lunes, 6 de febrero de 2017

tramp, tremp, trimp, tromp Y TRUMP


La larga sombra de Trump se proyecta sobre Europa

Despertar para seguir soñando


Rebelión
Página/12
06.02.2017

En este artículo el notable ensayista esloveno analiza las causas y consecuencias del triunfo electoral del magnate inmobiliario estadounidense y cómo puede alterar el mapa político en Europa, en particular las cruciales elecciones francesas dentro de tres meses, donde un derechista conservador como Fillon enfrenta a una populista de extrema derecha, Marine Le Pen.


Un par de días antes de la asunción de Donald Trump, Marine le Pen fue vista sentada en el Café Trump Tower de la Quinta Avenida, como si esperara ser llamada por el presidente entrante. Si bien no se realizó ninguna reunión, lo que sucedió pocos días después de la asunción parece un efecto secundario de esa fallida reunión: el 21 de enero, en Koblenz, los representantes de los partidos populistas de derecha europeos se reunieron bajo el lema de Libertad para Europa. El encuentro fue dominado por Le Pen, quien llamó a los votantes de toda Europa a “despertar” y seguir el ejemplo de los votantes estadounidenses y británicos; predijo que las victorias del Brexit y de Trump desencadenaría una ola imparable de “todos los dominós de Europa”. Trump dejó claro que “no apoya un sistema de opresión de los pueblos”: “2016 fue el año en que el mundo anglosajón despertó. Estoy seguro de que 2017 será el año en el que la gente de Europa continental se despierte.”

¿Qué significa despertar aquí? En su interpretación de los sueños, Freud relata un sueño bastante aterrador: un padre cansado que pasaba la noche al lado del ataúd de su joven hijo, se duerme y sueña que su hijo se acerca a él en llamas, dirigiéndose a él con este horrible reproche: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” Poco después, el padre se despierta y descubre que, debido a la vela derribada, el paño del sudario de su hijo muerto efectivamente se incendió. El humo que olió mientras dormía se incorporó al sueño del hijo en llamas para prolongar su sueño. ¿Fue así que el padre despertó cuando el estímulo externo (humo) se volvió demasiado fuerte para ser contenido dentro del escenario del sueño? ¿No era más bien el anverso: el padre primero construyó el sueño para prolongar su sueño, es decir, para evitar el desagradable despertar; sin embargo, lo que él encontró en el sueño –literalmente la pregunta ardiente, el espectro espeluznante de su hijo reprochándole– era mucho más insoportable que la realidad externa, así que el padre despertó, escapó a la realidad externa. ¿Por qué? Para seguir soñando, para evitar el insoportable trauma de su propia culpa por la dolorosa muerte del hijo. ¿Y no es lo mismo con el despertar populista? Ya en la década de 1930, Adorno comentó que el llamado nazi “Deutschland, erwache! (“¡Alemania despierta!”) significaba exactamente lo contrario: ¡seguir nuestro sueño nazi (de los judíos como el enemigo externo arruinando la armonía de nuestras sociedades) para que uno pueda continuar a durmiendo! ¡Dormir y evitar el rudo despertar, el despertar de los antagonismos sociales que atraviesan nuestra realidad social! Hoy la derecha populista está haciendo lo mismo: nos llama a nosotros a “despertar” a la amenaza de los inmigrantes para que podamos seguir soñando, es decir, ignorar los antagonismos que atraviesan nuestro capitalismo global.

El discurso inaugural de Trump era, por supuesto, la ideología en su estado más puro, un mensaje simple y directo que se basaba en toda una serie de inconsistencias bastante obvias. Como dicen, el diablo mora en los detalles. Si tomamos el discurso de Trump en su forma más elemental, puede sonar como algo que Bernie Sanders podría haber dicho: “Hablo por todos aquellos trabajadores olvidados, descuidados y explotados que trabajan duro, soy su voz, conmigo tienes poder ...”

Sin embargo, a pesar del evidente contraste entre estas proclamaciones y las primeras nominaciones de Trump (¿cómo puede el secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, director ejecutivo de Exxon Mobil, ser la voz de los trabajadores explotados?), hay una serie de pistas que dan una giro específico a su mensaje. Trump habla de “élites de Washington”, no de capitalistas y grandes banqueros. Habla de la desvinculación del rol del policía mundial, pero promete la destrucción del terrorismo musulmán,

la prevención de las pruebas balísticas norcoreanas y la contención de la ocupación china de las islas del mar de China meridional... así que lo que estamos obteniendo es el intervencionismo militar global ejercido directamente en nombre de los intereses estadounidenses, sin la máscara de derechos humanos y democracia. En los años sesenta, el lema del movimiento ecológico era “Piensa localmente, actúa globalmente”. Trump promete hacer exactamente lo contrario: “Piensa localmente, actúa globalmente”.

Hay algo hipócrita en los liberales que critican el eslogan “América primero”, como si esto no fuera lo que más o menos todos los países están haciendo, como si Estados Unidos no jugara un papel global precisamente porque le venía bien a sus propios intereses ... Pero el subyacente mensaje de “América primero” es triste: en el siglo americano, América se resignó a ser sólo uno entre los países. La ironía suprema es que los izquierdistas que durante mucho tiempo criticaron la pretensión de ser el policía global pueden comenzar a anhelar los viejos tiempos cuando, con toda hipocresía incluida, Estados Unidos impuso normas democráticas al mundo.

Pero lo que hace que el discurso inaugural de Trump sea interesante (y eficiente) es que sus inconsistencias reflejan las inconsistencias de la izquierda liberal. Hay que repetir una y otra vez que la derrota de Clinton fue el precio que ella tuvo que pagar por neutralizar a Bernie Sanders. Ella no perdió porque se movió demasiado a la izquierda, pero precisamente porque era demasiado centrista y de esta manera no logró capturar la rebelión anti-establishment que sostuvo tanto a Trump como a Sanders. Trump les recordó la realidad medio olvidada de la lucha de clases, aunque, por supuesto, lo hizo de una manera populista distorsionada. La rabia anti-establishment de Trump fue una especie de retorno a lo que fue reprimido cuando la política de la izquierda liberal moderada se centró en temas culturales “políticamente correctos”. Esta izquierda obtuvo de Trump su propio mensaje pero al revés. Por eso la única manera de responder a Trump habría sido apropiarse plenamente de la rabia contra el establishment y no descartarlo como primitivismo de basura blanca.

La reacción liberal predominante al discurso de asunción de Trump estaba predeciblemente llena de visiones apocalípticas bastante simples - basta mencionar que el anfitrión de MSNBC Chris Matthews detectó en él “un fondo Hitleriano”. Esta visión apocalíptica es típicamente acompañada por la comedia: la arrogancia de la izquierda liberal explota en su forma más pura el nuevo género de programas de talk shows en clave de humor político (Jon Stewart, John Oliver ...) que en su mayoría promulgan la pura arrogancia de la élite intelectual liberal. Pero el aspecto más depresivo del período post-electoral en Estados Unidos no son las medidas anunciadas por el Presidente electo, sino la forma en que la mayor parte del partido Demócrata está reaccionando a su histórica derrota: la oscilación entre los dos extremos, el horror al Gran Lobo Malo llamado Trump y el anverso de este pánico y fascinación, la renormalización de la situación, la idea de que nada extraordinario ocurrió, que es sólo otro revés en el intercambio normal entre presidentes republicanos y demócratas: Reagan, Bush, Trump... En este sentido, Nancy Pelosi hace referencia repetidamente a los acontecimientos de hace una década. Para ella, la lección es clara: “el pasado es un prólogo. Lo que funcionó antes funcionará de nuevo. Trump y los republicanos se sobreponen, y los demócratas tenemos que estar listos para aprovechar la oportunidad cuando lo hagan.” Tal postura ignora totalmente el verdadero significado de la victoria de Trump, las debilidades del partido Demócrata que la posibilitaron y la reestructuración radical de todo el espacio político que anuncia esta victoria. En Europa occidental y oriental, hay señales de una reorganización a largo plazo del espacio político. Hasta hace poco, el espacio político estaba dominado por dos partidos principales que se dirigían a todo el cuerpo electoral, un partido de centro-derecha (democratacristiano, liberal-conservador, popular ...) y un partido de centro-izquierda, (Socialdemócrata ...), con partidos más pequeños dirigiéndose a un electorado limitado (ecologistas, libertarios, etc.). Ahora cada vez hay más de un partido que representa el capitalismo global como tal, generalmente con relativa tolerancia hacia el aborto, los derechos de los homosexuales, las minorías religiosas y étnicas, etc.; en oposición a ese partido, hay otro partido populista anti-inmigrante cada vez más fuerte que va acompañado de grupos neofascistas directamente racistas en sus márgenes.

De manera que la historia de Donald y Hillary continúa: en su segunda entrega, los nombres de la pareja se cambian por los de Marine le Pen y Francois Fillon. Ahora que François Fillon fue elegido candidato de la derecha para las próximas elecciones presidenciales francesas y con la certeza (casi total) de que en la segunda vuelta de las elecciones la elección será entre Fillon y Marine le Pen, nuestra democracia alcanzó su (hasta ahora) punto más bajo. Si la diferencia entre Clinton y Trump era la diferencia entre el establishment liberal y la rabia populista de derecha, esta diferencia se redujo al mínimo en el caso de Le Pen versus Fillon. Si bien ambos son conservadores culturales, en materia de economía Fillon es puramente neoliberal mientras que Le Pen está mucho más orientada a proteger los intereses de los trabajadores. En resumen, dado que Fillon representa la peor combinación en la actualidad –el neoliberalismo económico y el conservadurismo social–, uno está seriamente tentado a preferir a Le Pen. El único argumento para Fillon es uno puramente formal: representa formalmente la Europa unida y una distancia mínima de la derecha populista, aunque, en cuanto al contenido, parece ser peor que le Pen. Así que él representa la inmanente decadencia del establishment mismo –aquí es donde terminamos después de un proceso largo de derrotas y de retiros. En primer lugar, la izquierda radical tuvo que ser sacrificada por estar fuera de contacto con nuestros nuevos tiempos posmodernos y sus nuevos “paradigmas”. Luego la izquierda socialdemócrata moderada fue sacrificada por estar también fuera de contacto con las necesidades del nuevo capitalismo global. Ahora, en la última época de este triste relato, la derecha liberal moderada (Juppé) fue sacrificada como desprovista de valores conservadores que hay que enrolar si nosotros, el mundo civilizado, queremos derrotar a le Pen. Cualquier semejanza con la vieja historia anti-nazi de cómo primero observamos pasivamente cuando los nazis en el poder sacaron a los comunistas, luego a los judíos, luego a la izquierda moderada, luego al centro liberal, incluso a los conservadores honestos... es puramente accidental. La reacción de Saramago –abstenerse de votar– es aquí obviamente lo UNICO apropiado para hacer. La Polonia de hoy ofrece un caso más en esta dirección, sirviendo como una fuerte refutación empírica a la predominante izquierda liberal de rechazo al populismo autoritario como política contradictoria que está condenada al fracaso. Si bien esto es cierto en principio –a largo plazo, todos estamos muertos, como lo expresó J. M. Keynes–, puede haber muchas sorpresas en el (no tan) corto plazo.

La visión convencional de lo que espera a los Estados Unidos (y posiblemente a Francia y los Países Bajos) en 2017, es un gobernante errático que promulga políticas contradictorias que benefician principalmente a los ricos. Los pobres perderán, porque los populistas no tienen esperanza de restablecer puestos de trabajo manufactureros, a pesar de sus promesas. Y la afluencia masiva de migrantes y refugiados continuará, porque los populistas no tienen planes para abordar las causas fundamentales del problema. Al final, los gobiernos populistas, incapaces de un gobierno efectivo, se desmoronarán y sus líderes se enfrentarán o bien al juicio político o no podrán ser reelectos. Pero los liberales estaban equivocados. PiS (Derecho y Justicia, el partido gobernante-populista) se ha transformado de una nulidad ideológica en un partido que ha logrado introducir cambios impactantes con velocidad y eficiencia récord. Ha promulgado las mayores transferencias sociales en la historia contemporánea de Polonia. Los padres reciben un beneficio mensual de 500 zloty ($ 120) por cada niño después de su primer hijo o por todos los niños de las familias más pobres (el ingreso promedio mensual neto es de aproximadamente 2.900 zloty, aunque más de dos tercios de los polacos ganan menos). Como resultado, la tasa de pobreza ha disminuido en un 20-40 por ciento y en un 70-90 por ciento entre los niños. La lista sigue: En 2016, el gobierno introdujo la medicación gratuita para las personas mayores de 75 años. El salario mínimo ahora supera lo que los sindicatos habían buscado. La edad de jubilación se ha reducido de 67 para hombres y mujeres a 60 para mujeres y 65 para hombres. El gobierno también planea alivio fiscal para los contribuyentes de bajos ingresos.

PiS hace lo que Marine le Pen también promete hacer en Francia: una combinación de medidas anti-austeridad –transferencias sociales que ningún partido de izquierda se atreve a considerar– más la promesa de orden y seguridad que afirma identidad nacional y promete lidiar con la amenaza de inmigrantes. ¿Quién puede superar esta combinación que aborda directamente las dos grandes preocupaciones de la gente común? Podemos discernir en el horizonte una situación extrañamente pervertida en la que la “izquierda” oficial está imponiendo la política de austeridad (al tiempo que aboga por los derechos multiculturales, etc.), mientras que la derecha populista lleva a cabo medidas antiausteridad para ayudar a los pobres (continuando con la agenda xenófoba nacionalista) –la última figura de lo que Hegel describió como el verkehrte Welt, el mundo del revés.

¿Y si Trump se mueve en la misma dirección? ¿Qué pasaría si su proyecto de proteccionismo moderado y grandes obras públicas, combinado con medidas de seguridad anti-inmigrantes y una nueva pervertida paz con Rusia, funciona de alguna manera? El idioma francés utiliza el llamado “ne” expletivo después de ciertos verbos y conjunciones; También se denomina “no negativo” porque no tiene valor negativo en sí mismo, sino que se usa en situaciones en las que la cláusula principal tiene un significado negativo (negativa o negativa negada), es decir, como expresiones de miedo, advertencia, duda y negación. Por ejemplo: Elle a peur qu’il ne soit malade (ella tiene miedo de que él esté enfermo). Lacan observó cómo esta negación superflua representa perfectamente la brecha que separa nuestro verdadero deseo inconsciente de nuestro deseo consciente: cuando una esposa tiene miedo de que su marido esté enfermo, bien puede preocuparse de que no esté enfermo (deseando que esté enfermo). ¿Y no podríamos decir exactamente lo mismo acerca de los liberales de izquierda horrorizados por Trump? Ils ont peur qu’il ne soit une catastrophe. (Ellos temen que sea una catástrofe. Lo que realmente temen es que no sea una catástrofe.)

Uno debería liberarse de este falso pánico falso, del temor a que la victoria Trump sea el último horror que nos hizo apoyar Hillary a pesar de todas sus obvias deficiencias. Las elecciones de 2016 fueron la derrota final de la democracia liberal, más precisamente, de lo que podríamos llamar el sueño de la izquierda (Fukuyama), y la única manera de derrotar realmente a Trump y redimir lo que vale la pena salvar en la democracia liberal es realizar una división sectaria del cadáver principal de la democracia liberal –en definitiva, cambiar el peso de Clinton a Sanders–. Las próximas elecciones deberían ser entre Trump y Sanders. Los elementos del programa para esta nueva Izquierda son relativamente fáciles de imaginar. Trump promete la cancelación de los grandes acuerdos de libre comercio apoyados por Clinton, y la alternativa de izquierda a ambos debería ser un proyecto de nuevos acuerdos internacionales diferentes. Los acuerdos que establecieran el control de los bancos, los acuerdos sobre normas ecológicas, sobre los derechos de los trabajadores, la asistencia sanitaria, la protección de las minorías sexuales y étnicas, etc. La gran lección del capitalismo global es que los Estados nacionales por sí solos no pueden hacer el trabajo, sólo una nueva política internacional puede quizás frenar el capital global.

Un viejo izquierdista anticomunista me dijo una vez que lo único bueno de Stalin fue que realmente asustó a las grandes potencias occidentales, y uno podría decir lo mismo de Trump: lo bueno de él es que realmente asusta a los liberales. Después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales aprendieron la lección y se centraron también en sus propias deficiencias, lo que les llevó a desarrollar el Estado del Bienestar –¿podrán nuestros liberales de izquierda hacer algo similar?

Para concluir volvamos a Marine le Pen. En un momento, ella definitivamente dio en la tecla: 2017 será el momento de la verdad para Europa. Sola, aplastada entre Estados Unidos y Rusia, tendrá que reinventarse o morir. El gran campo de batalla de 2017 estará en Europa, y en juego estará el núcleo mismo del legado emancipatorio europeo.

* Filósofo y crítico cultural esloveno. Su última obra es Contragolpe absoluto (Editorial Akal).
Traducción: Celita Doyhambéhère.

Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/18082-despertar-para-seguir-sonando

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SOBRE LA OBRA "FOUCAULT Y EL NEOLIBERALISMO"


SOBRE LA OBRA “FOUCAULT Y EL NEOIBERALISMO”
 

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Entrevista a Daniel Vargas Zamora
 

Sociología crítica

06.02.2017

 

Indice: Estudios Marxistas Nº 109 Autor: Daniel Vargas Zamora Traducción: http://www.jaimelago.org, basado en traducción previa andoenpando.wordpress.com

En el mundo académico de habla francesa y en muchos círculos de la izquierda radical, Michel Foucault es una especie de icono. Toda crítica raya en la blasfemia. Sin embargo, se acaba de publicar un ensayo colectivo titulado Foucault y el neoliberalismo .[i] El sociólogo Daniel Zamora, responsable de este ensayo, resume el tono: “Lejos de llevar a cabo una resuelta lucha intelectual contra la ortodoxia del libre mercado, Michel Foucault parece, en muchos aspectos, unirse a ella.”

Michel Foucault, que murió en 1984 en París, es un filósofo francés cuyo trabajo se centró en la relación entre el poder y el conocimiento. Su obra es una crítica de las normas y los mecanismos de poder que se ejercen a través de instituciones aparentemente neutrales (la medicina, la justicia, las relaciones familiares o sexuales…).

En 1950, bajo la influencia de Louis Althusser, se afilia al Partido Comunista Francés. Se mantiene poco activo y deja el partido en 1953. En 1961 obtiene el doctorado en con una tesis titulada Locura y sinrazón: Historia de la locura en la época clásica. En 1966, publica Las palabras y las cosas, de gran éxito. En aquel momento, la popularidad del estructuralismo es enorme y Foucault se vincula a académicos estructuralistas y filósofos como Jacques Derrida, Claude Lévi-Strauss y Roland Barthes, para quienes los procesos sociales derivan de estructuras fundamentales que son por lo general no conscientes. De este modo, la organización social genera ciertas prácticas y creencias a las personas que dependen de ellos. El estructuralismo trata de explicar un fenómeno a partir del lugar que ocupa en un sistema, de acuerdo con leyes de asociación y disociación supuestamente inmutables.

En los años 70, Foucault vuelve a implicarse políticamente, sobre todo en la defensa de activistas maoístas encarcelados y de trabajadores inmigrantes. Al final de esa década, algunos antiguos izquierdistas dan un giro ideológico de 180 grados, creando los Nuevos Filósofos. A menudo citan a Foucault como una de sus principales influencias.

Foucault es más conocido por su crítica de las instituciones sociales: la psiquiatría, la medicina, el sistema penitenciario, y por sus ideas y desarrollo sobre la historia de la sexualidad, sus teorías generales sobre el poder y la relación entre el poder y el conocimiento.

En la segunda mitad de los años 70, también se interesa en lo que piensa era una nueva forma de ejercicio del poder (sobre la vida), que calificó de “biopoder” (un concepto recogido por Antonio Negri). El poder que crea la muerte y deja vivir es reemplazado por el biopoder, que vive y deja morir (el estado de bienestar: la seguridad social, los seguros, etc.).

Criticas a Foucault aunque reconoces que siempre ha ido “un paso por delante de sus contemporáneos” ¿Qué quieres decir?

Daniel Zamora: Foucault puso de relieve problemas que fueron ignorados o dejados de lado por los intelectuales dominantes de su época, aunque hay que señalar que no era el único que trabaja sobre las cuestiones planteadas por la psiquiatría, las prisiones o la sexualidad.

En Italia, por ejemplo, el movimiento anti-psiquiátrico iniciada por Franco Basaglia no esperó a Foucault para cuestionarse los asilos y proporcionar estimulantes propuestas de políticas para reemplazar dicha institución. Foucault, sin embargo, allanó el camino para muchos historiadores e investigadores que trabajan en nuevos temas, territorios inexplorados hasta ahora.

Nos enseñó a cuestionar políticamente objetos que parecían vivir más allá de toda sospecha. Según su punto de vista la verdadera tarea política era criticar las instituciones “aparentemente neutrales e independientes” y atacarlas “de tal manera que la violencia política ejercida oscuramente en ellas sea desenmascarada.”[ii]

Puedo tener algunas dudas sobre la naturaleza de sus críticas – estoy seguro de que volveremos a ellas – pero fue sin duda alguna un proyecto extremadamente novedoso y estimulante.

Su trabajo plantea que Foucault es compatible con el neoliberalismo, ¡seguro que va a dar que hablar!

Daniel Zamora: Es el propósito del libro. Quería romper con la imagen demasiado consensual de un Foucault en completa oposición al neoliberalismo en el final de su vida, que se ha convertido en una especie de ente intocable para una parte de la izquierda radical. Esta ceguera es tanto más sorprendente cuando, al sumergirme en los textos, me vi impactado por la indulgencia que muestra Foucault frente al neoliberalismo. No es sólo su curso en el Colegio de Francia el que plantea interrogantes (el nacimiento de la biopolítica), sino también numerosos artículos y entrevistas, que son plenamente accesibles. Foucault estuvo muy atraído por el liberalismo económico: veían en él la posibilidad de una forma de gobierno mucho menos normativa y autoritaria que la propuesto por la izquierda socialista y comunista, que según su punto de vista estaba caducada. Vio la política del neoliberalismo “menos burocrática” y “con mucha menos disciplina” que la del estado de bienestar de postguerra. Foucault parece acercarse, a finales de los años 70, a la opinión minoritaria pero intelectualmente influyente del socialismo francés de la “segunda izquierda”. Es seducido por el deseo de “des-estatalizar la sociedad francesa.”

La mayoría de las obras dedicadas al giro conservador de los años 80 hasta el momento han tratado sobre la idea de la “traición” de algunos intelectuales y activistas políticos de izquierdas, que habrían cambiado sus colores por “oportunismo”. Es una lectura incorrecta. Cuando se estudian seriamente los análisis de Foucault – y de muchos otros – de finales de los años 80, uno se da cuenta de que su “izquierdismo” o sus críticas recaen sobre todo en aquello que encarnaba la izquierda de postguerra: el estado social, los partidos políticos, los sindicatos, los trabajadores organizados, el racionalismo, la lucha contra la desigualdad … Yo no creo que estos intelectuales hayan “traicionado”. Estaban predispuestos por sus críticas y su odio a la izquierda clásica a abrazar la ortodoxia neoliberal. Por lo tanto, es poco sorprendente que François Ewald, asistente de Foucault en el Colegio de Francia, acabe de consejero de la patronal francesa MEDEF, sin dejar de seguirse reclamando como seguidor de Foucault …

Incluso Colin Gordon, uno de los principales traductores y comentaristas de Foucault en el mundo anglosajón, no tiene problemas en admitir que él ve en Foucault algo así como un precursor de la Tercera Vía de Blair, incorporando la estrategia neoliberal dentro del corpus socialdemócrata.

Al mismo tiempo, su libro no es un panfleto extenso, un proceso inquisitorial. Usted reconoce las cualidades de su obra.

Daniel Zamora: ¡Por supuesto! Estoy fascinado por el personaje y por su trabajo. A mi parecer es precioso. También aprecio enormemente el recientemente publicado trabajo de Geoffroy de Lagasnerie, “La última lección de Michel Foucault”. En última instancia, su libro es como la otra cara de la moneda de nuestro libro, puesto que ve en Foucault un deseo de usar el neoliberalismo para reinventar a la Izquierda. Nuestra perspectiva es que como algo más que una herramienta: adopta la visión neoliberal para criticar a la izquierda.

Aun así, Lagasnerie subraya un punto que a mi parecer es esencial y apunta al corazón de muchos problemas de la izquierda crítica: señala que Foucault fue uno de los primeros en tomarse en serio los textos neoliberales y en leerlos rigurosamente. Antes de él, aquellos productos intelectuales eran generalmente rechazados, percibidos como simple propaganda. Según Lagasnerie, Foucault desmontó la barrera simbólica que había sido construida por la izquierda intelectual en contra de la tradición neoliberal.

Aislados en el sectarismo usual del mundo académico, no se había hecho ninguna lectura estimulante que tomase en consideración los argumentos de Friedrich Hayek, Gary Becker o Milton Friedman. En este sentido, sólo podemos estar de acuerdo con Lagasnerie: Foucault nos permitió leer y entender a estos autores, descubrir en ellos un corpus de pensamiento complejo y estimulante. Es indiscutible que Foucault se esforzó en analizar corpus teóricos de horizontes bastante amplios y diferentes, y en cuestionar constantemente sus propias ideas.

La izquierda intelectual lamentablemente no ha conseguido hacer lo mismo. Frecuentemente se ha quedado atrapada en una actitud de “escuela”, rehusándose a priori a considerar o debatir ideas y tradiciones que nacen de diferentes premisas que las suyas. Es una actitud muy dañina. A veces nos vemos lidiando con gente que prácticamente nunca ha leído a los intelectuales fundadores de la ideología política que se supone están atacando. Su conocimiento se limita a unos pocos lugares comunes.

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