martes, 8 de junio de 2021

Eladio García Castro y la historia perdida del PTE

 

Eladio García Castro y la historia perdida del PTE

” Pan, Trabajo y Libertad. Historia del Partido del Trabajo de España”, obra colectiva coordinada por José Luís Martín Ramos (coord.) (El Viejo topo, Barcelona, 2011)…La memoria histórica también tenía que llegar hasta este sector, ante todo sobre el PTE, el partido más importante de la izquierda del PCE-PSUC.




Por Pepe Gutiérrez-Álvarez 

Kaosenlared

Publicado el 8 Jun, 2021

En el debate suscitado por varios artículos con mi firma  sobre el maoísmo me he referido al único estudio publicado sobre esta corriente, al menos que yo sepa, sí bien son diversas páginas on line la que han tratado de evocar esta formación que en sus mejores momentos resultó ser la más influyente de lo que se llamó izquierda radical. Estamos hablando de” Pan, Trabajo y Libertad. Historia del Partido del Trabajo de España”, obra colectiva coordinada por José Luís Martín Ramos (coord.) (El Viejo topo, Barcelona, 2011)…La memoria histórica también tenía que llegar hasta este sector, ante todo sobre el PTE, el partido más importante de la izquierda del PCE-PSUC, sobre el que existían muy pocas aportaciones en papel escrito (la última, la de José Antonio Errejón en viento Sur 115), y unas pocas más en Internet. Dicha recuperación viene dada por el trabajo de la Asociación Pan y Libertad que ya había auspiciado otra obra La lucha por la ruptura democrática en la Transición que reúne documentos, fotografías, y una serie de artículos: Transición y transiciones permanentes, por Ramón Adell Argilés; Los movimientos sociales, por Manel Gracia Luño; El Partido del Trabajo de España, por Amador Rivera Pavón; La prensa del partido, por Antonio Bocanegra Martínez; La represión en la transición, por Alfredo Grimaldos Feito…El proyecto es todo lo extenso que merece una primera introducción.

La edición reseñada marca un salto cualitativo por su amplitud. Estamos hablando pues de una historia en construcción que comienza a ofrecer sus primeros frutos sacando este partido del foso del olvido, una tarea que comienza como no podía ser menos haciendo un listado de los militantes asesinados por las fuerzas del orden público, a los que habría que añadir una lista casi interminable de hombres y mujeres represaliados, encarcelados y torturados. Una primera secuencia que nos sitúan ante una historia trabajada muy duramente desde abajo, por una militancia que trataba de recuperar las mejores tradiciones militantes al tiempo que criticar aspectos insostenibles, primordialmente los heredados de una visión idealizada del estalinismo.

Los trabajos se apoyan en una amplia documentación y en las fuentes orales, es la obra coordinada por José Luís Martín Ramos, Pan, Trabajo y Libertad. Historia del Partido del Trabajo de España (El Viejo topo, Barcelona, 2011), y que incluye trabajos de otros autores como Marta Campoy, Manel Gracia y Ramón Franqueza, todos ellos estudiosos y antiguos militantes del partido.

Este primer trabajo ofrece una visión de conjunto sobre una experiencia que todavía resulta cercana, y que se desarrolla en un tiempo largo y agitado, y en una organización que conoce diversas etapas, y sobre la cual queda casi todo por hacer, desde tal o cual capítulo nacional, regional o local hasta los puramente personal, lo biográfico, un terreno en el que, hasta el momento, la cosecha es muy limitada. Todavía sabemos poco de “la gente” del PTE, y lo que hay no es muy conocido, por ejemplo, poca gente sabe que las militantes que aparecen en la valiosa película “Entre rojas” (1995), dirigida por Azucena Rodríguez y protagonizada por Penélope Cruz, pero sobre todo las que encarnan Cristiana Marcos y María Pujalte. Es una verdadera lástima que no se haya creado una institución que recoja los textos, testimonios o las aportaciones de los historiadores.

Reconocido como  el líder más reconocido del PTE,  García Castro, Eladio (Sevilla, 1944), el principal partido de la izquierda radical que a pesar de contar con una implantación bastante considerable no consiguió representación parlamentaria. La militancia de Eladio viene precedida por  la “desaparición” de si abuelo luchador del Sindicato de los Trabajadores del Puerto, a sus dos hijas las encerraron en prisión, el mismo conoció a su padre con 8 años, en una comunicación en el Penal del Dueso de Santoña; debía su nombre  a un hermano de su padre, fusilado por ser concejal del Frente Popular. El joven Eladio de vocación rebelde, estudió en la Escuela Técnica de la Universidad de Sevilla, en la que, dando clases particulares de matemáticas, se costeó su carrera de arquitecto. Militante del PCE en el seno del movimiento estudiantil, Eladio comenzó como otros jóvenes de entonces a cuestionarse la línea oficial expresada  en el libro Santiago Carrillo Y después de Franco ¿qué . Y de aquellos años de lucha, un rebelde cuya primera desobediencia sería contra las consignas del Partido contra una huelga por el asesinato de un trabajador en la comisaría de la Rinconada.

Indisciplina que terminaría con su expulsión y su trasvase al PCI, inicialmente castrista aunque en 1968 su CC  decidió girar hacia el marxismo leninismo pensamiento Mao, editando a finales de los años sesenta su propio “Libro Rojo” desde el que sentenciaban lo que era correcto y lo que no dentro de una línea que rememora al PCE del “tercer periodo”, unos criterios que García Castro hará suyo hablando del “triunfo del socialismo en la Unión soviética” con Stalin, del “triunfo del socialismo en un solo país” o presentando a Mao como “un revolucionario mundial, que ha hecho aportaciones importantes a la teoría del marxismo leninismo y que ha conducido en la práctica a la revolución china”, un recorrido que fue efectuado desde un entusiasmo similar al que albergó el prosovietismo en la época en que Stalin aparecía como el líder del antifascismo.

En aquel destino conoció la cárcel. Durante el estado de excepción de 1969, decretado por Franco tras una masiva movilización estudiantil, fue detenido  y pasó 14 días de malos tratos en comisaría; detenido nuevamente y acusado de instigador en grado de “dirigente”, Eladio huye a Barcelona, en 1972, tras nuevas detenciones de militantes, el PCI se divide, y una mayoría decide borrar un nombre que estiman como “trotskista”; en tanto que una minoría persiste desde el PCI Línea Proletaria para extraviarse en el curso que viene (con graves acusaciones de la turbia muerte de un militante), la mayoría toma el nombre de PTE, del que Eladio acaba siendo elegido secretario general como el camarada Ramón Lobato, alguien fuera de toda duda según las premisas del maoísmo asimilado desde la “gran revolución cultural proletaria”.. Desde su punto de vista “El PTE era un partido basado en la rama china del PCI. Pero lo primero que hizo la nueva dirección fue dar un viraje a la actividad, que no se fundamentara sólo en escribir panfletos sino en fomentar los movimientos de masas”.

Parece indudable que a pesar de su pobreza teórica, el PTE supo animar a una militancia entregada, capaz de desarrollar un enorme trabajo organizativo como la muestra su papel decisivo en la creación  del Sindicato Obrero del Campo (SOC) en Andalucía o la Joven Guardia Roja, la organización juvenil del PTE, con fuerte implantación en la Universidad y un sistema de funcionamiento de exaltación al líder, en el caso de (Josefina)  Pina López Gay (Almería,   1949-Madrid, 2000), Inés en la clandestinidad y que fue sin duda la personalidad más popular de la formación, acabó trabajando desde su condición de especialista en Historia de América llegó a ocupar en nombre del PSOE el cargo de presidenta   de la Comisión Nacional V Centenario desde la que exaltaba la colonización.

La evolución del PTE hacia un terreno intermedio entre la izquierda institucional y la radical,  EL PTE llevó a García Castro a tomar parte en la Junta Democrática a pesar de veto velado de Carrillo. Legalizado después de las elecciones de junio de 1977, el PTE obtuvo cerca de 200.000 votos. Del conjunto de las experiencias electorales quizás su mayor apuesta fue ofrecer toda la base militante y los medios para una candidatura catalana presidida por el líder histórico de ERC. Heribert Barrera quien, a la postre resultó el único electo para acabar negociando con Pujol su protagonismo parlamentario. En pleno desconcierto, tras la fracasada tentativa de unificación entre el PTE y la ORT más sus respectivos sindicatos efectuada de la manera más burocrática posible llegó la muerte de Mao, la caída de la llamada “banda de los cuatro”, el irresistible ascenso de la izquierda institucional que ofrecía cargos bien renumerados a la militancia, acabaron por hacer desaparecer la formación de la que apenas quedarían vestigios sí bien parte siguió con su lucha en frentes como la solidaridad (con Nicaragua y el POLISARIO), integrándose en IU o en el nacionalismo de izquierda como resultó ser el caso de Cataluña con el BEAN , escisión que, al contrario que el PTE, votó No a la Constitución..

Desde entonces, Eladio se apartó de la militancia para trabajar en el terreno de la defensa de los Derechos humanos en Cádiz.  Huellas de aquel tiempo se pueden encontrar en un par de folletos editados con su nombre, La crisis económica: una alternativa económica, una alternativa democrática; ¿Qué es la Dictadura del Proletariado? España, un socialismo sin adjetivo; la detallada entrevista incluida en el volumen Los partidos marxistas, sus dirigentes/sus programas (Ed. Anagrama, Barcelona, 1977, edición a cargo de Fernando Ruiz y Joaquín Romero) donde revela su miseria teórica, sin olvidar una entrevista aparecida en el diario Público. Hasta el momento el estudio más amplio es el de J.L. Martín Ramos, Pan, trabajo y libertad. Historia del partido del trabajo (El Viejo Topo, 2011)

por Taboola

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El ‘apartheid’ vacunal es un espejo del capitalismo. [ Atención, atención. Se ruega atención, y que no me hagan repetir las cosas que no me gusta. Atención: se necesitan más votos de trabaajdores para hacer subir a la extrema derecha, mangui-derecha, derecha sin más, centro trotante, centro centro pero bien del centro, centro verde de eco y centro central, porque estamos convencidos que entre todos esto lo podemos empeorar todavía más. Para más información acudir al sobrino del Maestro Armero a eso de las 12. Eso sí, sin hablar de política ni meternos en política que eso de la polítiica, nene caca, y deja ya de joder con la pelota ]


El ‘apartheid’ vacunal es un espejo del capitalismo

Joan Benach

El Viejo Topo

07.06.2021

La pandemia no sólo está generando un gran impacto mundial en pobreza, enfermedad y muerte sino también una gran desigualdad en la vacunación. A mediados de abril, se habían aplicado más de 900 millones de dosis de vacunas, pero los países ricos recibieron el 85% por sólo el 0,2% en los más pobres. En mayo, se estima que más de tres cuartas partes de las vacunas han sido administradas en apenas 10 países. Mientras tanto, el continente africano apenas ha recibido el 1% de las vacunas, aunque tiene el 15% de la población mundial. Al tiempo que en muchos países ricos entre una tercera y dos terceras partes de la población ya han recibido al menos una dosis, en países como Siria o Congo apenas una o dos de cada 10.000 personas la han recibido. De hecho, mientras en algunos países ricos ya se está vacunando a jóvenes y grupos de bajo riesgo, en países como Chad, Tanzania o Burkina Faso ni tan siquiera ha sido posible vacunar al personal sanitario. Si se hubieran repartido de forma equitativa los 1.670 millones de dosis de vacunas distribuidas en el mundo, ya se habría inmunizado a los profesionales sanitarios y personas mayores del planeta. El propio director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha denunciado que existe una desigualdad escandalosa, señalando que “un pequeño número de países que fabrican y compran la mayoría de las vacunas controlan el destino del resto del mundo”.

Si las vacunas fueran realmente un bien común de toda la humanidad, se podría atenuar (y probablemente controlar) el impacto global de la pandemia, pero, lamentablemente, ese deseo se contrapone a la realidad de un sistema neoliberal de producción y distribución de vacunas en el que grandes laboratorios farmacéuticos compiten por ganar cuotas de mercado y obtener beneficios enormes. La vacunación incluye su financiación y distribución, un proceso básicamente público, así como su control, producción y comercialización, de carácter privado. Y es que el enorme poder del complejo farmacéutico-industrial global (Big Pharma) influye decisivamente en el poder político (parlamentos, partidos e instituciones) para cambiar leyes, controlar precios y patentes, tener ganancias y con ello aumentar su poder global aún más. Por ejemplo, aunque países como India, Sudáfrica y otras decenas más trataron de suspender temporalmente los derechos de propiedad intelectual sobre las patentes durante la pandemia, la Unión Europea, los EE.UU. y otros países ricos lo han impedido tras ser presionados por el lobby farmacéutico.

En el caso concreto de la UE, la vacunación muestra a las claras las prioridades de una entidad dirigida por una elite parásita (cuando no corrupta), sujeta en gran medida al poder financiero-empresarial. No es por casualidad que en la UE la vacunación haya sido un proceso desigual y lento (tres o cuatro veces peor que en el Reino Unido o EE.UU.), lo que ha generado un elevado sufrimiento y mortalidad que en buena medida podía haberse evitado. Primero, por la opacidad de las negociaciones de los contratos con las farmacéuticas, donde la información ha sido sistemáticamente ocultada, así como por la ineficacia en las decisiones y recomendaciones tomadas por una burocracia ineficiente que han generado confusión, escepticismo o incluso perplejidad entre la ciudadanía. Ejemplos de ello son la necesidad de mantener el equilibrio de poder interno franco-alemán con un pedido inicial de 300 millones de vacunas a BioNTech (alemana) y otros tantos a Sanofi (francesa), desdeñando y posponiendo durante meses los pedidos a AstraZeneca, o la lentitud de actuación y retrasos en los trabajos realizados por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) que regula la seguridad y eficacia de los productos farmacéuticos (por ejemplo demorando la aprobación de la vacuna rusa Sputnik V). Y segundo, por la sumisión de la Comisión Europea a los lobbies al servicio de las grandes corporaciones (en la UE hay 15.000 lobistas a tiempo completo). Big Pharma gasta muchos millones de euros anuales para presionar a la UE permitiendo que las farmacéuticas reciban mucho dinero por adelantado, renegocien al alza los precios e incluso incumplan contratos firmados sin cláusulas que les obliguen a cumplir los plazos acordados o ser sancionados.

Detrás de repetidas apelaciones para lograr “salud para todos”, que “nadie quede atrás”, o que las vacunas son “un bien público universal”, el modelo neoliberal de vacunación representa un enorme negocio económico y un modelo geopolítico insolidario en el que los gobiernos de los países ricos han acaparado masivamente vacunas practicando el “yo voy primero”. Por ejemplo, tras aprobarse las tres primeras vacunas, el 85% quedó en manos de Canadá, EE.UU. y otros países ricos que reservaron muchas más vacunas de las necesarias para proteger a su población. Entretanto, la distribución caritativa de un pequeño porcentaje mediante el Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 (COVAX) de la OMS no ha servido más que para encubrir cómo funciona un sistema mercantil y neocolonial que en las actuales condiciones sólo permitiría vacunar a toda la población mundial como muy pronto a finales de 2022. El actual “apartheid” vacunal es especialmente macabro porque parece probable que el coronavirus permanezca con nosotros mucho tiempo y que sigan surgiendo nuevas variantes que alarguen, compliquen o incluso empeoren la evolución de la pandemia. De hecho, la propia OMS reconoce que en apenas cinco meses de 2021 se han registrado más casos y muertes por covid-19 que en todo el año 2020. El capitalismo neoliberal no sólo es un sistema incompatible con el bienestar y salud de la población mundial, sino que, preso de su lógica mercantil y de obtener ganancias inmediatas, es incapaz de prevenir a medio y largo plazo la crisis pandémica o la emergencia climática. Ante una pandemia, las vacunas deben ser un bien común de la humanidad que no puede estar sujeto a patentes y al control privado. Como nos enseña la historia, sólo una gran movilización de ciudadanos, movimientos sociales y partidos políticos del Norte y del Sur Global puede permitir democratizar integralmente la investigación, desarrollo y distribución de vacunas y lograr así una “vacuna solidaria” que proteja a toda la humanidad.

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¡Hombre izquierda, tú por aquí. Cuanto tiempo sin verte. Que alegrón más gordo me das! (Por favor, que no se entere de esto la dire-centro-liberal-portavoz en la Comunidad de Madrid de Más Madrid, no sea que tengamos pelotera)

 

La izquierda conservadora… ¿no será aquella que obstaculiza la crítica al criticarla por conservadora? ¿No será aquella supuesta izquierda que conserva la tendencia de un mundo en decadencia?


¿La izquierda conservadora? A propósito de Elizabeth Duval y Ana Iris Simón

 


Genís Plana

El Viejo Topo

8 junio, 2021 


A propósito de la muy comentada intervención de Ana Iris Simón en La Moncloa es que se pronunció la escritora Elizabeth Duval en su artículo semanal de Público: “¿Qué hay detrás de Ana Iris Simón?” (25.05.21). Duval contextualiza el revuelo que ocasionaron las palabras de Simón, explica alguna que otra anécdota personal que la vincula con su interlocutora, y realiza un comentario crítico de sus planteamientos políticos a partir, principalmente, de su libro “Feria” (2020, Círculo de Tiza). Durante estos días estoy redactando un artículo que tiene amplias coincidencias con los planteamientos de Ana Iris Simón, así que me suscita interés aquello que a su crítica se le pueda criticar.

Debo de admitir que aún no he leído el libro de marras, pero eso no me impide advertir la endeble coherencia conceptual sobre la cual Elizabeth Duval despliega su crítica. Tras asumir la simplificación marxista de que «el modo de producción de los bienes materiales determina la conciencia social y la vida espiritual…», la autora afirma que «el discurso que iguala el liberalismo económico con el liberalismo cultural es un discurso profundamente peligroso, porque nos hace olvidarnos de todo lo bueno que puede tener el liberalismo cultural». Por último, sostiene que «parte de su discurso antiliberal me parece peligroso –¡a mí, económicamente revolucionaria, que siempre repito que en un sistema ideal yo aparentaría ser una liberal de izquierdas!–».

Sería saleroso realizar un ejercicio de imaginación y ponerle a esa última exclamación la misma modulación de voz, y acompañarla de los pertinentes aspavientos, con que se hubiera expresado una aristócrata francesa, pongamos por caso María Antonieta. Ahora bien, no nos detendremos en comentarios livianos, precisamente por cuanto que buscamos pautas de rigor y precisión. La cuestión que nos interesa se relaciona con la aparente inocencia con la que se concibe un «liberalismo cultural», amable y suponemos que cromáticamente reluciente, que pudiera ser compatible con esa «revolución económica» que la autora dice abanderar.

Puesto que –en un contexto ideológico como el actual– la contradicción entre «revolución» y «liberalismo» no resulta ostensiblemente evidente, debiéramos, antes que nada, poner negro sobre blanco al respecto de la tortuosa tradición de pensamiento liberal. Habida cuenta que Duval se refiere al «liberalismo cultural» como algo positivo y digno de preservar, suponemos que hace referencia a ese magma de ideologemas que acostumbran a acompañar el protréptico liberal: la inviolabilidad del ámbito privado, la separación entre creencias religiosas y autoridad pública, fragmentación y división del poder político, pluralismo con respecto a los asuntos morales…

Aunque por falta de tiempo me abstendré de desarrollarlo, sí es necesario mencionarlo: muchos de los logros que se le atribuyen al liberalismo cuentan, a decir verdad, con una paternidad no reconocida. El sufragio universal, por ejemplo, buque insignia de los derechos civiles atribuidos al liberalismo, es una conquista del movimiento obrero –organizado en partidos y sindicatos– ante la cual se oponía denodadamente el liberalismo realmente existente de Europa entera. Pero incluso atributos a tan aparentemente liberales como podrían ser los relativos a los derechos de reunión, asociación y manifestación, así como la libertad de expresión y de prensa, fueron de facto suspendidos, ante la inminencia de una «revolución económica», por unos fascios que contaban con la absoluta connivencia de los liberales: basta decir que fue el liberal Giovanni Giolitti, presidente del Consejo de Ministros de Italia, quien permitió la llegada al poder de Mussolini.

Probablemente el error de fondo se encuentre en confundir el liberalismo académico, donde encontramos las interesantísimas cavilaciones del Stuart Mill al que refiere Duval, con el liberalismo político, al que podemos identificar sin demasiada cautela con el proyecto histórico por medio del cual, especialmente durante los tiempos de paz social, se ha vertebrado institucionalmente la burguesía. Aunque lo digamos a modo de simplificación, no creo que sea demasiado arriesgado afirmar, como lo hace Étienne Balibar, que «liberalismo» es el nombre con que «genéricamente pueden llamarse las ideologías políticas burguesas».

A diferencia del liberalismo académico, en el liberalismo político (hoy en día llamado neoliberalismo) no hay ningún diseño institucional normativo. Es esencialmente pragmático, funcional, realista, puro accidentalismo… y, por ello mismo, se encuentra despojado de contenido teórico sustancial. Resulta ser, al fin y al cabo, la partitura a partir de la cual debe interpretarse la estrepitosa sinfonía que supone el proceso cíclico de reproducción ampliada de capital. Si desatendemos los procesos históricos reales no podremos advertir que aquellos actores políticos considerados a sí mismos como liberales se han apoyado, llegado el momento de necesidad, en monarquías férreas o en dictadores militares. Así como hoy en día el liberalismo se proyecta a través de las reivindicaciones identitarias de supuestas minorías culturales y grupos históricamente discriminados.

Dicho lo anterior, debe quedar claro el liberalismo académico y el liberalismo político a los que alude quien escribe estas líneas, así como el «liberalismo económico» y el «liberalismo cultural» de los que habla Duval, no son más que distinciones analíticas, no operativas. Significa esto que en su implantación empírica resultan indisociables cualesquiera que sean las facetas o dimensiones que teoréticamente podamos hacer de ese corpus doctrinal. Del mismo modo, la realidad no admite un proceso económicamente revolucionario en ausencia del proceso revolucionario que le resulta inherente. Y todo proceso revolucionario, por su propia naturaleza, supone una negación de los principios liberales. ¿Revolución o liberalismo?

Me explicará Elizabeth Duval cómo se puede ser revolucionario si, a un mismo tiempo, debemos salvaguardar la libertad negativa del liberalismo, la libertad entendida como mera ausencia de interferencia, que propicia eso tan «bueno» y «positivo» que tiene, según la autora, el «liberalismo cultural». Nos referimos, reconozcámoslo, a las derivadas socioculturales de la supuesta neutralidad política con respecto a los asuntos controvertidos: una conciencia autónoma y/o individualista, una actitud tolerante y/o indolente con respecto a la alteridad, una disposición indiferente y/o displicente para con los proyectos vehementes… en fin, todo ese arsenal simbólico-ideacional precisamente dispuesto para disipar cualquier ardor verdaderamente revolucionario, dispuesto para que todo siga igual.

Entonces, ¿cómo compatibilizar, por un lado, la imposición y, de ser necesaria, la violencia que entraña cualquier proceso revolucionario con, por otro lado, un supuesto marco institucional imparcial que propicia una cultura civil basada en la interacción de individuos que aspiran a maximizar sus intereses por medio de calculados, a la vez que cordiales y sosegados, procesos de negociación? Cualquier respuesta que no impugne la pregunta nos conduce a la búsqueda de soluciones imposibles: como consecuencia de intervenir en una sociedad atravesada por clases sociales con intereses económicos irreconciliables, no cabe la posibilidad de pedir permiso, educadamente y añadiendo por favor, al momento de emprender un proceso revolucionario.

Dada la primacía que asumen los derechos individuales por encima de los procesos de decisión colectiva, posiblemente el núcleo duro del liberalismo sea la apelación al derecho de los individuos de escindirse de los asuntos comunes. Son unos presupuestos filosóficos que complican en sobremanera que los liberales –aunque se digan «de izquierda»– lleven a cabo actitudes consecuentes, no solamente con una aspiración revolucionaria, sino también con la mucho más prudente y atemperada virtud republicana. Aprovecho para indicar, dicho sea de paso, que son de fundamentación republicana, y no liberal, esos «sistemas de gobierno» en que probablemente piensa Duval al considerarlos «de los mejores que la civilización ha ideado».

Incluso Stuart Mill, un autor que muchos considerarían un liberal prácticamente socialdemócrata, mostró amplias reticencias a la participación política de la población a través del sufragio universal. Siendo consciente de que la sociedad se encuentra marcadamente fracturada por una división de clases en la que los no propietarios son mayoría, la regla de un voto por persona podría comportar, a su criterio, que el poder legislativo quedase en manos de una mayoría pobre e inculta, incapaz de atender adecuadamente a los intereses del conjunto de la nación. A su entender, la solución pasaba por la introducción de un sufragio múltiple que, sin retirarle a nadie su derecho a votar, le permitía a las personas propietarias, cultas y calificadas disponer de diversos votos.

Deberemos aceptar, por consiguiente, que resulta deshonesto ese eclecticismo entre Stuart Mill y Karl Marx que Elizabeth Duval parece sugerir. Aunque haya puntos de encuentro, no es posible conjugar las posiciones de ambos autores. Se tiene la impresión de que, por parte de Duval, se ha querido realizar un equilibrio inverosímil: designarse revolucionaria, pero manteniendo, como no podría ser de otro modo, ese «liberalismo cultural» que se halla en la base de algunas plataformas en que suele participar. Gen Playz, por ejemplo, es el paradigma del buenrollismo y del opinadismo donde la discrepancia es un somero pasatiempo con que acopiar audiencia.

Además, si es cierto –como afirma categóricamente Duval– que «los hábitos y las costumbres de la cultura» son «simples reflejos» de «la producción de los bienes materiales», entonces poco quedaría, tras la revolución económica que supuestamente propugna la escritora, de los modos de pensar y de sentir propios de ese «liberalismo cultural» que, por otra parte, debiéramos proteger. Situación que no viene sino a reafirmar la contradicción de Duval: si triunfa la revolución económica cambian los marcos culturales, pero son marcos culturales a los que no debemos renunciar. Ante lo cual, nos volvemos a preguntar: ¿revolución o liberalismo? Sea como fuere, pudiera ser más acertado rechazar unas explicaciones meramente estructurales que no creo que si quiera la propia autora defienda con honestidad.

¿No será que eso de atribuirse la vulgata marxista del determinismo económico equivale, si se me permite la comparación, a disfrazarse con una sotana a fin de evitar cualquier acusación de apostasía y, de este modo, practicar secretamente un culto contrario?  Ahora bien, no creo que sea necesario el aparente papismo de Elizabeth Duval. Si el marxismo no es dogmática, entonces el nicodemismo carece de sentido. Desde planteamientos marxistas podemos considerar que la conciencia no solo se encuentra modulada por la praxis humana –algo más amplia que el encuadramiento que imponen las relaciones sociales de producción–, pues una conciencia políticamente comprometida puede contribuir a modular esa misma praxis y someterla a sus propósitos.

Entendemos el marxismo como filosofía de la praxis, y en ella el intelectual (hoy diríamos el comunicador) ocupa un papel central en su cometido de transformar la realidad. De ahí se sigue la relevancia de la crítica de Ana Iris Simón a las categorías mentales –a la conciencia social– que promociona ese «liberalismo cultural» que, gustándole tanto a Elizabeth Duval, resulta ser la expresión psicosocial del desarrollo característico de la dinámica económica en nuestras formaciones sociales. Así como la fase contemporánea de la matriz de acumulación de capital resulta incompatible con los valores esclavistas, pero también con los valores que pudieran ser consustanciales a un hipotético comunismo, mucho nos dice la irritación que, a los paladines del vigente desorden social, causan los valores (conservadores, dicen) que sostiene Ana Iris Simón.

Ya sabemos que Antonio Maestre está llamado a ser un trasunto de Jorge Javier Vázquez: maestro de ceremonias de la farándula televisiva en su versión politiquera. No obstante, de la amplia erudición y de la perspicacia intelectual de Elizabeth Duval esperamos algo decente. Aunque, bien visto, la cuestión pudiera no ser un traspiés ocasionado por la ingenuidad de quien aún es muy joven de edad y desconoce los procesos históricos en profundidad. Sospecho, antes bien, que estamos ante la impostura progresista de quien se afirma como revolucionaria cuando lo que se quiere es ser una vedette mediática de la cultura liberal (o del liberalismo cultural). Se comprendería así que cualquier disputa política quede resuelta en el ámbito ligero de esas «cañas» que Elizabeth Duval espera volverse a tomar con Ana Iris Simón.

¿Podemos concluir que nos encontramos ante la enésima muestra de espuria disidencia? Imposturas progresistas. Dicho sea, sin ápice de animadversión en lo personal. Cabe preguntarse: la izquierda conservadora… ¿no será aquella que obstaculiza la crítica al criticarla por conservadora?, ¿no será aquella que, situándose au-dessus de la mêlée, conserva el mundo en su estado actual?, ¿no será aquella supuesta izquierda que conserva la tendencia de un mundo en decadencia? Sí, la izquierda conservadora es aquella que se alimenta de ese glamouroso mejunje elaborado con, por un lado, impolutas intenciones éticas, y, por otro, su propia ironía y ambigüedad regurgitadas. Una izquierda que, a fin de cuentas, no tiene nada de izquierda. Pero que, de liberalismo, lo tiene todo.

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