lunes, 27 de julio de 2020

La importancia de la prevención en la pandemia




Así doblegaron la curva del tifus en el gueto de Varsovia

TERCERAINFORMACION
27/07/2020

Los judíos recluidos por los nazis en el gueto de Varsovia, en Polonia, sufrieron una epidemia de tifus que consiguieron extinguir. La solución pudo estar en la distancia social, la higiene y la formación, medidas impulsadas por los médicos de esta comunidad aislada a la fuerza. Este tipo de acciones se han repetido en otras pandemias a lo largo de la historia y han resultado eficaces, lo que reafirma la importancia de la prevención con la COVID-19.


En poco más de tres kilómetros cuadrados, las tropas nazis hacinaron en Varsovia (Polonia) a 450.000 personas, lo que suponía alrededor de un tercio de su población total. Ocurrió a finales de 1940 y con este gesto constituyeron el mayor gueto judío en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.

Situado en el centro de la capital polaca, las malas condiciones de salubridad, la hambruna y una densidad de población de cinco a diez veces mayor que cualquier ciudad actual fueron el caldo de cultivo perfecto para que una epidemia de tifus se extendiera como la pólvora.

Se calcula que contrajeron la enfermedad unas 120.000 personas del gueto y que más de 30.000 murieron, a lo que se suman los fallecimientos por la escasez de comida. Sin embargo, en otoño de 1941, cuando la población experimentaba el mayor índice de contagios y se acercaba el frío invierno, la curva epidémica empezó a caer hasta extinguirse. ¿Cómo consiguieron doblegar la curva dentro del gueto?

La respuesta parece estar en las medidas de prevención que implementaron los epidemiólogos y el resto de médicos recluidos en el barrio y que sus habitantes siguieron a rajatabla. Es lo que concluye una investigación internacional publicada en la revista Science Advances y dirigida por el biomatemático Lewi Stone, que lleva décadas modelando enfermedades.

Las medidas iban desde el distanciamiento social a la cuarentena doméstica. También se fomentó la higiene general, la limpieza de los apartamentos y se habilitaron comedores sociales para frenar la hambruna.

Otra de las estrategias que pudo ser clave fue la formación, con cursos de capacitación sobre higiene pública y enfermedades infecciosas, además de cientos de conferencias públicas sobre cómo luchar contra el tifus e incluso una universidad médica subterránea para jóvenes estudiantes.

Tras la pista de las cartillas de racionamiento

Stone encontró registros escritos de estas iniciativas en numerosas fuentes documentales. El investigador explica a SINC que ha podido tener una idea muy aproximada de lo que sucedió en el gueto, sobre todo gracias a dos fuentes: los supervivientes y los registros y diarios escritos que fueron escondidos y que hoy conforman los Archivos del Gueto de Varsovia.

“Mis mejores fuentes fueron los registros de epidemiólogos especialistas dentro el gueto. El profesor Jacob Penson, jefe del pabellón de enfermedades infecciosas, publicó varios registros sobre esta cuestión”, afirma Stone, que es investigador de la Unidad de Biomatemáticas de la Universidad de Tel Aviv (Israel).

Además de los testimonios, las cartillas de racionamiento han sido una pieza fundamental de la investigación. Impuestas por los nazis para limitar lo que comían los judíos, eran repartidas mensualmente y han servido para tener una idea aproximada de la población que había en el gueto.
Como el número de cartillas de racionamiento disminuyó rápidamente después de marzo de 1941, podemos suponer razonablemente que gran parte de ese cambio se debió a una alta tasa de mortalidad”, apunta el biomatemático.
Como muestra la investigación, las cifras de las tarjetas y del número de casos concuerdan: la caída de estas cartillas coincidió con el mayor número de muertes por tifus entre abril y octubre de 1941.
De hecho, de acuerdo a estas tarjetas, el número de fallecidos por la epidemia de tifus en el gueto y la hambruna podría haber sido mucho mayor a lo reflejado en los registros oficiales y podría llegar a los 100.000 muertos en 1941 –casi una cuarta parte de los habitantes del barrio–, según los científicos.
Lamentablemente, aunque las medidas preventivas salvaron incontables vidas, la mayoría de los supervivientes murieron en los campos de exterminio a los que fueron deportados.




Representación mensual de los casos de tifus en el gueto de Varsovia. Se aprecia cómo el pico de la epidemia se produjo en octubre de 1941 y repentinamente comenzó a descender. / Stone et al.
Tifus en la ciudad de Valencia

El tifus engloba a un grupo de enfermedades bacterianas propagadas por piojos y pulgas. En el caso del gueto de Varsovia, su población sufría el tifus exantemático, que está causado por la bacteria Rickettsia prowazekii transmitida por el piojo del cuerpo. Esta enfermedad tuvo un carácter epidémico en la Europa de la Segunda Guerra Mundial y en ciudades como Valencia, cuando en el gueto de Varsovia trataban de doblegar la curva, hacían lo propio en plena posguerra española.

“El denominador común de ambos escenarios fue la coyuntura epidemiológica, es decir, la convergencia de las coordenadas ideales para la irrupción y desarrollo del tifus exantemático y otras enfermedades infecciosas agudas: el hambre, el hacinamiento y la falta de higiene”, señalan a SINC Xavier García-Ferrandis y Àlvar Martínez-Vidal, profesores de la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” y de la Universidad de Valencia, respectivamente.

Los dos expertos en historia de la medicina han estudiado la epidemia de tifus que sufrió Valencia entre 1941 y 1943. La diferencia entre lo ocurrido en Polonia y en la capital del Turia fue el contexto que provocó ambas crisis sanitarias. “El caso del gueto de Varsovia fue un confinamiento forzado con fines criminales. El caso español fue consecuencia directa de casi tres años de guerra y una política de represión contra los perdedores en la inmediata posguerra”, distinguen.

A la hora de afrontar la epidemia, en Valencia también se implementaron medidas de confinamiento pero, como cuentan los investigadores, estas solo afectaron al segmento de la población que se correspondía con la clase social más desfavorecida, al asociarse a situaciones de hacinamiento y mala higiene.

“En ocasiones, el confinamiento se llevó a cabo contra la voluntad de los afectados, una negativa justificada porque las condiciones higiénico-sanitarias de los lugares de aislamiento eran tan deficientes que en alguna ocasión se llegó a declarar algún brote de tifus exantemático en el interior de aquellas infames instalaciones”, explican los docentes. Además, también se expulsaron a sus lugares de origen a miles de personas que vivían en las ruinas de los edificios bombardeados durante la Guerra Civil.
El confinamiento en otras epidemias

Las epidemias de tifus son un ejemplo de la importancia que tiene la prevención y el control para frenar su transmisión. Pero no son las únicas. Diego Ramiro, jefe del Departamento de Población del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, recuerda que medidas para reducir el efecto de las pandemias, como las cuarentenas, se han adoptado en casi todas las pandemias.

“Es el caso de las epidemias de peste, mientras que medidas alternativas frente a la difusión de la enfermedad como el cierre de escuelasteatros o la prohibición de eventos públicos son medidas normales en pandemias como la gripe de 1918 o la gripe rusa de 1889-1890”, describe a SINC el sociólogo.

Los lazaretos –centros hospitalarios aislados para tratar patologías infecciosas– estaban dirigidos a los pacientes que tenían que hacer cuarentena por enfermedades como la peste o fiebre amarilla, y aún hoy pueden verse en nuestras costas, indica Ramiro.

“El confinamiento en todas sus formas, es decir, cuarentenas, lazaretos, cordones sanitarios, alejamiento o huida de zonas contagiadas, ha sido la medida principal con que las sociedades han afrontado las epidemias a lo largo de la historia, teniendo en cuenta que la teoría microbiana y la existencia de las vacunas y los antibióticos son hitos relativamente recientes en la historia de la medicina”, comentan García-Ferrandis y Martínez-Vidal.

Los investigadores destacan las sucesivas oleadas de peste entre el siglo XIV y el XVIII. En cuanto a las epidemias de cólera del siglo XIX, hubo un rechazo a las medidas de aislamiento porque impedían las comunicaciones y el comercio en el marco de la Revolución Industrial.

“En el caso de algunas enfermedades infecciosas crónicas el confinamiento tenía lugar al recluir a los enfermos en leproserías y sanatorios antituberculosos. A veces este aislamiento era obligado y, en ocasiones, de por vida”, añaden.
La prevención de la COVID-19 funciona

Este breve repaso a la historia de la medicina sirve para comprobar lo habituales que han sido este tipo de medidas preventivas para luchar contra las enfermedades infecciosas. Algunas de ellas, como las cuarentenas o el distanciamiento, se están implementando en la pandemia de la COVID-19.

Una investigación publicada en PLoS MEDICINE muestra que las acciones funcionan. ¿Cuáles? Una combinación de ellas. El lavado de manos, el uso de mascarillas y el distanciamiento social –las llamadas medidas autoimpuestas– junto a políticas de confinamiento –como el cierre de escuelas, centros de trabajo o la prohibición de reuniones–, impuestas por los gobiernos, pueden ayudar a mitigar y retrasar el pico de la pandemia.

Con un modelo computacional de propagación de la enfermedad, los científicos estudiaron el efecto estimado de estas medidas de prevención sobre los casos de COVID-19. En cuanto a las acciones autoimpuestas, si se toman rápidamente y las cumple un gran número de personas, con una eficacia que supere el 50 %, se puede prevenir una gran epidemia, según el modelo. Pero si son lentas, solo pueden reducir el número de casos, sin retrasar el pico.
En cambio, la implementación temprana de medidas de confinamiento impuestas por los gobiernos retrasa, pero no reduce el pico de la epidemia de COVID-19. Por eso los autores concluyen que la combinación de las medidas individuales, sobre todo si se adoptan rápidamente y por gran parte de la ciudadanía, junto al distanciamiento social impuesto por los gobiernos tienen el potencial de retrasar y reducir el pico de la epidemia.
“Las medidas de autoprotección funcionan bien si las siguen suficientes personas y las practican a lo largo del tiempo”, puntualiza a SINC Alexandra Teslya, autora principal del estudio e investigadora del Centro Médico Universitario de Utrecht (Países Bajos).

En el caso de que esa adherencia sea difícil de lograr, según la epidemióloga los beneficios para frenar la transmisión de la enfermedad serán limitados, puesto que disminuirán las personas infectadas y el tamaño del pico, pero este no se retrasará. “En este caso, el confinamiento a corto plazo impuesto por el gobierno puede ser mejor, ya que puede retrasar el pico”, mantiene Teslya.

Volviendo a las crisis sanitarias pasadas, la científica recuerda que medidas de confinamiento impuestas por las autoridades ya se usaron en la gripe de 1918 y fueron eficaces: las epidemias en las ciudades que las llevaron a cabo se redujeron en gran medida. El problema fue lo que vino después. “Una vez que estas medidas se relajaron, a menudo se observaron segundas olas”, alega. La historia puede volver a repetirse si bajamos la guardia.



Delimitación del gueto de Varsovia, que ocupaba poco más de tres kilómetros cuadrados del centro de la capital polaca. / Wikimedia-Share Map.
Los escritos de historiadores, médicos y microbiólogos en el gueto de Varsovia

Estas son algunas de las frases escritas desde el gueto de Varsovia sobre la epidemia de tifus, recogidas en el estudio de Lewi Stone.
Emanuel Ringelblum (1900–1944), historiador polaco. “La epidemia de tifus ha disminuido de alguna manera precisamente en invierno, cuando generalmente empeora. La tasa de epidemia ha caído un 40 %. Escuché esto de los boticarios y lo mismo de los médicos y del hospital”.

Ludwik Hirszfeld (1884-1954), microbiólogo polaco nominado al Premio Nobel. “En el caso de la Segunda Guerra Mundial, el tifus fue creado por los alemanes, precipitado por la falta de alimentos, jabón y agua, y luego, cuando uno concentra 400.000 desgraciados en un distrito, les quita todo y les da nada, entonces crea el tifus. En esta guerra, el tifus es obra de los alemanes”.

Chaim Kaplan (1880-1943), maestro polaco. “La negligencia del Departamento de Salud… ha convertido el gueto en un basurero y un gran retrete público. El agua congelada y las tuberías del alcantarillado nos han obligado a hacer letrinas en escaleras y corrales. Estamos rodeados de suciedad apestosa y cuando la primavera empiece a derretir el estiércol congelado se amontonará. ¿Quién sabe qué enfermedades espantosas se desencadenarán entonces?”.

Jakub Penson (1899-1971), médico polaco. “Otra epidemia estalló en junio de 1941 y continuó hasta junio de 1942. Se extendió por todo el gueto, infectando a unas 100.000 personas. Esta epidemia fue mucho más aguda que la primera, con una tasa de mortalidad del 20 % (en la primera fue de 10 %); durante ese tiempo, unas 20.000 personas murieron de tifus”.

Bernard Goldstein (1889-1959), sindicalista polaco. “Los muertos eran arrojados desnudos a las calles porque la ropa era valiosa. Todas las mañanas los vagones eran conducidos a través del gueto para recoger los cuerpos y llevarlos al cementerio, donde fueron enterrados en fosas comunes”.
Fuente: SINC

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Sobre el revisionismo marxista


Sobre los orígenes del revisionismo en la tradición marxista

Fuentes: La Tizza
15/07/2020 

En la actualidad vemos como determinados intelectuales de «izquierda» apelan recurrentemente a una lectura «crítica» del marxismo donde, muchas veces, este acaba despojado de todo lo que tiene de valioso y revolucionario.
Por lo general los argumentos expuestos en estos artículos no tienen nada de nuevo, sino que son repeticiones o redescubrimientos de viejos argumentos anti-marxistas, que tienen su antecedente en los movimientos antagónicos del siglo XIX y, particularmente, en el revisionismo marxista.
El marxismo ortodoxo soviético, dogmatizador en su esencia, usó muchas veces el término «revisionismo» como ariete en contra de ideologías y movimientos que eran percibidos, por alguna razón, como hostiles o lejanos a la cosmovisión del mundo que desde la URSS se sostenía. Esta visión reduccionista contribuyó a confundir la esencia del revisionismo marxista y convirtió el propio término en un epíteto fácil contra todo aquello que no nos gusta o no entendemos.
Por eso, volver sobre los pasos del desarrollo histórico de un movimiento tan rico y diverso como el marxismo resulta siempre importante. En las circunstancias actuales, donde una pandemia pone una vez más en crisis las estructuras del capital y activa toda una serie de procesos ideológicos, conviene más que nunca remontarnos en esta tradición, como forma de evitar vernos arrastrados en procesos seudomarxistas o que falsean, de alguna forma, la esencia revolucionaria de la obra de Marx. Este artículo es un pequeño aporte a la necesaria y permanente sistematización de la historia y desarrollo del pensamiento marxista. Es un aporte también al necesario debate y adecuada comprensión de un fenómeno importante dentro de la evolución y desarrollo del marxismo: el revisionismo.
La II Internacional
La II Internacional surgió en 1889 como un órgano de concertación de los diversos partidos y movimientos socialistas que existían en la Europa de la época. A diferencia de la I Internacional, que disponía de un Consejo General que orientaba su política, la II Internacional fue un órgano más diverso ideológicamente y carecerá de una dirección central, lo cual será a la larga uno de los factores que determinará su fracaso.
En los años comprendidos entre 1889 y 1914 el marxismo como doctrina teórica y política va a alcanzar un auge sin precedentes, llegando a constituir la ideología dominante en el seno de la Internacional, desplazando a otras doctrinas socialistas. Sin embargo, muchas de estas doctrinas mantuvieron una relativa vitalidad e influyeron en las diversas posturas y alineamientos del socialismo en los diferentes países. Es el caso del proudhonismo y el blanquismo en Francia y del lassallismo en Alemania. También es el caso del anarquismo, cuya vitalidad planteó uno de los primeros retos significativos que hubo de enfrentar la II Internacional como movimiento.
Según Kolakowski, desde el punto de vista doctrinal las principales etapas del desarrollo teórico de la II Internacional pueden dividirse en tres:
«(…) la lucha contra el anarquismo y el revisionismo en la primera y segunda etapa, respectivamente, y el conflicto entre la ortodoxia y el ala izquierda tras la revolución rusa de 1905»[1].
En los años que van desde el surgimiento de la II Internacional en 1889 al inicio de la I Guerra Mundial se dan una serie de transformaciones en la situación europea. En primer lugar está el creciente desarrollo del militarismo asociado a los proyectos coloniales de finales del siglo XIX. Esto promoverá importantes debates al interior de las sociedades europeas de la época y planteará significativos dilemas teóricos y morales al movimiento socialista. La concresión de Italia y Alemania como Estados nación y el interés alemán, sobre todo, por hacerse con parte del botín colonial llevarán a la agudización de las contradicciones interimperialistas en las primeras décadas del siglo XX.
También convendría hablar de las transformaciones que se dan en el seno del capitalismo europeo. El proceso mismo de desarrollo de las estructuras coloniales y neocoloniales determinan un desplazamiento de los costos de sociales y ambientales del desarrollo hacia las regiones del mundo dominadas por el capital europeo. Este proceso de tercerización de los costos del desarrollo viene aparejado, en Europa, con el surgimiento de una política de inversión estatal que pretendía dar respuesta a la controvertida «cuestión social» [2], que había provocado numerosas explosiones revolucionarias (1830, 1848, 1871) y que sostenía un vigoroso movimiento huelguístico que periódicamente se revitalizaba. Con esta política el Estado contenía la oleada revolucionaria y frenaba el auge de la socialdemocracia [3]. Más adelante veremos la política social para el caso específico del Imperio Alemán.
Kolakowski resume los factores que incidieron sobre el desarrollo del pensamiento socialista en este período como «(…) abandono del liberalismo como ideología y como práctica económica: la democratización de las instituciones políticas, y en especial la introducción del sufragio igual y universal [4] en muchos estados europeos; la expansión económica de la Europa occidental y, por último, el desarrollo de las tendencias imperialistas» [5].
El sufragio igual y universal, particularmente, abrió un frente de batalla para los partidos socialdemócratas que, en apariencia, ofrecía la posibilidad de construir progresivamente el socialismo mediante reformas aprobadas en el parlamento. Esta es una de las bases del revisionismo posterior. Desde luego, las actitudes de los diversos partidos y grupos de la II Internacional en torno al parlamentarismo fueron diversas y en algunos casos, la oposición fue total.
El SPD y la política social de Bismarck
Dentro de la II Internacional el partido más importante, tanto por sus dimensiones como por la significación de sus miembros era el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD por sus siglas en alemán). Este era también el partido socialdemócrata más antiguo, heredero del que fundara Lassalle en 1863 y del partido marxista que fundaran Bebel y Liebknecth en 1869. El SPD era hijo del Congreso de unidad de Gotha en 1875, cuyo programa criticara tan duramente Carlos Marx.
El auge del SPD entre los años 1875 y 1878, sumado a la crisis económica que golpeó a Prusia a partir de 1873, posibilitó a Bismarck construir las alianzas suficientes para aprobar en el Reichstag en 1878 un decreto ley que prohibía las reuniones y publicaciones socialistas y disolvía las organizaciones locales del partido. De hecho, lo único que quedó en pie del aparato partidista y donde se concentró la principal actividad y autoridad desde ese momento, fue la fracción parlamentaria [6].
Paralelamente a los decretos anti-socialistas, Bismarck llevó a cabo una política de inversión social que es el antecedente de los modernas políticas sociales europeas. Para entender este proceso conviene repasar rapidamente el desarrollo industrial de Alemania.
Entre los años 1859–1873 la industria alemana había vivido una etapa de auge, donde se sentaron las bases de la futura industria básica nacional: siderurgias, minería y maquinaria ferroviaria. A partir de 1873 y hasta 1896 se da un declive en el crecimiento económico, a causa de la crisis que estalla ese año 1873 y que muchos contemporáneos denominaron como Gran Depresión [7].
Como es de suponer, tanto el auge industrial como la crisis económica de 1873 descansaron sobre la clase trabajadora alemana. Como cualquier otro moderno país capitalista, el desarrollo alemán fue pagado con la sangre de la clase obrera.
A partir de 1871, resueltos con la fundación del Reich alemán los principales problemas políticos, la «cuestión social» pasó a ser el principal elemento de inestabilidad al interior del imperio. Según refiere Monserrat Galcerán, la «cuestión social» en sí misma «(…) es un problema general de la Europa industrializada del siglo XIX; lo que es peculiar de Alemania es el intento de resolverla desde el Estado, con medidas de política social, es decir con medidas legales para combatirla»[8].
En 1883 se da la sanción del seguro de enfermedad por la Dieta Imperial alemana, que contemplaba una retribución salarial de hasta el 50% para los trabajadores industriales. Posteriormente se incluyó en la cobertura del Seguro Social los accidentes de trabajo (1884) y jubilaciones por vejez e invalidez (1889).[9]
Bismarck también apostó por paliar la crisis y la recesión con medidas tales como la creación de empleo público, o la multiplicación de las oficinas de empleo, permisos de trabajo y toda una serie de medidas de intervención estatal que sirvieran como barrera de contención al descontento social.[10]
La socialdemocracia alemana se vio atrapada entonces en una política de tenaza. Por un lado las leyes antisocialistas redujeron la actividad del partido y le plantearon el dilema de afrontar una lucha revolucionaria e ilegal, para la cual no se sentía con fuerzas, o una lucha legal cuyo único frente, casi, era el parlamento. Por el otro lado la demagógica política social del estado bismarckiano atenuaba muchas de las contradicciones derivadas del desarrollo capitalista en Alemania.
En 1890 se derogan las leyes anti-socialistas y la socialdemocracia alemana vuelve por fin, plenamente, a la legalidad. En 1891 realizan el Congreso de Erfurt, donde se reafirma la fuerza del partido y su creciente apoyo popular. Sin embargo, los años de persecución habían dejado su huella. Por un lado el parlamentarismo había devenido acción política fundamental de la socialdemocracia, convirtiendo esta vía y los socialdemócratas electos al parlamento en figuras claves dentro de la vida del partido. Subsistía el temor a una reedición de las leyes anti-socialistas, lo que llevaba al partido a ser sumamente cauto. La acción revolucionaria práctica había sido sustituída por una política de consignas y pactos, que se sustentaba en la concepción determinista del marxismo kautskyano.
Peter Nettl en su biografía sobre Rosa Luxemburgo señala respecto al SPD:
«La confianza, y la posesión de la dialéctica histórica [marcada por el determinismo de Kautsky], venían a ser así un obstáculo para el pensamiento político claro. Cuando empezaron a manifestarse los problemas, el SPD estaba mal preparado para enfrentarse a ellos»[11].
Es en este contexto que se da el surgimiento del revisionismo marxista.
El revisionismo
Sobre el revisionismo daré algunas consideraciones y caracterizaciones generales. Queda para otro artículo la tarea de exponer más detalladamente la concepción de Bernstein y la polémica que se conoció en la época como el Bernstein debatte y que involucró a los nombres más significativos del marxismo de la época, desde los consagrados Kautsky y Plejánov hasta los jóvenes y poco conocidos Rosa Luxemburgo y Lenin.
Como se ha expuesto hasta ahora, el revisionismo como actitud teórica no surge de la nada, sino que se nutre de los procesos que se había dado en la II Internacional y particularmente en el SPD como principal partido del movimiento. La política social de Bismarck y la presencia creciente de la socialdemocracia en el parlamento, no solo en Alemania, llevaron a amplios sectores socialistas de la época a considerar factible una política de reformas.
Ya desde principios de la década del 90 del siglo XIX algunas secciones del SPD del sur de Alemania habían comenzado a asumir, abiertamente, actitudes reformistas. Primero, habían aceptado votar en los parlamentos locales a favor de los presupuestos regionales, algo que iba en contra de la actitud histórica del SPD de votar contra todos los presupuestos del estado burgués. También en 1894 Vollmar, un alemán del sur, había cuestionado en el Congreso de Erfurt la idea de la creciente proletarización del campo y propuesto una política agraria conciliatoria para el partido.[12]
Eduard Bernstein, el padre teórico del revisionismo, había sido hasta ese momento, junto con Kaustky, uno de los grandes nombres del SPD y, por extensión, del marxismo europeo.
Peter Nettl caracteriza a Bernstein de la siguiente manera:
«Bernstein era una figura distinguida en el partido alemán: se le estimaba particularmente por su buen carácter y su temperamento simpático y poco afecto a los excesos. Durante algún tiempo había sido secretario de Engels y siempre había permanecido estrechamente vinculado a éste. Había compartido el exilio en Suiza con muchos dirigentes alemanes importantes, entre ellos Kautsky, del cual era amigo personal. A continuación se había trasladado de Suiza a Londres, donde permaneció (…). Durante su estancia en Inglaterra desarrolló una considerable simpatía por las actitudes inglesas. De hecho, Bemstein no regresó a Alemania hasta 1901. Sus opiniones, por consiguiente, eran consideradas fundamentalmente como el producto de una mente bien conocida y respetada. Sus pares aceptaban sin reservas el derecho de Bernstein a hablar sobre todos aquellos asuntos con autoridad»[13].
Sus años de residencia en Inglaterra acercaron a Bernstein al reformismo de los sindicatos ingleses. Esto, sumado a la relativa estabilidad y auge del capitalismo europeo en la segunda mitad de la década del 90 del siglo XIX, le permitieron iniciar en 1897 en una serie de artículos publicados en Die Neue Zeit, revista de dirigida por Kautsky y principal órgano teórico del marxismo europeo, la revisión de cuestiones claves de la teoría de Marx. Esta serie de artículos se tituló: Problemas del socialismo y fue la base de su libro de 1899: Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.
En su libro Bernstein emprendía el cuestionamiento de premisas del marxismo aceptadas por el movimiento socialista de la época. Cuestionaba que en el capitalismo se diera la concentración de la riqueza en pocas manos, acompañando esta afirmación con una serie de gráficos donde, supuestamente, se demostraba el aumento de la clase capitalista; cuestionaba la crisis como elemento típico de la economía capitalista; cuestionaba la ley del valor de Marx; cuestionaba incluso la idea de una crisis terminal del capitalismo. Consideraba la dialéctica hegeliana como elemento negativo y fuente de muchos de los errores en la obra de Marx. Consideraba que a través de las reformas se podía construir el socialismo y que este ya no era un fin necesario, en el sentido que lo entendía Kautsky, sino algo deseable, moralmente justo. Hegel, entonces, era cambiado por Kant.[14]
Lenin añade:
«El complemento natural de las tendencias económicas y políticas del revisionismo era su actitud ante la meta final del movimiento socialista. “El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo”: esta frase proverbial de Bernstein expresa la esencia del revisionismo mejor que muchas largas disertaciones. Determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, sacrificar estos intereses cardinales en aras de las ventajas reales o supuestas del momento: esa es la política revisionista. Y de la misma esencia de esta política se deduce, con toda evidencia, que puede adoptar formas infinitamente diversas y que cada problema un poco “nuevo”, cada viraje un poco inesperado e imprevisto de los acontecimientos (…), provocará siempre, inevitablemente, esta o la otra variedad de revisionismo»[15].
Como señala Kolakowski el debate sobre el revisionismo fue el más importante de todos los que sacudieron a la II Internacional.[16] El problema con las tesis de Bernstein es que reflejaban un espíritu que había ido ganando fuerza en el movimiento socialista. El reformismo y los pactos que implicaba ya era una actitud común para los sindicatos asociados a los partidos socialdemócratas y para muchos de los líderes de estos partidos. La teoría marxista en el seno de la II Internacional era patrimonio de unos pocos teóricos. La mayor parte de los líderes eran hombres prácticos que de inmediato se identificaron con Bernstein, ya que este decía lo que ellos hacían.
Nettl proporciona un ejemplo del pragmatismo que acompañó este proceso:
«Hombres como Auer, el secretario del partido, deploraban la ventilación en público de lo que en buena medida eran cuestiones de conciencia individual. Le escribió a Bernstein: “Mi querido Ede: Uno no toma formalmente la decisión de hacer las cosas que usted sugiere, uno no dice esas cosas, uno sencillamente las hace” Y Bernstein, que era esencialmente una persona práctica, supo entender; incluso consideró que podía votar en favor de futuras resoluciones que condenaban específicamente el revisionismo. Todo lo que hacía falta era añadir “un grano de sal a su voto”»[17].
A pesar de la formidable embestida de Rosa y aunque el revisionismo fue condenado en sucesivos congresos, los revisionistas no fueron expulsados del partido. Permanecieron dentro de él, como un cáncer.
El problema con el revisionismo, como apunta Hanz Heinz Holz, es que «(…) mina la praxis revolucionaria al cambiar la teoría revolucionaria; la praxis reformista degenera, en el mejor de los casos, en acciones puntuales, de manera oportunista, convirtiéndose en todo caso en estrategia auxiliar de la política del capitalismo. (…) Es que los revisionistas no llegaron al partido desde fuera sino que, al principio, eran buenos comunistas, y hasta líderes desde el punto de vista teórico, Bernstein y Kautsky son ejemplos de ello»[18].
El revisionismo evidenció las profundas desviaciones prácticas y teóricas que se venían gestando en el seno del SPD y la II Internacional y la incapacidad de la codificación kautskyana del marxismo para dar respuesta a esta desviación. Se verificaba entonces una fractura que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 y la I Guerra Mundial habrían de profundizar. Luego de 1918, la socialdemocracia alemana, cada vez más despojada de la mistificación seudomarxista en que se había refugiado, derivó hacia una política claramente reformista de la cual surgió la moderna socialdemocracia europea. Se desentendió del marxismo revolucionario completamente. Baste solo un hecho: cuando Rosa Luxemburgo fue asesinada, el SPD era el partido que gobernaba en Alemania. Ellos contribuyeron activamente a tender un manto de silencio e impunidad sobre este y otros muchos asesinatos.
Notas:
[1] Leszek Kolakowski (1982) Capítulo 1 El marxismo y la Segunda Internacional. En Las principales corrientes del marxismo, Tomo 2, Alianza Editorial: Madrid p.14
[2] Por “cuestión social” se entendía en la época el problema de la miseria de los nuevos sectores sociales desfavorecidos. Cfr. Monserrat Galceran Huguet (s.f.) La invención del marxismo. Iepala Editorial: Madrid. p.10–11
[3] Todos los partidos socialistas del período previo a 1914 respondían al apelativo de socialdemócrata. Es solo luego del estallido de la guerra y el decidido apoyo del Partido Socialdemócrata Alemán a los créditos de guerra del Reich Alemán, que Lenin comienza a usar el término comunista para diferenciar el ala revolucionaria en el seno de la vieja socialdemocracia del ala oportunista.
[4] Acotar aquí a que el sufragio igual y universal a que se refiere Kolakowski es el masculino. Las mujeres no adquirirían el derecho al voto hasta mucho después.
[5] Kolakowski op. cit. p.14
[6] La ley de excepción contra los socialistas fue aprobada en el Parlamento el 19 de octubre de 1878, por 221 votos contra 148. Desde el gobierno la ley se amparaba en el argumento de que para transformar a Alemania en un país moderno, era necesario un período de tranquilidad social. Cfr Galcerán op. cit. p.109
[7] Cfr. Monserrat Galcerán op. cit. p.9–10
[8] Monserrat Galcerán op. cit. p.20
[9] Cfr. José Benjamín Gómez Paz (s.f.) El derecho de la seguridad social y el sistema de salud. Descargado de www.palermo.edu p.3–4
[10] Cfr. Galcerán op. cit. p.21–22
[11] J.P.Nettl (1974) Rosa Luxemburgo. Ediciones Era: México D.F. p.108
[12] Cfr. Nettl op. cit. p.111–112
[13] Nettl op. cit. p.128–129
[14] Para complementar este sucinto resumen de la obra de Bernstein, Cfr. Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Siglo XXI Editores: México D.F. 324 pp
[15] V. I. Lenin (1961) Marxismo y revisionismo. Obras Escogidas Tomo I, Editorial Progreso: Moscú p.69–70. Para Lenin el núcleo del revisionismo estaba en la mentalidad pequeñoburguesa que era traída al seno de la socialdemocracia por las capas de la pequeña burguesía arruinada que, continuamente, se ve arrojada a las filas del proletariado. A un análisis más profundo de las premisas revisionistas y las respuestas de Kautsky, Lenin y Rosa dedicaremos otro trabajo.
[16] Cfr. Kolakowski op. cit. p.30
[17] P. Nettl op. cit. p.136
[18] Hanz Heinz Holz (2014) Observaciones sobre el fenómeno del revisionismo. Revista Marx Ahora, nro 37 La Habana, Cuba. p.141.
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