miércoles, 16 de junio de 2021

Julian Assange y el colapso del Estado de derecho

 

Julian Assange y el colapso del Estado de derecho

 

Por Chris Hedges 

Rebelión

16/06/2021 

 

Fuentes: Scheer Post [Ilustración Mr. Fish]

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Este artículo reproduce la intervención de Chris Hedges en un acto celebrado el pasado jueves en Nueva York en apoyo de Julian Assange. Dicho acto forma parte de una gira por Estados Unidos que durará un mes y en la que intervienen entre otros el padre y el hermano de Julian y Roger Waters (Pink Floyd).

Una sociedad que prohíbe la posibilidad de decir la verdad anula la posibilidad de vivir en la justicia.

Esa es la razón por la que esta noche estamos aquí. Todos los que conocemos y admiramos a Julian condenamos su prolongado sufrimiento y el de su familia. Exigimos que se ponga fin a los muchos errores e injusticias que se han cometido con su persona. Le respetamos por su valor y su integridad. Pero la batalla por la libertad de Julian nunca ha sido solo por la persecución a la que se sometía a un editor. Es la batalla por la libertad de prensa más importante de nuestra era. Y si perdemos esa batalla las consecuencias serán devastadoras, no solo para Julian y su familia sino para todos nosotros.

Las tiranías invierten el Estado de derecho. Convierten la ley en un instrumento de injusticia. Esconden sus crímenes mediante una falsa legalidad. Utilizan la dignidad de tribunales y juicios para ocultar su criminalidad. Aquellos que, como Julian, exponen ante el público esa criminalidad son personas peligrosas, porque sin el pretexto de la legitimidad la tiranía pierde credibilidad y lo único que le queda es el miedo, la coacción y la violencia.

La prolongada campaña contra Julian y Wikileaks es una ventana hacia la demolición del Estado de derecho, un paso más hacia lo que el filósofo político Sheldon Wolin llama nuestro sistema de totalitarismo invertido, una forma de totalitarismo que mantiene la ficción de la antigua democracia capitalista, incluyendo sus instituciones, iconografía, símbolos patrióticos y retórica, pero que internamente ha entregado todo el control a los dictados de las corporaciones globales.

Yo estaba en la sala del tribunal cuando Julian Assange fue juzgado por la juez Vanessa Baraitser, una versión moderna de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas, que exigía la sentencia antes de declarar el veredicto. Fue una farsa judicial. No existía base legal alguna para mantenerle en prisión. No había base legal alguna para juzgarle, siendo un ciudadano australiano, según la Ley de Espionaje de EE.UU. La CIA le estuvo espiando en la embajada ecuatoriana a través de una compañía española, UC Global, contratada para proporcionar la seguridad a la embajada. Este espionaje incluyó las conversaciones confidenciales entre Assange y sus abogados cuando discutían los términos de su defensa. Este mero hecho debería haber invalidado el juicio. Julian está prisionero en una cárcel de alta seguridad para que el Estado pueda continuar los abusos degradantes y la tortura que espera provoquen su desintegración psicológica o incluso física, tal y como ha testificado el relator Especial de la ONU para la Tortura, Nils Melzer.

El gobierno de Estados Unidos ha dado instrucciones al fiscal londinense James Lewis, tal y como ha documentado con elocuencia [el exdiplomático, periodista y defensor de derechos humanos británico] Craig Murray. Lewis presentó dichas directrices a la juez Baraitser, que las adoptó como su decisión legal. Todo el show fue una pantomima judicial. Lewis y la juez insistieron en que no estaban intentando criminalizar a los periodistas y amordazar a la prensa, al mismo tiempo que se afanaban en establecer un marco legal para criminalizar a los periodistas y amordazar a la prensa. Y esa es la razón por la que el tribunal se esforzó tanto por ocultar el proceso judicial a la opinión pública, limitando el acceso a la sala del tribunal a un puñado de observadores y poniendo todas las dificultades posibles para imposibilitar su visionado en línea. Fue un oscuro juicio amañado, más típico de la Lubianka que de la jurisprudencia británica.

Yo sé que muchos de los que estamos hoy aquí nos consideramos radicales, puede que hasta revolucionarios. Pero lo que estamos exigiendo tiene de hecho un tinte conservador, dentro del espectro político. Exigimos la restauración del Estado de derecho. Algo tan sencillo y básico que no debería resultar incendiario en una democracia en funcionamiento. Pero vivir en la verdad en un sistema despótico es un acto supremo de desafío. Esa verdad aterroriza a quienes detentan el poder.

Los arquitectos del imperialismo, los señores de la guerra, las ramas legislativa, judicial y ejecutiva del gobierno, controladas por las grandes empresas, y sus serviles cortesanos de los medios de comunicación son ilegítimos. Si pronuncias esta sencilla verdad quedas desterrado, como hemos estado muchos de nosotros, a los márgenes del panorama mediático. Si demuestras esa verdad, como han hecho Julian Assange, Chelsea Manning, Jeremy Hammond y Edward Snowden al permitirnos fisgar en las interioridades del poder, serás perseguido y procesado.

Poco después de que Wikileaks publicara los archivos de la Guerra de Irak en octubre de 2010, que documentaban numerosos crímenes de guerra de Estados Unidos –incluyendo imágenes del ametrallamiento de dos periodistas de Reuters y otros 10 civiles desarmados en el video Asesinato Colateral, la tortura sistemática de prisioneros iraquíes, el ocultamiento de miles de muertes de civiles y el asesinato de cerca de 700 civiles que se habían acercado demasiado a los puestos de control estadounidenses–, los destacados abogados de derechos civiles Len Weinglass y mi buen amigo Michael Ratner (a quien acompañaría posteriormente para reunirse con Julian en la embajada ecuatoriana) se reunieron con Julian en un apartamento de Londres Central. Las tarjetas bancarias personales de Assange habían sido bloqueadas. Tres ordenadores encriptados habían desaparecido de su equipaje durante su viaje a Londres. La policía sueca estaba fabricando un caso en su contra con la intención, le advirtió Ratner, de extraditarle a Estados Unidos.

“Wikileaks y tú personalmente os enfrentáis a una batalla que es tanto legal como política”, le dijo Weinglass a Assange. “Como aprendimos en el caso de los Papeles del Pentágono, al gobierno de Estados Unidos no le gusta que se haga pública la verdad. Y no le gusta que le humillen. No importa que sea Nixon, Bush u Obama, un Republicano o un Demócrata, quien ocupe la Casa Blanca. El gobierno de EE.UU. intentará evitar que publiques sus repugnantes secretos. Y si tienen que destruirte a ti, y destruir al mismo tiempo la Primera Enmienda y los derechos de los editores, están dispuestos a hacerlo. Creemos que van a perseguir a Wikileaks y a ti, Julian, por publicarlos”.

“Que van a perseguirme, ¿por qué razón?”, preguntó Julian.

“Por espionaje”, continuó Weinglass. “Van a acusar a Bradley Manning por traición, acogiéndose a la Ley de Espionaje de 1917. No creemos que se le pueda aplicar porque es un denunciante de conciencia, no un espía. Pero van a intentar obligar a Manning a que te implique a ti como colaborador”.

“Que van a perseguirme, ¿por qué razón?”

Esa es la cuestión.

Han perseguido a Julian por sus virtudes, no por sus defectos.

Han perseguido a Julian porque sacó a la luz más de 15.000 muertes no denunciadas de civiles iraquíes; porque hizo públicas la tortura y los malos tratos a unos 800 hombres y muchachos de entre 14 y 89 años en Guantánamo; porque publicó que Hillary Clinton ordenó en 2009 a los diplomáticos estadounidenses que espiaran al Secretario General de la ONU Ban Ki Moon y a otros representantes de China, Francia, Rusia y Reino Unido, un espionaje que incluía obtener su ADN, el escaneo de su iris, sus huellas dactilares y sus contraseñas personales, continuando métodos habituales de vigilancia ilegal como las escuchas ilegales al Secretario General de la ONU Kofi Annan las semanas previas a la invasión de Irak de 2003 dirigida por Estados Unidos; le han perseguido porque divulgó que Barack Obama, Hillary Clinton y la CIA orquestaron el golpe militar de 2009 en Honduras que derrocó al presidente elegido democráticamente, Manuel Zelaya, y lo reemplazó con un régimen militar corrupto y asesino; porque reveló que George Bush hijo, Barack Obama y el general Davis Petrous llevaron a cabo una guerra en Iraq que, según las leyes posteriores al proceso de Núremberg, se considera una guerra criminal de agresión, un crimen de guerra y porque autorizaron cientos de asesinatos selectivos, incluyendo los de ciudadanos estadounidenses en Yemen, donde también lanzaron secretamente misiles, bombas y ataques con drones que acabaron con la vida de decenas de civiles; porque reveló que Goldman Sachs pagó a Hillary Clinton 657.000 dólares por dar conferencias, una suma tan enorme que solo puede considerarse un soborno, y que Clinton aseguró en privado a los líderes empresariales que cumpliría sus ordenes, mientras prometía a la opinión pública una regulación y una reforma financiera; porque sacó a la luz la campaña interna para desacreditar y destruir a Jeremy Corbyn por parte de miembros de su propio Partido Laborista; porque mostró cómo la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad utilizan herramientas de hackeo que permiten al gobierno la vigilancia al por mayor a través de nuestros televisores, ordenadores, smartphones y programas antivirus, lo que permite al gobierno registrar y almacenar nuestras conversaciones, imágenes y mensajes de texto privados, incluso si están encriptados.

Julian sacó a la luz la verdad. La desveló una y otra y otra vez, hasta que no quedó la menor duda de la ilegalidad, corrupción y mendacidad endémicas que definen a la élite gobernante global. Y por descubrir esas verdades es por lo que han perseguido a Assange, como han perseguido a todos aquellos que se atrevieron a rasgar el velo que cubre al poder. “La Rosa Roja ahora también ha desaparecido…”, escribió Bertolt Bretch cuando la socialista alemana Rosa Luxemburgo fue asesinada. “Porque ella a los pobres la verdad ha dicho, los ricos del mundo la han extinguido”.

Hemos experimentado un golpe de Estado empresarial, mediante el cual los pobres y los hombres y mujeres trabajadores se ven reducidos al desempleo y el hambre; la guerra, la especulación financiera y la vigilancia interna son las únicas ocupaciones del Estado; por el cual ya ni siquiera existe el habeas corpus; por el que los ciudadanos no somos más que mercancías que se usan, se despluman y se descartan para los sistemas corporativos del poder. Negarse a contraatacar, a tender lazos y ayudar al débil, al oprimido y al que sufre, a salvar el planeta del ecocidio, a denunciar los crímenes internos e internacionales de la clase dominante, ea xigir justicia, a vivir en la verdad es llevar la marca de Caín. Quienes detentan el poder deben sentir nuestra ira, y eso significa realizar actos constantes de desobediencia civil, significa acciones constantes de protesta social y política, porque este poder organizado desde abajo es el único que nos salvará y el único poder que liberará a Julian. La política es un juego de temor. Es nuestro deber moral y cívico hacer sentir miedo a los que están en el poder, mucho miedo.

La clase dominante criminal nos tiene a todos sujetos por el miedo. No puede reformarse. Ha abolido el Estado de derecho. Oscurece y falsea la verdad. Busca la consolidación de su obsceno poder y su obscena riqueza. Por tanto, citando a la Reina de Corazones, metafóricamente, claro, yo digo: “¡Que les corten la cabeza!”.

Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue durante 15 años corresponsal en el extranjero para The New York Times, ejerciendo como jefe para la oficina de Oriente Próximo y la  de los Balcanes. Anteriormente trabajó para los diarios The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Presenta el programa “On Contact”, nominado para un Premio Emmy, de la cadena internacional de televisión rusa RT.

El video completo del acto puede verse aquí.  La intervención de Chris Hedges comienza en el minuto 45:50.

Fuente: https://scheerpost.com/2021/06/11/chris-hedges-julian-assange-and-the-collapse-of-the-rule-of-law/

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Valentino Gerratana: el filósofo militante que nos devolvió a Gramsci

 

El 16 de junio del 2000 fallecía Valentino Gerratana. Autor de una excelente edición de los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci. Gran historiador de las ideas, intelectual siempre comprometido con el ideal de la liberación.

Valentino Gerratana: el filósofo militante que nos devolvió a Gramsci

 


 Antonio Floridia

El Viejo Topo

16 junio, 2021

«El hombre que nos devolvió a Gramsci», dijo Guido Liguori, presidente de la International Gramsci Society, en el discurso de clausura de la conferencia que recordó, en el centenario de su nacimiento, la figura de Valentino Gerratana, y que se celebró en Módica, ciudad de origen del erudito, los días 15 y 16 del pasado junio. La conferencia de Módica, organizada como una «Escuela de formación política» llamada Virgilio Failla (en memoria del líder histórico y durante mucho tiempo diputado del Partido Comunista por Ragusa, la que fue considerada la «provincia roja» de  Sicilia), en colaboración con el Instituto Gramsci siciliano y nacional, así como con la International Gramsci Society, ha tenido el mérito de colocar a la figura de Gerratana en el contexto de sus raíces (a partir del informe de Giancarlo Poidomani, historiador de la Universidad de Catania, sobre «la construcción del Partido nuevo en la provincia de Iblea») e iluminar pasajes de la biografía de Gerratana que han permanecido poco conocidos, casi ocultos, por el impresionante trabajo de la edición crítica de los Cuadernos de Gramsci, a la que el nombre de Gerratana, sin duda, seguirá ligado.Un momento culminante, y también muy conmovedor, de la conferencia fue una larga entrevista en video con Emanuele Macaluso. El líder histórico del PCI recordó sus relaciones con Valentino Gerratana, al que conoció en Sicilia en los primeros años de la posguerra, cuando Macaluso era secretario de la CGIL siciliana y Valentino, enviado a Sicilia por el partido para apoyar a Calogero Li Causi, era el director, de hecho, de La voce della Sicilia, el diario promovido por el PCI para apoyar la dura batalla política de aquellos años por la democracia y la «tierra para los campesinos». El testimonio de Macaluso destacó, entre otras cosas, la gran estima que Togliatti había desarrollado hacia el joven intelectual siciliano.

La amistad con Giaime Pintor

El informe introductorio general del exsenador Conceto Scivoletto  ha reconstruido la totalidad de la biografía de Gerratana.

Nacido el 14 de febrero de 1919, de una familia de la pequeña burguesía (su padre era un asesor fiscal, su madre es recordada como «terrateniente»), segundo de cuatro hijos, Gerratana perdió a su padre cuando solo tenía trece años.  Se dedica intensamente a sus estudios, logrando superar el bachillerato de letras a los diecisiete años en el instituto de Módica.

Luego se mudaría a Roma, matriculándose en Derecho y graduándose en 1941. Los primeros testimonios de su compromiso crítico en el terreno filosófico se remontan a esos años, publicando en el Boletín del Instituto de Estudios Filosóficos de la Universidad de Roma tres ensayos de controversia con Benedetto Croce. Pero la «historia con mayúsculas» se avecina y en 1939, Gerratana, que frecuenta a alumnos oficiales de Salerno, conoce a dos figuras que marcarán su vida: Giaime Pintor y Carlo Salinari.

La amistad con Giaime, y su muerte trágica, no pueden sino darle una fuerte motivación política y moral y lo empujan a un compromiso político: Carlo Salinari se convierte en la puerta de entrada al PCI clandestino y a la Resistencia romana; Gerratana será uno de los jefes militares de los Grupos de Acción Patriótica romanos (con el nombre de guerra de «Santo»). Años de duro trabajo y dolor, que impusieron rigurosas elecciones morales, como el propio Gerratana recordará en su introducción al texto de Giaime Pintor, Sangue d’Europa, publicado por Einaudi. Y años que también marcan dolorosamente su vida familiar: en 1941, el hermano mayor de Gerratana, un oficial del cuerpo médico, murió en Grecia.

A Gerratana se le otorgará una medalla de plata al valor militar; pero, como ha sido recordado por muchos durante la conferencia de Módica, siempre evitará cualquier énfasis de celebración sobre estos acontecimientos pasados: una costumbre de discreción que será una de las características constitutivas de su personalidad, también recordada por el abogado Carmelo Ruta, exalcalde de Módica, quien en la década de los noventa le otorgó a Gerratana un reconocimiento en nombre de la ciudad.

La Voce della Sicilia y l’Unità

En el período de posguerra, Gerratana se encuentra viviendo plenamente la experiencia extraordinaria de ese «núcleo romano» del Partido Comunista que tendrá tanto papel en la historia del partido y en la construcción de la relación entre el PCI y los intelectuales: gravita y trabaja en la esfera de «Prensa y propaganda» de la dirección del partido. Un primer punto de inflexión se produce en 1946: Togliatti «envía» a Sicilia, para construir el PCI, a Girolamo Li Causi al que se une Gerratana, para dirigir La Voce della Sicilia, el periódico del comité regional del PCI; Michele Figurelli, en su intervención ha reconstruido la línea política y editorial del diario, y la aportación de Gerratana. Y también de estas páginas surge la fuerza con la que el PCI enfrentó la dramática condición social de la isla, las luchas campesinas, el movimiento separatista, la construcción de un partido que tenía raíces débiles y que, en pocos meses, obtuvo resultados electorales extraordinarios hasta las elecciones regionales de 1947, con la posterior y violenta reacción de los aparatos estatales, los agrarios y la mafia.

Gerratana permaneció en su Sicilia natal hasta el 48: de aquí pasó al otro extremo de la península y fue a trabajar a Turín, a la editorial Einaudi y a la redacción de turinesa de L’Unità, donde conoce —permaneciendo vinculado por una larga amistad— a Paolo Spriano e Italo Calvino. Las ponencias de Delia Miceli y Gregorio Sorgonà, archiveros e investigadores de la Fundación Gramsci, dieron cuenta de los fondos documentales que ahora conserva la Fundación y que atestiguan la larga actividad de Gerratana como protagonista de la política cultural del PCI.

A principios de los años cincuenta comenzó la colaboración con Edizioni Rinascita; luego participa en la fundación de Editori Riuniti donde dirige la colección «Clásicos del marxismo»; Colabora con el Instituto Gramsci, convirtiéndose en el primer miembro de la junta directiva y, desde 1957, director de la sección de Filosofía. También realiza una intensa actividad propagandista en toda la prensa del partido, incluida también la «colateral» con los objetivos pedagógicos más directos (por ejemplo, «El calendario del pueblo»: una comunicación del periodista Pinuccio Calabrese ha analizado la colaboración de Gerratana sobre el tema «religión y política»).

La edición crítica de Los cuadernos de la carcel de Gramsci

En 1972, Gerratana obtuvo la cátedra de Historia de la filosofía en la Universidad de Salerno, donde permaneció hasta 1994 (con un breve paréntesis en Siena): un reconocimiento por su valiosísima producción científica, que incluía la introducción a las obras de Rousseau, Antonio Labriola, Marx y Engels, Lenin. En 1966, a propuesta del entonces secretario general del Instituto Gramsci, Franco Ferri, y por decisión de la secretaría del PCI, se le encomendó a Gerratana la tarea de trabajar en la edición crítica de Cuadernos de la cárcel, terminada en 1975.

En una entrevista publicada en 1987  y realizada por el periodista de L’Unità Eugenio Manca, Valentino Gerratana declaró, sobre la primera edición de Cuadernos, que en ese caso «se presento una imagen de Gramsci verdadera pero parcial, no sin ciertos forzamientos y omisiones». De hecho, Gerratana, como recordó Guido Liguori, reconoció estos límites, pero también los méritos de una verdadera «operación hegemónica», con la cual Togliatti introdujo a Gramsci en la cultura italiana, organizando, como sabemos, los Cuadernos sobre una base temática. El mérito fue haber dado a conocer el pensamiento gramsciano, quizás  de la manera más rápida con que era posible entonces, pero con la limitación de haberlo hecho con ciertos forzamientos y censura en los textos, al perder la conexión crítica que Gramsci continuó tejiendo, incluso encerrado en las prisiones fascistas, con los acontecimientos del movimiento comunista internacional, y transformando la misma imagen de Gramsci: no como un político sino como un teórico revolucionario que reflexionó sobre las razones de la derrota del movimiento obrero en Occidente, un gran intelectual que trabajó sobre la base de las particiones disciplinarias tradicionales: filosofía, crítica literaria, historiografía… Una imagen parcial que, sin embargo, permitió al pensamiento gramsciano entrar con fuerza en la cultura italiana y que también permitió, al menos en parte, diluir, en la cultura del PCI, los efectos del tiempo gris del estalinismo.

Esa extraordinaria relación entre intelectuales y PCI

Valentino Gerratana, con su trabajo y el de todo el grupo de sus colaboradores —entre los que se debe mencionar a Antonio Santucci, quien falleció prematuramente—, nos restituyó a un Gramsci que le da vueltas a la cabeza, piensa, reflexiona, escribe y reescribe sus notas: un pensamiento vivo. Lo que constituye un patrimonio extraordinario, como lo demuestra el crecimiento exponencial del interés crítico en su trabajo, especialmente en los Estados Unidos y América Latina (el nacimiento de la International Gramsci Society, de la cual Gerratana será el primer presidente, se produjo —recordó Liguori— por iniciativa de algunos intelectuales norteamericanos).

En resumen, la figura de Gerratana emerge en la conferencia de Módica en toda su riqueza: «filósofo militante», dicen en el mismo título de la conferencia. El que esto escribe quiso ofrecer, en su discurso, algunas reflexiones sobre una época extraordinaria de la relación entre cultura y política, entre intelectuales y un partido como el PCI; y en los términos con los que hoy es posible repensar la conexión entre investigación teórica e intelectual, cultura política y partidos. Hoy, tal vez, ya ni siquiera es posible entender correctamente el significado de una expresión que, con razón, también puede evocarse con respecto a una figura como la de Gerratana, la de un «intelectual orgánico». De hecho, esta definición ahora se usa a menudo de manera despectiva, o se abandona porque es un presagio de malentendidos. Incluso es difícil entender hoy cómo una generación de intelectuales comunistas, de los cuales Gerratana fue una de las más altas expresiones, concibió su relación con la política, y lo que cuenta, con un cuerpo colectivo como un partido de masas.

El partido como intelectual colectivo

No eran intelectuales «prestados» a la política, como dicen hoy: por el contrario, eran intelectuales que sentían profundamente la «política» intrínseca de su trabajo científico y teórico específico, que por esta misma razón, especialmente por esto, tenía que ser realizado con el máximo rigor intelectual. Eran intelectuales que formaban y se sentían profundamente parte de un «grupo de liderazgo», incluso sin tener cargos políticos específicos: y podían hacerlo porque el PCI era un partido que actuaba como un lugar colectivo en el que este encuentro entre la investigación, la cultura política generalizada y «el sentido común» podía expresar mejor su potencial.

Un texto extraordinario de Gramsci nos recuerda cómo «cada hombre es un filósofo», portador de una «filosofía espontánea», de una concepción del mundo que a menudo se toma de forma pasiva desde el exterior y no se reelabora críticamente. La tarea de los intelectuales es precisamente elaborar esta «filosofía espontánea», para crear una conciencia crítica de la frecuencia con la que permanece implícita o confusa. Y el partido, recuerda Gramsci en otro pasaje, puede ser un «experimentador» de estas concepciones del mundo: el lugar colectivo en el que tratamos de «mantener unida» la «filosofía espontánea» y la reflexión crítica. Por esta razón, los «intelectuales orgánicos» de ese tiempo político no vieron al «partido» como una entidad para sacrificar su libertad intelectual: de hecho, el partido era el instrumento colectivo a través del cual solo el pensamiento de un individuo podía encontrar el camino para expresarse mejor y ser valorado, mediante el cual el trabajo intelectual se convirtió en práctica en sí mismo. Así se superó una visión abstracta e individualista de la propia libertad intelectual. Si la reflexión teórica de uno tenía que ser parte de la construcción de una conciencia colectiva, los niveles y las formas de mediación eran inevitables. Y necesitaron pequeñas huidas hacia adelante que quizás podrían gratificar una dimensión «narcisista» individual, pero que no entraron en la construcción de una cultura política más rica y más madura.

La construcción fallida de una cultura común

Es fácil de entender, por lo tanto, como incluso Valentino Gerratana, como otros intelectuales comunistas de su generación, experimentaron muy mal el «punto de inflexión» de Bolognina y el final del PCI, lo que fue particularmente negativo: la falta de rigor intelectual, la notable dosis de superficialidad con la que se enfrentó el quid histórico del fin del «comunismo real», fue algo que chocó fuertemente con un legado crítico que había marcado toda una existencia.

Hoy, los términos de la relación entre cultura y política son ciertamente diferentes a los del pasado; pero debería haber (y a menudo no hay) una conciencia dramática de cuán urgente es, para el destino de la izquierda y de la democracia misma, reconstruir esta relación. Hoy en día, en la cultura contemporánea, hay contribuciones intelectuales de alto valor que ofrecen una mirada crítica al presente y cuestionan el potencial de liberación y emancipación que puede abrirse o incluso solo vislumbrarse. Lo que falta, dramáticamente, y especialmente en Italia, son los foros, los lugares, los canales a través de los cuales se pueden conectar la investigación teórica y la producción científica, por un lado, y, por otro lado, la construcción de una cultura política generalizada, de una conciencia colectiva que puede representar el «bagaje cultural» con el que aquellos que «hacen política» miran la realidad. Una desconexión letal, contra la que se debe intentar reaccionar.

Fuente: SinistrainreteTraducción de Ana Jorge para Sin Permiso.

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