El 14 de
septiembre de 1321 fallecía en Rávena Dante Alighieri. Autor de una obra
genial, La Divina Comedia, tuvo una vida azarosa y turbulenta, lo que no le
impidió ser uno de los forjadores –quizás el más fundamental– de la cultura
renacentista.
Viaje al Infierno
El Viejo Topo
14 septiembre, 2022
Universalmente aclamada, pero poco leída en nuestros días, La
Divina Comedia es una obra asombrosamente genial. Guiado por Virgilio,
Dante visita el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Escrito en tercetos
endecasílabos, el poema consta de 100 Cantos. Aquí reproducimos el Canto III de
la visita al Infierno, pero para facilitar la lectura a los perezosos hemos
modificado la estructura convirtiéndola en una especie de prosa, respetando
escrupulosamente el texto.
CANTO III
POR MÍ SE VA
HASTA LA CIUDAD DOLIENTE, POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO, POR MÍ SE VA A LA
GENTE CONDENADA.
LA JUSTICIA
MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO. HÍZOME LA DIVINA POTESTAD, EL SABER SUMO Y EL AMOR
PRIMERO.
ANTES DE MÍ NO
FUE COSA CREADA SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE
AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA.
Estas palabras
de color oscuro vi escritas en lo alto de una puerta; y yo: «Maestro, es grave
su sentido.» Y, cual persona cauta, él me repuso: «Debes aquí dejar todo
recelo; debes dar muerte aquí a tu cobardía. Hemos llegado al sitio que te he
dicho en que verás las gentes doloridas, que perdieron el bien del intelecto.»
Luego tomó mi mano con la suya con gesto alegre, que me confortó, y en las
cosas secretas me introdujo. Allí suspiros, llantos y altos ayes resonaban al
aire sin estrellas, y yo me eché a llorar al escucharlo. Diversas lenguas, hórridas
blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira, roncos gritos al son de
manotazos, un tumulto formaban, el cual gira siempre en el aire eternamente
oscuro, como arena al soplar el torbellino. Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho, y quién son éstos que el dolor
abate?» Y él me repuso: «Esta mísera suerte tienen las tristes almas de esas
gentes que vivieron sin gloria y sin infamia. Están mezcladas con el coro
infame de ángeles que no se rebelaron, no por lealtad a Dios, sino a ellos
mismos. Los echa el cielo, porque menos bello no sea, y el infierno los
rechaza, pues podrían dar gloria a los caídos.» Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa
tanto y provoca lamentos tan amargos?» Respondió: «Brevemente he de decirlo. No
tienen éstos de muerte esperanza, y su vida obcecada es tan rastrera, que
envidiosos están de cualquier suerte. Ya no tiene memoria el mundo de ellos,
compasión y justicia les desdeña; de ellos no hablemos, sino mira y pasa.» Y
entonces pude ver un estandarte, que corría girando tan ligero, que parecía
indigno de reposo. Y venía detrás tan larga fila de gente, que creído nunca
hubiera que hubiese a tantos la muerte deshecho. Y tras haber reconocido a
alguno, vi y conocí la sombra del que hizo por cobardía aquella gran renuncia.
Al punto comprendí, y estuve cierto, que ésta era la secta de los reos a Dios y
a sus contrarios displacientes. Los desgraciados, que nunca vivieron, iban
desnudos y azuzados siempre de moscones y avispas que allí había. Éstos de
sangre el rostro les bañaban, que, mezclada con llanto, repugnantes gusanos a
sus pies la recogían. Y luego que a mirar me puse a otros, vi gentes en la
orilla de un gran río y yo dije: «Maestro, te suplico que me digas quién son, y
qué designio les hace tan ansiosos de cruzar como discierno entre la luz
escasa.» Y él repuso: «La cosa he de contarte cuando hayamos parado nuestros
pasos en la triste ribera de Aqueronte.» Con los ojos ya bajos de vergüenza,
temiendo molestarle con preguntas dejé de hablar hasta llegar al río. Y he aquí
que viene en bote hacia nosotros un viejo cano de cabello antiguo, gritando:
«¡Ay de vosotras, almas pravas! No esperéis nunca contemplar el cielo; vengo a
llevaros hasta la otra orilla, a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego. Y tú
que aquí te encuentras, alma viva, aparta de éstos otros ya difuntos.» Pero
viendo que yo no me marchaba, dijo: «Por otra vía y otros puertos a la playa
has de ir, no por aquí; más leve leño tendrá que llevarte». Y el guía a él:
«Caronte, no te irrites: así se quiere allí donde se puede lo que se quiere, y
más no me preguntes.» Las peludas mejillas del barquero del lívido pantano,
cuyos ojos rodeaban las llamas, se calmaron. Mas las almas desnudas y
contritas, cambiaron el color y rechinaban, cuando escucharon las palabras
crudas. Blasfemaban de Dios y de sus padres, del hombre, el sitio, el tiempo y
la simiente que los sembrara, y de su nacimiento. Luego se recogieron todas
juntas, llorando fuerte en la orilla malvada que aguarda a todos los que a Dios
no temen. Carón, demonio, con ojos de fuego, llamándolos a todos recogía; da
con el remo si alguno se atrasa. Como en otoño se vuelan las hojas unas tras
otras, hasta que la rama ve ya en la tierra todos sus despojos, de este modo de
Adán las malas siembras se arrojan de la orilla de una en una, a la señal, cual
pájaro al reclamo. Así se fueron por el agua oscura, y aún antes de que
hubieran descendido ya un nuevo grupo se había formado. «Hijo mío –cortés dijo
el maestro– los que en ira de Dios hallan la muerte llegan aquí de todos los
países: y están ansiosos de cruzar el río, pues la justicia santa les empuja, y
así el temor se transforma en deseo. Aquí no cruza nunca un alma justa, por lo
cual si Carón de ti se enoja, comprenderás qué cosa significa.» Y dicho esto,
la región oscura tembló con fuerza tal, que del espanto la frente de sudor aún
se me baña. La tierra lagrimosa lanzó un viento que hizo brillar un relámpago
rojo y, venciéndome todos los sentidos, me caí como el hombre que se duerme.