domingo, 11 de marzo de 2018

FEMINISMO




DE CÓMO CIERTO FEMINISMO SE CONVIRTIÓ EN CRIADA DEL CAPITALISMO

Nancy Fraser
Socilogía Crítica
08.03.2017






La lucha feminista se puede articular en una cadena con la lucha progresista por la emancipación, o puede (y de hecho funciona) como una herramienta ideológica de las clases medias alta para reafirmar su superioridad sobre las clases bajas <patriarcales e intolerantes>
Slavoj Žižek
Como feminista, siempre he asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra critica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de desigualdad y explotación.
En un cruel giro del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una “amistad peligrosa” con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
Esto podría explicar porqué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los “cuidados” y a la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.
Lo que se esconde detrás de este giro es un cambio radical en el carácter del capitalismo. El Estado regulador del capitalismo, de la era de postguerra, tras la II Guerra Mundial, ha dado paso a una nueva forma de capitalismo “desorganizado”, globalizado y neoliberal. La segunda ola del feminismo emergió como una critica del primero, pero se ha convertido en la sirvienta del segundo.
Gracias a la retrospectiva, podemos ver hoy como el movimiento de liberación de las mujeres apuntó, simultáneamente, dos futuros posibles muy diferentes. En el primer escenario, se prefiguraba un mundo en el que la emancipación de género iba de la mano de la democracia participativa y la solidaridad social. En el segundo se prometía una nueva forma de liberalismo, capaz de garantizar, tanto a las mujeres como a los hombres, los beneficios de la autonomía individual, mayor capacidad de elección y promoción personal a través de la meritocracia. La segunda ola del feminismo fue ambivalente en ese sentido. Compatible con cualquiera de ambas visiones de la sociedad, fue susceptible de realizar también dos elaboraciones históricas diferentes.
Tal como yo lo veo, la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta, en los últimos años, en favor del segundo escenario, el liberal-individualista. Pero no porque fuésemos víctimas pasivas de la seducción neoliberal. Sino que, por el contrario, nosotras mismas hemos aportado tres ideas importantes para este desarrollo.
Una de esas contribuciones fue nuestra critica del “salario familiar”: del ideal de familia, con el hombre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue central en el capitalismo con un estado regulador. La critica feminista de ese ideal sirve ahora para legitimar el “capitalismo flexible”. Después de todo, esta forma actual de capitalismo se apoya, fuertemente, sobre el trabajo asalariado de las mujeres. Especialmente sobre el trabajo con salarios mas bajos de los servicios y las manufacturas, llevados a cabo no solo por las jóvenes solteras, sino también por las casadas y las mujeres con hijos; no sólo por mujeres discriminadas racialmente, sino también por las mujeres, prácticamente, de todas las nacionalidades y etnias. Con la integración de las mujeres en los mercados laborales en todo el mundo, el ideal del salario familiar, del capitalismo con estado regulador, está siendo reemplazado por la norma, más nueva y más moderna, aparentemente sancionada por el feminismo, de la familia formada por dos asalariados.
No parece importar que la realidad subyacente, en el nuevo ideal,  sea la rebaja de los niveles salariales, la reducción de la seguridad en el empleo, el descenso del nivel de vida, el fuerte aumento del numero de horas de trabajo asalariado por familia, la exacerbación del doble turno, ahora, a menudo, triple o cuádruple, y el incremento de la pobreza, cada vez más concentrada en los hogares de familias encabezadas por mujeres. El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de una narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar la crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista.
El feminismo, además, ha hecho una segunda contribución a la ética neoliberal. En la era del capitalismo con estado regulador, criticábamos, con razón, la estrecha visión política que, intencionalmente, se focalizaba en la desigualdad de clases y que no era capaz de fijarse en otro tipo de injusticias “no económicas”, como la violencia domestica, las agresiones sexuales y la opresión reproductiva. Rechazando el “economicismo” y politizando lo “personal”, las feministas ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de status basadas en las construcciones culturales sobre las diferencias de genero. El resultado debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia, para que abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha sido un enfoque sesgado hacia la “identidad de género”, a costa de marginar los problemas del “pan y la mantequilla”. Peor aun, el giro del feminismo hacia las política de la identidad encajaba sin fricciones con el avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de la igualdad social. En efecto, enfatizamos la critica del sexismo cultural precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la atención hacia la critica de la economía política.
Finalmente, el feminismo contribuyó con una tercera idea al neoliberalismo: la critica al paternalismo del estado del bienestar. Indudablemente y de forma progresiva, en la era del capitalismo con estado regulador esa crítica ha ido convergiendo con la guerra neoliberal contra el “estado-niñera” y su más reciente y cínico apoyo a las ONGs. Un ejemplo ilustrativo es el caso de los “micro-créditos”, el programa de pequeños préstamos bancarios para mujeres pobres en el Sur global. Presentado como un empoderamiento, de abajo hacia arriba, alternativo al de arriba a abajo, al burocratismo de los proyectos estatales, los micro-créditos se promocionan como el antídoto feminista contra la pobreza y el sometimiento de las mujeres. Lo que se pasa por alto, sin embargo, es una coincidencia inquietante: el micro-crédito ha florecido precisamente cuando los Estados han abandonado los esfuerzos macro-estructurales para combatir la pobreza, esfuerzos que no se pueden sustituir con prestamos a pequeña escala. También en este caso una idea feminista ha sido recuperada por el neoliberalismo. Una perspectiva dirigida, originalmente, a democratizar el poder del Estado para empoderar a los ciudadanos, es ahora utilizada para legitimar la mercantilización y los recortes de la estructura estatal.
En todos estos casos la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta en favor del individualismo (neo)liberal. Sin embargo, el escenario alternativo de la solidaridad puede que aún esté vivo. La crisis actual ofrece la posibilidad de volver a tirar de ese hilo una vez más, de manera que el sueño de la liberación de las mujeres sea de nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria. Para llegar a ello, las feministas necesitamos romper esa “amistad peligrosa” con el neoliberalismo y reclamar nuestras tres “contribuciones” para nuestros propios fines.
En primer termino, debemos romper el vinculo espurio entre nuestra crítica al salario familiar y el capitalismo flexible, militando en favor de una forma de vida que no gire entorno al trabajo asalariado y valorice las actividades no remuneradas, incluyendo, pero no solo, los “cuidados”. En segundo lugar, debemos bloquear la conexión entre nuestra critica al economicismo y las políticas de la identidad, integrando la lucha por transformar el status quo dominante que prioriza los valores culturales de la masculinidad, con la batalla por la justicia económica. Finalmente, debemos cortar el falso vínculo entre nuestra crítica de la burocracia y el fundamentalismo del libre-mercado, reivindicando la democracia participativa, como una forma de fortalecer a los poderes públicos, necesarios para limitar al capital, en nombre de la justicia.

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Nancy Fraser es una académica feminista estadounidense, profesora de ciencia política en el New School University de Nueva York.
Traducción de www.sinpermiso.info: Lola Rivera
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INVESTIDURA Y DIVISIÓN DE PODERES

Javier Pérez Royo




Sociología Crítica


09.03.2017





El acto de investidura del Presidente del Gobierno o del Presidente de una Comunidad Autónoma es un acto exclusivamente parlamentario. Es el acto con el que empieza realmente la legislatura, ya que si el Parlamento no inviste al Presidente en el plazo constitucionalmente establecido, queda automáticamente disuelto. De ahí que no haya ningún otro acto parlamentario singularmente considerado tan importante como ese.
Esta es la razón por la que se trata de un acto minuciosamente regulado en la Constitución o el Estatuto de Autonomía y en el Reglamento del Congreso o del Parlamento de la Comunidad Autónoma. Es el acto en el que más claramente se expresa el principio de autonomía parlamentaria. Nadie desde el exterior puede penetrar en el proceso de investidura.
El protagonista indiscutible de dicho acto parlamentario es el Presidente o Presidenta del Congreso o del Parlament, si hablamos de Catalunya. A él se le encomienda la evacuación de las consultas con los diferentes grupos parlamentarios y la propuesta a continuación del candidato que considera que está en mejores condiciones de ser investido. En dicha operación el Presidente o President tiene dos límites: 1. Que únicamente puede proponer como candidato a un diputado electo. 2. Que el candidato no puede estar privado del ejercicio del derecho de sufragio mediante sentencia judicial firme.
Fuera de estos dos condicionantes constitucionales, la autoridad del President para ordenar la sesión de investidura no tiene límites. Y cuando digo que no tiene límites, quiero decir que no hay ninguna autoridad en el Estado que pueda interponerse en el camino establecido por el President para el desarrollo de la sesión de investidura. Las Comunidades Autónomas también son Estado y en el proceso de investidura del President de la Generalitat el President del Parlament es la máxima autoridad del Estado.
Mientras el President proponga a un diputado electo que no está privado del ejercicio de derecho de sufragio, su decisión tiene que ser acatada en todo el Estado. El principio de división de poderes exige que, desde ninguno de los otros dos poderes constitucionales, ejecutivo y judicial, se adopte medida alguna que interfiera con el proceso de investidura tal como ha previsto su desarrollo el President.

Quiere decirse, pues, que si el President del Parlament propone a Jordi Sánchez como candidato a la Presidencia de la Generalitat, nadie puede impedir que acuda al Pleno del Parlament para exponer su programa de gobierno y solicitar la confianza de la Cámara.

Más todavía, las autoridades públicas tienen la obligación de colaborar con el President para que la sesión de investidura se desarrolle tal como él la ha programado. De ahí que el President pueda dirigirse al Juez Pablo Llanera, no para solicitar que autorice la presencia de Jordi Sánchez en el Parlament, sino para requerirle que disponga todo lo que sea necesario para que el candidato propuesto esté presente en la sesión de investidura.

Lo que el Juez Instructor recibe en este caso es un requerimiento de la máxima autoridad del Estado en ese asunto y, por tanto, de obligado cumplimiento. No puede no atenderlo. Estaría vulnerando el principio de separación de poderes, en la medida en que invadiría la competencia exclusiva y excluyente del President del Parlament.

En lo que a la investidura se refiere, Jordi Sánchez no tiene que hacer nada, excepto presentarse en el Parlament el día y a la hora fijada por el President. Quien tiene que dirigirse al Juez Pablo Llanera es el President e, insisto, no para solicitar nada, sino para requerirlo a que cumpla con la obligación de hacer efectivo el traslado del candidato propuesto al Parlament para la sesión de investidura.

Obviamente, el candidato sigue privado de la libertad deambulatoria, es decir, sigue en prisión provisional en los términos fijados por el juez instructor. Pero no solamente no se le puede impedir acudir a la sesión de investidura, sino que el juez instructor tiene la obligación de asegurarse de que va a poder asistir. No puede hacer nada más que ir a la sesión de investidura y volver a prisión una vez acabada. Pero eso no se le puede impedir.
En la investidura no hay más autoridad que la del President del Parlament. La división de poderes en una democracia parlamentaria es así.
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