lunes, 17 de marzo de 2025
Confusión e inseguridad, así nos doma el capitalismo
Confusión
e inseguridad, así nos doma el capitalismo
Publicado el 17 de marzo de 2025 / Por Otros medios / KAOSENLARED
El
principio de Hanlon reza: Nunca atribuyas a la maldad lo que se pueda
explicar adecuadamente por la estupidez. Esta regla rige con fuerza lo
que ocurre en nuestros tiempos algorítmicos y quizá la prueba más evidente
radica en cómo esa pretendida maldad, el egoísmo estúpido de las élites, está
fomentando deliberadamente la confusión a través de bulos y campañas de
desinformación. Uno de los sectores en los que este incremento de la
confusión resulta más grave e insostenible es el sistema agroalimentario
global. A partir de su análisis, vamos a ver cómo la confusión
y la inseguridad son dos armas fundamentales del capitalismo para
facilitar la explotación y destruir la empatía y la solidaridad.
Se trata de un sistema
complejo cuyo propósito ya no es proveer de alimento a la humanidad. Prueba de
esta pérdida de rumbo acelerada es que mientras se tira un tercio de la comida
que se produce para mantener los precios de mercado, un tercio de la humanidad sufre inseguridad alimentaria y
11 millones de personas al año mueren de hambre. Una indicación de que hay
estupidez y no solo maldad en la disfunción alimentaria es que mientras esto
ocurre, mayoritariamente en el sur global, en el norte global, además de tirar
mucha comida, se come en exceso generando, cada día en mayor proporción,
problemas de sobrepeso y todas las enfermedades asociadas a él.
El sistema alimentario
tanto global como local está tensionado por intereses contrapuestos, y sufre la
tiranía de la búsqueda de un rendimiento económico a toda costa que se lleva
por delante las condiciones sociales y sanitarias de los trabajadores del
sector, de la protección del medio ambiente y de la justicia más elemental.
El hecho de que
la mitad de la cosecha española de limones 2023-2024,
por ejemplo, se haya destruido para estabilizar los mercados nos ha costado
tiempo, dinero y, sobre todo, mucha agua.
Una justicia necesaria no
ya por cuestiones éticas, sino por cuestiones funcionales prácticas y
concretas: la desigualdad rampante sale carísima en todo tipo de unidades,
desde monetarias hasta energéticas, desde ambientales hasta sanitarias. El
hecho de que la mitad de la cosecha española de limones 2023-2024,
por ejemplo, se haya destruido para estabilizar los mercados nos ha costado
tiempo, dinero y, sobre todo, mucha agua. Producir un kilo de limones requiere
435 litros de agua, y no andamos sobrados de agua precisamente.
Globalmente empleamos un
23% de toda el agua para regar cultivos cuyos frutos vamos a tirar, ocupamos un
11% de la superficie y generamos un 8% de las emisiones de gases de efecto
invernadero criando estas plantas que vamos a descartar y destruir. El sector
agrícola no se queja tanto de esto como de que no le salen las cuentas. Aunque
dentro del sector agrícola hay muchos actores, desde los trabajadores del campo
hasta los grandes grupos inversores pasando por toda una cadena de
intermediarios. Y lógicamente cuanto más abajo en el escalafón, peor te van las
cosas. Es el mercado, amigo. El mercado como reflejo de los valores
materialistas, del espíritu individualista y de los principios neoliberales que
prevalecen en la sociedad y que para muchos son incuestionables.
Sin embargo, cada vez más
agrupaciones ciudadanas reclaman una agricultura ecológica, libre de
agroquímicos y más saludable. Pero la agricultura industrial no entiende ni
quiere entender de estas cosas. Y lo mismo podríamos decir de la ganadería.
Muchos trabajadores del sector primario se encuentran atrapados en esta
producción industrial, endeudados, sufriendo las críticas de una ciudadanía
preocupada por la salud planetaria, sin obtener grandes beneficios económicos,
generando mucha comida de dudosa calidad que, en un gran porcentaje, no hace
falta y se la pagan mal. Es lógico que nos estemos quedando sin agricultores y
sin ganaderos. En España y en los países de nuestro entorno, el 50-60% se habrá jubilado sin
que esté a la vista un proceso claro de recambio.
El estrés
de agricultores y ganaderos
El sector primario está
sometido a fuentes de estrés notables ya que por una parte tienen poco control
sobre los productos que producen, sus precios, y su distribución y comercialización,
y por otra se enfrentan en primera línea al cambio climático. Presencian los
cambios en las temperaturas, los patrones de lluvia o la productividad de la
tierra con graves consecuencias para la salud, no solo física sino mental:
ansiedad climática, preocupación y angustia emocional.
En un estudio realizado en Nueva Zelanda
encontraron que el bienestar de los agricultores y granjeros se está reduciendo
significativamente. En otra investigación se destaca la
relación de los eventos climáticos extremos con las tasas de suicidio en el
sector agrícola. En Estados Unidos, la organización Farmland cuenta con un teléfono de
atención ante las situaciones de eco ansiedad. La Fundación Británica por la Seguridad Agrícola (FSF)
encontró que el principal problema que enfrentan el 95% de los agricultores
menores de 40 años es de salud mental. La Unión Europea ha financiado un
proyecto llamado SafeHabitus en el que se anima a
todos los países miembros a indagar en los desafíos psicológicos y sociales que
impactan en las vidas de las personas que trabajan en este sector.
El abordaje de
una situación como esta, compleja y tensionada, lejos de hacerse desde la
reflexión y la lógica se hace apresuradamente desde la emoción, el egoísmo y el
cortoplacismo. Lejos de invitar al diálogo democrático se promueve la creación
de enemigos y se despierta la agresividad y la polarización.
El abordaje de una
situación como esta, compleja y tensionada, lejos de hacerse desde la reflexión
y la lógica se hace apresuradamente desde la emoción, el egoísmo y el cortoplacismo.
Lejos de invitar al diálogo democrático se promueve la creación de enemigos y
se despierta la agresividad y la polarización.
Precisamente esta manera de
abordar los problemas complejos, tan característica de nuestros tiempos, es lo
que nos está llevando a la gran confusión. Cuanto más complejo se hace un
problema, como en el caso del sistema alimentario, menor es la reflexión y el
diálogo, y mayor la crispación y la creación violenta y artificial de oponentes
a los que descartar, derribar o destruir. Con este abordaje, la confusión crece
y crece, alejándonos velozmente de la resolución de los problemas.
Ante un
problema complejo, la gran confusión
La gran confusión se lee y
se escucha en todas partes. Se puede observar confusión en las declaraciones tanto
de políticos como de agricultores. También en los propios carteles que cuelgan
sobre los tractores que bloquean periódicamente las ciudades de Europa. Basta
leer los manifiestos y exigencias que acompañan las manifestaciones que han
recorrido el continente desde el comienzo de 2024 para detectar una gran
confusión. ¿Qué tiene que ver la agenda 2030, los chemtrails, los
precios del mercado de frutas y verduras, la burocracia, el precio de los
combustibles, el cambio climático, las elecciones europeas y los pesticidas?
Pues todo. Y nada. Todo guarda relación, pero en la confusión reinante se
establecen causas y efectos de todo tipo, sin tiempo ni intención de
comprobarlas, entenderlas y explicarlas. Por supuesto, sin tiempo ni intención,
no surgen más soluciones que pequeños ajustes cosméticos que llegan incluso a
encender más los ánimos al resultar insuficientes y hasta insultantes.
la confusión
resulta muy buena. La confusión es una circunstancia idónea para hacer dinero.
Esconder la verdad entre un embrollo de falsedades con apariencia de verdad
cada vez más difícil de desenredar es un método perfecto para que los
beneficios económicos de unos pocos puedan extenderse mucho en el tiempo.
No se explican ni se
comprueban bien las denuncias y acusaciones porque la gran confusión es buena
para unos pocos y muy poderosos actores del sistema. De hecho, la confusión
resulta muy buena. La confusión es una circunstancia idónea para hacer dinero. Esconder
la verdad entre un embrollo de falsedades con apariencia de verdad cada vez más
difícil de desenredar es un método perfecto para que los beneficios económicos
de unos pocos puedan extenderse mucho en el tiempo. Empobreciéndonos y
enfermándonos a todos.
Precisamente porque no se
resuelve el embrollo, los grandes inversores, accionistas y entidades
agroindustriales, así como las grandes superficies y la larga cadena de
intermediarios continúan y continuarán sacando beneficios de un sector que hace
aguas, atenazado por crisis como la climática, la sanitaria, la geopolítica y
la social. No podemos esperar soluciones de aquellos que obtienen ganancias de
esta situación porque para ellos no hay problema. Al menos en lo económico.
Tampoco podemos esperar soluciones del sector político, un sector atrapado por
compromisos con unos y con otros, atemorizado por perder apoyos y elecciones, e
incapaz de regular una economía descontrolada que se lleva todo por delante. Un
sector, el político, que solo plantea soluciones de miras cortas, como descartar la reducción del uso de pesticidas y
calmar así, aunque sea momentáneamente y con dramáticos efectos en el medio
plazo, las iras del sector agrícola. Una medida que choca con la evidencia de
que no reducir los pesticidas es a la salud de los trabajadores del campo a
quien amenaza en primer lugar.
Lógica y trágicamente, toda
esta confusión deriva en prácticas mafiosas. Como las del llamado cártel de la
leche. La Sala de lo contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional ha confirmado la existencia de
este cártel en el que diez empresas y asociaciones de la
industria láctea se coordinan para comprar la leche en España, perjudicando a
miles de ganaderos y disminuyendo su capacidad de negociar los precios. Vivimos
tiempos en los que cada vez hay más vacas, cerdos y gallinas, pero menos granjas. Tiempos en los que
el ganadero ya no pilota la ganadería. Tiempos en los que el 70% del cerdo que
se produce en nuestro país se exporta, mientras que el 100% del consumo
insostenible de agua y de la contaminación de suelos y acuíferos se queda dentro
de nuestras fronteras. Tiempos en los que producir carne no es producir
alimento, sino dinero. Dinero para unos pocos; tensión, contaminación y pobreza
para muchos. Inseguridad ambiental para todos.
Una
creación esencial del capitalismo: que nos sintamos inseguros
Del capitalismo se ha dicho
de todo. La confusión es uno de sus ingredientes esenciales, del mismo modo que
la insostenibilidad ambiental, social y política son algunas de sus principales
consecuencias. Lo que pocas veces se analiza es su conexión con la inseguridad.
La escritora, activista y artista Astra Taylor teje una red de causalidades que
le lleva a concluir que la inseguridad no es un subproducto del capitalismo ni
una consecuencia secundaria de la concentración de la riqueza; es, directamente, una de las creaciones esenciales para el capitalismo.
La seguridad promueve la
empatía, la solidaridad entre vecinos y la colaboración, estimulando la
ambición intelectual y espiritual sobre la económica. Todo esto entra en
conflicto con los principios fundamentales del sistema capitalista, un sistema
que pivota sobre la competencia, la exclusión y la individualidad. Por ello
Taylor habla de que vivimos en la era de la inseguridad, una
inseguridad buscada y trabajada, no simplemente sobrevenida. Ya lo avisó Ulrich
Beck en su visionaria obra La sociedad del riesgo. Seguridad para
unos pocos e inseguridad para muchos es lo que permite que el producto interior
bruto crezca y crezca. No hay margen para que esto se diga con claridad porque,
al violar varios derechos humanos, ofende. Ofende al lector y a los que
escribimos, pues vivimos y aceptamos las normas de este sistema confuso e
inseguro.
La
inseguridad está diseñada para facilitar la explotación
Hemos normalizado la
revolución constante de la producción, la perturbación ininterrumpida de todas
las condiciones sociales. La incertidumbre y la agitación eternas son la seña
de identidad del último siglo y medio de la humanidad. La inseguridad está
diseñada para facilitar la explotación y socavar la solidaridad. La inseguridad
es tanto física como psicológica ya que nuestra cultura fomenta la autoculpabilización
y la vergüenza por las dificultades económicas, explotando sin descanso
nuestros miedos y vulnerabilidades. Las personas necesitamos algo más que un
salario más alto, necesitamos tranquilidad y un clima de confianza para
planificar el futuro. En contraste con la concepción individualista y centrada
en la empresa del New Deal, e incluso del Green Deal (el Pacto Verde Europeo),
necesitamos diseñar un sistema de seguridad generalizado que se oriente a
redistribuir no sólo la riqueza, sino también el riesgo.
Construir un mundo más
seguro para todos es posiblemente uno de los mayores retos de la civilización
actual, por ir contracorriente y por enfrentarse a las bases del sistema
socioeconómico imperante. Abordar ese reto tiene riesgos. Hay mucho esfuerzo implicado
y también incertidumbres conceptuales y científicas. Pero en esta sociedad de
riesgo creciente, el mayor riesgo es no hacer nada diferente.
Una buena parte
del sector agrícola es consciente de que “casi todos los problemas que
tienen derivan del cambio climático” y que los problemas no
son económicos, sino políticos, sociales y ambientales.
Afortunadamente, no todos
caen en la trampa de la gran confusión. Volviendo a la situación del sistema
alimentario, una buena parte del sector agrícola es consciente de que “casi todos los problemas que tienen derivan del
cambio climático” y que los problemas no son económicos,
sino políticos, sociales y ambientales. Y que es necesario crear espacios de
encuentro que permitan la expresión de las emociones, las inquietudes, las
ambigüedades y angustias existenciales que el caos climático está sembrando.
La ciencia procura medirlo
todo. La inseguridad global se mide, desde hace 75 años, con el
llamado reloj del apocalipsis. A varios premios Nobel y algunos de los mejores
científicos del mundo se les plantea anualmente la pregunta “¿Está la humanidad
más segura o en mayor riesgo que en los años anteriores?”. La respuesta es
corta y preocupante, nunca hemos estado en tanto riesgo. La
gran confusión nos está trayendo, con toda seguridad, más inseguridad que
nunca.
Fuente: Attac
Fotografía: ‘Tractorada’
del 26 de febrero de 2024 por las calles de Madrid, organizada por la Unión de
Pequeños Agricultores. Foto: UPA
Fernando
Valladares Y Carolina Belenguer Hurtado. Publicado originalmente
en Público.es
M. CARACOL. Garzón en La casa de papel
M. CARACOL. Garzón en La casa
de papel
INSURGENTE.ORG
/ 17.03.2025
Mientras los verdes europeos nos conminan a recortar en sanidad para financiar más bombas y Alberto Garzón nos explica cómo Rusia planea invadir el mundo entero, su hermano Eduardo ha optado por un enfoque más técnico. Y, así, su última revelación ilumina el camino hacia la abundancia infinita: no hace falta recortar en educación, en sanidad ni en servicios públicos para comprar más armas, porque siempre podemos… imprimir más dinero. ¡Eureka!
Los poskeynesianos por
fin han salvado a la humanidad. Y así lo expresa Eduardo Garzón, con no poco
paternalismo de profe universitario y mofándose de quienes discrepan de él. La
verdad es que la cosa tiene sus ventajas, pues, bajo esta lógica, el gasto
público no tendría límites: hospitales de oro, chalets en la playa gratis y,
por qué no, cada ciudadano con su caza F-35 aparcado en el garaje. ¿Quién
necesita producción industrial y material real, cuando se puede girar la
manivela (hoy día virtual) de la imprenta monetaria hasta el infinito? Aunque
existan pequeños detalles como el de la inflación, mejor declarar la victoria
de la teoría monetaria moderna sobre la mezquina realidad.
Por suerte, tenemos
algo mejor que estos (pos)modernos: la ciencia. El valor de una mercancía está
determinado por el trabajo humano volcado en ella (Marx), por lo que, a medida
que avanza la maquinización, dado que hay menos trabajo humano, se genera menos
valor y plusvalor. Los beneficios del capitalista bajan y, como no van a
renunciar altruistamente a los mejores yates, lo compensan subiendo los
precios. ¿Será la solución imprimir, sin más, billetes? Es cierto que, si la
masa monetaria aumenta mucho, pero se corresponde con una producción industrial
y material real, la inflación no tiene por qué aumentar: el quid de la cuestión
es, naturalmente, la producción, la riqueza real de un país determinado, y no
el número de billetes que se impriman. Pero si se imprimen más y más billetes sin
haber un incremento de la producción real que hay detrás, entonces lógicamente
cada billete valdrá menos.
De hecho, hoy en día
los billetes ni siquiera se “imprimen”. El BCE cambia una cifra en su ordenador
y la población española se endeuda durante 20 años, ingresando un dinero
ficticio que, sin embargo, tendrá que devolverse con valor real y millones de
horas de trabajo de nuestra clase obrera. No importa que lo nieguen los Garzón,
como lo negaba la II Internacional hace un siglo. Eso, y no otra cosa, son los
presupuestos de la guerra: deuda que tendrá que devolverse con drásticos
recortes sociales… a menos que les paremos los pies y les impidamos que nos
metan en una guerra imperialista que en nada beneficia a los trabajadores.
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