viernes, 16 de agosto de 2019

PARA QUIEN TENGA ALGUNA NOCIÓN DE DIGNIDAD PERSONAL, TIENE QUE SER INDIGNANTE QUE CUATRO BORRACHOS Y DESGARRAMANTAS DEL CAPITAL CON SU PAYASERIA POLITICA ADJUNTA BASADA EN NUESTRA IGNORANCIA DETERMINEN NUESTRA VIDAS COMO SI FUÉRAMOS MUÑEQUILLOS CON OJOS Y TODO


G7 en Biarritz


Entre la ofensiva capitalista y la guerra económica
Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate
vientosur
15.08.2019

El capitalismo carece de centro operativo. No existe un mando unificado, un espacio desde el que se decidan nítidamente agendas, políticas y relatos en la defensa de sus valores e intereses. Siendo esto cierto, también lo es que más allá de una estructura de poder compleja y bien engrasada a escala global, de inercias civilizatorias muy asentadas y de un dinamismo fuera de toda duda, el sistema vigente cuenta con múltiples foros y encuentros en los que las élites globales debaten, afinan estrategias y dirimen sus diferencias ante coyunturas cambiantes, espacialmente en momentos críticos como el actual.

Se trata de espacios tanto permanentes como periódicos, pero siempre estructurados –las Cumbres son solo la punta del iceberg de procesos mucho más estables y opacos de interacción público-empresarial– que, si bien no dan lugar a decisiones formales –ya que la globalización neoliberal se sustenta en la actualidad en un modelo de gobernanza difuso, híbrido y multinivel–, sí marcan línea, delimitan el marco de la agenda capitalista real, definen prioridades y homogenizan imaginarios. Se convierten así en eventos de gran significado y peso político, haciendo valer el poder y la fuerza de sus convocantes no solo para imponer el relato edulcorado de las declaraciones finales, sino especialmente la corriente fría y subterránea que atraviesa estos encuentros, conformada por compromisos secretos u opacos, que solamente en su momento aflorarán a la superficie en forma de políticas y posicionamientos.

El G7 es, sin duda alguna, uno de esos espacios. Junto al G20, el Foro Económico Mundial (también conocido como Foro de Davos), el Club Bilderberg, los comités mixtos de los acuerdos comerciales más relevantes, los encuentros organizados por los principales lobbies empresariales, los planes del Pentágono y otras estructuras militares, las cumbres de organismos regionales y multilaterales, los miles think tanks y centros de conocimiento, etc. Conforman de este modo una tupida y compleja red, cuyos componentes podríamos categorizar en función del peso político, alcance internacional o de su composición principalmente pública y/o privada. No obstante, el concepto de poder corporativo, que hace referencia a la articulación de grandes empresas, instituciones públicas y organismos multilaterales en defensa de la agenda de mercantilización capitalista, pone en valor precisamente su lógica de red: asistimos así a una muy sólida arquitectura global, tanto oficial como paraoficial, que blinda y cimenta los intereses de las élites globales, avalando, legitimando e imponiendo en cada momento su agenda y relato.

En todo caso, el G7 cobra hoy en día un significado especial dentro de este modelo de gobernanza capitalista. Por un doble motivo, como se hará evidente en la próxima cumbre que se celebrará en la localidad vasco-francesa de Biarritz, entre el 24 y el 26 de agosto. En primer lugar, por el momento crítico que atraviesa el capitalismo, incapaz de encontrar sendas estables de maximización de las ganancias, en un contexto además de colapso ecológico –que le obliga a tratar de crecer con menos recursos materiales y energéticos– y de creciente vulnerabilidad climática, financiera y social. Este fin de onda larga capitalista, en un escenario muy incierto y sin parangón en la historia del capitalismo, acentúa la relevancia del encuentro de parte muy significativa de las principales economías del planeta (Estados Unidos, Japón, Alemania, Canadá, Italia, Reino Unido y Francia, junto a los presidentes del Consejo y la Comisión de la Unión Europea). Estas se ven conminadas, para salvar al sistema y a las élites, a tratar de superar el momento crítico actual acentuando la ofensiva capitalista en ciernes, que ya no puede permitir sectores ni dinámicas que se sitúen fuera de la esfera de los mercados y de las empresas transnacionales.

En segundo término, el G7 fortalece su importancia al excluir a China de sus deliberaciones, en un momento que, como en todas las crisis profundas de acumulación capitalista, los consensos intra-élites se resquebrajan y dan lugar a situaciones de guerra económica entre bloques. Precisamente la guerra arancelaria, comercial, financiera y tecnológica entre Estados Unidos y China es más que evidente, y el G7 se torna en un espacio estratégico para tratar de recuperar los “consensos occidentales” en torno a esta contienda económica y geopolítica, a pesar de las diferencias entre el capitalismo más unilateral que representa Trump –al que suma ahora al británico Johnson– y el capitalismo de retórica universalista amparado por Macron o Trudeau.

Por tanto, estos dos fenómenos –guerra económica contra la clase trabajadora y contra el planeta, por un lado, guerra económica inter-bloques, por el otro–, en un marco de disputa por la hegemonía de la agenda capitalista entre matices más universalistas o unilateralistas, serán los que marquen la identidad de la cumbre del G7 que se desarrollará en Euskal Herria.

Por supuesto, el relato oficial, la agenda prevista y la declaración final no lo harán explícito. Es necesario leer entre líneas, analizar su contenido desde este enfoque global, entender lo que no se dice. Oficialmente, la Cumbre se centrará en la lucha contra las desigualdades: reducir las brechas sociales –especialmente de género–; favorecer el comercio y la inversión para todos y todas; acabar con la inseguridad y la amenaza terrorista; fortalecer la lucha contra el cambio climático. No obstante, si atendiéramos al contexto global, así como a los intereses reales de los gobiernos participantes y sus alianzas corporativas, la agenda real –así como el posible fracaso o éxito de la Cumbre– se sostiene sobre tres preguntas, que delimitan sus posibles debates: ¿Cómo sostenemos al capitalismo en esta coyuntura crítica? ¿Cómo frenamos a China manteniendo la primacía de Occidente? ¿Es posible un consenso mínimo entre las vertientes de capitalismo actuales de EEUU y UE?

En este marco más realista, otros serán los temas que centren los debates, que subyacen bajo el relato oficial: la posibilidad de retomar las conversaciones para aprobar un nuevo tratado comercial entre EEUU y UE (TTIP 2.0), para lo cual ya existe un mandato europeo, y que generaría el mayor mercado del mundo al margen de China –que se sumaría al que la UE ya tiene con Japón y Canadá–; la guerra en torno a la economía digital, en una disputa en la que fundamentalmente participan empresas estadounidenses y chinas. De este modo, las consecuencias generales del agudizamiento de la guerra económica, o asuntos como el de la tasa google –que perjudicaría a la big tech estadounidenses como Facebook, Amazon o Google/Alphabet–, marcarán el sentido de las conversaciones; el brexit será otro de los asuntos centrales de la Cumbre, convertido en la actualidad en uno de los ejes de la disputa EEUU-UE o, del mismo modo, del debate intracapitalista; y, por último, el control social y la guerra contra el terrorismo, en el que se incluye desde Venezuela e Irán a toda forma de contestación social, para lo cual se pretende ahondar en la lógica securitaria y de desmantelamiento de libertades, también de la mano de las grandes empresas digitales.

El reto no es fácil por tanto: posibilitar la reproducción estable del sistema, fortalecer la alianza entre las élites europeas y estadounidenses, a la vez que se legitiman socialmente las medidas a adoptar en contextos muy diferentes, se asemeja a tratar de cuadrar un círculo. En todo caso, se logre o fracasen los debates, los grandes perjudicados de la Cumbre seremos las grandes mayorías sociales y el planeta en su conjunto, ya que la ofensiva capitalista en ciernes nos conduce al abismo social y al colapso ecológico.

Precisamente por ello múltiples organizaciones sociales vascas, francesas e internacionales quieren mostrar su más profundo rechazo al G7. Así, la plataforma vasca G7 Ez¡ y la internacional Alternatives G7 han organizado colectivamente un programa que no solo pretende hacer descarrilar el tren de las élites capitalistas reunidas en Biarritz, sino también servir de encuentro entre activistas internacionalistas de diferentes latitudes, así como visibilizando las alternativas posibles a este sistema desbocado. De este modo se celebrará en Hendaia e Irún, del 21 al 23 de agosto, una Contracumbre bajo el lema Defendamos nuestras alternativas que, en función de 7 ejes temáticos (grandes corporaciones, ecologismo, feminismo, diversidad, democracia, antiimperialismo y abolición de fronteras) desarrollarán más de 70 conferencias y talleres. Posteriormente, el día 24, se celebrará una gran manifestación de rechazo al G7 para, el día 25, realizar concentraciones insumisas en siete puntos de Biarritz, Bidarte Angelu y Baiona -cerca del perímetro de seguridad de zonas rojas y azules-, para conformar la zona arcoíris y protestar ante la prohibición de movilizarse.

Enfrente, Biarritz se convierte en un Estado de sitio: más de 10.000 gendarmes y militares franceses, 4.000 ertzainas, 1.000 policías y guardias civiles, barracones prefabricados para personas detenidas, cierre de accesos a Biarritz y sus espacios públicos, etc., es la respuesta ante la dinámica social y la desobediencia civil. Se prepara y adelanta así un relato de violencia activista y de inseguridad ciudadana, pero que únicamente visualiza la violencia sistémica de las élites reunidas en la costa vasca y el rechazo e indignación acumulada por la sociedad. Biarritz se ha convertido así en una buena oportunidad para mostrar poder popular, alternativas y rechazo a una ofensiva capitalista biocida y violenta.

Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es miembro de la asociación Paz con Dignidad-OMAL


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VIVIDORES, BEBEDORES Y COMEDORES DE LA ECOLOGÍA, NO? PORQUE LAS EXPLOSIONES NUCLEARES Y LAS CIENTO CHIQUINIENTAS MIL TONELADAS DE BOMBAS DE LA PAZ NO AFECTAN AL MEDIO AMBIENTE, A QUE NO?



La ideología climática ha triunfado porque está promovida por el imperialismo

DIARIO OCTUBRE / agosto 16, 2019


Gordon MacDonald: entre la CIA y la ciencia

La evolución de la ideología climática (y 6)

Juan Manuel Olarieta.— Los científicos como Revelle jamás hubieran podido desatar una paranoia, como la climática, sin su estrecha asociación al centro de poder por antonomasia de la Guerra Fría, sito en Washington. Ahora sabemos que, como cualquier otro tinglado de ese tipo, formaban parte de un equipo secreto llamado Jason cuyo objeto eran operaciones ideológicas en masa como las que iniciaron contra Lysenko o las de tipo climático.

Durante aquellos primeros años, la ideología oficial seguía siendo el enfriamiento, que los portavoces ideológicos del imperialismo presentaban con el mismo alarde catastrofista que ahora. Los científicos que hablaban del calentamiento eran una minoría insignificante, incluso dentro del ámbito académico. Eran pocos pero eran el imperialismo o, por lo menos, una parte de él.

Se trataba, pues, de imponer la doctrina dentro de la “ciencia” para luego propagarla como tal a los altavoces mediáticos, es decir, no como una consigna militarista sino como “ciencia”. Naturalmente que tampoco se trataba de unas u otras teorías, como algunos creen, sino que ya se había dado el salto de la “ingeniería climática” al armamento climático.

Con el apoyo de General Electric y el Pentágono, en los años cuarenta los científicos Vincent Schaefer y Irving Langmuir pusieron en marcha el Proyecto Cirrus, luego reconvertido en Stormfury, un plan para modificar el clima con fines bélicos (lluvias, huracanes, tornados, ciclones), que en 1967 se puso en marcha en Vietnam con el nombre de Operación Popeye, un intento de modificar el clima que se prolongó hasta 1974.

Muy pocos años después, en 1978, los mismos imperialistas que habían convertido al clima en un arma de guerra, introdujeron en la ONU un tratado internacional que prohibía el uso del armamento climático en la guerra, otro ejemplo del “doble juego” ideológico que desempeña la paranoia climática: al mismo tiempo que los “científicos” estadounidenses utilizan el clima como arma, previenen sobre el cambio climático.

Los mismos organismos que alertan sobre el cambio climático financian los programas militares de cambio climático. Por ejemplo, entre 1962 y 1983 el Instituto Meteorológico (Weather Bureau, luego denominado National Weather Service) financió el Proyecto Stormfury.

Quien llevó a cabo el intento de modificar el clima de Indochina no fue la Fuerza Aérea sino los aviones de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), un organismo a la vez científico y militar, hoy muy conocido por ser uno de los propulsores de la paranoia climática.

El imperialismo encubría sus planes de cambiar el clima con la manta del CO2. En 1963 el Presidente Johnson aseguró ante el Congreso que a causa de la quema de combustibles fósiles su generación “había alterado la composición de la atmósfera a escala mundial”. Su gobierno encargó un estudio sobre el asunto a su Comité Científico Asesor.

Dos años después el Comité publicó su informe sobre los tópicos favoritos que forman parte de la alarma climática: aumento de los niveles de CO2, la rápida descongelación de la Antártida, el aumento del nivel del mar, el aumento de la acidez del océano… El informe señala, además, que esos cambios requerirán un esfuerzo mundial coordinado para prevenirlos, lo que indica que Estados Unidos comenzaba a imponer su propia política como algo consustancial a la ONU.

Uno de los “científicos” que contribuyeron a desatar la alarma fue Gordon MacDonald, asesor del Presidente Johnson y enlace de la CIA con Jason. En 1968 publicó “Cómo destruir el medio ambiente”, un recetario de las modernas paranoias seudoecologistas. Al mismo tiempo que se preocupaba del medio ambiente, MacDonald colaboraba como geofísico en la guerra contra el pueblo vietnamita.

Como el resto del equipo científico Jason, MacDonald mostraba dos rostros. Por un lado, fue uno de los fundadores de la Agencia de Protección Medioambiental y, por el otro, escribió que “un huracán bajo control se puede utilizar como arma para aterrorizar a los adversarios en partes sustanciales de la población mundial”.

Fue pionero en la SRM (Solar Radiation Management), la manipulación de la radiación solar con fines bélicos. La SRM tiene la pretensión de devolver la radiación infrarroja de nuevo al espacio exterior mediante la dispersión de partículas en la atmósfera, lo que puede impedir el calentamiento, según creían. Para ello, MacDonald propuso recurrir al empleo de misiles en lugar de aviones.

Otro interesante arma ecológica que se le ocurrió a MacDonald fue explotar bombas atómicas para hacer que las capas de hielo polar se deslizaran hacia el océano, causando así maremotos “catastróficos para cualquier país costero”.

También sugirió que la creación de un agujero en la capa de ozono de la atmósfera podría ser un arma eficaz “fatal para la vida”. Según MacDonald las perturbaciones del medio ambiente podían producir, además, cambios en los patrones de comportamiento de las personas, es decir, manipular a la población manipulando el medio ambiente. En cualquier caso, escribe, para Estados Unidos “es ventajoso garantizar su propio entorno natural pacífico para sí mismo y un entorno perturbado para sus competidores”.

Entre 1964 y 1967 formó parte de los asesores de la National Science Foundation para la Modificación del Clima, cuyas conclusiones fueron criticadas por el Journal of the American Statistical Association por la característica manipulación de las estimaciones: “Es deplorable que tales tonterías aparezcan con la cobertura de la Academia Nacional de Ciencias”.

En 1992 el Vicepresidente Al Gore le introdujo en el exótico Comité Medea (Measurements of Earth Data for Environmental Analysis), a medio camino entre el espionaje y la ciencia. Se trataba de recuperar viejos archivos de la CIA y el KGB que contenían información sobre el Ártico tomada por los satélites de vigilancia.

Tanto la Armada como la Fuerza Aérea de Estados Unidos crearon varios escuadrones, conocidos como los “guerreros del clima”,  para militarizar el clima. Algunos de ellos colaboran con la Organización Meteorológica Mundial.

En 1973, tras la guerra árabe israelí, los precios del petróleo se dispararon y, con ellos, las campañas seudoecologistas contra los combustibles fósiles.

El Presidente Carter instaló 32 paneles solares en el techo de la Casa Blanca y los grandes monopolios comenzaron a crear fundaciones contra el cambio climático. Entre ellos destacan Krupp y MacDonald’s, por cuya iniciativa Estados Unidos creó una Oficina sobre los efectos del dióxido de carbono (1). Al calor de las subvenciones las ONG ambientalistas comenzaron a proliferar por todos los países occidentales.



La prensa cambió los titulares que habían predominado hasta entonces: ya no hay que tener miedo el enfriamiento sino al calentamiento. No escatimaron en gastos. En 1958 subcontrataron al director de cine  Frank Capra para que realizara el documental “The Unchained Goddess” que, entre otros temas, ya alertaba sobre el calentamiento mundial (2), un anticipo de la “verdad incómoda” que en 2006 rodaría la Paramount para Al Gore.

En 1977 el equipo Jason envió un informe al Departamento de Energía con las típicas previsiones para el futuro, una vez que se duplique la concentración de CO2 en la atmósfera que, como las demás, es pura ficción.

Estados Unidos internacionaliza la paranoia. En 1979, en la reunión del G-7 en Tokio, las grandes potencias imperialistas firman una declaración solemne comprometiéndose a reducir las emisiones de CO2. Al mismo tiempo, se celebra en Ginebra la primera Conferencia Mundial sobre el Clima, en la que científicos de 50 países aseguran que es necesario actuar urgentementemente. Son los primeros pasos para llevar el cambio climático a la ONU e institucionalizarlo.

Progresivamente, a los partidarios de la doctrina del calentamiento les ponen al frente de los departamentos universitarios, e incluso los crean para ellos, como la unidad del clima de la Universidad de East Anglia, en Gran Bretaña, financian investigaciones dirigidas, organizan conferencias internacionales de expertos y crean revistas especializadas… En 1981 el New York Times llevó por primera vez el “efecto invernadero” a su primera plana. Aquel año sólo un 38 por ciento de los estadounidenses había oído hablar alguna vez del “efecto invernadero”. En 1989 el porcentaje había subido al 79 por ciento.

El punto de viraje de las ideologías climáticas se produjo en 1988 con las dos compareciencias de James Hansen y el senador demócrata Thimothy Wirth en el Senado de Estados Unidos y la creación del IPCC, un montaje de envergadura que culminó en 2007 con la insólita concesión del Premio Nóbel de la Paz, junto con el vicepresidente Al Gore.

Cuando dos años después se publicaron los correos internos de los climatólogos de la Universidad de East Anglia confesando sus manipulaciones, “el mayor escándalo científico de nuestra generación”, según confesó The Telegraph (3), a nadie pareció importarle. Lo que sostiene las concepciones climáticas actuales no es la verdad ni la mentira sino los padrinos.

En muy pocos años el imperialismo ha podido alterar radicalmente una concepción científica tan arraigada, como el enfriamiento, por su contraria, lo cual muestra a las claras la actitud gregaria de la humanidad en general y de los científicos en particular, que disimulan bajo términos grotescos, tales como “consenso científico”, lo que no son más que ideologías trasnochadas.

(1) https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/002194369903600101
(2) http://www.youtube.com/watch?v=0lgzz-L7GFg
(3) https://www.telegraph.co.uk/comment/columnists/christopherbooker/6679082/Climate-change-this-is-the-worst-scientific-scandal-of-our-generation.html


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JAVIER VERDEJO, ASESINADO EN ALMERIA POR LA GUARDIA CIVIL



MEMORIA HISTORICA: 43 aniversario del asesinato de Javier Verdejo. ¡Honor y Gloria!

DIARIO OCTUBRE / agosto 15, 2019



Javier Verdejo Lucas 1957 / 1976

Este 14 de agosto se cumplen 43 años del asesinato por disparos la Guardia Civil del joven, miembro de la Joven Guardia Roja, Javier Verdejo Lucas de 19 años. Estudiante de Biología.

El crimen tubo lugar en Almeria, su ciudad de origen, mientras participaba junto a otros camaradas una acción de propaganda. Descubiertos por una patrulla de la GC esta efectuó disparos de metralleta contra los jóvenes en retirada. Uno de los disparos alcanzo mortalmente en el cuello a Javier que murió en el acto.

Este execrable crimen fue ocultado como un disparo fortuito del arma del guardia civil.

El poeta Juan de Loxa escribió los versos: Pan y Trabajo, siempre se escapa el tiro pa los de abajo, que mala pata no les saliera el tiro por la culata.

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