sábado, 30 de abril de 2022

La inflación, estúpidos, la inflación

 

Los últimos treinta años nos han enseñado las peligrosas consecuencias que tiene para la economía española dentro de la Unión Monetaria mantener un importante diferencial de inflación con otros países europeos. Como vuelve a ocurrir ahora.


La inflación, estúpidos, la inflación

 

Juan Francisco Martín Seco

El Viejo Topo

30 abril, 2022 

 


Hace quince días terminaba mi artículo semanal haciendo referencia a la inflación y a cómo esta se ha disparado en los últimos meses, y sobre todo -y esto es lo más peligroso- a la diferencia que se está produciendo frente a otros países europeos. En marzo, según Eurostat, el índice de precios armonizados en España fue del 9,8%, 2,3 puntos por encima de la media europea. Solo Lituania, Estonia, Letonia y los Países Bajos han acusado una tasa de inflación superior. Sin embargo, países como Francia, Italia, Portugal, Alemania, etc., que son los más significativos para España, presentan subidas de precios bastante más reducidas que la de nuestro país.

Si nos remontamos en el tiempo comprobaremos que ha habido una constante en la economía española, la inflación ha venido siendo superior a la de otros países. La devaluación de la moneda ha tenido que ser frecuente. Era la forma de retornar a una situación de equilibrio en el comercio exterior, que había quedado dañado por la pérdida de competitividad al encarecerse los productos nacionales frente a los extranjeros. Bien es verdad que durante toda la etapa franquista e incluso posteriormente hasta 1986, fecha en la que entramos en la Unión Europea, el Gobierno contaba con la ayuda de medidas proteccionistas, capacidad de poner contingentes y aranceles a las importaciones y subvenciones, y bonificaciones a las exportaciones.

Para un país, mantener un diferencial de inflación con otros países competidores es siempre un problema, pero este se va agudizando a medida que el Gobierno pierde mecanismos de ajuste. En régimen de libre cambio las dificultades aumentan. A su vez, en un sistema de tipos de cambio fijo, el hecho de que el Ejecutivo cuente con medidas de control de cambios no le libra de la devaluación de la moneda, pero sí podrá retrasarla hasta el momento que considere más oportuno. La cosa cambia si hay libre circulación de capitales. En el extremo se sitúa la pertenencia a una unión monetaria, situación en la que no cabe la devaluación de la moneda. En este caso la diferencia en la tasa de inflación, y la consiguiente pérdida de competitividad, introduce a la economía en una encrucijada escabrosa, de difícil salida y en todo caso con resultados sociales muy negativos.

Es curiosa la postura de los políticos españoles. La gran mayoría estuvieron a favor en su día de la Unión Monetaria, y continúan defendiéndola, pero después pretende actuar como si no existiese y no quieren ver que pertenecer a ella modifica sustancialmente determinadas situaciones o problemas, y sobre todo las posibles soluciones. El dato de inflación de marzo es en sí mismo malo, pero su gravedad se hace mucho mayor al ser bastante superior que el de nuestros posibles competidores y además estar en la Moneda Única.

Es cierto que la diferencia de precios entre los Estados hasta estos momentos no es grande, pero no es menos cierto que, teniendo su origen en una misma causa, la subida del coste de la energía, no hay ninguna razón para estas divergencias. Es más, considerando que la dependencia energética de España con Rusia es de las menores, no tendría por qué ser el país más castigado. Las señales de alarma deberían haber sonado ya, y con fuerza. Sin embargo, no ha sido así, ni el Gobierno parece darle demasiada importancia. Por eso quizás sea muy conveniente echar la vista atrás y analizar las dos últimas ocasiones en que el diferencial de inflación fue lo suficientemente grande como para crear graves dificultades a la economía española.

La primera de estas dos veces sucedió al principio de los años noventa. Aún no existía el euro, pero los países se disponían a crearlo. Entre los criterios de convergencia establecidos por el Tratado de Maastricht y que tenían como finalidad esta preparación, se encontraba mantener fijo el tipo de cambio dentro del Sistema Monetario Europeo (SME), con una pequeña fluctuación del 2,5% hacia arriba y hacia abajo. En el fondo era un ensayo de la futura Unión Monetaria. Es bien conocido cómo el ensayo terminó en un fracaso estrepitoso. Después de un tiempo, la divergencia en la evolución de los precios en los distintos Estados originó que los tipos de cambio reales no coincidiesen con los nominales, lo que lanzó a los mercados a especular contra algunas de las divisas, especulación que ni todos los países juntos lograron sofocar. De manera que se vieron en la obligación de ampliar las bandas de fluctuación al +-10%, lo que era dejar las monedas casi en libre flotación en la práctica.

España se integró en el SME en 1989, al mismo tiempo que se adoptaba la libre circulación de capitales. Hubo quienes mantuvieron que nos incorporamos a un tipo de cambio más alto que el que correspondía. El caso es que, en 1992, cuando estallaron las turbulencias y los ataques de los mercados, la economía española se encontraba en una situación particularmente crítica. La cotización en marcos de la peseta era la misma que en 1987. Pero desde ese año los precios habían crecido en España 22 puntos más que en Alemania, es decir, el país había perdido competitividad vía precios en un 22%. Esa menor competitividad se trasladó de inmediato a la balanza de pagos. El déficit por cuenta corriente ascendió al 3,7%, lo suficientemente alto para que los inversores pensasen que el tipo de cambio de la peseta no era el adecuado, forzando cuatro devaluaciones, tres con Solchaga y una con Solbes (de 1992 a 1995).

Hay quien se preguntará por qué cuatro devaluaciones. La respuesta es sencilla, pero un poco indignante. La razón se encuentra en la cerrazón de un gobierno empeñado en tener un tipo de cambio más alto del que le correspondía y en pretender forzar a los mercados a aceptarlo. Estos no se conformaron hasta que creyeron que la cotización de la peseta era la apropiada. Al final se logró el equilibrio y la economía remontó la crisis, pero eso no significa que no quedase huella. La pérdida de competitividad durante estos años provocó un alto coste en la actividad económica. Aun cuando la competitividad se recobró por las cuatro devaluaciones, el daño estructural estaba hecho y habría de arrastrarse hacia el futuro.

Las cuatro devaluaciones, no obstante, crearon el equilibrio necesario para que Aznar se adentrase en un periodo de bonanza que sirvió de pórtico a nuestro ingreso en la Unión Monetaria en 1999. Durante los años que siguieron, tanto Aznar como Zapatero se vanagloriaron de la buena marcha de la economía, pero era una falsa prosperidad basada en el desequilibrio y en el crédito. En 2008 apareció su verdadera faz. Desde la constitución de la Unión Monetaria en 1999 hasta el 2008 los precios se incrementaron en la Eurozona un 22%, pero en los distintos países miembros siguieron una tendencia desigual. Mientras que en Alemania crecían un 17,42%, en España, Grecia, Irlanda y Portugal lo hicieron en un 34,28%, 35,55%, 35,72%, 30,33%, respectivamente. Era la trastienda de la crisis en Europa.

Concretamente, los precios de los productos españoles se encarecieron con respecto a los alemanes en un 17%, con la consiguiente pérdida de competitividad, y el incremento del déficit en el sector exterior. Este fue aumentando a lo largo de todos esos años hasta que en 2007 se produce un máximo, la balanza por cuenta corriente alcanzó un saldo negativo del 9,8%, cuyo correlato fue un fuerte endeudamiento en el extranjero. El crecimiento en este periodo fue en buena parte a crédito. Los acreedores extranjeros concedieron los préstamos hasta extremos poco prudentes basándose en que la moneda era la misma y por lo tanto no existía riesgo de cambio.

Como ocurre siempre en estos casos, todo resulta muy bonito hasta que estalla, surge el miedo, el capital huye y todos pretenden recuperar los préstamos, la crisis aparece y la economía se hunde. Pero en esta ocasión, a diferencia del año 1992, no fue posible recurrir a la devaluación de la moneda, ya que estábamos en la Unión Monetaria. La salida se hizo mucho más difícil. El problema no fue exclusivo de España; de hecho, países como Portugal, Grecia e Italia, de una manera u otra, sufrieron parecidos apuros.

No es preciso relatar las dificultades de todo tipo que todos estos países tuvieron que padecer. Son de sobra conocidas. La economía española, en concreto, para remontar la crisis, corregir los altos niveles de desempleo y recobrar la perdida de la competitividad, al no poder devaluar se vio sometida a una depreciación interna de precios y salarios con muy graves costes laborales y sociales. Cinco o seis años duró el ajuste hasta que la economía comenzó a recobrarse. De hecho, aún la recuperación no era completa cuando tuvimos que enfrentarnos con la crisis de la pandemia, crisis que no tiene nada que ver con las dos anteriores. Su causa no es económica, sino sanitaria, con sus consecuentes decisiones administrativas.

La crisis del 2008 pasó, pero eso no quiere decir que no dejase su huella y sus efectos negativos. Concretamente, el alto nivel de endeudamiento público. En el 2007 el sector público tuvo un superávit del 1,9%, y el stock de deuda pública alcanzaba un moderado 36% del PIB. Si el enorme crecimiento de la deuda en manos extranjeras estuvo en el origen de la crisis, no fue la pública, sino el endeudamiento privado, a pesar de que nadie le hubiese hablado de él a Zapatero, de lo que se quejó amargamente con posteridad. Durante la crisis, el sector público se vio en la tesitura de tener que asumir parte de ese endeudamiento privado insolvente, con lo que al final de la recesión el stock de deuda pública superó el 90% del PIB. No solo es esta carga la que se ha trasladado al futuro, sino que las dos crisis citadas, las de 1992 y 2007, han tenido mucho que ver en la configuración de nuestro actual sistema productivo, en nuestra tasa crónica de mayor desempleo y en la baja productividad actual.

Las equivocaciones pueden cometerse, pero repetirlas resulta mucho menos disculpable. Los últimos treinta años nos han enseñado las negativas consecuencias, cercanas a la catástrofe que tiene para nuestra economía dentro de la Unión Monetaria mantener un importante diferencial de inflación con otros países europeos. No sé si la sociedad española podría soportar otra crisis como la del 2007, tanto más cuanto que nos sorprendería en condiciones mucho peores que las de entonces. Una deuda pública que es del 123% del PIB, en lugar del 36%, y que deja un sector público agónico para cualquier alegría, una productividad negativa, una tasa de paro mucho mayor que entonces y un balance del BCE suficientemente engordado, para que se despierten las presiones de los halcones del Norte. En fin, alguien, ahora, tendría que gritar: “La inflación, estúpidos, la inflación”.

Artículo publicado originalmente en Contrapunto.

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Auditoría pública de las cuentas de la Seguridad Social, una exigencia democrática irrenunciable

 

Auditoría pública de las cuentas de la Seguridad Social, una exigencia democrática irrenunciable

 

Por Juan Miguel Fernández Ruiz | 29/04/2022 | España

Fuentes: Rebelión



Los pensionistas, para determinar la magnitud del saqueo perpetrado por los diferentes gobiernos a las cotizaciones sociales y fundamentar su restitución o compensación a la caja única de la Seguridad Social exigen al gobierno una auditoria a las cuentas de la Seguridad Social cargo del Tribunal de Cuentas.

Esta exigencia ha tomado forma de acción parlamentaria por parte de Salvador y Duch, Jordi (GR)Errejón Galván, Íñigo (GPlu)Ruiz de Pinedo Undiano, Iñaki (GEI Bildu)Baldoví Roda, Joan (GPlu)Pita Cárdenes, María del Carmen (GCUP-EC-GC) y Botran Pahissa, Albert (GMx), que presentaron el 16 de febrero una solicitud a la Comisión Mixta para las relaciones con el Tribunal de Cuentas para que se le encargue la realización de las auditoria.

EL MINISTRO ESCRIVÁ INCUMPLE LOS PLAZOS FIJADOS POR LA LEY.

En la Ley 21/2021 aprobada el 28 de diciembre con entrada en vigor el 1 de enero de 2022, ley con la que el Sr. Escrivá da el primer golpe a la Seguridad Social. En su disposición adicional sexta relativa al informe de auditoria sobre la financiación de los gastos de naturaleza contributiva y no contributiva de la Seguridad Social, recoge lo siguiente:

En el plazo máximo de un mes desde la aprobación de esta ley, el Gobierno encargará la elaboración de un informe de auditoría relativo a los ingresos provenientes de cotizaciones sociales y a los gastos de naturaleza contributiva y no contributiva de la Seguridad Social…

Dicho informe, que será realizado en un plazo máximo de seis meses (..), comprenderá la cuantificación de dichos conceptos y su financiación durante el período comprendido entre los años 1967 y 2019, ambos incluidos.”

Escrivá incumple el plazo establecido de un mes para encargar el informe. Olvidó que las autoridades no solo están obligadas a que los demás cumplan la ley, sino que también están obligadas a cumplirlas ellas mismas. El ministro debería saber que el incumplimiento de la lay es inexcusable y muchos más, si cabe, si se es ministro de un gobierno.

MULTITUDINARIO APOYO A LAS PETICIONES DE LOS PENSIONISTAS.

En apoyo de la auditoría, además de los parlamentarios que encabezan la petición en el Congreso, los pensionistas recabaron más de 300.000 firmas individuales, centenares de apoyos de Ayuntamientos en sesiones plenarias, de asociaciones de vecinos, de artistas, periodistas e intelectuales, de diferentes partidos y organizaciones políticas. A favor de la auditoría a las cuentas de la Seguridad Social se pronunciaron también congresos sectoriales de CC.OO, el 15 Congreso de la Unión de Jubilados y Pensionistas de UGT y el 43 Congreso Confederal de la UGT.

Una manifestación convocada por todas las asociaciones y plataformas de pensionistas a la que asistieron 30.000 personas, que contó con la participación de numerosos agrupaciones sindicales y organizaciones políticas invitadas, llenó las calles de Madrid el 26 de octubre.

Frente a los mensajes catastrofistas de la falta de recursos para las pensiones de las futuras generaciones, hoy trabajadores activos, ha surgido la necesidad de responder a la pregunta que miles de trabajadore se hacen:¿dónde fueron a parar nuestras cotizaciones sociales? La propaganda desplegada por los interesados en los fondos privados de pensiones advirtiendo de la quiebra de la Seguridad Social y la necesidad urgente que anunciaban de nuevos recortes, rebajando el gasto el pensiones, se ha demostrado que son una sarta de mentiras.

La AIREF, el Banco de España, la Unión Europea, los representantes del capital financiero e incluso los congresos de algunos partidos de izquierdas, han pretendido justificar las reformas en la existencia de déficits estructurales del régimen de reparto de nuestra Seguridad Social. Y ese argumentario se ha demostrado que es falso. Y esta convicción es la que nutre las movilizaciones presentes y futuras de los pensionistas. Que los mismos que propagan la incapacidad financiera para atender las pensiones contributivas se nieguen a que se auditen las cuentas de la Seguridad Social solo demuestra que no desean que pierdan fuerza sus previsiones catastrofistas, y que, muy al contrario, pueda demostrarse que los recursos existen pero desviados a usos impropios. Temen que la auditoria pueda poner de manifiesto la innecesaridad de los recortes.

¿DÉFICIT ESTRUCTURAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL O SAQUEO ESTRUCTURAL Y SISTEMÁTICO DE LAS COTIZACIONES SOCIALES?

Hoy es una evidencia que los distintos gobiernos anteriores utilizaron las cotizaciones sociales para financiar gastos que no eran propios del sistema de reparto, y al tiempo se constata que los cuantiosos excedentes del sistema de reparto nunca aparecieron.

Una propuesta presentada por el Secretario General de CCOO el 28 de noviembre de 2016 en el Pacto de Toledo explica:

Las cotizaciones han servido en el pasado para suplir la insuficiencia impositiva y sostener la sanidad y otras políticas públicas, por la vía de las transferencias al Estado de los superávits del sistema de Seguridad Social que durante décadas no se destinaron a dotar al fondo de reserva. Aunque solo sirva como ejercicio didáctico, pues ninguna deuda ha generado, si esta utilización de las cotizaciones sociales para fines adicionales al del pago de las pensiones se hubiera acumulado, hoy se dispondría de un Fondo de Reserva de 519.104 millones de euros, y no habría problema para financiar el aumento del gasto en pensiones”.

Un trabajo de Economistas frente a la Crisis, en un periodo similar al de CCOO, capitaliza el valor del desvío anual de cotizaciones de la Seguridad Social a la Administración Central del Estado en más de 800.000 millones de euros.

Se trata de unas prácticas que van contra el patrimonio de la Seguridad Social, pues las cotizaciones sociales no pueden destinarse a fines distintos de los reconocidos en la ley. El propio Escrivá reconoció que solo el último ejercicio cerrado, las cotizaciones utilizadas para financiar los llamados gastos impropios superaban 22.000 millones de euros anuales.

Estos elementos han derribado la letanía interesada que pregonaba la teoría de los déficits estructurales de la Seguridad Social, que solo eran falsos déficits.

LOS GOBIERNOS NO ATIENDEN LAS RECOMENDACIONES DEL TRIBUNAL DE CUENTAS.

Una reciente auditoria del Tribunal de Cuentas cuantifica los gastos no contributivos soportados por la Seguridad Social en un importe estimado en 103.690 millones de euros, para una periodo y conceptos delimitados, cuya financiación debió correr a cargo del Estado y no de las cotizaciones sociales.

Pero ha sido en el análisis de los préstamos a la Seguridad Social donde hace más tiempo el Tribunal destapó irregularidades centrándose en la financiación de los falsos déficits, que generó una deuda de la Seguridad Social que llega en la actualidad a los 100.000 millones de euros.

El Tribunal de Cuentas el 26 de noviembre de 1998 con la firma de su presidente

PROPONE a las Cortes Generales que se requiera al gobierno para que adopte las medidas que sean necesarias para que la Cuenta General del Estado y las de las Entidades que la conforman se ajusten plenamente a la legislación aplicable”

En el Informe del Ministerio Fiscal al Pleno del Tribunal de Cuentas se dice que la contrapartida de los préstamos “no aparece registrada en la contabilidad del Estado”, y por eso:

Estima el Tribunal que corresponde al Estado ajustar sus cuentas para solucionar la indicada discrepancia, a través de la condonación de los préstamos ahora examinados, lo que equivaldría en el fondo a la concesión de una transferencia, carácter que, a su juicio, deberían haber tenido desde un principio estas aportaciones estatales.

En general, y en relación con las deudas de la Seguridad Social derivadas de los préstamos recibidos por la Administración, entiende el Tribunal que debería abandonarse la financiación a través de préstamos”.

Todas estas propuestas y consideraciones se han ido reiterando en casi todos los informes del Tribunal de Cuentas. No se ha atendido por los sucesivos gobiernos y la falsa deuda que han generado los préstamos en las cuentas de la Seguridad Social sirven de un sólido argumento para que todos los que quieren reducir las prestaciones y dejar espacio a los fondos de pensiones, agiten la propaganda de que nuestro régimen de reparto no tiene un futuro sostenible desde un punto de vista financiero.

La política de recortes de las pensiones y de endurecimiento de las condiciones de acceso a la pensión se justifican en los falsos déficits y préstamos necesarios para cubrir el saqueo a las cotizaciones sociales del sistema. La manipulación contable produce un efecto distorsionador de las cuentas públicas, principalmente porque reduce el déficit del Estado y, lo traslada a la Seguridad Social, donde figura como déficit. Constituyendo así una aparente justificación de la necesidad de las reformas.

Cuantificar mediante la auditoria pública los gastos impropios asumidos por la Seguridad Social, restituir a la caja única los recursos necesarios para reponer el fondo de reserva y anular la falsa deuda con el Estado que luce en las cuentas de la Seguridad Social, tal como desde hace decenios recomiendan las fiscalizaciones de las cuentas públicas, constituyen una exigencia democrática irrenunciable.

Juan Miguel Fernández. Profesor honorifico de la Universidad Complutense, Portavoz de CorpenMadrid.COESPE.

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