La subalternidad de las “élites” europea a EE. UU. es manifiesta. Es
evidente que quien define el rumbo de la política exterior de la UE son los
Estados Unidos. La política exterior europea no defiende intereses europeos,
sino los del gobierno norteamericano.
La UE declara la guerra a
Europa
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
El Viejo Topo
3 octubre, 2022
El entreguismo
de la sedicente “élite” europea a EE. UU. causa extrañeza. En efecto, el
verdadero responsable de la política exterior de la UE no parece ser el Alto
Representante de turno, sino los Estados Unidos de América. Así, de forma
patente, la política exterior europea no defiende los intereses de los
europeos, sino los del gobierno norteamericano.
Estados Unidos
afirma constantemente que los países europeos son sus “aliados”, pero esta
simplificación edulcora la fría realidad geopolítica. En efecto, en las
relaciones internacionales no existen cursis alianzas basadas en la amistad o
en “valores comunes”, sino uniones temporales de mayor o menor duración basadas
en una confluencia de intereses o en relaciones de subordinación, como es el
caso.
Además, EE. UU.
ve a Europa más como reliquia de museo que como potencia, pues su militarismo
sólo respeta a quienes cuentan con ejércitos importantes y Europa no los tiene.
Pero lo más
relevante es que para Estados Unidos Europa es un competidor, y de igual modo
que a lo largo de la Historia el Reino Unido siempre intrigó para que la Europa
continental se mantuviera débil y dividida, el gobierno norteamericano
considera que una Eurasia en paz y unida por la interdependencia de lazos
comerciales supone una amenaza a su hegemonía política y económica
(doctrina Brzezinski).
Por lo tanto,
la cronificación de la guerra en Ucrania no tiene nada de altruista, sino que
es para EE. UU. un arma geopolítica para debilitar a Eurasia. Divide et
impera.
El inicio del
conflicto, de hecho, ha coincidido con la finalización del gaseoducto Nord
Stream 2, que reforzaba enormemente los lazos de Rusia con Europa como
proveedor de energía barata. ¿Creen que ha sido una coincidencia?
Así, el primer
objetivo americano al involucrar a Europa en esta guerra era hacer descarrilar
dicha infraestructura, considerada una amenaza estratégica para los intereses
norteamericanos, e inicialmente lo logró gracias al entreguismo del gobierno
alemán.
Y cuando ante
la llegada del invierno Alemania empezaba a comprender su error, se produce el
sabotaje submarino simultáneo de Nord Stream 1 y 2. ¿Qué
países poseen la capacidad operativa para hacerlo? ¿Cui prodest? ¿Quién
se beneficia de ello?
“Preparados, disparen, apunten”
En contraste
con la calculada estrategia norteamericana, la toma de decisiones de la UE no
ha sido precedida de ningún análisis coste-beneficio mínimamente serio que
defendiera los intereses de los europeos. La consigna ha sido: preparados,
disparen, apunten, y al disparar primero y apuntar después nos hemos pegado un
tiro en el pie.
Al inmiscuirse
en un pulso de poder que nos era completamente ajeno, los burócratas de la UE
no han hecho más que contentar a EE. UU. y, no satisfechos con propiciar una
escalada del conflicto, han ido imponiendo sanciones sin ton ni son en un
descabellado in crescendo que puede suponer el tercer suicidio
de Europa en un siglo.
En efecto,
estas sanciones están perjudicando mucho más al ciudadano europeo que al ruso.
Aunque la fluctuación de las divisas responda a factores complejos, una muestra
del efecto de las sanciones es la evolución del rublo y del euro frente al
dólar desde que comenzó la guerra. El rublo sube y el euro se hunde:
La caída del
euro, además, contribuye al gravísimo problema de inflación preexistente
(empeorado por la guerra) que en España amenaza con devolver a la pobreza, vía
pérdida de poder adquisitivo, a nuestra frágil clase media, creada con enorme
esfuerzo a partir de 1950.
Asimismo, al
romper relaciones comerciales con el proveedor ruso, hemos creado una crisis
energética sin precedentes previamente sembrada por el fanatismo “verde”.
Efectivamente, sólo Europa se toma tan en serio el timo del cambio climático
inventado por el globalismo, cuyo resultado final serán los apagones y una
factura eléctrica inasumible.
Intentar
justificar el actual boicot a productos rusos criticando a posteriori la
“dependencia energética” que teníamos de Rusia es una triquiñuela. Europa
carece de suficientes fuentes de energía propias, luego a medio plazo
simplemente sustituiremos la dependencia energética de Rusia por la dependencia
energética de EE. UU., de las dictaduras árabes o del Magreb. ¿Hemos mejorado?
No lo creo.
En poco tiempo
Rusia podrá establecer nuevos lazos para vender sus abundantes materias primas
a China e India, hogar del 36% de la población mundial, y probablemente la
perdamos para siempre. ¿Comprenden ustedes el golpe de gracia a la prosperidad
futura de Europa que nos ha dado EE. UU. con la complicidad de los ineptos de
Bruselas y Berlín?
Aprendiendo de la historia
Decía Santayana
que “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. El 28
de junio de 1914 el heredero de la corona del Impero Austrohúngaro fue
asesinado a tiros en un atentado terrorista en Sarajevo (entonces Serbia).
Sólo cuatro
semanas después y tras un ultimátum, Austria declaró la guerra a Serbia a pesar
de que este país había aceptado 13 de los 14 puntos de dicho ultimátum. Los
yonquis del poder tenían decidido ir a la guerra y las “causas” inmediatas del
conflicto no fueron más que coartadas, como suele ocurrir.
La política de
alianzas transformó entonces una contienda local en una devastadora guerra
mundial. Rusia activó su alianza con Serbia y anunció la movilización de sus
tropas, lo que propició que Alemania, aliada de Austria, declarara la guerra a
Rusia; Francia acudió en ayuda de Rusia y Gran Bretaña en ayuda de Francia,
quedando conformados dos bandos: la Triple Entente (Francia, Reino Unido y el
Imperio Ruso) frente a los dos grandes imperios centroeuropeos, Alemania y
Austria. Más adelante, Italia, Japón, el imperio otomano y otros países se
unirían a uno u otro bando.
Cuatro años más
tarde la devastación era absoluta: en los campos de Europa yacían los cadáveres
de 17 millones de personas sin que para entonces nadie recordara el motivo real
por el que habían muerto.
De aquí se
desprenden algunas lecciones para la Europa de hoy. Primero, el poder no sólo
corrompe la moral del individuo, sino también su capacidad de juicio. Así, en
1914 las “élites” europeas arrastraron al continente hacia la hecatombe con una
estupidez, frivolidad e inmoralidad aterradoras. Segundo, las “alianzas” son
peligrosas armas de doble filo que pueden transformar un conflicto local en una
guerra mundial.
El artículo 5
de la OTAN, por ejemplo, fue diseñado para disuadir al difunto Pacto de Varsovia
de tentaciones expansionistas durante la Guerra Fría. Lo que en realidad
preveía no era la ayuda mutua de sus débiles firmantes, sino la protección del
fuerte (es decir, de EEUU) a cualquiera de ellos.
Sin embargo,
era sólo un arma disuasoria. De no haber funcionado, ¿qué habría ocurrido? El
papel lo aguanta todo, pero bajemos a lo concreto: ¿enviaría usted a su hijo a
luchar y morir por Ucrania? ¿Cree usted que los alemanes o los ingleses
vendrían a defendernos de un ataque de Marruecos?
LA OTAN, ¿fuente de paz o de conflicto?
El órdago del
artículo 5 fue un éxito, pero quedó obsoleto cuando la amenaza del comunismo
soviético desapareció en 1991. De hecho, la OTAN es hoy exclusivamente una
herramienta de poder norteamericana y una organización cuya supervivencia
depende de que su enemigo tradicional siga siéndolo. De ahí su interés por que
la opinión pública identifique falazmente a la actual Rusia con la antigua
URSS, aunque nada tengan que ver.
Al igual que la
OTAN, las vastas estructuras burocráticas de las agencias de inteligencia, el
Departamento de Estado y el complejo militar-industrial norteamericanos
(el Deep State) dependen de la existencia de un enemigo grande que
justifique su tamaño y su poder. Sólo hay que aplicar la lógica del cui
prodest y comprender los mecanismos de la patología del poder para
concluir que, como el Ministerio de la Paz de Orwell, están tan interesados en
la guerra perpetua como la OMS lo está en la pandemia perpetua.
Pero más allá
de cuestionar la OTAN, lo preocupante es que, como en la Primera Guerra
Mundial, el poder ha corrompido la moral y la capacidad de juicio de la “élite”
europea y un dominó de alianzas puede transformar un conflicto local de daño
contenido en una contienda mundial de consecuencias imprevisibles.
El objetivo de Estados Unidos es debilitar a Rusia…y a
Europa
Mientras
Occidente se obsesiona con Ucrania, en el resto del planeta no ocurre lo mismo.
De hecho, los países que han sancionado a Rusia suponen sólo el 13% de la
población mundial. El 87% restante mantiene sus relaciones con Rusia incólumes.
¿Es Rusia la que se está quedando sola o es Occidente?
Quizá el resto
del mundo tiene claro que el origen del conflicto está en la provocación de
EEUU a Rusia (sirviéndose del corrupto régimen ucraniano) esperando que el
glacial autócrata ruso mordiera el anzuelo con sus mandíbulas de acero, como
hizo. Por eso, el único actor mundial interesado en prolongar la guerra en
Ucrania es EEUU, motivo por el cual hizo descarrilar las negociaciones entre
ambos bandos llevadas a cabo antes de verano en Turquía en las que Ucrania
habría accedido a no entrar en la OTAN, a aceptar el statu quo de
Crimea y el autogobierno del Donbass, ya reconocido en los Acuerdos de Minsk II
del 2015.
¿No creen que
el mundo sería hoy más seguro y próspero si se hubiera alcanzado dicho acuerdo?
¿Estamos mejor o peor?
En el orden
global de las cosas, la guerra de Ucrania se enmarca en el intento de alargar
la hegemonía anglosajona puesta en riesgo por el despertar de Asia y el declive
moral de Occidente, y en este contexto a EE. UU. le interesa debilitar a Rusia
a costa de Europa con una guerra de desgaste en la que ellos no ponen los
muertos ni sufren la debacle económica.
No sería la
primera vez que Estados Unidos sacrifica a Europa en pro de sus intereses. En
primavera de 1917 la opinión pública europea estaba harta de tanta carnicería.
Tras la revolución, Rusia prometía retirarse del conflicto y Francia y Austria
entablaban discretas conversaciones de paz: algunas divisiones francesas se
negaban a combatir y el emperador Carlos de Austria, angustiado por no poder
frenar la escabechina (en contraste con el agresivo káiser alemán), apelaba al
papa Benedicto XV. Parecía que la guerra iba a acabar sin un claro vencedor, lo
que suele ser el mejor resultado posible.
Sin embargo,
EE. UU. quería protagonizar la organización del “nuevo orden” posbélico. Tras
forzar la guerra contra España en 1898 con el pretexto del Maine,
había probado el sabor del imperialismo y no podía dejar pasar la oportunidad
de acabar con dos grandes competidores centroeuropeos.
De este modo,
entró en la guerra a última hora utilizando la coartada du jour, alargándola
un año más y produciendo como resultado unos vencedores y unos vencidos claros,
que fueron humillados hasta el extremo en el Tratado de Versalles: el imperio
austríaco fue desmembrado y Alemania condenada a la pobreza, lo que provocaría
a la postre la llegada al poder de Hitler, democráticamente elegido por el desesperado
pueblo alemán. EE. UU. apenas perdió 116.000 hombres, mientras los europeos
perdieron millones.
Al borde del precipicio
Hoy Europa
vuelve a estar al borde del precipicio porque la “élite” política europea se
dedica a obedecer al amo americano y renegar de su obligación de defender a sus
propios ciudadanos. Así, nos han involucrado imprudentemente en un pulso de
poder que nos era ajeno y puesto en marcha sanciones de carácter
autodestructivo que dañan a los europeos tanto como regocijan a los americanos,
centrados sólo en preservar su preeminencia.
Europa,
indefensa frente al belicismo norteamericano y abandonada por la cobardía e
incompetencia de sus propias autoridades, se enfrenta al colapso económico y a
una peligrosa escalada de un conflicto en el que se ha querido arrinconar a una
potencia nuclear. Como en 1914, no cabe mayor estupidez, frivolidad e
inmoralidad. ¿Quién defiende al ciudadano europeo? Nadie, y no comprender esto
es no comprender nada.
Fuente: blog FPCS.
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