La
globalización made in USA se ha acabado. Incluso Larry Fink, el todopoderoso
CEO de Blackrock, se lo ha recordado a Zelenski, instándole a alcanzar un
acuerdo. China desarrollará una nueva estrategia basada en tres anillos.
China: ¿de los “tres mundos” a los “tres anillos”
El Viejo Topo
28 septiembre, 2022
En el debate
académico y político suscitado en China acerca de cómo debe ajustar su
estrategia exterior a la nueva situación internacional surgida tras la invasión
rusa de Ucrania y la reacción de los países occidentales, la irrupción de Cheng
Yawen, profesor de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Shanghai
International Studies University, sugiere algunos tópicos de interés.
Escribe Cheng,
en Monthly Review, que
nos hallamos en un punto de inflexión que supondrá el punto y final del modelo
de globalización liderada por los EEUU. Desde 2018, tras el discurso del
vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson, esta tendencia se había
trazado con total claridad, incluyendo el llamamiento al “desacoplamiento”,
ensayado ahora a mayor escala con Rusia pero que en realidad tendría a China
como objetivo principal. En la misma línea, EEUU dificultará al máximo las
posibilidades de mejora de la posición internacional de China, recabando, con
el argumento principal de la seguridad y la naturaleza antiliberal de su
sistema político, la solidaridad del resto de Occidente. La intensificación de
la presión y el desacoplamiento progresivo permitirían a Washington recuperar
posiciones y reconstruir y asegurar su estatus aun dominante en el sistema
internacional.
La cumbre de
Madrid de la OTAN supondría así un mensaje que China debe interpretar como la
asunción común de la disposición a la confrontación a gran escala con Rusia y
China para defender el “orden basado en reglas”, es decir, en“sus” reglas de
poder para garantizar el orden global vigente.
En este
contexto, en el futuro inmediato, China debería prepararse para enfrentar
crecientes dificultades en sus relaciones de cooperación, a cada paso menos
estables y profundas, con los principales países de Occidente en tanto en
cuanto se reafirme en su desafío natural a la estructura de poder mundial
centrada en los países desarrollados liberales. Para Cheng, es “poco probable”
que el “desacoplamiento” de la economía, la tecnología, el conocimiento y las
relaciones políticas iniciado por los EEUU (con la ayuda de otros países
occidentales) dé un paso atrás. La guerra entre Rusia y Ucrania provocará que
ese “desacoplamiento” se intensifique y amplíe, intentado condicionar a
aquellos estados cuya emergencia se interpreta en clave de reto hegemónico.
A futuro, para
garantizar su seguridad y desarrollo, China, en opinión de Cheng, debe
configurar un sistema internacional de “tres anillos”: el primer anillo es el
conformado por los países vecinos en Asia (Oriental y Central),
y Oriente Medio, con los que ha formado una estrecha división industrial
del trabajo y de los cuales obtiene un suministro de energía estable y una barrera
de seguridad fiable. El segundo anillo son los países en desarrollo de
Asia, África y América Latina, con los que China intercambia
materias primas, bienes industriales y debe ayudar a su desarrollo; el tercer
anillo se extiende a los países industrializados
tradicionales; Europa y Estados Unidos.
El antecedente de los tres mundos
En 1974, Mao
Zedong propuso la división de los “tres mundos” e hizo un análisis de los tres
tipos de países que había en la sociedad internacional y la forma en que China
podía interactuar con ellos, siendo los países en desarrollo del “tercer mundo”
el objetivo principal de las relaciones de China, como país también integrante
del “tercer mundo”. En aquel entonces, dicha teoría fue la guía ideológica para
la participación de China en la cooperación Sur-Sur, y hoy ofrecería una fuerte
inspiración para que China pueda recomponer esta prioridad en sus actuales
relaciones internacionales.
La idea central
es la construcción de un sistema global con base en Asia y su entorno. Por
tanto, de los nuevos tres mundos -o anillos-, el primero es el decisivo, lo
cual deviene en señalar la cooperación e integración con los países de la
región como un imperativo estratégico sustancial. La fórmula de la Asociación
Económica Integral Regional (RCEP, siglas en inglés), que entró en vigor el 1
de enero de 2022, es el referente principal. Y las rutas de la seda, la
marítima y la continental, e instituciones complementarias como el Banco
Asiático de Inversión en Infraestructuras-BAII (que abrirá próximamente su
primera delegación exterior en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, también dentro
del primer anillo) desempeña un papel vertebrador esencial.
La RCEP,
formada por 10 miembros de la ASEAN, Australia, China, Japón, Nueva Zelanda y
Corea del Sur (India se retiró en las fases finales de las
negociaciones), conforma una gran zona de libre comercio, claramente bajo la
égida de Beijing. Igualmente, pugna con el Acuerdo General y Progresivo de
Asociación Transpacífico (CPTPP), que lidera Japón. Fue precisamente el
asesinado ex primer ministro Shinzo Abe, intuyendo que Trump estaba cometiendo
un grave error estratégico que entregaría el liderazgo económico de la región a
China, quien tomó la iniciativa de negociar un tratado de seguimiento del
Acuerdo Transpacífico que había lanzado Barack Obama. Los dos proyectos
expresaban la intensificación de la competencia entre China y Japón-EEUU por el
co-liderazgo del bloque con la ASEAN. A ello debemos sumar ahora la propuesta
de la Administración Biden del Marco Económico del Indo-Pacífico (IPEF, siglas
en inglés). Existe un importante solapamiento entre los miembros del IPEF y del
RCEP. Once países pertenecen a ambos. Además, el IPEF incluye a India y Estados
Unidos, mientras que el RCEP cuenta con Camboya, China, Laos y Myanmar entre
sus miembros.
En el “debe” de
su relación con la región, China tiene los factores relacionados con la
seguridad, especialmente las disputas en los mares de China y Taiwán. Puede que
en relación a este último, encuentre mayor receptividad en cuanto a sus
posiciones de principio (no necesariamente así respecto al uso de la fuerza
para lograr la reunificación), pero las pugnas territoriales en el Mar de China
meridional, sobre todo, empantanadas desde hace años en la interminable
negociación de un Código de Conducta, precisarían de mayor coraje político,
sobre todo teniendo en cuenta que en ellos incide la estrategia del
Indo-Pacífico de EEUU, cuyo primer objetivo es afear y deslegitimar las
reivindicaciones de China e incrementar la incertidumbre en la zona. China debe
realizar un esfuerzo mucho mayor para ofrecer garantías y crear mecanismos más
audaces que favorezcan la estabilidad a través de la negociación, quizá
partiendo de la CICA (la Conferencia sobre Medidas de Interacción y Confianza
en Asia, a modo de OSCE para la región).
Volver a Bandung
El enfoque
propuesto por Cheng Yawen implica una reorientación muy importante de la
estrategia exterior de China que, si bien mantendría la cooperación con
Occidente en tanto no la definan las potencias occidentales como “amenaza” y
totalmente enemiga, pasaría a primar progresivamente la cooperación Sur-Sur a
la que aportaría su capital económico, comercial, financiero, tecnológico…, que
podría tener un gran impacto en la economía mundial pero igualmente en la
política, ya que permitiría elevar sustancialmente la participación global de
los países en desarrollo (que ya pasó del 21 por ciento en 1980 al 42,2 por
ciento en 2021). Los BRICS, camino ahora de la ampliación, podrían convertirse
en un actor de referencia sustancial en los próximos años para los intercambios
comerciales y las inversiones reciprocas entre los países en desarrollo.
Asia, por su
parte, con una tupida red de cooperación en lo económico, se afirma como el
centro de gravedad de la economía mundial y todo indica que esa tendencia se
acentuará en los próximos años. China se asegura aquí no solo un importante
espacio comercial e inversor sino también se garantiza el flujo energético de
Oriente Medio, cada vez más enfocado hacia esta zona en detrimento de Europa y
los EEUU. La posición alcanzada por China en el sector manufacturero o
tecnológico, le confiere una posición de liderazgo referencial entre los países
en desarrollo de la región, por delante de las capacidades de Japón o India.
Entre las
tareas pendientes, Cheng destaca la importancia de poner término a la
dependencia de las redes financieras y monetarias de Occidente; por tanto, urge
definir mecanismos que impulsen la cooperación en este ámbito entre los países
en desarrollo, empezando por la internacionalización del yuan.
Frente al cerco
que desde Occidente se dibuja contra China para doblegar su ascenso, con estos
“tres anillos”, la respuesta de Beijing bien pudiera concretarse en un cerco
alternativo a los países desarrollados de Occidente con base en la activación
de la cooperación con los países en vías de desarrollo. Para Cheng, solo esta
vía podría permitir a China esquivar con holgura suficiente las presiones de
los EEUU, incluyendo el diseño de plataformas de corte militar como el QUAD o
el AUKUS.
Sea como fuere,
se antoja evidente que el escenario internacional que permitió a China acceder
a un rápido desarrollo económico con base en su entendimiento con los países
más desarrollados de Occidente, agotó su impulso. Esto le obligará a definir
una nueva política exterior, pasando página de estos últimos 40 años, quizá
volviendo a Bandung (1955), como sugiere en cierto modo Cheng, ajustando sus
prioridades estratégicas para poder seguir con su proceso de desarrollo sin
mermar su soberanía nacional.
Fuente: Observatorio de la política
China.
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