Las Vacunas. Los culpables no son las farmacéuticas, sino la Comisión, el Parlamento y los gobiernos europeos
Juan
Torres López
Sociología Crítica
29.01.2021
Voy a comenzar este artículo por lo que había pensado que fuese mi conclusión
final:
– Un informe de la Cámara Internacional de Comercio (aquí) estima que si los países continúan aplicando un enfoque descoordinado para
la distribución de vacunas y los gobiernos no garantizan el acceso de las
economías en desarrollo a las vacunas covid-19, el mundo corre el riesgo de
pérdidas del PIB mundial solo en 2021 de hasta 9,2 billones de dólares.
– Dicho
informe calcula que la financiación que faltaría poner para proporcionar una
vacuna a toda la población del mundo que la necesita sería de unos 27.200
millones de dólares. Es decir, 338 veces menos del daño que produciría no
hacerlo.
–
Por cada uno de los 27.200 millones de dólares necesarios, las economías
podrían recibir un retorno de 166 dólares.
–
Esos 27.200 millones de dólares representan el 3% de los 750.000 millones de
euros que la Unión Europea tiene previsto dedicar a combatir la pandemia y sus
efectos económicos.
A la
vista de estos datos, que la Comisión Europea se empeñe en mantener la
estrategia de mercado que está siguiendo, que el Parlamento Europeo no se
levante y reclame sensatez y que los gobiernos sigan poniendo en peligro a su
población y arruinando a sus economías a mí no parece que sea insensato sino
criminal. Y ahora, explicaré por qué me lo parece.
El
proceso de vacunación está siendo un desastre en la Unión Europea y la Comisión
se empeña ahora en hacernos creer que la culpa es de un laboratorio que
incumple los contratos.
No
voy a defender aquí a AstraZeneca, cuya historia está plagada de fraudes,
incumplimientos y malas prácticas asociadas a su posición cuasi monopolista en
los mercados (aquí información detallada). Solo quiero señalar que, a mi juicio, los responsables del desastre
en el que se hallan los países europeos no son los laboratorios sino las
instituciones europeas que han planteado mal, desde el principio, la lucha
contra una pandemia que va a terminar provocando, como se sabía que iba a
ocurrir, la crisis económica más grave de la historia contemporánea.
La
Unión Europea en su conjunto no ha sabido o no ha querido asumir que la
pandemia de la covid-19 es un problema mundial y que como tal debería haberse
enfrentado. Se ha sumado al “sálvese quien pueda” de los países más ricos, en
lugar de entender que una emergencia planetaria como la que vivimos requiere
medidas de cooperación global y que solo con eficacia, cooperación, solidaridad
y equidad se puede combatir realmente a un virus que no entiende de fronteras.
La
Unión Europea ha actuado desde el inicio de la pandemia anteponiendo los
intereses financieros a los sanitarios y permitiendo que la respuesta viniera
de empresas que, legítimamente, se deben a sus accionistas y al cumplimiento de
sus objetivos comerciales.
Tratando
equivocadamente de ahorrar recursos, la Comisión Europea se hizo cargo del
aprovisionamiento de las vacunas y ahí ha cometido también errores garrafales
que al final provocarán despilfarro, retraso en la respuesta sanitaria y
mayores costes en vidas y en dinero a todas las economías europeas. Aunque, en
realidad, ni siquiera se respetó ese principio y se dejó que grandes países,
como Alemania, mantuvieran estrategias particulares de compra. No se supo
gestionar la adopción de acuerdos con celeridad y eficacia y su burocracia
retrasó la aprobación y la compra de las vacunas. Sin llegar a los 450 millones
de habitantes, los propios responsables de la Comisión afirman haber confirmado
la compra de unas 2.300 millones de dosis y, sin embargo, ahora no hay
disponibles para seguir con el proceso, a diferencia de lo que ocurre en otros
países.
A la
Unión Europea, como a otros pocos países ricos, se le ha llenado el ojo antes
que la tripa y ahora resulta que solo diez de ellos disponen del 75% de la
producción de las vacunas. Un completo sinsentido que dará lugar a que la
pandemia y sus tremendos efectos económicos se sigan extendiendo.
La
Unión Europea ha procedido con oscurantismo a la hora de contratar. Salvo en un
solo caso, no se han hecho públicos los contratos a pesar de suscribirlos con
dinero público; y solo por error o filtraciones se saben los precios de las
vacunas o que se ha renunciado a exigir responsabilidad a las empresas. Una
auténtica barbaridad cuando, al mismo tiempo, se ha permitido que el proceso de
obtención de las vacunas haya sido irregular y en muchas ocasiones dictado por
los intereses financieros de los laboratorios.
Se
ha tomado el pelo a la ciudadanía, como hizo la comisaria de Salud en el
Parlamento Europeo cuando afirmó que “la Comisión está legalmente imposibilitada para desvelar
la información que contienen estos contratos debido a la naturaleza altamente
competitiva de este mercado” (aquí). Una mentira vergonzosa
porque el mercado en el que se producen y distribuyen las vacunas contra la
covid-19 es justamente lo contrario, muy poco competitivo. Es, en realidad,
oligopolista e incluso monopolista en algunos casos o desde ciertos puntos de
vista. Por tanto, lo inteligente, lo razonable, lo más justo, lo incluso menos
costoso y, por supuesto, lo más seguro para la vida de las personas, hubiera
sido corregir a ese mercado no competitivo, domeñarlo, someter a las fuerzas
que no actúan con la auténtica competencia que hace eficientes a los mercados,
y no aceptar las condiciones ineficientes y peligrosas para la salud que
imponen quienes se están saltando a la torera las leyes que se supone que deben
guiar el funcionamiento de los mercados para que estos funcionen adecuadamente.
Las
autoridades de la Unión Europea ha dado por bueno que empresas como Pfizer vayan a tener unos márgenes de beneficio
de entre el 60% y el 80% con su vacuna (aquí) y,
en general, que todas ellas hagan el mayor negocio de su historia gracias a la investigación
básica que han realizado instituciones públicas (aquí) y con el dinero de los gobiernos que ahora no les reclaman el valor generado
por sus inversiones (aquí). Sencillamente
hablando, es una falsedad que las vacunas contra la covid-19 solo hayan sido
posibles gracias al esfuerzo inversor de los laboratorios farmacéuticos y al
monopolio que les conceden las patentes. Como expliqué hace unos meses (La covid-19 y la propiedad de las vacunas y medicamentos)
el régimen de propiedad y las condiciones de los mercados actuales no facilita
la innovación, ni mejora la cobertura de la salud en el mundo sino que las
empeora, entre otras razones, porque las empresas dedican más recursos a
obtener rentabilidad financiera que a innovar: en 2017, 2018 y 2019 dedicaron 28.600 millones de dólares
a recompras de acciones y 10.000 millones a I+D (aquí).
Las
autoridades de la Unión Europea han renunciado a considerar la solución de la
pandemia, las vacunas, como lo que debería ser, un bien público al que debieran
acceder de modo gratuito y equitativo todas las personas del mundo, puesto que
la Covid-19 es un mal global. Por el contrario, han permitido que se conviertan
en una mercancía más, impidiendo así su uso generalizado, eficiente, menos
costoso, y seguro.
La
Unión Europea, es decir, la Comisión que tomó decisiones ejecutivas erróneas,
el Parlamento que no fue capaz de imponer principios morales y medidas
políticas alternativas, y los gobiernos de todos los países que no han sabido
coordinarse con eficacia, ni anteponer los intereses generales y el cuidado de
la salud a los mercantiles de las grandes empresas, son los responsables de lo
que está sucediendo en Europa.
La
Unión Europea ha renunciado a actuar como un motor de progreso y ha sucumbido
una vez más -cuando la enfermedad y la muerte de millones de personas y una
gigantesca crisis económica reclaman más que nunca una política para el bien
común- a las lógicas del capitalismo financiarizado, especulativo y monopolista
de nuestro tiempo. Es una vergüenza y una ignominia que, en lugar de estar preocupadas por
adoptar soluciones inmediatas, eficaces, seguras y justas en Europa y de
contribuir a que ocurra lo mismo en el resto del mundo, las autoridades
europeas no den tregua y estén más dedicadas a recordar los recortes en
bienestar, pensiones, cuidados, educación o salud que deberán hacer los
gobiernos cuando todo esto concluya.
La
Unión Europea es responsable de lo que está sucediendo con la pandemia en
Europa y en concreto del fracaso en la estrategia de vacunación porque renunció
a lo que podría haber hecho y que está contemplado y asumido por la
Organización Mundial de la Salud, la expropiación de las patentes cuyo
monopolio afecta a la covid-19. Como vienen solicitando cientos de autoridades, premios
Nobel, científicos y organizaciones de todo tipo (aquí), para combatir la pandemia se necesitaba la puesta en común de todas las
patentes, datos, conocimientos y tecnologías disponibles en el planeta; un plan
de producción y distribución global con transparencia y a precios reales; y la
garantía de que la vacuna se proporcionaría gratuitamente a todas las personas
y dando prioridad a quienes están más expuestas, a las más vulnerables y a los
países con menos capacidad para salvar vidas.
La
Unión Europea es responsable y ahora no puede culpabilizar a terceros, porque
se sabía de sobra que una estrategia de mercado como la que adoptaron sus
dirigentes iba a tener las consecuencias que estamos sufriendo.
Hasta
uno de los más grandes defensores del mercado, Milton Friedman, reconocía
que “por supuesto, la existencia de un mercado libre no elimina la
necesidad de un gobierno. Por el contrario, el gobierno es esencial como foro
para determinar las reglas del juego y como árbitro para aplicar las reglas que
se decidan”. El problema de la Unión Europea es que se empeña en que
esas reglas no sean otras que la que desean, precisamente, los oligopolios y
monopolios que dominan los mercados, y los convierten en fuentes de
ineficiencia, inseguridad, inmoralidad y injusticia que matan a la gente.
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