El fracaso de Podemos y la insuficiencia de la “hegemonía”
- "Dado
su continuo declive, puede ya afirmarse con cierta confianza que Podemos
ha fallado hasta ahora, en términos generales, en su misión
histórica"
- "Tanto
la crisis económica como la emergencia del coronavirus han confirmado los
‘límites de la hegemonía neoliberal’"
- "El
declive de Podemos revela una lección importante: si el progresismo ha de
tener oportunidad para crear cambio social duradero, deberá ir más allá de
la hegemonía"
Firma invitada El martes, 28 de julio de 2020
Pablo Iglesias junto a Miren Gorrotxategi en
Durango durante la última jornada de la campaña electoral en Euskadi. / Efe
Gerardo Muñoz y Alberto Moreiras
Las recientes
elecciones regionales en Galicia y en el País Vasco han confirmado que el apoyo
político a Unidas Podemos se ha desplomado. Como ha sugerido Jorge Lago, un cofundador y ahora
exmiembro del partido, Unidas Podemos está ahora en una posición
similar, y potencialmente peor, que la que tuvo Izquierda Unida (IU) antes de
2014, es decir, en los márgenes más bien remotos del sistema político,
con votantes relativamente fieles, pero reducidos. En la medida en que Unidas
Podemos ha absorbido a Izquierda Unida, este resultado es terriblemente pobre:
seis años después de la fundación del partido, no se ve ningún progreso en
términos de un compromiso social general por el cambio del sistema político y
económico. Como sabemos, el partido fue formado tras el movimiento de los
indignados (2011-12) con la idea de enfrentar y realizar una transformación
radical del sistema político instalado tras la transición española a la
democracia en 1978. Hubo un momento, en 2014, cuando pudieron proclamarse de
manera entusiasta principal partido nacional en términos de intención declarada
de voto, pero, dado su continuo declive, puede ya afirmarse con cierta
confianza que Podemos (el nombre original del partido) ha fallado hasta ahora,
en términos generales, en su misión histórica. No hay ninguna alegría en
decir esto. Aunque es verdad que Unidas Podemos gobierna hoy en coalición con
un más poderoso Partido Socialista, y que el secretario del partido, Pablo
Iglesias, es Vicepresidente del Gobierno y Ministro de Derechos Sociales en la
Moncloa, es difícil sostener, como testifican las elecciones regionales y la
enorme pérdida de votos en ambas regiones autónomas, que hayan aprovechado de
manera exitosa su posición dentro del gobierno. De cierta manera, Iglesias
todavía encarna la posición de un pequeño Rex [qui] regnat et non gubernat.
¿Cómo puede explicarse la espectacular caída de Podemos? En los años venideros,
tanto politólogos como historiadores debatirán acerca de las causas y factores
que contribuyeron a su fallida apuesta política, pero nos gustaría plantear que
su declive no solo se debe a sus problemas específicos de liderazgo, al curso
de los acontecimientos históricos, o a la profundización de la fragmentación
social y la desorientación de la sociedad – todos estos son, por cierto,
factores secundarios. Pero hay algo más: su trabajo teórico-político de base
fue inadecuado desde el comienzo. El fracaso de Podemos es también un
fracaso de la teoría.
Habilitándose a
sí mismo como un partido populista que surgía de las olas de protesta social
contra la austeridad y la precarización del 15M, Podemos mantuvo que la teoría
de la hegemonía, tal como fue conceptualizada por pensadores políticos
como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, junto con la teoría del
populismo que Laclau propuso a inicios de los años 2000, que incorporaba la
teoría de la hegemonía, era el mejor y único modelo para traducir las demandas
sociales radicales en una transformación del statu quo político.
Incluso pensaban que la hegemonía, en cuanto teorizada por Laclau y Mouffe,
ofrecía un camino hacia un nuevo sentido común, capaz de recuperar el
compromiso con la democracia que había sido abandonado por las élites
institucionales, incluyendo a los socialistas. Nunca pensaron en condiciones
españolas específicas, donde las complejidades de la vida política estaban
destinadas a hacer de su teoría, a pesar de su genialidad original, un corsé
inutilizable. Como sostiene Lago, el Podemos original tenía un diseño claro
(aunque, desgraciadamente, demasiado claro) para construir una contra-mayoría
capaz de reunir especificidades territoriales dentro de un proyecto
nacional-popular. Pero nunca dudaron de que su marco teórico pudiera guiarlos
hacia una realización concreta: lo dieron por hecho a través de sus slogans
auto-celebratorios sobre híper-liderazgos mediáticos y la construcción
equivalencial de “el pueblo”.
La hipótesis de
la hegemonía, predicada
sobre la unidad popular y dependiente de la unión de las demandas populares
bajo un mando autorizado y frente a un antagonismo radical contra
la casta reinante, fue usada tan efectiva como torpemente para
neutralizar conflictos y disensos dentro del partido, mientras que, al mismo
tiempo, se dejaba de lado la construcción de instituciones y una organización
de bases sólida y plural. Estaban por la democracia, pero era un tipo de democracia
particular. Las cadenas equivalenciales de Laclau y Mouffe terminaron siendo
las cadenas de los que querían servir bajo el yugo de Iglesias (o,
alternativamente, bajo el de Íñigo Errejón, el segundo al mando). Dejando de
lado el doloroso (y, para muchos, imperdonable) error de rehusar facilitar un
Gobierno socialista después de las elecciones de 2015, el cénit de tal errancia
política se vio durante el segundo congreso del partido en Vista Alegre, en la
primavera de 2017, donde los principios imperativos de “unidad” y “consenso”
decretados por Pablo Iglesias obstruyeron toda posibilidad de reformas internas, como las propuestas por
Íñigo Errejón, quien de
manera tímida y excesivamente respetuosa abogó por el pluralismo en el partido,
la permeabilidad institucional y una transversalidad social inclusiva. Después
de 2017, Podemos perdió su compromiso (y quizá incluso su capacidad) para
emprender el proceso necesario de “aprendizaje lento” y atención cuidadosa a la
realidad, que filósofos políticos como José Luis Villacañas estaban recomendando –
optando por una visión política enraizada en liderazgo vertical, autoritarismo
interno y alianzas políticas precarias (y precariamente oportunistas) en las
regiones autónomas que se desmoronaron, en todas partes, con el tiempo.
Mientras
Errejón, el segundo líder más importante en ese momento, y
su errejonismo tuvo el potencial de reformar
Podemos,
su posición política minoritaria actual también habla de las deficiencias del
principio de la hegemonía que todavía enmarca, de manera obstinada y contra
toda evidencia, su práctica política. Errejón tuvo al menos dos oportunidades
para alejarse del modelo hegemónico de Podemos: primero en el Congreso de Vista
Alegre de 2017, cuando fue sólidamente vencido por el ala de partido de
Iglesias, y luego en 2019, al crear una plataforma política en alianza con el
Partido Verde Español (EQUO), Más Madrid, que terminó perdiendo el Gobierno de
Madrid ante el Partido Popular (PP). Desde entonces, el errejonismo en
cierto modo también ha abandonado una visión nacional, favoreciendo en su lugar
una retórica ecológica en conjunción con
aliados nacionalistas territoriales que también generó crisis interna. El hecho de que
el errejonismo eligiera una estrategia “de búnker” no habla solamente
de la falta de estrategia institucional heredada de Podemos: también hace
explícita una posición defensiva basada, en última instancia, en ideales
abstractos de orden, popularismo, y soberanías regionales, como si su destino
fuera el de preservarse a sí mismos como ejército de reserva de una izquierda
futura. Si para Unidas Podemos la hegemonía, en aplicación caída de la teoría
general de Laclau, trabaja como un aparato para nombrar y luego representar la
fidelidad al liderazgo central, el mismo principio de la hegemonía sirve
al errejonismo como una respuesta política cazalotodo para una
recomposición de la izquierda en tiempos más democráticos y bajo mejores
condiciones. Pero no sucederá, o no para ellos. En un escenario social cada vez
más fragmentado, la clausura teórica de la hegemonía que da forma a la praxis
política de este grupo progresista termina siendo una parálisis. Los límites de
la teorización general de Laclau al nivel de la política efectiva han operado
como grilletes y anteojeras que han destruido en gran medida la fuerza política
inicial de Podemos y no pueden hacer mucho por restaurar Más Madrid o
el errejonismo a ningún lugar particularmente prometedor.
Por años hemos
sugerido que es necesario pensar más allá de la hegemonía. La teoría de la
hegemonía, si bien es una descripción brillante de la construcción política en
general, es también un principio inadecuado e insuficiente para la
construcción social en el camino de una democratización basada en la igualdad.
Como la periodista Lucía Méndez nos ha recordado
recientemente, la noción de posthegemonía (en particular en la versión de Jon
Beasley-Murray) era más cercana en algunos aspectos importantes al espíritu
inicial de Podemos, los vinculados de manera más orgánica con el movimiento del
15M, pero fue rápidamente abandonada a favor de una así
llamada latinoamericanización de la política española, esto es, a
favor de una apuesta por una construcción popular-nacional que es el principal
referente para la teoría del populismo de Ernesto Laclau. Hay también un giro
concomitante y quizá en última instancia más profundo hacia un gramscismo
pedagógico, que tiene el mérito de reconocer algunas limitaciones de la teoría
reductiva de Laclau y Mouffe, pero que se mueve hacia una especie de larga
marcha de la historia que probablemente no tiene aplicación política inmediata.
El énfasis en producción de think-tanks para la formación de
militantes (la “autodisciplina” gramsciana del trabajador que se prepara para
el despliegue de la ley histórica) es otro aspecto de un componente pedagógico
en la nueva cultura política que parece obsoleto y, en última instancia, contra-productivo.
De todas
maneras, para que todos estos diseños tengan una oportunidad política real, debe
adoptarse un nuevo marco operacional al margen del dogmatismo hegemónico,
en particular si existe interés en evitar los errores de los últimos años, que
pueden haberse vuelto ya, paradójicamente, demasiado cómodos para muchos.
Una operacionalización
posthegemónica de la práctica democrática no constituye ni
doctrina política ni ningún nuevo concepto civilizacional. Debe usarse como un
indicador de la práctica política que busca favorecer la producción del disenso
y la subsecuente negociación del conflicto, en vistas a una simbolización
igualitaria, en una sociedad rápidamente fragmentada que no es ni será
dependiente de principios hegemónicos, ni querrá serlo, para conseguir cohesión
social. Lejos de ser una condición de creación de “el pueblo”, ese horror
unificador es precisamente lo que el pueblo no quiere, y ya ha rechazado, para
cualquiera que tenga oídos para oír.
Para concluir,
Lago está en lo correcto al declarar que tanto la crisis económica como
la emergencia del coronavirus han confirmado los “límites de la hegemonía
neoliberal”. Debemos también extender esta tesis a la inadecuación
del concepto mismo de hegemonía, que ha probado ser incapaz, una y otra
vez, de enmendar las fracturas de la democracia más allá de la mera conquista
temporal y la administración fortuita del poder estatal, como hemos visto en la
experiencia de varios gobiernos latinoamericanos de la marea rosa. La teoría de
la hegemonía, en las manos de algunos autoproclamados intelectuales orgánicos,
cuando es usada como el modelo preferido para la práctica política, no puede hacer
mucho más que servir de palanca para una clase metropolitana políticamente
involucrada y teóricamente adoctrinada. El declive de Podemos revela
una lección importante: si el progresismo ha de tener oportunidad para crear
cambio social duradero, deberá ir más allá de la hegemonía, que es un
concepto que en última instancia pertenece a la gramática de la política
militante del siglo veinte, pero que no es apropiado para navegar la naturaleza
heterogénea de las muy complejas sociedades contemporáneas.
*Gerardo Muñoz enseña en la
Universidad de Lehigh, Pensilvania. Su más reciente publicación es La
fisura posthegemónica (Doblea editores, 2020).
@GerardoMunoz87
*Alberto
Moreiras es profesor en la Universidad de Texas A&M. Sus más recientes
publicaciones son Sosiego siniestro (Guillermo Escolar Editor,
2020) y Manual de infrapolítica (La Oficina ediciones,
2020). @MoreirasAlberto
* * *
Acampada
Zaragoza inaugura la Universidad del Pueblo en la Calle con un taller sobre
Economía Política
>>> La
asamblea ha decidido desarrollar herramientas de Democracia 2.0 para procesar
la ingente cantidad de propuestas que están recibiendo
Zaragoza.- Acampada Zaragoza inauguró
ayer a mediodía la Universidad del Pueblo en la Calle con un taller sobre
Economía Política a cargo del columnista y escritor sevillano afincado en Zaragoza,
Manuel Sogas.
Con la ayuda de una pizarra y un
sistema de megafonía, Sogas fue desgranando ante unas doscientas personas los
entresijos del funcionamiento del modo de producción actual, con especial
atención a todo lo relacionado con la crisis del sistema, el mercado del
trabajo y la obtención de los beneficios empresariales.
Así el ponente explicó que “la crisis capitalista objetivamente es una
interrupción en el proceso de acumulación del capital, llegado un momento en el
que la tasa de beneficio del capital cae por debajo de lo que se establece como
mínimo necesario para que el capital siga creciendo”.
Sogas incidió también en que, en toda
sociedad “hay una estructura económica (que es
la que decide cómo se produce), una estructura política (que es la que regula a
la estructura económica), y una estructura ideológica (que es la que legitima a
las dos anteriores)”, por lo que “actuar contra la crisis capitalista es actuar
contra estas tres estructuras”.
Desde el público se apuntaron diversas
cuestiones como la dificultad que tienen las pequeñas y medianas empresas
españolas para competir en igualdad con las macrofactorías chinas donde la
gente trabaja 7 días a la semana, 12 horas cada día, por menos de 50 euros al
mes; las incoherencias económicas que encierra la Unión Europea; o el papel de
los medios de comunicación en la sociedad.
Por la tarde tuvo lugar un segundo
taller sobre Asamblearismo, en el que Elsa Navarra expuso ante decenas de
personas las ventajas e inconvenientes de los modelos asambleario y
representativo de intervención social.
Democracia 2.0
En cuanto al funcionamiento de la
Acampada, desde la comisión de Comunicación informaron ayer de que se van a
implantar herramientas de Democracia 2.0 “para
agilizar el procesamiento de la ingente cantidad de sugerencias y proposiciones
que nos están llegando de todos los ciudadanos que están participando y
colaborando con nosotros”.
Según Daniel Ayuda, uno de los expertos
que están desarrollando la iniciativa, “este
sistema está relacionado con experiencias como Open Data y Open
Government que ya funcionan en otros lugares, y su finalidad es
incrementar la participación ciudadana en los asuntos públicos a través de la
red”.
Tags: acampada
zaragoza, acampadazgz, democracia 2.0, democracia real
ya, economía
política, manuel sogas
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