miércoles, 17 de marzo de 2021

Bien, hombre, bien. Así que me hablaba usted muñeca abanderada del Viva España de Manolo Escobar, de ese que le robaron el carro un día mientras votaba, y del Soldadito español allá por tierra lejana de Carmen Sevilla, de esa que se fue a levantar el ánimo a los soldados españoles de reemplazo en la guerra de Sidi Ifni en 1957 en tierras de la morería de cuando Franco tenía su guardia mora y todo, porque se fiaba más de los moros que de la Guardia Civil, y de la defensa nacional de las fuerzas armadas, y de las misiones de paz para el bombardeo de Siria y de esto y lo otro y toda la pesca, ¿no? Bien, hombre, bien. Pero perdóneme, hombre, que se me va el santo al cielo, ya sabe usted como son estas cosas…, su familia bien, ¿no?

 

Marruecos a España



DIARIO OCTUBRE /marzo 17, 2021

Estados Unidos y Marruecos realizaron una importante maniobra aeronaval, denominada ‎‎Lightning Handshake, a principios de marzo de 2021, sin aviso previo para España [1].

Esa maniobra aeronaval conjunta de Estados Unidos y Marruecos contó con la participación del grupo aeronaval estadounidense de combate encabezado por el portaviones nuclear USS Eisenhower, portador de 90 aeronaves de guerra, que comenzaron a aparecer de improviso en los radares de los controladores aéreos españoles de las Islas Canarias.

Varios aviones de guerra estadounidenses incluso penetraron «por error» en el espacio aéreo de España. Tanto fuentes españolas como fuentes estadounidenses reconocieron que Estados Unidos no advirtió previamente a España –país miembro de la OTAN, al igual que Estados Unidos– de tamaño despliegue militar.

La realización de este ejercicio aeronaval conjunto de Estados Unidos y Marruecos, sin previo aviso para los mandos militares españoles, así como los “errores” que acompañaron su realización en las inmediaciones de las aguas españolas y la violación del espacio aéreo español por aviones de guerra de Estados Unidos pueden ser interpretadas como amenazas contra España, luego de la decisión de la administración Trump de reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental, antigua posesión colonial española.

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[1] «EEUU realizó maniobras militares al norte de Canarias sin aviso previo», Miguel González, El País, 16 de marzo de 2021.

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Luchino Visconti sigue vivo


Hoy hace 45 años moría en Roma Luchino Visconti, uno de los grandes creadores en la historia del cine. Agudo cronista de la decadencia de la civilización burguesa, Visconti sigue vivo, como todos los grandes clásicos de la cultura y el cine.

Luchino Visconti sigue vivo



Pepe Gutiérrez-Álvarez

El Viejo Topo

17 marzo, 2021 

Luchino Visconti sigue vivo, como todos los grandes clásicos de la cultura en general y del cine en particular. Aparte de diversos ensayos sobre su vida y su obra[1] de todas las versiones editadas en DVD de sus películas, también se puede encontrar la parte más reconocida de su filmografía en la plataforma FILMIN, la más abierta al cine de autor, al gran cine clásico.

Recordemos por sí hace falta que Luchino Visconti (Milán, 1906-Roma, 1976), director de teatro (actividad de la que solamente tenemos noticias en los estudios sobre su obra) y uno de los directores más interesantes del cine italiano, y del cine de todos los tiempos, quizás especialmente en los años sesenta-setenta que marcan el apogeo de su obra.

Luchino fue un marxista que provenía del sector más refinado de la aristocracia italiana. Heredó de su padre, Giuseppe Visconti, duque de Modrone, un título nobiliario, así como el amor por el teatro y por la cultura. Nunca ocultó su condición homosexual. Según cuentan en las biografías, aunque en su juventud le apasionan las carreras de caballos, el joven aristócrata —de ideas avanzadas, obviamente nada bien vistas en la Italia de Mussolini— decide hacer carrera en la decoración y en el cine. Trabaja en Francia con Jean Renoir, de quien es ayudante para la adaptación de Máximo Gorki, Los bajos fondos (1937) y diseñador de vestuario en Une partie de campagne (1936).

La Segunda Guerra Mundial interrumpe esta colaboración y cuando Renoir emprende el camino del exilio hacia EE UU, será Visconti quien con Pierre Koch  terminará Tosca (1940), con un reparto formado por Imperio Argentina, Rossano Brazzi y el inmenso Michel Simon. Este será el primer eslabón de una cadena de inspiración que corre, de la escena a la pantalla, como un lazo suntuoso a lo largo de la vida de un hombre apasionado, a la vez, de Verdi y todo el arte lírico, de Shakespeare y el melodrama, de la Historia y de la belleza que Rilke, imaginando la de los ángeles, describió como “terrible”.

Su acercamiento al marxismo más todas las fuerzas inspiradoras de Visconti se encuentran, así, unidas, aunque sean divergentes, y enfrentadas a mundos tal vez menos separados que complementarios, cruzados por fallos, errores y desastres.

Teatro o, mejor, ópera de nuestras realidades, la obra cinematográfica de Luchino Visconti se inspira en elementos o acontecimientos situados, por lo general, en un tiempo histórico comprendido entre 1850 y 1950, con varias excepciones como La caída de los dioses (1959), donde repitió con Dirk Bogarde, filme situado en un contexto cercano a la noche de los cuchillos largos en pleno auge nazi y Confidencias  (Retrato de familia en interior, 1974)  otra reflexión sobre la decadencia de una burguesía abocada a complicidades fascistas[2]Ópera en este digamos contexto preferencial, porque su intuición, su sentido de la realidad lírica y de la historia han sabido muy pronto, desde su tercera película, fundar un arte cuya grandeza y perfección plástica alcanza a menudo una magnífica plenitud. Rechazado por la censura su proyecto de adaptación de una novela de Verga, Visconti adapta la escabrosa El cartero siempre llama dos veces, de James Caín, sobre la que Holly realizó dos variaciones, resultando especialmente memorable la primera, The Postman Always Rings Twice (Tay Garnett, 1946), con John Garfieid y Lana Turner. La de Visconti se titulará Obsesión (Ossessione, 1943) y señala el arranque de lo que en la dopoguerra será el neorrealismo, una expresión, que hará escuela, del jefe de montaje Mario Serandrei al visionar la película. No hay que decir que en su momento Obsesión (1943) fue un escándalo nacional, y su proyección fue prohibida por casi todas las autoridades locales, mientras que, tras la guerra. Luchino estuvo a punto de ser fusilado por los alemanes en retirada, y la acusación de comunista partía de esta película.

No es por casualidad que Visconti trabajó con Zavattini, a quien debe los guiones más discutibles de su filmografía (Le notti bianche, 1957, basada en la novela homónima de Fiódor Dostoyevski), si Obsesión es tan sombría, tan negativa y pesimista como lo serán algunas películas de De Sica, Blasetti u Olmi, y si sin duda marcó una época, fue sin ninguna teorización por parte de un director cuya concepción del cine negro o la reflexión sobre la historia rechazaron siempre el didactismo y el sentimentalismo demagógico. Con la libertad pactada (en Italia hubo otro pacto de transición con los fascistas, que no fueron depurados, aunque los partisanos ejecutaron a un buen número de cabecillas), si bien, al contrario que el PCE, el PCI no dejó  de desarrollarse en la medida en que jugó el papel de una socialdemocracia enérgica, iluminada además por la aureola del Octubre ruso y la Resistencia).

Hay un momento clave: es cuando en 1948 Visconti rueda la mítica La terra trema, un alegato obrerista digno del mejor cine social que exasperó a un nuevo régimen dominado por la Iglesia y el mundo de los negocios (y la conexión made in USA), y detrás del cual ya empieza a mover los hilos Il Divo[3], o sea, Andreotti. Llamada también Episodio del mar, digna del mejor Joris Ivens, la película guardará el título general, inapropiado y célebre, de una trilogía de la que sólo existe una parte, ya que las otras dos no consiguieron financiarse. Fue cuando la Democracia Cristiana le declaró la guerra por su actitud de denuncia y sus compromisos políticos, imperdonable en un aristócrata que no pierde su tiempo en la dolce vita, y que se atenga al principio de “la ropa sucia se lava en casa”.

Se puede hablar perfectamente de una trilogía, aunque se trate de trilogía imprevista. Es la que reúne ObsesiónLa tierra tiembla y Rocco y sus hermanos, que aquí fue estrenada en su día bastante malformada por la censura, aunque luego fue recuperada íntegramente y así la tenemos en DVD. Estamos hablando de tres películas que son el retrato sociológico de la Italia de los pobres, de sus ambiguas violencias, de sus migraciones hacia la ilusión. De un hecho cualquiera, Visconti sabe retener lo que es significativo para integrarlo en la trama fílmica, desprovisto de toda complacencia; sólo le importa lo que es representativo, lo que, gracias a los poderes fantásticos e inmediatos de la imagen, sugiere o denuncia. Aquí habría que añadir la fábula maravillosamente melodramática de Bellísima (1951), con una pletórica Anna Magnani, y con la que Visconti ironiza sobre el reverso de la ilusión sacrosanta, sobre el templo del sueño: Cinecittá.

Parece obvio que tras haber dado sus primeros pasos bajo los auspicios del realismo poético francés, el realismo de Visconti, lírico en la expresión plástica de la historia y del espacio, en la composición y el movimiento de cada secuencia y cada plano, se apoyan sobre testimonios y supuestos que de otro modo resultarían ásperos. La reconstrucción de un entorno no es solamente un problema de decorados, ámbito en el que el antiguo ayudante de Renoir es un maestro; se contaba que sí había que evocar un armario de ropa elegante, esa ropa elegante tenía que estar allí aunque la cámara no abriera sus puertas. Esto queda claro con los interiores de Rocco y sus hermanos, pero sobre todo en las suntuosas naturalezas muertas de Senso (1954) o de El gatopardo (1963) dos de las mayores obras sobre la historia realizadas para el cine, y que denotan una escrupulosa atención (histórica y social marxista, aunque también psicológica; la lucha de clases es cualquier cosa menos simple) a los objetos, los vestuarios, los gestos…Es así aunque se trate de los pescadores (que no son actores) de Mi Trezza hablando en su dialecto en La tierra tiembla…

Resulta igualmente cierto que la obra de Visconti ha dado al cine, además de una magistral lección de estética, una galería de figuras ejemplares. Los verdaderos vencedores son raros; los vencidos, omnipresentes Rocco (uno de los mejores papeles del nuevo cine italiano, el más elevado de Alain Delon) y, de todos sus componentes, en especial Annie Girardot, en el papel de su vida. Opondrá en vano al destino esta especie de santidad dostoievsquiana que encontramos también en Luis II, y que condena a ambos. El tabú del incesto vence a Giann(Jean Sorel) y su amor por Sandra (Claudia Cardinale), obra basada en unos poemas de Giacomo Leopardi. Los amantes de Senso, la colaboracionista Alida Valli y el ocupante Farley Granger, se autodestruyen y Helmuth Berger provoca una verdadera asunción del mal en La caída de los dioses. Hay mucho del propio Visconti en la imagen de un irrepetible Burt Lancaster que abandona, sonriendo, un mundo que ya le habla abandonado; deja como legado una felicidad insolente, soberbia y única, a Claudia Cardinale y Delon, la única pareja feliz, en ese momento de partida, del universo viscontiniano (El gatopardo). 

Visconti dedicó la misma minuciosidad con estos que con los personajes de la corte de Baviera. Sabe que la verdad se carga de sentido sólo en función del poder del texto, de la unidad interna de la obra. En Appunti su un fatto di cronaca no reconstruye el asesinato de una niña: le basta con mostrar la Italia atroz en la que ella vivía. Quizás sea la ausencia de raíces, de motivación, de situación de Meursault, cuyo drama vuelve a representar Marcello Mastroianni, lo que esconde o anula la tragedia, y hace de su malograda adaptación de El extranjero (1967), de Albert Camus, uno de los fracasos del director, aunque nadie podrá decir que se trata de una obra sin interés. La recreación de un medio social o de un momento de la historia favorece un excepcional genio plástico, que evoluciona desde los gritos de Obsesión, o los blancos y negros de La tierra tiembla, hasta el impresionismo refinado de la adaptación del Thomas Mann con música de Mahler de Muerte en Venecia (1975), o a un romanticismo desesperado de la pintura de Gaspar-David Friedricti de Ludwig, un viejo proyecto suyo y conocido aquí como El rey loco (1973).[4]

Pero de estas recreaciones nace la verdad de la obra: la mirada que Visconti pone sobre la civilización y los hombres es, esencialmente, una mirada poética, en el sentido más fuerte y más creador del término. Ahora bien, una poesía creadora es también una poesía crítica: de ahí la ambigüedad de la belleza y esta amargura que el concepto de nostalgia no recubre totalmente cuando se analiza El gatopardoSandraMuerte en Venecia o las dos partes de Ludwig. El paso, la evolución de la obra desde la estilización de la realidad (o del realismo…), como en Obsesión, a la puesta en ópera de la historia, se acompaña de una vuelta al retrato psicológico. Retrato bajo los trazos de Burt Lancaster, que fue el príncipe Salinas en El gatopardo, la película que a mi me llevó a descubrir una cosa que se llamaba marxismo, y del cual no había encontrado pistas hasta entonces.

Después de la fascinación que ejerció Visconti sobre la generación del 68, resulta lamentable que se haya dado una caída en el olvido, caída que abarca además al cine italiano de la segunda postguerra, el más importante después del de Hollywood, y con muchos valores a su favor. Hollywood no tuvo ni a Visconti ni a Pasolini ni a Fellini, entre otros.

 

Notas

[1] Entre los múltiples ensayos en torno a Luchino, el último y más combativo es el de Andrés de Francisco: Visconti y La Decadencia (Otra mirada a la modernidad), El Viejo Topo, 2019.

[2] En la segunda hay en el original una referencia a la familia Martínez-Bordiu que aquí la censura –obviamente- modificó con la broma de establecer la conexión con el presidente francés Giscard D´Estaing, que se nos antoja menos venenoso.

[3] Vale la pena ver Il Divo (Paolo Sorrentino.  2008), un retrato inmisericorde del “capo entre los capos” como sugiere agudamente F. Ford Coppola en la tercera entrega de El padrino.

[4] Anotemos que en su edición en DVD se puede ver la película integra, algo que costó aquí años y quedó limitado a los locales más cinéfilos.

Artículo publicado originalmente en Viento Sur.

 

Covid-19: "financiar la vacunación en todos los países del mundo supone 338 veces menos dinero que el que costará el daño de no hacerlo." Queda por saber no qué hacen los gobiernos, sino qué hacemos los trabajadores para que los gobiernos no hagan lo que están haciendo.

 

La creación artificial de la escasez: el caso de las vacuna

 


Juan Torres López 

Rebelion

 16/03/2021 

 

Fuentes: Público [Foto: Un vial de vacunas etiquetado con el nombre de Astra-Zeneca, con una jeringuilla, y la bandera de la UE al fondo. REUTERS/Dado Ruvic/Ilustración]

El desaparecido economista y catedrático de la Universidad de Salamanca David Anisi escribió en 1995 un libro titulado Creadores de escasez. Del bienestar al miedo (Alianza Editorial). En el explicaba que, en contra de lo que se creía, la crisis que se produjo a partir de los años 70 no había sido lo que obligó a cuestionar el Estado de Bienestar, sino que fue al revés: la puesta en cuestión de este último originó la crisis.

Como explicaba Anisi, «había llegado el momento de disciplinar a los trabajadores«. Y así se hizo.

Para ello se recurrió a la forma siempre más efectiva, generando el desempleo. Quien carece de ingresos y medios de vida no tiene más remedio que aceptar lo que sea para salir adelante y se convierte así en un ser personal, mental y socialmente frágil, fácilmente manipulable y disciplinado.

Para provocar deliberadamente el desempleo que disciplinara a las clases trabajadoras se aplicaron políticas basadas en la creación artificial de escasez, aumentando los tipos de interés (lo que frenaba la inversión productiva pero al mismo enriquecía así a los poseedores del dinero), reduciendo salarios (lo que reducía el consumo pero aumentaba los beneficios de las grandes empresas que tienen mercados cautivos) y provocando déficits públicos y mucha deuda (ralentizando así la economía pero aumentando el negocio del capital financiero).

El efecto de esas políticas es el mismo que tiene el ir pisando el freno constantemente en un vehículo: disminuye la velocidad de crucero, se gasta mucha más energía y se deteriora el conjunto de la maquinaria. En una economía la consecuencia es que disminuye la tasa de crecimiento de la actividad económica y aumenta el desempleo. Dos efectos que se agravan cuando todo eso ocurre, como ocurrió en los años ochenta y noventa del siglo pasado, en medio de una revolución tecnológica. Cuando esta se produce, aumenta la productividad y si este aumento no va a acompañado de una reducción de la jornada y de políticas expansivas del gasto, el efecto del frenazo es mucho mayor.

Eso fue lo vienen provocando las políticas neoliberales y por eso decimos que crean escasez artificialmente. Destrozan a toda la economía y disminuyen la provisión de bienes y servicios pero benefician mucho, como he dicho, a los propietarios del capital financiero (que se enriquecen más cuanto mayor es la deuda) y a las grandes empresas que dominan los mercados y tienen clientes cautivos o una masa de liquidez muy grande con la que se enriquecen en los mercados financieros.

Puede parecer que esta tesis que acabo de exponer es demasiado perversa como para ser verdad pero, si no la creen, lean lo que escribió en la página 183 de su libro El final de la edad dorada (Ed. Taurus 1996) quien había sido un poderoso ministro de Economía de Felipe González, Carlos Solchaga: «La reducción del desempleo, lejos de ser una estrategia de la que todos saldrían beneficiados, es una decisión que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos grupos de opinión pública». No se puede reconocer más explícita y claramente.

Efectivamente, el capitalismo de nuestros días es un creador artificial de escasez y una manifestación sangrante de ello la estamos contemplando en estos momentos en el caso de las vacunas.

Cuando se extendió la pandemia, las autoridades mundiales reconocieron lo elemental y lógico: su remedio no podía ser otro que una vacunación masiva y muy rápida de la mayor parte de la población mundial.

La presidenta de la Comisión Europea reclamó que las vacunas se convirtieran en un bien público porque «la Unión Europea había invertido muchos miles de millones en desarrollar las primeras». El Fondo Monetario Internacional pedía en su informe de enero pasado una «distribución universal de vacunas… a precios asequibles para todos»…

Sin embargo, no es eso lo que está ocurriendo, sino todo lo contrario: los gobiernos de los países ricos se niegan a que las vacunas se puedan producir y distribuir masivamente y a precios asequibles en todos los países del mundo, como sería imprescindible para acabar con la pandemia. Se sigue creando escasez aunque ahora no sea para disciplinar a las clases trabajadoras sino para salvaguardar el beneficio y el poder de las grandes empresas farmacéuticas, de cuya naturaleza y estrategia escribía hace unos días el profesor Vicenç Navarro en estas mismas páginas (aquí).

Para desarrollar vacunas de distribución universal, como pide el FMI, es precisa la colaboración de científicos y productores de todo el planeta pero eso solo es posible si se ponen a disposición de todos ellos el conocimiento y las técnicas que las hacen posible, algo que es imposible mientras no se suspendan las patentes y derechos de propiedad intelectual.

Es lo que están pidiendo desde hace meses la gran mayoría de países del mundo, líderes políticos, organizaciones de todo tipo, centros de investigación, personalidades, dirigentes de iglesias… Y es lo que desea la inmensa mayoría de la población allí donde se le ha preguntado (el 73% en el Reino Unido).

Pero en contra de esa opinión mayoritaria, los gobiernos de los países ricos (Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Reino Unido, Brasil, Canadá, Noruega y algunos pocos más) se oponen constantemente a ello.

Con tal de salvaguardar los intereses comerciales de las grandes empresas farmacéuticas que producen las vacunas (como igual podría decirse de otros bienes, dispositivos o instrumentos de diagnóstico que están siendo imprescindibles en la pandemia), se está dando lugar a una carencia generalizada de vacunas, sencillamente, porque no se está aprovechando toda la capacidad potencial de fabricación de vacunas. Los datos son inapelables:

– Solo se está utilizando un 43% de la capacidad que hay en el mundo para producir las vacunas ya aprobadas (aquí).

– Las tres fabricantes más grandes de vacunas solo están produciendo para el 1,5% de la población mundial, un volumen muy por debajo de su capacidad potencial al no tener acceso a las licencias (aquí).

– A pesar de la escasez, cuando algunos fabricantes se ofrecen a producirlas no reciben respuesta de las empresas que, con el beneplácito de los gobiernos, dominan el mercado. Eso ha pasado con la danesa Bavarian Nordic que podría fabricar casi 250 millones de vacunas (aquí).

– Algo parecido ocurre en países como India: una de sus fabricantes está produciendo millones de vacunas pero hay al menos otras veinte fábricas, y otras muchas en todo el mundo, que podrían estar produciéndolas si tuvieran acceso a las licencias (aquí).

La consecuencia de todo esto es doblemente absurda y me atrevería a decir que criminal.

En primer lugar, miles de millones de personas de los países más pobres se quedan al margen de la vacunación que les puede evitar la enfermedad. Los países ricos (16% de la población mundial) acumulan las vacunas (60%) mientras que los más pobres están desabastecidos. El Reino Unido había distribuido más de 31 dosis por cada 100 personas y Estados Unidos más de 22 a finales de febrero, Asia en su conjunto un poco más de dos y África menos 0,55 de media en los países donde habían llegado (aquí). A la tercera parte de la humanidad no le ha llegado ni una dosis y, según The Economist, más de 85 países no vacunarán lo suficiente hasta 2023 (aquí), mientras que los gobiernos de los países ricos han comprado tres veces más unidades de las que necesita su población (cinco en Canadá).

Esto no es solamente un genocidio sino que se trata, para colmo, de una completa estupidez. La acumulación de vacunas en los países ricos no va a terminar con la pandemia porque esta es global y las mutaciones pueden venir de cualquier país donde la vacuna no haya llegado. Y es también una política estúpida porque, como expliqué en un artículo anterior, financiar la vacunación en todos los países del mundo supone 338 veces menos dinero que el que costará el daño de no hacerlo (aquí). Una prueba más de que las decisiones económicas que se toman no persiguen la eficiencia ni el ahorro, sino el enriquecimiento de unos pocos.

La política de los países ricos es igualmente absurda porque, a la postre, va a crear racionamiento también en su interior, como está ocurriendo en la Unión Europea. Y es también una estupidez responder a la escasez que ellos mismos han provocado restringiendo las exportaciones porque así ni mejorará el aprovisionamiento interior ni el global, se provocarán respuestas del mismo tipo que perturbarán las cadenas de aprovisionamiento.

La pandemia no se está combatiendo como los propios líderes mundiales decían que había que combatirla porque no son capaces o no desean poner límite a la avaricia de unos pocos. Se está provocando una crisis económica gigantesca y la pérdida de millones de empresas y empleos por salvaguardar los privilegios de los grandes monopolios. Van a morir innecesariamente millones de personas porque se da prioridad a los intereses comerciales.

Terminaré citando a un autor maldito porque creo que llevaba toda la razón. Me refiero a Federico Engels quien decía en su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra que cuando las personas mueren como «víctimas de nuestro desorden social y de las clases que tienen interés en ese desorden» se comete un «asesinato social».

Eso es lo que ahora está sucediendo con las vacunas y por eso resulta cada vez más necesario que se definan y persigan los crímenes económicos contra la humanidad.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/03/12/la-creacion-artificial-de-la-escasez-el-caso-de-las-vacunas/

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Por qué la mortalidad por coronavirus en España es de las mayores del mundo (¿Qué algoritmo utilizará Facebook para no permitir que desde este Blog, El Ojo Atípico, no se pueda compartir ningún artículo, ni siquiera a mi propia cuenta de facebook? ¿Tal flojedad intelectual tiene el sistema que cualquier idea lo puede hacer tambalear?)

 

POR QUÉ LA MORTALIDAD POR CORONAVIRUS EN ESPAÑA ES DE LAS MAYORES DEL MUNDO

Viçen Navarro

 Artículo publicado en el diario Público, 8 de abril de 2020

 Estamos siendo testigos de la propagación de la pandemia a nivel mundial y un hecho que llama la atención es que la tasa de mortalidad debida a esta enfermedad varía mucho incluso entre países de semejante nivel de desarrollo económico (es decir, entre países considerados como países ricos, como son los países de la Europa Occidental y América del Norte). ¿A qué se deben estas diferencias?

Antes de responder a esta pregunta, tenemos que explicar primero qué se entiende por tasa de mortalidad debida al coronavirus, expresión muy utilizada tanto en el debate político como en los principales medios de información del mundo occidental. Una manera de definirla es tomando el porcentaje de toda la población que muere como consecuencia de tener la enfermedad causada por tal virus. Esta tasa se calcula poniendo el número de muertes causadas por el virus en el numerador, y el número de personas que viven en el país en el denominador. De ahí que cuando se calcula la tasa de mortalidad siguiendo esta fórmula, la composición demográfica de esta población sea de especial importancia, pues al saberse que los ancianos son más vulnerables que los jóvenes a caer enfermos y morir a causa de este virus, se concluye que las sociedades más envejecidas (es decir, con un porcentaje mayor de ancianos en la población) tendrán tasas de mortalidad más altas que los países con poblaciones de edades más jóvenes. De ahí que se haya utilizado este argumento frecuentemente para explicar la elevada tasa de mortalidad debida al virus en España (e Italia).

Antes de responder a esta pregunta, tenemos que explicar primero qué se entiende por tasa de mortalidad debida al coronavirus, expresión muy utilizada tanto en el debate político como en los principales medios de información del mundo occidental. Una manera de definirla es tomando el porcentaje de toda la población que muere como consecuencia de tener la enfermedad causada por tal virus. Esta tasa se calcula poniendo el número de muertes causadas por el virus en el numerador, y el número de personas que viven en el país en el denominador. De ahí que cuando se calcula la tasa de mortalidad siguiendo esta fórmula, la composición demográfica de esta población sea de especial importancia, pues al saberse que los ancianos son más vulnerables que los jóvenes a caer enfermos y morir a causa de este virus, se concluye que las sociedades más envejecidas (es decir, con un porcentaje mayor de ancianos en la población) tendrán tasas de mortalidad más altas que los países con poblaciones de edades más jóvenes. De ahí que se haya utilizado este argumento frecuentemente para explicar la elevada tasa de mortalidad debida al virus en España (e Italia).

Ahora bien, tal argumento pierde peso cuando vemos que Alemania, que tiene una composición demográfica parecida a la española (son dos sociedades envejecidas) tiene una de las tasas de mortalidad por coronavirus más bajas del mundo (actualmente hay 17 28 muertos por cada millón de habitantes, por 265 en el caso español, una de las cifras más elevadas del mundo desarrollado). De ahí que la explicación demográfica no sea suficiente o no sea satisfactoria para explicar lo que nos preguntábamos al principio del artículo.

Qué otras causas podrían explicar la mortalidad tan alta en España

 Otra manera de analizar la mortalidad de una enfermedad es calcular el porcentaje de personas contagiadas por el virus que mueren, lo que se conoce como “tasa de letalidad”. En este cálculo el numerador de la tasa sigue siendo el número de fallecidos, pero el denominador es el número de contagiados y no habitantes. Y el problema grave es que la gran mayoría de países no disponen de este dato, el número real de contagiados. Las cifras que se utilizan son meras estimaciones, y varían según el modelo estadístico que se utilice. La realidad es que no ha habido ningún país que haya hecho pruebas diagnósticas a toda la población, aunque Corea del Sur y Alemania son los países que han conseguido mayores porcentajes de cobertura en la detección del virus. China lo ha conseguido para algunas provincias. Por lo demás, hay una enorme diferencia en cuanto a las estimaciones que se hacen entre los países.

Este dato, sin embargo, es de gran importancia, pues puede asumirse que, a menor el número de gente contagiada, menor debería ser la tasa de mortalidad. Este supuesto es lo que sostiene toda la estrategia del confinamiento, enfocada en aumentar el distanciamiento social y, con ello, el riesgo de contagio. Esta medida es necesaria para contener la pandemia, pero no es suficiente, pues es imposible tener confinada a toda la población. No todas las personas en una sociedad pueden “tener el lujo” de confinarse. Muchos deben continuar trabajando en los servicios esenciales para la sociedad –que incluyen, entre muchos otros, los servicios sanitarios y sociales, las industrias de la energía, el transporte público y de mercancías, los trabajadores agrícolas, y un largo etcétera–. En realidad, si tomamos la clasificación de las actividades esenciales decretadas por el gobierno español mediante el Estado de Alarma, casi el 35% de la población ocupada en una situación normal está empleada en estos sectores.

Pero otra razón para no limitarse a confinar a la población es que controlar la expansión de la pandemia y reducirla no es equivalente a que desaparezca. De hecho, el peligro de contagio continuará, lo cual requerirá que las medidas preventivas para evitar el contagio deban prolongarse durante un largo período, incluyendo la utilización, por ejemplo, de mascarillas y guantes por parte no solo de personas contagiadas, sino también de no contagiadas. De ahí la enorme importancia de que existan servicios preventivos, así como curativos, que permitan prevenir el contagio y curar la enfermedad, una de las condiciones más importantes para resolver el problema de las pandemias.

Uno de los determinantes más importantes de la tasa de mortalidad: los servicios de prevención y curación sanitarios y sociales

 Existe bastante información sobre la importancia del impacto de los servicios preventivos y curativos para explicar la variabilidad en la tasa de mortalidad. La existencia de servicios y materiales que puedan prevenir el contagio de la enfermedad, tales como mascarillas, batas, guantes y otros, así como de servicios y materiales que puedan curarla, como respiradores, número de profesionales y camas hospitalarias disponibles en las unidades de cuidados intensivos, juegan un papel clave para determinar la tasa de mortalidad del Covid-19. Y es en esta variable donde sí que se encuentran grandes diferencias entre países, lo que explica en gran parte la mortalidad diferencial. El mejor ejemplo de ello son los tres países (Italia, España y ahora EEUU) que tienen mayores tasas de mortalidad a causa del virus en el mundo desarrollado. Estos países son los que han tenido una mayor propagación del contagio y los que tienen un menor desarrollo de los servicios públicos de sanidad y servicios sociales, incluyendo una mayor escasez de material protector y material curativo para atender la pandemia. Son también estos países los que tienen mayor porcentaje de profesionales y trabajadores de sanidad, servicios sociales y servicios esenciales contagiados por el virus. Los datos son contundentes.

El caso español es un claro ejemplo de ello. En realidad, el gasto público sanitario y social es de los más bajos de la Europa occidental, muy por debajo de lo que le correspondería por su nivel de desarrollo económico, creando una pobreza de recursos 30 que se ha acentuado todavía más con los recortes aplicados por los sucesivos gobiernos españoles durante la época de la Gran Recesión. Según datos de la Global Health Expenditure Database (de la Organización Mundial de la Salud), entre 2009 y 2017 el gasto público sanitario gubernamental como porcentaje del PIB descendió en España de un 6,4% a un 5,9%, y en Italia de un 7% a un 6,5%, mientras que en EEUU –punto de inspiración del modelo neoliberal– apenas creció de un 4,2% a un 4,5%, con una cobertura sanitaria muy limitada, con casi 30 millones de estadounidenses sin protección sanitaria; por otro lado, según datos de la OCDE, entre 2008 y 2016 España redujo sus camas hospitalarias por cada 1.000 habitantes de 3,2 a 2,97, Italia de 3,79 a 3,17 y los Estados Unidos de 3,13 a 2,77. Aquí en Catalunya, los recortes del gasto público sanitario fueron de los más acentuados en España y en la UE-15. Se recortaron 1.500 millones de euros, y se eliminaron 1.100 camas hospitalarias, reducciones que han afectado muy en particular a las clases populares, todo ello mientras se reducían los impuestos de sucesiones y de patrimonio para las clases de renta superior.

Los condicionantes políticos de la pandemia: las políticas de austeridad del gasto público social Y es ahí donde las políticas públicas aplicadas por los gobiernos, que han creado estas situaciones de escasez, se rebelan como muy importantes para explicar su elevada mortalidad. La evidencia científica muestra que tales políticas públicas han debilitado enormemente la capacidad de respuesta a la pandemia, jugando un papel clave tanto en su propagación como en su escasa contención y en su deficiente abordaje. Ni que decir tiene que han intervenido otros factores. Se ha subrayado en España, por ejemplo, la gran descentralización de la gestión y parte de la financiación sanitaria en las CCAA, lo cual ha dificultado la respuesta unitaria frente a la pandemia, necesaria para la adquisición a nivel internacional de los materiales (como respiradores y mascarillas) que todas las CCAA necesitan. Y más concretamente, la descentralización en la compra, compitiendo cada CCAA por la adquisición de este material, lo que ha debilitado la resolución de tal déficit. En EEUU, esta descentralización de la compra de tales productos ha causado también un enorme problema, forzando una competitividad que ha beneficiado al productor a costa del comprador de los materiales necesitados. Pero esta descentralización (y falta de coordinación) ha sido más un factor contribuyente que no31 determinante en los problemas de escasez de material, pues el problema común de todas las CCAA es la escasa financiación de los sistemas sanitarios, acentuada todavía más por los enormes recortes de gasto público sanitario llevados a cabo por los gobiernos anteriores al que lidera ahora la respuesta a la pandemia. Querer responsabilizar al gobierno de coalición actual de la elevada mortalidad es injusto y sectario en extremo, hasta el punto de poderse calificar de cinismo, cuando no incoherencia, pues muchos de los acusadores son políticos pertenecientes a las formaciones conservadoras y liberales responsables de las políticas de austeridad, con los recortes de gasto público sanitario más acentuados en la UE-15

La mayor parte de la investigación sobre la pandemia se ha basado, como era lógico, en el entendimiento de sus orígenes y de su expansión, dando gran relevancia a los estudios epidemiológicos, muy necesarios. Sin embargo, estos estudios deberían incluir también factores políticos, sociales y culturales que son determinantes para entender la variabilidad en los niveles de mortalidad. Y son estos factores los que suelen ignorarse en los análisis académicos, aunque ya se empiezan a tener en cuenta. Y una pregunta que se están haciendo millones de españoles es: ¿cómo puede ser que un país tan rico como España tenga un gasto público social y sanitario tan bajo (uno de los más bajos de la UE[1]15)?

La escasez de recursos crea una dualidad en la sanidad española (pública y privada) que explica, en parte, dicha escasez de recursos públicos Si nos fijamos en las tasas de personas contagiadas por Covid-19 por clase social, vemos que el factor “clase social” tiene una gran importancia para conocer la distribución de tal pandemia. Las clases más afectadas son las clases populares, donde la tasa de infección es más alta, siendo la existente entre las clases medias de renta media-superior menor, y entre las clases pudientes mucho más inferior. Dos son los factores que explican esta situación. Uno es que el confinamiento preventivo es más común entre las dos últimas clases sociales que entre las primeras. Amplios sectores de las clases trabajadoras (incluidos gran parte de los trabajadores de los sectores esenciales, como sanidad, servicios sociales, servicios de transporte público y privado, correos y sectores 32 industriales de sectores clave) son empleados con trabajos manuales que no pueden realizarse desde el domicilio. Ello dificulta, cuando no imposibilita, el confinamiento.

Otro factor a tener en cuenta son las características del vecindario y de la vivienda, que suele ser de dimensiones más reducidas entre las clases trabajadoras que entre las clases medias y clases pudientes. De ahí que, en todos los estudios sobre la propagación de la enfermedad, se ha visto que esta está mucho más extendida en los barrios obreros que en los barrios de clase media, siendo los barrios pudientes los que tienen menor índice de contagio. Así, en Barcelona, por ejemplo, excepto en un distrito (Ciutat Vella), la incidencia de la enfermedad (número de infectados por Covid-19 por cada 100.000 habitantes) es mayor en los distritos obreros como Nou Barris –235– y Sant Andreu – 207– (que tienen un nivel de renta familiar disponible del 55% y el 75% de la renta media de Barcelona) que en los distritos de clase media como el Eixample –160– y Les Corts – 124– (que tienen el 122% y 137%, respectivamente, del nivel de renta media de Barcelona), y mucho menos que en el distrito pudiente de Sarrià-Sant Gervasi –87– (con un 182% del nivel de renta media de Barcelona). Hay una relación inversamente proporcional entre nivel de renta e incidencia del Covid-19. A mayor la primera, menor la segunda. Esta situación es extrapolable a otras ciudades españolas. Ello justifica que los gobiernos municipales progresistas, como el de Barcelona, den prioridad a los barrios populares, que es donde se centra y se expresa con mayor intensidad la pandemia.

Esta situación se debe al enorme poder que tiene el 20% de la población con un elevado nivel de renta sobre las instituciones del Estado (sea a nivel central o autonómico), poder que ha llegado incluso a negar, en su discurso, la existencia de la “clase trabajadora”, un término casi olvidado en el lenguaje político y mediático del país, pues se supone que ha desaparecido o se ha convertido en clase media. Este enorme poder político y mediático explica la dualidad de la sanidad española, con el 20% de la población recurriendo a la asistencia sanitaria privada y el 80% restante a la pública, enormemente subfinanciada. Pero esta dualidad perjudica también al mismo 20% de renta superior, como la pandemia está mostrando. La sanidad privada, que es más user friendly (con menos tiempo de espera y otras ventajas y beneficios), es, sin embargo, de menos calidad que la pública, debido a tener mayores carencias profesionales, como lo atestigua que las propias clínicas privadas transfieran sus pacientes a la pública cuando están gravemente enfermos. Y las grandes 33 limitaciones de la sanidad privada han quedado en evidencia con esta pandemia, ya que está menos equipada para resolver problemas tan graves como los generados ahora. De ahí que este 20% se haya visto perjudicado, incluso con muertes. Sería bueno para el país que este 20% se diera cuenta de que la insolidaridad del sistema dual no es buena, ni siquiera para ellos. Lo que el país necesita es tener un sistema sanitario público que sirva a toda la población con los recursos necesarios para atender a las situaciones excepcionales como la actual. Pero ello requiere un gasto público sanitario mucho mayor que el que hay hoy. Bajar los impuestos (la tradicional respuesta de los grupos conservadores y liberales) debilita el establecimiento de esta sanidad pública de calidad, algo que perjudica incluso a aquellos ricos que creen que pagando menos impuestos y yendo a la privada resuelven sus problemas. Hacer, pues, recortes en la sanidad pública como se hizo en España durante la Gran Recesión es incluso suicida para las clases pudientes. Así de claro.

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