Hoy
se cumplen cinco años de la muerte del líder de la revolución cubana Fidel
Castro. Lo recordamos con este discurso pronunciado en enero de 2004 en ocasión
del 45 aniversario del triunfo de la Revolución.
Discurso en ocasión del aniversario 45 del triunfo de
la Revolución Cubana
Fidel Castro Ruz
El Viejo Topo
25 noviembre, 2021
Queridos
compatriotas;
Distinguidos
invitados:
Muchos de los
que tuvimos el privilegio de ser testigos de aquel emocionante día aún vivimos;
otros muchos ya murieron; la inmensa mayoría de los aquí presentes tenían menos
de diez años, o no habían nacido, o estaban lejos de nacer el Primero de Enero
de 1959.
Nuestros
objetivos nunca fueron la búsqueda de gloria, honores ni reconocimientos
individuales o colectivos. Los que hoy ostentamos el legítimo derecho de
llamarnos revolucionarios cubanos nos vimos obligados, sin embargo, a escribir
lo que ha resultado una página sin precedentes en la historia. Inconformes con
la situación política y social de nuestro país, estábamos
simplemente decididos a cambiarla. No era algo nuevo en Cuba, había ocurrido
muchas veces a lo largo de casi un siglo.
Creíamos en los derechos de
los pueblos, entre ellos el derecho a la independencia y a rebelarse contra la
tiranía. Del ejercicio de tales derechos en este hemisferio, conquistado a
sangre y fuego por las potencias europeas –incluidas
las matanzas masivas de los aborígenes y la esclavización de millones de
africanos–, emergieron un conjunto de naciones
independientes, entre ellas los Estados Unidos de Norteamérica.
Cuando la
Revolución Cubana libra su primer combate el 26 de julio de 1953 contra un
régimen ilegal, corrompido y sangriento, no habían transcurrido todavía 8 años
desde el final de la Segunda Guerra Mundial, desatada por el fascismo en 1939,
que costó la vida a más de 50 millones de personas y causó la destrucción de la
economía de todos los países industrializados de entonces, con excepción de la
de Estados Unidos, fuera del alcance de las bombas y los cañones enemigos.
Las ideas del
fascismo que dieron origen a tan colosal contienda estaban en total
contradicción con los principios proclamados en la Declaración de Independencia
de las 13 antiguas colonias inglesas de Norteamérica el 4 de julio de 1776. En
la misma se afirmaba textualmente: «Sostenemos como verdades evidentes que
todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos
derechos inalienables entre los cuales se cuenta la vida, la libertad y la
consecución de la felicidad […] que siempre que una forma de gobierno tienda a
destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e
instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios y organice sus
poderes en la forma que a su juicio garantice mejor su seguridad y felicidad.»
La Declaración
Francesa de los Derechos del Hombre, a raíz de la Revolución de 1789, fue más
lejos todavía sobre este tema, al proclamar: «Cuando el gobierno viola los
derechos del pueblo, la insurrección es para éste el más sagrado de los
derechos y el más imperioso de los deberes.»
Las ideas
fascistas chocaban también frontalmente con los principios consignados en la
Carta de las Naciones Unidas después de la gigantesca batalla de la Segunda
Guerra Mundial, entre los que se proclamaba, como prerrogativa esencial del
orden político mundial, el respeto al derecho de los pueblos a la soberanía y
la independencia.
En realidad los
derechos de los pueblos nunca han sido respetados a lo largo de la breve
historia conocida de la humanidad, repleta de guerras de conquista, imperios y
las más variadas formas de saqueo y explotación de unos seres humanos por
otros. Sin embargo, en ese momento del devenir histórico y pese al hecho real
de que las potencias victoriosas impusieron un orden político mundial con
privilegios cada vez más irritantes para un minúsculo grupo de los Estados más
poderosos, muchas naciones, instituciones y personas, concibieron la esperanza
de que se iniciaba una nueva y prometedora etapa de la humanidad. Más de 100
naciones o grupos de naciones, incluso grupos humanos que no habían alcanzado
todavía un sentimiento nacional, recibieron el reconocimiento formal como
Estados independientes. Fue una época sumamente propicia a la ilusión y el
engaño.
El grupo
numeroso de países que recibieron formalmente el status de Estados independientes
estaba constituido, en su inmensa mayoría, por antiguas colonias, dominios,
protectorados y otras formas de someter y controlar países, impuestas a lo
largo de siglos por las potencias más poderosas.
Su dependencia
de las antiguas metrópolis era casi total; su lucha por alcanzar y actuar con
mayor soberanía ha sido difícil y no pocas veces heroica. Lo demuestra el
terrible acoso a que son sometidos para apoyar los proyectos de Estados Unidos
en Ginebra, o abstenerse de votar contra los mismos en último término.
Admirable resulta el comportamiento de esos Estados en la Asamblea General de
las Naciones Unidas, que se expresa en el creciente y ya casi unánime apoyo a
Cuba contra el bloqueo.
Lo peor era que
no pocos de los países que antes de aquella contienda eran ya supuestamente
independientes, ignoraban hasta qué grado carecían de independencia, entre
ellos Cuba. La casi totalidad de los países latinoamericanos estaba en esa
triste lista, lo que se demostraría con creces. Tan pronto nuestro heroico
pueblo logró una verdadera y plena independencia, la casi totalidad de sus
élites gobernantes se unieron a Estados Unidos para destruir la Revolución e
impedir las conquistas políticas y sociales que rápidamente estábamos
realizando.
Desde el propio
año 1959, se iniciaron las agresiones con el empleo de todos los medios
económicos y políticos, incluidos la violencia, el terrorismo y la amenaza del
empleo masivo de la fuerza militar de Estados Unidos.
Lo ocurrido con
Cuba contribuyó a demostrar cuánto había de ilusión y engaño en los elegantes
textos sobre los principios y los derechos proclamados por la Organización
de Naciones Unidas.
La fuerza y no
el derecho, como ha venido ocurriendo a lo largo de milenios, continuó siendo
el factor fundamental en la vida de la humanidad.
Cuanto ha
sucedido hasta hoy, a partir de los primeros elementos históricos con que
contamos, es fruto de una evolución natural y espontánea, tórpida y
desordenada, de la sociedad humana. A nadie podría culparse de los distintos
sistemas políticos, económicos y sociales que se han sucedido a lo largo de
cinco mil años.
Las distintas
civilizaciones surgidas en las más apartadas regiones del mundo: China, India,
Medio Oriente, el Mediterráneo, Centro y Suramérica, obviamente en mayor o menor
grado se desconocían entre sí, eran independientes, aunque en muchas cosas
evidenciaron extraordinarios alcances en sus conocimientos. Algunas nos
eslumbran, como por ejemplo la llamada civilización griega: su arte, su
filosofía, su literatura, sus conocimientos de historia, física, matemática,
astronomía y otros campos.
Es creciente lo
que se conoce sobre los mayas y otras civilizaciones preincaicas, lo que
demuestra que el ser humano, aun separado por decenas de miles de años en el
tiempo y decenas de miles de kilómetros en el espacio, era ya creador y capaz
de extraordinarias obras; pero en todas las civilizaciones que nos precedieron
y en la actual, de una forma u otra, hubo y hay imperios, guerras de conquista,
formas de esclavitud y de feudalismo, ricos y pobres, clases sociales
privilegiadas dominantes y clases explotadas, marginadas y excluidas. Ignorarlo
sería ignorancia extrema.
Debo darle
razón a Marx cuando esbozó la idea de que cuando existiera sobre la Tierra un
régimen social verdaderamente racional, justo y equitativo, el ser humano
habría salido de la prehistoria.
Si todo el
desenvolvimiento de la sociedad humana ha sido inevitablemente caótico,
desordenado, imprevisible y sumamente cruel e injusto, la lucha por crear otro
mundo diferente, verdaderamente racional, digno de la inteligencia de nuestra
especie, constituye en este momento de su historia, que en nada se parece a
cualquier otra etapa previa de la humanidad, algo que no era posible y ni
siquiera imaginable en otras circunstancias: un intento de que los seres
humanos por primera vez programen su propio destino.
Soñar con cosas
imposibles se llama utopía; luchar por objetivos no sólo alcanzables, sino
imprescindibles para la supervivencia de la especie, se llama realismo.
Sería erróneo
suponer que tal objetivo obedecería simplemente a una motivación ideológica. Se
trata de algo que va más allá de nobles y muy justificables sentimientos de
justicia y profundos deseos de que todos los seres humanos puedan alcanzar una
vida digna y libre; se trata de la supervivencia de la especie.
La gran
diferencia entre la época de Grecia y la actual no está en la capacidad
intelectual de nuestra especie; está en el avance exponencial y aparentemente
infinito del desarrollo de la ciencia y la tecnología que ha tenido lugar en
los últimos 150 años, que supera por completo la exigua y ridícula capacidad
política demostrada para enfrentar los riesgos de perecer como especie que
realmente la amenazan.
Hace menos de
60 años se hizo evidente, al estallar sobre Hiroshima el primer artefacto
nuclear equivalente a 20 mil toneladas de TNT, que la tecnología había creado
un instrumento cuyo desarrollo podría poner fin a la existencia de la vida
humana sobre el planeta. Desde entonces no ha parado un solo día el desarrollo
de nuevas y hasta cientos de veces más poderosas, variadas y certeras armas y
sistemas de este carácter. Hoy existen decenas de miles de ellas, sólo muy
pocas han sido eliminadas en virtud de engañosos y limitados acuerdos.
Un reducido
grupo de países de los que monopolizan tales armas se arrogan el derecho
exclusivo de producirlas y mejorarlas. Las contradicciones e intereses de sus
miembros sufren cambios, y la humanidad se desenvuelve bajo un tinglado de
armas nucleares que amenaza su existencia. Alguien podría afirmar algo parecido
a lo que aquel emperador persa exclamó al aproximarse con un enorme ejército a
los 300 espartanos que defendían el paso de las Termópilas: «Nuestros misiles
nucleares oscurecerán el Sol.»
Las vidas de
miles de millones de seres humanos que habitan el planeta dependen de lo que
piensen, crean y decidan unas pocas personas. Lo más grave es que los que
poseen tan fabuloso poder no cuentan con psiquiatras. No podemos resignarnos.
Tenemos derecho a denunciar, presionar y exigir cambios y el cese de tan
insólita y absurda situación, que nos convierte a todos en rehenes. Nadie debe
poseer jamás semejantes facultades, o nadie en el mundo podrá volver a hablar
de civilización.
A este se suma
otro letal problema: hace apenas 40 años algunos comenzaron a expresar
preocupaciones sobre lo que se ha dado en llamar el medio ambiente, a partir de
una civilización bárbara que estaba destruyendo las condiciones naturales de
vida. Por primera vez se pone sobre el tapete ese delicadísimo tema. No pocos
pensaron que se trataba de personas alarmistas y exageradas, un
neomalthusianismo al estilo de pasados siglos. Eran en realidad
personas bien informadas e inteligentes que iniciaban la tarea de concientizar
a la opinión pública sobre el tema, con la angustia a veces de que fuera
demasiado tarde para adoptar las medidas pertinentes. Quienes por sus altas
responsabilidades políticas debían mostrar las mayores inquietudes, no
mostraban más que ignorancia y desprecio.
Han pasado ya
más de diez años desde la Cumbre de Río de Janeiro convocada por Naciones
Unidas, y pese a la habitual proliferación de discursos, compromisos y
promesas, muy poco se ha hecho. Sin embargo, la conciencia del mortal peligro
crece. Debe crecer y crecerá la lucha. No hay alternativa.
Hace muy poco
se produjo en La Habana un encuentro sobre desertificación y cambio de clima
convocado igualmente por Naciones Unidas, un importante esfuerzo de
información, concientización y llamado a la lucha.
Fui testigo en
Río de Janeiro de la inquietud y el temor de los que representaban a las
pequeñas islas del Pacífico y a otros países amenazados por el riesgo de quedar
sepultados por las aguas de forma parcial o total debido al cambio de clima. Es
triste. Los primeros en sufrir las consecuencias de la afectación del medio
ambiente son los pobres. No poseen automóviles, ni aires acondicionados,
posiblemente ni siquiera muebles, si es que disponen de vivienda. Sobre ellos
caen más directamente los efectos de las grandes emanaciones de dióxido de
carbono causantes del calentamiento de la atmósfera y el efecto pernicioso de
los rayos ultravioletas que atraviesan el deteriorado filtro de la capa de
ozono. Cuando se enferman, bien se sabe que no existen para ellos y sus familiares
hospitales, médicos ni medicamento alguno.
Un tercer
problema: en el más conservador de los cálculos posibles, la población mundial
tardó no menos de 50 mil años en alcanzar la cifra de mil millones de
habitantes. Esto ocurrió aproximadamente en el año 1800, cuando se iniciaba el
siglo XIX. Llegó a dos mil millones 130 años después, en 1930, siglo XX.
Alcanzó tres mil millones en 1960, treinta años después; cuatro mil millones en
1974, catorce años después; cinco mil millones en 1987, trece años después;
seis mil millones en 1999, sólo doce años después. Cuenta hoy con 6 374
millones.
Es
verdaderamente asombroso que en sólo 204 años la población mundial se
multiplicara 6,4 veces desde la cifra de mil millones alcanzada en 1800,
después de no menos de 50 mil años, calculados de forma relativamente
arbitraria y conservadora para disponer de un punto de arranque que deberá ser
considerado ulteriormente. Pueden ser muchos más años, limitándonos sólo al
tiempo en que alcanzó su capacidad actual.
¿A qué ritmo
crece en este momento?
Año 1999:
población, 6 002 millones de habitantes; crecimiento, 77 millones.
Año 2000:
población, 6 079 millones; crecimiento, 75 millones.
Año 2001:
población, 6 154 millones; crecimiento, 74 millones.
Año 2002:
población, 6 228 millones; crecimiento, 72 millones.
Año 2003:
población, 6 300 millones; crecimiento, 74 millones.
Año 2004:
población calculada, 6 374 millones; crecimiento, 74 millones.
¿A cuánto
ascenderá la población mundial en el año 2050?
Los cálculos
más reducidos afirman que a 7 409 millones; los cálculos más elevados aseguran
que a 10 633 millones. Según el criterio de muchos expertos, la cifra será
alrededor de 9 mil millones de habitantes. La gran alarma provocada por esta
colosal explosión demográfica, unida a la acelerada degradación de las
condiciones naturales elementales para la supervivencia de la especie, ha
causado verdadera consternación en muchos países, ya que casi el ciento por
ciento de los crecimientos mencionados tendrán lugar en los países del Tercer
Mundo.
Conociendo el
creciente deterioro y reducción de los recursos de tierra y agua, las hambrunas
que tienen lugar en muchos países, la indiferencia y el despilfarro de las
sociedades de consumo, así como los problemas educacionales y sanitarios de la
población mundial, si no se resuelven, es como para imaginarse una especie
humana en la que sus miembros se estarían devorando entre sí.
Sería bueno
preguntarles a los campeones olímpicos de los derechos humanos en el mundo
occidental si alguna vez han dedicado un solo minuto a pensar en estas
realidades, que en altísimo grado son consecuencia del sistema económico y
social; qué piensan de un sistema que, en vez de educar a las masas como
cuestión fundamental para avanzar con el apoyo precisamente de la ciencia, la
técnica y la cultura en la búsqueda de soluciones viables y apremiantes, gasta
un millón de millones de dólares cada año en propaganda enajenante y
consumista. Con lo que se gasta en uno solo de esos años para sembrar ese
singular veneno, se podría alfabetizar y elevar hasta el nivel de noveno grado
a todos los analfabetos y semianalfabetos del mundo en menos de diez años, y
ningún niño pobre carecería de enseñanza. Sin educación y otros servicios
sociales, el delito y el consumo de drogas jamás podrán reducirse y
hasta casi eliminarse. Lo afirmamos desde Cuba, el país bloqueado durante 45
años, acusado y condenado no pocas veces en Ginebra por Estados Unidos y sus
socios más incondicionales, que está a punto de alcanzar servicios de salud, educación
y formación cultural con niveles de calidad que jamás el Occidente desarrollado
y rico ha soñado siquiera, y además absolutamente gratuitos para todos los
ciudadanos sin excepción alguna.
La
globalización neoliberal impuesta al mundo, diseñada para un mayor saqueo de
los recursos naturales del planeta, ha conducido a la mayoría de los países del
Tercer Mundo, y de modo especial a los de América Latina, tras el fatídico
«Consenso de Washington», a una situación desesperada e insostenible.
El primer fruto
de esa funesta política fue la «década perdida» de 1980, en que el crecimiento
de la región se limitó a uno por ciento; asciende a 2,7 por ciento entre 1990 y
1998, muy por debajo de las falsas ilusiones y de necesidades apremiantes, para
volver a caer al uno por ciento entre 1998 y el 2004.
La deuda
externa que en 1985, año del traicionero «consenso», ascendía a 300 mil
millones de dólares, se eleva hoy a más de 750 mil millones.
Las
privatizaciones enajenaron en cientos de miles de millones de dólares bienes
nacionales que se crearon a lo largo de muchos años, los cuales se esfumaron a
la velocidad con que de estos países se fugan los capitales hacia Estados
Unidos y Europa.
El desempleo
alcanzó cifras récord. De cada 100 nuevos puestos de trabajo que se crean, 82
pertenecen al llamado «sector informal», que incluye una larga lista de los que
se ganan la vida de cualquier forma sin protección social ni legal alguna.
La pobreza ha
crecido de forma alarmante, en especial la pobreza extrema, 12,8 por ciento
hasta alcanzar el 44 por ciento de la población. El desarrollo se estanca y los
servicios sociales se deterioran cada vez más. En estos últimos, que incluyen
en primer lugar la educación y la salud de la población, como era de esperarse,
la globalización neoliberal produjo un verdadero desastre.
Si a esto se
unen viejas y nuevas formas de saqueo como el intercambio desigual, la fuga
incesante y obligada de capitales, el robo de cerebros, el proteccionismo, los
subsidios y los ucases de la OMC, a nadie deben extrañar las crisis y los
acontecimientos que tienen lugar en Suramérica.
Fue América
Latina la región del mundo donde con más rigor y exigencia se aplicó la
globalización neoliberal. Ahora enfrenta el desafío del ALCA, que barrería las
industrias nacionales y convertiría el MERCOSUR y el Pacto Andino en apéndices
de la economía norteamericana: un asalto final contra el desarrollo económico,
la unidad y la independencia de los pueblos latinoamericanos.
Pero si ese
intento de anexión se consumara, tal orden económico seguiría siendo
insostenible tanto para los pueblos de América Latina como para el propio
pueblo de Estados Unidos, que ve amenazados sus empleos por una abundante mano
de obra barata reclutada por las maquiladoras entre aquellos a quienes la
pobreza, el desastre educacional y el desempleo reinantes les impidió obtener
una adecuada calificación. Mano de obra barata y no calificada es algo que
pueden ofrecer masivamente las oligarquías latinoamericanas.
La síntesis de
cuanto he dicho expresa la profunda convicción de que nuestra especie, y con
ella cada uno de nuestros pueblos, se encuentran en un momento decisivo de su
historia: o cambia el curso de los acontecimientos o no podría sobrevivir. No
existe otro planeta adonde podamos mudarnos. En Marte no hay atmósfera, ni aire
ni agua. Tampoco una línea de transporte para emigrar en masa hasta allí. O
salvamos la que tenemos, o habrán de transcurrir muchos millones de años para
que surja tal vez otra especie inteligente que pueda iniciar de nuevo la
aventura que ha vivido la nuestra. El Papa Juan Pablo II ya explicó que la
teoría de la evolución no era inconciliable con la doctrina de la creación.
Debo concluir
mis palabras. No es poco el trabajo que nos espera en el 2004.
Deseo felicitar
a nuestro pueblo por todo lo que ha hecho a lo largo de estos años, por su
heroísmo, su patriotismo, su espíritu de lucha, su lealtad y su fervor
revolucionario.
Felicito de
modo especial en este 45 aniversario a los que supieron cumplir gloriosas
misiones internacionalistas, hoy simbolizadas en la ejemplar conducta de los
Cinco Héroes Prisioneros del Imperio, que con impresionante dignidad se
enfrentan a las injustas, vengativas y crueles acciones de los enemigos de su
Patria y de su pueblo, y en los quince mil médicos que, derrochando
sacrificios, desafiando riesgos y peligros, cumplen sus deberes
internacionalistas en cualquier paraje de más de 64 países, proeza humana que
no podrían realizar jamás Estados Unidos y Europa por carecer de capital humano
para demostrar cuáles derechos humanos están realmente defendiendo.
Nadie podrá
impedir la conducta solidaria de nuestro pueblo y la valentía de sus hijos con
amenazas ni agresiones contra nuestros médicos, maestros, instructores
deportivos o cualquier otro tipo de colaborador, porque muchos están dispuestos
al honor de ocupar los puestos de aquellos que incluso perdieran la vida,
víctimas de acciones terroristas estimuladas e impulsadas por funcionarios
extremistas del gobierno de Estados Unidos.
Felicito a
todos los que luchan, a los que no desisten jamás ante las dificultades; a los
que creen en las capacidades humanas para crear, sembrar y cultivar valores e
ideas; a los que apuestan por la humanidad; ¡a todos los que comparten la
hermosa convicción de que un mundo mejor es posible!
¡Lucharemos
junto a ellos y venceremos!
Fuente: Discursos e intervenciones del
Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
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