Con el genocidio
en Gaza, Israel ha firmado su sentencia de muerte. Más allá del incondicional
soporte de EEUU y la indiferencia de otros gobiernos, más allá de un más que
probable triunfo militar, avanza implacablemente hacia su propio suicidio.
La muerte de Israel
El Viejo Topo
22 diciembre, 2023
LOS ESTADOS
COLONIALES DE COLONOS TIENEN UNA VIDA ÚTIL TERMINAL. ISRAEL NO ES UNA
EXCEPCIÓN.
Israel
aparecerá triunfante cuando termine su campaña genocida en Gaza y Cisjordania.
Respaldado por Estados Unidos, logrará su demencial objetivo. Sus desenfrenos
asesinos y su violencia genocida exterminarán o limpiarán étnicamente a los
palestinos. Su sueño de un Estado exclusivamente para judíos, con los
palestinos que queden despojados de sus derechos básicos, se hará realidad. Se
regodeará en su sangrienta victoria. Celebrará a sus criminales de guerra. Su
genocidio será borrado de la conciencia pública y arrojado al enorme agujero
negro de la amnesia histórica de Israel. Los que tengan conciencia en Israel
serán silenciados y perseguidos.
Pero para
cuando Israel logre diezmar Gaza –Israel habla de meses de guerra– habrá
firmado su propia sentencia de muerte. Su fachada de civismo, su supuesto
cacareado respeto por el Estado de derecho y la democracia, su mítica historia
de valerosos militares israelíes y milagroso nacimiento de la nación judía,
yacerán en montones de cenizas. El capital social de Israel se agotará. Se
revelará como un régimen de apartheid feo, represivo y lleno de odio, que
alienará a las generaciones más jóvenes de judíos estadounidenses. Su
patrocinador, Estados Unidos, a medida que las nuevas generaciones lleguen al
poder, se distanciará de Israel del mismo modo que se está distanciando de
Ucrania. Su apoyo popular, ya erosionado en Estados Unidos, provendrá de los
fascistas cristianizados estadounidenses que ven en la dominación israelí de
antiguas tierras bíblicas un presagio de la Segunda Venida y en su subyugación
de los árabes un racismo afín y la supremacía blanca.
La sangre y el
sufrimiento palestinos –en Gaza han muerto 10 veces más niños que en dos años
de guerra en Ucrania allanarán el camino hacia el olvido de Israel. Las
decenas, quizás cientos, de miles de fantasmas tendrán su venganza. Israel se
convertirá en sinónimo de sus víctimas del mismo modo que los turcos lo son de
los armenios, los alemanes lo son de los namibios y más tarde de los judíos, y
los serbios lo son de los bosnios. La vida cultural, artística, periodística e
intelectual de Israel será exterminada. Israel será una nación estancada en la
que los fanáticos religiosos, los intolerantes y los extremistas judíos que se
han hecho con el poder dominarán el discurso público. Encontrará sus aliados
entre otros regímenes despóticos. La repugnante supremacía racial y religiosa
de Israel será su atributo definitorio, razón por la cual los supremacistas
blancos más retrógrados de Estados Unidos y Europa, incluidos filosemitas como
John Hagee, Paul Gosar y Marjorie Taylor Greene, apoyan fervientemente a
Israel. La cacareada lucha contra el antisemitismo es una celebración apenas
disimulada del Poder Blanco.
Los despotismos
pueden existir mucho después de su fecha de vencimiento. Pero son terminales.
No hace falta ser un erudito bíblico para darse cuenta de que la lujuria de
Israel por los ríos de sangre es contraria a los valores fundamentales del
judaísmo. La cínica instrumentalización del Holocausto, que incluye tachar a
los palestinos de nazis, tiene poca eficacia cuando se lleva a cabo un
genocidio retransmitido en directo contra 2,3 millones de personas atrapadas en
un campo de concentración.
Las naciones
necesitan algo más que la fuerza para sobrevivir. Necesitan una mística. Esta
mística proporciona propósito, civismo e incluso nobleza para inspirar a los
ciudadanos a sacrificarse por la nación. La mística ofrece esperanza para el
futuro. Aporta significado. Proporciona identidad nacional.
Cuando las
místicas implosionan, cuando quedan expuestas como mentiras, se derrumba un
cimiento central del poder estatal. Informé sobre la muerte de las místicas
comunistas en 1989, durante las revoluciones de Alemania Oriental,
Checoslovaquia y Rumanía. La policía y el ejército decidieron que ya no había
nada que defender. La decadencia de Israel engendrará la misma lasitud y
apatía. No podrá reclutar colaboradores autóctonos, como Mahmud Abbas y la
Autoridad Palestina –vilipendiada por la mayoría de los palestinos– para que
cumplan las órdenes de los colonizadores. El historiador Ronald Robinson cita
la incapacidad del Imperio Británico para reclutar aliados autóctonos como el
punto en el que la colaboración se convirtió en no cooperación, un momento
decisivo para el inicio de la descolonización. Una vez que la no cooperación de
las élites nativas se transforma en oposición activa, explica Robinson, la
«rápida retirada» del Imperio está asegurada.
Lo único que le
queda a Israel es la escalada de violencia, incluida la tortura, que acelera el
declive. Esta violencia al por mayor funciona a corto plazo, como ocurrió en la
guerra librada por los franceses en Argelia, en la guerra sucia de la dictadura
militar argentina y durante el conflicto británico en Irlanda del Norte. Pero a
largo plazo es suicida.
«Se podría
decir que la batalla de Argel se ganó mediante el uso de la tortura», observó
el historiador británico Alistair Horne, «pero que la guerra, la guerra de
Argelia, se perdió».
El genocidio de
Gaza ha convertido a los combatientes de Hamás en héroes en el mundo musulmán y
en el Sur Global. Israel puede acabar con los dirigentes de Hamás. Pero los
asesinatos pasados –y actuales– de decenas de dirigentes palestinos no han
servido de mucho para aplacar la resistencia. El asedio y el genocidio de Gaza
han producido una nueva generación de hombres y mujeres jóvenes profundamente
traumatizados y enfurecidos cuyas familias han sido asesinadas y cuyas
comunidades han sido arrasadas. Están preparados para ocupar el lugar de los
líderes martirizados. Israel ha enviado las acciones de su adversario a la
estratosfera.
Israel estaba
en guerra consigo mismo antes del 7 de octubre. Los israelíes protestaban para
impedir la abolición de la independencia judicial por parte del primer ministro
Benjamin Netanyahu. Sus fanáticos e intolerantes religiosos, actualmente en el
poder, habían montado un ataque decidido contra el laicismo israelí. La unidad
de Israel desde los atentados es precaria. Es una unidad negativa. Se mantiene
unida por el odio. E incluso este odio no es suficiente para evitar que los
manifestantes denuncien el abandono por parte del gobierno de los rehenes
israelíes en Gaza.
El odio es una
mercancía política peligrosa. Una vez que se acaba con un enemigo, los que
avivan el odio van en busca de otro. Los «animales humanos» palestinos, una vez
erradicados o sometidos, serán sustituidos por apóstatas y traidores judíos. El
grupo demonizado nunca podrá ser redimido ni curado. Una política de odio crea
una inestabilidad permanente que es explotada por quienes buscan la destrucción
de la sociedad civil.
Israel avanzó
mucho por este camino el 7 de octubre al promulgar una serie de leyes discriminatorias
contra los no judíos que recuerdan a las racistas Leyes de Nuremberg que
privaron de sus derechos a los judíos en la Alemania nazi. La Ley de Aceptación
de Comunidades permite a los asentamientos exclusivamente judíos prohibir la
residencia a los solicitantes por motivos de «adecuación a la perspectiva
fundamental de la comunidad».
Muchos de los
jóvenes mejor formados de Israel han abandonado el país y se han trasladado a
lugares como Canadá, Australia y el Reino Unido, y hasta un millón se ha ido a
Estados Unidos. Incluso Alemania ha visto una afluencia de unos 20.000
israelíes en las dos primeras décadas de este siglo. Alrededor de 470.000
israelíes han abandonado el país desde el 7 de octubre. Dentro de Israel, los
defensores de los derechos humanos, los intelectuales y los periodistas
–israelíes y palestinos– son atacados como traidores en campañas de difamación
patrocinadas por el gobierno, sometidos a vigilancia estatal y a detenciones
arbitrarias. El sistema educativo israelí es una máquina de adoctrinamiento
para el ejército.
El académico
israelí Yeshayahu Leibowitz advirtió que si Israel no separaba Iglesia y Estado
y ponía fin a su ocupación de los palestinos, daría lugar a un rabinato
corrupto que deformaría el judaísmo hasta convertirlo en un culto fascista.
«Israel», dijo, «no merecería existir, y no merecerá la pena conservarlo».
La mística
global de Estados Unidos, tras dos décadas de desastrosas guerras en Oriente
Próximo y el asalto al Capitolio del 6 de enero, está tan contaminada como su
aliado israelí. La administración Biden, en su fervor por apoyar
incondicionalmente a Israel y apaciguar al poderoso lobby israelí, se ha
saltado el proceso de revisión del Congreso con el Departamento de Estado para
aprobar la transferencia de 14.000 proyectiles de munición de tanque a Israel.
El Secretario de Estado Antony Blinken argumentó que «existe una emergencia que
requiere la venta inmediata». Al mismo tiempo ha pedido cínicamente a Israel
que minimice las víctimas civiles.
Israel no tiene
ninguna intención de minimizar las víctimas civiles. Ya ha matado a 18.800
palestinos, el 0,82% de la población de Gaza, el equivalente a unos 2,7
millones de estadounidenses. Otros 51.000 han resultado heridos. La mitad de la
población de Gaza se muere de hambre, según la ONU. Todas las instituciones y
servicios palestinos que sustentan la vida –hospitales (sólo 11 de los 36
hospitales de Gaza siguen «funcionando parcialmente»), plantas de tratamiento
de agua, redes eléctricas, sistemas de alcantarillado, viviendas, escuelas,
edificios gubernamentales, centros culturales, sistemas de telecomunicaciones,
mezquitas, iglesias, puntos de distribución de alimentos de la ONU– han sido
destruidos. Israel ha asesinado al menos a 80 periodistas palestinos junto con
decenas de sus familiares y a más de 130 cooperantes de la ONU junto con
miembros de sus familias. La cuestión son las víctimas civiles. Esta no es una
guerra contra Hamás. Es una guerra contra los palestinos. El objetivo es matar
o expulsar a 2,3 millones de palestinos de Gaza.
El asesinato a
tiros de tres rehenes israelíes que aparentemente escaparon de sus captores y
se acercaron a las fuerzas israelíes sin camisa, ondeando una bandera blanca y
pidiendo ayuda en hebreo no sólo es trágico, sino que deja entrever las reglas
de enfrentamiento de Israel en Gaza. Estas reglas son: mata todo lo que se
mueva.
Como escribió
en Yedioth Ahronoth el general de división israelí retirado Giora Eiland, que
anteriormente dirigió el Consejo de Seguridad Nacional israelí, «[E]l Estado de
Israel no tiene otra opción que convertir Gaza en un lugar en el que sea
temporal o permanentemente imposible vivir… Crear una grave crisis humanitaria
en Gaza es un medio necesario para lograr el objetivo». «Gaza se convertirá en
un lugar en el que no podrá existir ningún ser humano», escribió. El general de
división Ghassan Alian declaró que en Gaza «no habrá electricidad ni agua, sólo
habrá destrucción. Queríais el infierno; tendréis el infierno».
Los Estados
coloniales que perduran, incluido Estados Unidos, exterminan mediante
enfermedades y violencia a casi la totalidad de sus poblaciones indígenas. Las
plagas del Viejo Mundo traídas por los colonizadores a América, como la
viruela, mataron a unos 56 millones de indígenas a lo largo de unos 100 años en
América del Sur, Central y del Norte. En 1600 quedaba menos de una décima parte
de la población original. Israel no puede matar a esta escala, con casi 5,5
millones de palestinos viviendo bajo la ocupación y otros 9 millones en la
diáspora.
La presidencia
de Biden, que irónicamente puede haber firmado su propio certificado de
defunción política, está atada al genocidio de Israel. Intentará distanciarse
retóricamente, pero al mismo tiempo canalizará los miles de millones de dólares
en armas exigidos por Israel –incluidos 14.300 millones de dólares en ayuda
militar suplementaria para aumentar los 3.800 millones de dólares de ayuda
anual– para «terminar el trabajo». Es un socio de pleno derecho en el proyecto
de genocidio de Israel.
Israel es un Estado
paria. Esto se puso de manifiesto públicamente el 12 de diciembre, cuando 153
Estados miembros de la Asamblea General de la ONU votaron a favor de un alto el
fuego, con sólo 10 –incluidos Estados Unidos e Israel– en contra y 23
abstenciones. La campaña de tierra quemada de Israel en Gaza significa que no
habrá paz. No habrá solución de dos Estados. El apartheid y el genocidio
definirán a Israel. Esto presagia un conflicto largo, muy largo, que el Estado
judío no podrá ganar en última instancia.
Fuente: https://chrishedges.substack.
Artículo seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de
Salvador López Arnal.