martes, 14 de septiembre de 2021

El oligopolio de las empresas eléctricas, joya de la corona del capitalismo español. [Paisano, que los niños no vienen de París. A algunos con unos menos los fabrica el Espíritu Santo con la monjita Brígida en un convento de Ávila, lo que yo te diga. Ni las cosas caen del cielo, y que además, los trabajadores somos gente de orden y no necesitamos ni tenemos por qué quitarle nada a nadie. Eso de que le queremos quitar a los ricos no sé qué son cosas que dice el Herrera Carlos, locutor de ustedes de la Cadena Cope para estar bien informados o el Federico Jiménez Losantos, que es tan pinta como el anterior, para meter cizaña, que nosotros lo único que queremos es que los ricos no nos quiten lo que es nuestro, o sea, verbigracia: la riqueza la crea el trabajo, ¿no?, pues la riqueza para el trabajador. Las eléctricas son producto del trabajo, pues aquí paz y allá gloria: las eléctricas tiene que estar para satisfacer las necesidades sociales de toda la población. Punto. ¿Ven? Y ahora no empecemos joder la manta. ¿Difícil? Hombre, si nos ponemos en este plan, anda que no es difícil el cultivo del arroz, pues señor mío, en mi pueblo, Isla Mayor, se cultivan miles de hectáreas. Pues anda que no es difícil fabricar un automóvil, pues en Zaragoza se fabrican miles todos los días. Pues anda que no es difícil construir una casa y que no se caiga, y aunque no se lo crean, hay cientos de miles de casas construidas por todas partes. Pues anda que no es difícil limpiar la habitación de un hospital como Dios manda, Y anda que no es difícil esto y lo otro… Y, ahora viene lo gracioso: todo lo dicho y esto y lo otro lo hacen los trabajadores, ¿qué, cómo se le ha quedado el cuerpo? Y vuelta la burra al trigo: ¿Y esto cómo se hace? Que me sé yo cómo se esto. Son ustedes los que se tiene que empezar a reunir con los más cercanos para ver cómo se hace para decírmelo a mí para que yo pueda también empezar a hacerlo]

 

El oligopolio de las empresas eléctricas, joya de la corona del capitalismo español

El modelo eléctrico español: la historia de un oligopolio y un régimen político a su servicio.



KAOSENLARED

En las últimas semanas a raíz de la subida histórica de la factura de la luz, se ha puesto encima de la mesa cuál es el papel de uno de los sectores empresariales más importantes del Estado español: las eléctricas. Llama la atención que incluso Nadia Calviño (la ministra más neoliberal del Gobierno) ha tenido que admitir que las eléctricas están teniendo “excesivos beneficios”.

Este hecho refleja la enorme influencia de estas empresas, sin embargo su poder no ha caído del cielo y Calviño parece omitir que el modelo de impunidad del que gozan y que les permite conseguir esos «excesivos beneficios» ha sido construido minuciosamente y en cuya construcción, el PSOE ha supuesto un capítulo importante. Sin figuras como Felipe González o Aznar no se entiende el actual mercado energético español.

Se trata sin duda de compañías que forman parte del núcleo duro del capitalismo español y que muestran cómo el Régimen del 78, sus instituciones y distintos partidos están al servicio de un puñado de capitalistas.

 

Un mercado repartido entre los amigos del dictador

En el caso de la patronal de las eléctricas y el actual modelo del mercado eléctrico tiene su origen en el franquismo y en su política de entrega de sectores estratégicos de la economía a los empresarios afines a la dictadura. A pesar de sus tendencias intervencionistas, Franco mostró enorme respeto por los intereses económicos privados, especialmente con los de algunas figuras que habían contribuido significativamente a financiar el golpe que inició la Guerra Civil.

De esta manera el papel del régimen franquista fue clave para que Juan March, empresario que financió notoriamente al ejército sublevado, se hiciera con el control de Fecsa (Fuerzas Eléctricas de Cataluña S.A.), grupo que con los años será parte importante de la actual Endesa.

Otro de los empresarios beneficiados, y que también fue amigo personal del dictador y promovió la adquisición por parte de la familia Franco del polémico Pazo de Meirás, fue Pedro Barrie. Este personaje se hizo con el negocio eléctrico en el noroeste de la península a través de Fenosa.

Al sur también la lealtad al Régimen fue recompensada. En Andalucía se le otorgó el monopolio del mercado eléctrico a los Benjumea a través de la empresa “Compañía sevillana de Electricidad”. Esta familia tuvo una fuerte vinculación y colaboración con uno de los generales más sanguinarios del bando sublevado, Queipo de Llanos. Organizaron con mano de hierro y represión la retaguardia en Andalucía durante los momentos álgidos de la Guerra Civil para que el llamado “carnicero de Sevilla” tuviera las manos libres para desempeñar su papel en el frente.

A pesar del modelo autocrático, Franco no apostó por la nacionalización de este sector estratégico, sino por una cierta liberalización. Y no solo se dió la liberalización, sino el nulo control del Estado sobre los precios de la electricidad. Al mismo tiempo que el Instituto Nacional de Industria fundaba Empresa Nacional de Electricidad, SA, (Endesa), se daba margen a las grandes eléctricas para que esquivasen el control de tarifas que el Estado les imponía para combatir la subida de los precios y empezaban a mostrar altos beneficios. Muestra de ello fue la creación de Unesa (Unidad Eléctrica, SA), en 1944, a propuesta de José María de Oriol Urquijo. Unesa era una empresa privada que agrupaba capital de las grandes eléctricas y cuya función era coordinar la producción y distribución a nivel estatal, una auténtica autorregulación. Una función que en otros países como Francia, Inglaterra o Italia recaía en el propio Estado.

Esta autorregulación generaba enormes beneficios y convirtió a la industria eléctrica en un mercado muy interesante para la banca. Así, los grandes bancos se lanzaron a la caza de las eléctricas y Banco Vizcaya, Banco Bilbao, Banco de Santander, Banco Central y el Urquijo fueron los mayores inversores de las eléctricas en este periodo. De esta manera los grandes banqueros de la época pasaron a formar parte de los accionistas con más peso en las principales compañías de electricidad. Fue así como los lazos entre las eléctricas, el capital financiero y el Régimen se estrecharon formando un bloque compacto.

La ayuda de Franco a los magnates ibéricos fue más allá de sentar las bases para que hagan y deshagan a su antojo; el dictador también se encargó de “expropiar” a las empresas internacionales que tenían capital en la industria eléctrica española desde el siglo XIX para beneficiar a los empresarios autóctonos. Es el caso de la Barcelona Traction Light and Power, una empresa de capital internacional que poseía la red de suministro en gran parte de Catalunya. Juan March trató de comprarla sin éxito hasta que finalmente un tribunal la declaró en quiebra a pesar de que sus cuentas estaban en orden y el Estado obligó a subastarla. El resultado de la subasta fue previsible: Juan March logró adquirir la compañía a precio de saldo. Se podría decir que Franco nacionalizó algunas eléctricas y las “socializó” entre unos pocos capitalistas.

Coexistiendo con estas empresas privadas se desarrolló Endesa. Al tratarse de una empresa pública desde sus inicios tuvo como uno de sus objetivos extender la red de distribución y fortalecer técnicamente el suministro diversificando los modos de producción. Esto la convirtió en una empresa pública “rentable” algo que como veremos más adelante será generosamente regalado en “democracia” a los capitalistas.

 

La privatización completa de la electricidad: de González a Aznar

El modelo eléctrico español es definido por un evidente oligopolio de unas pocas empresas que controlan la producción y la distribución y que tiene su origen en el reparto que se hizo del mercado entre los empresarios amigos de Franco.
Este oligopolio está conformado por cinco grandes compañías: Endesa, Iberdrola, Naturgy, EDP y Repsol. Estas multinacionales controlan más del 90 % del mercado eléctrico. Tan solo las tres más grandes, Endesa, Iberdrola y Naturgy acaparan el 85 % de usuarios.

La llegada de la “democracia” no hizo más que acelerar la liberalización de este sector y aumentar la capacidad de controlar a su antojo los precios, el suministro y el mercado en general por parte de estos gigantes de la energía.

Un hito en este proceso fue la privatización de la mayor empresa pública, Endesa. Es habitual ver como los dos grandes partidos del régimen, PP y PSOE, se cruzan acusaciones sobre quién fue realmente el responsable de que no exista una compañía pública en el sector y por qué se perdió la que había. Y aunque las dos formaciones políticas estuvieron involucradas, lo cierto es que fue el PSOE quien dio inicio a la salida a bolsa de Endesa.

El 16 de abril de 1988 el Gobierno de Felípe González inició la primera fase de la privatización de Endesa sacando a bolsa el 20,35% de las acciones de la empresa pública, y estableció que ese porcentaje podría llegar como máximo al 25%. Pero entregar un cuarto de la empresa les pareció poco a los socialistas y años después, en 1994, Felípe González en su segunda legislatura volvió a sacar a bolsa parte de las acciones propiedad del Estado. En concreto un 8,7% de ellas.

Con un discurso marcado por la demagogia, el Gobierno de González decía en ese momento que con esto se avanzaba en la “modernización del sector”. Esta decisión provocó que el Estado perdiese progresivamente el control de la principal empresa pública de electricidad.

Cuando llegó Aznar a la presidencia recibió una empresa semipública y una herencia privatizadora que por supuesto no iba a desaprovechar. Así, en 1997, poco tiempo después de ganar las elecciones privatizó un 35% más de las acciones quedando ahora en manos del Estado poco más del 40% de la compañía, una minoría. Solo será el pistoletazo de salida de la Era Aznar, este gobierno lanzará una y otra vez ofertas públicas de acciones de Endesa hasta quedar totalmente en manos privadas. Diez años después, será la multinacional italiana Enel la que pase a controlar el 70% de las acciones. Paradójicamente esta empresa tiene una historia similar a Endesa. Se trata de una empresa creada por el Estado Italiano en la década de los 60 y que en los 90 fue igualmente privatizada, pero en este caso, el Estado vecino aún se mantiene como el principal accionista con un 25,5% de participación. Hoy Enel es una gran multinacional.

La expansión internacional de estas empresas energéticas, y en concreto de las españolas, fue un fenómeno que se dio en la década de los 90 y que sólo pudo darse tras las privatizaciones de los 80 y 90, momento en el que acumularon un importante volumen de capital para expandirse. En su mayoría el lugar elegido fue Latinoamérica en donde las reformas neoliberales en esos años, derivadas de la aplicación del consenso de Washington, les ofrecía «oportunidades» a precio de saldo. Así Repsol, Endesa o Gas Natural «compraron» empresas públicas o privadas con el apoyo de las instituciones financieras y los planes aplicados por el imperialismo.

Llegados a este punto, y habiendo visto la generosidad del Régimen hacia la burguesía, no podemos pasar por alto el tema de las puertas giratorias. El Régimen del 78 y en especial su sistema de partidos está estrechamente vinculado con el oligopolio energético, prueba de ello es que tres expresidentes; más de 20 ministros (a partes iguales entre el PSOE y el PP); y una larga lista de secretarios de Estado pasaron directamente de diseñar el actual mercado eléctrico a cobrar sueldos millonarios de estas mismas empresas.

El fenómeno de las puertas giratorias fue muy cuestionado en el 15M y a partir de entonces, este método se mantuvo, pero ahora los partidos burgueses tratan de disimular más poniendo en los consejos de administración a figuras de segunda o tercera fila y esperando un tiempo más prudente desde el final del cargo. Quedaba así atrás la época en la que pudo darse la llamativa situación en que los dos principales responsables de la privatización y presidentes del gobierno, González y Aznar terminarían recibiendo sueldos millonarios de las eléctricas. Felipe González llegó a cobrar cerca de medio millón de euros de Gas Natural en cuatro años. Todo un despropósito.

No puede haber mayor muestra de lo que Marx ya definió cuando la electricidad aún no llegaba a las ciudades, que “el gobierno del Estado no es más que la junta que administra los negocios comunes de la clase burguesa”.

 

Un modelo hecho “a dedo” para el control de unos pocos capitalistas

Pero la privatización no ha sido el único regalo que han hecho los gobiernos a las eléctricas. También han tomado una serie de medidas que son las que han determinado un modelo de negocio que blinda por encima de todo los beneficios de estas empresas.

En 1997 bajo el Gobierno de Aznar, a la vez que se inicia la venta total de Endesa también se legisla para que el precio de la luz fuese determinado en una subasta, dando lugar al llamado mercado mayorista o “pool”, en donde se vende y compra energía para cada una de las horas del día siguiente. Como son las grandes eléctricas las que producen y distribuyen la electricidad tienen un control absoluto de estas subastas y por tanto son capaces de manipular a su antojo el precio de la luz. Con los años tanto los gobiernos del PSOE como los del PP han ido dando paulatinamente mayor margen de maniobra a las grandes empresas en este mercado.

Cinco años más tarde, en 2002, el ministro de economía de ese momento, Rodrigo Rato, decidió fijar el precio de la luz por ley, para supuestamente paliar la inflación. Sin embargo esto se ha terminado convirtiendo en un regalo envenenado para los usuarios, ya que como contrapartida el ministro-banquero establecía el denominado “déficit tarifario”. Con esto el Estado contrae una deuda con las empresas por no recibir el precio real de la electricidad y por tanto la Administración Pública iba acumulando una deuda con las eléctricas que sería cobrada con intereses.

Es decir, el gobierno del PP dejaba decidir a las eléctricas el precio de la luz que todos consumimos y al mismo tiempo le terminaba pagando intereses por una deuda que a todas luces es ilegítima, porque se da en base a unos costes sobre la energía que determinan estas multinacionales y que en todos estos años se han negado a mostrar de forma transparente cuánto auténticamente les cuesta producir la electricidad. Desde luego se trata de un negocio redondo para el oligopolio eléctrico.

Dos de las últimas medidas polémicas que también han encarecido el precio de la luz y beneficiado a las empresas han sido el impuesto al sol y los llamados “beneficios caídos del cielo”. La primera penaliza el autoconsumo de quien quiera instalar paneles fotovoltaicos, y en los hechos otorga el control de la energía solar a las grandes eléctricas. Y la segunda supone un regalo en toda regla por el cual los consumidores terminan pagando los costes de emisión de CO2 a estas empresas. Costes que en la mayoría de ocasiones ni siquiera las empresas han de asumir pero sí los reciben como beneficios. Esto se debe a que en el «pool» del mercado energético el precio de la luz es determinado por el coste de producción de la tecnología más cara. Esta tecnología suele ser la que utiliza el Gas Natural para generar electricidad, a la cual se aplican los impuestos por emisión de CO2 que encarecen aún más su precio. Este tipo de producción eléctrica termina imponiendo el precio general de la luz y de toda la producción eléctrica -desde la generada con energía eólica, hidráulica o solar- así las empresas venden todas sus energías al mismo precio (el marcado por la producción con Gas Natural que incorpora impuestos por emisión de CO2).

Otra de las polémicas del último periodo se desató con las primeras noticias sobre el reparto de los fondos europeos. Una parte muy importante de los mal llamados «fondos para la recuperación» irán destinados a modo de transferencia directa para empresas del IBEX35, varias de ellas grandes eléctricas. Muchas de las cuales hoy son grandes contaminantes que ya han diseñado distintos planes millonarios para participar del reparto de los fondos bajo la etiqueta de «eficiencia energética» o «transición ecológica». Endesa por ejemplo ha presentado 110 proyectos por un valor de 19 mil millones.

 

Un sector estratégico

Nos encontramos por tanto ante un sector de la economía estratégico con unas multinacionales fortísimas y una vinculación orgánica con las principales instituciones y partidos del Régimen del 78. Al igual que la banca o las constructoras son empresas para las cuales se tiene una política de Estado que blinda sus intereses y beneficios.

Estos privilegios no son anecdóticos sino que forman parte esencial del funcionamiento de esta democracia para ricos. Romper con la dictadura de las eléctricas, para obtener una producción y distribución racional con precios razonables y al servicio de la mayoría social significa enfrentarse al actual régimen político.

Es por esto que los planteamientos de formaciones políticas como Unidas Podemos se muestran totalmente impotentes, dando muestra una vez más de su adaptación al Régimen y a los poderosos. Durante la campaña electoral el partido morado hizo del combate contra las eléctricas y la bajada de la factura de la luz una de sus principales banderas. Pablo Iglesias llegó a afirmar que «disparar la factura de la luz solo demuestra la codicia de las eléctricas. Si el Gobierno lo consiente, será cómplice».

Sin embargo, como hemos podido ver cuando han llegado al Gobierno ha sido precisamente eso lo que ha sucedido, incluso con subidas nunca antes vistas. Lo único que han alcanzado a proponer tímidamente los ministros de Unidas Podemos es la creación de una empresa pública en el sector. Pero esta medida, que Unidas Podemos propone de cara a la galería sin ninguna intención de llevarla a cabo realmente, es planteada de manera absolutamente limitada. Incluso reconocen que no tendría ningún efecto sobre la factura de la luz y que habría que esperar a que expiren las concesiones de las plantas hidroeléctricas en manos privadas, algunas de ellas con duración de más de 30 años.

El oligopolio de las eléctricas, que es capaz de hacerse oír con fuerza en los principales medios de comunicación, ha logrado sembrar la idea que estas subidas de la luz son fruto de los azares del mercado y que poco se puede hacer. El Gobierno también contribuye a difundir este mensaje, dando a entender que se trata de una cuestión complicada y “sin soluciones simples y a corto plazo”. Esto es una manera de decir que no piensan hacer nada significativo y mucho menos si va en contra de los intereses de los dueños de las eléctricas.

Pero la solución es relativamente sencilla, es necesario expropiar sin indemnización a las grandes empresas que tienen el control del mercado energético y ponerlas bajo el control democrático de trabajadores y usuarios. La complejidad de la que se ha dotado el sistema eléctrico no es para hacerlo más racional, sino para justificar por múltiples vías cómo el Estado garantiza los beneficios de estas multinacionales.
¿Por qué son las eléctricas las que determinan el precio de la luz mediante una subasta? ¿Por qué hay que pagarles a las empresas los gastos de emisión de CO2 cuando generan electricidad que no genera estos gases? ¿Por qué hay que pagar una deuda que es ilegítima a empresas con millones de beneficios cada año? ¿Por qué el sol y la energía que genera es propiedad de Endesa, Iberdrola y Naturgy? ¿Por qué en otros países de la zona, también con criterios capitalistas, la electricidad es significativamente más barata?

Son preguntas, que más allá de cuestiones técnicas, no son difíciles de responder, y todas tienen la misma respuesta: para garantizar los beneficios exorbitantes del oligopolio energético.

La única complejidad que sí admitimos, es que para conseguir recuperar estas empresas bajo control obrero es necesario desarrollar un combate frontal no solo contra estas empresas sino contra el Estado que sostiene su modelo de negocio. Por tanto se trata de una lucha en la que se debe implicar a amplios sectores de las clases populares.

La vinculación íntima de las eléctricas con la dictadura en su momento, y ahora con los principales partidos políticos, tiene que ver con que se trata de un sector clave de la economía. Los trabajadores y el movimiento obrero en particular tienen que abordar esta cuestión de la misma manera que lo hace la burguesía. Siendo conscientes que no solo es un sector estratégico para el lucro de un puñado de millonarios y para el funcionamiento de la economía capitalista, sino que también para poder golpear de manera más contundente a nuestros enemigos de clase.

La importancia de estos sectores en los embates de la lucha de clases la hemos podido observar en las llamadas “huelgas Robin Hood” de los trabajadores de las eléctricas francesas. En las que al mismo tiempo que se movilizaban en contra de la privatización del sector se solidarizaban con trabajadores de otras empresas cortando el suministro a aquellas que despedían a su plantilla. También reconectaban el servicio a aquellas personas sin recursos. Esto provocaba una enorme simpatía y solidaridad obrera y fortalecía los múltiples conflictos sindicales.

También es el caso de la heroica resistencia de quienes se movilizaron en contra del golpe de Estado en Bolivia en el 2019. Con un enorme instinto de clase los manifestantes se jugaron a bloquear la estratégica planta de Senkata, que suministraba hidrocarburos a La Paz, la capital boliviana.

Estos ejemplos son los que realmente muestran cual es el único camino posible de quebrar la voracidad implacable con la que las empresas eléctricas se lucran a costa de nuestro empobrecimiento. Pensar los vínculos estrechos entre este sector y el Régimen de conjunto y su importancia estratégica a la hora de luchar contra ellos es una tarea que tenemos que abordar los revolucionarios. Con este artículo tratamos humildemente aportar al respecto.

 

Fuente: Izquierda Diario

 

En las últimas semanas a raíz de la subida histórica de la factura de la luz, se ha puesto encima de la mesa cuál es el papel de uno de los sectores empresariales más importantes del Estado español: las eléctricas. Llama la atención que incluso Nadia Calviño (la ministra más neoliberal del Gobierno) ha tenido que admitir que las eléctricas están teniendo “excesivos beneficios”.

Este hecho refleja la enorme influencia de estas empresas, sin embargo su poder no ha caído del cielo y Calviño parece omitir que el modelo de impunidad del que gozan y que les permite conseguir esos «excesivos beneficios» ha sido construido minuciosamente y en cuya construcción, el PSOE ha supuesto un capítulo importante. Sin figuras como Felipe González o Aznar no se entiende el actual mercado energético español.

Se trata sin duda de compañías que forman parte del núcleo duro del capitalismo español y que muestran cómo el Régimen del 78, sus instituciones y distintos partidos están al servicio de un puñado de capitalistas.

 

Un mercado repartido entre los amigos del dictador

En el caso de la patronal de las eléctricas y el actual modelo del mercado eléctrico tiene su origen en el franquismo y en su política de entrega de sectores estratégicos de la economía a los empresarios afines a la dictadura. A pesar de sus tendencias intervencionistas, Franco mostró enorme respeto por los intereses económicos privados, especialmente con los de algunas figuras que habían contribuido significativamente a financiar el golpe que inició la Guerra Civil.

De esta manera el papel del régimen franquista fue clave para que Juan March, empresario que financió notoriamente al ejército sublevado, se hiciera con el control de Fecsa (Fuerzas Eléctricas de Cataluña S.A.), grupo que con los años será parte importante de la actual Endesa.

Otro de los empresarios beneficiados, y que también fue amigo personal del dictador y promovió la adquisición por parte de la familia Franco del polémico Pazo de Meirás, fue Pedro Barrie. Este personaje se hizo con el negocio eléctrico en el noroeste de la península a través de Fenosa.

Al sur también la lealtad al Régimen fue recompensada. En Andalucía se le otorgó el monopolio del mercado eléctrico a los Benjumea a través de la empresa “Compañía sevillana de Electricidad”. Esta familia tuvo una fuerte vinculación y colaboración con uno de los generales más sanguinarios del bando sublevado, Queipo de Llanos. Organizaron con mano de hierro y represión la retaguardia en Andalucía durante los momentos álgidos de la Guerra Civil para que el llamado “carnicero de Sevilla” tuviera las manos libres para desempeñar su papel en el frente.

A pesar del modelo autocrático, Franco no apostó por la nacionalización de este sector estratégico, sino por una cierta liberalización. Y no solo se dió la liberalización, sino el nulo control del Estado sobre los precios de la electricidad. Al mismo tiempo que el Instituto Nacional de Industria fundaba Empresa Nacional de Electricidad, SA, (Endesa), se daba margen a las grandes eléctricas para que esquivasen el control de tarifas que el Estado les imponía para combatir la subida de los precios y empezaban a mostrar altos beneficios. Muestra de ello fue la creación de Unesa (Unidad Eléctrica, SA), en 1944, a propuesta de José María de Oriol Urquijo. Unesa era una empresa privada que agrupaba capital de las grandes eléctricas y cuya función era coordinar la producción y distribución a nivel estatal, una auténtica autorregulación. Una función que en otros países como Francia, Inglaterra o Italia recaía en el propio Estado.

Esta autorregulación generaba enormes beneficios y convirtió a la industria eléctrica en un mercado muy interesante para la banca. Así, los grandes bancos se lanzaron a la caza de las eléctricas y Banco Vizcaya, Banco Bilbao, Banco de Santander, Banco Central y el Urquijo fueron los mayores inversores de las eléctricas en este periodo. De esta manera los grandes banqueros de la época pasaron a formar parte de los accionistas con más peso en las principales compañías de electricidad. Fue así como los lazos entre las eléctricas, el capital financiero y el Régimen se estrecharon formando un bloque compacto.

La ayuda de Franco a los magnates ibéricos fue más allá de sentar las bases para que hagan y deshagan a su antojo; el dictador también se encargó de “expropiar” a las empresas internacionales que tenían capital en la industria eléctrica española desde el siglo XIX para beneficiar a los empresarios autóctonos. Es el caso de la Barcelona Traction Light and Power, una empresa de capital internacional que poseía la red de suministro en gran parte de Catalunya. Juan March trató de comprarla sin éxito hasta que finalmente un tribunal la declaró en quiebra a pesar de que sus cuentas estaban en orden y el Estado obligó a subastarla. El resultado de la subasta fue previsible: Juan March logró adquirir la compañía a precio de saldo. Se podría decir que Franco nacionalizó algunas eléctricas y las “socializó” entre unos pocos capitalistas.

Coexistiendo con estas empresas privadas se desarrolló Endesa. Al tratarse de una empresa pública desde sus inicios tuvo como uno de sus objetivos extender la red de distribución y fortalecer técnicamente el suministro diversificando los modos de producción. Esto la convirtió en una empresa pública “rentable” algo que como veremos más adelante será generosamente regalado en “democracia” a los capitalistas.

 

La privatización completa de la electricidad: de González a Aznar

El modelo eléctrico español es definido por un evidente oligopolio de unas pocas empresas que controlan la producción y la distribución y que tiene su origen en el reparto que se hizo del mercado entre los empresarios amigos de Franco.
Este oligopolio está conformado por cinco grandes compañías: Endesa, Iberdrola, Naturgy, EDP y Repsol. Estas multinacionales controlan más del 90 % del mercado eléctrico. Tan solo las tres más grandes, Endesa, Iberdrola y Naturgy acaparan el 85 % de usuarios.

La llegada de la “democracia” no hizo más que acelerar la liberalización de este sector y aumentar la capacidad de controlar a su antojo los precios, el suministro y el mercado en general por parte de estos gigantes de la energía.

Un hito en este proceso fue la privatización de la mayor empresa pública, Endesa. Es habitual ver como los dos grandes partidos del régimen, PP y PSOE, se cruzan acusaciones sobre quién fue realmente el responsable de que no exista una compañía pública en el sector y por qué se perdió la que había. Y aunque las dos formaciones políticas estuvieron involucradas, lo cierto es que fue el PSOE quien dio inicio a la salida a bolsa de Endesa.

El 16 de abril de 1988 el Gobierno de Felípe González inició la primera fase de la privatización de Endesa sacando a bolsa el 20,35% de las acciones de la empresa pública, y estableció que ese porcentaje podría llegar como máximo al 25%. Pero entregar un cuarto de la empresa les pareció poco a los socialistas y años después, en 1994, Felípe González en su segunda legislatura volvió a sacar a bolsa parte de las acciones propiedad del Estado. En concreto un 8,7% de ellas.

Con un discurso marcado por la demagogia, el Gobierno de González decía en ese momento que con esto se avanzaba en la “modernización del sector”. Esta decisión provocó que el Estado perdiese progresivamente el control de la principal empresa pública de electricidad.

Cuando llegó Aznar a la presidencia recibió una empresa semipública y una herencia privatizadora que por supuesto no iba a desaprovechar. Así, en 1997, poco tiempo después de ganar las elecciones privatizó un 35% más de las acciones quedando ahora en manos del Estado poco más del 40% de la compañía, una minoría. Solo será el pistoletazo de salida de la Era Aznar, este gobierno lanzará una y otra vez ofertas públicas de acciones de Endesa hasta quedar totalmente en manos privadas. Diez años después, será la multinacional italiana Enel la que pase a controlar el 70% de las acciones. Paradójicamente esta empresa tiene una historia similar a Endesa. Se trata de una empresa creada por el Estado Italiano en la década de los 60 y que en los 90 fue igualmente privatizada, pero en este caso, el Estado vecino aún se mantiene como el principal accionista con un 25,5% de participación. Hoy Enel es una gran multinacional.

La expansión internacional de estas empresas energéticas, y en concreto de las españolas, fue un fenómeno que se dio en la década de los 90 y que sólo pudo darse tras las privatizaciones de los 80 y 90, momento en el que acumularon un importante volumen de capital para expandirse. En su mayoría el lugar elegido fue Latinoamérica en donde las reformas neoliberales en esos años, derivadas de la aplicación del consenso de Washington, les ofrecía «oportunidades» a precio de saldo. Así Repsol, Endesa o Gas Natural «compraron» empresas públicas o privadas con el apoyo de las instituciones financieras y los planes aplicados por el imperialismo.

Llegados a este punto, y habiendo visto la generosidad del Régimen hacia la burguesía, no podemos pasar por alto el tema de las puertas giratorias. El Régimen del 78 y en especial su sistema de partidos está estrechamente vinculado con el oligopolio energético, prueba de ello es que tres expresidentes; más de 20 ministros (a partes iguales entre el PSOE y el PP); y una larga lista de secretarios de Estado pasaron directamente de diseñar el actual mercado eléctrico a cobrar sueldos millonarios de estas mismas empresas.

El fenómeno de las puertas giratorias fue muy cuestionado en el 15M y a partir de entonces, este método se mantuvo, pero ahora los partidos burgueses tratan de disimular más poniendo en los consejos de administración a figuras de segunda o tercera fila y esperando un tiempo más prudente desde el final del cargo. Quedaba así atrás la época en la que pudo darse la llamativa situación en que los dos principales responsables de la privatización y presidentes del gobierno, González y Aznar terminarían recibiendo sueldos millonarios de las eléctricas. Felipe González llegó a cobrar cerca de medio millón de euros de Gas Natural en cuatro años. Todo un despropósito.

No puede haber mayor muestra de lo que Marx ya definió cuando la electricidad aún no llegaba a las ciudades, que “el gobierno del Estado no es más que la junta que administra los negocios comunes de la clase burguesa”.

 

Un modelo hecho “a dedo” para el control de unos pocos capitalistas

Pero la privatización no ha sido el único regalo que han hecho los gobiernos a las eléctricas. También han tomado una serie de medidas que son las que han determinado un modelo de negocio que blinda por encima de todo los beneficios de estas empresas.

En 1997 bajo el Gobierno de Aznar, a la vez que se inicia la venta total de Endesa también se legisla para que el precio de la luz fuese determinado en una subasta, dando lugar al llamado mercado mayorista o “pool”, en donde se vende y compra energía para cada una de las horas del día siguiente. Como son las grandes eléctricas las que producen y distribuyen la electricidad tienen un control absoluto de estas subastas y por tanto son capaces de manipular a su antojo el precio de la luz. Con los años tanto los gobiernos del PSOE como los del PP han ido dando paulatinamente mayor margen de maniobra a las grandes empresas en este mercado.

Cinco años más tarde, en 2002, el ministro de economía de ese momento, Rodrigo Rato, decidió fijar el precio de la luz por ley, para supuestamente paliar la inflación. Sin embargo esto se ha terminado convirtiendo en un regalo envenenado para los usuarios, ya que como contrapartida el ministro-banquero establecía el denominado “déficit tarifario”. Con esto el Estado contrae una deuda con las empresas por no recibir el precio real de la electricidad y por tanto la Administración Pública iba acumulando una deuda con las eléctricas que sería cobrada con intereses.

Es decir, el gobierno del PP dejaba decidir a las eléctricas el precio de la luz que todos consumimos y al mismo tiempo le terminaba pagando intereses por una deuda que a todas luces es ilegítima, porque se da en base a unos costes sobre la energía que determinan estas multinacionales y que en todos estos años se han negado a mostrar de forma transparente cuánto auténticamente les cuesta producir la electricidad. Desde luego se trata de un negocio redondo para el oligopolio eléctrico.

Dos de las últimas medidas polémicas que también han encarecido el precio de la luz y beneficiado a las empresas han sido el impuesto al sol y los llamados “beneficios caídos del cielo”. La primera penaliza el autoconsumo de quien quiera instalar paneles fotovoltaicos, y en los hechos otorga el control de la energía solar a las grandes eléctricas. Y la segunda supone un regalo en toda regla por el cual los consumidores terminan pagando los costes de emisión de CO2 a estas empresas. Costes que en la mayoría de ocasiones ni siquiera las empresas han de asumir pero sí los reciben como beneficios. Esto se debe a que en el «pool» del mercado energético el precio de la luz es determinado por el coste de producción de la tecnología más cara. Esta tecnología suele ser la que utiliza el Gas Natural para generar electricidad, a la cual se aplican los impuestos por emisión de CO2 que encarecen aún más su precio. Este tipo de producción eléctrica termina imponiendo el precio general de la luz y de toda la producción eléctrica -desde la generada con energía eólica, hidráulica o solar- así las empresas venden todas sus energías al mismo precio (el marcado por la producción con Gas Natural que incorpora impuestos por emisión de CO2).

Otra de las polémicas del último periodo se desató con las primeras noticias sobre el reparto de los fondos europeos. Una parte muy importante de los mal llamados «fondos para la recuperación» irán destinados a modo de transferencia directa para empresas del IBEX35, varias de ellas grandes eléctricas. Muchas de las cuales hoy son grandes contaminantes que ya han diseñado distintos planes millonarios para participar del reparto de los fondos bajo la etiqueta de «eficiencia energética» o «transición ecológica». Endesa por ejemplo ha presentado 110 proyectos por un valor de 19 mil millones.

 

Un sector estratégico

Nos encontramos por tanto ante un sector de la economía estratégico con unas multinacionales fortísimas y una vinculación orgánica con las principales instituciones y partidos del Régimen del 78. Al igual que la banca o las constructoras son empresas para las cuales se tiene una política de Estado que blinda sus intereses y beneficios.

Estos privilegios no son anecdóticos sino que forman parte esencial del funcionamiento de esta democracia para ricos. Romper con la dictadura de las eléctricas, para obtener una producción y distribución racional con precios razonables y al servicio de la mayoría social significa enfrentarse al actual régimen político.

Es por esto que los planteamientos de formaciones políticas como Unidas Podemos se muestran totalmente impotentes, dando muestra una vez más de su adaptación al Régimen y a los poderosos. Durante la campaña electoral el partido morado hizo del combate contra las eléctricas y la bajada de la factura de la luz una de sus principales banderas. Pablo Iglesias llegó a afirmar que «disparar la factura de la luz solo demuestra la codicia de las eléctricas. Si el Gobierno lo consiente, será cómplice».

Sin embargo, como hemos podido ver cuando han llegado al Gobierno ha sido precisamente eso lo que ha sucedido, incluso con subidas nunca antes vistas. Lo único que han alcanzado a proponer tímidamente los ministros de Unidas Podemos es la creación de una empresa pública en el sector. Pero esta medida, que Unidas Podemos propone de cara a la galería sin ninguna intención de llevarla a cabo realmente, es planteada de manera absolutamente limitada. Incluso reconocen que no tendría ningún efecto sobre la factura de la luz y que habría que esperar a que expiren las concesiones de las plantas hidroeléctricas en manos privadas, algunas de ellas con duración de más de 30 años.

El oligopolio de las eléctricas, que es capaz de hacerse oír con fuerza en los principales medios de comunicación, ha logrado sembrar la idea que estas subidas de la luz son fruto de los azares del mercado y que poco se puede hacer. El Gobierno también contribuye a difundir este mensaje, dando a entender que se trata de una cuestión complicada y “sin soluciones simples y a corto plazo”. Esto es una manera de decir que no piensan hacer nada significativo y mucho menos si va en contra de los intereses de los dueños de las eléctricas.

Pero la solución es relativamente sencilla, es necesario expropiar sin indemnización a las grandes empresas que tienen el control del mercado energético y ponerlas bajo el control democrático de trabajadores y usuarios. La complejidad de la que se ha dotado el sistema eléctrico no es para hacerlo más racional, sino para justificar por múltiples vías cómo el Estado garantiza los beneficios de estas multinacionales.
¿Por qué son las eléctricas las que determinan el precio de la luz mediante una subasta? ¿Por qué hay que pagarles a las empresas los gastos de emisión de CO2 cuando generan electricidad que no genera estos gases? ¿Por qué hay que pagar una deuda que es ilegítima a empresas con millones de beneficios cada año? ¿Por qué el sol y la energía que genera es propiedad de Endesa, Iberdrola y Naturgy? ¿Por qué en otros países de la zona, también con criterios capitalistas, la electricidad es significativamente más barata?

Son preguntas, que más allá de cuestiones técnicas, no son difíciles de responder, y todas tienen la misma respuesta: para garantizar los beneficios exorbitantes del oligopolio energético.

La única complejidad que sí admitimos, es que para conseguir recuperar estas empresas bajo control obrero es necesario desarrollar un combate frontal no solo contra estas empresas sino contra el Estado que sostiene su modelo de negocio. Por tanto se trata de una lucha en la que se debe implicar a amplios sectores de las clases populares.

La vinculación íntima de las eléctricas con la dictadura en su momento, y ahora con los principales partidos políticos, tiene que ver con que se trata de un sector clave de la economía. Los trabajadores y el movimiento obrero en particular tienen que abordar esta cuestión de la misma manera que lo hace la burguesía. Siendo conscientes que no solo es un sector estratégico para el lucro de un puñado de millonarios y para el funcionamiento de la economía capitalista, sino que también para poder golpear de manera más contundente a nuestros enemigos de clase.

La importancia de estos sectores en los embates de la lucha de clases la hemos podido observar en las llamadas “huelgas Robin Hood” de los trabajadores de las eléctricas francesas. En las que al mismo tiempo que se movilizaban en contra de la privatización del sector se solidarizaban con trabajadores de otras empresas cortando el suministro a aquellas que despedían a su plantilla. También reconectaban el servicio a aquellas personas sin recursos. Esto provocaba una enorme simpatía y solidaridad obrera y fortalecía los múltiples conflictos sindicales.

También es el caso de la heroica resistencia de quienes se movilizaron en contra del golpe de Estado en Bolivia en el 2019. Con un enorme instinto de clase los manifestantes se jugaron a bloquear la estratégica planta de Senkata, que suministraba hidrocarburos a La Paz, la capital boliviana.

Estos ejemplos son los que realmente muestran cual es el único camino posible de quebrar la voracidad implacable con la que las empresas eléctricas se lucran a costa de nuestro empobrecimiento. Pensar los vínculos estrechos entre este sector y el Régimen de conjunto y su importancia estratégica a la hora de luchar contra ellos es una tarea que tenemos que abordar los revolucionarios. Con este artículo tratamos humildemente aportar al respecto.

Fuente: Izquierda Diario

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Fuerzas del cambio

 

Fuerzas del cambio


CÉDRIC DURAND

Vientosur

31 JULIO 2021  


El alcance de la ruptura con el neoliberalismo iniciada por la administración Biden dependerá tanto del desarrollo de la política de Washington como del impacto de las movilizaciones por abajo. Sin embargo, en el fondo, fuerzas impersonales seguirán afectando a la metamorfosis del capitalismo a través de sus sucesivas etapas. Es a partir de estas limitaciones y oportunidades estructurales como se construye el tejido de la coyuntura actual. ¿Qué puede decirnos la economía política contemporánea sobre ellas? Más allá de la esfera del pensamiento liberal dominante, una serie de contribuciones teóricas recientes han intentado diagnosticar el momento actual situándolo en los ritmos a largo plazo del desarrollo capitalista. Ofrecen una nueva luz, si no una llave mágica, para entender el cambio sistémico que representa la política de Biden.

Estas fuerzas de cambio son ignoradas habitualmente por los economistas liberales. El intercambio de mercado se considera una esfera de actividad que depende únicamente de sí misma; la intervención colectiva consciente no debe interferir con la mano invisible o el orden espontáneo. Sin embargo, cada vez está más claro que esta fe en el ajuste autoequilibrado del mercado no puede proporcionar una teoría general del rápido cambio socioeconómico, ni una explicación específica de nuestras actuales turbulencias políticas. Reconociendo esta limitación, The Economist rechazó recientemente los modelos de equilibrio neoclásico y el instrumentalismo friedmaniano a favor de la economía evolutiva, que "trata de explicar los fenómenos del mundo real como el resultado de un proceso de cambio continuo". “El pasado informa al presente", manifestó. “Las decisiones económicas se toman dentro de contextos históricos, culturales e institucionales, y se basan en ellos".

Esta intervención muestra el debilitamiento de la economía neoclásica en el conjunto de la profesión. Sin embargo, el esquema evolutivo conserva una profunda lealtad a la ideología burguesa, basada en la creencia de que Natura non facit saltumla naturaleza no da saltos. Para esta escuela de pensamiento, la evolución es siempre gradual. Puede haber excepciones prácticas a esta regla, como cuando los neoliberales abrazan la terapia de choque para desmantelar los restos del antinatural orden socialista en Europa del Este, o lanzan una revolución contra el modelo social francés al estilo de Emmanuel Macron. Pero este voluntarismo oportunista se basa en el presupuesto de las virtudes transhistóricas del mercado; no se apoya en una teoría de los períodos de la historia capitalista, ni en una explicación de sus puntos de inflexión más allá de los argumentos ad hoc.

Hace cuatro décadas, John Elliott escribió en Quarter Journal of Economics que, a pesar de sus compromisos ideológicos opuestos, Marx y Schumpeter coincidían en las tres características más destacadas de la dinámica evolutiva del capitalismo: "Proviene del interior del sistema económico y no es una mera adaptación a los cambios exógenos. Se produce de forma discontinua y no con facilidad. Aporta cambios cualitativos o revoluciones, que desplazan fundamentalmente los antiguos equilibrios y crean condiciones radicalmente nuevas". Pierre Dockès delineó esta perspectiva cambiante en su monumental obra, Le Capitalisme et ses rythmes (2017): "la mutación no afecta a un aspecto o a un carácter del orden productivo, sino al propio sistema: un cambio de estado. A partir de un cierto umbral, se da una mutación: el cambio cuantitativo de los elementos cristaliza en un cambio cualitativo del estado del sistema".

Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿Qué impulsa esta mutación y cómo se cristaliza exactamente? Más concretamente, ¿qué tendencias a largo plazo están empujando la actual mutación más allá del neoliberalismo?

Para aclarar estas cuestiones, podemos recurrir en primer lugar a la rica tradición intelectual derivada de Schumpeter y Nikolai Kondratiev, que vincula el cambio tecnológico a olas de acumulación de capital de varias décadas. Para esta tradición, los grupos de innovación se despliegan durante la fase expansiva hasta el momento en que las vías más rentables se agotan. A continuación, una fase depresiva fomenta la búsqueda intensiva de nuevas oportunidades de negocio, sembrando las semillas de una nueva fase potencialmente expansiva. Estos cambios son ondas largas más que ciclos. Aunque las depresiones son un resultado ineludible del desarrollo capitalista, no es en absoluto inevitable que se desencadene una nueva fase de expansión.

Según la obra de Ernest Mandel Long waves of Capitalist Development (1980), "no es la innovación tecnológica per se la que desencadena una nueva expansión a largo plazo. Sólo cuando esta expansión ya ha comenzado pueden producirse innovaciones tecnológicas a gran escala". Esto requiere "tanto un fuerte aumento de la tasa de beneficio como una enorme ampliación del mercado". Como "la forma capitalista de asegurar la primera condición entra en conflicto con la forma capitalista de asegurar la segunda", Mandel sostiene que deben intervenir "cambios en el entorno social en el que opera el capitalismo". En resumen, mientras que los descensos son endógenos, los ascensos requieren "conmociones del sistema" exógenos -guerras, contrarrevoluciones, derrotas de la clase obrera, el descubrimiento de nuevos recursos- para permitir que la acumulación de capital despegue de nuevo.

Antes de su muerte en 1995, Mandel identificó la "integración total de la antigua URSS y de la República Popular China en el mercado mundial capitalista", junto con una "gran derrota de la clase obrera", como condiciones previas para un repunte. Este análisis se confirmó parcialmente: la expansión de las cadenas de valor mundiales y la creciente tasa de explotación resultante de las políticas neoliberales, además de la disponibilidad de una enorme fuerza de trabajo de reserva, fueron cambios decisivos que impulsaron el repunte de la economía mundial desde mediados de los años 90 hasta la crisis de 2008. Pero debido al creciente exceso de capacidad y a la anemia de la demanda, no se pudo materializar una fase expansiva completa liderada por la economía digital.

La teoría de Mandel apenas se menciona hoy en día, pero se pueden encontrar algunas de sus ideas en el influyente trabajo de Carlota Pérez y Mariana Mazzucato. En un documento conjunto de 2014 titulado "La innovación como política de crecimiento: el desafío para Europa", también intentaron describir las condiciones para una recuperación económica. “Los mercados por sí solos no pueden devolvernos la prosperidad", escribieron. “La inversión está impulsada por la innovación; concretamente, por la percepción de dónde se encuentran las nuevas oportunidades tecnológicas. La inversión privada sólo se pone en marcha cuando esas oportunidades están claras; la inversión pública debe dirigirse a crear esas oportunidades en todos los espacios políticos y afectar a toda la economía". Pérez y Mazzucato intentaron ir más allá de la confianza de Mandel en las "conmociones del sistema", otorgando al Estado la responsabilidad de los factores extraeconómicos necesarios para lanzar una expansión. La innovación deseable debe rentabilizarse a través de la política industrial - regulación financiera, gestión de la demanda, educación, etc. - mientras que unas políticas fiscales, tributarias y monetarias adecuadas deberían dotar a este Estado activo de los recursos necesarios.

Así, las fuerzas del cambio pueden situarse fuera de la esfera económica. Para Pérez y Mazzucato, los "problemas actuales son estructurales" (léase endógenos) y se remontan a décadas antes de la crisis de 2008. Pero, fundamentalmente, creen que las condiciones para superarlos residen en la autonomía de la política. La política puede cambiar las condiciones estructurales. Esta es una lección ineludible de la recuperación china liderada por el Partido Comunista, y la justificación básica del regreso a la fórmula del capitalismo de Estado.

Si se acepta este argumento, es tentador dar un paso más, explorando los factores que podrían fomentar el cambio institucional y replantear las condiciones de la acumulación de capital. Lo que inmediatamente viene a la mente es el doble movimiento de Karl Polanyi. En The great transformation (1944), escribe que " Mientras que la economía del librecambio constituía un producto de la acción deliberada del Estado, las restricciones posteriores surgieron de un modo espontáneo". Si la liberalización es un proyecto político, el impacto destructivo de las fuerzas del mercado es automáticamente "detenido por la autoprotección realista de la sociedad". Aunque Polanyi se centra en el cambio institucional y no en las oleadas de acumulación, su análisis establece una conexión ineludible entre ambos.

Una reciente contribución de la escuela postkeynesiana retoma el camino donde lo dejó Polanyi, proponiendo una elegante endogenización del conflicto de clases impulsado por las instituciones en la fluctuación económica a largo plazo. En el modelo de Michalis Nikiforos, "el aumento de la cuota de beneficios está relacionado con el dominio del mercado autorregulado y conduce inevitablemente a una crisis. La sociedad se movilizará para protegerse y habrá un contramovimiento, que... se manifestará como un aumento de la cuota salarial". Para Nikiforos, "este contramovimiento también puede conducir más tarde a una crisis que hará más atractiva la aparición del mercado autorregulador y conducirá a un cambio en la dirección de la distribución y a un aumento de la cuota de beneficios". Sostiene que la inestabilidad de la distribución de la renta se debe a la dinámica de la lucha de clases: cuanto más poder tiene una clase, mayor es su potencial para apropiarse de una mayor parte de la renta social. Pero el poder de cada clase se basa a su vez en "sus efectos potenciales sobre los resultados macroeconómicos de la economía". Cuando el exceso de beneficios empieza a perjudicar a la economía en general, aumenta la presión política para lograr un acuerdo más favorable a los salarios. Y viceversa.

Este marco permite una interpretación directa de la coyuntura actual: "La reciente crisis y el actual estancamiento son el resultado de los arreglos institucionales neoliberales, que surgieron como respuesta al profit-squeeze [reducción de beneficios] y a la crisis de los años 70... El súbito ascenso de fuerzas políticas igualitarias que hasta hace muy poco estaban al margen del sistema político, o la popularidad del libro de Piketty, son manifestaciones de la reacción de la sociedad contra los arreglos institucionales responsables de la crisis y el estancamiento". El enfoque unidimensional en la distribución de la renta es, por supuesto, una limitación del modelo de Nikiforos, pero la ventaja es que proporciona un mecanismo explicativo en ambos extremos de la fluctuación.

Los economistas influenciados por la llamada Escuela de la Regulación también han intentado explicar la recurrencia de las crisis estructurales que requieren una importante reestructuración institucional y producen un nuevo equilibrio de fuerzas de clase. En The Rise and Fall of Neoliberal Capitalism, publicado en 2015, David Kotz anticipó un movimiento hacia una forma más regulada de capitalismo, definida por un Estado más fuerte que influye y limita el mercado. Señala que "la crisis actual no es la primera sino la tercera crisis de una forma liberal de capitalismo en Estados Unidos. Cada una de las dos crisis anteriores fue seguida por una forma regulada de capitalismo. Las grandes empresas desempeñaron un papel importante en el cambio al capitalismo regulado tanto en 1900 como a finales de los años 40, con grandes movimientos sociales que crearon un contexto que llevó a los líderes de las grandes empresas a apoyar o consentir un papel más amplio del Estado".

Uno de los puntos fuertes de la Escuela de la Regulación, heredado de su ascendencia althusseriana, es que su teorización de la sucesión de regímenes de acumulación no se limita a la dicotomía regulado/liberal. Cada modo de regulación se organiza bajo la restricción de una forma institucional específica que pesa sobre los demás componentes del sistema. Esto permite un serio compromiso con la evolución cualitativa del capitalismo a través de sus sucesivas etapas. En este marco, la competencia, el nexo entre el capital y el trabajo y las finanzas han desempeñado un papel destacado en diferentes períodos históricos. De cara al futuro, Robert Boyer considera que la coyuntura actual está abierta a producir tres formas potenciales de capitalismo regulado: un biocapitalismo centrado en las actividades antropogénicas; un capitalismo de plataforma asociado al auge de las grandes empresas digitales; y un capitalismo de Estado neodirigido vinculado al modelo chino o a lo que él denomina "populismo democrático".

Sin embargo, el inconveniente de este enfoque de la Escuela de la Regulación es que se tiende a pasar por alto los mecanismos precisos del cambio. Mientras que las disfuncionalidades crecientes en el régimen de acumulación conducen a una crisis estructural, el proceso por el cual emerge un nuevo régimen es impredecible -dependiendo de trouvailles (descubrimientos fortuitos) racionalizados a posteriori por los responsables políticos, los teóricos y los actores sociales. La fascinación por la capacidad del capitalismo para resucitar tras las crisis se produce a costa de una imaginación política empobrecida.

La prolongación más prometedora de la Escuela de la Regulación -que se acerca más a la formulación de una teoría coherente del cambio institucional- se encuentra en The Last Neoliberal (2021) de Bruno Amable y Stefano Palombarini, un incisivo análisis de la Francia de Macron. Para Amable y Palombarini, la dinámica macroeconómica, las instituciones y las mediaciones políticas existen como una totalidad. La arquitectura institucional de la sociedad proviene de la sedimentación histórica de compromisos macrosociales que son el resultado de procesos políticos irreductiblemente conflictivos. Dichos procesos políticos están determinados a su vez por la dinámica económica a través de la evolución de las expectativas de los distintos grupos sociales. Siguiendo a Gramsci, el enfoque neorrealista pone un claro énfasis en la autonomía de la política. Las expectativas sociales no se fijan en una cruda expresión de intereses, sino que proceden de representaciones ideológicas en movimiento que responden a una elaboración política concreta.

Macron está nadando a contracorriente de la marea internacional, hacia una intensificación de la reestructuración neoliberal. La teoría de Amable y Palombarini ofrece una poderosa interpretación de este fenómeno. La desarticulación progresiva del modelo nacional fuertemente coordinado, que tuvo lugar a lo largo de cuatro décadas de reforma neoliberal gradual, decepcionó las expectativas de las clases populares. Esto condujo a una disgregación de los bloques tradicionales de derecha e izquierda, allanando el camino para un movimiento plenamente neoliberal-burgués encarnado por Macron. Sin embargo, la falta de apoyo popular a este movimiento dificulta su capacidad para llevar a cabo una neoliberalización radical. Esto lo demostraron con fuerza los chalecos amarrillos, incluso antes de que la crisis de la covid-19 dejara obsoleto el manual neoliberal.

Hay mucho que aprender de estas diversas aproximaciones -polanyianas, poskeynesianas, regulacionistas, gramscianas- en el estudio de las etapas históricas: la no linealidad del cambio, la contingencia de la expansión tecnológico-económica en los entornos institucionales adecuados, las reacciones sociopolíticas a las fuerzas destructivas de los mercados y los cambios cualitativos del sistema provocados por sus mutaciones. Estas percepciones nos ayudan a descifrar la coyuntura actual y a prever sus posibles direcciones. Sin embargo, también debemos tener en cuenta los efectos acumulativos de las sucesivas etapas de desarrollo. Las contradicciones no sólo existen dentro de cada fase; también se acumulan de una etapa a otra, ya que la dinámica de un régimen de acumulación entra en conflicto con sus predecesores. El capitalismo, como sistema, está envejeciendo.

Con la globalización de la manufactura, el exceso de capacidad sigue aumentando y las fijaciones espaciales continúan agotándose, haciendo que la contradicción interna del proceso de acumulación se manifieste a un nivel verdaderamente global. Sigue siendo dudoso que la industrialización de los servicios y su fragmentación internacional puedan crear oportunidades lo suficientemente grandes como para absorber esta masa de capital sobreacumulado. Mientras tanto, lo que James O'Connor describió como la segunda contradicción del capitalismo está ganando fuerza. Para O'Connor, un obstáculo clave para el desarrollo capitalista no surge dentro del proceso de acumulación en sí mismo, sino "entre las relaciones de producción capitalistas (y las fuerzas productivas) y las condiciones de producción capitalistas", debido a "la apropiación y el uso económicamente autodestructivo que hace el capitalismo de la fuerza de trabajo, la infraestructura y el espacio urbanos, y la naturaleza externa o el medio ambiente". La crisis ecológica, el encarecimiento de la sanidad y la educación, el deterioro de las infraestructuras físicas... todo ello indica unos costes crecientes por el lado de la oferta que podrían dificultar aún más el proceso de acumulación. La resolución de estos problemas no está en absoluto fuera del alcance de la acción humana. Pero sería insensato no preguntarse si la restricción sistémica adicional del ánimo de lucro puede haber puesto el listón demasiado alto.

28/07/2021

https://newleftreview.org/sidecar/posts/forces-of-change?pc=1363

Traducción: viento sur

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