Después de la Shoah,
Israel se estableció en la inocencia ontológica. Y, en efecto, los judíos
fueron primero víctimas, víctimas en la cumbre de la historia de la violencia
humana. Pero víctima, incluso a esta escala, no significa «inocente para
siempre».
El fin de la inocencia
Frédéric Lordon
El Viejo Topo
17 abril, 2024
A veces somos
bendecidos con inesperados momentos de verdad. «El pescado se pudre por la
cabeza», declaró el primer ministro francés Gabriel Attal cuando se abalanzó
sobre la última invención del bando del apoyo incondicional: arremetía contra
la supuesta corrupción moral del activismo estudiantil contra la guerra de Gaza
en el «elitista» Institut d’études politiques de París. Una declaración milagrosamente
acertada de una boca típicamente llena de falsedades. Que el pescado se pudre
por la cabeza es incluso doblemente cierto. Porque la cabeza puede entenderse
en un sentido metafórico: como representación de los gobernantes y, más en
general, de los dominadores. En este sentido, sí, la podredumbre está ahora en
todas partes. Y también puede entenderse en un sentido metonímico: como las
operaciones del pensamiento y, en el caso que nos ocupa, la decadencia de esas
operaciones. Más aún: el colapso de las normas que supuestamente las rigen.
Tal colapso no
es atribuible a la mera estupidez (que rara vez constituye una buena
hipótesis), sino más bien a la estupidez interesada. Porque, aunque sea a
través de una amplia mediación, los intereses materiales son en última
instancia determinantes de la inclinación a pensar de una manera y a prohibir
pensar de otra. Aquí es donde la cabeza podrida del pez articula su doble
significado: la violencia del frente burgués (metáfora) desatada en la
imposición de sus formas de pensamiento (metonimia).
¿Por qué se ha
desatado con una ferocidad que no se desataría, por ejemplo, en cuestiones de
fiscalidad o de jornada laboral? ¿Qué hay en este acontecimiento internacional
que tiene una resonancia tan poderosa en las coyunturas nacionales de clase?
Una respuesta es que las burguesías occidentales consideran que la situación de
Israel está íntimamente ligada a la suya. Se trata de una conexión imaginaria y
semiconsciente que –mucho más que simples afinidades sociológicas– está
impulsada por una afinidad subterránea que no puede sino negarse. Simpatía por
la dominación, simpatía por el racismo, quizás la forma más pura de dominación,
y por tanto la más excitante para los dominadores. Esta afinidad se acentúa
cuando la dominación entra en crisis: una crisis orgánica en el capitalismo,
una crisis colonial en Palestina, como cuando los dominados se rebelan contra
viento y marea, y sus antagonistas están dispuestos a aplastarlos para
reafirmar la dominación.
Pero también
existe una fascinación más profunda para la burguesía occidental. Fue Sandra
Lucbert quien vio esto con penetrante perspicacia, planteando una palabra que
creo decisiva: inocencia. La fascinación es por la imagen de Israel como figura
de dominación en la inocencia. Dominar sin llevar la mancha del mal: ésta es
quizá la fantasía última del dominante. Durante su juicio, el militante de
izquierdas Pierre Goldman grita al juez: “Soy inocente, soy ontológicamente
inocente y usted no puede hacer nada». Por muy diferentes que sean las
circunstancias, sus palabras resuenan: después de la Shoah, Israel se
estableció en la inocencia ontológica. Y, en efecto, los judíos fueron primero
víctimas, víctimas en la cumbre de la historia de la violencia humana. Pero
víctima, incluso a esta escala, no significa «inocente para siempre». La única
manera de pasar de una a otra es mediante una deducción fraudulenta.
La burguesía
occidental retiene de todo esto sólo lo que le conviene. Le gustaría tanto
entregarse a la dominación en la propia inocencia. Evidentemente, esto es más
difícil, pero el ejemplo lo tienen delante de los ojos, y quedan hipnotizados
por él, e inmediatamente atrapados en una solidaridad reflexiva.
El ser humano
tiene varias maneras de no enfrentarse a la violencia que ejerce. La primera
consiste en degradar al oprimido: no es verdaderamente humano. En consecuencia,
el daño que se les hace no es realmente malo y se preserva la inocencia. Sin
duda, la más poderosa y común es la negación. Para eso se utiliza el término
«terrorismo». Es una categoría diseñada para impedir el pensamiento, en
particular el pensamiento de que ex nihilo nihil: que nada viene de la nada.
Que los acontecimientos no caen del cielo. Que existe una economía de la
violencia, que funciona sobre la base de una reciprocidad negativa. Y que
podría resumirse en una paráfrasis del principio de Lavoisier: nada se pierde,
nada se crea, todo vuelve. Los innumerables actos de violencia infligidos al
pueblo palestino tenían que volver. Sólo aquellos cuya única operación
intelectual es la condena tenían garantizado no ver venir nada de antemano ni
entender nada después. A veces la incomprensión no es una debilidad del
intelecto sino un truco de la psique: su imperativo categórico. Hay que no
entender para no ver: para no ver una causalidad de la que uno forma parte -y
por tanto no es tan inocente.
Afirmar que
todo empezó el 7 de octubre es una corrupción intelectual viciosa y
característica de este tipo, que sólo una nación ontológicamente inocente
podría suscribir, junto con todos aquellos que les envidian, y que adoran creer
con ellos en efectos sin causa. Ni siquiera debería sorprendernos que algunos
de ellos, como es el caso de Francia, sigan utilizando la palabra «terrorismo»
contra los activistas climáticos –etiquetándolos de «ecoterroristas»– sin
pestañear cuando deberían estar escondidos, consumidos por la vergüenza. Ni
siquiera respetan a los muertos, cuya memoria pretenden honrar y cuya causa
apoyan. Pero el «terrorismo» es el escudo de la inocencia occidental.
El mal uso del
término «antisemitismo» puede analizarse en términos similares. En sus
desviaciones actuales (que obviamente no agotan todos los casos, ya que hay
mucho antisemitismo auténtico) la acusación pretende deslegitimar a todos
aquellos que desean reconocer la causalidad y, por tanto, poner en tela de
juicio la inocencia.
La putrefacción
de la cabeza es ante todo esto: la corrupción interesada de las categorías y
operaciones del pensamiento, porque lo que hay que proteger es demasiado
valioso. La consecuencia es el rebajamiento –incluso se podría decir el
envilecimiento– del debate público. No es casualidad que el pez podrido haya
hablado por boca de Attal, ya que este envilecimiento es típico del proceso de
fascistización en el que el macronismo, apoyado por la burguesía radicalizada,
ha envuelto al país. Un proceso que podemos reconocer por el creciente imperio
de la mentira, la tergiversación sistemática, incluso la fabricación descarada.
Con –como es justo y apropiado, y siempre es el caso– la colaboración de los
medios de comunicación burgueses.
Sin embargo,
todos los desmentidos y compromisos simbólicos, toda la intimidación y la
censura, no harán nada para detener la implacable oleada de realidad de Gaza.
Lo que el campo del apoyo incondicional está apoyando, y a qué precio, es algo
que evidentemente ya no es capaz de ver. Para todo aquel que no haya perdido
completamente la razón y mire con horror, la perdición ideológica –entre el
racismo biológico y la escatología mesiánica– en la que se está hundiendo el
gobierno de Israel no tiene fondo. Lo que podemos ver, y lo que ya sabíamos, es
que los proyectos políticos escatológicos son necesariamente proyectos asesinos
de masas.
Como ha argumentado Illan Pappé, el sello distintivo de la colonización cuando
se basa en asentamientos es el deseo de eliminar la presencia de los ocupados
–en el caso de los palestinos, ya sea mediante la expulsión-deportación o, como
vemos ahora, mediante el genocidio. Aquí, como en otras ocasiones similares
registradas por la historia, la deshumanización vuelve a ser el tropo
justificativo por excelencia. Ahora hay innumerables ejemplos de ello, tanto de
los portavoces oficiales israelíes como en la fangosa corriente de las redes
sociales, asombrosos en su alegre monstruosidad y sádica exultación. Esto es lo
que ocurre cuando se levanta el velo de la inocencia y, como siempre, no es un
espectáculo agradable.
Una
característica de este paisaje de aniquilación que llama nuestra atención es la
destrucción de cementerios. Así reconocemos los proyectos de erradicación: la
dominación llevada hasta la aniquilación simbólica que, si es una paradoja,
recuerda los términos del herema de Spinoza: «Que su nombre sea borrado de este
mundo y para siempre». En este caso, no fue un gran éxito. Tampoco lo será
aquí.
Lo que estamos
presenciando es un suicidio moral. Nunca antes se había producido un
despilfarro tan colosal del capital simbólico que se creía inexpugnable, que se
había acumulado tras la Shoah. Resulta que se acerca la hora del ajuste de
cuentas simbólico para todos, especialmente para este proyecto colonial que se
autodenomina Occidente y pretende tener el monopolio de la civilización, pero
que ejerce la violencia en nombre de sus principios. Si es que alguna vez
flotaron, sus credenciales morales están ahora hundidas. Se necesita la
arrogancia de los gobernantes que pronto caerán, que aún no lo saben, para
creer que pueden seguir este camino sin coste alguno. Aquellos que permanecen
pasivos, que participan como cómplices, incluso actuando como negadores de un
crimen tan enorme que se está cometiendo ante sus ojos y ante los ojos de todos
los demás –personas de este tipo ya no pueden reclamar nada. El mundo entero
está viendo morir a Gaza, y el mundo entero está viendo cómo Occidente mira a
Gaza. Y nada se les escapa.
En este punto,
pensamos inevitablemente en Alemania, cuyo apoyo incondicional ha alcanzado
niveles de delirio asombrosos, y de la que un internauta de humor negro pudo
decir: «Cuando se trata de genocidio, siempre están en el lado equivocado de la
Historia». No es seguro que «nosotros» –Francia– estemos mucho mejor, pero sí
es seguro que la Historia nos espera a todos a la vuelta de la esquina.
Historia: esto es lo que Occidente encuentra en Gaza. Si, como hay razones para
creer, se trata de una cita con el declive y la caída, entonces llegará el
momento en que podremos decir que el mundo se dio la vuelta en Gaza.
Fuente: https://newleftreview.org/sidecar/posts/end-of-innocence
Artículo seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de
Salvador López Arnal
*++