Reproducimos aquí la
segunda parte del texto de Boaventura Sousa Santos, cuya primera parte se colgó
ayer en estas páginas. La conclusión no cierra las puertas a la esperanza, pero
habrá que currárselo.
¿Por qué crece el fascismo?
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Boaventura de Sousa Santos
El Viejo Topo
6 febrero, 2024
El Estado de Bienestar
La tercera
diferencia entre las dos épocas parece, por otra parte, alejar de momento el
peligro del fascismo. En el caso de Europa, las condiciones son ahora muy
diferentes y no parecen favorecer el extremismo. El Estado de bienestar que se
construyó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, y en Portugal, España
y Grecia tras las transiciones democráticas de los años setenta, ha demostrado
cierta robustez a pesar de todas sus crisis y ha gozado del apoyo popular.
Margaret Thatcher intentó destruirlo en el Reino Unido y fracasó. El Estado del
bienestar ha contribuido a crear amplias clases medias poco propensas al extremismo.
No sorprende, pues, que la extrema derecha europea no invierta hoy directamente
contra las políticas sociales (sólo en Estados Unidos la extrema derecha ve en
estas políticas el fantasma del comunismo). Invierte contra los impuestos que
las financian y la corrupción del Estado (a veces real), esperando así alcanzar
insidiosamente sus objetivos con mayor facilidad. En la medida en que las
fuerzas políticas progresistas consientan la destrucción del Estado del
bienestar, por ejemplo mediante la privatización de la sanidad, la educación o
el sistema de pensiones, estarán allanando el camino al fascismo del siglo XXI.
Aún más peligrosas son las privatizaciones encubiertas, como las asociaciones
público-privadas en la sanidad, los vales escolares en el caso de la educación
o la limitación del sistema de pensiones.
Internet y las redes sociales
La cuarta
diferencia entre las dos épocas es más ambivalente cuando se trata del futuro
de la democracia. Me refiero a las redes sociales e internet, que no existían
hace cien años. Los medios de comunicación corporativos están perdiendo el
control de la opinión pública en favor de las redes sociales y esta pérdida
representa una división generacional. Actualmente existe el consenso de que las
fuerzas conservadoras saben utilizar mejor las redes sociales que las fuerzas
progresistas, entre otras razones porque disponen de grandes cantidades de
financiación que las fuerzas progresistas no tienen. Pero las redes sociales
crean lealtades volátiles y no sostienen mitos durante mucho tiempo. De hecho,
pueden provocar cambios bruscos de dirección, tanto de izquierda a derecha
(véase el caso de Brasil en 2013, desde la demanda de transporte gratuito hasta
el impeachment de la presidenta Dilma Rousseff) como de
derecha a izquierda (en el caso de Colombia, desde el plebiscito de 2016 que la
derecha, usando fake news, ganó contra los acuerdos de paz, hasta el movimiento
estudiantil y luego otros movimientos sociales, indígenas, de mujeres y
sindicales que llevaron a Gustavo Petro al poder en 2022). Obviamente, los dos
movimientos no tienen el mismo peso, dado el carácter propietario (privado) de
las redes y la falta de regulación democrática. No hay más que ver cómo el
cambio en la propiedad de Twitter determinó inmediatamente el cambio hacia el
candidato presidencial estadounidense Donald Trump. La ambivalencia de las
redes radica en que son más útiles para asaltar el poder que para sostenerlo.
Movimientos sociales
La quinta
diferencia con respecto a los años 20-30 es la aparición de movimientos
sociales poscolonialistas (indígenas y antirracistas), feministas y
ecologistas. Se trata también de una diferencia ambivalente para el futuro de
la democracia. Justo después de la Primera Guerra Mundial, el movimiento obrero
era un actor político gigantesco y la cuestión de la reforma política estaba en
el orden del día. A la democracia liberal, llamada entonces democracia
burguesa, se oponía la democracia obrera. Los conflictos entre socialistas y comunistas
y la represión estatal (policial y judicial) contra los partidarios de la
democracia obrera debilitaron el movimiento obrero, y lo que quedó de él fue
destruido por las dictaduras que siguieron.
Los movimientos
sociales actuales aceptan más o menos acríticamente la idea de que sólo existe
un tipo de democracia, la democracia liberal, una idea que, hasta los años 70,
distaba mucho de ser consensuada. Con esta limitación, los movimientos sociales
actuales son generalmente una garantía de preservación de la democracia e
incluso de su profundización, ya que luchan para que los derechos individuales
y colectivos se amplíen y se cumplan efectivamente. Estos movimientos son
generalmente acosados por la extrema derecha, pero en su lucha se han utilizado
estrategias que pueden neutralizar el potencial democratizador de los
movimientos sociales.
En el caso del
movimiento feminista, la estrategia de la extrema derecha ha consistido en
tratar con condescendencia (a veces apoyando activamente) las agendas de los
feminismos blancos de clase media porque no cuestionan el orden capitalista. El
identitarismo, es decir, la identidad de género (o racial) concebida como
objetivo principal y exclusivo de la lucha social, aísla las reivindicaciones
de estos movimientos de las luchas por la redistribución de la riqueza y la
justicia social. Al aislarse y no cuestionar el contenido de clase de la
dominación capitalista moderna, estos movimientos ven neutralizado su potencial
transformador, y a veces acaban en el mismo bando que las luchas lideradas por
la extrema derecha. Los feminismos del Sur global (feminismo negro, indígena,
árabe), cuando se manifiestan en las metrópolis del Norte global a través de
inmigrantes, a veces nacionales de dos generaciones, cuestionan el orden
capitalista y por ello son abiertamente acosados, no sólo por la extrema
derecha, sino también por otras fuerzas políticas conservadoras.
En el caso de
los movimientos antirracistas, la extrema derecha es abiertamente hostil y a
veces violenta. El racismo está en el corazón de la extrema derecha, aunque hoy
se manifieste de forma indirecta, por ejemplo en la lucha contra la
inmigración, en el carácter altamente represivo del control de fronteras, en el
punitivismo desproporcionado con el que ataca a individuos, comunidades y
públicos racializados, en la defensa privilegiada de las reivindicaciones de
las fuerzas policiales y en la banalización de la brutalidad policial.
En cuanto al
movimiento ecologista, la estrategia de la extrema derecha es el negacionismo.
La crisis ecológica es vista como una invención de la izquierda para impedir el
desarrollo del capitalismo. El movimiento ecologista, aunque muy diverso, tiene
hoy el potencial de cuestionar la triple dimensión de la dominación capitalista
moderna –clase, raza y género– y, en este sentido, de hacer propuestas
antisistémicas en sus múltiples dimensiones (económica, social, política y
cultural). En la medida en que emprendan este tipo de lucha, estarán
defendiendo la democracia en su sentido más amplio, incluyendo en la
democratización de la vida la democratización de las relaciones entre la vida
humana y no humana. Sin duda serán hostilizados, no sólo por la extrema
derecha, sino por todas las fuerzas políticas institucionales.
En conclusión
El fascismo
está en auge a) porque las políticas sociales del estado de bienestar han sido
cada vez menos financiadas, lo que ha provocado un aumento de las desigualdades
sociales y de la polarización social a la que pueden dar lugar, a lo que el
estado sólo responde con políticas represivas; b) porque los movimientos
sociales, al no cuestionar el capitalismo (injusticia social, lucha de clases),
han contribuido a normalizar y banalizar las desigualdades sociales más
grotescas como si no fueran antidemocráticas; c) porque el fascismo se disfraza
de lucha por la democracia con el apoyo de los medios de comunicación
corporativos, que le son generalmente favorables, en particular amplificando
las reivindicaciones fascistas contra la inmigración, la xenofobia, la
promoción de la policía, la corrupción del Estado del bienestar y los recortes
fiscales; d) porque las demás fuerzas políticas, tanto de derechas como de
izquierdas, no han sido capaces de desobedecer la ortodoxia neoliberal vigente
que impide la expansión de las políticas sociales, lo que a largo plazo
convertirá la democracia en una política de malestar que no merece el enorme
coste de mantenerla en vigor; e) porque el fascismo tradicional parece hoy
formar parte de una amplísima familia hiperconservadora, que incluye la
religión ultraconservadora, especialmente evangélica, sionista e islamista; f)
porque la guerra legal (lawfare) de un sistema judicial conservador contra las
políticas y los políticos progresistas, al aumentar la inestabilidad social, ha
sido una palanca eficaz (porque no es política en apariencia) para promover la
extrema derecha; g) por último, el fascismo está creciendo porque el consumismo
y las redes sociales han transferido las preocupaciones de los individuos de la
vida pública a la privada; la justificación de la apatía hacia la democracia
(no vale la pena votar porque las políticas son siempre las mismas) se
transforma rápidamente en la justificación entusiasta de los antisistema.
En vista de
ello, frenar el avance del fascismo –un imperativo para todos los demócratas–
es una tarea política compleja y difícil, sobre todo porque debe llevarse a
cabo en varios niveles y en diferentes esferas de la vida social y no sólo en
la esfera política. Sin embargo, es posible porque nada está determinado de
antemano. La madre de todas las condiciones es que la democracia tenga un
contenido material concreto, un impacto positivo en la vida de las clases
trabajadoras (individuos, familias y comunidades) que les devuelva la esperanza
en la posibilidad de una vida más digna, una sociedad más justa y una mayor
igualdad con la naturaleza. Para que esto sea posible, la condición previa a
corto plazo es que las políticas sociales públicas se mantengan, diversifiquen,
amplíen y articulen con las prácticas de solidaridad, reciprocidad y cuidado
que existen en la sociedad y en las comunidades. Sólo así será posible evitar
la profundización de las desigualdades y discriminaciones sociales en
sociedades cada vez más complejas y culturalmente diversas. Ante la deriva
fascista en curso, creo que sólo alianzas amplias y pragmáticas entre las
diferentes fuerzas políticas de izquierda pueden garantizar la supervivencia de
la democracia a medio plazo.
¿Y Portugal, actualmente en periodo electoral?
Portugal y
España son los países europeos con mayor experiencia dictatorial fascista. La
Primera República Portuguesa fue un periodo de extrema inestabilidad,
fuertemente condicionado por la Primera Guerra Mundial. Entre 1910 y 1925 hubo
ocho presidentes, muchos gobiernos y varios intentos de golpe de Estado.
Siguieron cuarenta y ocho años de dictadura –convencionalmente dividida en dos
periodos: dictadura militar (1926-1933) y Estado Novo (1933-1974)– a la que
puso fin la Revolución del 25 de abril de 1974. Este año celebramos el 50
aniversario del 25 de abril.
A la luz del
análisis anterior de la dinámica del fascismo en los años 20 y 30, podemos
decir que, como partido político, la extrema derecha fascista o fascistizante
tradicional renace en Portugal con el partido Chega en 2019. Así lo considera
el prestigioso GPAHE (Global Project Against Hate and Extremism), que añade que
la organización juvenil del partido (Chega Juventude) es aún más extremista que
el propio partido. Chega corresponde a lo que llamamos extrema derecha
tradicional, basada en líderes carismáticos, un partido nacionalista, racista,
xenófobo, impulsado por cierto cristianismo conservador (el valor de la
familia) y con aspiraciones de ser un partido de masas. También mencioné que
junto a esta extrema derecha existía otra, poco más que residual, que,
inspirada en Hayek-Mises, quería sustituir al Estado por el mercado como gran
regulador social. Esta ultraderecha se reclama democrática, pero, como vimos en
las declaraciones de Hayek sobre el Chile de Pinochet, admite la ocurrencia de
la dictadura como daño colateral. Ahora, en las condiciones actuales, proponer
la privatización de las políticas sociales públicas (la destrucción del Estado
de bienestar), que ya tiene un arraigo muy débil en el contexto europeo, como
está haciendo el partido Iniciativa Liberal, significa tener que convivir con
la posibilidad de que la convivencia democrática se haga imposible a largo
plazo.
Esto es tanto
más grave para la democracia cuanto que la derecha tradicional y moderada ha perdido
brillo y color (PSD, Alianza Democrática). Si este partido de derechas se ve en
la tesitura de querer llegar al poder ahora y a toda costa (confiando en que
los portugueses se olviden de la Troika), tendrá que concluir que sólo puede
llegar al poder con dos palos antidemocráticos (Chega e IL). Si acepta seguir
este camino, deberá darse cuenta de que será un camino sin retorno. La
«limpieza» empezará en casa.
En cuanto a las
fuerzas políticas de izquierda, he estado teorizando y analizando las virtudes
y los límites de las alianzas entre partidos de izquierda. He argumentado que,
en las condiciones portuguesas, sólo las alianzas entre fuerzas políticas de
izquierda pueden garantizar la supervivencia de la democracia a medio plazo.
Creo que la alianza que tuvo lugar entre 2016 y 2019 (conocida como
«geringonça») fue una experiencia muy positiva, a pesar de su lento y
degradante final que se consumó con la desaprobación del presupuesto estatal
para 2022. La tragedia secular que persigue al país, de estar en tiempos y
lugares fuera del tiempo y del lugar, puede significar que en el momento en que
las voluntades políticas de la izquierda están más dispuestas a renovar sus
alianzas, el tiempo para ellas ya ha pasado. Debemos esperar pacientemente y,
cuando surja la oportunidad, no desaprovecharla. La unidad de la izquierda es
la única garantía de que los portugueses del futuro celebren el centenario del
25 de abril en democracia.
(Fin de la
segunda parte)
Traducción de
Bryan Vargas Reyes
Fuente: https://diario16plus.com/por-que-crece-el-fascismo-como-podemos-detenerlo/