La creación artificial de la escasez: el caso de las
vacuna
Rebelion
16/03/2021
Fuentes: Público [Foto: Un vial de vacunas
etiquetado con el nombre de Astra-Zeneca, con una jeringuilla, y la bandera de
la UE al fondo. REUTERS/Dado Ruvic/Ilustración]
El desaparecido economista y catedrático de la Universidad
de Salamanca David Anisi escribió en 1995 un libro titulado Creadores de
escasez. Del bienestar al miedo (Alianza Editorial). En el explicaba que,
en contra de lo que se creía, la crisis que se produjo a partir de los años 70
no había sido lo que obligó a cuestionar el Estado de Bienestar, sino que fue
al revés: la puesta en cuestión de este último originó la crisis.
Como explicaba Anisi, «había llegado el momento de
disciplinar a los trabajadores«. Y así se hizo.
Para ello se recurrió a la forma siempre más efectiva,
generando el desempleo. Quien carece de ingresos y medios de vida no tiene más
remedio que aceptar lo que sea para salir adelante y se convierte así en un ser
personal, mental y socialmente frágil, fácilmente manipulable y disciplinado.
Para provocar deliberadamente el desempleo que
disciplinara a las clases trabajadoras se aplicaron políticas basadas en la
creación artificial de escasez, aumentando los tipos de interés (lo que frenaba
la inversión productiva pero al mismo enriquecía así a los poseedores del
dinero), reduciendo salarios (lo que reducía el consumo pero aumentaba los
beneficios de las grandes empresas que tienen mercados cautivos) y provocando
déficits públicos y mucha deuda (ralentizando así la economía pero aumentando
el negocio del capital financiero).
El efecto de esas políticas es el mismo que tiene el
ir pisando el freno constantemente en un vehículo: disminuye la velocidad de
crucero, se gasta mucha más energía y se deteriora el conjunto de la
maquinaria. En una economía la consecuencia es que disminuye la tasa de
crecimiento de la actividad económica y aumenta el desempleo. Dos efectos que
se agravan cuando todo eso ocurre, como ocurrió en los años ochenta y noventa
del siglo pasado, en medio de una revolución tecnológica. Cuando esta se
produce, aumenta la productividad y si este aumento no va a acompañado de una
reducción de la jornada y de políticas expansivas del gasto, el efecto del
frenazo es mucho mayor.
Eso fue lo vienen provocando las políticas
neoliberales y por eso decimos que crean escasez artificialmente. Destrozan a
toda la economía y disminuyen la provisión de bienes y servicios pero
benefician mucho, como he dicho, a los propietarios del capital financiero (que
se enriquecen más cuanto mayor es la deuda) y a las grandes empresas que
dominan los mercados y tienen clientes cautivos o una masa de liquidez muy
grande con la que se enriquecen en los mercados financieros.
Puede parecer que esta tesis que acabo de exponer es
demasiado perversa como para ser verdad pero, si no la creen, lean lo que
escribió en la página 183 de su libro El final de la edad dorada (Ed.
Taurus 1996) quien había sido un poderoso ministro de Economía de Felipe
González, Carlos Solchaga: «La reducción del desempleo, lejos de ser una estrategia
de la que todos saldrían beneficiados, es una decisión que si se llevara a
efecto podría acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos
grupos de opinión pública». No se puede reconocer más explícita y claramente.
Efectivamente, el capitalismo de nuestros días es un
creador artificial de escasez y una manifestación sangrante de ello la estamos
contemplando en estos momentos en el caso de las vacunas.
Cuando se extendió la pandemia, las autoridades
mundiales reconocieron lo elemental y lógico: su remedio no podía ser otro que
una vacunación masiva y muy rápida de la mayor parte de la población mundial.
La presidenta de la Comisión Europea reclamó que las
vacunas se convirtieran en un bien público porque «la Unión Europea había
invertido muchos miles de millones en desarrollar las primeras». El Fondo
Monetario Internacional pedía en su informe de enero pasado una «distribución
universal de vacunas… a precios asequibles para todos»…
Sin embargo, no es eso lo que está ocurriendo, sino
todo lo contrario: los gobiernos de los países ricos se niegan a que las
vacunas se puedan producir y distribuir masivamente y a precios asequibles en
todos los países del mundo, como sería imprescindible para acabar con la
pandemia. Se sigue creando escasez aunque ahora no sea para disciplinar a las
clases trabajadoras sino para salvaguardar el beneficio y el poder de las
grandes empresas farmacéuticas, de cuya naturaleza y estrategia escribía hace
unos días el profesor Vicenç Navarro en estas mismas páginas (aquí).
Para desarrollar vacunas de distribución universal,
como pide el FMI, es precisa la colaboración de científicos y productores de
todo el planeta pero eso solo es posible si se ponen a disposición de todos
ellos el conocimiento y las técnicas que las hacen posible, algo que es
imposible mientras no se suspendan las patentes y derechos de propiedad
intelectual.
Es lo que están pidiendo desde hace meses la gran
mayoría de países del mundo, líderes políticos, organizaciones de todo tipo,
centros de investigación, personalidades, dirigentes de iglesias… Y es lo que
desea la inmensa mayoría de la población allí donde se le ha preguntado (el 73%
en el Reino Unido).
Pero en contra de esa opinión mayoritaria, los
gobiernos de los países ricos (Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Reino
Unido, Brasil, Canadá, Noruega y algunos pocos más) se oponen constantemente a
ello.
Con tal de salvaguardar los intereses comerciales de
las grandes empresas farmacéuticas que producen las vacunas (como igual podría
decirse de otros bienes, dispositivos o instrumentos de diagnóstico que están
siendo imprescindibles en la pandemia), se está dando lugar a una carencia
generalizada de vacunas, sencillamente, porque no se está aprovechando toda la
capacidad potencial de fabricación de vacunas. Los datos son inapelables:
– Solo se está utilizando un 43% de la capacidad que
hay en el mundo para producir las vacunas ya aprobadas (aquí).
– Las tres fabricantes más grandes de vacunas solo
están produciendo para el 1,5% de la población mundial, un volumen muy por
debajo de su capacidad potencial al no tener acceso a las licencias (aquí).
– A pesar de la escasez, cuando algunos fabricantes se
ofrecen a producirlas no reciben respuesta de las empresas que, con el
beneplácito de los gobiernos, dominan el mercado. Eso ha pasado con la danesa
Bavarian Nordic que podría fabricar casi 250 millones de vacunas (aquí).
– Algo parecido ocurre en países como India: una de
sus fabricantes está produciendo millones de vacunas pero hay al menos otras
veinte fábricas, y otras muchas en todo el mundo, que podrían estar
produciéndolas si tuvieran acceso a las licencias (aquí).
La consecuencia de todo esto es doblemente absurda y
me atrevería a decir que criminal.
En primer lugar, miles de millones de personas de los
países más pobres se quedan al margen de la vacunación que les puede evitar la
enfermedad. Los países ricos (16% de la población mundial) acumulan las vacunas
(60%) mientras que los más pobres están desabastecidos. El Reino Unido había
distribuido más de 31 dosis por cada 100 personas y Estados Unidos más de 22 a
finales de febrero, Asia en su conjunto un poco más de dos y África menos 0,55
de media en los países donde habían llegado (aquí).
A la tercera parte de la humanidad no le ha llegado ni una dosis y, según The
Economist, más de 85 países no vacunarán lo suficiente hasta 2023 (aquí),
mientras que los gobiernos de los países ricos han comprado tres veces más
unidades de las que necesita su población (cinco en Canadá).
Esto no es solamente un genocidio sino que se trata,
para colmo, de una completa estupidez. La acumulación de vacunas en los países
ricos no va a terminar con la pandemia porque esta es global y las mutaciones
pueden venir de cualquier país donde la vacuna no haya llegado. Y es también
una política estúpida porque, como expliqué en un artículo anterior, financiar
la vacunación en todos los países del mundo supone 338 veces menos dinero que
el que costará el daño de no hacerlo (aquí).
Una prueba más de que las decisiones económicas que se toman no persiguen la
eficiencia ni el ahorro, sino el enriquecimiento de unos pocos.
La política de los países ricos es igualmente absurda
porque, a la postre, va a crear racionamiento también en su interior, como está
ocurriendo en la Unión Europea. Y es también una estupidez responder a la
escasez que ellos mismos han provocado restringiendo las exportaciones porque
así ni mejorará el aprovisionamiento interior ni el global, se provocarán
respuestas del mismo tipo que perturbarán las cadenas de aprovisionamiento.
La pandemia no se está combatiendo como los propios
líderes mundiales decían que había que combatirla porque no son capaces o no
desean poner límite a la avaricia de unos pocos. Se está provocando una crisis
económica gigantesca y la pérdida de millones de empresas y empleos por
salvaguardar los privilegios de los grandes monopolios. Van a morir
innecesariamente millones de personas porque se da prioridad a los intereses
comerciales.
Terminaré citando a un autor maldito porque creo que
llevaba toda la razón. Me refiero a Federico Engels quien decía en su
obra La situación de la clase obrera en Inglaterra que cuando las
personas mueren como «víctimas de nuestro desorden social y de las clases que
tienen interés en ese desorden» se comete un «asesinato social».
Eso es lo que ahora está sucediendo con las vacunas y
por eso resulta cada vez más necesario que se definan y persigan los crímenes
económicos contra la humanidad.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario