Este es el informe presentado por el autor en el Archivio Disarmo.
Centro di documentazione e di studi sulla pace e sul controllo degli armamenti,
Roma, 3/III/1988. Se incluye un anexo: Imperio. Edición y selección de Salvador
López Arnal.
España, Estados Unidos y la
política armamentista
Francisco Fernández Buey
El Viejo Topo
11 noviembre, 2022
1. El
reconocido carácter atípico de la política de defensa del actual gobierno
español[1] en
el marco de los países que forman parte de la NATO no puede entenderse bien sin
una referencia a lo que fueron las relaciones hispano-norteamericanas durante
el franquismo. Pues las consecuencias de todo tipo -militares, económicas,
políticas y culturales- que aquellas relaciones han tenido sobre la vida
española durante muchos años condicionaron ya la actividad de los primeros
gobiernos democráticos, después de la muerte del general Franco, y siguen
estando presentes en el enfoque que el gobierno presidido por Felipe González
está dando a su política europea[2].
Por otra parte,
hay que tener en cuenta que la industria y la política de armamentos en España
ha evolucionado desde los años sesenta hasta ahora no solo en función del
cambio político sino también a tenor de aquellas relaciones
hispano-norteamericanas. En su primera fase el efecto principal de tales
relaciones fue una moderación de la producción interior de armas debido a las
importaciones realizadas desde EEUU, mientras que desde la entrada de España en
la NATO[3] la
aceleración de la producción, ventas y exportaciones se ha visto favorecida por
la particular condición de España como miembro de la Alianza y país que alberga
en su territorio varias bases norteamericanas.
El proceso de
acercamiento político, militar y económico entre España y EEUU data de finales
de la década de los cuarenta. El Pentágono, algunos congresistas a título
particular y varias organizaciones religiosas iniciaron en aquellos años
presiones sobre el Presidente y el Departamento de Estado norteamericano para
que se establecieran relaciones regulares con el régimen de Franco, entonces
aislado internacionalmente. Tales presiones no dieron resultado positivo hasta
1953, fecha en la que fueron firmados los Pactos de Madrid. La historiografía
reciente, al estudiar en detalle los particulares de estos Pactos y en especial
sus cláusulas secretas, ha puesto de manifiesto que el principal motivo de
interés por parte del Gobierno norteamericano en las relaciones con la
dictadura de Franco fue militar mientras que el principal beneficio que este
último buscaba era político y, más concretamente, la ruptura del aislamiento
internacional.
Los denominados
Patos de Madrid firmados en septiembre de 1953 eran en realidad un conjunto de
tres convenios: un convenio de defensa por el que España se comprometía a
autorizar a EEUU la utilización de bases militares en el territorio nacional
por un período de diez años prorrogable por otros diez; un convenio sobre ayuda
para la mutua defensa por el que de hecho EEUU se comprometía a armar a España,
y, finalmente, un convenio sobre ayuda económica en el que se establecían
varios tipos o canales de crédito y financiación para la economía española.
El verdadero
alcance del convenio de defensa quedó establecido por una cláusula secreta, en
forma de nota adicional, que se firmó al mismo tiempo y que estuvo vigente
hasta 1970. De acuerdo con dicha cláusula, EEUU podía utilizar las bases
militares de Torrejón, Zaragoza, Rota y Morón en caso de urgencia “sin más que
comunicar al gobierno español la información disponible sobre la situación y
sobre sus propósitos”, lo cual convertía en papel mojado el reconocimiento
formal o la soberanía española sobre las bases.
La mala calidad
de las estadísticas españolas de ese periodo y los diferentes tipos de cómputo
obstaculizan el análisis preciso del alcance de la ayuda económica
norteamericana a España derivada de los Pactos de Madrid, pero por encima de
las discrepancias numéricas existe acuerdo entre los historiadores de ese
periodo al menos en lo siguiente: 1º que la importancia cuantitativa de la
ayuda económica americana fue de menor consideración en el marco de la economía
española de entonces, 2º que cualitativamente fue de mucha importancia para el
despegue de la economía española en los años sesenta, al eliminar carencias
anteriores y estrangulamientos debidos a la política económica autárquica; y 3º
que, aún así, la cuantía de esta ayuda fue inferior a la suministrada a otros
muchos países en el marco del plan Marshall.
Para lo que
aquí interesa hay que añadir que el convenio de ayuda para la mutua defensa
tuvo como efecto primero la ralentización de la industria de armamentos en
España, a pesar de que teóricamente el régimen franquista tenía el proyecto de
primar la industria para la defensa militar a través del Instituto Nacional de
Industria. El hecho es que la ayuda militar americana saturó las necesidades
españolas y la industria de armas propia entró en crisis en los años sesenta.
Tanto es así que a mediados de esta década se produjo una reconversión
forzada de varias fábricas anteriormente dedicadas a la producción de
armamentos. Por ejemplo, la fábrica de artillería de Bazán se vio obligada por
esas fechas a construir arados; en Placencia de las Armas[4] (Guipúzcoa)
se fabricaban telares y máquinas para frutos, etc. En suma, la entrega
prolongada de material militar norteamericano disminuyó considerablemente los
pedidos de las Fuerzas Armadas a la industria española y forzó su crisis por
toda una década. De manera que paradójicamente el establecimiento de las bases
militares norteamericanas en España, la dependencia económica y las limitación
de la soberanía que aquellas relaciones representaron trajo también como
consecuencia una inflexión inesperada por el militarismo franquista.
Los convenios
de 1953 fueron prorrogados diez años después, en 1963, por un periodo de cinco
años. Tal renovación solo añadía a lo anteriormente vigente un acuerdo de
cooperación cultural. En 1970 se firmó un nuevo Convenio de Amistad y
Cooperación con categoría de simple acuerdo ejecutivo, rubricado sencillamente
por los ministros de Asuntos Exteriores de ambos países. El aspecto más
importante del mismo es que no aparece ya la cláusula secreta de 1963, siendo
sustituida por la siguiente fórmula: “Cuando la inminencia de peligro lo exija,
ambos gobiernos establecerán contacto directo para adoptar conjuntamente la
resolución que proceda”.
En 1976, poco
después de la muerte del general Franco y luego de una negociación larga y
difícil debida a los cambios que se estaban produciendo en la situación
política española, España y EEUU firmaron un nuevo Tratado de Amistad y
Cooperación. Los analistas consideran que este acuerdo supuso un giro en las
relaciones hispano-norteamericanas porque por primera vez se trataba de un
verdadero tratado, esto es, de un acuerdo entre dos naciones aprobado por el
congreso de EEUU y por las Cortes españolas y ratificado luego por los
respectivos jefes de Estado. Dejando aparte el hecho no secundario precisamente
de que en ese momento las Cortes en España no habían sido elegidas aun
democráticamente[5],
interesa destacar alguno de los rasgos de este Tratado por las repercusiones
que luego ha tenido.
El Tratado de
1976 no contiene ninguna cláusula secreta, renueva la fórmula para casos de
crisis o urgencia militar que ya conocemos, pero también prevé la
desnuclearización del territorio nacional al afirmar de forma explícita que el
gobierno de EEUU no podrá almacenar en España armas ni componentes nucleares.
El Tratado establece, por otra parte, una ayuda militar a España mediante una
línea de créditos por valor de 600 millones de dólares, así como otros 75
millones de dólares para material militar y 60 millones dólares para mejorar la
red de alerta y control utilizada por las fuerzas aéreas de EEUU en España.
Aunque el negociador español, José María de Areilza, no recogió lo que era ya
un clamor popular -la retirada de España de los militares norteamericanos y el
cierre de las bases- se vio obligado, en cambio, a forzar a la parte
norteamericana al reconocimiento formal de la desnuclearización[6],
hecho este que iba a tener considerable importancia en el futuro, tanto al
discutirse la forma de integración de España en la NATO como en las presentes
negociaciones para la renovación de los acuerdos con EEUU.
2. En el marco
de las relaciones hispano-norteamericanas y sus consecuencias se entiende
porque la importancia concedida por el régimen franquista a la política de
armamentos tuvo efectos más teóricos e ideológicos que prácticos. En efecto,
aunque ya en 1949 el Instituto Nacional de Industria creó la Compañía de
Estudios Técnicos de Materiales Especiales (CETME) y aunque en 1959 se
constituyó la Empresa Nacional Santa Bárbara (con instalaciones en La Coruña,
Vigo, Palencia, Sevilla, Toledo y Granada), lo cierto es que la industria
española de armamentos no empieza a tener una dimensión apreciable hasta
finales de la década de los setenta. Su estructura, en cambio, quedó
establecida en el anterior régimen. Se caracteriza por el amplio predominio de
las empresas públicas y por la concentración en tres empresas que ocupan un
papel preponderante en cada uno de los subsectores: CASA = Construcciones
Aeronáuticas; Empresa Nacional Bazán, para construcciones navales militares, y
Santa Bárbara en la fabricación de armas para el ejército de Tierra.
Si la
estructura del sector quedó perfilada bajo el franquismo, el nuevo diseño de la
industria armamentista española se produce, en cambio, a comienzos de década de
los ochenta. Varios factores han concurrido a ese nuevo diseño. En primer
lugar, la integración de España en la NATO durante el gobierno de Calvo Sotelo
y después de la forzada dimisión del Presidente Adolfo Suárez[7] (en
la que intervinieron presiones norteamericanas y presiones militares internas).
En segundo lugar, la aprobación por el Congreso de Diputados de una Ley de
dotaciones presupuestarias para inversión en armamento y dotación de las
fuerzas armadas, a la que no fue ajena tampoco la presión militar directa e
indirecta (entre otras cosas hay que tener en cuenta, para explicar la
aprobación, casi por una unanimidad, de esta ley, el efecto psicológico de los
varios intentos de golpe de Estado de los años anteriores a 1982).
La integración
de España en la NATO, su adscripción al Comité encargado del control de las
exportaciones de las tecnologías de doble uso a los países del Este de Europa,
la vinculación a varios proyectos militares europeos y el mantenimiento de los
acuerdos bilaterales con EEUU (lo que suponía también el mantenimiento de las
bases militares norteamericanas) ha colocado a España en una situación
especialmente apta para la expansión de la política armamentista. Pero si ese
es todavía el marco actual, el instrumento legal más importante para el aumento
de la producción de armas ha sido la Ley de Dotaciones presupuestarias que
prevé un gasto de algo más de dos billones de pesetas para el periodo
1983-1990. Casi el 90% de esa suma está destinada a inversiones e incluye
compras al exterior, participación en proyectos de la NATO y compras a la
industria propia. A esa suma ya muy considerable para España (sobre todo en
comparación con presupuestos anteriores, pero también en comparación con lo que
se dedica a otras partidas hay que añadir 700.000 millones de pesetas para
inversiones del INI (Instituto Nacional de Industria) en material bélico
durante el período 1984-1990, más la parte dedicada a la División Defensa del
Programa de Investigación y Desarrollo de nuevas tecnologías (83.000 millones).
Según cálculos
recientes de la revista Defensa, n.º 85, esta partida se llevó el
50,63% del total de la inversión real pública en los presupuestos de 1985, lo
que supone una cifra 30 veces mayor que la presupuestada por el Ministerios de
Cultura, 126 veces mayor que la del Ministerio de Sanidad y Consumo y 337
veces mayor que la de la Dirección General para el Medio Ambiente.
Desconocemos, por otra parte, casi todo lo referente a la inversión y producción
de la industria privada de armamentos.
El resultado de
las cifras que se aportan en los cuadros es que, según el anuario del SIPRI
correspondiente a 1987, España ha pasado a ocupar el 8º lugar mundial en la
producción de armamentos, hecho notable si se tiene en cuenta la situación de
crisis de la industria armamentista española en los años sesenta y el escaso
periodo de recuperación existente desde 1979. Conviene matizar, de todas
formas, que los datos aportados por el Anuario del SIPRI corresponden al
momento de auge de la producción y exportación española (1983-1984) y que en la
actualidad la industria española de armamentos encuentra dificultades para
consolidar su lugar en el mercado mundial como consecuencia de la enorme
competición existente y de la rapidez con la que se producen los cambios de
este sector privilegiado de las actuales políticas económicas biocidas. La
evidencia más destacada es, en cualquier caso, el desequilibrio existente entre
el avance tecnológico logrado en ciertos sectores (por ejemplo, simuladores
para F-18) relacionados con la informática y el atraso en otros que ni siquiera
pueden competir en el mercado interior (en 1987, la empresa filipina Arms
Corporation ganó a la Empresa Nacional Santa Bárbara un concurso convocado por
el Estado español para suministrar a la Guardia Civil balas por valor de 125
millones de pesetas. Cfr. Miguel Angel Nieto, “El mercado de las armas en
España”, Papeles para la Paz, nº 22).
Existe, por
otra parte, cierta desconexión entre la política de defensa del Estado español
y las orientaciones de las exportaciones y ventas de armas. Y eso no solo por
el conocido conflicto entre principios morales que supuestamente animan las
ayudas militares y la obtención de beneficios comerciales sino también por
falta de planificación. El ejemplo más llamativo al respecto es el siguiente:
el Reino de Marruecos, al que supone principal enemigo de España en caso de
conflicto (debido al contencioso sobre Ceuta y Melilla) ha renovado con
armamento español prácticamente todo su infraestructura militar, hasta el punto
de que la Empresa Nacional Bazán construye las patrulleras de ataque rápido con
un solo cañón cuando va destinadas a la Armada española y con cuatro tubos
lanzamisiles del tipo Exocet de fabricación francesa cuando las construye para
Marruecos.
3. El anuncio
del acuerdo entre España y EEUU sobre la retirada de la base de Torrejón de 79
F-16 de las Fuerzas Aéreas norteamericanas ha sido interpretado con mucha
euforia por la mayor parte de los comentaristas oficiales. Se ha afirmado que,
con este acuerdo arrancado en el marco de las negociaciones para renovar los
Tratados hispano-norteamericanos, España iniciaba una nueva etapa de su
historia reciente marcada por la independencia y la soberanía nacional. El hecho
de que los ministros de defensa de Italia y de Portugal se hayan mostrado
interesados en el traslado de los F-16 a sus respectivos países en el marco de
las fuerzas de la NATO ha sido visto en España como una prueba del cumplimiento
de las condiciones establecidas por el Gobierno en el momento del referéndum
sobre la NATO, además de como un indicio de que sólo el gobierno español sabe
resistir a las presiones norteamericanas.
Salvo la
derecha conservadora ninguna fuerza política en España ha puesto en duda el
carácter positivo de la anunciada retirada de los F-16 de la base de Torrejón
de cerca a la capital de España. Pero sí se ha denunciado, en cambio, la
insuficiencia de tal medida en relación de los acuerdos con EEUU. Pues, según
todos los indicios, dicha medida tiene que considerarse como un primer o último
gesto ante la exigencia popular, muchas veces manifestada, de desmantelamiento
de las bases militares norteamericanas.
Para valorar
con precisión el significado de la retirada de los F-16 en el contexto indicado
(cumplimiento de las condiciones establecidas por el gobierno durante el
referéndum sobre la NATO, comienzo de la integración efectiva y renovación de
los acuerdos con EEUU) no hay que olvidar que mientras tanto se ha desplazado
la importancia geoestratégica de las bases. Con la progresiva militarización y
nuclearización del Mediterráneo y con la crisis del Golfo, la base militar de
Rota se ha convertido en un puntal básico para la estrategia militar
norteamericana y de la NATO. Cabe preguntarse, por tanto, como se preguntan en
España la mayoría de las organizaciones pacifistas, por qué Torrejón y no Rota.
O, mejor aún, por qué no Rota y Morón y Zaragoza además de Torrejón (sobre todo
si se tiene en cuenta el período de distensión abierto por la política de la
URSS desde Gorbachov[8]).
Preguntas
pertinentes si se atiende, por otra parte, no solo a la revalorización de la
base de Rota durante los últimos años sino también al hecho de que últimamente
varios puestos españoles (especialmente el de Palma de Mallorca) se han
convertido en puntos básicos para la VI Flota armada con instrumental nuclear.
La información disponible, proporcionada por Greenpeace, acerca de la
utilización constante del puerto de Palma de Mallorca, es aleccionadora.
En suma, puede
concluirse que durante estos últimos años España se ha convertido por una
parte, en una potencia productora y exportadora de armas (sobre todo a
Latinoamérica, pero también a África y Asia), que mantiene una ambigüedad
calculada respecto de la estructura militar de la NATO[9] y,
por otra parte, mantiene la dependencia respecto de los EEUU en lo que hace al
aspecto principal del flanco sur de la Alianza.
Referencias
Angel
Viñas, Los pactos secretos de Franco con EEUU, Barcelona: Grijalbo,
1981.
- Mir y J. Oliveres, “Industria y comercio de armas en España”, en Anuario
del CIP, 1987.
- B. Shearer, “Significado para España de la ayuda económica
norteamericana”, en Revista de Economía Política, septiembre-diciembre
de 1959.
- A. Nieto, “El mercado de armas en España”. Em Papeles para la
Paz, n.º 22, Madrid, 1987.
- Fisas, El poder militar en España, Barcelona: Laia, 1979.
- Buesa y J. Braña, “Tecnología y dependencia: el caso de la industria
militar”, ICE, n.º 552, 1979.
Anexo
IMPERIO
Fechado el
17/01/2002. https://www.lainsignia.org/2002/enero/cul_040.htm
Primo Levi[10],
reflexionando sobre el Holocausto, escribió que la historia de la barbarie es
como un silogismo práctico. La premisa mayor de este silogismo reza así: “Todo
extranjero es enemigo”. La conclusión del mismo no es única: puede ser el
genocidio o el etnocidio, la limpieza étnica o el asimilacionismo, los campos
de concentración o los campos de destrucción de otros pueblos, de otras
culturas. Por desgracia, la aceptación de la premisa mayor de este silogismo es
casi siempre inconsciente para la mayoría de los humanos. Pero siempre que en
la historia de la humanidad esta premisa mayor se ha convertido en dogma,
mediante la afirmación autoexcluyente de la propia cultura, que se considera a
sí misma superior, el resultado ha sido la planificación de la propia barbarie:
el holocausto, el quemar todo lo otro, la implantación del infierno
sobre la tierra. En el transfondo del Holocausto está la afirmación arrogante
de la Kultur frente a la Zivilisation.
Lo característico
del capitalismo posmoderno en la época del Imperio único es que se presenta a
sí mismo como vencedor de las fuerzas que causaron el último gran holocausto
del siglo XX, pero al mismo tiempo, al afirmar la superioridad de la propia
cultura mercantil, quema todo aquello que considera antagonista o enemigo, crea
otros holocaustos y los presenta ante la propia opinión pública como
necesarios, como respuesta supuestamente “civilizada” ante el riesgo de que
aparezca en el horizonte un nuevo Hitler. Avisa de que viene El Lobo y,
mientras tanto, convierte en lobos a los paisanos. La paradoja de los nuevos
holocaustos es que éstos se presentan como una retorsión del principal
Holocausto del siglo XX: el capitalismo posmoderno dice querer hacer modernos a
todos los demás, induce en las otras culturas nuevas necesidades y, cuando
llega a la conclusión de que estas nuevas necesidades inducidas no pueden ser
satisfechas más allá del mundo de los ricos, quema y destruye las tradiciones y
culturas que no se adaptan a los designios del Imperio.
Este quemar
todo lo otro tiene ahora, en el cambio de siglo y de milenio, dos aspectos:
material uno y simbólico el otro.
Materialmente,
el Imperio quema todo lo que considera antagónico mediante las guerras.
Identifica reiterativamente lo antagónico con el espectro de Hitler y a
continuación bombardea todo tipo de instalaciones civiles de aquello que llama
“enemigo”. Así en Bagdad, en Belgrado, en Grozny o en Kabul. En estos
bombardeos han muerto desde 1991 cientos de miles de personas inocentes, un
número muchísimo mayor que el de los muertos inocentes causados por los
distintos tipos de terrorismo marginal. La ideología imperial se escandaliza
ante los actos bárbaros de los otros y pone sordina a las consecuencias de su propia
barbarie siempre impulsada por la enorme superioridad tecnológica y militar de
los Estados Unidos de Norteamérica, de los gobiernos que dicen amen a todo lo
que manda el gendarme imperial y de los gobiernos que utilizan la sumisión al
Imperio para recomponer sus propios sueños imperiales frustrados.
Simbólicamente,
el Imperio quema, destruye o confisca algunas de las mejores piezas de las
culturas que considera antagónicas. Se escandaliza con razón cuando los otros
destruyen parte del patrimonio artístico-cultural, pero al mismo tiempo, en su
centro, quema y destruye indiscriminadamente cada año muchos más libros que los
que quemó y destruyó la Inquisición a lo largo de la historia. Y lo hace por
razones exclusivamente mercantiles: para liquidar stocks, ahorrar en almacenes
y limitar la competencia editorial. El capitalismo imperial posmoderno exige
que toda la humanidad se cosifique en las gélidas aguas del cálculo egoísta.
Las
instituciones monetarias del Imperio quieren que todos los pueblos del planeta
vivan en las gélidas aguas del cálculo egoísta[11].
Desde Rusia a Argentina recomiendan a los gobiernos de las provincias la
religión de la desregulación y cuando estos gobiernos han sacrificado a los
pueblos en el altar de la competición crematística los dejan caer en la
desolación y en la crisis aduciendo que no han sabido aplicar las reglas de sus
recetas neoliberales. Dolarizan el mundo y luego dicen que el mundo no está
preparado para la dolarización. Liquidan estados y luego dicen que el
estado-nación está en crisis. Exigen seguridad para que haya inversiones y
cuando han liquidado las industrias incipientes en las provincias ofrecen
medidas y técnicas policíacas para garantizar los beneficios de las empresas
transnacionales, que son, en realidad, nacional-imperiales.
De ese tipo de
cinismo dijo Oscar Wilde: “Sabe el precio de cada cosa, pero no sabe el valor
de ninguna”[12].
El Imperio se
mofa de las banderas de los otros aduciendo que pasaron ya los tiempos de las
banderas “provincianas” y a continuación exalta la propia bandera en todas las
actividades cotidianas y la impone a otros pueblos a miles de quilómetros de su
centro. El Imperio se cisca en la inteligencia crítica y llama “inteligencia”
al espionaje. Forma “luchadores de la libertad” donde tiene intereses geoestratégicos
y luego, cuando quieren autodeterminarse, los llama terroristas. Se llena la
boca con la palabra “libertad” y en las provincias no reconoce otra que la
Quinta Libertad, el Séptimo de Caballería posmoderno. Hunde la enseñanza
pública universitaria donde lo hubo y luego dedica enormes recursos a la compra
de intelectuales de los cinco continentes, convierte sus obras en mercancías
cosmopolitas y les exige que renuncien a sus orígenes declarando que ha llegado
la guerra entre civilizaciones. Dedica importantes sumas a la investigación de
medicamentos para combatir las enfermedades de la civilización y luego se lucra
con ellos condenando a la muerte a los pobres que no pueden pagarlas.
En las
provincias, la cultura imperial afirma su superioridad mofándose de las otras
culturas y humillándolas. El Imperio desprecia cuanto ignora: coloniza culturas
a las que trata de primitivas, invade los desiertos de África con las naderías
de la París-Dakar y silencia a los que allí quieren autodeterminarse; arranca
los velos medievales allí donde éstos cubren los rostros de las mujeres pero a
continuación prostituye todo aquello que no entra en la división internacional
del trabajo; denuncia la persistencia de la vieja esclavitud pero a
continuación crea nuevos esclavos y se beneficia de la nueva esclavitud; impone
la coca-cola en lugares en que falta agua o el agua está contaminada; subasta
con arrogancia, en Londres o New York, las mejores piezas de las culturas
precolombinas.
La cultura
imperial se apropia de las medicinas tradicionales de los pueblos indígenas de
América, Africa y Asia y luego las patenta para vendérselas, a precios
desorbitados, a los descendientes de los que las crearon; deja sin espacio, en
nombre de la religión del petroleo, a los pueblos que han vivido en armonía con
la naturaleza durante siglos y dice que lo hace en nombre de la conciencia
ecológica planetaria; predica austeridad a los pobres en nombre del desarrollo
sostenible y luego se niega a firmar convenios internacionales para la reducción
de las principales emisiones contaminantes; destruye agriculturas de siglos e
impone cultivos cuyos beneficios van a parar a las transnacionales de la
agroindustria; obliga a emigrar a millones de personas y luego niega la
libertad de circulación a los que tienen que emigrar; produce sociedades
multiculturales y luego dice que el multiculturalismo es un peligro para la
civilización occidental; ficha, cataloga y controla a todo bicho viviente,
animal o racional, y luego lo mete en guetos y reservas.
Con motivo de
los atentados del 11 de septiembre del 2001 algunas personas sensibles, pocas,
se han preguntado en EE.UU y en Europa por qué hay hoy tanto odio en el mundo
contra la civilización que cree representar el Imperio. La respuesta es tan
sencilla como difícil de entender para el Padre Padrone que aún cree que los
siervos tienen que estarle agradecidos. La respuesta es: por la extensión de la
pobreza, del hambre, de las enfermedades y de la esclavitud; por la destrucción
de lenguas y culturas que un día fueron tan cultas (o más) como la lengua y la
civilización del Imperio; porque el capitalismo posmoderno ha convertido el
mundo en una plétora miserable y presenta esto, contra la evidencia, como el
mejor de los mundos posibles; porque los desesperados están hartos de que les
hayan matado a sus dioses y encima se rían de ellos los que no creen en
ninguno.
El odio no
justifica, obviamente, la barbarie de los otros (tan moderna y a veces tan
posmoderna, por cierto, como la del Imperio), pero explica la desesperación que
conduce a ella. El capitalismo imperial posmoderno exalta constantemente la
violencia en los medios de comunicación que domina, fomenta la Sociedad del
Rifle, practica la pena de muerte y luego interviene violentamente para
combatir la violencia que él mismo ha inducido. El capitalismo imperial
posmoderno llama fundamentalismo a la desesperación de los otros y oculta el
fundamentalismo propio. De ahí surgen varios holocaustos selectivos y una nueva
especie de macartismo global.
He aquí otra vez
el “poder desnudo” del que hablaba el viejo Einstein[13] al
acabar la segunda guerra mundial. Un tipo de poder que a él le recordaba la
época del ascenso del nacional-socialismo en Alemania. Retorsión de lo que
hubo. Esta vez son los musulmanes y asimilados quienes más sufren. Pero
conviene recordar, con Levi, que ya en el infierno de Auschwitz se llamaba
“musulmanes” a los más desgraciados de entre los desgraciados del campo de
exterminio. ¿Una premonición? La última imagen de la dimensión que ha alcanzado
el “poder desnudo” ha sido el traslado forzoso de los talibanes afganos desde
Kabul a Guantánamo, cuerda de presos organizada con los últimos adelantos
tecnológicos que, sin embargo, trae a la memoria alguna de las escenas
del Espartaco de Kubrick. Todo un símbolo. Por lo que
significaba Kabul, en el corazón de las tinieblas, y por lo que significa
Guantánamo, territorio imperial en la isla de Cuba.
Nuevamente en
el Imperio. Como dijo Walter Benjamin[14],
no hay documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de la barbarie.
Notas:
[1] NE. Gobierno PSOE, primer ministro: Felipe
González.
[2] NE. Tras el referéndum de 1986 y la nueva
victoria electoral, con mayoría absoluta, del PSOE.
[3] NE. En 1981, bajo el gobierno de Leopoldo Calvo
Sotelo.
[4] NE. En vasco, Soraluce.
[5] NE. Primeras elecciones democráticas: junio de
1977.
[6] NE. Recordemos el accidente atómico de Palomares
de 17 de enero de 1966.
[7] NE. Febrero de 1981.
[8] NE. Entre otras aproximaciones del autor, Espai
Marx (también El Viejo Topo) ha publicado sobre Gorbachov: “Encuentro en las
montañas del Colorado”.
[9] NE. Esa ambigüedad calculada a la que alude FFB
se convirtió, años después, en integración. El autor escribió críticamente
sobre este incumplimiento manifiesto de las condiciones del referéndum de 1986.
[10] NE. Sobre el autor de Si esto es un
hombre, “La conciencia ético-política de la ofensa: Primo Levi”. En Poliética,
Madrid: Siglo XXI, pp. 301-338.
[11] NE. Fueron varias las aproximaciones de FFB
al Manifiesto Comunista. Entre ellas, su prólogo de 1997, “Para
leer el Manifiesto Comunista”, a la edición del clásico
marx-engensiano en El Viejo Topo.
[12] NE. En la misma línea, Quevedo y Machado.
Quevedo: “Sólo el necio confunde valor y precio.”. Machado: “Todo necio
confunde valor y precio.”
[13] NE. Sobre el gran científico y filósofo,
Francisco Fernández Buey, Albert Einstein. Ciencia y conciencia,
Vilassar de Dalt: El Viejo Topo, 2005.
[14] NE. Sobre el gran filósofo alemán, “La historia
del hombre vista por un ángel: Walter Benjamin”. En Poliética, ob.
cit., pp. 123-155.
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