El
capitalismo ha logrado una hegemonía cultural que impregna toda la vida social.
Las fundaciones son piezas fundamentales de los mecanismos de dominación hoy
vigentes. Pasolini nos lo advirtió en los inicios de la construcción de esa
hegemonía.
El circuito cultural del capitalismo
Eduardo Luque
El Viejo Topo
6 septiembre, 2022
Eduardo Luque y Ana María Valencia
En estos
tiempos de extremada y deliberada confusión, la celebración del centenario del
nacimiento de Pier Paolo Pasolini es una ocasión excelente para volver a sus
textos editados por primera vez en España o reeditados en otros casos con este
motivo. Su lucidez, su honestidad y su valentía son hoy igual de valiosos que
el día que se publicaron. También lo es su búsqueda incansable de la belleza.
No se le
permitió vivir lo suficiente para contemplar el auge de un capitalismo
neoliberal tan potente materialmente como débil intelectualmente; aunque
quizás no lo recordemos con la frecuencia debida, no es sorprendente que uno de
los padres fundadores neo, el aclamado Friedrich Hayek, declarara en un
discurso en la Sociedad de Mont Pêlerin en 1984 que…”una herencia moral que
consiste esencialmente en la creencia en la propiedad, la honestidad y la
familia, cosas que no pudimos ni nunca hemos sido capaces de justificar
intelectualmente”
Esta clara
consciencia de la debilidad intelectual y racional, de la que Pasolini llamaría
moral burguesa, se acopla perfectamente y no de manera casual con la
irracionalidad y el avasallamiento provocado por las pantallas en nuestros
días. Arbitrada por el neoliberalismo como una respuesta a las formas de
nihilismo surgidas de la sociedad de consumo, esta moral hoy es un mero
decorado sostenido por la propaganda para proporcionar una coartada ética a un
sistema que carece por completo de principios, y cuyo único objetivo es la
producción y acumulación de capital sean cuales sean las consecuencias para el
planeta y para sus habitantes; es también la bandera que agitan los partidos de
extrema derecha fundida con un patriotismo crecido al calor de las fortunas y
la evasión de impuestos. Esta “tradición moral“ es la que se airea convenientemente
como único freno al libertarismo moral de la derecha, porque es compatible con
él, basta para ver este binomio en acción con acudir a los discursos de Isabel
Ayuso-Miguel Ángel Rodríguez convertidos en voceros del sistema, más exitosos
cuanto más estridentes tal y como demanda el espectáculo; además estas
respuestas están dotadas de una pátina de rebeldía contra el estado que las
convierte en atractivas mientras permite un autoritarismo camuflado. Todas las
contradicciones encuentran cabida y refugio porque el sistema genera un
discurso a todos los niveles para ellas, así las ilusiones individuales son
compatibles con la amenaza del futuro sin porvenir para las sociedades, hay un
futuro “personal, tal vez, pero el futuro social está cerrado. Se celebran
simultáneamente exaltaciones religiosas extremas, aunque acompañadas siempre de
un carácter festivo y el culto al sexo; el desahucio y la filantropía bancaria;
la sociedad del conocimiento y la incapacidad para que buena parte de la
población comprenda y rellene los formularios oficiales.
Pasolini
escribió “El nuevo poder consumista y represivo se ha valido precisamente de
nuestras conquistas mentales laicas, ilustradas, racionalistas, para construir
su andamiaje de falsa laicidad, de falsa ilustración, de falsa racionalidad. Se
ha valido de nuestras desacralizaciones para librarse de un pasado que, con
todas sus atroces y estúpidas sacralizaciones, ha dejado de serle útil”[1].
No pudo ni llegar a imaginar la práctica desaparición de la razón y la
ilustración de los medios de comunicación de masas y de buena parte de la
sociedad, merced a la eclosión del movimiento psico-emocional combinado con la
proliferación y la velocidad de las imágenes en todo tipo de dispositivos en
todo momento. Intuyó la apropiación de la vida, de la imaginación y de la
conciencia de los seres humanos: “…un nuevo poder que me resulta difícil de
definir; aun así estoy seguro de que es el más violento y totalitario que haya
existido: cambia la naturaleza de la gente, entra hasta lo más profundo de las
conciencias “[2].
Pasolini, que
vivió con preocupación las primeras apropiaciones de los medios de comunicación
por parte de las grandes fortunas (cuánto habría sufrido de haber vivido el
fenómeno Berlusconi), atisbó “la fundación de una gran derecha cultural” , lo
que con el andar del tiempo conocemos ahora como el circuito cultural del
capitalismo: el vastísimo entramado de producción y manipulación cultural,
desde los twits a las fundaciones pasando por las editoriales, cátedras
universitarias, contenidos audiovisuales, cadenas de tv, redes sociales,
plataformas multimedia, etc., etc., etc., circuito con el que prospera la
propaganda capitalista bajo las más diversas formas, de conocimiento,
información, entretenimiento e incluso ayuda.[3] ¿Cómo
sino es posible convencer a casi un planeta entero de que la realidad no es lo
que estamos viviendo, sino lo que se nos dice que estamos viviendo?. El
desgraciadamente también desaparecido Mark Fisher ya definió un capitalismo que
ha tenido la habilidad (y los medios) para hacer triunfar más una imagen
convenientemente elaborada de sí mismo que la dura realidad que impone a
millones de personas, el denominado soft capitalism, o capitalismo suave[4];
capitalismo que no sabemos ya como adjetivar, capitalismo 2.0, capitalismo
neoliberal, capitalismo rápido, postcapitalismo, capitalismo salvaje,
capitalismo totalitario, etc. La aceleración y confusión del tiempo actual está
en muy buena parte promovida por la extensión de los tentáculos de este
circuito al que nada parece poder escapar, y que ha colmado todas las
expectativas de hegemonía cultural de la clase en el poder. Con frecuencia la
potencia de sus imágenes y metáforas se superpone a la realidad por efecto de
la eficacia de su poderosa y bien financiada propaganda. Pero esta es una
cuestión mucho más compleja, la cultura capitalista se construye sobre bases
muy materiales tanto en cuanto a resultados económicos como en cuanto al
control de facto de las empresas grandes y pequeñas de producción cultural;
posee al mismo tiempo “narrativas de persuasión“, cómo las denominaría Saskia
Sassen, cuyo alcance hace fructificar de una manera más eficiente la
propaganda. Estas narrativas se han articulado tanto mediante la apropiación y
asesinato de la imaginación como mediante la usurpación del lenguaje; palabras
cargadas históricamente de significado como libertad o solidaridad actualmente
se han vaciado de contenido al pervertirse su uso y en el peor de los casos su
significado. Una leve indicación sobre la necesidad, por ejemplo, de alcanzar
la excelencia, y los trabajadores de una empresa, una entidad, etc. se
aprestarán a sacrificar horas de sueño y vida para alcanzar la efímera gloria
de unos minutos de protagonismo en cualquier pantalla. Persuasión sutil que
pasa a ser cruda propaganda cuando se estima necesario como en el caso de la
guerra de Ucrania.
Esta hegemonía
cultural se desarrolla combinando estrategias nuevas y viejas; entre las viejas
destaca por su importancia el control de la educación y del conocimiento, entre
las nuevas generar una confusión y un desorden de la información que beneficia
aquellos mensajes simples y repetidos hasta la saciedad, camuflando como
información lo que no es más que burda propaganda. La difusión de estos
mensajes actualmente solo es posible si está sostenida por un enorme aparato
financiero y una estructura potente, imbricada en los llamados medios de
comunicación. Entendiendo la cultura en un sentido muy amplio, que se introduce
en todas las esferas de la vida pública y privada, y que constituye una
maquinaria de manipulación sin precedentes por la amplitud de medios que
utiliza, que ha conseguido penetrar en todos los rincones, en paralelo a la
cultura urbana, y que como apuntó Pasolini, no permite “ajenidad frente a la
cultura dominante”[5] .
La invasión
absoluta de la cultura capitalista en la vida de los pueblos y las gentes,
tiene hoy sus principales instrumentos en la proliferación y el papel
desarrollado por las fundaciones, y en la extensión de la que podríamos llamar
para-cultura generada por los dispositivos móviles y las redes sociales,
naturalmente también en la combinación de estas.
Tanto en la
evolución del neoliberalismo, como en el desarrollo de estas nuevas fuerzas de
absoluto control cultural, la pieza principal del engranaje son las fundaciones[6].
Nacidas y crecidas al amparo del capitalismo del siglo XX han encontrado en el
neoliberalismo sustento y razón de ser y en la actualidad contribuyen a la
propagación de peligrosas formas antidemocráticas.
Las fundaciones
han sido diseñadas para posibilitar la participación directa en el gobierno y
el ejercicio de poder de las grandes fortunas y las megaempresas. Con el
camuflaje tolerado socialmente (no sin esfuerzo propagandístico) de las
fundaciones, se ha permitido que bancos, empresarios y grupos económicos
participen en fórums, cierren acuerdos, alternen con los gobiernos, discutan y propongan
cuestiones que solo corresponderían a la sociedad. Lo que resulta inadmisible
desde el punto de vista no solo de la salud democrática, sino también de la
propia razón: que los intereses egoístas de unos cuantos particulares, por
cierto los más ricos, se impongan sobre el bien común. Constituyen por lo tanto
un serio atentado contra la democracia, entendida esta en el sentido más
clásico como un sistema político que aspira al bien de todos y para el que son
necesarias las contribuciones y los sacrificios de todos.
Peligrosas
igualmente por cuanto contribuyen a uno de los ansiados objetivos del
liberalismo (Thatcher: tal cosa como la sociedad no existe) y del fascismo, en
su viejas o nuevas formas, la destrucción de la sociedad y la formación de
masas de individuos aislados que la sustituyan. Promocionan una imagen de
espacio social y colaboración que no existe, y a la vez trabajan activamente
para la desaparición de los mismos y su suplantación por otros creados por
ellos para sus intereses; tomemos por ejemplo el caso de las aulas creadas por
la banca que por otra parte tanto contribuyen a la destrucción de la educación
pública; podemos considerar también el más reciente y escandaloso caso del
empresario Klaus Schwab, flamante director ejecutivo del Foro
Económico Mundial (WEF) y
organizador del encuentro de
Davos, padre de un “hub” conocido como Comunidad Global Shapers, cuyo principal
objetivo es formar líderes mundiales que trabajen por el bien del capitalismo
planetario; sus éxitos más notables han sido Angela Merkel, Macron o Tony
Blair. Es muy significativo que debido al incipiente desgaste de las
fundaciones y su partenariado, a la necesidad de aumentar la maraña y la
confusión, se adopten nuevos “ejes” al amparo de una palabra nueva –“HUB“– que
sirve al mismo viejo entramado de siempre: redes, subredes y formas de
actuación del mundo empresarial en la política. Tenemos ya hubs de Davos
en Madrid, Barcelona y Bilbao. Hubs que están dirigidos por una fundación, no
podía ser de otra manera, de cuya directiva forman parte el propio Klaus
Schwab, pero también David Rubinstein del grupo Carlyle, Ellyn Shook de la
todopoderosa Accenture, o el director ejecutivo de la china Sino
Biopharmaceutical.
Nunca antes se
había producido una vertebración tan colosal y un control tan absoluto de las
formas culturales, nunca antes había existido un mecanismo tan poderoso como
las fundaciones y sus nuevos hubs, capaces en su casi infinitud de crear la
apariencia de diversidad, alimentadas en buena medida con dinero público
obtenido mediante desgravaciones, privilegios, o en muchas ocasiones en el muy
lucrativo partenariado público-privado; eje central del circuito cultural a
través de este continuo trasvase de lo público a lo privado y de otros vínculos
con los poderes establecidos y el estado; entidades y mecanismos que se han
institucionalizado lo mismo que lo ha hecho el capitalismo, de esta forma se
explica su aceptación, que no éxito. De esta aceptación, de esta
institucionalización es reo en ocasiones una parte de –-la izquierda (véanse
los casos de Syriza en Grecia, UP en España, los verdes en Alemania o del
partido de Beppe Grillo en Italia) que, como muy bien comprendió Pasolini,
sigue como puede la corriente para no verse excluida por completo del circuito
y del juego porque no tiene más alternativa. ¿O sí ?
Notas:
[1] Pier Paolo Pasolini. Escritos Corsarios. Galaxia
Gutenberg, Barcelona 2022. Pag.155.
[2] Opus cit. Pág.79.
[3] No confundir este con el llamado circuito cultural del capital, con
el que confluye y colabora el circuito cultural, de modo que los aspectos más
burdos de la contabilidad, las finanzas y las empresas han pasado a nuestro
vocabulario y a nuestro acervo cultural, hemos pasado a gestionar nuestras
emociones, a hablar de capital cultural, capital humano, capital educativo,
economía de la salud, rentabilidad o eficiencia cultural, gestor cultural, etc.
etc.
[4] El concepto de softcapitalism y el circuito cultural del capitalismo,
así como otros igualmente interesantes han sido desarrollados por el profesor
Nigel Thrift en su libro Knowingcapitalism, publicado por Nottingham Trent
University en 2005 , sin traducción al castellano.
[5]Ibidem pág. 220.
[6] Ana M. Valencia y Eduardo Luque. La araña negra. El
filantrocapitalismo. El viejo topo nº 376. Mayo 2019.
*++