc. También para estos intelectuales académicos, Rosenberg
resultaba odioso.
Rosenberg,
historiógrafo helenista, y estudioso de la democracia clásica, pensaba que el
proceso no estaba encallado por falta de elaboración ideológica, por carencia
de teoría, o por «falsa consciencia». Sino porque la gente percibía su real
impotencia. Y esta impotencia no era un ideologema o impresión, una distorsión
ideológica, una «apariencia», o falsa consciencia, sino la «experiencia» de una
realidad ontológica. La falta de organización estable, sostenida, continuada,
de las clases subalternas, el «demos», para generar actividad capilar,
democráticamente organizada y controlada por las mismas, hubiese o no fuerzas
electorales, y hubiese, o no, grupos agitadores, externos, de la idea de
revolución, impedía toda posibilidad de transformación social.
Ciertamente,
Rosenberg nunca rechazó la actividad política institucional, parlamentaria, que
él mismo había ejercido, pero era sabedor de la historia del SPD alemán,
partido que había obtenido grandes éxitos electorales, y cuya actividad
política fue infecunda, estéril, y, en definitivas cuentas, subordinada a la de
la clase dominante.
Según
Rosenberg, una vez se hubiera creado ese movimiento –la «democracia»– desde su
seno, a partir de la experiencia generada por su capacidad de control sobre la
actividad, esto es, desde su creciente poder, y desde la experiencia creada por
ese poder en las personas organizadas y en las que percibían las consecuencias
efectivas de la misma , se generaría el proyecto, el programa, los fines o
metas. No desde fuera.
La
experiencia y la elaboración a partir de la misma, sería ciertamente una
gnoseología, un conocer y un proponer, o ideología, pero, al ser generada en
los propios individuos organizados, a partir de la experiencia producida por la
organización creadora de nuevo ser práxico intersubjetivo, masivo, y nuevo
poder sobre la realidad, precisamente por eso, sería una ideología orgánica.
Una ideología correlacionada con la verdadera capacidad de poder surgente que
generara el movimiento de la democracia.
Someto
al lector la consideración sobre lo próximo que está esta interpretación que es
la que elabora Rosenberg, de la noción de «filosofía de la praxis», de Antonio
Gramsci. Noción en la que, como nos explicaba Manuel Sacristán, «de la praxis»
es genitivo subjetivo; es decir, es la praxis la que se reflexiona a sí misma,
son los agentes que la generan, los que, desde su experiencia de poder nuevo o
nuevo control sobre la actividad, reflexionan su capacidad nueva, histórica,
existente, y elaboran su proyecto de vida y su programa político, como parte
del mismo.
Esto
no excluye que el nuevo sujeto organizado, «La democracia» –o el nuevo «blocco
storico»–, no substituible por su comité de dirección, lea, estudie
–periódicos, revistas, libros, editoriales, organización para formarse–- ,
delibere sobre las ideas elaboradas por los intelectuales estudiosos, las tenga
en cuenta y las integre, las repiense y reelabore, protagonistamente, a partir
de su experiencia de poder .Como hacen las organizaciones de las patronales,
que atienden los estudios de sus intelectuales orgánicos sin que les cedan, por
ello, el control de sus organizaciones.
Esta
concepción, según la cual, el problema lo constituye la falta de subjetividad,
pero entendida, no como carencia de discurso, no como falta de ideología
elaborada por el instrumento adecuado, o como falsa consciencia ideológica,
sino como carencia de ontología, como inexistencia de entidad subjetiva,
humana, organizada que generara democráticamente actividad, –el «Sujeto», a
crear, es el verdadero «Objeto»– es la que convirtió a Rosenberg en un apestado
para todas las corrientes rojas, afectadas, por esas fechas, de
revolucionarismo imaginario. Precisamente, como consecuencia de la gran crisis
económica, los fascismos estaban en auge. El italiano, estaba ya en el poder,
según hemos señalado, desde 1922; el nazismo estaba a la vuelta de la esquina.
Permítasenos
insistir en que el Sujeto al que nos remite Rosenberg, consiste en un
movimiento, organizado establemente, que controla la sociedad, que genera
cultura de vida y capacidad de lucha, y que es a lo que se denomina «La Democracia».
Este movimiento no puede ser confundido con los movimientos solo
reivindicativos, sectoriales, que se constituyen para protestar activamente
sobre un determinado objetivo, y exigir de los poderes que cumplan lo que se
reivindica.
Como
escribe Marx «Un pueblo trabajador, por el mero hecho de plantear sus
reivindicaciones al estado, exterioriza plenamente
mediante su palabra [aus-pricht; aus,
exteriorizar hacia afuera; pricht, habla]
su consciencia de que ni está en el poder ni se halla maduro para gobernar».
Con
independencia de que el discurso exprese fines retumbantes y apocalípticos, el
fin de los tiempos, el socialismo o el comunismo. Porque dichos fines, de no
haber intersubjetividad organizada que los haya elaborado desde su experiencia,
o que los haya recogido del depósito cultural de la tradición, de cuyas luchas
precedentes han surgido, y los quiera llevar a ejecución, no son expresión
verbal de nadie, sino, abandono «del punto de vista del movimiento de clases
para retroceder al movimiento de sectas».[4]
La
democracia así entendida, es una tradición que, como nos va a mostrar Rosenberg
en su obra, surge en la Grecia clásica, tiene en la Contemporaneidad un
resurgir potente, y es ésta, precisamente, la tradición a la que pertenecen
Marx y Engels.
Podemos
encontrar las ideas que hemos citado, también, en los escritos sobre la AIT, de
Marx. Pero, muy destacadamente, en El Manifiesto
Comunista. Recordamos que su primer capítulo canta, con un
pletórico optimismo, quizá digno de mejor causa, las hazañas y «el poder
fáustico» del capitalismo que ha trastornado el mundo.
Es
el segundo capítulo el que expone la concepción de la política que poseen los
autores, y en el que se expresa concisa y crudamente el rechazo a que nadie se
constituya como partido al margen del movimiento, ni pretenda elaborar o
redactar ex ante y desde fuera,
el programa, el proyecto, la ideología y la teoría que debe dirigir al
movimiento de masas.
Estas
ideas expresadas con contundencia, hacen del texto un verdadero y radical
antimanifiesto o antipanfleto: «Los comunistas no forman un partido aparte,
opuesto a los otros partidos obreros. (…) No proclaman principios especiales a
los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas solo se
distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las
diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los
intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de su
nacionalidad; y por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo
por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre
los intereses del movimiento en su conjunto. (…) El objetivo inmediato de los
comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios, constitución [
en realidad: «Bildung», Building,
construcción, edificación/ aedificatio,
formación; es decir, originación de lo que no existe] del proletariado en
clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político
por parte del proletariado. La tesis teóricas de los
comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o
descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son
sino la expresión [Aus-drücke: expresión, idea
que surge de lo interno o del seno del movimiento; no explicación teorética, ni
científica, elaborada al margen de la praxis; aus:
exteriorizar, objetivar, sacar de uno afuera; drüke:
impresión] del conjunto de las condiciones de una lucha de clases existente, de
un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos (…)».[5]
En
lo que llevamos escrito, hemos adelantado ya la idea central de la obra de
Rosenberg ahora publicada. Pero en el libro, que repasa la historia de la
democracia, explica su origen en las luchas de clases de la antigüedad, y su
resurgir en la Edad Contemporánea, hay otras muchas valiosas ideas que lo hacen
de lectura imprescindible. Repasemos sucintamente su contenido.
En
lo que llevamos escrito, hemos adelantado ya la idea central de la obra. Pero
en el libro, que recorre históricamente el origen de la tradición de la
democracia, y su resurgir en la Edad Contemporánea, hay otras muchas valiosas
ideas que lo hacen de lectura imprescindible. Repasemos sucintamente su
contenido.
En
la primera parte de la obra, como hemos avanzado, se nos explica cuáles son los
orígenes de la democracia. Su nacimiento se produce en la antigua Grecia, como
consecuencia de las luchas de clases entre pobres y ricos. Como prueba,
Rosenberg recurre al libro 3 de Política de
Aristóteles, donde el estagirita nos explica que la democracia es el nombre del
poder de los pobres. Y que así sería, incluso si, per
impossibile, hubiese una polis o
sociedad en la que los pobres fuesen la minoría y los ricos la mayoría.
Magnífico ejemplo que sirve para explicar el significado analítico del término
democracia, dictadura de los pobres organizados.
Es
la praxis histórica, la «stasis/discordia»
o guerra civil, la organización de los pobres para la lucha de clases, lo que
genera el poder, o kratos, del demos,
o pobres. Los «aporoi» o carentes de riqueza,
los «fauloi», o feos, o gentes de
poca calidad, tal como se los denomina hostilmente, en estos textos. Y el
triunfo de los pobres, en sus luchas, o el triunfo en el esfuerzo por salvar la polis –Salamina–,
son los que instauran su régimen, la democracia, mediante el que los pobres
organizados dominan la polis-comunidad. Como queda
claro, «democracia» es, a la vez, nombre de movimiento organizado, nombre de
una praxis histórica
generada por el mismo, y nombre de una tradición de pensamiento surgida del hacer
histórico.
A
continuación, Rosenberg pasa a explicarnos la recuperación de la tradición de
la democracia, en la Contemporaneidad, durante la Revolución Francesa.
Rosenberg, como Antonio Gramsci o Georg Lukács, inspira su reflexión sobre la
Revolución Francesa en la obra del gran historiógrafo francés, Albert Mathiez,
cuyo trabajo de conjunto impone una inflexión a la historiografía sobre la
Revolución Francesa. Mathiez es el gran defensor de la figura de Robespierre.
También de la revolución rusa, que identifica de inmediato con la revolución
campesina que fue la Francesa.[6]
Como
recoge Rosenberg, Robespierre es el representante orgánico, o tribuno, del
movimiento de masas, quien, al final del proceso revolucionario, durante el
cual él había sido un republicano.[7] Tras
ver cómo, en tres ocasiones, la nueva aristocracia del dinero había intentado
destruir los derechos y libertades recién adquiridos por los pobres, para
someterlos económicamente, mediante el intento de golpe de estado, y mediante
el pacto con el enemigo exterior, Robespierre declara que no basta con la
república, o régimen en que todos, pobres y ricos, convivan, sino que hay que
constituir una democracia, porque la aristocracia nueva del dinero no ceja en
su intento de liquidación de los derechos y los recursos materiales de los pobres.
En 1793, tras el intento de fuga del rey, que conlleva la constitución de la
Primera República, Robespierre declara que solo los pobres son virtuosos; con
plena consciencia de lo que significa, exige, consciente de su significado, la
democracia, el poder de los pobres.
Al
hilo de la obra de Albert Mathiez, Rosenberg destruye la explicación estándar
–liberal burguesa– sobre la Revolución Francesa. Según esa otra elaboración
espuria, pero aún vigente, en la Revolución Francesa, la burguesía se enfrenta
contra el feudalismo: y por ello, la Francesa, es una revolución burguesa
conscientemente dirigida por la propia burguesía Sería la burguesía la que, en
ese proceso, instauraría un régimen político, la democracia. Y en ese proceso
revolucionario burgués, como consecuencia de éste, como ala izquierda, a
posteriori, y aprovechando la democracia, a veces para destruirla,
surge el movimiento popular revolucionario y la democracia popular
revolucionaria.
Frente
a este modelo, que es una falsificación, Rosenberg restituye la verdad: La
Revolución Francesa tiene su origen en un levantamiento popular. Y a lo largo
de la misma, se enfrentan dos corrientes rivales, la liberal burguesa,
antidemocrática, y la popular, antiburguesa y democrática, organizada y compuesta
por la participación popular de la sansculotterie,
por el campesinado, y por los clubs, el jacobino, a su cabeza, dirigido por
Robespierre.
Rosenberg
sale al paso de la falsificación sobre lo que se entiende por la democracia
jacobina. La democracia jacobina es un poder político capilar, que carece de
aparato burocrático, no tiene funcionarios. Los cargos necesarios para su
funcionamiento son elegidos.
Según
Rosenberg, la democracia es derrotada por la burguesía debido a que aquella
carecía de un análisis del radicalmente nuevo sistema de explotación burgués, y
en consecuencia, de un programa económico.[8]
Rosenberg,
al hilo de Albert Mathiez, combate el mito de que Robespierre fuera un pequeño
burgués y un sanguinario. Robespierre fue el representante orgánico más señero
del movimiento democrático, y, en cuanto a su obra, para decirlo con Marx, es
la «literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha expresado [aussprechen,
hablar; auss-prach: hablar
expresando; auss– hacia afuera (desde
dentro… de la experiencia del movimiento) prach,
hablar] las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etc.)».[9]
Precisamente
por eso, el propio Babeuf, en carta al Ciudadano Bodson, redactada poco antes
de ser ejecutado, refiriéndose al gran tribuno revolucionario, escribía que
Robespierre es la democracia.
A
continuación, Rosenberg expone el otro proceso de masas organizadas como
movimiento de la democracia, que se origina también a comienzos de la Edad
Contemporánea, pocos años después de la Revolución Francesa, en los Estados
Unidos, y que es encabezado por Thomás Jefferson.
Como
sabemos, Jefferson era un gran político estadounidense, de formación ilustrada
que, en vísperas de la Revolución Francesa, desempeñaba el cargo de embajador
de EEUU en Francia y asiste al estallido de la Revolución. Las ideas de
Jefferson evolucionaron durante ese periodo, y se suele considerar que había
llegado a ser ideológicamente próximo a los «Girondinos» o «Feuillants».
A
su regreso a EEUU , Jefferson, que llegaría a ser presidente de EEUU durante
dos mandatos, inspira la organización de un movimiento demo republicano que se
organiza como Partido Republicano y que trata de garantizar tierra a todo cultivador
pobre que quiera labrarla personalmente. Jefferson trataba de frenar así la
oligarquización de la república y la transformación de la misma en una
república plutocrática. Es éste otro caso de movilización democrática
fracasado, si bien no termina con el asesinato de su tribuno, como había
sucedido en Francia, sobre el que nuestro autor reflexiona y extrae
conclusiones.
A
lo largo del libro, Rosenberg irá refiriéndose, y analizando la suerte, del
movimiento democrático estadounidense.
La
segunda parte de la obra de Rosenberg, que es la central y más extensa,
estudia, en paralelo, la democracia y el marxismo, que es una corriente que
forma parte de ese movimiento.
Rosenberg
explica que desde la Revolución Francesa hasta mediados del siglo XIX se
produce en Francia una guerra civil entre los liberales, esto es, los
capitalistas burgueses y sus aliados, por una parte, y, por otra, los
demócratas, el movimiento democrático popular organizado, que es aplastado una
y otra vez por los primeros. Rosenberg recalca que, hasta mediados del siglo
XIX , es inexistente, ni tan siquiera como especulación ideológica, una teoría
de la democracia liberal, burguesa. Solo en 1847, Lamartine comenzará a
elaborar esta ideología en el periódico Le National.
Dicha ideología reinterpreta la democracia, no como movimiento organizado de
masas, sino como sufragio universal –masculino–, carente de programa social,
ejercido por una ciudadanía desorganizada, que delega pasivamente el quehacer
político en los representantes electos, que gestionan y gobiernan desde un
estado burocrático.
Pero
el movimiento de la democracia, de la Francia del 48, en su inmensa mayoría se
sentía expresado en el Programa de la «Democracia Social», cuyo representante
era Louis Blanc. Éste, junto con Ledrou Rollin, eran los dirigentes de la
«Democracia Social» francesa de los años 40 del siglo XIX. Ambos políticos,
junto con Marx y Engels, y Bismarck, son los personajes que más veces son
citados en la presente obra.
Como
nos explica Rosenberg Louis Blanc era el enlace entre la democracia y el
pensamiento socialista surgido del utopismo, y había elaborado un programa
social para la democracia, que era el que conectaba con el sentir mayoritario
del movimiento
Consistía
en la defensa de la pequeña propiedad de la tierra, en la garantía de los
derechos materiales de los trabajadores, el impulso al cooperativismo, que era
el centro de su programa, y la creación Estatal de Ateliers
nationaux para dar trabajo a los obreros en paro. Este fue el
proyecto más radical asumido mayoritariamente por el movimiento de la
democracia, a la luz de su experiencia: el programa de la Democracia Social.
La
tradición praxeológica democrática constantemente reelaborada y puesta en obra
por el movimiento popular, es el mundo político cultural en el que surge el
socialismo francés y el comunismo, que es también, originario de Francia. Y es
el mundo cultural que explica el pensamiento y la praxis política de Marx y
Engels.[10]
Marx
y Engels surgen en ese continuum histórico, no
son seres que se nacieran a sí mismos en lo político. Ese es el marco
interpretativo histórico, el contexto genético concreto, desde el cual se debe
leer y entender a los clásicos –problemas que afrontan, polémicas en que
participan, organizaciones y personas entre las que se integran y tratan,
tradiciones que heredan y continúan/renuevan, etc.
La
historización de los clásicos los hace aún más potentes: muchas de las ideas
que expresan (creadas o recogidas por ellos) adquieren pleno sentido sólo en
este contexto histórico de la tradición rediviva de la democracia, como
movimiento de masas.
Marx
y Engels son representantes plenos de la «democracia primitiva», que es como
Eduard Berstein la denomina, despreciativamente, y en la que Berstein incluye a
nuestros clásicos, para menoscabarlos y que se los considerase arcaicos y
desfasados.[11] Esto
era algo sabido por todos durante el siglo XlX; pero para llegar a conocerlo
hoy hay que leer los debates y conocer a los demás autores y teóricos
revolucionarios. Del mismo Berstein, hoy día, si se lo menciona, solo se sabe decir
que era un «revisionista». No un enemigo declarado de la democracia como
movimiento o «democracia primitiva».
Rosenberg
escribe, sobre Marx y Engels, en relación con Louis Blanc: «Marx y Engels
fueron los primeros demócratas totalmente liberados de las ilusiones y de la
afición por experimentos infundados».[12]
En
parte, el deseo de Berstein tuvo éxito y se cumplió. No porque se critique hoy
día a nuestros clásicos como miembros del movimiento de la democracia. Pero sí
porque existe un desconocimiento absoluto sobre este hecho mismo, fundamental
para entenderlos. Hoy, a lo sumo, se piensa en Marx y en Engels como en grandes
teóricos, científicos sociales, críticos de le economía, intelectuales
merecedores de que su obra sea tenida en cuenta en la Academia por haber sido
los primeros en dar una explicación de conjunto sobre el constante
desequilibrio de la economía capitalista, etc. Los debates centrales que se les
atribuyen son sobre la «Forma valor», la teoría de la Crisis… etc, y no se los
tiene en cuenta por lo que ellos fueron y quisieron ser.
Rosenberg,
en evidente polémica con la crítica de Eduard Berstein, alaba precisamente a
Marx y Engels, por esa misma causa, por pertenecer a la tradición de la
democracia; donde Berstein ve un mal, Rosenberg ve lo positivo, lo valioso del
legado recogido por los dos clásicos; pero ambos, Berstein y Rosenberg,
coinciden en el hecho.
La
democracia, el movimiento establemente organizado, compuesto por las clases
explotadas, comete errores, y actos inmorales políticamente. Rosenberg no duda
en señalarlos con claridad, pero sin delectación. Esta idea, que se encuentra
también tratada en otras obras de Rosenberg, revela la radicalidad de su
concepción de la historicidad humana. No hay nunca un estadio humano que sea
irreversible. Todo depende de nosotros, los propios seres humanos; esa es la
contrapartida de la libertad ontológica que poseemos.
La
derrota de la revolución de 1848, nos explica Rosenberg, se debe a que el
movimiento obrero, que era, en ese periodo, el espinazo del movimiento social y
cultural organizado de la democracia, una vez se constituye la Segunda
república, acepta la propuesta que la burguesía le hace. No subirán los
salarios, pero, en contrapartida, los impuestos que paguen el mantenimiento del
nuevo régimen republicano caerán sobre el campesinado. Esto produjo de
inmediato la desmovilización del campesinado, que constituía la mayoría de la sociedad,
y el aislamiento del movimiento obrero organizado. El posterior heroísmo de los
obreros en las barricadas, en julio del 48, no compensa, ni palía la gravedad
del suceso. Se produjo la derrota.
En
esas fechas el proyecto burgués, liberal, estaba deslegitimado, había hecho
crisis y se había hundido en febrero de 1848. El proyecto de la democracia
social. había sido liquidado definitivamente en julio de 1848. En esta
situación de ausencia de proyectos políticos de masas, capaces de organizar una
alternativa de sociedad, se daban las condiciones para que se instaurase un
nuevo régimen personalista, el Bonapartismo.
Rosenberg
ha reflexionado mucho y en diversas ocasiones, a partir de El
18 brumario de Luis Napoleón Bonaparte, obra escrita por Marx,
sobre las condiciones de posibilidad que generan estos regímenes. Por ejemplo,
en su obra sobre la república de Roma explica el advenimiento del Imperio como
consecuencia de la sucesiva derrota de los proyectos políticos posibles
elaborados por las distintas clases sociales. En tal situación de caos, y de
atomización, se da la oportunidad para que individuos demagógicos e
inteligentes, que sepan entender las necesidades materiales de la gente y el
vacío de poder existente, se hagan con el poder…[13] Y
Rosenberg repasa ese periodo de la historia de Francia.
La
fecha final de la historia estudiada en esta segunda parte de su obra es 1895,
año de la muerte de Engels. Pero Rosenberg señala que, tras 1871, la democracia
se debilita como consecuencia del gran poder hegemónico adquirido por el
capital y la consiguiente nueva derrota del movimiento democrático, la de la
AIT. La interpretación del significado, y de la intención, que posee el texto
de Marx Guerra civil en Francia mediante
el que hace el elogio póstumo de la insurrección de la Comuna de Paris, es otra
nueva, valiosa, aportación de Rosenberg.
Tras
1871, se produce una inflexión y pérdida de influencia de la tradición
praxeológica en la sociedad. Rosenberg coincide, también en esto, con el
análisis elaborado por Antonio Gramsci, quien considera que la Revolución
Francesa, iniciada en 1789, se concluye en 1871.
La
tercera parte de la obra trata sobre la democracia desde 1895 hasta la
actualidad de 1939.
En
esta parte Rosenberg elabora un análisis del bolchevismo en sus inicios, que
era parte del «movimiento democrático masivo del pueblo ruso».[14]
Refiriéndose
a Lenin , escribe Rosenberg: «Por primera vez desde la muerte de Marx y Engels,
aparecía un hombre que, estudiando las obras de los maestros, y observando
simultáneamente y con ojo crítico las condiciones de su propio país, revivía la
democracia revolucionaria, al estilo de 1848. Lenin fue el primer
socialdemócrata que comprendió el aislamiento profesional del movimiento obrero
y lo combatió como el obstáculo principal para la revolución (…) El estado
soviético tal y como lo concibió Lenin y como pareció surgir de la práctica de
la Revolución rusa, representó en realidad un renacimiento del tipo comunal de
democracia».[15] Y:
«Lenin presentó una formulación clásica de la democracia
social en su teoría de una dictadura democrática de los
trabajadores y campesinos».[16]
Pero,
al término de la guerra, el capitalismo imperialista centró sus esfuerzos y
recursos en eliminar el nuevo poder de la democracia de masas que se organizaba
en Europa, y que había prendido particularmente en Rusia. «La lucha entre el
imperialismo internacional y la democracia social renovada proveniente de Moscú
duró aproximadamente hasta 1923. El resultado fue el fracaso total de la
democracia en todos los frentes, ante todo en la misma Rusia».
La
situación se hizo desesperada para la democracia rusa, en cuanto terminó la
guerra, desde el mismo año 1918 La guerra civil –no mencionada en su resumen,
por Rosenberg– con una intervención enorme de tropas extranjeras fue la
puntilla. Así «Hacia 1921, Lenin se dio cuenta de que ya no quedaba ninguna
esperanza de que la revolución obrera triunfara en ningún país fuera de Rusia
en el futuro próximo (…) El autogobierno de las masas trabajadoras fue
reemplazado por una dictadura centralizada del partido bolchevique».[17]
Parte
de esa reacción imperialista es el fascismo, sobre el que Rosenberg incluye, a
continuación de lo anterior, un análisis.
El
libro termina con un repaso de las fuerzas democráticas existentes en la
actualidad, y con un último capítulo en el que Rosenberg sintetiza o resume las
características de la democracia, su carácter de tradición praxeológica:
«Históricamente, la democracia no existe como una cosa en sí misma, como
abstracción formal. Al contrario, la democracia es siempre un movimiento
político concreto, impulsado por fuerzas sociales y clases especificas que
lucha por objetivos particulares. Un Estado democrático es por tanto un Estado
en el que impera el movimiento democrático».[18]
El
libro de Rosenberg, como el resto de su obra, está repleto de ideas seminales,
originales, buen fundamentadas, fruto de su reflexión intelectual sobre la
experiencia producida por su participación en las luchas de un periodo
revolucionario. La mayoría de sus ideas novedosas, explicadas sutilmente
mediante las «parábolas» de casos y procesos históricos que el lector debe
interpretar políticamente, queda fuera de esta recensión de la obra que
elaboramos con motivo de su nueva edición. Pero consideramos que, con lo
resumido, queda cumplida la finalidad de presentar la obra.
Notas:
[1] G.E.M. de Ste. Croix, La lucha de clases en el mundo
griego antiguo, Ed Crítica, Barcelona, 1988.
[2] La traducción de Historia de la república de Roma, al español fue
hecha por Margarita Nelken, y publicada en Madrid, en 1926, por Ed Revista de
Occidente. Un hito aislado, comparable –al decir de Marx– al pasmo y
desconcierto producido por un trueno en un día despejado.
[3] La escuela helenística germánica, a la estela de Eduard
Meyer, se caracteriza, entre otros rasgos, por considerar que, en las polis de la
antigua Grecia, la esclavitud era un factor marginal. Y que, por ello, pudo
darse la existencia histórica de regímenes res publicanos, que en bastantes
casos dieron paso a democracias. No sugiere otra cosa Aristóteles en su Política, obra en la que
nos explica que el buey es el esclavo del pobre.
[4] Ambas citas, en Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha, capítulo 3.
Ricardo Aguilera editor, Madrid, 1971 Texto de Marx, respecto del cual, Engels,
en carta a Bebel de 1875, que suele ser incluida junto al mismo, recomendaba
que se sustituyese la palabra «estado» por la palabra «Gemeinwesen», comunidad, o
comuna; Societas
civilis o res publica, sociedad civil,
en la tradición de pensamiento. El texto en alemán, con el que hemos cotejado
está en https://marxwirklichstudieren.files.wordpress.com/2012/11/kritik-gothaer-programm-kommentiert.pdf
[5] Karl Marx, Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Ed Progreso,
Moscú, 1972. Capítulo 2. El texto en alemán, con el que realizamos el cotejo,
procede de la edición del Manifiesto, bilingüe,
publicada por ed. Crítica, Barcelona, 1998 con prólogo de Erick Hobsbawm.
[6] Albert Mathiez, El bolchevismo y el jacobinismo (1920).
[7] En la tradición res publicana a la que
pertenece Robespierre, la de Aristóteles, una res publica puede ser
monarquía, aristocracia y democracia.
[8] Sin lugar a dudas, los análisis sobre la situación
económica durante la Revolución Francesa proceden de la soberbia obra de Albert
Mathiez, entre otros escritos del mismo, La vie Chère et le mouvement social sous la
Terreur, Ed Payot, París , 1927, y su espléndida síntesis sobre la
revolución, traducida al castellano, y editada en tres volúmenes, La Revolución Francesa, Ed Labor,
Barcelona, 1935. Hay una segunda edición de Ed. Labor, publicada en 1949.
[9] Karl Marx y Friedrich Engels, Inicio del Apartado 3 del
capítulo tres de El Manifiesto del partido comunista. Cotejo del
alemán a partir de la edición bilingüe de Ed. Crítica, citada.
[10] Estas ideas eran de sentido común antes de la
Revolución Rusa y la creación delos partidos comunistas Komintern. El lector
podrá corroborarlas fehacientemente en: William H. Sewel, Trabajo y revolución en Francia,
El lenguaje del movimiento obrero desde el Antiguo régimen hasta 1848, Ed Taurus,
Madrid, 1992 (0riginal, 1980). Alain Maillard La Communauté des égaux. Le
communisme néo- babouviste dans la France des annéss 1840. Ed. Kimé,
Paris, 1999. Jacques Grandjonc, Communisme/kommunismus/Communism, Origine
et développement de la terminologie communautaire prémarxiste, des utopies aúx
néo- babouvistes. Actualmente en Edtions De la Grange Batelière, 2021.
Anteriormente en Editions des Equateurs, 2013. Primera edición en Karl Marx
Haus, Trier, 1988.
[11] Eduard Berstein, Las premisas del socialismo y las tareas de
la socialdemocracia. Problemas del socialismo. El revisionismo en la
socialdemocracia. Ed Siglo XXI, México, 1982.
[12] Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo, Op. Cit. pág.
87.
[13] El gran admirador de Rosenberg, Luciano Canfora,
inspirándose en él, y en el mismo sentido, escribe un deslumbrante libro: Julio César, un dictador
democrático, Ed Ariel, Barcelona, 2000.
[14] Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo, pág. 309.
[15] Arthur Rosenberg, Op. Cit. pp 310, 316.
[16] Arthur Rosenberg, op. Cit. pág. 335.
[17] Arthur Rosenberg, op. Cit. pp. 317 y 318.
[18] Arthur Rosenberg, op. Cit. pág. 335.