Lucha
sin clases: ¿por qué el proletariado no resurge en el proceso de crisis capitalista?
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No more Making of the Working Class
XXIII. En
contraste con los intentos de salvar a la clase trabajadora mediante la
extensión excesiva de sus determinaciones objetivas, están aquellos que
argumentan fundamentalmente desde el lado subjetivo. De acuerdo con estos
planteamientos, la clase no se define por su lugar en el proceso de producción
y valorización, sino que se constituye constantemente de nuevo y atraviesa
permanentes cambios, que están sujetos, esencialmente, a la dinámica de la
lucha de clases. Esta perspectiva es mucho más abierta, porque enfoca en primer
lugar los conflictos, su carácter de proceso y las posibilidades de desarrollo
subjetivo contenidas en ellos. Sin embargo aun así se basa en un axioma
apriorístico, que precede todos los análisis específicos y restringe su
perspectiva: como algo autoevidente, la lucha de clases es presupuesta como un
principio transhistórico válido, del que a su vez puede derivarse la clase.
“Siempre ya presente en todas las relaciones sociales, la lucha de clases
precede a las clases históricas”, escribe la redacción de la revista Fantômas
en la editorial de una edición ya citada varias veces aquí (Nº4, 2003, p. 4,
énfasis añadido). Sin embargo, este argumento se vuelve circular. Tanto el
concepto de clase como el de lucha de clases son definidos de manera
arbitraria. Según este enfoque todos los conflictos sociales, serían susceptibles,
en principio, de ser declarados como lucha de clases, y todos los que luchan de
alguna forma como sujetos de clase, sin haber aclarado, cuáles son los
criterios para diferenciar entre los diferentes tipos de luchas y de
subjetividades.
De esta manera,
el paradigma subjetivista de clase llega, en principio, a resultados iguales
que su contraparte objetivista. Porque como obviamente tienen lugar luchas de
todo tipo en cada momento en alguna parte del mundo, según esta perspectiva,
existe una dinámica permanente de “lucha de clases” y, por lo tanto, de
“formación de clase”. El concepto aplicado es tan amplio, que de alguna u otra
forma siempre puede ser supuestamente verificado. Pero esta “verificación
empírica” está desde siempre determinado por el axioma que lo precede. El
resultado se conoce de antemano: el conjunto social no es otra cosa que una
totalidad de luchas de clases. No sorprende entonces que los antiguos
contrincantes teóricos, “objetivistas” y “subjetivistas”, vayan reconciliándose
cada vez más y coexistan en paz (como, por ejemplo, en la edición de Fantômas).
Pues cuando se pierde toda precisión conceptual y la “clase” puede ser esto o
aquello y desde luego está en todas partes, las antiguas diferencias teóricas
ya no desempeñan un papel significativo.
XXIV.
Básicamente el problema consiste en que el concepto de lucha de clases aquí es
desprendido de su contexto histórico específico, donde tenía sentido: las
luchas del movimiento obrero en los siglos XIX y XX. Con esta descontextualización
se pierde no sólo el vigor conceptual sino con él la capacidad de diferenciar
entre luchas anticapitalistas o emancipatorias en un sentido más amplio, por un
lado, y enfrentamientos que más bien corresponden con lo que Hobbes llamó la
“guerra de todos contra todos”. Esto es, una vez más, especialmente evidente en
Hardt y Negri, que glorifican la lucha diaria por la existencia individual como
una forma de expresión de la lucha de clases y carecen de cualquier criterio
para diferenciar la violencia puramente regresiva, la competencia generalizada
o los movimientos fundamentalistas. El concepto de la “lucha de clases” se
torna así una fórmula abstracta y, en última instancia afirmativa, que abarca
tanto el estado de guerra permanente de la sociedad capitalista y su
desintegración provocada por la crisis global, como los esfuerzos para
oponérsele.
Desde luego,
muchos representantes de la perspectiva subjetivista de clase tratan de
distinguir entre diferentes tipos de lucha en sus análisis empíricos; sin
embargo estos esfuerzos flotan en el aire porque no coinciden con la propia
base teórica. El paradigma de la lucha de clases descontextualizado no
proporciona ningún instrumento conceptual para realizar estas distinciones. Por
eso para rescatar aquel paradigma deben recurrir a toda clase de argumentos
adicionales, provenientes de otros contextos teóricos, como por ejemplo teorías
postmodernistas. Esto explica el carácter totalmente ecléctico de los conceptos
postoperaístas en especial, pero a la vez demuestra que ellos poco pueden
contribuir para esclarecer las dinámicas sociales desencadenadas por la crisis
global del sistema productor de mercancías.
XXV. Uno de los
testimonios clave de la teoría de clases subjetivista es el historiador social
inglés E. P. Thompson, que siempre enfatizó el aspecto activo en el origen de
la clase obrera. En el prólogo a su estudio histórico más importante, que en el
original tiene el título programático de The Making of the English Working
Class [La formación de la clase obrera en Inglaterra], escribe: “Formación porque
es el estudio de un proceso activo, que debe tanto a la acción como al
condicionamiento. La clase obrera no surgió como el sol, a una hora
determinada. Estuvo presente en su propia formación” (Thompson, 1989, vol. 1,
p. 13). Pero desde luego los análisis de Thompson se refieren a procesos
enmarcados en una situación histórica muy específica: el desarrollo de la
sociedad capitalista entre el último tercio del siglo XVIII y el primer tercio
del siglo XIX en Inglaterra. Es obvio que aquella situación difiere de manera
fundamental de la situación actual. Estaba caracterizada por una dinámica de
marginación y destrucción de condiciones de vida y trabajo relativamente
heterogéneas pre y protocapitalistas. Esto se dio bajo la presión unificadora
cada vez mayor de la formas de producción y vida capitalista; lo que implicó la
generación masiva de “trabajadores doblemente libres”, obligados a vender su
fuerza de trabajo si querían sobrevivir. En sus investigaciones, Thompson se
concentró en las revueltas y luchas defensivas, provocadas por este proceso, y
mostró cómo, a partir de ellas (y también por la experiencia de las derrotas)
pudo empezar a conformarse algo así como una conciencia de clase.
XXVI. Fue, sin
duda alguna, un aporte muy importante hacer hincapié en estos procesos
subjetivos descuidados por el marxismo ortodoxo. Tanto más hay que evitar el
extraer los conocimientos adquiridos por Thompson de su contexto histórico,
porque lo único que se obtiene de esta manera son abstracciones ahistóricas que
no hacen ningún sentido. Si bien la constitución de una conciencia de clase no
surgió de modo automático del proceso de valorización del capital que logró
imponerse, no obstante este proceso marca el contexto objetivo para esta
constitución. Fue la subordinación de todas las relaciones sociales bajo el
principio universalista del trabajo abstracto y la producción de mercancías,
que provocó aquellas luchas sociales, las cuales contribuyeron a la formación
de la clase obrera como sujeto colectivo, en defensa de sus intereses, para un
período histórico de más o menos 150 años. Los momentos objetivos y subjetivos
de esta constitución de clase se entrelazan estrechamente con efectos
recíprocos. Thompson mismo señala: “La experiencia de clase está determinada en
gran medida por las relaciones de producción en las que uno nace -o en las que
ingresa en contra de su voluntad. La conciencia de clase es la forma como esta
experiencia es interpretada y mediatizada culturalmente: encarnada en
tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. En contraste
con la conciencia de clase, la experiencia de clase está determinada”
(Thompson, 1989, p. 8).
XXVII. Si
aplicamos esta afirmación a la situación actual, lo primero que llama la
atención, es que el marco objetivo dentro del cual las experiencias y los
conflictos sociales tienen lugar es fundamentalmente diferente al contexto
histórico analizado por Thompson. Hoy no nos encontramos en una situación donde
el modo de producción y de vida capitalista recién comienza a imponerse
violentamente en la sociedad, destruyendo todo un tejido heterogéneo de formas
de vida tradicionales, regidas por normas totalmente diferentes (Thompson habla
de la “economía moral”). Más bien: el sistema productor de mercancías se ha
generalizado en el mundo y subsumido a todas las relaciones sociales bajo sus
principios universalistas; pero a la vez entró en un proceso de crisis global,
una crisis, que no solamente es de carácter económico, sino que socava los
fundamentos de la sociedad basada en la valorización del capital y pone en
marcha una enorme dinámica de desintegración social.
Esta tendencia
es exactamente opuesta a los procesos en el siglo XIX que desembocarían en la
formación de la sociedad capitalista. La creciente precarización de las
condiciones de trabajo y de vida no indica la existencia de un ejército
industrial de reserva que más adelante será integrado en la producción masiva
en función de la acumulación de capital; al contrario en ella se refleja el
hecho de que cada vez más personas a lo largo del mundo se vuelven superfluas
para la producción de valor y por lo tanto son excluidas en sentido económico,
social y político. Por lo tanto no presenciamos la reconstitución de una nueva clase
trabajadora global, sino la creciente descomposición de una sociedad basada en
el trabajo abstracto. No se está imponiendo una forma social universalista
frente a una pluralidad de modos de vida precapitalistas; más bien esta forma
universalista se desintegra por medio de una multiplicidad de conflictos y
enfrentamientos muchas veces violentos y hace que los individuos atomizados
pierdan todo base sólida bajo los pies. Esta tendencia es universal solo en el
sentido de que equivale a un desclasamiento general; pero esto, de por sí es un
proceso meramente negativo que no genera una nueva síntesis social de luchas
solidarias.
XXVIII. Los
movimientos sociales en la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra analizados
por Thompson surgieron a partir de la experiencia de verse confrontados con
la marginación de las condiciones de vida no capitalistas y
protocapitalisas, incompatibles con el modo de producción del capitalismo
industrial. Frente a esta experiencia colectiva y ante la tremenda imposición
del trabajo en las fábricas, se desarrollaron formas de solidaridad práctica y
patrones culturales comunes, y al mismo tiempo se constituyó una identidad
colectiva de clase trabajadora. Sin embargo, un proceso tal ya no puede tener
lugar, porque falta el centro de gravitación para focalizar y unificar las
luchas heterogéneas. Pero esta descentralización del campo social no solo abrió
paso para una pluralidad de movimientos emancipatorios más allá del tema del
trabajo, como movimientos feministas y ecologistas, sino también fomentó la
masiva proliferación de corrientes sectarias, fundamentalistas y reaccionarias
de todo tipo. Son justamente estas corrientes las que, a nivel global, han
ganado una atracción enorme, porque ofrecen no solo apoyo material para su
clientela sino sobre todo un sustento subjetivo para los individuos expuestos a
la compentencia total o, marginados como superfluos para el capitalismo.
Pero este
sustento no es para nada emacipatorio. Más bien reproduce y refuerza los
momentos más regresivos y represivos de la subjetividad moderna en vez de
superarlos. Aquí no surge una nueva Working Class, sino que se
forman colectivos sociales que ofrecen un marco dentro del cual los individuos
son formateados, según las condiciones de la sociedad capitalista, para que
puedan seguir funcionando a nivel precario, sin autoreflexión crítica alguna.
XXIX. Sin
embargo, la fragmentación social causada por la crisis capitalista no sólo
desencadena los momentos regresivos de la subjetividad moderna, sino activa
también una multiplicidad de impulsos y aspiraciones emancipatorios. Pero como
éstos han perdido su centro de gravedad, históricamente constituido por la
lucha de clases, se ven continuamente expuestos al peligro de reproducir por sí
mismos las tendencias centrífugas del proceso de crisis capitalista. Por lo
tanto se da el desafío de reformular una perspectiva de lucha anticapitalista
global, que sea capaz de vincular todas las diferentes luchas de carácter
emancipatorio sin falsas unificaciones ni jerarquizaciones. Un punto de enfoque
común sin duda tiene que ser el enfrentar las tendencias de desintegración
social a causa de la crisis y a los movimientos y las corrientes regresivas,
que se generan a partir de estos procesos. Pero esta vinculación no se deduce a
partir de presupuestas determinaciones objetivas o subjetivas (como el punto de
vista de clase o la lucha de clases). Sólo puede emerger de la cooperación
consciente de movimientos sociales que aspiran a la abolición de la dominación
en todas sus manifestaciones, y no sólo como una meta abstracta y distante,
sino también dentro de sus propias estructuras y relaciones internas.
XL. Lo que
puede contribuir a la teoría crítica y el análisis de la crisis global es
nombrar posibles puntos de partida para realizar estas vinculaciones. Si algo
podemos aprender de las investigaciones de Thompson, es la importancia de la
experiencia práctica/concreta para la constitución de los movimientos sociales.
Por eso son de especial importancia aquellos procesos en los cuales tiene lugar
la resistencia a las imposiciones del capitalismo, sustrayéndose a los intentos
jerárquicos, populistas y autoritarios de integración, así como las luchas
reivindicativas que aspiran a generar estructuras auto-organizadas. Tales
movimientos (como los zapatistas, la corriente autónoma de los piqueteros y
otros movimientos de base) obviamente son minoritarios a nivel mundial y
constantemente están amenazados por la marginación y la cooptación. Sin
embargo, aunque sean contradictorios en muchos aspectos, en ellos se encuentran
los momentos embrionarios que apuntan a la perspectiva de una liberación de la
totalidad capitalista. El futuro no pertenece a la lucha de clases, sino a una
lucha emancipatoria sin clases.
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