Así doblegaron la curva del
tifus en el gueto de Varsovia
TERCERAINFORMACION
27/07/2020
Los judíos recluidos por
los nazis en el gueto de Varsovia, en Polonia, sufrieron una epidemia de tifus
que consiguieron extinguir. La solución pudo estar en la distancia social, la
higiene y la formación, medidas impulsadas por los médicos de esta comunidad
aislada a la fuerza. Este tipo de acciones se han repetido en otras pandemias a
lo largo de la historia y han resultado eficaces, lo que reafirma la
importancia de la prevención con la COVID-19.
En
poco más de tres kilómetros cuadrados, las tropas nazis hacinaron en Varsovia (Polonia) a 450.000 personas, lo que suponía alrededor de un tercio
de su población total. Ocurrió a finales de 1940 y con este gesto constituyeron
el mayor gueto judío en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.
Situado
en el centro de la capital polaca, las malas condiciones de salubridad, la
hambruna y una densidad de población de cinco a diez veces mayor que cualquier
ciudad actual fueron el caldo de cultivo perfecto
para que una epidemia de tifus se extendiera como la pólvora.
Se
calcula que contrajeron la enfermedad unas 120.000 personas del gueto y que más
de 30.000 murieron, a lo que se suman los fallecimientos por la escasez de
comida. Sin embargo, en otoño de 1941, cuando la población experimentaba el
mayor índice de contagios y se acercaba el
frío invierno, la curva epidémica empezó a caer hasta extinguirse. ¿Cómo
consiguieron doblegar la curva dentro del gueto?
La
respuesta parece estar en las medidas de prevención que
implementaron los epidemiólogos y el resto de médicos recluidos en el barrio y
que sus habitantes siguieron a rajatabla. Es lo que concluye una investigación internacional
publicada en la revista Science Advances y
dirigida por el biomatemático Lewi Stone, que lleva décadas modelando enfermedades.
Las
medidas iban desde el distanciamiento social a
la cuarentena doméstica. También se fomentó la higiene general, la limpieza de los apartamentos y se habilitaron
comedores sociales para frenar la hambruna.
Otra
de las estrategias que pudo ser clave fue la formación, con
cursos de capacitación sobre higiene pública y enfermedades infecciosas, además
de cientos de conferencias públicas sobre cómo luchar contra el tifus e incluso
una universidad médica subterránea para jóvenes
estudiantes.
Tras la pista de las cartillas de racionamiento
Stone
encontró registros escritos de estas iniciativas en numerosas fuentes
documentales. El investigador explica a SINC que ha podido tener una idea muy
aproximada de lo que sucedió en el gueto, sobre todo gracias a dos fuentes: los
supervivientes y los registros y diarios escritos que fueron escondidos y que
hoy conforman los Archivos del Gueto de Varsovia.
“Mis
mejores fuentes fueron los registros de epidemiólogos especialistas
dentro el gueto. El profesor Jacob Penson, jefe
del pabellón de enfermedades infecciosas, publicó varios registros sobre esta
cuestión”, afirma Stone, que es investigador de la Unidad de Biomatemáticas de
la Universidad de Tel Aviv (Israel).
Además de los
testimonios, las cartillas de racionamiento han sido una pieza fundamental de
la investigación. Impuestas por los nazis para limitar lo que comían los
judíos, eran repartidas mensualmente y han servido para tener una idea aproximada
de la población que había en el gueto.
Como el número de
cartillas de racionamiento disminuyó rápidamente después de marzo de 1941,
podemos suponer razonablemente que gran parte de ese cambio se debió a una alta
tasa de mortalidad”, apunta el biomatemático.
Como muestra la
investigación, las cifras de las tarjetas y del número de casos concuerdan: la
caída de estas cartillas coincidió con el mayor número de muertes por tifus
entre abril y octubre de 1941.
De hecho, de acuerdo a
estas tarjetas, el número de fallecidos por la epidemia de tifus en el gueto y
la hambruna podría haber sido mucho mayor a lo reflejado en los registros
oficiales y podría llegar a los 100.000 muertos en 1941 –casi una cuarta parte
de los habitantes del barrio–, según los científicos.
Lamentablemente,
aunque las medidas preventivas salvaron incontables vidas, la mayoría de los
supervivientes murieron en los campos de exterminio a los que fueron deportados.
Representación mensual
de los casos de tifus en el gueto de Varsovia. Se aprecia cómo el pico de la
epidemia se produjo en octubre de 1941 y repentinamente comenzó a descender. /
Stone et al.
Tifus en la ciudad de Valencia
El
tifus engloba a un grupo de enfermedades bacterianas propagadas por piojos y pulgas. En el caso
del gueto de Varsovia, su población sufría el tifus exantemático,
que está causado por la bacteria Rickettsia prowazekii transmitida
por el piojo del cuerpo. Esta enfermedad tuvo un carácter epidémico en la
Europa de la Segunda Guerra Mundial y en ciudades como Valencia, cuando en el gueto de Varsovia trataban de
doblegar la curva, hacían lo propio en plena posguerra española.
“El
denominador común de ambos escenarios fue la coyuntura epidemiológica, es
decir, la convergencia de las coordenadas ideales para la irrupción y
desarrollo del tifus exantemático y otras enfermedades infecciosas agudas: el
hambre, el hacinamiento y la falta de higiene”, señalan a SINC Xavier García-Ferrandis y Àlvar Martínez-Vidal, profesores de la Universidad
Católica de Valencia “San Vicente Mártir” y de la Universidad de Valencia,
respectivamente.
Los
dos expertos en historia de la medicina han estudiado la epidemia de tifus que
sufrió Valencia entre 1941 y 1943.
La diferencia entre lo ocurrido en Polonia y en la capital del Turia fue el
contexto que provocó ambas crisis sanitarias. “El caso del gueto de Varsovia
fue un confinamiento forzado con fines criminales. El caso español fue
consecuencia directa de casi tres años de guerra y una política de represión contra los perdedores en la
inmediata posguerra”, distinguen.
A la
hora de afrontar la epidemia, en Valencia también se implementaron medidas de confinamiento pero, como cuentan los
investigadores, estas solo afectaron al segmento de la población que se
correspondía con la clase social más desfavorecida,
al asociarse a situaciones de hacinamiento y mala higiene.
“En ocasiones, el
confinamiento se llevó a cabo contra la voluntad de los afectados, una negativa
justificada porque las condiciones higiénico-sanitarias de los lugares de
aislamiento eran tan deficientes que en alguna ocasión se llegó a declarar
algún brote de tifus exantemático en el interior de aquellas infames
instalaciones”, explican los docentes. Además, también se expulsaron a sus
lugares de origen a miles de personas que vivían en las ruinas de los edificios
bombardeados durante la Guerra Civil.
El confinamiento en otras epidemias
Las
epidemias de tifus son un ejemplo de la importancia que tiene la prevención y
el control para frenar su transmisión. Pero no son las únicas. Diego Ramiro, jefe del Departamento de Población del
Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, recuerda que medidas
para reducir el efecto de las pandemias, como las cuarentenas, se han adoptado
en casi todas las pandemias.
“Es el
caso de las epidemias de peste, mientras que
medidas alternativas frente a la difusión de la enfermedad como el cierre de escuelas, teatros o la
prohibición de eventos públicos son medidas normales en pandemias como la gripe de 1918 o la gripe
rusa de 1889-1890”, describe a SINC el sociólogo.
Los
lazaretos –centros hospitalarios aislados para tratar patologías infecciosas–
estaban dirigidos a los pacientes que tenían que hacer cuarentena por
enfermedades como la peste o fiebre amarilla, y aún hoy pueden verse en nuestras costas, indica Ramiro.
“El confinamiento en todas sus formas, es decir,
cuarentenas, lazaretos, cordones sanitarios, alejamiento o huida de zonas
contagiadas, ha sido la medida principal con que las sociedades han afrontado
las epidemias a lo largo de la historia, teniendo en cuenta que la teoría
microbiana y la existencia de las vacunas y
los antibióticos son hitos relativamente recientes en
la historia de la medicina”, comentan García-Ferrandis y Martínez-Vidal.
Los
investigadores destacan las sucesivas oleadas de peste entre
el siglo XIV y el XVIII. En cuanto a las epidemias de cólera del siglo XIX, hubo un rechazo a las medidas de aislamiento porque
impedían las comunicaciones y el comercio en el marco de la Revolución
Industrial.
“En el caso de algunas
enfermedades infecciosas crónicas el confinamiento tenía lugar al recluir a los
enfermos en leproserías y sanatorios antituberculosos. A veces este aislamiento
era obligado y, en ocasiones, de por vida”, añaden.
La prevención de la COVID-19 funciona
Este
breve repaso a la historia de la medicina sirve para comprobar lo habituales
que han sido este tipo de medidas preventivas para luchar contra las
enfermedades infecciosas. Algunas de ellas, como las cuarentenas o el
distanciamiento, se están implementando en la pandemia de la COVID-19.
Una investigación publicada
en PLoS MEDICINE muestra que las acciones funcionan.
¿Cuáles? Una combinación de ellas. El lavado de manos,
el uso de mascarillas y el distanciamiento social –las llamadas medidas
autoimpuestas– junto a políticas de confinamiento –como
el cierre de escuelas, centros de trabajo o la prohibición de reuniones–,
impuestas por los gobiernos, pueden ayudar a mitigar y retrasar el pico de la
pandemia.
Con un modelo
computacional de propagación de la enfermedad, los científicos estudiaron el
efecto estimado de estas medidas de prevención sobre los casos de COVID-19. En
cuanto a las acciones autoimpuestas, si se toman rápidamente y las cumple un
gran número de personas, con una eficacia que supere el 50 %, se puede prevenir
una gran epidemia, según el modelo. Pero si son lentas, solo pueden reducir el
número de casos, sin retrasar el pico.
En cambio, la
implementación temprana de medidas de confinamiento impuestas por los gobiernos
retrasa, pero no reduce el pico de la epidemia de COVID-19. Por eso los autores
concluyen que la combinación de las medidas individuales, sobre todo si se
adoptan rápidamente y por gran parte de la ciudadanía, junto al distanciamiento
social impuesto por los gobiernos tienen el potencial de retrasar y reducir el
pico de la epidemia.
“Las
medidas de autoprotección funcionan bien si las siguen suficientes personas y
las practican a lo largo del tiempo”, puntualiza a SINC Alexandra Teslya,
autora principal del estudio e investigadora del Centro Médico Universitario de
Utrecht (Países Bajos).
En el
caso de que esa adherencia sea
difícil de lograr, según la epidemióloga los beneficios para frenar la
transmisión de la enfermedad serán limitados, puesto que disminuirán las
personas infectadas y el tamaño del pico, pero este no se retrasará. “En este
caso, el confinamiento a corto plazo impuesto por el gobierno puede ser mejor,
ya que puede retrasar el pico”, mantiene Teslya.
Volviendo
a las crisis sanitarias pasadas, la científica recuerda que medidas de confinamiento
impuestas por las autoridades ya se usaron en la gripe de 1918 y fueron
eficaces: las epidemias en las ciudades que las llevaron a cabo se redujeron en
gran medida. El problema fue lo que vino después. “Una vez que estas medidas se
relajaron, a menudo se observaron segundas olas”,
alega. La historia puede volver a repetirse si bajamos la guardia.
Delimitación del gueto
de Varsovia, que ocupaba poco más de tres kilómetros cuadrados del centro de la
capital polaca. / Wikimedia-Share Map.
Los escritos de historiadores, médicos y
microbiólogos en el gueto de Varsovia
Estas son algunas de las
frases escritas desde el gueto de Varsovia sobre la epidemia de tifus,
recogidas en el estudio de Lewi Stone.
Emanuel Ringelblum (1900–1944), historiador polaco.
“La epidemia de tifus ha disminuido de alguna manera precisamente en invierno,
cuando generalmente empeora. La tasa de epidemia ha caído un 40 %. Escuché esto
de los boticarios y lo mismo de los médicos y del hospital”.
Ludwik Hirszfeld (1884-1954),
microbiólogo polaco nominado al Premio Nobel. “En el caso de la Segunda Guerra
Mundial, el tifus fue creado por los alemanes, precipitado por la falta de
alimentos, jabón y agua, y luego, cuando uno concentra 400.000 desgraciados en
un distrito, les quita todo y les da nada, entonces crea el tifus. En esta
guerra, el tifus es obra de los alemanes”.
Chaim Kaplan (1880-1943), maestro polaco. “La
negligencia del Departamento de Salud… ha convertido el gueto en un basurero y
un gran retrete público. El agua congelada y las tuberías del alcantarillado
nos han obligado a hacer letrinas en escaleras y corrales. Estamos rodeados de
suciedad apestosa y cuando la primavera empiece a derretir el estiércol
congelado se amontonará. ¿Quién sabe qué enfermedades espantosas se
desencadenarán entonces?”.
Jakub Penson (1899-1971), médico polaco. “Otra
epidemia estalló en junio de 1941 y continuó hasta junio de 1942. Se extendió
por todo el gueto, infectando a unas 100.000 personas. Esta epidemia fue mucho
más aguda que la primera, con una tasa de mortalidad del 20 % (en la primera
fue de 10 %); durante ese tiempo, unas 20.000 personas murieron de tifus”.
Bernard Goldstein (1889-1959),
sindicalista polaco. “Los muertos eran arrojados desnudos a las calles porque
la ropa era valiosa. Todas las mañanas los vagones eran conducidos a través del
gueto para recoger los cuerpos y llevarlos al cementerio, donde fueron
enterrados en fosas comunes”.
Fuente: SINC
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario