El cambio climático ya
no es una amenaza, sino una realidad. Una realidad que seguirá empeorando,
porque las medidas que se proponen para paliarlo –y el calendario de las
mismas– son totalmente insuficientes. El cambio climático ya no es una
amenaza, sino una realidad. Una realidad que seguirá empeorando, porque las
medidas que se proponen para paliarlo –y el calendario de las mismas– son
totalmente insuficientes.
El colapso ecológico –del que nos advirtieron– ya
comenzó
El Viejo Topo
22 agosto, 2023
En 2023 se han
registrado diferentes anomalías climáticas que marcan nuevos récords históricos
en la trágica progresión del cambio climático a nivel global.
Así, en junio,
la temperatura superficial en el Atlántico Norte alcanzó el máximo incremento
de 1,3 grados centígrados respecto a los valores preindustriales. En una
dirección similar –aunque con valores inferiores– aumentó la temperatura media
de los mares a nivel global. Por otra parte, la retracción del hielo antártico
alcanzó un nuevo límite, llegando a un descenso histórico en 2016, pero varios
meses antes, en plena estación fría.
La combinación
de estos registros ha llevado a los científicos que siguen estos procesos a
alertar del peligro de un cambio profundo en las corrientes que regulan la
temperatura y la vida en los océanos y a nivel global. Las olas de calor
registradas en las costas de gran parte del mundo (Irlanda, México, Ecuador,
Japón, Mauritania e Islandia) pueden ser, a su vez, una prueba de ello.
Estos fenómenos,
claro está, no se limitan a los mares. El jueves 6 de julio, la temperatura
global del aire (medida a dos metros del suelo) alcanzó por primera vez en la
historia de los últimos siglos los 17,23 grados centígrados, 1,68 grados más
que los valores preindustriales; el pasado mes de junio ya fue el más cálido de
la historia. Mientras tanto, las temperaturas en los continentes, sobre todo en
el Norte, también batieron récords: 40 grados Celsius en Siberia, 50 grados
Celsius en México, el junio más cálido en Inglaterra en la serie histórica
iniciada en 1884.
Y su
contracara, las sequías, como la que azota a Uruguay, donde la escasez de agua
dulce desde mayo ha obligado a recurrir cada vez más a fuentes salobres,
volviendo el agua del grifo imbebible para los habitantes del área
metropolitana de Montevideo, donde se concentra el 60% de la población del
país. Se trata de una sequía que, de continuar, podría dejar sin agua potable a
esta región del país, convirtiéndola en la primera ciudad del mundo en sufrir
tal catástrofe.
Pero el calor
sofocante y las sequías también traen consigo voraces incendios, como el del
bosque boreal que recorre Canadá desde hace semanas, con más de 500 focos
repartidos por distintas regiones del país, muchos de ellos incontrolables, y
las imágenes generalizadas de una Nueva York apocalíptica oscurecida y teñida
de rojo bajo un manto de cenizas.
Este cúmulo de
evidencias trágicas, contra todas las narrativas negacionistas, hace innegable
que la crisis climática ya está aquí, entre nosotros y nosotras. Asimismo,
indica el fracaso absoluto de las políticas e iniciativas adoptadas para
reducir la emisión o presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
En esta dirección, en mayo de 2023, los niveles de dióxido de carbono (CO2) medidos en el observatorio global de
referencia de la NOAA en Hawai alcanzaron un máximo histórico de 424 partes por
millón (ppm), siendo más de un 50% superiores a los de antes del inicio de la
era industrial y, los del periodo enero-mayo de 2023, un 0,3% superiores a los
del mismo periodo de 2022 y un 1,6% respecto a los de 2019. Según el último informe del Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones
Unidas, la temperatura global de la superficie ha aumentado más rápidamente
desde 1970 que en cualquier otro periodo de 50 años durante al menos los
últimos 2.000 años, el mismo periodo en el que se desplegaron los acuerdos
internacionales y las iniciativas nacionales para combatir las causas del
cambio climático. El fracaso de estas políticas aparece también reflejado, en
nuestro presente, en la persistencia y fortaleza de un capitalismo fósil y su
expolio y destrucción socioambiental.
No sólo han fracasado
las llamadas políticas de mitigación, sino que también las llamadas políticas
de adaptación destinadas a minimizar los impactos previsibles del cambio
climático son débiles o incluso inexistentes.
En la misma
línea, el informe anual de la Organización
Meteorológica Mundial (OMM, Global Annual to Decadal Climate Update)
publicado en mayo de 2023 advertía de que es muy probable (66% de probabilidad)
que la temperatura media anual mundial supere los 1,5 grados centígrados en al
menos un año de los próximos cinco (2023-2027), es posible (32 % de
probabilidad) que la temperatura media supere los 1,5 grados centígrados y es
casi seguro (98% de probabilidad) que al menos uno de los próximos cinco años,
así como el quinquenio en su conjunto, sea el más cálido jamás registrado; el
IPCC ha estimado graves consecuencias si se supera esta temperatura de forma
permanente.
¿Qué tan cerca
de este punto nos situará la llegada del fenómeno de El Niño este año y
posiblemente en los próximos? El Niño es un evento de origen climático que se
expresa en el calentamiento del Océano Pacífico ecuatorial oriental y se
manifiesta en ciclos de entre tres y ocho años. Con antecedentes en el siglo
XIX, en 1924 el climatólogo Gilbert
Walker acuñó el término “Oscilación del Sur” para identificarlo
y en 1969 el meteorólogo Jacob Bjerknes sugirió que este calentamiento inusual
en el Pacífico oriental podría desequilibrar los vientos alisios e incrementar
las aguas cálidas hacia el este, es decir, hacia las costas intertropicales de
Sudamérica.
Pero no se
trata simplemente de un fenómeno meteorológico tradicional que se repite en
periodos anuales irregulares. No es un fenómeno natural; por mucho que se
intente, una y otra vez, invisibilizar o negar sus causas sociales. Por el
contrario, en las últimas décadas, la dinámica de la crisis climática ha
aumentado tanto en frecuencia como en intensidad. Ya a principios de 2023
concluyó el tercer episodio continuado de La Niña, la tercera vez desde 1950
que se prolonga más de tres años y con intensidad creciente. Asimismo, en 2016,
El Niño provocó el récord de temperatura media alcanzado por el planeta. Y
diferentes científicos estiman hoy que este Súper-Niño puede repetirse en la
actualidad con consecuencias desconocidas dados los niveles de gases de efecto
invernadero y la dinámica de la actual crisis climática.
Las banderas de
un cambio inspirado en la justicia social y climática y las vías efectivas de
esta transición socioecológica enarboladas por los movimientos populares se
hacen hoy más imperativas y urgentes. Es posible proponer un plan popular
urgente de mitigación y adaptación. Pero para hacer socialmente audibles estas
alternativas, para romper con la ceguera ecológica que quiere imponerse, es
necesario primero quebrar la construcción epistemológica que quiere inscribir
estas catástrofes, repetida y persistentemente, en un mundo de naturaleza
supuestamente pura, en un campo presuntamente externo, ajeno y fuera del
control social humano.
Se trata de una
matriz de naturalización que, al tiempo que excluye a los grupos sociales y al
modo de organización socioeconómica de cualquier responsabilidad por las crisis
actuales, quiere convertirlas en acontecimientos imprevisibles e incognoscibles
que sólo dejan la opción de la resignación, la alienación religiosa o la
resiliencia individual. El cuestionamiento de estas visiones se inscribe no
sólo en los discursos sino también en las prácticas y emociones, en responder a
la catástrofe con la (re)construcción de vínculos y valores de afectividad,
colectividad y solidaridad, soportes indispensables para el cambio
emancipatorio.
Fuente: Globetrotter.
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